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Vicente Aleixandre:
FORMA: Menudo imprime el pie la huella de los dedos sobre la arena fina, que besa largo el viento. Levántala, la lleva a dar contra mi pecho, y, aún calientes, cinco yemas de carne siento. El gesto blando que mi mano opone al viento es molde que yo al breve, huidizo pie le ofrezco. Mas ya el pasaje, esquivo, se alza y quiebra el céfiro, y el pie con lluvia fina de arena, cae disperso. (ÁMBITO, 1924-1927) Siempre: Estoy solo. Las ondas; playa, escúchame. De frente los delfines o la espada. La certeza de siempre, lo no límites. Esta tierna cabeza no amarilla, esta piedra de carne que solloza. Arena, arena, tu clamor es mío. Por mi sombra no existes como seno, no finjas que las velas, que la brisa, que un aquilón, un viento furibundo va a empujar tu sonrisa hasta la espuma, robándole a la sangre sus navíos. Amor, amor, detén tu planta impura. * * * (ESPADAS COMO LABIOS. 1930-1931) EL MAR: ¡Quién dijo acaso que la mar suspira, labio de amor hacia las playas, triste? Dejad que envuelta por la luz campee. ¡Gloria, gloria en la altura, y en la mar, el oro! ¡Ah soberana luz que envuelve, canta la inmarcesible edad del mar gozante! Allá, reverberando sin tiempo, el mar existe, ¡Un corazón de dios sin muerte, late! UNIDAD EN ELLA: Cuerpo feliz que fluye entre mis manos, rostro amado donde contemplo el mundo, donde graciosos pájaros se copian fugitivos, volando a la región donde nada se olvida. Tu forma externa, diamante o rubí duro, brillo de un sol que entre mis manos deslumbra, cráter que me convoca con su música íntima, con esa indescifrable llamada de tus dientes. Muero porque me arrojo, porque quiero morir, porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera no es mío, sino el caliente aliento que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo. Deja, deja que mire, teñido de amor, enrojecido el rostro por tu purpúrea vida, deja que mire el hondo clamor de tus entrañas donde muero y renuncio a vivir para siempre. Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo, quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente que regando encerrada bellos miembros extremos siente así los hermosos límites de la vida. Este beso en tus labios como una lenta espina, como un mar que voló hecho un espejo, como el brillo de un ala, es todavía unas manos, un repasar de tu crujiente pelo, un crepitar de la luz vengadora, luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza, pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo. (La destrucción o el amor, 1932-1935) Oh, sí, lo sé, buen "Sirio", cuando me miras con tus grandes ojos profundos. Yo bajo a donde tú estás, o asciendo a donde tú estás y en tu reino me mezclo contigo, buen "Sirio", buen perro mío, y me salvo contigo. Aquí en tu reino de serenidad y silencio, donde la voz humana nunca se oye, converso en el oscurecer y entro profundamente en tu mediodía. Tú me has conducido a tu habitación, donde existe el tiempo que nunca se pone. Un presente continuo preside nuestro diálogo, en el que el hablar es el tuyo tan sólo. Yo callo y mudo te contemplo, y me yergo y te miro. Oh, cuán profundos ojos conocedores. Pero no puedo decirte nada, aunque tú me comprendes... Oh, yo te escucho. Allí oigo tu ronco decir y saber desde el mismo centro infinito de tu presente. Tus largas orejas suavísimas, tu cuerpo de soberanía y de fuerza, tu ruda pezuña peluda que toca la materia del mundo, el arco de tu aparición y esos hondos ojos apaciguados donde la Creación jamás irrumpió como una sorpresa. Allí, en tu cueva, en tu averno donde todo es cenit, te entendí, aunque no pude hablarte. Todo era fiesta en mi corazón, que saltaba en tu derredor, mientras tú eras tu mirar entendiéndome. Desde mi sucederse y mi consumirse te veo, un instante parado a tu vera, pretendiendo quedarme y reconocerme. Pero yo pasé, transcurrí y tú, oh gran perro mío, persistes. Residido en tu luz, inmóvil en tu seguridad, no pudiste más que entenderme. Y yo salí de tu cueva y descendí a mi alvéolo viajador, y, al volver la cabeza, en la linde vi, no sé, algo como unos ojos misericordes. NACIMIENTO DEL AMOR: ¿Cómo nació el amor? fue ya en otoño. Maduro el mundo, no te aguardaba ya. Llegaste alegre, ligeramente rubia, resbalando en lo blando del tiempo. Y te miré. ¡Qué hermosa me pareciste aún, sonriente, vívida, frente a la luna aún niña, prematura en la tarde, sin luz, graciosa en aires dorados; como tú, que llegabas sobre el azul, sin beso, pero con dientes claros, con impaciente amor! Te miré. La tristeza se encogía a lo lejos, llena de paños largos, como un poniente graso que sus ondas retira. Casi una lluvia fina -¡el cielo azul!- mojaba tu frente nueva. ¡Amante, amante era el destino de la luz! Tan dorada te miré que los soles apenas se atrevían a insistir, a encenderse por ti, de ti, a darte siempre su pasión luminosa, ronda tierna de soles que giraban en torno a ti, astro dulce, en torno a un cuerpo casi transparente, gozoso, que empapa luces húmedas, finales, de la tarde y vierte, todavía matinal, sus auroras. Eras tú, amor, destino, final amor luciente, nacimiento penúltimo hacia la muerte acaso. Pero no. Tú asomaste. ¿Eras ave, eras cuerpo, alma solo? Ah, tu carne traslúcida besaba como dos alas tibias, como el aire que mueve un pecho respirando, y sentí tus palabras, tu perfume, y en el alma profunda, clarividente diste fondo. Calado de ti hasta el tuétano de la luz, sentí tristeza, tristeza del amor: amor es triste. En mi alma nacía el día. Brillando estaba de ti; tu alma en mí estaba. Sentí dentro, en mi boca, el sabor a la aurora. Mis ojos dieron su dorada verdad. sentí a los pájaros en mi frente piar, ensordeciendo mi corazón. Miré por dentro los ramos, las cañadas luminosas, las alas variantes, y un vuelo de plumajes de color, de encendidos presentes me embriagó, mientras todo mi ser a un mediodía, raudo, loco, creciente se incendiaba y mi sangre ruidosa se despeñaba en gozos de amor, de luz, de plenitud, de espuma. CANCIÓN A UNA MUCHACHA MUERTA: Dime, dime el secreto de tu corazón virgen, dime el secreto de tu cuerpo bajo tierra, quiero saber por qué ahora eres un agua, esas orillas frescas donde unos pies desnudos se bañan con espuma. Dime por qué sobre tu pelo suelto, sobre tu dulce hierba acariciada, cae, resbala, acaricia, se va un sol ardiente o reposado que te toca como un viento que lleva sólo un pájaro o mano. Dime por qué tu corazón como una selva diminuta espera bajo tierra los imposibles pájaros, esa canción total que por encima de los ojos hacen los sueños cuando pasan sin ruido. Oh tú, canción que a un cuerpo muerto o vivo, que a un ser hermoso que bajo el suelo duerme, cantas color de piedra, color de beso o labio, cantas como si el nácar durmiera o respirara. Esa cintura, ese débil volumen de un pecho triste, ese rizo voluble que ignora el viento, esos ojos por donde sólo boga el silencio, esos dientes que son de marfil resguardado, ese aire que no mueve unas hojas no verdes... ¡Oh tú, cielo riente, que pasas como nube; oh pájaro feliz, que sobre un hombro ríes; fuente que, chorro fresco, te enredas con la luna; césped blando que pisan unos pies adorados. (La destrucción o el amor, 1932-1935) El vientre: EL vientre tiene una hondura de tierra, y allí el cuerpo se nutre como el árbol. La térrea condiciòn del hombre nunca, nunca más clara. Allí hay raíces, arroyos que pasan invisibles, piedras oscuras, limos. Y plantado está el hombre. Allí se moja o nutre, de allí crece. Externamente piénsase que la materia se concentra aunándose para dar en cintura. Tirante, oculta el fango; de todo, menos fuego: todo arde frío y pasa, y todo queda, revuelto en craso origen. Aquí muy lento crece el tronco. Surtiò, surtiò despacio con un esfuerzo unánime. ¡Distinto!, y sus raíces resuelta vida toman, y trastornadas muestran la suavidad oreada, donde el azul en viento las comprueba. Verdad, verdad creciente. Y el vientre envía vida. Y sube en savia clara y es savia colorida y se hace pecho, y allí es aire, girando. Y más, y aún más envía, y es son, rumor de voz: viento armonioso. Y aún del vientre más vida, y sube más y es luz: sus ojos puros. Y al fin ya sumo acaba: cielo que le corona suavemente. Y todo, vientre oscuro, tenaces raíces, piedras, masa oculta. Materia no distinta: tierra enorme. Vientre creador: El vientre está esponjándose. Sin limos también urna, y luces crecen, ruedan y forjan. Vientre ardiendo. De lamateria solo la luz,materia es ígnea. Y el hombre nace lento. Un punto,un punto solo. Galaxia íntima, estrellas corpóreas sucediéndose. Formales, forma exigen, obtienen, muestran, cantan. El hombre, un puño solo de luces corporales, dejadas, asestadas. Y transparente, el vientre. Allí infuso está el ojo, la boca, el pie, la rosa, está el perfume claro, la voz, la voz sonando. Y el vientre, urna dichosa, rueda en la noche y pasa contra los cielos: siglos. Oh luna casi eterna, humana, que transcurres, origen, tumba y cáliz: ¡tú siempre hasta los bordes! Los borrachos: La soledad conjunta a pocos deja fuera, y cae en los rostros. Allí se ven los ojos excitados. Hay mucho sol y cobre se diría la tez de casi todos, cuero curtido largamente. ¿Tierra? ¿Arcilla? La sangre rueda ¿y casi trasparece? Pues no. Gruesa es la piel, y bajo la pulgada, rotundo rojo estalla, granate. No, más vivo, alacre, oh si: espirituoso. Y la mejilla brilla, casi delira, en par de los dos ojos. Borrachos les diríais. Y encima son los pámpanos torcidos. Y el barril. Desnudo un torso, casi veríais resbalar el vino, veloz, caliente por un cuerpo, que si palpita es tierra y a ella anuncia. Esta cabeza es plata. Pálida, y aún muy junta, cubre espesa, protege el pensamiento pobre que allí insiste. Pobre pero bien hondo: casi un surtir de oro hasta unos labios. Vino ardiente, Gozad. La tarde es joven. Una mano ese cuenco levanta rebosante. La vid, y entre otros pámpanos los ojos. Una jovial doncella escapa incògnita. Ellos no ven. Si miran, ven burbujas. Bajo el azul mojado el sol reparte zumos o rayos por igual. Resbala sobre los hombros, lame los pechos, brilla en gotas vívidas entre sus sombras. Baña total el cuerpo y clama y viste de enardecida realidad los bultos. ¡Velázquez! Joven aún pintó un conocimiento, calando ya con el pincel. ¿Juzgò? ¿Burlose? ¡Quién sabe! Aún era prieto el aire, antes de que analítico se abriese, o que a la síntesis final se alzase. Aveces ser humano es difícil. Se naciò casi al borde. Helo aquí, y casi mira. Desde su estar inmòvil rompe el aire y asoma súbito a este frente: aquí es asombro. Pues está y os contempla, o más, pide ser visto, y más: mirado, salvo. Tiene su pelo mixto, cubriendo desigual la enorme masa, y luego, más despacio, la mano de quien aquí lo puso trazò lenta la frente, la inerte frente que sería y no fuese, no era. La hizo despacio como quien traza un mundo a oscuras, sin iluminación posible, piedra en espacios que nació sin vida para rodar externamente yerta. Pero esa mano sabia, humana, más despacio lo hizo, aquí lo puso como materia, y dándole su calidad con tanto amor que más verdad sería: sería más luces, y luz daba esa piedra. La frente muerta dulcemente brilla, casi riela en la penumbra, y vive. Y enorme vela sobre unos ojos mudos, horriblemente dulces, al fondo de su estar, vítreos, sin lágrima. La pesada cabeza, derribada hacia atrás, mira, no mira, pues nada ve. La boca está entreabierta; solo por ella alienta, y los bracitos cortos juegan, ríen, mientras la cara grande muerta, ofrécese. La mano aquí lo pintó, lo acarició y más: lo respetó, existiendo. Pues era. Y la mano apenas lo resumiò exaltando su dimensiòn veraz. Más templò el aire, lo hizo más verdadero en su oquedad posible para el ser, como una onda que límites se impone y dobla suavemente en sus orillas. Si le miráis le veréis hoy ardiendo como en húmeda luz, todo él envuelto en verdad, que es amor, y ahí adelantado, aducido, pidiendo, suplicando sin voz: pide ser salvo. Miradle, sí: salvadle. Él fía en el hombre. El Sexo: I ¡Pendiente de ese tronco el fruto consta en vida. Su materia consiente una verdad durable. En la sombra él madura, si por siglos, finito, y no cae sino cuando el árbol rueda en tierra. Fruto de carne o masa de vida congruente, pálido en su corteza, nudosa nuez compacta. La sangre rueda y pasa, y ardiente sigue y vase, mientras el viento pone la vida en llamas y arde doble tiniebla absorta. Eje del sol que un rayo descargará sin duelo y estallará en la liza dentro en la sombra exacta. Oh, conjunción del fuego con su materia idónea. Fuego del sol, o fruto que al estallar se siembra. II Entre las piernas suaves pasa un río, lecho insinuado para el agua viva; entre la fresca sombra o un humo quedo que en el terso crepúsculo está inmóvil. Entre los muslos, sólo el tiempo quieto, el tiempo que no pasa, eternamente, inmortal, sin nacer, entre las sombras. Entre las piernas bellas sólo un río en el fondo se siente cruzar único. Agua oscura sin tiempo que no nace y que sobre la tierra desemboca. Oh, hermosa conjunción de sangre y flor, botón secreto que en la luz perfuma el nacimiento de la luz creciendo de entre los muslos de la bella echada. Ruda moneda o sol que exhala el día naciendo de ese cuerpo dolorido, presto al amor cuando el cenit empuje al adversario que agresivo avanza. Misterio entonces del ocaso ardiente cuando como en caricia el rayo ingrese en la sima voraz y se haga noche : noche perfecta de los dos amantes. No sé si es la boca el puro reino del amor. Pero cuando me acerco y te miro, allí existe, pura, coloreada, inocente, viva en sus luces. Secreto recinto allí amenaza, hecho clara inminencia, resplandor inocente que mi alma subyuga. Y yo te contemplo y siento el suave rumor de unas aguas cristalinas que no sé dònde corriesen y que en tus labios yo bebo. No invites al amor con su fresco sonido, porque bajo el melodioso son de la espuma invisible claros cielos azules presume mi vida y un anhelo fresquísimo en mi sangre reluce. Pero no engañas, oh transparente boca que cantas y pasas cristalina bajo mis ojos, en puras vislumbres. Si yo ahora me acerco, si pongo muy despacio mi boca en solo los bordes, oh, sí, sé que entera sentiré la dulce armonía de una vida que fluye, presente en mis labios. Pero si el cielo azul se refleja, si cierro mis ojos dudando y te beso, ay, algo allí templa, se encienden mis labios, y un agua se dora y cálida bulle y quema y arrasa, y me arrastra en sus cauces. Oh luego que corre quemando en sus límites. Oh líquido río de llamas secretas, ya me cobras y cedo, oh, cedo a tus ondas perdido en sus lumbres que me arrasan y sorben. Pero no: sabiéndolo, oh, miro sus cielos que azul casi existen, que ofrece tu boca fresquísima en albas. Yo miro, deseo, me acerco. Oh, cuán pura. Oh, no creo, no creo... Aquí están mis labios. Los besos dados: La memoria de un hombre está en sus besos, pero nunca es verdad memoria extinta. Contar la vida por los besos dados no es alegre. Pero más triste es darlos sin memoria. Por lo que un hombre hizo cuenta el tiempo. Hacer es vivir más, o haber vivido, o ir a vivir. Quien muere vive, y dura. Así callado, aún mis labios en los tuyos, te respiro. O sueño en vida o hay vida. La sospechada vida está en el beso que vive a solas. Sin nosotros, luce. Somos su sombra. Porque él es cuerpo cuando ya no estamos. (Selección de Jesús Felipe)

 

 

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