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Ortega:
Un análisis mucho más profundo de los males de la época fue La rebelión de las masas, de Ortega y Gasset. Aunque escrito antes de la guerra (1930), influyó sobre todo en la generación de la posguerra; fue entonces cuando el libro captó la mayor parte de su público. Europa estaba, en opinión de Ortega, entre dos etapas de desarrollo. En la primera etapa, que había durado hasta fines del siglo XIX, el liberalismo había honrado el período, había sido «el grito más noble que había resonado nunca en el planeta»; los rasgos de la segunda etapa no podían determinarse, se hallaban lejos, en un futuro distante. El rasgo determinante de la época actual era la rebelión de las masas, el paso al primer plano del «hombre masa». Ortega no utilizó este término como una expresión de clase, sino más bien para describir la inercia de la masa de humanos. Pero había algo más en juego que la simple inercia, pues el hombre masa era irracional y violento; no razonaba sino que procuraba imponer sus doctrinas por la fuerza. No sólo el fascismo y el sindicalismo eran ejemplos primordiales de esto, sino también el bolchevismo. Ortega consideraba este fenómeno una especie de primitivismo. El hombre masa moderno era un primitivo cuya naturaleza apenas había sido rozada por la edad de oro de la civilización. Regía hoy, y en consecuencia todo se había vuelto «escandalosamente provisional». La ciencia y la tecnología, afectadas por este fenómeno, estaban cada vez más especializadas y habían perdido sus principios generales. Técnicos y científicos estaban sometidos a la misma inercia que los ahítos de coches de motor y de aspirinas. El primitivismo destruía los valores, no sólo por su irracionalidad, sino porque creaba una ciencia divorciada de la cultura. Aunque la amenaza era el bolchevismo, lo era también la concentración estadounidense en la tecnología. Europa se consideraba también en este caso una fortaleza asediada, que no estaba a punto de perder su alma, sino que en realidad la había perdido ya. Hay partes del análisis de Ortega que suenan a ciertas pues hemos ido siguiendo a lo largo de todo este libro ese ansia irracional de Occidente, contemporánea del primitivismo de Ortega, que comienza con el cambio del espíritu público de la sociedad europea. El propio Ortega consideraba que el futuro estaba en nuevas afirmaciones liberales dentro del marco de una Europa unida que hubiese dejado atrás el estado nacional. El estado era su enemigo, junto con el hombre masa; impedía la acción histórica espontánea. El concepto orteguiano de unidad no era el del Occidente cristiano, sino el de un marco más amplio para las acciones del hombre, basado en la razón, la inteligencia y la libertad individual. Ortega, a diferencia de Orwell y de los otros que hemos mencionado, consideraba que la pesadilla del presente era sólo una transición; fue uno de los pocos que reafirmaron los valores liberales apoyándose en un análisis histórico de la cultura. De todos modos, era el hombre masa el que dominaba los valores en disolución del período contemporáneo. En este libro, el más famoso de los suyos, no esbozó la superación de los conflictos del período de transición del presente más que de una forma sumamente imprecisa. Ortega se convirtió en parte de la atmósfera de la posguerra, aunque las principales manifestaciones de ésta fuesen en gran medida bastante más toscas que el análisis que él formuló. Los libros de Arthur Koestler, de los que hemos hablado en un capítulo anterior, aunaban la negación de valores permanentes con el nihilismo y la crueldad. No es difícil de entender, en realidad, cómo pudieron desembocar estas concepciones del mundo en el cinismo y en la crueldad hacia el prójimo. La afirmación de la crueldad no era nueva. Después de la primera guerra mundial hubo una exaltación general de la lucha, de la fuerza bruta. Y se ha ido haciendo patente a lo largo de este análisis una veta encubierta de crueldad. Las concepciones racistas, con su idea de lucha y de tipología, desembocaron en los campos de concentración y en el exterminio masivo. Pero esto es un ejemplo extremo. También en el amor a lo extraño del romanticismo y en la tendencia hacia una inversión de valores con el cambio del espíritu de Europa había una veta de crueldad. La hemos visto ejemplificada en el humor de Wilhelm Busch. Sin embargo, después de la segunda guerra mundial esta crueldad se agudizó, pero indirectamente, a través de una literatura popular, parte sin duda de la atmósfera que hemos esbozado. (Mosse)

 

 

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