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Progreso:
El desarrollo es el único fin moral. (Dewey) El término designa dos cosas: 1) una serie cualquiera de hechos que se desarrollan en sentido deseable; 2) la creencia de que los hechos en la historia se desarrollan en el sentido más deseable, realizando una perfección creciente. En el primer sentido se habla, por ejemplo, del progreso de la química o del progreso de la técnica; en el segundo sentido se dice simplemente el progreso. En este segundo sentido la palabra designa no solamente un balance de la historia pasada sino también una profecía para el porvenir. El primer sentido restringido del término no plantea problemas y aparece en todas partes. También los antiguos lo poseyeron y los estoicos en especial lo adoptaron para indicar el progreso del hombre en el camino de la sabiduría o de la filosofía. El segundo sentido del término fue desconocido en la Antigüedad clásica y en la Edad Media. La concepción general que los antiguos tuvieron de la historia fue la de la decadencia a partir de una perfección primitiva (edad de oro) o la de un ciclo de acontecimientos que se repite en forma idéntica y sin límites.

Francis Bacon:
Por lo común se atribuye a Bacon la primera enunciación de la noción de progreso y éste la expuso en un famoso fragmento del Novun Organum (1620). "Por antigüedad debería entenderse la vejez del mundo que se atribuye a nuestros tiempos y no a la juventud del mundo tal como lo fuera entre los antiguos. Y como de un hombre anciano podemos esperar un conocimiento asaz mayor de las cosas humanas y un juicio más maduro que el de un joven, debido a la experiencia y al gran número de cosas que ha visto, oído y pensado, de igual manera de nuestra edad (si tuviera consciencia de sus fuerzas y quisiera experimentar y comprender) sería justo esperar muchas más cosas que de los tiempos antiguos, siendo para el mundo la nuestra la edad mayor, enriquecida por innumerables experiencias y observaciones". Bacon concluye haciendo suyo el dicho de Aulo Gelio (o mejor el que éste atribuía a un viejo poeta): veritas filia temporis. Pero algunos decenios antes, conceptos parecidos a éstos habían sido expuestos por Giordano Bruno en la Cena delle ceneri (1584).

    La gran mayoría de los religiosos consideraron que la agitación del Renacimiento procedía del mal espíritu y que constituía un peligro para la fe y las buenas costumbres. La Iglesia se consideraba a sí misma como promovedora de todo fecundo progreso espiritual, y protectora de toda verdadera educación y cultura. Unos pocos de ellos procuraron traer la literatura clásica al servicio de la religión y la institución se enfrentó a las nuevas ideas de forma no excesivamente vehemente. El mayor grado de libertad de pensamiento que se consiguió en los países protestantes dio paso a una ventaja en los terrenos de la ciencia, la técnica y la economía respecto a los países católicos.

En el siglo XVII la noción de progreso da sus primeros pasos, sobre todo a través de la disputa acerca de los antiguos y los modernos, mientras que en el siglo XVIII, con Voltaire, Turgot y Condorcet prevaleció la concepción de la historia. Pero solamente el siglo XIX vio la afirmación total del concepto, que en los primeros decenios fue el estandarte del romanticismo y adquirió el carácter de la necesidad. El concepto de la necesidad del plan progresivo de la historia fue expuesto por Fichte de manera enérgica: "Cualquier cosa que existe realmente, existe por absoluta necesidad y existe necesariamente en la precisa forma en que existe". Esta necesidad es racionalidad pura: "Nada es como es porque Dios lo quiera arbitrariamente así, sino porque Dios no puede manifestarse de otra manera... Comprender con clara inteligencia lo universal, lo absoluto, lo eterno e inmutable, en cuanto guía de la especie humana, es tarea de los filósofos. Fijar de hecho la esfera siempre cambiante y mutable de los fenómenos por los cuales procede la segura marcha de la especie humana es tarea del historiador, cuyos descubrimientos son sólo causalmente recordados por el filósofo. Idéntica concepción fue definidap por el positivismo, que con Comte exalta al progreso como la idea rectora de la ciencia y de la sociología, considerándolo como "el desarrollo del orden" y extendiéndolo también a la vida inorgánica y animal. On the Origin of Species (1859) de Darwin, dio una base positiva o científica al mito del progreso, aduciendo pruebas en favor de un transformismo biológico interpretado en sentido optimista y progresivo. Y la obra de Spencer First Principles (1862), utilizó la noción de progreso para una interpretación metafísica, que pretendía ser positiva o científica, de la total realidad.

Evolucionismo:
Según H. Spencer (1820-1903), el sentido de la existencia consiste en exigir a seres cuya ley fundamental es el placer que se sacrifiquen por sus futuros sucesores, a los que, pese a no conocer, han de preparar un mundo mejor. Y no por altruismo simple o morboso masoquismo partidario de la automortificación, sino por el profundo convencimiento de que los hombres, como parte que son de la vida, serán siempre posteriormente superados, en consonancia de las leyes de la evolución de la vida formuladas por Darwin (1808-1882). El sentido del evolucionismo es no entorpecer la vida comprendiendo su desarrollo. Frente a tal ideal, la actual degradación a que sometemos el habitat, la destrucción de zonas verdes y el mar, la polución, etcétera, más la lucha de clases universal, hacen del evolucionismo spenceriano algo desgraciadamente pasado de moda.

August Comte:
Adam Smith en su Teoría de los sentimientos morales (s.XVIII), para quien el sentimiento de humanidad o benevolencia está todavía muy próximo al contagio emocional animal, por lo cual debería canalizarse y racionalizarse por leyes de justicia y reciprocidad procedentes de la razón. Auguste Comte (1798-1857), fundador del positivismo, establece las conocidas leyes del progreso social, que es justamente aquello en lo que ha de ponerse la esperanza y el sentido de la vida: 1. Ley del progreso intelectual (con sus tres estadios, el teológico, al que seguiría el metafísico y luego el positivo). 2. Ley del progreso de la actividad: Las actividades pacíficas e industriales deberían ir supliendo y superando progresivamente a las bélicas e imperialistas. 3. Ley del progreso afectivo: Los dos sentimientos naturales del hombre, egoísmo y altruísmo, más débil éste al principio, deben desenvolverse de forma que el altruismo acabe dominando sobre el egoísmo. La ley que daría sentido al hombre sería: Vive para los demás.

Nietzsche llama a transformar el mundo inanimado, en el que no hay nada metafísico, sirviéndose de la voluntad de poder. No hay un Dios ante el que habría que rendir cuentas por instrumentalizar a nuestros semejantes. Su concepción del mundo, sin nada superior ni punto de vista privilegiado, ejercerá una potente influencia en las ideologías que modelaron la historia del siglo XX.


Bernard Shaw: Perfeccionarse:
En opinión de Shaw, el hecho de entregarse uno mismo a una causa era el acto de fe más importante de la vida, no en tanto que gesto de abnegación o sacrificio, como sostuviera en su día el cristianismo, sino en tanto que deber creativo. La voluntad también resultaba crucial, puesto que «el progreso del conocimiento y la civilización no arregla las cosas, sino que se limita sencillamente a traer consigo nuevas necesidades y, con ellas, nuevos sufrimientos y nuevas formas de egoísmo. Por consiguiente, la voluntad sigue siendo un elemento necesario». Además, como él mismo habría de añadir en otro lugar: «El mundo está esperando a que el Hombre lo redima del patético y mezquino gobierno de los dioses». No obstante, Shaw reconocía con franqueza que «todavía no se ha descubierto la fórmula exacta… para el advenimiento del superhombre. En tanto no la consigamos, todo nuevo nacimiento seguirá siendo un experimento en la Gran Búsqueda que está realizando la Fuerza de la Vida para descubrir dicha fórmula». Además, el escritor insistía en la existencia de un «irresistible anhelo» por el que la vida tiende a alcanzar un estadio cada vez más elevado, un deseo que nos impulsa hacia la perfectibilidad: «En el paraíso que busco [no hay] más júbilo que el relacionado con la tarea de cooperar con la existencia en su empeño por alzar el vuelo». En Don Juan, Shaw lo expresará con estas palabras: «Yo os digo que mientras me sea dado concebir algo superior a mí mismo no hallaré reposo a menos que me encuentre luchando por hacerlo realidad o allanando el camino que pueda propiciar su venida… Yo os digo que en la procura de mi propio placer… jamás he hallado felicidad alguna». En similares términos se lo hará saber a Tolstói en una carta fechada en 1910: «Para mí Dios no existe… La vigente teoría de que Dios posee ya, en acto, la plena perfección de sí mismo implica creer que ha dado en crear deliberadamente algo inferior a Él… A mi juicio, y a menos que concibamos a Dios como a un ente embarcado en una permanente lucha por superarse a sí mismo, todo cuanto estamos concibiendo es simplemente un petulante omnipotente». Y en el epílogo de Volviendo a Matusalén añadiría, nada menos que en una fecha tan tardía como la de 1944, que, «por consiguiente, Dios no es una Persona, sino un Propósito incorpóreo, un ser incapaz de hacer nada por sí solo en forma directa». (Watson)

 

 

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