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Generación del 27 y Canarias:
¿Cabe hablar de algún tipo de nexo entre la Generación del 27 y el archipiélago canario: sus hombres, su geografía? Si encaramos el grupo a la luz de un criterio amplio en cuanto a géneros, estratos de calidad y ámbito cronológico, es del todo licito afirmar que de ese grupo forman parte algunos escritores insulares. Desde luego Claudio de la Torre, sin ninguna duda; y Josefina de la Torre, Pedro Perdomo Acedo y Fernando González por citar slolo a autores cuya obra llegó a merecer una cierta atención fuera de las islas, por los años veinte. Pero incluso ateniéndonos a una noción más restrictiva podemos rastrear aquí y allá, una serie de vinculaciones no desdeñables que, pese a su condición episódica, vale la pena recordar. Estas vinculaciones se producen sobre todo en un terreno que fertiliza unaa cualidad notoria del hombre insular -su generosidad no sólo cordial- y en el que también comparecen casi todos los componentes de la Generación cuando se les convoca al conjuro de una nota común que, aún siendo de carácter extraliterario, contribuye a dibujar la singularidad de la fisonomía histórica del grupo, al menos en sus figuras más señeras: el terreno de la amistad. Una amistad que en nuestro caso cristalizó a veces, en una y otra parte, en testimonios literarios muy estimables.

A los nombres ya citados (Claudio y Josefina de la Torre, Pedro Perdomo, Fernando González), hay que añadir, aparte de los que fatalmente ha de nlvidar el recuento precipitado de la memoria, los de Agustín Millares Carló, el pintor Néstor, Miguel y Luis Benitez Inglott, Agustín Miranda Junco y Salvador Quintero, por lo que se refiere a la etapa que canceló brusca y cruentamente el estallido de la guerra civil. Con posterioridad, y en relación con Vicente Aleixandre, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Pedro Salinas y Rafael Alberti, la nómina de los amigos isleños crece apreciablemente; sin contar con que ya se produce un hecho nunca ocurrido en el período anterior: el encuentro físico de los tres primeros con las islas. Encuentro del que por cierto no resulta nada extraño que equivalga a la mutua fecundación que registra el paso de don Miguel de Unamuno por Gran Canaria y Fuerteventura. Recordemos también que la primera -y muy tardía, extemporánea- edición de "Limbo", de Gerardo Diego aparece en la colección "El Arca", de Las Palmas, en 1951. Finalmente, acaso importe aludir al grado de definitiva vinculación que, en determinado momento de su destierro, alcanza Pedro Salinas respecto de la humanidad canaria y que resulta del matrimonio de su hija Solita con el tinerfeño Juan Marichal. Para documentar en parte lo que queda dicho, en las páginas que siguen se reproducen algunos textos lo suficientemente significativos y que, desde luego, no son los únicos que pueden ser aportados, ya que, aparte otros, faltan el prólogo de Pedro Salinas al primer libro de Josefina de la Torre ("Versos y estampas". Litoral. Málaga. 1927) y el relato que Miguel Benítez Inglott hiciera en uno de los números de "Planas de Poesía" acerca de cómo llegó a su poder el original de "Crucifixión", destinado a formar parte de Poeta en Nueva York, y de cómo su pereza (la del musicólogo canario) fue la causa de que Lorca no pudiera incluir este poema en el manuscrito definitivo de su libro. Como es sabido, sólo a partir de su publicación en "Planas de Poesía", en septiembre de 1950, se hizo posible añadirlo a las otras piezas de Poeta en Nueva York. (Manuel González Sosa)

Rafael Alberti
A Claudio de la Torre, de las Islas Canarias
Yo sé, Claudio, que un día tus islas naturales
Un día navegarán con rumbo hacia la playa mía.
y, verdes cañoneros, mirando a Andalucía,
dispararán al alba sus árboles frutales.
¡Oh Claudio! ¡El mar me llama! Nómbrame marinero,
el último aunque sea, de tu marinería.
Sé, almirante, el más bueno, de la piratería,
y así de tus bajeles seré siempre el primero.
¡Dios! ¡Yo ladrón de mares, firme en Fuerteventura,
y tú sobre Las Palmas!
- su escueta arboladura,
mi almirante, en la aurora enristran dos navíos...
-¡Cañonead con plátanos las máquinas de guerra,
con dátiles dorados la frente de la tierra
y con glorias y hosannas estos bajeles míos!
(De Marinero en tierra)

A Josefina de la Torre
Herida, sobre un toro desmandado,
salta la noche que la mar cimbrea.
¿Por dónde tú, si ardiente en la marea
va, vengador, mi can decapitado?
Rompe su frente en el acantilado
la aurora y por el viento marinea.
¿Por dónde tú, si el pabellón ondea,
de luto, al alba, el toro desandado?
Se hacen las islas a la mar, abriendo
grietas de sangre al hombro de las olas,
por restarte a sus armas, muerta o viva.
¡Qué ajena tú, mi corzaón cosiendo
al delantal de las riberas olas
con su mastín al lado, pensativa!
(Verso y Prosa. Núm. 2. Febrero de 1927)

[Alberti:Premio Nacional:]
Tampoco se me ha ido de la memoria Claudio de la Torre, sostenido aún en mi corazón, a pesar de los años confusos que siguieron a la guerra civil española, su lugar entonces alcanzado. ¡Cuánto tranquilo afecto, cuanto natural interés por mis poemas desde la tarde de nuestro primer encuentro en el recuerdo ahora en qué hotel de la Gran Vía, donde se hospedaba! ¡Qué buen amigo de aquellos mis iniciales y complicados días literarios! Admiraba yo en Claudio, tal vez por ley de contrastes, su esmeradísima pulcritud, su tono mesurado, su finura sin tacha, el metal tenue de su voz, sostenida en la gracia del acento canario, tan grato para mi oído andaluz. Lo admiraba, sí, por todo esto, pero todavía mucho más por haber nacido en unas islas, cuyo antiguo nombre -las Afortunadas- me habían hecho soñar desde pequeño junto a mi mar de Cádiz. Otro soneto -mi segundo soneto en verso alejandrino- le dediqué a Claudio a las pocas semanas de conocerlo. Era el homenaje del marinero en tierra al nuevo amigo que llegaba de lejos con el prestigio de saberdo habitante de unas verdes riberas ceñidas por las olas oceánicas. Una noche, en aquella alcoba de su hotel y al acabar la lectura de una última serie de canciones, Claudio de la Torre me dijo: -¿Por qué no te presentas al Premio Nacional de Literatura de este año? El jurado es muy bueno. Forman parte de él Antonio Machado, con Gabriel Miró, Menéndez Pidal, Arniches, Gabriel Maura y Moreno Villa. Creía, seriamente, que Claudio de la Torre, tan formal, tan poco bromista, además de haberse vuelto loco, estaba riéndose de mi. -A lo mejor te dan el premio -añadió. Tardé en responderle. Era inaudito lo que me proponía. -¿Cómo dices? -Que te presentes, que a lo mejor te dan el premio -repitió sin sombra de burla. A él, el año anterior, se lo habían dado por una novela, En la vida del señor Alegre, que yo aún no conocía. Pero Claudio era sólo escritor. Ya bastante maduro. Muy serio. Muy ordenado, muy... En fin, muy a propósito para merecer tal galardón. Yo en cambio ... ¿Quién era? ¿De dónde salía? ¿Qué iba a pensar un Antonio Machado? ¿Y un Menéndez Pidal? Moreno Villa era el único que sabía algo de mí, pero como pintor... -¿Cómo se te ocurre? No me entra en la cabeza que estés hablando en serio -dije a Claudio, sobresaltado. -A lo mejor te lo dan. Preséntate. Me levanté para marcharme. -Hazme caso... -insistió ya en la puerta del cuarto. Le pedí entonces unos céntimos para el tranvía. Me dio cinco pesetas. Lo recuerdo muy bien. (Las del premio serían cinco mil). De La arboleda perdida.

MILLARES 1965
En Roma o en París,
Nueva York, Buenos Aires, Madrid, Calcula, El Cairo
en tantísimas partes todavía,
hay arpilleras rotas,
destrozados zapatos, adheridos al hueso.
muñones, restos duros,
basuras calcinadas,
hoyas profundas, secos
mundos de pretéridos oxidados,
de coagulada sangre,
piel humana roída como lava difunta,
rugosidadcs trágicas, signos que acusan, gritan,
aunque no tengan boca,
callados alaridos que lastiman
tanto como ei siiencio.
¿De dónde estos escombros,
estos mancos derrumbes,
agujeros en trance de aún ser más agrandados,
lentas tiras de tramas desgarradas,
cuajados amasijos, polvaredas de tiza,
rojp lacre, de dónde?
¿Qué va a saltar de aquí, qué a suceder,
qué a reventar de estos violentos espantajos,
que a tumbar esta ciega, andrajosa cocnambre
cuando rompa sus hilos, haga morder de súbito
sus abiertas costuras, ilumine sus negros,
sus minios y sus calcios de un resplandor rasante,
capaz de hacer parir la más nueva hermosura?
Ah, pero mientras tanto,
un "No toquéis, peligro de muerte" acecha oculto
bajo zurcida realidad desflecada.
Guardad, guardad la mano
no avancéis ningún dedo los pulidos de uñas.
Ratas, no os atreváis por estas albanales.
Lívidos de la usura, pálidos de la nada,
atrás, atrás, ni un paso por aquí, ni el intento
de arraigar una huella, ni el indicio de un ojo.
Corre un temblor eléctrico capaz de fulminaros.
Y una luz, y una luz, y una luz subterránea.
que está amasando el rostro de tan tristes derribos.
(Roma, 1965.)

Vicente Aleixandre
Desde el mirador de Casais
¡Oh mar inmenso en su reposo!
¡Oh cielo irirrlerisu que iu alza!
Entre los dos la ciudad vive,
y se despliega, hermosa y blanca.
Se ve el verdor de aquellos montes,
la desnudez de las montañas,
y está allá al fondo ahora naciendo
la noche grande, pura, atlántica.
(1957)

Dámaso Alonso
A Tomás Morales
Y el amigo te hizo negra traición.
Tu accesa,
tu salsonora sangre no pudo redimirle.
Y se perdió en la sombra del callejón, aviesa
de niebla deshilada, borrosa de aguachirle.
Pero a las lentas horas, vinieron otras manos
y hacia un caliente nido llevaron tu emoción.
-El sol era aquel día un juego de vilanos
y de nubes redondas, como en tu canto son-
¿Y tú eras bajo tierra, comido de gusanos!
(1922)

Gerardo Diego
Teide
Sublime aparición, no, ¿quién engaña
mi cirazón, mis ojos, mi estatura?
En los aires la nieve se inaugura
-parto del cielo- tienda de campaña.
Bruma baja de mar los pies te baña,
nubes al sol nivelan tu cintura,
y emerge en tí, memoria de hermosura,
mi patria, oh derramada, oh santa España.
Viene la noche. El buque áncoras leva.
Yo, tumbado en cubierta. El mar me eleva,
y me deprime, y tú, ya sin corona,
Teide de sombra, te alzas, te hundes, hondo
respiras, pecho único y redondo
de esa gigante, espléndida amazona.
(De Alondra de verdad. 1941)

Pedro Salinas
Carta a Alonso Quesada
A 21 de Mayo 1915. Sr. D. Rafael Romero. Debiera poner al principio de esta carta la fórmula qiie es de uso cuando dos personas se comunican por primera vez, "Muy Sr. Mío". Pero he leído su libro, y después de eso me resisto al ritual epistolar, y le pongo senciliarnente: amigo. Esto que es tanto y tan poco y ni así le pido perdón por la libertad. Ha leído su libro de Vd. ante unos pocos amigos Enrique Diez-Canedo (a quien supongo conocerá Vd. de nombre y lectura, ya que rio personalmente). Yo ya sabia de Vd. antes, aunque no tan bien como hoy, el pubre Fernando Furtún, este amigo que ha muerto tan delicadamente como vivió, me había comunicado hace ya años alguna poesía de V. A mi me gustaron mucho. Yo, que también hago versos a veces, estaba preocupado y en caso de conciencia ante unas poesías mías, de forma algo libre, como yo necesitaba para expresar púramente lo sentido, en íntima libertad. Y me dio mucha satisfacción y confianza, ver que en esa isla lejana, V. hacía cumplidamente lo que yo esbozaba: de este modo si yo pecaba ya éramos dos a pecar y si no lo era yo encontraba en V. un compañero le savoir ... y luego Agustín Millares, el gran Néstor, todos me hablaron de V. Hoy el libro ha acabado esta definición, serena y claramente. Me gusta mucho su libro donde se habla con sencillez de un hombre ni lid, ni jaderías dieciochescas (ese dieciocho que tanto se ha maltratado). Las partes primera y última son las que prefiero. La de los ingleses es deliciosa, una Jammes sin afectación. Y me alegro mucho, de poder decirie que a Juan R. Jiménez, a Canedo, a Mesa, a todos nos reunió el amor por su libro ayer tarde. La epístola de Morales es muy hermosa. Y nada más. La ventaja única de que V. no estuviera aquí el día de la lectura fue la sinceridad del elogio, siempre más delicadamente libre cuando no lo oye el autor. Pero ya pasada esa ventaja debe V. venir. Me parecería tan mal poner al final "Su admirador" como al comienzo "Sr. mío". Así prefiero repetir, y pongo su amigo,

Poesía preliminar, en el libro de Saulo Torón "Las Monedas de Cobre", 1919
Las monedas de cobre inspiran
una codicia mesurada.
Cuando ellas llegan a las manos
son bienvenidas -no como otras
para guardar en el arca antigua,
para comprar títulos de la Deuda
o hacer fundaciones piadosas
con fin social, o compañías
que acaparen esto o aquello-,
sino pensando en baratijas
que se pueden comprar con ellas;
en el globo pintarrajeado,
la aleluya
y el caramelo de color de rosa
moldeado en forma de pipa...
Las monedas de cobre inspiran
una codicia mesurada.
Cuando el emigrante va a América,
desvelado días y noches,
sólo ve el sol -moneda de oro- y
la luna -moneda de plata-.
Y así todas sus ilusiones
son de oro vivo o argentadas.
Por pecado de ambición de cobre
no condena el hombre su alma.

ENVIO
Tú que, al mediado de tu vida,
hasta nosotros te llegaste
con sólo unas monedas de cobre
en la palma de la mano abierta,
señor eres de gran riqueza
que no se cambia ni se acuña
y tras la cual nos afanamos,
como mineros incesantes
y como comerciantes activos,
unos cuantos hermanos dispersos,
de común anhelo, en la tierra.

HOY
Quiero inaugurar
el encendido espejismo del símbolo
que ya tiembla de verse frente al mar
En sus carnes
los pájaros nocturnos croan
y los balandros
se despiden dejándose violar
de este viento que silba
motivos de centauros vírgenes
Las locuras se abrazan a sus piernas
y aunque saben que no puede nadar
quiere sembrar caricias
Ya las horas más agrias que limones
no exprimen su zumo de canciones
Habrá que ir recogiendo
todos los trozos de espejo
que ladran sin saber si tienen dueño
Y en este gran balido universal
quién me sabrá encontrar
esta calle sin nombre en mi recuerdo
Si Hoy hay que inaugurar
el encendido símbolo sin símbolo
Hoy hay que prometer
y aventar las pavesas
aunque luego al abrir nuestra mano
Dios haya volado
y nos quede solamente
un tembloroso deseo de envejecer
Después de todo
en este viaje no estaremos solos
(Gerardo Diego )
Introducción y selección: Manuel González Sosa, 1977.

► Juan Carlos de Sancho recopila en Poetas de Islas Canarias (2012) a algunos de los mejores poetas isleños del siglo XX. Están presentes 20 poetas como Alonso Quesada, Pedro García Cabrera, Luis Feria, Josefina de la Torre, Félix Francisco Casanova, Manuel Padorno y Agustín Espinosa.

 

 

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