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Libros prohibidos: III Reich:
Heinrich Heine escribió proféticamente en su obra Almanzor (1821): Allí donde queman libros, acaban quemando hombres. La destrucción de libros de 1933 fue apenas el prólogo de la matanza que siguió. Las hogueras de libros inspiraron los hornos crematorios. La barbarie comenzó el 30 de enero de 1933, cuando el presidente de la República de Weimar, Paul von Hindenburg, designó a Hitler como canciller, un antiguo cabo del ejército, pintor frustrado, gestor del fracasado golpe de Estado de 1923, quien no desaprovechó el tiempo y concibió una estrategia de intimidación contra los judíos, los sindicatos y el resto de los partidos políticos. El 4 de febrero, la Ley para la Protección del Pueblo Alemán restringió la libertad de prensa y definió los esquemas de confiscación de cualquier material considerado peligroso. Al día siguiente, las sedes de los partidos comunistas fueron atacadas salvajemente y sus bibliotecas destruidas. El 27, el Parlamento Alemán, el famoso Reichstag, fue incendiado, junto con todos sus archivos. El 28, la reforma de la Ley para la Protección del Pueblo Alemán y el Estado legitimó medidas excepcionales en todo el país. La libertad de reunión, la libertad de prensa y la de opinión, quedaron restringidas. En unas elecciones controladas, el Partido Nazi obtuvo la mayoría del nuevo Parlamento y nació el Tercer Reich.

Alemania estaba transformando sus instituciones después de la terrible derrota sufrida en la Primera Guerra Mundial. Hitler, que no era alemán, fue considerado como el estadista idóneo para rescatar la autoestima colectiva, y sus purgas contra la oposición lo convirtieron en un líder temido. Su eficacia estaba sustentada en varios hombres. Uno de ellos era Hermann Göring; el otro era Joseph Goebbels. Ambos eran unos fanáticos, pero el segundo convenció a Hitler de la necesidad de extremar las medidas que ya venían ejecutando, y logró su designación al frente de un nuevo órgano del Estado, el Reichsministerium für Volksaufklärung und Propaganda (Ministerio del Reich para la Ilustración del Pueblo y para la Propaganda). Hitler le dio carta blanca a Goebbels. Tenía una fe absoluta en su amigo. Goebbels no había ingresado en el ejército a causa de su cojera, y se había doctorado como filólogo en 1922 en Heidelberg, donde Hegel fue profesor. Era un lector apasionado de los clásicos griegos y, en cuanto a pensamiento político, prefería el estudio de los textos marxistas y todo escrito contra la burguesía. Admiraba a Friedrich Nietzsche, recitaba poemas de memoria y escribía textos dramáticos. Cuando se unió a Hitler, reconoció su verdadera vocación, como dijo en numerosas ocasiones, y ya como ministro, en 1933 redactó la Ley Relativa al Gobierno del Estado, sancionada el 7 de abril de ese año. Ahora tenía un control absoluto sobre la educación y fomentó un cambio en las escuelas y universidades. El 8 de abril envió un memorando a las organizaciones estudiantiles nazis, en el cual proponía la destrucción de aquellas obras consideradas peligrosas. De todos modos, ya el mes anterior, exactamente el día 26 de marzo, se habían quemado libros en Schillerplatz, en un lugar llamado Kaiserslautern. El primero de abril, Wuppertal sufrió saqueos y quemas de libros en Brausenwerth y en Rathausvorplatz. Una especie de fervor inusitado, limitado únicamente por la presión internacional europea, se apoderó de los estudiantes e intelectuales. El 11 de abril, en Düsseldorf, se destruyeron libros. Algunos de los más importantes filósofos se adhirieron a las ideas de Goebbels, como sucedió con Heidegger. En abril, Heidegger fue designado Rector de la Universidad de Friburgo y el 1 de mayo se hizo miembro del NSDAP.

[Quemas públicas de libros (mayo 1933):]
El 2 de mayo se destruyeron textos en la Gewerkschaftshaus de Leipzig. Pero el 5 de mayo empezó todo. Los estudiantes de la Universidad de Colonia fueron a la biblioteca y recogieron todos los libros de autores judíos. Horas más tarde, los quemaron. Estaba bastante claro que ésa era la vía elegida para mandar un mensaje al mundo entero. El día 6, del mismo mes, las juventudes del Partido Nazi y miembros de otras organizaciones, sacaron media tonelada de libros y folletos del Instituto de Investigación Sexual de Berlín. Goebbels organizaba reuniones todas las noches porque había decidido iniciar un gran acto de desagravio a la cultura alemana. Como fecha tentativa, propuso el 10 de mayo. El 8 de mayo hubo algunos desórdenes en Friburgo, y destrucciones de libros en las que participó Heidegger. El 9 de mayo, Goebbels, en Kaiserhof, se dirigió al gremio de los actores y les advirtió: «Protesto contra el concepto que hace del artista el único en ser apolítico… El artista no puede mantenerse atrás, porque debe tomar la bandera y marchar a la cabeza». Rodeado por los más talentosos intérpretes del teatro de Goethe y Schiller, no perdió tiempo y se atrevió a hacer una invitación a eliminar los rasgos judíos de la cultura alemana. El 10 de mayo fue un día agitado. Miembros de la Asociación de Estudiantes Alemanes se agolparon en la biblioteca de la Universidad Wilhelm von Humboldt y comenzaron a recoger todos los libros prohibidos. Había una euforia inesperada, contagiosa. Los libros, junto con los que se habían obtenido en centros como el Instituto de Investigaciones Sexuales o en las bibliotecas de judíos capturados, fueron transportados a Opernplatz. En total, el número de obras sobrepasaba los 25.000. Pronto se concentró una multitud alrededor de los estudiantes. Éstos empezaron a cantar un himno que causó gran impresión entre los espectadores. La primera consigna fue fulminante: Contra la clase materialista y utilitaria. Por una comunidad de Pueblo y una forma ideal de vida. Marx, Kautsky.

[Exhortación de Goebbels:]
La hoguera ya estaba encendida. Joseph Goebbels levantó la voz y después de saludar con un estruendoso Heil!, explicó los motivos de la quema: La época extremista del intelectualismo judío ha llegado a su fin y la revolución de Alemania ha abierto las puertas nuevamente para un modo de vida que permita llegar a la verdadera esencia del ser alemán. Esta revolución no comienza desde arriba, sino desde abajo, y va en ascenso. Y es, por esa razón, en el mejor sentido de la palabra, la expresión genuina de la voluntad del Pueblo […]. Durante los pasados catorce años Uds., estudiantes, sufrieron en silencio vergonzoso la humillación de la República de Noviembre, y sus bibliotecas fueron inundadas con la basura y la corrupción del asfalto literario de los judíos. Mientras las ciencias de la cultura estaban aisladas de la vida real, la juventud alemana ha reestablecido ahora nuevas condiciones en nuestro sistema legal y ha devuelto la normalidad a nuestra vida […]. Las revoluciones que son genuinas no se paran en nada. Ninguna área debe permanecer intocable […]. Por tanto, ustedes están haciendo lo correcto cuando ustedes, a esta hora de medianoche, entregan a las llamas el espíritu diabólico del pasado […]. El anterior pasado perece en las llamas; los nuevos tiempos renacen de esas llamas que se queman en nuestros corazones […].

    [Consignas de las quemas:]
    Los cantos prosiguieron y al final de cada estrofa se arrojaban a la hoguera los libros de los autores mencionados: Contra la decadencia misma y la decadencia moral. Por la disciplina, por la decencia en la familia y en la propiedad. (Heinrich Mann, Ernst Glaeser, E. Kaestner) Contra el pensamiento sin principios y la política desleal. Por la dedicación al Pueblo y al Estado. (F. W. Foerster) Contra el desmenuzamiento del alma y el exceso de énfasis en los instintos sexuales. Por la nobleza del alma humana. (Escuela de Freud) Contra la distorsión de nuestra historia y la disminución de las grandes figuras históricas. Por el respeto a nuestro pasado. (Emil Ludwig, Werner Hegemann) Contra los periodistas judíos demócratas, enemigos del Pueblo. Por una cooperación responsable para reconstruir la nación. (Theodor Wolff, Georg Bernhard) Contra la deslealtad literaria perpetrada contra los soldados de la Guerra Mundial. Por la educación de la nación en el espíritu del poder militar. (E. M. Remarque) Contra la arrogancia que arruina el idioma alemán. Por la conservación de la más preciosa pertenencia del Pueblo. (Alfred Kerr) Contra la impudicia y la presunción. Por el respeto y la reverencia debida a la eterna mentalidad alemana. Tucholsky, Ossietzky.

La operación, cuyas características se habían mantenido secretas hasta ese instante, se reveló pronto en su verdadera dimensión porque el mismo 10 de mayo se quemaron libros en numerosas ciudades alemanas: Bonn, Braunschweig, Bremen, Breslau, Dortmund, Dresden, Frankfurt/Main, Göttingen, Greifswald, Hannover, Hannoversch-Münden, Kiel, Königsberg, Marburg, München, Münster, Nürenberg, Rostock y Worms. Finalmente hay que mencionar Würzburg, en cuya Residenzplatz se incineraron cientos de escritos. La noche de la quema, Hitler cenaba con algunos amigos, y cuando supo que ardían los volúmenes, se limitó a observar a su confidente, y estremecido por lo que sería el alcance de este acto, hizo un extraño comentario sobre Goebbels: «Cree en lo que hace». Y Goebbels insistió en continuar con estas quemas de libros prohibidos. No hubo un rincón en el que los estudiantes y los miembros de las juventudes hitlerianas no destruyeran obras. El 12 de mayo, se eliminaron libros en Erlangen Schlossplatz, en la Universitätsplatz de Halle-Wittenberg. Al parecer, el 15 de mayo, algunos miembros apilaron textos en Kaiser-Friedrich-Ufer, en Hamburgo, y a las once de la noche, después de un discurso ante una escasa multitud, los quemaron. La apatía preocupó a los integrantes de los incipientes servicios de inteligencia del partido y se decidió repetir el acto. El 17 de ese mismo mes, la Universitätsplatz de Heidelberg se conmovió cuando los niños participaron en estas acciones. También el 17 se volvió a utilizar la Jubiläumsplatz, en Heidelberg, para las quemas. Hubo otras destrucciones adicionales el 17 de mayo: en la Universidad de Colonia, en la ciudad de Karlsruhe. Hitler llegó a emocionarse. Y Goebbels, seguro de los efectos de este éxito, pidió a los jóvenes que no se detuvieran. El día 19 se mantuvo el horror en el museo Fridericanum, en Kassel, y en la Messplatz, de Mannheim. El 21 de junio se quemaron libros en tres regiones. Por una parte estaba Darmstadt, en cuya Mercksplatz se llevaron a cabo los hechos; por otra, Essen y la mítica ciudad de Weimar. Varios años más tarde, específicamente el 30 de abril de 1938, la Residenzplatz, de la famosa Salzburgo, fue utilizada por estudiantes y militares para una destrucción masiva de ejemplares condenados.

[Freud y Brecht:]
El impacto producido por las quemas de mayo de 1933 fue enorme. Sigmund Freud dijo a un periodista que semejante hoguera era un avance en la historia humana: «En la Edad Media ellos me habrían quemado. Ahora se contentan con quemar mis libros […]». Varios grupos intelectuales manifestaron en Nueva York contra estas medidas. La revista Newsweek no vaciló en hablar de un «holocausto de libros» y la revista Time utilizó el término «bibliocausto». El poeta Bertolt Brecht repudió la quema en su poema Die Bücherverbrennung, escrito poco después de enterarse de que sus textos habían sido destruidos.

[Libros de judíos: Patrimonio desaparecido:]
Según W. Jütte, se destruyeron las obras de más de 5.500 autores. Los principales textos de los más destacados representantes de inicios del siglo XX alemán recibieron vetos continuos y ardieron sin piedad. La Comisión para la reconstrucción cultural judeo-europea estableció que en 1933 había 469 colecciones de libros judíos, con más de 3.307.000 volúmenes distribuidas de modo irregular. En Polonia, por ejemplo, había 251 bibliotecas con 1.650.000 libros; en Alemania, 55 bibliotecas con 422.000 libros; en la Unión Soviética, 7 bibliotecas con 332.000 libros; en Holanda, 17 bibliotecas con 74.000 libros; en Rumania había 25 bibliotecas con 69.000 libros; en Lituania había 19 bibliotecas con 67.000 libros; y en Checoslovaquia había 8 bibliotecas con 58.000 libros. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, no quedaba ni la cuarta parte de estos textos. Los libros judíos fueron considerados como «enemigos del pueblo» y estaban prohibidos. Entre 1941 y 1943, los dueños de las colecciones eran deportados y sus bibliotecas confiscadas. Un informe confidencial de Ernst Grumach ha revelado que la Gestapo convirtió en pasta de papel cientos de obras para poder sacar folletos y revistas propagandísticas. Las colecciones judaicas de Polonia y Viena se quemaron en un incendio en las oficinas de la Reich­ssi­cher­heit­sha­up­tamt (Oficina Central de Seguridad del Reich), ocurrido entre el 22 y 23 de noviembre de 1943. La obra de Siegfried Kracauer, por ejemplo, especialmente una que llevaba por título Die Angestellten. Aus dem neuesten Deutschland (Frankfurt, Societätsdruckerei, 1930), fue quemada por los nazis debido a sus análisis sociológicos, que contradecían las estadísticas del partido. (Partes editadas de un texto de Fernando Báez)

 

 

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