Etiopía             

 

Etiopía:
Italia en la Etiopía de Menelik:
Los métodos tradicionales de gestión imperial y el convencimiento sobre la superioridad militar y moral de Europa se toparon con otros desafíos en el cambio de siglo. La rebelión bóxer en China fue una de las numerosas revueltas indígenas que surgieron contra los métodos imperiales occidentales y sus consecuencias. La guerra ruso-japonesa fue un conflicto muy largo entre dos potencias imperiales que puso en duda la idea de la superioridad inherente a Europa sobre todos los demás pueblos del mundo. Pero también surgieron otras complicaciones para las potencias europeas. Durante las décadas de 1880 y 1890, Italia había estado formando un pequeño imperio propio a lo largo de las costas del mar Rojo. Italia se anexionó Eritrea y partes de Somalia y, poco después de la muerte de Gordon en Jartum, repelió una invasión de sus nuevas colonias por parte de las fuerzas de Mahdi. Aquellos primeros éxitos coloniales animaron a los políticos italianos, dedicados aún a la construcción de una nación industrial moderna, a desarrollar un proyecto imperial mucho más ambicioso.

En 1896 envió una expedición a conquistar Etiopía. Etiopía era un imperio interior montañoso, el último gran reino independiente de África. Su emperador, Menelik II, era un político inteligente y un caudillo militar sagaz. Sus súbditos eran cristianos en su mayoría y el comercio del imperio había permitido a Menelik invertir en la artillería europea más moderna para custodiar sus vastas propiedades. La expedición, consistente en varios miles de soldados italianos profesionales y muchos más reclutas somalíes, marchó hacia los pasos de montaña etíopes. Menelik los dejó entrar consciente de que, para seguir los caminos, los mandos italianos tendrían que dividir las fuerzas. El inmenso ejército de Menelik avanzó por las montañas y cuando el desorganizado ejército italiano intentó reagruparse cerca de la población de Adua en marzo de 1896, el ejército etíope se interpuso entre las columnas separadas y las destruyó por completo dando muerte a seis mil efectivos. Adua se convirtió en una humillación nacional para Italia y en un símbolo para los radicales políticos y reformadores africanos durante los albores del siglo XX. El próspero reino de Menelik pareció ser una excepción desconcertante, y tal vez peligrosa, a las ideas que circulaban en Europa acerca de las culturas africanas en general. (Coffin)

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Régimen de Mengistu:
En febrero de 1974 los estudiantes, trabajadores y soldados comenzaron una serie de huelgas y manifestaciones que culminaron el 12 de septiembre de 1974 al derrocar a Hailé Selassié tras un golpe militar. Se creó un grupo para dirigir el país, denominado Consejo Administrativo Provisional Militar, o Dergue. A finales de 1974 se anunció el establecimiento de una economía socialista controlada por el Estado. A comienzos de 1975 se nacionalizó la tierra cultivable, y una gran parte de ella fue parcelada en pequeños lotes para entregarla a propietarios individuales. En marzo de 1975 se abolió la monarquía, y Etiopía pasó a ser una República. Durante 1976-1977 el teniente coronel Hailé Mariam Mengistu se mostró como la principal figura política del país; su posición se consolidó a comienzos de 1977 cuando varios de sus rivales potenciales murieron durante una lucha de poder entre dirigentes del Dergue. Los estudiantes, algunas facciones políticas, y dos movimientos secesionistas en la región de Ogadén (en el suroeste de Etiopía), y en Eritrea, continuaron oponiéndose fuertemente al régimen de Mengistu. El largo conflicto se intensificó a mediados de 1977 y los secesionistas pronto tomaron el poder de la mayor parte de Ogadén con el destacado apoyo de Somalia. Con posterioridad, el gobierno etíope recibió ayuda militar a gran escala, incluyendo tropas de Cuba y consejeros militares de la URSS, lo que le permitió algunas victorias ante los rebeldes, pero la resistencia a su autoridad continuaba. En septiembre de 1984, Etiopía pasó a ser un Estado marxista-leninista, con Mengistu como secretario general del nuevo Partido de los Trabajadores. Con la nueva Constitución que establecía un gobierno civil, el país cambió su nombre por el de República Democrática Popular de Etiopía en 1987; la legislatura nacional eligió a Mengistu como presidente. Mientras tanto, un programa gubernamental para reducir la pobreza y aumentar el crecimiento económico se vio paralizado por una hambruna y una sequía recurrentes. Los impopulares programas gubernamentales de realojo y urbanización, en sí mismos una respuesta a la sequía e inseguridad, empeoraron las cosas. La prolongada guerra civil impidió durante toda la década de 1980 los esfuerzos mundiales de proporcionar alimentos y ayuda médica al país, con ambos bandos obteniendo capital político de los suministros de ayuda.

[Década 1990:]
Con el inicio de la década de 1990 comenzó el colapso del bloque soviético y una drástica restricción de su ayuda que volvió vulnerable al gobierno de Mengistu. Dos movimientos rebeldes aliados, el Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope (FDRPE), el reestructurado y renombrado Frente de Liberación del Pueblo de Tigré (FLPT), junto a los separatistas del Frente de Liberación del Pueblo de Eritrea (FLPE), obtuvieron el control de las provincias del norte en 1990. En mayo de 1991, Mengistu escapó a Zimbabue. Tras la mediación de los Estados Unidos en las conversaciones de paz, el FDRPE entró en Addis Abeba sin oposición y constituyó un gobierno nacional interino. Bajo la presidencia de Meles Zenawi, el nuevo gobierno se encontró con el ingente trabajo de reconstruir la nación. Surgieron tensiones étnicas, especialmente entre los tigreanos y los oromo, que dejaron sin validez con las elecciones locales de 1992. Se celebraron elecciones multipartidistas para una nueva asamblea nacional en 1995. Mientras tanto, el FLPE estableció un gobierno provisional en Eritrea. Después de que en 1993 los votantes aprobaran la secesión, Eritrea declaró su independencia, que fue reconocida por Etiopía. (Encarta)

En junio de 1994 los ciudadanos etíopes eligieron a sus representantes en la Asamblea Constituyente, encargada de redactar una nueva Constitución de carácter democrático. El FDRPE obtuvo 484 de los 547 escaños con que contaba la cámara. La nueva ley fundamental, que garantizaba derechos especiales a los diferentes grupos étnicos del país, quedó definida en el mes de diciembre. En mayo de 1995 quedó constituida, tras la celebración de elecciones parlamentarias, una nueva cámara legislativa, el Consejo de Representantes del Pueblo, en la que obtuvo la mayoría el FDRPE. En el mes de agosto, la Asamblea Constituyente transfirió sus poderes de manera oficial al nuevo legislativo, y el país pasó a denominarse República Federal Democrática de Etiopía. Durante ese mismo mes, la cámara nombró a Meles Zenawi primer ministro, mientras que Negaso Gidada accedía a la presidencia del país. Algunos grupos étnicos, incluidos sectores de los oromo y los ahmara, mantuvieron sus críticas hacia el nuevo gobierno, al consideraban tan ilegítimo como su predecesor. La oposición más radical procedió, no obstante, de la región de Ogadén, en el sureste del país, donde los rebeldes islamistas de etnia somalí, apoyados por sus parientes que habitan en Somalia, combatían para lograr la independencia de la región desde el derrocamiento de Mengistu. A finales de 1996, el Ejército etíope atacó sus bases somalíes en una ofensiva en la que perdieron la vida más de 200 rebeldes.

[Conflicto con Eritrea:]
También con Eritrea, su vecino nororiental, el nuevo gobierno mantuvo un litigio territorial que provocó el inicio de hostilidades. La ocupación, en mayo de 1998, de un sector de la región autónoma etíope de Tigré (Tigray) por parte de Eritrea (que reivindicaba ese territorio de acuerdo con los límites establecidos por los mapas italianos de la época colonial) dio paso, en febrero de 1999, a la generalización de los combates. Coincidiendo con la conmemoración de la batalla de Adua (1 de marzo de 1896), Etiopía proclamó su victoria sobre Eritrea, que había aceptado la mediación de la Organización para la Unidad Africana (OUA). No obstante, las hostilidades se prolongaron durante los meses siguientes. En otro orden de cosas, en 1994 los tribunales iniciaron los procesos penales contra miembros y simpatizantes del régimen de Mengistu por los crímenes cometidos durante el periodo conocido como Terror Rojo. Hacia 1997, más de 5.000 sospechosos habían sido acusados de la comisión de delitos tales como tortura, asesinato y genocidio. En 1996 se inició la vista contra los 80 miembros del Dergue, 23 de los cuales, incluido Mengistu, fueron juzgados en rebeldía. El gobierno etíope solicitó la extradición del ex dictador, refugiado en Zimbabue. Los grupos defensores de los derechos humanos criticaron el hecho de que algunos de los acusados llevaran en prisión desde 1991. Fuerzas militares etíopes penetraron a mediados de mayo de 2000 en territorio eritreo, llegando a ocupar numerosas localidades fronterizas, y los combates causaron miles de muertos. A finales de ese mes, Eritrea aceptó retirarse a la zona limítrofe anterior a su invasión de 1998, al tiempo que las tropas etíopes se acercaban a la capital del Estado vecino, Asmara, y ambos países comenzaban negociaciones de paz en Argelia. El 30 de mayo, Zenawi dio por terminada la ofensiva militar etíope. El 18 de junio, Etiopía y Eritrea firmaron la paz en Argel, gracias a la mediación de la OUA, con el consiguiente despliegue de fuerzas de la ONU en la frontera entre ambos estados.

En octubre de 2001, la Asamblea Parlamentaria Federal, reunida en sesión conjunta de sus cámaras, eligió presidente de la República a Girma Wolde-Giyorgis, quien sucedió así en la jefatura del Estado a Negaso Gidada. Al año siguiente, el país se vio sacudido por una nueva grave crisis; al igual que en 1984, una pertinaz sequía sumió en el hambre a millones de personas. Ante esta situación, el primer ministro, Zenawi, solicitó el auxilio internacional para intentar paliar los que se preveían como trágicos efectos de la hambruna. En las elecciones legislativas del 15 de mayo de 2005, celebradas bajo la supervisión de observadores internacionales, el FDRPE revalidó en las urnas la mayoría absoluta que lograra en 2000 (lo que supuso la reelección de Zenawi como primer ministro). Sin embargo, la Coalición por la Unidad y la Democracia (CUD) logró un notable incremento de sus diputados en el legislativo. Los resultados suscitaron numerosas y airadas protestas por parte de la oposición (abanderada por la CUD), que denunció los presuntos fraudes cometidos por el gobierno tanto en la campaña previa a los comicios como en el escrutinio electoral; la tensión aumentó y los violentos disturbios y enfrentamientos que tuvieron lugar entre las fuerzas de seguridad y los manifestantes ocasionaron la muerte de decenas de personas. El 9 de octubre de 2007, el Parlamento reeligió presidente a Girma Wolde-Giyorgis. (Encarta)


Etiopía: Situación de las mujeres:
Etiopía es un país de contrastes. Cuando paseas por su capital, Adís Abeba, con más de tres millones de habitantes, puedes encontrar a jóvenes modernos, vestidos según las últimas tendencias —americana de colores, jeans ajustados, gafas de sol…—, disfrutando de la terraza de un emblemático hostal de Piazza y compartiendo una relajada tarde rodeados de colegas. Pero, justo en la acera de enfrente, apoyados en las vallas amarillas y verdes que empapelan las obras de media ciudad, yacen los desvanecidos, los invisibles, etíopes de mirada ausente, desesperanzada, rendida, perdida e ida, sin aliento para buscar ni encontrar sentido, carentes de todo y de nada. Y, en medio de esta fotografía se encuentran las mujeres, sometidas a una carrera de fondo repleta de retos, que las convierte en la revelación y en la esperanza de futuro. En Etiopía, la tasa de morbilidad entre las mujeres es del 75%, muy lejos del 25% que afecta a la población masculina. Pero este dato frío es solo la punta del iceberg de la situación de la mujer etíope, que se encuentra abocada a una serie de dificultades a las que tiene que enfrentarse desde que nace, como la pobreza, ciertas tradiciones y costumbres propias del país, el matrimonio precoz, los numerosos embarazos durante la adolescencia, así como la evidente falta de protección de los DDHH. Un conjunto de despropósitos que amenazan con hacer descarrilar sus ambiciones y sueños, que suelen verse truncados en edades muy tempranas. Al igual que en muchas culturas, en las mujeres etíopes recaen las responsabilidades del cuidado doméstico familiar, así como la mitad de las tareas del trabajo agrícola. No es extraño verlas por senderos polvorientos y abruptos, recorriendo largas distancias, cargadas con bidones amarillos en busca de agua, o en medio de los cultivos, con faldas largas y pañuelo rodeando la cintura, recogiendo el cereal, sin permitirse doblar un centímetro las rodillas, y en muchos casos con un rostro asomado en sus espaldas. Pero eso sí, sin desprender ningún síntoma de cansancio, debilidad o resignación. Se estima que el 85% de la población del país depende de la agricultura, especialmente del cultivo del café, convertido en modo de subsistencia del 25% de los etíopes. En los extensos campos de café y te, situados a pocos kilómetros de la capital, se puede percibir la dureza de la vida. Sorprende ver, las herramientas con las que se cultiva, cuyas características son muy similares a los instrumentos utilizados en la Edad Media. Por estos mismos caminos rurales, quien recorra el país posiblemente se cruzará con niños y niñas de no más de 5 años, con la piel castigada por el clima, dirigiendo rebaños de vacas con bastones que les sacan tres cabezas, sandalias de goma, y vestidos que se deshacen a tiras. Los pequeños etíopes recorren largas distancias repletas de soledad. Otra escena habitual al girar cualquier esquina es la de un grupo de niños y niñas dirigiéndose a sus escuelas, vestidos con uniforme, y agrupándose por colores a medida que llegan a su destino, sin desprenderse de su libro debajo del brazo. Según UNESCO, Etiopía cuenta con un analfabetismo de cerca del 30%, que sacude de manera significativa a las mujeres: si bien la tasa de alfabetismo de los hombres representa el 71,13%, en las mujeres es del 67’82%. Aunque la escolarización es obligatoria y gratuita hasta los 15 años, el absentismo es muy elevado debido a un conjunto de factores: el hecho de no reconocer la educación cómo prioritaria, las dificultades para afrontar los costes indirectos de la escolarización de todos los hijos e hijas, así como la pérdida de mano de obra en beneficio de la economía familiar; factores a los que, en el caso de las niñas, se añade el matrimonio precoz. Los Derechos Humanos, amenazados Aunque desde 2011 Etiopía dispone de un nuevo Código de la Familia, que garantiza la igualdad de las mujeres en el matrimonio y establece la edad legal para casarse en los 18 años, según Unicef, el 40% de niñas etíopes se casan antes de cumplir los 18 y cerca del 20% se casa antes de los 15. Estas cifras, aunque varían mucho en función de cada región, son alarmantes. Su existencia nos revela una práctica más de discriminación contra las mujeres, que saca a la luz el escaso valor otorgado al género femenino. Amparado en tradiciones culturales propias de la comunidad, el matrimonio precoz se defiende como una estrategia de seguridad hacia las mujeres frente a posibles violaciones, o como protección para las familias ante la deshonra que provocan los embarazos extramatrimoniales o la mera existencia de relaciones sexuales prematrimoniales. Sin embargo, los enlaces precoces a menudo desembocan en problemas de salud, violencia dentro del matrimonio y desescolarización. Otro dato importante, en la radiografía de los Derechos Humanos y las mujeres etíopes, tiene relación con la mutilación genital femenina. Según datos estadísticos de UNICEF, en 2013 Etiopía se situaba en la onceava posición de los países con mayor número de prácticas de mutilación genital. Este mismo organismo estima que el 74% de las mujeres etíopes han sido sometidas a esta práctica, que fue declarada ilegal por el Código Penal etíope en 2004, pero que no ha cesado, especialmente en las zonas rurales del país. A esta lacra debemos sumar los efectos que padecen las mujeres etíopes en relación a la violencia sexual. Etiopía se encuentra entre los tres países con más casos de agresión sexual, según el informe “World’s Woman 2015” de la ONU. El 60% de las mujeres afirman que han sufrido algún tipo de abuso y cerca del 20% de las mujeres que respondieron una encuesta promovida por ONU Mujeres reconocieron que su primera relación sexual fue fruto de una violación. Pero no sólo las mujeres, sino también los menores (sean niños o niñas), son víctimas de formas extremas de violencia. Etiopía es considerado un país de origen, tránsito y destino para las víctimas de la trata. Además de la trata hacia el exterior, el país destaca por un elevado porcentaje de trata interna, es decir, aquella en la que el proceso de reclutamiento, traslado y explotación de las víctimas se produce dentro de las propias fronteras. Según el Informe de la Organización Internacional para las Migraciones de 2011, el tráfico de seres humanos ha aumentado en el país africano: se calcula que cada año son vendidos 20.000 niños por uno o dos euros (entre 10 y 20 birr), generalmente procedentes de zonas rurales y con edades comprendidas entre los 10 y 18 años. Las niñas se venden para ser explotadas sexualmente o en el servicio doméstico mientras que a los niños se les fuerza a trabajar en fábricas textiles en condiciones de esclavitud. Una esperanza de futuro Como hemos visto, la mujer etíope debe enfrentarse a complicadas situaciones de discriminación a lo largo de su vida. La falta de oportunidades laborales, en muchos casos como consecuencia de la educación deficitaria, la dependencia económica causada por la carga social del cuidado familiar, y las ganas de cambiar los roles y las responsabilidades de género son circunstancias que exponen a las mujeres etíopes a situaciones de vulnerabilidad. Para romper la inercia y las sumisiones promovidas por el sistema patriarcal, muchas se arriesgan a embarcarse en procesos migratorios que las alejan de una sociedad empeñada en no escuchar su voz. Son muchas, pues, las que sucumben a las promesas de una vida mejor tanto a ellas como para sus familias, y se embarcan en una aventura que les permita salir del umbral de la pobreza y acceder a aquellos derechos y oportunidades hasta ahora impensables en Etiopía. No obstante, otras tantas mujeres permanecen en el país y escriben sus historias de resistencia. Cansadas de esta constante vulneración de derechos, algunas de ellas tomaron conciencia de su situación y comenzaron a reivindicar la igualdad en torno a problemáticas económicas, sociales y políticas, tanto en derechos como en oportunidades. Ejemplo paradigmático de ello es el movimiento feminista Setaweet (palabra cuyo significado en amhárico es “de la mujer”), que desafía las normas sociales y pretende combatir el sexismo en todas sus esferas, a través de encuentros y reuniones dónde se discuten posicionamientos y se exponen las desigualdades a las que ha de hacer frente la mujer etíope. Entre las preocupaciones principales de Setaweet figura la educación, concebida como herramienta para derribar normas sociales y culturales y forjar un futuro mejor. Las mujeres etíopes —abuelas, madres, hijas…— son auténticas heroínas que se enfrentan a múltiples episodios de violencia a lo largo de la vida y buscan la fuerza en las entrañas para ofrecer la mejor de sus versiones. Son mujeres impregnadas por el instinto de libertad del que habla Chomsky, luchadoras cada una desde su posición, y unidas por el convencimiento de que deben crear redes de solidaridad para convertirse en agentes de transformación. Como dice el pensador norteamericano: “Si asumes que no hay esperanza, garantizas que no habrá esperanza. Si asumes que hay un instinto de libertad, que hay oportunidades para cambiar las cosas, entonces hay una posibilidad de que puedas contribuir para hacer un mundo mejor. Esa es tu alternativa”. (Irene Sotelo, 02/04/2017)


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