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Pedro Salinas:
¡Cuánto rato te he mirado sin mirarte a ti, en la imagen exacta e inaccesible que te traiciona el espejo! «Bésame», dices. Te beso, y mientras te beso pienso en lo fríos que serán tus labios en el espejo. «Toda el alma para ti», murmuras, pero en el pecho siento un vacío que sólo me lo llenará ese alma que no me das. El alma que se recata con disfraz de claridades en tu forma del espejo. (PRESAGIOS- 1924) Ayer te besé en los labios Ayer te besé en los labios. Te besé en los labios. Densos, rojos. Fue un beso tan corto que duró más que un relámpago, que un milagro, más. El tiempo después de dártelo no lo quise para nada ya, para nada lo había querido antes. Se empezó, se acabó en él. estoy solo con mis labios. Los pongo no en tu boca, no, ya no -¿adónde se me ha escapado?-. Los pongo en el beso que te di ayer, en las bocas juntas del beso que se besaron. Y dura este beso más que el silencio, que la luz. Porque ya no es una carne ni una boca lo que beso, que se escapa, que me huye. No. Te estoy besando más lejos. SÍ, RECIENTE: No te quiero mucho, amor. No te quiero mucho. Eres tan cierto y mío, seguro, de hoy, de aquí, que tu evidencia es el filo con que me hiere el abrazo. Espero para quererte. Se gastarán tus aceros en días y noches blandos, y a lo lejos turbio, vago, en nieblas de fue o no fue, en el mar del más y el menos, cómo te voy a querer, amor, ardiente cuerpo entregado, cuando te vuelvas recuerdo, sombra esquiva entre los brazos. LA DISTRAÍDA: No estás ya aquí. Lo que veo de ti, cuerpo, es sombra, engaño. El alma tuya se fue donde tú te irás mañana. Aún esta tarde me ofrece falsos rehenes, sonrisas vagas, ademanes lentos, un amor ya distraído. Pero tu intención de ir te llevó donde querías lejos de aquí, donde estás diciéndome: «aquí estoy contigo, mira». Y me señalas la ausencia. SEGURO AZAR (1924-1928) Qué cuerpos leves, sutiles... ¡Qué cuerpos leves, sutiles, hay, sin color, tan vagos como sombras, que no se pueden besar si no es poniendo los labios en el aire contra algo que pasa y que se parece! ¡Y qué sombras tan morenas hay, tan duras que su oscuro mármol frío jamás se nos rendirá de pasión entre los brazos! ¡Y que trajín, ir, venir con el amor en volandas, de los cuerpos a las sombras, de lo imposible a los labios, sin parar, sin saber nunca si es alma de carne o de sombra de cuerpo lo que besamos, si es algo! ¡Temblando de dar cariño a la nada! ¿Y si no fueran las sombras sombras? ¿Si las sombras fueran -yo las estrecho, las beso, me palpitan encendidas entre los brazos- como cuerpos finos y delgados, todos miedosos de carne? ¿Y si hubiese otra luz más en el mundo para sacarles a ellas, cuerpos ya de sombra, otras sombras más últimas, sueltas de color, de forma, libres de sospecha de materia; y que no se viesen ya y que hubiera que buscarlas a ciegas, por entre cielos, desdeñando ya las otras, sin escuchar ya las voces de esos cuerpos disfrazados de sombras, sobre la tierra? (La voz a ti debida, 1933) Para vivir no quiero islas, palacios, torres. ¡Qué alegría más alta: vivir en los pronombres! Quítate ya los trajes, las señas, los retratos; yo no te quiero así, disfrazada de otra, hija siempre de algo. Te quiero pura, libre, irreductible: tú. Sé que cuando te llame entre todas las gentes del mundo, sólo tú serás tú. Y cuando me preguntes quién es el que te llama, el que te quiere suya, enterraré los nombres, los rótulos, la historia. Iré rompiendo todo lo que encima me echaron desde antes de nacer. Y vuelto ya al anónimo eterno del desnudo, de la piedra, del mundo, te diré: «Yo te quiero, soy yo». TODO MÁS CLARO Y OTROS POEMAS(1949) LA FELICIDAD INMINENTE: Miedo, temblor en mí, en mi cuerpo; temblor como de árbol cuando el aire viene de abajo y entra en él por las raíces, y no mueve las hojas, ni se le ve. Terror terrible, inmóvil. Es la felicidad. Está ya cerca. Pegando él oído al cielo se la oiría en su gran marcha subceleste, hollando nubes. Ella, la desmedida, remotísima, se acerca aceleradamente, a una velocidad de luz de estrella, y tarda todavía en llegar porque procede de más allá de las constelaciones. Ella, tan vaga e indecisa antes, tiene escogido cuerpo, sitio y hora. Me ha dicho. "Voy". Soy ya su destinada presa. Suyo me siento antes de su llegada, como el blanco se siente de la flecha, apenas deja el arco, por el aire. No queda el esperarla indiferentemente, distraído, con los ojos cerrados y jugando a adivinar, entre los puntos cardinales, cuál la prohijará. Siempre se tiene que esperar a la dicha con los ojos terriblemente abiertos: insomnio ya sin fin si no llegara. Por esa puerta por la que entran todos franquearé su paso lo imposible, vestida de un ser más que entre en mi cuarto. En esta luz y no en luces soñadas, en esta misma luz en donde ahora se exalta en blanco el hueco de su ausencia, ha de lucir su forma decisiva. Dejará de llamarse felicidad, nombre sin dueño. Apenas llegue se inclinará sobre mi oído y me dirá: "Me llamo..." La llamaré así, siempre, aún no sé cómo, y nunca más felicidad. Me estremece un gran temblor de víspera y de alba, porque viene derecha toda, a mí. Su gran tumulto y desatada prisa este pecho eligió para romperse en él, igual que escoge cada mar su playa o su cantil donde quebrarse. Soy yo, no hay duda; el peso incalculable que alas leves transportan y se llama felicidad, en todos los idiomas y en el trino del pájaro, sobre mí caerá todo, como la luz del día entera cae sobre los dos primeros ojos que la miran. Escogido estoy ya para la hazaña del gran gozo del mundo: de soportar la dicha, de entregarla todo lo que ella pide, carne, vida, muerte, resurrección, rosa, mordisco; de acostumbrarme a su caricia indómita, a su rostro tan duro, a sus cabellos desmelenados, a la quemante lumbre, beso, abrazo, entrega destructora de su cuerpo. Lo fácil en el alma es lo que tiembla al sentirla venir. Para que llegue hay que irse separando, uno por uno, de costumbre, caprichosos, hasta quedarnos vacantes, sueltos, al vacar primitivo del ser recién nacido, para ella. Quedarse bien desnudos, tensas las fuerzas vírgenes dormidas en el ser, nunca empleadas, que ella, la dicha, sólo en el anuncio de su ardiente inminencia galopante, convoca y pone en pie. Porque viene a luchar su lucha en mí. Veo su doble rostro, su doble ser partido, como el nuestro, las dos mitades fieras, enfrentadas. En mi temblor se siente su temblor, su gran dolor de la unidad que sueña, imposible unidad, la que buscamos, ella en mí, en ella yo. Porque la dicha quiere también su dicha. Desgarrada en dos, llega con el miedo de su virginidad inconquistable, anhelante de verse conquistada. Me necesita para ser dichosa, lo mismo que a ella yo. Lucha entre darse y no, partida alma; su lidiar lo sufrimos nosotros al tenerla. Viene toda de amiga porque soy necesario a su gran ansia de ser algo más que la idea de su vida; como la rosa, vagabunda rosa necesita posarse en un rosal, y hacerle así feliz, al florecerse. Pero a su lado, inseparable doble, una diosa humillada se retuerce, toda enemiga de la carne esa en que viene a buscar mortal apoyo. Lucha consigo. Los elegidos para ser felices somos tan sólo carne donde la dicha libra su combate. Quiere quedarse e irse, se desgarra, por sus heridas nuestra sangre brota, ella, inmortal, se muere en nuestras vidas, y somos los cadáveres que deja. Viva, ser viva, en algo humano quiere, encarnarse, entregada; pero al fondo su indomable altivez de diosa pura en el último don niega la entrega, si no es por un minuto, fugacísima. En un minuto sólo, pacto, se la siente total y dicha nuestra. Rendida en nuestro cuerpo, ese diamante lúcido y soltero que en los ojos le brilla, rodará rostro abajo, tibio par, mientras la boca dice: "Tenme". Y ella, divino ser, logra su dicha sólo cuando nosotros la logramos en la tierra, prestándole los labios que no tiene. Así se calma un instante su furia. Y ser felices es el hacernos campo de sus paces. ir al índice LOS MARES: El mar. Chasquido breve, muerte de adolescencia sobre la arena tibia. Playa. El mar. Ámbito exacto: allí acaba, aquí empieza, aquí estoy yo, allí ella. Ausencia. El mar. Embate plano contra las rocas tajadas. Escribe blanca espuma con el cantil su acróstico. Se lo descifra el viento. Secreto. El mar. Sal en los labios que beso, y esa gota que va rodando, ajena, por mejilla sin llanto. La sal y el agua en el amor y en el aire. El mar. Las rastrojeras ardidas. Un chopo solo y quieto. Esqueléticos galgos buscan agua en el cauce seco. (Selección de Jesús Felipe Martínez)

 

 

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