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García Cabrera: Un día habrá una isla que no sea silencio amordazado. Que me entierren en ella, donde mi libertad dé sus rumores a todos los que pisen sus orillas. Solo no estoy. Están conmigo siempre horizontes y manos de esperanza...Es decir que no estamos ante una formulación agónica de la isla, en cuanto renuncia y pérdida. Por el contrario —insiste Nilo Palenzuela"las metáforas, las imágenes y los símbolos forman parte de una «vigilia en marcha» que proclama la naturaleza hímnica del poema y de su objeto: una perenne alabanza del mundo que no se encamina hacia la historia, sino a la utopía de un origen proyectado hacia el futuro". Citando uno de sus títulos más significativos, la esperanza mantiene al poeta y jamás permite que se derrumbe, ni consiente que su mensaje sea derrotista. Pues "el hombre en soledad nunca está solo". El poeta goza el mar, espera en él, como lo vemos en este texto de "Las islas en que vivo": "No es necesario que a la mar tú vengas con la caria de pesca y el atuendo de cualquier pescador. Con que te acerques desnudo de palabras y de moldes, te sientes a su lado y te sumerjas olvidado de ti, de tus esquemas de ver la vida y de idear el mundo, con que dejes tu tiempo a las espaldas y te hagas a su ritmo y sus rumores, la mar queda engodada para darte frutos de creación, nuevos remansos que, siendo tuyos, los desconocías..." La mar es, entonces, una imagen de libertad. Las islas son una tierra anfibia donde alguna vez se plasmará la hermandad, el hogar. Más allá de los destierros, los sufrimientos y la conciencia de purgatorio que los isleños solemos tener al habitar en el espacio reducido de Canarias, por encima de la dosis de canibalismo tribal y de mezquindad, es posible adivinar la fe, la luz y el triunfo de los ideales. Pues las islas "son nómadas oasis, se liberan/ de las redes marinas de los nautas/ en su ley de viajar, con un hatillo/ de cielo azul colgado a las espaldas...". Hasta aquí, las notas diferenciadoras entre ambos autores. Pero veamos que además hay similitudes entre ellos. Así, si bien aceptamos que Morales fue un hombre triunfante, expansivo, adscrito a la grandilocuencia verbalista del Modernismo, existe en él un trasluz de hombre melancólico, en la línea incluso de un Baudelaire, es decir: dentro del simbolismo. Joaquín Artiles, en Ensayos y estudios literarios (Del siglo xii al xx), editado por el Cabildo de Gran Canaria en 1975, señala que en Las Rosas de Hércules hay una doble manera de contemplar la luz, que se corresponde con la doble visión y el contraste anímico del autor. En la primera época, con un autor principiante, predomina la luz tenue, la penumbra; la noche es preferida al día, la claridad lunar prevalece sobre el deslumbramiento del sol. José Juan Suárez Curbelo, en su Introducción al español de la lengua poética de Tomás Morales (Gobierno de Canarias, 1985) dice que "el Simbolismo canta el otoño, las sombras, el tedio...". Y Díez Canedo, eh su ya comentado prólogo a la edición de Las Rosas de Hércules, de 1922, habla de la evocación romántica en este primer Tomás Morales, con la referencia a la niñez, a los recuerdos familiares. Una poesía, por tanto, de isla interior en esos primeros textos. Hasta que el autor descubre el mar, y poco a poco decide cabalgarlo, hasta llegar a ese mar rotundo, esplendoroso y sonoro que le caracteriza. Un mar taciturno, lleno de sombras y de dudas, es aquel primer mar de Tomás Morales, como lo apreciamos en el soneto dedicado al puerto de Cádiz, en 1908: ¡Oh, el puerto muerto! Lleno de una ancestral pereza, arrullado al murmullo de un ensueño ilusorio, que aún guarda un visionario perfume de grandeza sepulto entre las ruinas de su pasado emporio... Estamos muy lejos de la "Oda al Atlántico", en cuyo fragmento VIII, podemos leer esto: ¿Y el mar? Omnipresente, se exaltaba en el júbilo de su vigor naciente, en el festín radioso de la estival mañana, retador e inconsciente con su barbarie sana. Sintiendo sus enormes poderes dilatados, desperezaba alegre, los flancos liberados, rizándose al entorno de emergentes bajíos...Y, paralelamente, en el primer Pedro García Cabrera nos encontramos con un mar interpretado a través del juego brillante y efectista guiado por Rafael Alberti. Es aquel mar de Líquenes (1928) un ente juguetón, lúdico: Qué solita está la mar. Hasta también se ha marchado la cuerda del horizonte para jugar con las trombas en otro estadio, al diábolo. Y las montañas fruncidas cabalgadas por las nubes su vivac gris levantaron. Qué solita está la mar. No la apuñala ni un barco. En Días de alondras (1951) nuestro autor retorna a una clave de juego, con eco del vanguardismo lúdico de los arios 20. Se recogen en este libro algunos poemas en los que el mar se convierte en tema menor, dentro de esta línea de levedad. Líquenes y Días de alondras aportan, por consiguiente, esta visión digamos aliviada, casi festiva. Resumiendo cuanto llevamos dicho —y sin pretensión alguna de agotar el asunto— podemos concluir que es el tema del mar el que se hace relevante y decisorio para ambos autores. Un mar que —como analizó Valbuena Prat hace más de 60 arios– otorga a nuestros poetas una doble dimensión: de una parte, los interioriza, los maternaliza, los hace mirar hacia adentro; de otro lado, nuestros escritores sienten que el mar es en la misma medida un nexo universal que les aproxima a otras orillas, que les hace compartir la vida con los demás hombres. Un mar que para Tomás Morales supone un descubrimiento de luz y de ritmo; un mar que para García Cabrera personifica las dudas y las expectativas también del hombre insular, su-forma distinta de verse reflejado desde la orilla. Ambós habían realizado aproximaciones en torno a otros proyectos temáticos, pero la verdadera madurez estilística de estos autores sólo brota poderosa cuando los dos sienten el magnetismo único del mar. Tomás Morales supone en la literatura hispánica el reencuentro con el mar —casi olvidado durante siglos, desde que los autores mediterráneos habían hecho su glosa— y también aporta la notable tradición literaria del archipiélago, con el indudable conocimiento de un Cairasco de Figueroa, primera figura realmente europea que recoge nuestra literatura; Pedro García Cabrera —por su parte— es otro escalón en esa pequeña gran historia de nuestras letras; asume a Cairasco y reelabora a Tomás Morales y a Alonso Quesada, afirmando la estela singular de nuestra lírica dentro del rumbo de todas las literaturas hispánicas. Y una vez más debemos afirmar que —pese a que esta literatura escrita en las islas siga siendo poco valorada por buena parte de los sectores docentes y casi desconocida en el exterior— lo cierto es que existe una producción literaria de interés en este archipiélago, particularmente visible en la lírica. Es de esperar que —con el esfuerzo de las instituciones por "vender" fuera de las islas una imagen distinta de la que ahora mismo estamos teniendo, como pueblo casi tercermundista propicio a la crónica negra y turbulenta— esta literatura de Canarias vaya ocupando el lugar que le corresponde. Ese esfuerzo es imprescindible en un momento en que los medios de comunicación cultivan nuestros escándalos y disensiones, se fijan en nuestras bolsas de miseria y en la forma casi descarada en que generamos una delincuencia internacional de altos vuelos. Es hora ya de que suplamos la carencia histórica de una burguesía canaria reivindicativa de sus valores culturales y de sus tradiciones; pues nuestra autonomía permanecerá en el furgón de cola mientras no seamos capaces de hacernos respetar en nuestra peculiar historia, en nuestra idiosincrasia tan especial. Este pequeño trabajo ha querido ser un homenaje a dos de los autores más esenciales de esta región atlántica, casi siempre atormentada, casi siempre encrespada consigo misma. El grado de reconocimiento que ambos escritores obtuvieron en vida fue bien distinto; mientras Tomás recibió la consagración y el aplauso de la burguesía de la naciente ciudad portuaria de Las Palmas, Pedro no pudo sobrevivirse para llegar a tiempo de recibir el primer Premio Canarias de Literatura, por la simple razón de que el cáncer carcomió antes su resistencia. Una reflexión elemental sobre nosotros mismos y sobre nuestra condición en el mundo pasa por hacer propia esta literatura "arraigada", con raíces atlánticas fundacionales. En nuestras escuelas y en nuestros institutos hay que manejar los grandes textos de la literatura universal; pero además los poemas del mar de Tomás Morales y los poemas del mar de García Cabrera habrán de ser igualmente textos de obligado conocimiento, en la medida en que ambos nos ayudarán a conocer mejor nuestras dudas y nuestras ganas de vivir, la zona en penumbra de nuestra esencia y la euforia de sentirnos un pueblo a orillas del mar, dentro del mar, frente al mar; siempre el mar, del que no podremos prescindir jamás aunque intentemos volverle la espalda. Porque él está ahí, a la vuelta de todos los caminos de las islas, con su llamada al abrazo y a la superación de las rencillas de la tribu. Un mar que es el verdadero espejo de nosotros mismos, de nuestros anhelos y de nuestras esperanzas. Un mar donde a lo mejor acaban por florecer las naranjas del progreso y la concordia entre todas las islas. (Luis León Barreto)
CANTO A LAS HESPERIDES. Tomás Capote Pérez: Jardín de las Hespérides, de las manzanas de oro mansión paradisíaca ungida por el óleo de los dioses helenos, en la Odisea inmortalizada por el Divino Rapsoda, el ciego eterno de la lira clásica, ¿Cómo fue el milagro de tu poderío? ¿Las arpas eólicas que tu gesta cantan, libaron solemnes tus ritmos sonoros en las sacras ánforas de los inmortales templos de la Jonia? ¿Fue Zeus olímpico quien le dio la gracia? ¿Fueron los curvados bajeles de Ulises, plenos de bellezas y de resonancias los que descargaron todos sus tesoros en sus relucientes y remotas playas? ¿Acaso las Ninfas de los pies de rosas, ornaron tu suelo de frescas guirnaldas? ¿El beso fecundo de la madre Grecia germinó en el seno de tu tierra tlántica? Si, las Nereidas lo dicen, los Tritones lo cantan... Un día yo interrogué al misterio del espejeante cristal de las aguas junto a aquellos riscos que el Teide domina irguiendo imponente su esta basáltica; entonces los genios surgieron de las hondas cuencas en que habitan las madréporas aterradoras y de las fosforecencias mágicas. Ellos me contaron todos los enigmas de tus siete rocas, tierras encantadas, tierras prodigiosas de recios picachos, en la mar sonora, soberbia atalaya. Yo vi a su conjuto abrirse la vasta llanura oceánica igual que si fueran dos valvas inmensas de concha de nácar. La luz irrumpía por todos los ámbitos de aquel misterioso lecho de las aguas, tapizado de perlas y corales, y lo mismo que en un maravilloso cuento de Hadas, emergió del fondo de quellos abismos el hundido reino de la gran Atlántida. Raro sortilegio como en las quimeras de los argonautas surgió la radiante visión de la tierra en un deslumbramiento de auroras fantásticas, y en una primaveral eclosión de rosas fragantes y gayas. Eran sus geórgicos pensiles floridos como los edenes que el amor soñara, y habla en sus fuentes de limpia plata, notas peregrinas, músicas extrañas como si ellas fueran en un mismo tiempo rumores de besos y cantos de flautas. Allí las alegres Hespérides de ardientes miradas y desnudos cuerpos tentadores, las áureas manzanas del jardín cuidaban, y a su lado siempre vigilaba atento y terrible dragón de la Fábula... Los dioses desataron su cólera divina aquel día en que Hércules robó las manzanas, supultando en los hondos mares turbulentos en dilatado reino de la Atlántida. Ya extinguido el horrible cataclismo después de aquella noche intensamente trágica, sosegadas las furias de Neptuno, un resplandor de Olimpo iluminó las aguas y en las transparentes ondas cristalinas, como bandadas de gaviotas náufragas, levantaron sus cumbres altaneras, fragmento de la tierra desgarrada, las siete peñas que los mares besan con el nombre feliz de AFORTUNADAS. Oh Teide altivo, venerable cumbre milenaria, cuerpo de titán y alma de guanche, símbolo de mi tierra y de mi raza, el poema gentil de las Hespérides por lo siglos de los siglos canta. Yérguete formidable y solemne, sé como antorcha radiante que alumbra una senda de fabricantes y locas esperanzas... Canta las rebeldes vibraciones evocadoras de la raza guanchinesca cuyas cenizas tus peñones guardan. Canta, canta la bendita leyenda de la tierra canaria. Mas, si son estos ritmos de playas remotas, rumor de pinares de cumbres lejanas o leves susurros de rubios trigales o aromas de almendros de suave fragancia; si es este el acento que agita el cordaje de todos mis nervios; si es este el lenguaje conque tus barrancos y tus riscos hablan; si es tuyo el impulso del pecho que canta; si son estos versos tu mismo latido, !bendita seas, bendita seas, tierra de mi patria!Tomás Capote Pérez nació en El Paso (La Palma) en 1891 y falleció en Sancti-Spiritu (Cuba) en 1966.
Tarde de oro en Otoño cuando aún las nieblas densas
Tu ambición fue cumplida:
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