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Africa:
El Congo de Mobutu:
Yo soy el segundo más rico de Africa; el primero es Hassan II de Marruecos. Palabras de un dictador sobre su amigo dictador. El que durante 32 años fuera presidente del antiguo Zaire, Mobutu Sese Seko, que murió en septiembre de 1997, padre de 14 hijos, posiblemente tuviera razón con esta afirmación (la hizo cuando aún mandaba sobre 40 millones de súbditos). El siniestro y corrupto ex dictador confundió casualmente el Tesoro Público con su cuenta particular, revendió armas de Zaire a guerilleros angoleños, esquilmó el Banco Central y tenía por costumbre rapiñar 2.000 millones de pesetas mensuales de las ricas minas de cobalto, cobre y diamantes, al tiempo en que convertía a su país en el cuarto más pobre de la Tierra. La embajada de Zaire (ahora Congo) en Madrid, por ejemplo, desde hace años no recibe un solo dólar de Kinshasha (antigua Leopoldville). Los diplomáticos incluso intentaron pedir una ayuda alimenticia durante la campaña del 0,7 a un organismo oficial español, que se la denegó. La única fuente oficial de ingresos de la embajada congoleña en Madrid es la venta de visados a periodistas y cooperantes.

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Mobutu, quien en 1965 llegó al poder mediante un golpe de estado, nunca fue un gobernante demasiado cruel. No era un monstruo demente del calibre del emperador Jean-Bédel Bokasa de la República Centroafricana, también antiguo dominio francés, o del mariscal Idi Amin de Uganda, antiguo feudo británico. Mobutu no hizo degollar adversarios políticos para guardar los despojos en su frigorífico, como lo hizo Bokasa. Tampoco echó a prisioneros a los cocodrilos ni les obligó a romperse mutuamente el cráneo con martillos de forjar, como lo hizo Amin. El ex presidente zaireño gobernó con un mínimo de violencia, pero con un máximo de corrupción. No obstante, el rey de los ladrones (como lo llamaron sus oponentes) es responsable de miles de muertes debido a su sistema de robo y explotación total del país. La esperanza de vida en la mayor parte del ex Zaire es hoy tan baja como antes de la llegada de los belgas en el siglo XIX. La gente muere de enfermedades triviales que podrían curarse con pastillas en venta libre, si los congoleses pudieran pagarlas. La potencia colonial dejó 5.000 kilómetros de carreteras en condiciones impecables; de éstos hoy sólo unos 200 son más o menos transitables. El país es tan fértil que casi podrñia suministrar a toda Africa de comestibles. Sin embargo, millones de sus habitantes sufren malnutrición. Mobutu poseía villas, palacios y fincas en -o cerca de- Bruselas, Namur, Niza, Dakar, Lisboa, Madrid (una mansión en Las Lomas, al noroeste de la capital, a cuyos empleados, contrariamente a los de la embajada, no les falta dde nada), Mombasa, Abidjan y Casablanca, así como un piso de lujo en la carísima avenida Foch, de París. El patrimonio personal que dejó al morir es estimado en, como mínimo, 8.000 millones de dólares, cantidad que satisfaría toda la deuda exterior del antiguo Zaire. Desde hace años, un ciudadano enfermo sólo puede permitirse ingresar en un hospital si lleva los medicamentos y la comida consigo. No se construyen carreteras desde los años 70. Si no fuera por los misioneros católicos, ningún niño zaireño/congolés recibiría una educación. El nuevo dictador de la flamante República Democrática del Congo, Laurent Kabila, a juzgar por su currículum, promete más de lo mismo. Cuando comenzó la guerra civil zaireña, en octubre de 1996, el rebelde Kabila recibió la ayuda de países vecinos, Uganda, Ruanda y Angola, que veían una oportunidad de oro para librarse del incómodo Mobutu. Y, sobre todo, recibió el beneplácito de los EE.UU., que por fin podía desplazar a Francia como potencia hegemónica en la región. En enero de 1997, el gobierno francés, según publicó The Ney York Times realizó una operación militar encubierta para defender al régimen de Mobutu frente a la ofensiva de los rebeldes dirigidos por Kabila. Este acontecimiento no hizo sino confirmar el choque entre EE.UU. y Franciaen el antiguo Zaire. Desde la derrota del gobierno hutu de Ruanda en 1994, Francia está fuera del negocio en Africa central. Ese Gobierno hutu fue responsable del genocidio de cerca de un millón de tutsis y hutus moderados. El actual dictador de Ruanda, Paul Kagame, un tutsi educado en EE.UU. y que no habla francés, es estrecho aliado de los norteamericanos. Lo mismo que Yoweri Musewini, dictador de Uganda. Ambos juegan en el campo de Kabila. La caida de Mobutu, a principios de 1997, afectará a corto y medio plazo los intereses franceses en la vecina República Centroafricana, posiblemente la siguiente ficha del dominó, y por por supuesto también al antiguo Congo francés con su capital Brazaville; quizá incluso Gabón, el mayor exportador de manganeso del mundo, con lo que estaríamos al lado de Guinea Ecuatorial, la antigua colonia española. EE.UU., de repente, muestra mucho interés en Africa. Está en juego el poder político y, sobre todo, la riqueza mineral. El Gobierno amaricano ya no ve al continente negro desde el prisma de la guerra fría: Rojos y azules. Mobutu, que desde el principio de su tiranía sirvió a EE.UU. de sólido dique anticomunista y entregó Zaire como base de operaciones para armar a la guerrilla Unita de Angola, dejó de ser útil. Las credenciales del nuevo déspota del Congo son muy dudosas. Kabila fue marxista confeso en los años sesenta, coqueteó con China y la URSS. En su debe en la reciente guerra están los miles de hutus que se han evaporado de la selva. El comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, Roberto Garreton, dijo, en abril de 1997, que hay 40 fosas comunes cerca de Kisangani (antigua Stanleyville) con miles de personas dentro. La comisaria europea par Ayuda Humanitaria y Pesca, Emma Bonino, denunció la desaparición de 280.000 refugiados en el conflicto del Congo, ante la indiferencia de la comunidad internacional. Nos faltan 280.000 personas que no sabemos dónde están, señaló Bonino, para quien las organizaciones humanitarias, sus cooperantes y voluntarios, se habían quedado absolutamente solas en el conflicto del Zaire. (Stephan Doppler, 1997)


Sudáfrica: Fin del Apartheid:
Los legados del colonialismo pesaron mucho en el África subsahariana. La mayoría de las antiguas colonias del continente consiguieron la independencia después de la Segunda Guerra Mundial cuando las infraestructuras básicas acumulaban décadas de deterioro debido a la negligencia imperial. Los largos años de Guerra Fría conllevaron escasas mejoras porque los gobiernos de todo el continente estaban plagados de corrupciones tanto internas como impuestas desde el exterior, miseria y guerras civiles. En el África subsahariana, empezaron a aparecer dos tendencias distintas alrededor de 1989, cada una de ellas determinada por la confluencia del fin de la Guerra Fría y unas condiciones locales inestables. La primera tendencia se puede contemplar en Sudáfrica, donde la política había girado durante décadas alrededor de políticas raciales brutales de apartheid apoyadas por un gobierno minoritario blanco. El detractor más destacado del apartheid, Nelson Mandela, que dirigió el Congreso Nacional Africano (ANC, del inglés African National Congress), llevaba encarcelado desde 1962. La represión intensa y el conflicto violento continuaron hasta los años ochenta y llegaron a un peligroso callejón sin salida a finales de esa década. Entonces, el gobierno sudafricano optó por recurrir a una táctica audaz: a comienzos de 1990 liberó a Mandela. Éste volvió a asumir el liderazgo del ANC y guió al partido hacia la reanudación de las manifestaciones públicas unida a planes de negociación. La política dentro del régimen blanco dominado por los afrikáneres también cambió cuando F. W. de Klerk sucedió como primer ministro al reaccionario P. W. Botha. De Klerk, un pragmático que tenía miedo de una guerra civil y del derrumbamiento nacional por el apartheid, formó un buen tándem con Mandela. En marzo de 1992 ambos entablaron conversaciones directas para instaurar un gobierno mayoritario. A ellas les siguieron reformas legales y constitucionales y, en mayo de 1994, durante unas elecciones en las que participó toda la población sudafricana, Nelson Mandela salió elegido como primer presidente negro del país. Aunque muchas de sus iniciativas de gobierno para reformar la vivienda, la economía y la sanidad pública fracasaron, Mandela atenuó el clima de la violencia racial organizada. También adquirió y mantuvo una gran popularidad personal entre sudafricanos blancos y negros por igual como símbolo vivo de una cultura política nueva. La popularidad de Mandela se propagó por el extranjero, tanto dentro del África subsahariana como en todo el resto de mundo. En cierta cantidad de estados poscoloniales más pequeños, como Benín, Malawi y Mozambique, el inicio de la década de 1990 deparó reformas políticas que terminaron con el mandato de un partido o un dirigente único en beneficio de democracias parlamentarias y reformas económicas. (Coffey)


Notas RASD:
El rey por la gracia de los franceses (su padre, el sultán ben Youssef, posteriormente rey Mohamed V, fue entronizado por el Gobierno galo) realmente encabezó la llamada Marcha Verde, dos semanas después de que el Tribunal de La Haya se pronunciara a favor de la independencia de la población. Al año siguiente, Marruecos y Mauritania se dividien el Sahara occidental y la administración española se retira. En el mismo año, el Frente Popular para la Liberación de saguia el-Hamra y Río de Oro (Frente Polisario) proclama la República Arabe Saharaui Democrática (RASD), con el gobierno exilado en Argelia. España, al igual que todos los países europeos, no reconoce este Gobierno, contrariamente a la mayoría de los países del Tercer Mundo. La Organización para la Unidad Africana (OUA), por ejemplo, vota por la República Saharaui. Marruecos, a su vez, amenaza con retirarse de esta organización. [En 1979 Marruecos ocupó la parte del Sahara que Mauritania reclamó en un principio. Mauritania firmó la paz en 1979 y reconoció a la RASD en 1984]. [...] Mientras en Mauritania reina la paz (salvo algunas incursiones de los tuareg de Malí de vez en cuando por tradición), y también hay esperanzas fundadas para la prosperidad, en el vecino Sahara occidental las tropas marroquíes se prepararon para la guerra. 150.000 saharauis, sobreviviendo gracias a la ayuda internacional, esperan desde hace años en el desierto su anhelado regreso. En los años 80, militares y obreros marroquíes construyeron un muro que separa las zonas controladas por Hassan II y Mohamed Abdelaziz, el líder del Frente Polisario, casi tan perfecto como el antiguo Muro de Berlín: trincheras, fosos, taludes, alambradas y campos minados, y todo esto a lo largo de 2.000 kilómetros. Los saharauis tienen prohibido acercarse a menos de diez kilómetros de esta línea. La solución, tal como lo ve la ONU, está en la celebración de un referéndum en el territorio (para decidir la independencia o la anexión a Marruecos). Pero desde 1992 la celebración del varias veces anunciado plebiscito se ha retrasado una y otra vez. El desacuerdo sobre los criterios de identificación de las personas con derecho a voto es la princiapal razón de los aplazamientos. El gobierno marroquí trasladó a decenas de miles de sus ciudadanos al Sahara occidental en un intento obvio de Hassan de ganar el referéndum. Como siempre, Francia, la Gran Nación, quiere tomar parte en el juego, apoyando la posición marroquí en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Ahora, han aparecido los americanos. El antiguo ministro de Asuntos Exteriores de los Estados Unidos, James Baker, fue elegido por el secretario general de la ONU como su enviado personal para la antigua provincia española. Esto viene a confirmar el paulatino interés de los Estados Unidos en la zona, rica en fosfatos. Pero todo ello sin romper sus excelentes relaciones con el monarca marroquí. (Stephan Doppler, 1997)

 

 

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