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El escritor y la sociedad. Por Alfredo Herrera Piqué:
A finales del siglo XVIII, cuando la profecía de la Revolución se había hecho realidad, un grabado popular reconcilió, con carácter póstumo, a Voltaire y a Rousseau, inmortalizándolos, uno junto al otro, disfrazados de genios con un candelabro en la mano, difundiendo las Luces. Se les elevaba al rango de diada tutelar o de Divinidad bicéfala. En el Discurso sobre las Ciencias y las Artes, Rousseau comenzaba haciendo un faústico elogio de la cultura en el que grandilocuentes párrafos contaban la historia del progreso de las Luces. Sin embargo, él mismo había encontrado una discordancia entre la historia de los hombres y sus palabras y halló la causa de ello en "nuestro orden social que, de todo punto contrario a la naturaleza... la tiraniza sin cesar y le hace reclamar sus derechos continuamente". Rousseau ocupó un lugar preponderante entre los escritores de su siglo que habían denunciado los valores y las estructuras de la sociedad monárquica. La crítica matriz de sus Discursos concierne a la sociedad en tanto que ésta es contraria a la naturaleza. La cultura establecida niega la naturaleza, según se desprende de aquéllos y del Emilio. Pero la crítica de Rousseau desvela y se convierte, sobre todo, en una crítica de la alienación que sufren los hombres de su tiempo: la relación entre los seres humanos y las cosas. Los hombres identifican su interés con los objetos. El hombre en su totalidad se cosifica, se convierte en esclavo de las cosas. Rousseau comprendía a la sociedad de su tiempo, comprendía lo que ocurría dentro de ella. Por ello, se había introducido en el meollo, en el núcleo, de sus problemas y, a partir de ahí, elaboró una crítica y una alternativa. Pensador, filósofo y antifilósofo, novelista, músico, pedagogo perseguido y exiliado, fue un escritor representativo de aquella universalidad y de aquel modo de comprender y sintetizar los intereses sociales, políticos y culturales que distinguió a la literatura de la Ilustración, "la literatura -escribe Lukacs- de todos los períodos preparatorios de las renovaciones democráticas".

Este tipo de escritor ha sufrido un cambio en el proceso histórico desarrollado en el último siglo y medio. "La causa decisiva de esta deformación está en la división del trabajo realizada por el capitalismo -decía el propio Lukacs en 1939- Ha convertido tanto a los escritores como a los críticos en estrechos especialistas; les ha destruido la cambiante unidad de las apariciones de la vida, sustituyéndolas por campos (arte, política, economía, etc.) diferenciados, separados mutuamente, incoherentes, que, o bien quedan para la conciencia rígidos en su separación o quedan unidos por pseudosíntesis abstractas y subjetivas. Cuando el escritor, artísticamente de oposición, toma la literatura como fin en sí mismo y coloca en primer término sus leyes particulares, pasan a segundo término las grandes cuestiones de la configuración y de la formación que surgen de la necesidad social de un arte grande, de la necesidad de una reproducción artística global y profunda de los rasgos comunes y constantes de la evolución de la humanidad".

¿Por qué y para qué se escribe?:
El escritor escribe porrque se siente incómodo, porque percibe y observa contradicciones en su contexto social, porque ha de explicar de qué forma siente su relación con el mundo que le rodea, la tensión entre historia y sociedad, la tensión continua entre los distintos estratos y elementos de todo orden que se enfrentan en el proceso de la dialéctica social. Los escritores del Renacimiento percibían la contradicción existente en el mundo que les había tocado vivir, pero ignoraban el mecanismo social del conflicto. Quinientos años después, un escritor de la sociedad marginal, Kafka, evidenciaba en El proceso -que es quizás la obra más representativa de la literatura en cuanto testimonio de la crisis social- la sensación de perplejidad y de incredulidad del intelectual frente a la represión que el poder -entendido en el sentido más amplio- ha ejercido sobre el escritor en todos los tiempos. Prácticamente, esta obra nos plantea la imposibilidad de una racional relación escrito-poder político en una sociedad capitalista que se deslizaba hacia formas de perversión como el nazismo y el fascismo. Años más tarde, la fantasía profética de Orwell nos presentó un horizonte que hoy aparece como un riesgo real ante los destinos de una sociedad abocada por las renovaciones de su sistema productivo (etapa post industrial, nuevas tecnologías) hacia esquemas que puedan derivar hasta estructuras abiertamente totalitarias.

¿Cuál es la función del escritor en la marea permanente de los cambiantes procesos sociales?:
En el 1 Congreso de Escritores de la Unión Soviética, en 1934, Blok defendió una idea fundamental: Nosotros no somos pastores, el pueblo no es rebaño. Sólo somos camaradas mejor informados". Frente a esta tesis, Zdanov contrapuso la teoría staliniana del escritor "ingeniero de' almas": "Ser ingeniero de almas significa tener ambos pies en el terreno de la vida real. Y esto a su vez significa ruptura con el romanticismo antiguo, con el romanticismo que representa una vida inexistente, de héroes inexistentes, conduciendo al lector desde las contradicciones y opresiones de la vida en el mundo de lo irrealizable, hasta el punto de la utopía". Era evidente que, en cinco siglos transcurridos desde el Quatrocento, el hombre escritor había penetrado en el conocimiento de los mecanismos que produce las contradicciones en la sociedad y que no podía ser ajeno a ellos. La historia de la literatura en el siglo XX es la historia de este compromiso de profundización humanista, precedida de una línea de pensadores escritores que va desde Erasmo y Rousseau hasta Marx y Sartre. En esta gran aventura del pensamiento y de la creación expuestos en letra impresa el escritor se encuentra muchas veces en una situación que describe perfectamente el título de una obra de Rafael Alberti: Entre el clavel y la espada y que el propio poeta ilustra con estas palabras:

    "Vivíamos entre el clavel y la espada... Vivíamos incrustados en una realidad verdaderamente terrible que cada mañana hacía borrón y cuenta nueva de los pensamientos bellos, de la paz, que apartaba de los ojos las cosas grandes que podíamos ver, convirtiéndonos a todos en esclavos de situaciones tan dramáticas, tan espantosas, que habría habido que ser de piedra para no hablar de ello... Y así, yo, cuando por la mañana me siento a escribir sobre cosas que me agradan, que me conmueven... no me gusta hablar de la guerra, no me gusta tener que hablar de España... no me agrada, no me apetecería hacerlo, pero lo hago ante todo, porque es mi deber hacerlo y después porque me impresiona profundamente... A mí me gustaría hablar del mar, que tanta alegría me ha dado siempre, del mar límpido y puro, incontaminado, libre de navíos de guerra; del cielo claro, con estrellas, sin necesidad de saber que se ve cruzado por aviones que lanzan bombas y llenan la tierra de muertos, el aire de gritos lacerantes".

A comienzos de la década de los treinta, Alberti y María Teresa León habían pasado un año en Europa, en Alemania. Allí fueron aterrorizados testigos del ascenso e implantación del nazismo. Su experiencia en la Alemania de Hitler supuso un impacto personal que influyó en su carrera literaria: "Allí empezó lo que yo quería ser: el poeta de la calle.', diría años después. Sin duda alguna, la tarea de un escritor está implicada en el problema de la conciencia del pueblo. Los niveles de la conciencia social no son estos o aquellos por la mera fuerza de las cosas. Es tarea del escritor contribuir a esta conciencia, despertarla y estimularla, si es preciso. El escritor proviene del pueblo, es la sociedad quien lo engendra; la sociedad puede, incluso, rechazarle, le genera problemas, crisis, contradicciones, enfrentamientos, le hace sentirse incómodo, pero ello le supone un estímulo y, siempre, la sociedad tiene necesidad de él. La tarea del escritor ha de imbricarse en la permanente formación de la conciencia social. La obra de pensamiento, de creación, de investigación, de divulgación, de análisis es, ha de ser, como un fino hilo de agua que se une a la escorrentía y después pasa a la acequia labrada en la roca, hasta llegar a engrosar el caudal de agua, elevando su nivel. Este nivel de la conciencia popular es, como el de una presa, producto de aportaciones de diferentes alturas y procedencias. Es un nivel que no permanece estático, que aumenta o desciende y que puede escaparse imperceptiblemente si el embalse no es sólido y bien construido. La fuerza, la contribución del escritor consiste en cooperar en la construcción de un recinto sólido y en enriquecer y elevar los niveles de esa colectividad. Es la tarea del escritor como parte y como constructor de la sociedad civil.

EN EL NÚCLEO DE LOS PROBLEMAS SOCIALES:
Cuando, en 1947, Sartre planteaba la exigencia del compromiso social y del compromiso político del escritor, la sociedad europea vivía una de las más agudas crisis de su historia. Sartre defendía entonces el punto de vista de que una de las tareas principales del que escribe, de quien está creando un producto artístico, es la de insertarse en el meollo de los dramas humanos. "Si no se tiene en cuenta esta razón dialéctica -dice-, la literatura pierde todo su significado". "El objeto literario -escribía entonces- es un trompo singular que existe en función del movimiento que realiza, es decir, en cuanto que es capaz de establecer una relación de lectura: más allá de todo esto, quedan sólo letras negras sobre una hoja de papel. Si el escritor escribe para sí, no tiene razón de existir, porque su relación con la página se agota en el concepto de soliloquio. El problema está en poseer los instrumentos, las armas, para revelar el mundo y luego proponerlo a la conciencia del lector para hacerlo reconocer como esencial a la totalidad del ser'. Sartre es muy concreto, en tal sentido, cuando declara: "La asunción de responsabilidades ciudadanas y humanas por parte del escritor, ante la vida intelectual en los países socialistas, o ante la guerra de Argelia o la elección de De Gaulle, sigue siendo un problema fundamental". El escritor es, así, no sólo un creador, un conocedor del oficio, un trabajador especializado, un receptor y transmisor de determinadas realidades objetivas; más allá de ello, es un hombre que crea una obra que se halla en tensión con la sociedad, en tensión con la historia. Sábato planteará,introspectivamente, esta misma función del escritor cuando dice: "He escrito para sobrevivir y para hallar un sentido de la existencia, para volverme a examinar y volver a examinar mi inserción en el mundo". "Detesto la literatura por la literatura, dice Sábato; para mí es solo una búsqueda de verdad y salvación para el hombre, de otra forma no sirve para nada..:' En algún sentido, Sábato retorna aquí a la definición que John Donne había referido a la poesía siglos atrás: "El fino discernimiento de la verdad". Esta verdad exige la libertad, la coherencia y la correlativa conciencia moral del escritor. Y ello nos lleva a considerar la situación del intelectual que escribe ante el principal problema que entraña la sociedad organizada y ante el principal problema que al escritor plantea la sociedad: el problema del poder. La experiencia general del escritor con respecto al establishment es la de que el intelectual no debe asociarse con el poder. En cada instante el escritor tiene que elegir entre civilización y barbarie, entre todo lo que significan los conceptos de tolerancia, razón y libertad frente a lo que suponen las realidades del autoritarismo, la dictadura, la oligarquía, el caciquismo, la burocracia servil, la telaraña inquisitorial y los manejos de los infinitos árbitros del poder. Tiene, en el fondo, que elegir entre dos lenguajes. Carlos Fuentes ha definido esta situación con claridad: "Existen dos lenguajes y queda por ver a cuál de ellos se atiene uno: existe el idioma de Pericles y del de Sófocles, el idioma de Díaz Ordaz y el de Octavio Paz, el idioma de Sartre y el de Pompidou, el idioma de Stalin y el de Mandelstan, el idioma de Hitler y el de Thomas Mann". Cierro la cita, a la que nosotros añadiríamos los contrapuestos lenguajes de Franco y García Lorca, de Pinochet y de Neruda, de Videla y de Sábato, respectivamente. Y recordemos que en España -yen la Europa de su tiempo- el drama comenzó en la contraposición de dos idiomas muy diferentes, el representado por Carlos V y el significado por Erasmo; este último fue aplastado en el sur, en la España y en la Europa católicas, por el poder religioso y el poder real.

Perseguidos:
Podemos hacer una larga historia de la dramática relación de los intelectuales y de los escritores con respecto al poder más directo: el poder religioso, el poder militar. El histórico caso de Giordano Bruno constituye un testimonio característico de la actuación de las tendencias inquisidoras frente al ejercicio de la independencia y el desempeño de la verdad. El 17 de febrero del año 1600, en una plaza de Roma, Giordano Bruno, "despojado de sus ropas y desnucado y atado a un palo, con la lengua aferrada en una prensa de madera para que no pudiera hablar", fue quemado vivo en cumplimiento de una sentencia del Tribunal de la Inquisición. La condena a Bruno se extendía a toda su obra filosófica. Por la formulación y expresión de sus opiniones, Bruno se vio obligado a llevar una vida de fugitivo, escapando sucesivamente de Nápoles, Roma, Venecia y Ginebra. Después de pasar parte de su vida en París y Londres, regresó a Venecia en 1591, siendo apresado y procesado por la Inquisición. La vida y el lamentable fin de este filósofo es un señalado ejemplo de la relación del escritor con el poder. El ejemplo de Bruno no es un caso aislado en la historia y ni siquiera hoy constituye un ejemplo histórico, un recordatorio museístico. El "muera la inteligencia" del general Millán Astray de hace 54 años ha tenido su eco reciente en países como Chile, a partir del golpe militar de Pinochet. Aquella frase pronunciada en Salamanca en el primer verano de la guerra incivil no fue un mero grito retórico. Los escritores españoles -García Lorca, Miguel Hernández y otros- dieron fe de aquella realidad brutal con sus propias vidas. El exilio fue después el largo camino de la mayor parte de la intelectualidad española. Thomas Mann en la dictadura hitleriana, Arthur Miller durante la inquisición macartista, lIia Ehrenburg en la persecución staliniana -como el propio Arthur London-, representan el drama humano el escritor en su encuentro con determinada clase de poder represivo. lIia Ehrenburg ha recordado su experiencia en los siguientes términos: "Los policías de que habla Gogol en el Inspector General existen de verdad, hay que defenderse de estos personajes. Yo mismo me he visto obligado a defenderme de cualquier forma, no sólo de mis enemigos, sino de los propios compañeros que no conseguían tener una visión serena de los problemas del arte. Pero todo esto no chocaba con mi vocación revolucionaria. "Los árbitros del poder han sido infinitos; la persecución de los cosmopolitas, por ejemplo, fue realmente trágica y envolvió a tantas personas, muchos inocentes, que yo mismo me vi atrapado y fueron días muy duros borraron mi nombre de los artículos eran los días de Beria, que cometió abusos increibles... Por eso escribí sobre mi terror, mi miedo cuando golpeaban a mi puerta: lo hacían con todos los' 'enemigos del pueblo"... La experiencia de Vassilis Vassilikos le lleva a afirmar que "el escritor es siempre impotente ante el poder". "Todos los escritores estamos en el mismo caso -dice- y nos encontramos en la misma impotencia absoluta de actuar con nuestras obras, no podemos hacer nada más que tener en cuenta la opinión pública, porque ante nosotros está este monstruo, llámese complejo industrial militar, llámese burocracia del Este, que ahoga, destruye todos los esfuerzos que hacen los intelectuales". En cambio, Carlos Fuentes observa el lado positivo, el lado útil de la función social de quien usa la pluma: "En cualquier régimen, el escritor, al escribir, está minando el carácter monolítico al que siempre tiende el poder". Una de las obras literarias del último medio siglo que más directamente y, también, certeramente, toca este problema es Miedo de la libertad, de Carlo Levi, que representa el miedo al cambio, el miedo a la inestabilidad, el miedo a lo desconocido que siempre aprovecha el poder establecido. Carlo Levi nos deja su testimonio con estas palabras: "en los momentos en los que me ha sucedido, como a todos los demás, de encontrarme frente a frente con el poder y con los peligros que encierra, incluso mortales, que pueden venir del ejercicio del poder hostil, enemigo... bueno... de éstos os hablo... por eso quiero decir que he podido superar estas cosas: la prisión, el encierro, la eventualidad de los campos de concentración han sido dramas que nos han afectado a todos, experiencias que hemos superado y que esperamos no tener que padecer más en estas formas, pero que seguimos sufriendo sin embargo... y que otros hombres sufren en otros países, bajo otros cielos, bajo otras bombas, bajo otras atómicas, bajo otras B-52, bajo otros bombardeos mortales, bajo otras destrucciones..:'El estar en el núcleo de los problemas sociales, de los problemas políticos, de los problemas reales de la gente y del mundo en el que vive, para el escritor no significa desentenderse de los problemas del estilo, del afán de innovación de la estética literaria. Un excelente ejemplo en este sentido es El otoño del patriarca, en el que García Márquez hace el retrato irrepetible del dictador y de la dictadura de un modo enteramente lírico -no estrictamente realista-, a través de un gran poema en prosa de doscientas cincuenta páginas. La represión y la censura son dos instrumentos clásicos que ahogan la voz del escritor. Ambos son perfectamente conocidos por los intelectuales españoles que vivieron durante la dictadura del general Franco. Sobre la censura en España durante este periodo ya se ha escrito mucho y, por lo demás, es una experiencia cercana y bien conocida.

CULTURA Y DEMOCRACIA:
Tenemos una tendencia explicable a unir los términos cultura y democracia y pensamos que -en un estadio concreto de la evolución social- ambos son inseparables. En este sentido consideramos a la cultura como una forma de profundizar conscientemente la libertad, aunque también reflexionamos sobre el hecho de que el desarrollo de la cultura presupone un ambiente de libertad. Vinculamos, así, las ideas de cultura y democracia; la cultura como conciencia del mundo real y en cuanto comunicación; la democracia como sistema de encauzar la participación ciudadana en un marco de derechos y libertades y dentro de una insoslayable concepción del hombre comprometido socialmente. Una democracia racional implica el contar con un nivel de conciencia social -un nivel cultural- exigible para que un sistema político con instituciones populares pueda tener su mejor aplicación y pueda alcanzar su mejor desarrollo. Las conquistas sociales y los objetivos de transformación de la sociedad han de llevar aparejados un sistema de ideas claras, un conjunto de valores socialmente compartidos que impulsen el progreso colectivo en un marco político de participación y de libertades (entendiendo que estas libertades no son las libertades egoístas del oligarca, de la multinacional monopolista o de la empresa propietaria de una cadena de medios de comunicación, sino las libertades del hombre en sociedad, las cuales exigen el tener cubiertas previamente las necesidades básicas de vivienda, trabajo, sanidad, educación y promoción social). Este sistema de valores y de ideas claras se ha de sustentar en la suma de muchas conciencias individuales que posean una concepción social fundamentada y responsable. La acción de la cultura como factor de liberación social encuentra actualmente visibles dificultades, las cuales están en la raíz misma de la estructura social. Las circunstancias de alineación que viven muchos individuos de extensos sectores sociales, los cuales se sienten incómodos frente a las relaciones sociales de las que inevitablemente participan, motiva una creciente pasividad de la población. Tal situación se ha generado en el fondo por la eliminación de toda función responsable del individuo en el sistema productivo y en las relaciones de mercado. Se manifiesta entonces una disminución del interés por todo lo que está más allá del círculo individual o familiar. Este fenómeno ha coincidido con el período histórico de ascenso del nivel de vida general en los países industrializados, el cual ha determinado una productividad a las posturas reformistas en amplios sectores de la clase obrera. En esta circunstancia, la lucha entre la izquierda y la derecha se ha centrado en el dominio de la conciencia social de tales capas de la población. Pero, por otro lado, ante esta situación, las instituciones y los partidos progresistas deben formular propuestas para estimular la participación colectiva en los planteamientos sociales y culturales. En otro orden de cosas, esta noción de cultura como nivel de conciencia existente en una sociedad de trabajadores enfrenta el reto que supone la creciente complejidad del conocimiento en el mundo de hoy. Es cada vez más difícil tener una concepción global del mundo y de la realidad social y es, también, cada vez más complicado penetrar en el conocimiento básico de cualquier área. Para el ciudadano medio presenta nuevas dificultades la lectura de un libro concreto, porque la complejidad de éste se ha ido acrecentando y puede quedar fuera del alcance del lector no iniciado o no especializado. Corremos el riesgo de que la cultura pueda regresar a algo mágico y misterioso en poder de unos pocos. Una fórmula para superar este reto sería la conocida de "poco y bien", pero la información no selectiva que cotidianamente bombardea a este ciudadano le lleva a tener un mosaico inconexo de datos: es decir, "mucho y mal". El compromiso de los intelectuales con los ideales democráticos deberá intentar subsanar estas dificultades. En este compromiso ha de figurar el desarrollo de una permanente misión pedagógica y orientadora. Por lo demás, el binomio cultura-democracia tiene en el presente distinta traducción en los países occidentales, en la Europa oriental y en las sociedades tradicionales o en circunstancia de cambio social de los países llamados del Tercer Mundo. En situaciones de dictadura los dirigentes se cuidan bien en cercenar las posibilidades liberadoras del fenómeno cultural. En ambientes de libertad la voluntad de que la cultura ejerza realmente una función liberadora -y, por consiguiente, democratizadora- de la sociedad ha de asumir que la conciencia social es una llave que abre las puertas de la democracia.

El escritor y el exilio:
No quisiera adelantar más el umbral de esta exposición sin aludir, siquiera sea someramente, al problema del exilio (interior y externo) del escritor como resultado de la guerra civil española o en la de los escritores sudamericanos del último medio siglo- y no es ocasión ahora de detenernos en el tema. El exilio interior de Kafka, la aventura humana de Joyce en Zurich representan la dimensión personal de escritores que observaron o intuyeron que la sociedad de su tiempo pasaba de ser una comunidad regulada desde dentro a una sociedad ordenada desde fuera. Los respectivos exilios de muchos intelectuales y escritores tienen características diferenciadas y diferenciadores. Hace unos años Gunter Grass marchaba a residir indefinidamente en La India como resultado de una absoluta inconformidad con la sociedad y el sistema de su país natal. Pero hoy no podemos hablar del exilio con el mismo. sentido del que se hablaba hace cincuenta o treinta años. ¡Se puede hablar de exilio en una Europa en donde hay trabajadores de tactos los países, especialmente de las regiones más pobres del Mediterráneo? ¿Se puede hablar del exilio de un escritor en una Europa en donde hay miles de estudiantes de distintos países italianos, griegos, españoles, norteafricanos, etc., de países de todo el mundo? ¿Se puede hablar de un exilio en América, tradicional punto de llegada de emigrantes, separada por un espacio que hoy se cubre en ocho horas? La teoría del exilio pertenece a otra época. Por ello resulta poco edificante leer esas declaraciones sobre la diáspora (sic) canaria en Madrid y de ver que, a título de ejemplo, hay un artista grancanario que cada vez que le dan oportunidad en los medios de comunicación, no desaprovecha la ocasión para decir que él tuvo que abandonar la isla y poco menos que exiliarse en la capital de España de su enfrentamiento con el poder autoritario. Los casos son innumerables y hasta masivos -en nuestra experiencia. Creo que aseveraciones como la de este 'escultor tienen una indudable calificación. Manuel Scorza definirá esta situación claramente: "No, no soy un escritor del exilio... -afirma-. Vinimos a Europa porque Europa es un centro cultural muy importante para nosotros... pero los escritores, los autores, los artistas, los escultores, siempre se han ido a los grandes centros de cultura: iban a Atenas, a Roma, a Florencia, a París y ahora a Nueva York". Otra cosa es la separación del mundo propio, del mundo natal y del mundo adquirido en su vida por el intelectual y por el escritor en el trance doloroso en el que se ve obligado a abandonarlo. El trauma es innegable. Antonio Machado moriría en Colliure poco antes del final del conflicto civil. Neruda acabaría sus días en el exilio interior acompañando el final del Régimen de la Unidad Popular. Una sensibilidad biológica con el mal de su tiempo y la profunda tristeza del alma les hizo acompañar en su final a la República española y al régimen de Salvador Allende, respectivamente.

Ya en el tramo final de este artículo quiero subrayar que, aunque, como señalara Sartre, el escritor, el intelectual, debe conocer los problemas sustanciales de su sociedad, situarse en el conocimiento del núcleo de estos problemas y de estas realidades, en cambio su función no está en situarse en la vanguardia activa y militante de los movimientos políticos. Wright Mills planteó hace años la teoría de que una vez que las condiciones materiales del pueblo estuvieran cubiertas, los intelectuales serían el motor del proceso social. Sin embargo, el mayo francés aportó una experiencia histórica de gran interés para esclarecer la función de los ideólogos en la lucha política. Como resultado de este fenómeno alguien llegaría a decir que "los incendiarios de ayer son los bomberos de hoy". El intelectual y el político tienen características diferentes, muchas veces contrapuestas y, en su representación más extrema, son personajes contradictorios, tal como lo explicara Ortega en el análisis del filósofo Kant y del político Mirabeau. Pero ello no excluye el compromiso político del intelectual y del escritor, que no puede alejarse, ni aislarse con respecto a los temas básicos que conforman la sociedad. Carlo Levi ha expresado que "siendo la política uno de los modos y en estos tiempos nuestros seguramente el modo más importante de acrecentarla realidad, es decir, de hacer tomar conciencia de la realidad... la política me parece una actividad fundamental, que no hay que confundir con el ejercicio práctico político-administrativo". Esto quiere significar que, frente a una visión fragmentada de la realidad, el escritor debe ofrecer una visión integradora acorde con la potencialidad creadora de la sociedad- que la albergue la voluntad de sustituir lo real de un mundo de dominio por lo posible de una sociedad liberada. En un país, en una región, como la nuestra en donde los mediatizadores del poder revelan conocidos afanes, en donde el caciquismo, el pequeño caciquismo se ha ejercido como un poder bastardo -aliado servilmente en su momento con la oligarquía central-, que se ha visto sujeta en los últimos cincuenta años, a dictaduras militares, ideológico-religiosas y políticas y, sobre todo, en donde el peso de la sociedad civil es muy débil, el escritor ha de ejercer una función social importante, una función de crítica objetiva, dirigida a integrar una sociedad civil capaz de resistir el poder tradicional y de aportar las claves de algo nuevo. También aquí el escritor tiene que situarse en el núcleo de nuestros problemas y desempeñar una función interpretadora, analítica, informativa para suplir lo que hacen algunos medios manipulados o manipuladores. Es una lucha que conlleva un enfrentamiento con la censura subterránea de los mediatizadores en nuestro ámbito y que, más allá, ha de reconocer los grandes problemas del mundo de hoy, el desequilibrio económico entre los países, los riesgos del grave deterioro ecológico, la amenaza terrible del holocausto nuclear. Tenemos que intensificar nuestra misión cultural por la vía de la universalidad y de la solidaridad con el resto de la Humanidad. Al final, el intelectual y el hombre, en el análisis y el balance de su vivencia como escritor tendrá que decir con Ilia Ehrenburg: "Puedo afirmar que he luchado en tantas batallas, ganadas o perdidas, no importa, excepto la que he peleado conmigo mismo, con mi coherencia de hombre". (Alfredo Herrera Piqué, 1990 | Publicado en el boletín Aguayro)

 

 

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