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Literatura italiana:
Edad Media:
Antes del siglo XIII, el lenguaje literario de Italia era el latín, que fue utilizado para la redacción de crónicas, poemas históricos, leyendas heroicas, vidas de santos, poemas religiosos y trabajos didácticos y científicos. Además de quienes utilizaban el latín, había numerosos escritores que se expresaban en francés o en provenzal, la lengua de Provenza, región del sur de Francia, y que tomaban prestadas de otras lenguas las estructuras de los versos y los temas de sus composiciones. Entre las distintas formas poéticas, la más extendida era la canción provenzal. Entre los temas literarios, los más frecuentes eran los relacionados con las hazañas de los héroes de la antigüedad, los caballeros del rey Arturo y los paladines de Carlomagno. Las gestas de Carlomagno aparecieron en lengua vernácula franco-veneciana, y fueron ulteriormente latinizados en Toscana. Estos textos, además de atraer la atención por parte de los lectores, suministraron inagotables temas de caballería a las generaciones siguientes de poetas italianos.

2.1 Siglo XIII y comienzos del XIV:
Los primeros textos poéticos escritos en lengua italiana fueron los de la llamada escuela siciliana, en estrecho contacto con la corte de Federico II y de su hijo Manfredo, emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico, ambos de la familia Hohenstaufen, de origen germano, aunque establecidos en Sicilia, sur de Italia, con el fin de administrar mejor sus posesiones en esa parte de su Imperio. Bajo la influencia árabe, Sicilia se convirtió en uno de los centros importantes de cultura de la Europa del siglo XIII. La poesía de la escuela siciliana, a pesar de estar escrita en italiano, no poseía carácter de literatura nacional. Se trataba, por lo general, de una poesía de amor cortés, que seguía muy de cerca, a veces hasta demasiado, y de un modo bastante torpe, los cánones de la poesía provenzal en auge en ese momento. Pertenecieron a esta escuela poetas de la talla de Giacomo Pugliese y Rinaldo d’Aquino. Después de la caída de la dinastía Hohenstaufen, en 1254, el centro de la poesía italiana se trasladó a dos ciudades: Arezzo, conocida por el trabajo que en ella desarrolló Guittone d’Arezzo, y Bolonia, ciudad del innovador Guido Guinizelli. Guittone d’Arezzo y sus seguidores produjeron poca poesía digna de mención, mientras que Guinizelli creó el Dolce Stil Nuovo, una expresión utilizada por Dante en la Divina Comedia para describir el delicado lenguaje necesario para escribir poesías de amor. Los poetas seguidores de este estilo no escriben sobre el amor cortés de la tradición provenzal o siciliana, en aquel entonces un concepto ampliamente extendido, sino sobre un amor de tipo platónico, en el cual el atractivo de la amada despierta en el poeta sentimientos espirituales e ilumina su alma para comprender la belleza divina. El más importante de los poetas italianos, Dante Alighieri, quien admiraba a Guinizelli, escribió su primer libro de poemas, una obra maestra de la literatura italiana del siglo XIII, La vita nuova (Vida nueva, 1292), siguiendo el “nuevo estilo”. En este libro, la prosa narrativa se alterna con fragmentos en verso para describir el idealizado amor del poeta hacia su adorada Beatriz. Dante, al igual que los demás poetas del Dolce Stil Nuovo, en especial Guido Cavalcanti y Cino da Pistoia, contribuyó a hacer de su época una de las más fructíferas e interesantes de la literatura italiana. Por esos mismos años apareció otro estilo de poesía también muy característico e innovador, la poesía devocional que cultivó san Francisco de Asís, cuyo Cantico delle creature o Canticus creaturarum (Cántico de las criaturas) ensalza el amor que Dios siente hacia todos lo frutos de su Creación, y no sólo hacia los seres humanos. Estos sentimientos aparecen expresados con toda claridad en una colección de leyendas en verso, Fioretti di san Francesco (Las florecillas de san Francisco), basadas en la vida del santo de Asís. Durante todo el siglo fueron apareciendo otros poetas franciscanos, entre ellos uno con una imaginación dantesca, Jacopone da Todi, a quien se le atribuye el himno en latín más famoso de esta época, el Stabat Mater, así como la lauda dramática en lengua vulgar Donna del Paradiso. El poeta por excelencia del trecento italiano (siglo XIV), Dante, es también una de las grandes figuras de la literatura universal. Admirable por la claridad de su pensamiento, la viveza y fluidez de su poesía, y la imaginación desbordante, fue uno de los poetas que más decididamente contribuyeron a establecer el italiano como lengua literaria, por su frecuente uso de la lengua vernácula en lugar del latín. De vulgari elocuentia (1304), aunque escrito en latín, es una encendida defensa del italiano como lengua apropiada para la literatura. Los amplios conocimientos del poeta sobre la cultura de su tiempo le convirtieron en el principal intérprete de la sensibilidad y los ideales de la edad media europea. Así, su obra Il convivio, escrita durante los primeros años del siglo XIV, es casi una enciclopedia del saber europeo de la época. A su amplia erudición, Dante añadió las numerosas experiencias que le proporcionaron sus variadas actividades en el terreno de la vida pública, pues desempeñó el cargo de magistrado en Florencia y tomó parte activa en las polémicas y enfrentamientos de su ciudad. Sus convicciones políticas le llevaron al destierro y se reflejan en su tratado De Monarchia. Escrito en latín, en él defendía la constitución de un estado imperial que absorbiera los numerosos estados europeos enfrentados entre sí por conflictos regionales. Abogaba asimismo por la separación entre Iglesia y Estado, y por una justicia basada en las leyes del antiguo Imperio romano. Comenzó a escribir su obra más importante, Divina Comedia, probablemente hacia 1307. La escribió en lengua vernácula con la intención de llegar a mucha gente y transmitir de un modo más directo y efectivo sus ideas. Se trata de un extenso poema que recurre a la filosofía y la teología de la época, en el que utiliza a conocidos personajes de los siglos XIII y XIV, y plantea las polémicas que surgían en aquellos tiempos. En su forma, es una visita guiada a través de los tres mundos de la teología medieval (Infierno, Purgatorio y Paraíso) en la cual los dos personajes que guían al poeta, protagonista de la obra, a través de estos mundos desconocidos son Beatriz, objeto de su adoración, que significa el saber teológico y revelado, y el poeta de la antigua Roma Virgilio, que representa el saber humano.

3 RENACIMIENTO:
El renacimiento coincidió en Italia con un periodo de expansión económica, política y cultural. Las ciudades salieron de la etapa feudal (véase Feudalismo) y se convirtieron en importantes centros comerciales e industriales. Los dirigentes de cada una de las ciudades luchaban entre sí para aumentar su poder, conquistando otros territorios y estableciendo zonas de influencia alrededor de sus dominios. Algunas ciudades-estado, como Venecia y Génova, consiguieron crear extensas zonas comerciales en el Mediterráneo. Culturalmente, todo el periodo estuvo marcado por la búsqueda y el descubrimiento de manuscritos antiguos y por una nueva lectura de la literatura y la filosofía clásicas, que poco a poco se fueron revalorizando en toda Europa. Muchas de las grandes figuras del primer renacimiento eran eruditos dedicados al estudio filosófico o a la traducción de los clásicos griegos y latinos. Recibieron el nombre de humanistas debido a su interés por el ser humano, y no tanto por los temas trascendentes que ocupaban a los eruditos de la edad media. Muchos de estos humanistas se inspiraron en las obras de Platón, al que dieron más valor que a su discípulo Aristóteles, contrariamente a la norma que había regido en el periodo anterior.

3.1 El siglo XIV:
Una de las figuras más importantes de comienzos del renacimiento fue el poeta y humanista Petrarca, introductor de una nueva sensibilidad, hasta entonces inédita, en la cultura europea. A diferencia de Dante y de otros escritores y pensadores medievales, como el filósofo escolástico Tomás de Aquino y el francés Pedro Abelardo, Petrarca no tenía ningún interés en reproducir sólo las enseñanzas de los escritores clásicos, sino que pretendía ir más allá, adoptando su mentalidad y creando obras con el mismo espíritu que les animó a ellos en su momento. Latinista de renombre, contribuyó definitivamente a reinstaurar el latín clásico como lenguaje literario y erudito, en sustitución del maltrecho latín medieval que había servido hasta entonces como vehículo de comunicación internacional y que comenzó a dejar de hablarse a partir de entonces. A Petrarca se le suele describir como un “hombre moderno” por su reiterada afirmación de la individualidad de los seres humanos. Así, su De vita solitaria (1346-1356) y su De remediis utriusque fortunae (1354-1366) están considerados como los primeros ensayos de la historia de la cultura europea en que se expresó esta nueva actitud. También se le ha llamado “el primer nacionalista italiano”, en contraste con Dante, que fue un poeta universalista, pues deseaba que Italia se integrase en una estructura imperial europea. Para Petrarca, en cambio, Italia era la legítima heredera y sucesora de la antigua Roma, y opinaba que los distintos reinos y estados de Italia debían unirse para adoptar el papel que, como depositaria de la herencia del Imperio romano, le correspondía. Glorificó esta alta misión en su poema en latín África (1338?-1342?), para el cual toma como marco de referencia las Guerras Púnicas, que tuvieron lugar en la antigüedad entre Roma y Cartago. Aun cuando las aportaciones de Petrarca en la recuperación de los ideales clásicos fueron decisivas, su faceta más importante es la de poeta lírico. Su Cancionero, una colección de sonetos dedicados a Laura, probablemente la dama francesa Laure de Noves, análoga a la Beatriz de Dante, toma como punto de partida una aproximación idealista al dolce stil nuovo, pero lo supera al introducir por primera vez en la historia de la literatura europea una gran intensidad de sentimientos. La primera colección de poemas debió completarla en 1336-1337, aunque siguió ampliándola y retocándola a lo largo de su vida. Boccaccio, como Petrarca, era totalmente consciente de pertenecer a una época nueva y apasionante dentro de la cultura occidental. Recibió una gran influencia del poeta lírico pero, al contrario que éste, Boccaccio prefirió la narrativa a la poesía. Aunque ya dio muestras de talento en sus primeras historias, Il Filocolo (1336) y Elegía de madonna Fiammetta (1343-1344), su obra maestra fue Decamerón (1353). Se trata de una colección de cien cuentos para los que el autor se inspiró en la vida real y no en modelos literarios, como había ocurrido en toda la literatura escrita hasta entonces. Su argumento es el siguiente: un grupo de personajes, siete hombres y tres mujeres, que se han refugiado en una remota casa de campo huyendo de la peste que invadía Florencia, van narrando, a lo largo de diez días, una serie de curiosas historias, algunas cómicas, otras picantes, que les servirán para matar el tiempo durante su forzado encierro. A diferencia de Petrarca, que fue amigo suyo, Boccaccio tuvo en alta consideración la obra de Dante. De hecho, sus últimas obras fueron una biografía y una serie de estudios en torno a la figura del autor de la Divina comedia. Uno de sus mayores méritos fue el de crear una larga serie de personajes muy característicos, y definidos con habilidad, que serían posteriormente utilizados por muchos autores. Dante, Petrarca y Boccaccio fueron los primeros literatos italianos que utilizaron en sus escritos el dialecto toscano, que se hablaba en Florencia, Siena y otras ciudades del centro de Italia, y gracias al prestigio de sus obras consiguieron fijarlo como la lengua de cultura.

3.2 Siglo XV:
Durante el siglo XV se desarrolló un nuevo movimiento cultural denominado humanismo que sustituyó las concepciones medievales, situando al ser humano en el centro del universo y considerando la vida en la tierra como un periodo en el que el alma puede llegar a la plenitud. En el renacimiento aparecieron numerosos individuos a los que se les denominó “hombres universales”, es decir, artistas que alcanzaron la perfección en más de una disciplina. Artistas completos se pueden considerar el arquitecto, pintor y organista Leon Battista Alberti, y los conocidísimos Leonardo da Vinci y Miguel Ángel. Esta universalidad intelectual fue característica también de muchos de los príncipes que gobernaron las ciudades italianas durante aquella brillante época. Entre ellos, el más destacado fue Lorenzo de Medici, miembro de la ilustre familia que gobernó en Florencia durante décadas. Lorenzo fue político y mecenas de las artes, así como poeta y crítico, dotado de exquisito gusto. Angelo Poliziano, llamado Poliziano, está considerado como el poeta y humanista más destacado de este periodo. Su obra teatral en verso Orfeo (c. 1480) pasa por ser el primer drama importante de la historia del teatro italiano, y sus colecciones de poemas líricos son de extraordinaria calidad. Poliziano fue, además, un excelente erudito y traductor de textos de la Grecia clásica. Durante este periodo se mantuvieron dos fuentes de inspiración que ya provenían de etapas anteriores: las gestas de caballería y la vida pastoril. Son destacables, entre las obras que continuaron la tradición de las primeras, Orlando enamorado (1483), de Matteo Maria Boiardo y, entre las pastoriles, Arcadia (1504), de Iacopo Sannazzaro, creaciones ambas que despertaron un gran interés en toda Europa. En su preocupación por los valores terrenales frente a los religiosos, los escritores del renacimiento fueron abandonando muchas de las ideas predominantes durante la edad media, e incluso los papas actuaron como mecenas de autores denominados paganos. Algunos de estos autores paganos, en especial el humanista Lorenzo Valla, a quien estuvo a punto de costarle la vida la divulgación de ciertos documentos bastante comprometedores sobre el Papado, llegaron a hablar de “escritores cristianos” con el fin de distinguirse de ellos. Los polémicos sermones y textos de Girolamo Savonarola trataban de contrarrestar esta corriente de paganismo financiada por la propia Iglesia. A la caída de los Medici, Savonarola instauró una república teocrática en Florencia, que duró poco menos de tres años. Abandonado por el pueblo y odiado por el papa Alejandro VI, impenitente protector de la cultura llamada pagana, Savonarola murió en la hoguera al considerársele reo de herejía.

3.3 Siglo XVI:
El renacimiento llegó a su plena consolidación en el siglo XVI. La lengua italiana, que había sido desechada durante siglos por los humanistas, preocupados más bien por los textos griegos y latinos clásicos, alcanzó una dignidad, hasta entonces negada, como lengua literaria. Pietro Bembo, autor que ejerció gran influencia en la literatura de la primera mitad del siglo, contribuyó decisivamente a colocar al italiano en esa situación. En sus tratados, especialmente en Prosas sobre la lengua vulgar, obra considerada como la primera gramática de la lengua italiana, ensalzó los escritos de Boccaccio y de Petrarca como modelos, respectivamente, de la prosa y la poesía italianas. Con sus Rimas, que imitan el estilo de Petrarca, marcó el comienzo del movimiento denominado “petrarquismo”. Pero Bembo no fue el único autor destacado del siglo. Junto a él se sitúan otros dos hombres de letras importantes: el filósofo de la política Nicolás Maquiavelo y el poeta Ludovico Ariosto. El primero, a partir de sus experiencias como funcionario y diplomático al servicio de Florencia, desarrolló una concepción realista del poder que, a partir de entonces ha sido denominada “maquiavélica”. Su elaboradísimo El príncipe (1513), un análisis de las bases sobre las que se sustenta el ejercicio del poder político, formaba parte de un trabajo más amplio y ambicioso, su comentario a la Historia de Roma del historiador latino clásico Tito Livio. La “ley suprema”, según El príncipe, es “la preservación del Estado” por encima de cualquier otra obligación. El príncipe de Maquiavelo se anticipó a los llamados “déspotas ilustrados”, gobernantes bondadosos con el pueblo, pero que, sin embargo, mantenían un poder absoluto en sus dominios, a los que convirtieron en estados modernos. Las ideas del filósofo florentino partían de conceptos teocráticos medievales para adentrarse en consideraciones que presagiaban la moderna economía política. Algunos historiadores consideran la posibilidad de que, si sus ideas políticas se hubiesen llevado a la práctica en ese mismo siglo, quizá se habría podido crear una Italia unida bajo el mando de un solo gobernante, y, por lo tanto, se habría evitado que permaneciera dividida y dominada por españoles y franceses y más tarde austriacos. Además de este tratado, Maquiavelo escribió otro sobre el arte de la guerra, una historia de Florencia, una biografía (1520) del político y militar italiano Castruccio Castracane, numerosos poemas y varias obras de teatro, la más famosa de las cuales, La mandrágora (1524), es un amargo y pesimista análisis de los instintos humanos, realizado con los mismos métodos de investigación que ya aplicara a El príncipe. Amigo de Maquiavelo, el historiador y político florentino Francesco Guicciardini escribió La historia de Italia, una obra sorprendente por su objetividad y su inteligente revisión de los asuntos y personajes que en ella aparecen y que se publicó póstumamente, entre 1561 y 1564. También escribió Ricordi politici (1576-1585), basándose en su vasta experiencia como alto cargo político de la ciudad de Florencia. Otra de las figuras destacadas de este periodo es, como ya se ha dicho, Ludovico Ariosto, que representa la culminación de la poesía del cinquecento italiano. Su Orlando furioso (1516) es una obra intensa y original, concebida como la continuación del Orlando enamorado de Matteo Boiardo. Los acontecimientos que se relatan en él se desarrollan, como en su antecesora, durante el reinado de Carlomagno. En su caso, narra la batalla del emperador contra los sarracenos, escenario que sirve para unificar los distintos pasajes del texto, en el que se entremezclan aventuras, amores, magia, heroísmo, villanía, sentimiento trágico, sensualidad y hechos reales de su tiempo, elementos todos que conviven en una narración extremadamente brillante, salpicada en ocasiones de humor y fina ironía. Por todo ello y, en especial, por reflejar una profunda comprensión del espíritu humano, este poema épico merece recibir el título de obra maestra de la literatura universal. Durante estos años vieron la luz, además, dos obras muy difundidas en su tiempo sobre el comportamiento caballeresco, que fueron muy bien recibidas en una época como ésta, de refinado cosmopolitismo. Se trata de El cortesano (1528), escrita por el diplomático Baldassare Castiglione, y traducida espléndidamente al español por Juan Boscán, y Galateo (1558), del sacerdote Giovanni della Casa. La primera de ellas es un tratado acerca de los buenos modales que debe observar un caballero, así como de las virtudes intelectuales que deben acompañarle. La segunda comparte con la anterior el interés por los buenos modales, e intenta situarlos en una amplia visión de la naturaleza humana. Pero el culto a las buenas maneras, a la belleza y al refinamiento despertaron, además de un gran interés, una violenta reacción por parte de algunos autores, como Teófilo Folengo, quien en su épica burlesca Baldo (1517), lleva a cabo una parodia sumamente ácida y en ocasiones vulgar del mundo de la caballería y las letras. Escrita en latín macarrónico, una variedad cómica del latín erudito, constituye una despiadada sátira de las ideas y costumbres de su época, que inspiró, entre otros muchos, al escritor francés François Rabelais. Folengo no fue el único rebelde de la literatura del siglo XVI italiano. Junto a él se puede colocar el no menos inconformista, aunque de mayor genio, Pietro Aretino, autor teatral y creador de libelos dotado de un fino ingenio, que consiguió, por medio de sus irreverentes obras, establecer un refrescante contrapeso a la refinada cultura de su tiempo. Su gran obra I ragionamenti o, en castellano, El coloquio de las damas (1532-1534) y los seis volúmenes de sus cartas (1537-1557) transmiten su ácido e irreverente punto de vista acerca de la sociedad y costumbres de su época. En la línea renacentista de búsqueda del artista completo, no faltaron pintores y escultores que escribieron bellos textos poéticos, narrativos y ensayísticos. Así, los sonetos de Miguel Ángel constituyen apasionadas expresiones de sus sentimientos más profundos y de sus convicciones religiosas; los tratados de Leonardo da Vinci sobre arte y ciencia contienen principios de análisis que han influido profundamente en los pensadores posteriores; la interesante autobiografía de Benvenuto Cellini se encuentra entre los mejores textos de este género de toda la literatura universal; y las biografías de famosos pintores, escultores y arquitectos escritas por el también pintor y arquitecto Giorgio Vasari constituyen una fuente de información de incalculable valor sobre el arte y los artistas del renacimiento. También se escribieron cuentos y relatos breves en esta época. El autor más destacable en este terreno es Matteo Bandello, autor de Novelle (1554-1573), una serie de cuatro volúmenes de narraciones cortas en la línea de Boccaccio, que constituyeron la base sobre la que se crearon numerosas obras posteriores en toda Europa. La segunda mitad del siglo XVI estuvo presidida por la Contrarreforma, que tuvo su origen en el Concilio de Trento, celebrado en 1545. Como resultado de este concilio, convocado para contrarrestar las reformas de los protestantes, se extendió por la Europa católica una oleada de exacerbados sentimientos religiosos y de sumisión total a la autoridad papal, que consiguió ahogar la franca jocosidad, la inclinación por la exploración y la sincera alegría de los humanistas y sus sucesores, sustituyéndolas por un interés superficial por las buenas costumbres y la moralidad. La exuberante libertad de expresión y de forma de que hizo gala Ariosto cayeron bajo sospecha, y las concepciones políticas de Maquiavelo comenzaron a considerarse peligrosas. En la literatura, este cambio de actitud se materializó en un nuevo clasicismo, según el cual se volvió a situar a Aristóteles como máxima autoridad filosófica, tras difundirse su Poética por toda Europa. Esta obra del filósofo griego se publicó en lengua original con traducción latina en 1548, acompañada por un comentario de Francesco Robortelli. Durante aquellos años fueron apareciendo distintas versiones y estudios sobre la obra, los más importantes de los cuales fueron Poética (1561) de Julius Caesar Scaliger y el comentario de Ludovico Castelvetro (1570), que contribuyó a la recuperación de las unidades de espacio y tiempo en el teatro. A pesar del predominante clima de represión que caracterizó estos años, apareció un gran poeta lírico de imaginación desbordante, Torquato Tasso que, en 1575, publicó su magnífica Jerusalén libertada. Su tratamiento épico, de gran belleza, de la primera Cruzada es mucho más conciso y sencillo, más serio y unificador que el de su predecesor, el Orlando furioso, por lo cual levantó una larga serie de críticas entre los pedantes estudiosos del momento, que empujaron a su autor a reescribir la obra, con un resultado mucho más pobre. Otro gran espíritu de la época fue Giordano Bruno, escritor de mente clara que produjo numerosos diálogos contra la pedantería y el autoritarismo, y que defendió valientemente puntos de vista contrarios a las doctrinas de la Iglesia, lo que le llevó a morir en la hoguera, acusado de herejía, en Roma, en el año 1600.


Ariosto visto por Calvino:
De entre todos los poetas de nuestra tradición, el que me resulta más próximo y al mismo tiempo más veladamente fascinante es Ludovico Ariosto: no me canso de leerlo. Este poeta tan límpido y jovial, y en el fondo tan misterioso, tan hábil en permanecer oculto, este incrédulo italiano del siglo XVI que extrae de la cultura del Renacimiento un sentido de realidad sin ilusiones y que, en la misma época en que Maquiavelo formula, sobre esa misma noción desencantada de la humanidad, una dura idea de ciencia política, se obstina en crear una fábula… Sin proponérmelo, y contando entre mis maestros a novelistas de apasionada y racional participación activa en la Historia, desde Stendhal hasta Hemingway y Malraux me he encontrado desde el principio frente a ellos en la misma actitud (no hablo, naturalmente, de valores poéticos, sino sólo de actitudes históricas y psicológicas) en que se encontraba Ariosto frente a los poemas de caballería; ese Ariosto que puede mirarlo todo sólo a través de la ironía y la deformación fantástica, pero que sin embargo nunca empobrece las virtudes fundamentales que la caballería expresaba, ni rebaja la noción de hombre que animaba aquellas aventuras, a pesar de que a él ya no le quede otra cosa más que transformarlas en un juego abigarrado y danzante. Ariosto, tan alejado de la trágica profundidad que tendrá Cervantes un siglo más tarde, pero con tanta tristeza incluso en su continuo ejercicio de ligereza y elegancia; Ariosto, tan hábil en construir octava tras octava con el puntual contrapunto irónico de los dos últimos versos rimados, tan hábil en dar a veces sentido a una obstinación obsesiva en un trabajo insensato; Ariosto, tan lleno de amor por la vida, tan realista, tan humano… ¿Será acaso evasión mi amor por Ariosto? No. Ariosto nos enseña cómo la inteligencia vive también, y sobre todo, de fantasía, de ironía, de sutileza formal, cómo ninguna de estas dotes es un fin en sí misma y cómo pueden entrar a formar parte de una concepción del mundo, cómo pueden servir para valorar mejor las virtudes y los vicios humanos. Todo esto constituye una lección actual, necesaria hoy día, en la época de los cerebros electrónicos y de los vuelos espaciales. Es una energía volcada hacia el futuro, estoy seguro de ello, y no hacia el pasado, la que movía a Orlando, a Angélica, a Ruggiero, a Bradamante, a Astolfo… (Italo Calvino)

(Fuente: Encarta)

 

 

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