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Luis de Góngora:
1608: Las flores del romero, niña Isabel, hoy son flores azules, mañana serán de miel. Celosa estás, la niña, celosa estás de aquél, dichoso, pues le buscas, ciego, pues te ve. Ingrato, pues te enoja, y confiado, pues no se disculpa hoy de lo que hizo ayer. Enjuguen esperanzas lo que lloras por él, que celos entre aquellos que se han querido bien, hoy son flores azules, mañana serán miel. Aurora de ti misma, que, cuando a amanecer a tu placer empiezas, te eclipsan tu placer; serénense tus ojos, y más perlas no des, porque al sol le está mal lo que a la aurora bien. Desata como nieblas todo lo que no ves, que sospechas de amantes y querellas después, hoy son flores azules, mañana serán miel. A una rosa Ayer naciste, y morirás mañana. Para tan breve ser, ¿quién te dio vida? ¿Para vivir tan poco estás lucida? Y, ¿para no ser nada estás lozana? Si te engañó su hermosura vana, bien presto la verás desvanecida, porque en tu hermosura está escondida la ocasión de morir muerte temprana. Cuando te corte la robusta mano, ley de la agricultura permitida, grosero aliento acabará tu suerte. No salgas, que te aguarda algún tirano; dilata tu nacer para la vida, que anticipas tu ser para tu muerte. Ya besando unas manos cristalinas, ya anudándose a un blanco y liso cuello, ya esparciendo por él aquel cabello que Amor sacó entre el oro de sus minas, ya quebrando en aquellas perlas finas palabras dulces mil sin merecello, ya cogiendo de cada labio bello purpúreas rosas sin temor de espinas, estaba, oh, claro sol invidïoso, cuando tu luz, hiriéndome los ojos, mató mi gloria y acabó mi suerte. Si el cielo ya no es menos poderoso, porque no den los suyos más enojos, rayos, como a tu hijo, te den muerte. Al tramontar del sol, la ninfa mía... Al tramontar del sol, la ninfa mía, de flores despojando el verde llano, cuantas troncaba la hermosa mano, tantas el blanco pie crecer hacía. Ondeábale el viento que corría el oro fino con error galano, cual verde hoja del álamo lozano se mueve al rojo despuntar del día; mas luego que ciñó sus sienes bellas dé los varios despojos de su falda (término puesto al oro ya la nieve), juraré que lució más su guirnalda con ser de flores, la otra ser de estrellas, que la que ilustra el cielo en luces nueve. Ande yo caliente y ríase la gente: Traten otros del gobierno del mundo y sus monarquías, mientras gobiernan mis días mantequillas y pan tierno; y las mañanas de invierno naranjada y aguardiente, y ríase la gente. Coma en dorada vajilla el Príncipe mil cuidados como píldoras dorados, que yo en mi pobre mesilla quiero más una morcilla que en el asador reviente, y ríase la gente. Cuando cubra las montañas de blanca nieve el enero, tenga yo lleno el brasero de bellotas y castañas, y quien las dulces patrañas del Rey que rabió me cuente, y ríase la gente. Busque muy en buena hora el mercader nuevos soles; yo conchas y caracoles entre la menuda arena, escuchando a Filomena sobre el chopo de la fuente, y ríase la gente. Pase a media noche el mar y arda en amorosa llama Leandro por ver su dama; que yo más quiero pasar del golfo de mi lagar la blanca o roja corriente, y ríase la gente. Pues Amor es tan cruel que de Píramo y su amada hace tálamo una espada, do se junten ella y él, sea mi Tisbe un pastel y la espada sea mi diente, y ríase la gente. Canción: ¡Qué de envidiosos montes levantados, de nieves impedidos, me contienen tus dulces ojos bellos! ¡Qué de ríos del hielo tan atados, del agua tan crecidos me defienden el ya volver a vellos! Y, cuál, burlando de ellos el noble pensamiento, por verte viste plumas, pisa el viento! Ni a las tinieblas de la noche oscura ni a los hielos perdona, y a la mayor dificultad engaña; no hay guardas hoy de llave tan segura, que nieguen tu persona, que no desmienta con discreta mañana, ni emprenderá hazaña tu esposo cuando lidie, que no registre él, y yo no envidie. Allá vuelas, lisonja de mis penas, que con igual licencia penetras el abismo, el cielo escalas; y mientras yo te aguardo en las cadenas de esta rabiosa ausencia, el viento agravian tus ligeras alas. Ya veo que te calas donde bordada tela un lecho abriga y mil dulzores cela. Tarde batiste la envidiosa pluma, que en sabrosa fatiga vieras (muerta la voz, suelto el cabello) la blanca hija de la blanca espuma, no sé si en brazos diga de un fiero Marte, de un Adonis bello, y anudada a su cuello, podrás verla dormida, y a él casi trasladado a nueva vida. Desnuda el brazo, el pecho descubierta, entre templada nieve evaporar contempla un fuego helado, y al esposo en figura casi muerta, que el silencio le bebe del sueño, con sudor solicitado; dormid, que el dios alado, de vuestras almas dueño, con el dedo en la boca os guarda el sueño; dormid, copia gentil de amantes nobles, en los dichosos nudos que a los lazos de amor os dio Himeneo; mientras yo, desterrado, de estos robles y peñascos desnudos la piedad con mis lágrimas granjeo; coronad el deseo de gloria, en recordando; sea el lecho de batalla campo blando. Canción, di al pensamiento que corra la cortina, y vuelva al desdichado que camina. Ceñida, si asombrada no, la frente... Ceñida, si asombrada no, la frente De una y otra verde rama obscura, A los pinos dejando de Segura Su urna lagrimosa, en son doliente, Llora el Betis, no lejos de su fuente, En poca tierra ya mucha hermosura: Tiernos rayos en una piedra dura De un sol antes caduco que luciente. ¡Cuán triste sobre el pórfido se mira Casta Venus llorar su cuarta gracia, Si lágrimas las perlas son que vierte! ¡Oh Antonio, oh tú del músico de Tracia Prudente imitador! Tu dulce lira Sus privilegios rompa hoy a la muerte. Cosas, Celalba mía, he visto extrañas... Cosas, Celalba mía, he visto extrañas: cascarse nubes, desbocarse vientos, altas torres besar sus fundamentos, y vomitar la tierra sus entrañas; duras puentes romper, cual tiernas cañas, arroyos prodigiosos, ríos violentos, mal vadeados de los pensamientos, y enfrenados peor de las montañas; los días de Noé, gentes subidas en los más altos pinos levantados, en las robustas hayas más crecidas. Pastores, perros, chozas y ganados sobre las aguas vi, sin forma y vidas, y nada temí más que mis cuidados. De la ambición humana: Mariposa, no sólo no cobarde, mas temeraria, fatalmente ciega, lo que la llama el Fénix aún le niega. quiere obstinada que a sus alas guarde: pues en su daño arrepentida larde, del esplendor solicitada, llega a lo que luce, y ambiciosa entrega su mal vestida pluma a lo que arde. ¡Yace gloriosa en la que dulcemente huesa le ha prevenido abeja breve, suma felicidad a yerro sumo! No a mi ambición contrario tan luciente, menos activo, si cuanto más leve, cenizas la hará, si abrasa el humo. De la brevedad engañosa de la vida: Menos solicitó veloz saeta destinada señal, que mordió aguda; agonal carro por la arena muda no coronó con más silencio meta, que presurosa corre, que secreta a su fin nuestra edad. A quien lo duda, fiera que sea de razón desnuda, cada sol repetido es un cometa. ¿Confiésalo Cartago y tu lo ignoras? Peligro corres, Licio, si porfías en seguir sombras y abrazar engaños. Mal te perdonarán a ti las horas; las horas, que limando están los días, los días, que royendo están los años.

 

 

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