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Roma: Mujeres Doctae:
Lo primero que debemos hacer al abordar el tema de esta lección, de un modo parecido a como lo hemos venido haciendo en lecciones anteriores, es delimitar de forma precisa el objeto de nuestro estudio y su contexto: ¿A qué mujeres nos referimos? ¿En qué momento de la historia de Roma vivieron? ¿En qué lugar del imperio? ¿A qué estrato social pertenecieron? Con una finalidad didáctica y adaptándonos a los objetivos concretos de este curso, vamos a tratar aquí sobre la educación de las mujeres pertenecientes a las capas más altas de la sociedad, que vivían en los siglos correspondientes a la fase final de la República (II y I a.C.) y comienzos del principado (s.I d.C.), y que habitaban en la parte occidental del territorio romano. Del mismo modo que la política, también el resto de actividades intelectuales tuvieron como protagonistas a un reducido y exclusivo grupo de personas. Son, precisamente, aquellas que, no necesitando trabajar para vivir, disponían del tiempo necesario para dedicarlo al otium; ese momento que dejan libre las tareas que debe asumir el buen ciudadano (la política), y los negocios familiares; ese espacio dedicado al estudio y a la formación del espíritu al que alude, por ejemplo, el autor de la Retórica a Herenio al comienzo de su obra:

    Ocupados en negocios familiares, a duras penas podemos dedicar nuestro ocio al estudio, y el poco que se nos concede acostumbramos a dedicarlo con preferencia a la filosofía (Retórica a Herenio)

Pero no sólo era una cuestión de tiempo lo que hacía de la cultura un bien accesible sólo a unos pocos. También contribuía, y mucho, a esta exclusividad en la educación la dificultad que existía para obtener los medios de formación. Los libros eran un bien muy escaso, caros y de difícil adquisición. Procurarse buenos preceptores era también una tarea que exigía contactos, medios económicos y familiaridad con un mundo del que participaban únicamente las élites. Sólo éstos tenían bibliotecas, sólo éstos procuraban inteligentes y sabios preceptores a sus hijos, y sólo ellos podían realizar viajes de formación a la cuna de la cultura: Grecia. Cicerón, en una de sus obras de contenido filosófico más importantes, las Disputaciones Tusculanas, hace referencia, precisamente, a estos viajes a Grecia en los que se tenía contacto con los pensadores y hombres de letras más importantes del momento.

    - Es cierto que hasta ahora no hace más que defender mi causa, pero esto lo comprobaré más tarde. Mientras tanto, ¿de dónde sacas estos versos? No los reconozco. - Te lo diré, por Hércules, haces bien en preguntármelo. ¿No ves que tengo abundancia de tiempo libre? - ¿Qué es lo que quieres decir? - Creo que, cuando estuviste en Atenas, asististe a menudo a las conferencias de los filósofos. - Sí, y de muy buen grado. - Entonces advertirías que, aunque en ese tiempo ninguno era muy elocuente, ellos insertaban, no obstante, versos en sus discursos. - Sí, el estoico Dionisio lo hacía con mucha frecuencia - Es verdad…. (Cicerón, Disputaciones Tusculanas)

Cicerón reproduce un poema en el seno del diálogo que sostiene con su interlocutor, y aclara que este estilo de disertación, esta costumbre de introducir poemas en la propia argumentación de un discurso, lo ha aprendido en un viaje realizado a Atenas; un viaje que puede realizar porque dispone del tiempo libre que es propio de un hombre de su condición; el otium que precisa el estudio y la producción intelectual. Pero dentro de este grupo social ¿tuvieron las mujeres un papel importante en la cultura? Para contestar a esta pregunta, ofrecemos en esta lección algunos datos, textos y reflexiones a modo de notas para animar a un estudio más profundo; unas notas que, ofrecen una estampa simplificada de una realidad mucho más compleja, y que con una finalidad didáctica se ajustan al siguiente guión:

1. El proceso de formación 1.1.Preceptores de la casa familiar 1.2.Las niñas en las escuelas 1.3.Esposos educadores 1.4.Mujeres como Cornelia, Sempronia, Hortensia, Helvia o Sulpicia 2. El papel activo desempeñado por las mujeres en el ámbito intelectual: la educación de los hijos, el patronazgo y la creación 3. Mujeres selectas y educadas, ¿por qué? 3.1.Finalidad moralizante de la formación: formación como parte de la educación 3.2.Mujeres cultas en sociedad: pros y contras. Matrona docta y Puella docta.

1.1. Preceptores en la casa familiar:
En los últimos siglos de la República la regla más común en la educación de los hijos era la de contar con los servicios de un preceptor. Probablemente, en tiempos anteriores, el padre contribuyó más directamente en la educación de los hijos, sin embargo, un caso como el de Catón, según narra Plutarco, debió ser algo excepcional:

    Fue también un buen padre, un marido honrado con su mujer y un administrador no desdeñable, que se dedicaba a tal tarea sin considerarla una ocupación de segundo rango, algo insignificante o baladí. Por ello creo que es preciso narrar también cuantas buenas acciones llevó a cabo en estos ámbitos. Desposó a una mujer más noble que rica (Licinia), pues creía que, aunque ambos tipos de mujeres eran serias y sensatas, las de buen linaje se avergonzaban ante lo deshonroso y eran más sumisas a sus maridos en lo que atañe a la virtud. Decía que un hombre que golpeaba a su esposa o a su hijo ponía sus manos sobre los seres más sagrados. Le parecía más digno de alabanza ser un buen esposo que un gran senador. En efecto, Catón no admiraba nada del antiguo Sócrates salvo helecho de que, a pesar de tener una mujer difícil y unos hijos necios, los tratara toda su vida con benevolencia y dulzura. Nacido su hijo, no hubo para él ninguna obligación, salvo las de carácter público, que fuera tan perentoria que le impidiera ayudar a su mujer mientras bañaba y envolvía en pañales al niño. Ella crió a su hijo con su propia leche y, como daba con frecuencia el pecho también a las criaturas de los esclavos, consiguió con esta cría compartida una buena disposición de aquellos hacia su hijo. Y una vez que empezó a tener entendimiento, Catón lo tomaba junto a sí y le iba enseñando él mismo a leer, a pesar deque tenía un esclavo, de nombre Cilón, que era un reputado gramático que enseñaba a muchos niños. Pero Catón no creía adecuado, y así lo dice él mismo, que un hijo oyera regañinas de boca de un esclavo o que recibiera tirones de orejas cuando aprendiera algo con demasiada lentitud, y tampoco que le debiera a un esclavo el aprendizaje de algo tan importante. Él mismo fue, pues, su maestro, su profesor de leyes, su monitor de gimnasia; él enseñó a su hijo no sólo a disparar con arma arrojadiza, a luchar con armas pesadas y a montar a caballo, sino también a pelear con los puños, a resistir el calor y el frío y a salvar su vida a nado haciendo frente a los remolinos y los rápidos del río (…) (Plutarco, Vidas Paralelas, Vida de Catón)

Los padres debían atender asuntos públicos en el foro y tenían asimismo obligaciones militares que les apartaban durante largo tiempo de la casa familiar. Por ello, fue una práctica generalizada contar con esclavos, muchas veces griegos, con una buena formación, a los que se encargaba la enseñanza de los hijos en el ámbito del hogar (incluso Plutarco menciona a un tal Cilón, esclavo experto en gramática, en la casa de Catón). Alumnos de estos preceptores eran habitualmente todos los hijos del pater familias, tanto los niños, como las niñas. Estrabón (Estrabón, Geografía, 14,1,48) hace referencia a que su propio maestro, Aristodemo de Nisia, se encargó en Roma de la enseñanza de gramática a los hijos de Pompeyo Magno (también a su hija Pompeya: Hemelrijk, 1999, p.22). Cicerón menciona el preceptor de Ática (hija de su amigo Ático) en una de sus cartas (Cicerón, Cartas a Ático); También Plinio, aunque en una época más tardía, cuando se refiere a Minicia Marcela Te estoy escribiendo esta carta en medio de una gran aflicción: la hija menor de nuestro querido amigo Fundano ha fallecido. Yo nunca he visto una joven más alegre, más amable que esta niña, y más merecedora no diría yo de una vida más larga, sino casi de la inmortalidad. Aún no había cumplido los treces años, y ya tenía la prudencia de una mujer de edad y la dignidad de una madre de familia, conservando sin embargo el encanto de la juventud junto con una inocencia virginal. ¡’Cómo se colgaba del cuello de su padre! ¡Con qué afecto, con qué discreción nos abrazaba a los amigos de su padre! ¡Cómo amaba a sus nodrizas, a sus pedagogos, a sus maestros, a cada uno de acuerdo con su tarea! ¡Con qué inteligencia, con qué interés se aplicaba a la lectura de sus libros! ¡Qué moderación, qué contención en sus juegos! ¡Con qué resignación, con qué paciencia, con qué, yo diría, firmeza soportó esta última enfermedad! Obedecía a sus médicos, daba ánimos a su hermana y a su padre y ella misma se sostenía, cuando las fuerzas físicas la habían abandonado, con su fuerza de voluntad. Conservó esa fuerza interior hasta el final, y no la quebrantó ni la duración de la enfermedad ni el temor a la muerte, por lo que nos ha dejado más motivos, y más graves, para llorarla y echarla de menos (Plinio, Cartas) Y, precisamente Plutarco (Obras Morales y de costumbres, Charlas de sobremesa), tratando de aquellas citas de los clásicos que se hacen en la mesa, en medio de la celebración de cenas o banquetes, refiere una anécdota en la que la hija de Pompeyo, por indicación de su preceptor, lee una frase de la Ilíada de Homero, lo que prueba, por otra parte, que la niña conocía y estaba familiarizada con esta obra, verdadero bastión de la educación griega y romana.

1.2. Las niñas en las escuelas:
Que las jóvenes acuden a las escuelas lo prueban varias fuentes. Por ejemplo, Marcial, (Epigramas) u Horacio, en una de sus sátiras (Horacio, Sátiras). Éste último, además, alude a las escolares con claro tono despectivo: en la parte final del texto Horacio se refiere a todas aquellas personas de quien desearía obtener un juicio favorable, y menciona también a otros cuya opinión no le importa porque no le merecen respeto alguno; es el caso de Demetrio y Tigelio, a quienes “manda a soltar gimoteos entre sus discípulas”. No son creíbles, sin embargo, el testimonio de Dionisio de Halicarnaso y el de Tito Livio sobre la existencia de escuelas en el tiempo de Virginia. Probablemente se trate de un anacronismo fruto de la práctica de trasladar al pasado hechos pertenecientes a la realidad coetánea de los autores (en los primeros tiempos no existían escuelas y la educación se realizaba exclusivamente en el seno familiar). A esta muchacha, que era ya casadera, la vio Apio Claudio, el jefe del decenvirato, mientras leía en casa del maestro (entonces las escuelas de los niños estaban alrededor del Foro) y al punto quedó atrapado por la belleza de la chica, y mucho más fuera de sí se puso aún al verse obligado a pasar a menudo cerca de la escuela cuando ya estaba dominado por la pasión (Dionisio de Halicarnaso, Historia Antigua de Roma, 11,28,3; Traducción de E.Jiménez y E.Sánchez, Madrid, Gredos, 1988). Cuando la joven se dirigía al foro –pues allí, en unas tiendas, estaban las escuelas primarias- el agente del apasionado decenviro le echó mano llamándola esclava suya, hija de una de sus esclavas, y le ordenó seguirlo: que si ofrecía resistencia la llevaría a la fuerza (Tito Livio, Historia de Roma desde su fundación) De todos modos, el número de niñas en las escuelas debió ser menor que el de los niños (Harris) y ello podría deberse al hecho de que ya desde los 12 años debían estar listas para contraer matrimonio y abandonar los estudios.

1.3. Esposos educadores:
Algunas mujeres que habían sido instruidas en sus casas o en las escuelas, continuaban su formación gracias a sus esposos. Me leyó hace poco unas cartas, que decía que habían sido escritas por su esposa, pero juzgué que eran de Plauto o Terencio en prosa. Sean de su esposa, como afirma, o de él mismo, cosa que niega, se merece la misma gloria, o bien porque él las ha redactado, o bien porque ha hecho tan instruida y cultivada a una esposa que había recibido virgen (Plinio, Cartas) Es extraordinariamente inteligente, extraordinariamente frugal; me ama, lo que es un claro indicio de su virtud. Añade a estas virtudes el interés por los estudios literarios, que le ha inspirado el amor que siente por mí. Guarda copias de mis obras, que lee una y otra vez, e incluso las aprende de memoria. ¡Qué angustia siente cuando ve que voy a pleitear en un tribunal, qué felicidad cuando ya he terminado! Ella se arregla para que se la mantenga informada de qué aclamaciones, de qué aplausos he provocado, de qué éxito he tenido en el juicio. Ella misma, cuando hago una lectura pública, se sienta en un lugar próximo, oculta por una cortina, y escucha con oídos atentísimos los elogios que recibo. Ella incluso ha puesto música a mis poemas y los canta, acompañada de su cítara, que no le ha enseñado a tocar ningún artista, sino el amor que es el mejor de los maestros (Plinio, Cartas, 4,19,2; Traducción de J.González, Madrid, Gredos, 2005) A partir del siglo I d.C. comienza a haber testimonios que presentan el matrimonio como una relación en la que debe existir colaboración y armonía entre los esposos, ciertos deberes de ayuda mutua en los que se inserta también este papel del marido para con su esposa. Otro testimonio podemos leerlo también en Plutarco: Reuniendo de todas las partes, como las abejas, lo provechoso y llevándolo tú mismo en ti mismo, haz a tu mujer partícipe de ello y discútelo con ella, para que le sean familiares y de su uso los discursos mejores. Porque para ella “eres” el padre “y la venerada madre así como el hermano” (Ilíada 429-430). Y no es menos honroso oír a tu mujer que diga: “Esposo, tú eres para mí guía, filósofo y maestro de las cosas más bellas y divinas”. Tales enseñanzas, principalmente, alejan a las mujeres de una conducta indecorosa. En efecto, una mujer que está aprendiendo geometría se avergonzará de bailar y no admirará los encantamientos de los filtros, si está hechizada con los escritos de Platón y Jenofonte. Y si alguna maga promete que hará bajar la luna, se reirá de la ignorancia y necedad de las mujeres que se creen estas cosas, (…) Plutarco, Obras Morales y de Costumbres, De los deberes del matrimonio)

1.4. Mujeres como Cornelia, Sempronia, Hortensia, o Sulpicia:
Las fuentes romanas nos ofrecen el testimonio de la existencia de algunas mujeres con una gran formación cultural y un talento sobresaliente. Mencionaremos aquí a cuatro de ellas: Cornelia, Sempronia, Hortensia y Sulpicia. Cornelia:

    Habiendo Pompeyo entrado en la ciudad, se casó con Cornelia, hija de Metelo Escipión, que no se hallaba soltera, sino que había quedado viuda poco antes de Publio, hijo de Craso, muerto también en la guerra de los Partos, con quien casó doncella. Tenía esta joven muchas prendas que la hacían amable, además de de su belleza, porque estaba muy versada en las letras, en tañer la lira y en la geometría y había oído con fruto las lecciones de los filósofos. Agregábanse a esto unas costumbres libres de la displicencia y afectación con que tales conocimientos suelen echar a perder la índole de las jóvenes; (Plutarco, Vidas paralelas, Pompeyo)

Además de estar versada en letras, en música, geometría y filosofía, al parecer también destacaba por su oratoria: En realidad desearía en los padres la mayor erudición posible. Y no hablo solamente de los padres; pues noticia tenemos que a la elocuencia de los Gracos contribuyó en alta medida su madre Cornelia, cuyo lenguaje cultivadísimo se ha conservado también en sus cartas para la posteridad. También Lelia, hija de Cayo, reprodujo, según se dice, en su lenguaje la elegancia paterna, y el discurso de Hortensia, hija de Quinto, pronunciado ante los triunviros, continúa leyéndose no sólo en honor de su condición femenina (Quintiliano, Sobre la formación del orador) Tras la muerte de sus hijos, se retiró a su casa en Miseno, en la Campania, y allí vivió hasta el fin de sus días. Plutarco menciona la gran cantidad de amigos que la visitaban; entre ellos, hombres de letras, y gozaba de un prestigio incluso entre Reyes, de quienes recibía regalos. Pero subraya, además, su férrea educación al más puro estilo estoico, que a juicio del escritor contribuía a que Cornelia sufriera sus desgracias con sensatez y comedimiento. Explica su comportamiento por la educación recibida; una educación que le ha sido proporcionada por la familia y el entorno al que perteneció, por “su origen noble”, en palabras de Plutarco.

    (…) soportaba todas sus desgracias con nobleza y grandeza de ánimo y que, hablando de aquellos lugares consagrados en los que habían muerto, dijo que los cadáveres tenían tumbas dignas de ellos. Ella pasó el resto de su vida en el lugar llamado Miseno, sin apartarse en nada de su régimen habitual. Era de muchos amigos y, por su hospitalidad, tenía una buena mesa; la rodeaban siempre griegos y hombres de letras, y los reyes recibían y le enviaban regalos. Era muy agradable con los que la visitaban y contaba a los que la acompañaban la biografía y modo de vida de su padre, el Africano; pero el mayor asombro lo causaba recordando a sus hijos sin lamento ni lágrimas, relatando sus sufrimientos y hazañas a quienes le preguntaban como si se tratara de personajes de tiempos remotos. De ahí que a algunos les pareciera que la vejez o la enormidad de sus males la había privado de la razón y la había vuelto insensible a las desgracias, cuando en verdad eran ellos los que no se daban cuenta de hasta qué punto de un origen noble y de un buen nacimiento y educación se sigue provecho para los hombres también en la desdicha, y de que si la fortuna a menudo triunfa sobre la virtud, que vigila los males, no la priva, una vez caída, de sufrir la desgracia con sensatez (Plutarco, Vidas Paralelas, Vida de Tiberio Graco).

Sempronia: También poseedora de un brillante talento y formación era otra mujer, Sempronia; sin embargo, sus cualidades y su educación no son subrayadas en ella como expresión de los valores encarnados en el modelo de matrona romana, sino todo lo contrario. Esta mujer por su alcurnia y su belleza, y también por su marido y por sus hijos, era bastante afortunada; versada en la literatura griega y latina, tocaba la lira y bailaba con más elegancia de lo que una mujer honesta necesita, y poseía otras muchas cualidades que son instrumento de la disipación. Pero para ella todo era más estimable que la honra y la decencia; no era fácil dilucidar qué respetaba menos, si su dinero o su reputación; su pasión era tan encendida que cortejaba a los hombres con más frecuencia de lo que era cortejada (…) (Salustio, Conjuración de Catilina) Hortensia: Por su parte Hortensia, la hija de Quinto Hortensio, en vista de que los triunviros habían impuesto un oneroso tributo a las matronas y ningún varón se atrevía a asumir su defensa en juicio, accedió a defender a las mujeres con firmeza y éxito ante los triunviros. Con una elocuencia calcada de la des su padre, logró que la mayor parte de las cargas impuestas a las mujeres les fueran devueltas. Volvía por tanto Quinto Hortensio a la vida en la persona de su hija y le infundía su verbo. Si sus descendientes varones hubiesen procurado continuar aquel vigor, el gran legado de la elocuencia de Hortensio no habría perecido con este solitario alegato de una mujer (Valerio Máximo, Hechos y Dichos memorables) (Sobre Sulpicia trabajaremos en las actividades previstas para esta unidad didáctica) Debemos de estar, no obstante, ante mujeres insólitas. El número de mujeres con una formación como la que poseían éstas, cuyo recuerdo ha perdurado en las fuentes, debió ser mucho menor que el de varones de su mismo grupo social. Una formación equiparable a la masculina debía contarse como excepción, y esa excepcionalidad se trasluce en los textos, que se refieren a mujeres que nacieron y se educaron en el seno de familias fuera de lo común; extraordinarias por su formación, su inteligencia, sus inquietudes, por su peso social y político, y por su propia trayectoria vital (Harris, 1989; Rawson, 1985).

2. El papel activo de las mujeres en el ámbito intelectual: educación de los hijos, patronazgo y creación:
Ya hemos tenido ocasión de subrayar el papel sobresaliente que la sociedad romana otorgó a las mujeres en la educación de sus hijos. Como ya hemos visto, los niños vivían bajo el cuidado de sus madres, al menos, hasta los siete años de edad; edad en la que tomaba el relevo el padre en la enseñanza de lo que serían sus tareas más importantes como ciudadano en la esfera pública. Cicerón subraya este papel en una de las mujeres excepcionales a las que hemos hecho referencia, Cornelia, quien no sólo educó a sus hijos con su influencia directa, sino que hizo lo posible por procurarles la instrucción de los mejores hombres de ciencia. Graco, gracias a las atenciones de su madre Cornelia, recibió desde niño una buena educación e instrucción en las letras griegas. Tuvo siempre excelentes maestros venidos de Grecia, entre ellos, cuando ya era un joven, a Diófanes de Mitilene, el más elocuente de la Grecia del momento (Cicerón, Bruto, 104; Traducción de M.Mañas, Madrid, 2000) Sin embargo, no parece que desarrollaran importantes actividades de promoción y patronazgo de la cultura durante la época republicana, comportamientos que quizás tuvieron un mayor protagonismo durante la época imperial. Sin embargo, sobresale también el nombre de tres mujeres, que nos limitaremos aquí a mencionar: Argentaria Polla, Nummia Nigrina, Sabina y Marcela. (Hemelrijk, 1999) En cuanto a la creación literaria, conocemos sobre todo la aportación de Sulpicia a la literatura latina. Estudiaremos mejor este punto a partir de la actividad prevista para esta lección (ver actividades de la cuarta unidad didáctica).

3. Mujeres cultas, ¿Por qué?:
En general, la educación de los miembros de las élites (hombres y mujeres), se asentaba sobre la idea de la transmisión y consolidación de los valores que aglutinaban al grupo. (…) los entendimientos tiernos, y que habrán de recibir con más hondura cuanto tomare asiento en sus espíritus no formados y desconocedores de todo, no sólo deben aprender lo que es lenguaje correcto, sino más aún lo que es moralmente bueno. Y por eso con muy buen criterio se ha establecido que se empiece la lectura por Homero y Virgilio, aunque para la comprensión de sus bellezas se precisa mayor madurez de juicio (…) entre tanto vaya elevándose su espíritu con la sublimidad de la Canción Heroica y desde la grandeza de sus temas tome aliento y déjese penetrar por sus más nobles hazañas (Quintiliano, Sobre la formación del orador, 1,8,4-5; Traducción de A. Ortega, Salamanca, 1996 ) El poeta da forma a la tierna y balbuciente boca del niño, empezando por retirar su oído de las expresiones obscenas, y pronto formando sus espíritus con amables preceptos. Es el corrector de la grosería, la envidia y la ira. Relata nobles hazañas, instruye con viejos ejemplos a nuevas generaciones, consuela al desvalido y al enfermo. ¿Cómo habrían aprendido las plegarias castos jóvenes y mozas casaderas, si la Musa no les hubiera dado un vate? (Horacio, Epístolas, 2,1,125; Traducción de H.Silvestre, Madrid, 1996) En este contexto, era importante que las mujeres hicieran también suyo ese bagaje cultural del que formaban parte y que constituía su seña de identidad. Era importante para asumir el papel que les había sido encomendado, y para transmitirlo también a sus hijos. Lo que se enseñaba era, precisamente, todo aquel saber del que debía tomarse ejemplo. El saber era también un instrumento de educación, término que tiene, creemos, un sentido más amplio. Se ve, por ejemplo, en el fragmento de Plutarco sobre la vida de Graco: Cornelia es alabada no sólo porque sepa mucho, sino porque ha forjado su carácter para acomodarlo a una serie de valores superiores, que son los que le han sido inculcados desde la cuna, los propios de la nobleza. Puede apreciarse también en este texto de Séneca:

    Por tanto, te guío allí donde deben refugiarse todos los fugitivos de su suerte, a los estudios liberales: ellos curarán tu herida, ellos arrancarán de raíz tu tristeza. Aun cuando no estuvieras familiarizada con ellos deberías ahora utilizarlos; pero, en cuanto te lo permitió la severidad a la antigua de mi padre, no abarcaste ciertamente todos los buenos conocimientos, pero sí los abordaste. ¡Ojalá mi padre, sin duda el mejor de los hombres, menos aferrado al uso de los antepasados, hubiera querido que te instruyeras en los preceptos de la sabiduría mejor que te iniciaras sólo! No tendrías ahora que procurarte defensas contra la suerte, sino sacar las tuyas. Por culpa de esas que no utilizan las letras por saber sino que se instruyen en ellas por ostentación, apenas consintió que te dedicaras a los estudios. Sin embargo, gracias a tu ávida inteligencia sacaste de ellos más de lo que permitía el tiempo: están echados los cimientos de todas las ciencias; regresa a ellas ahora; te prestarán protección. Ellas te consolarán, ellas te deleitarán, si ellas penetran de buena fe en tu espíritu, nunca más penetrará el dolor, nunca la inquietud, nunca el vano tormento de una desolación inútil (Séneca, Diálogos, Consolación a Helvia)

Pero, además, la educación era un valor añadido en las mujeres romanas, que participaban activamente en los acontecimientos sociales de su grupo. Entretenían como anfitrionas a los invitados en las celebraciones, banquetes y otros eventos organizados en su propia casa; realizaban visitas; contribuían a mantener, ya lo hemos visto, las relaciones sociales de sus maridos. La educación era, además, un elemento distintivo: como bien sólo accesible a algunos representaba un signo más de relevancia social, y quizás sea éste el sentido que debamos dar a las numerosas representaciones gráficas de mujeres con libros y elementos relacionados con la escritura: Por ejemplo, este fresco de Pompeya, conocido como la representación de la poetisa Safo. Pero hay muchas más manifestaciones de la cultura femenina como imagen de privilegio y de unos valores asociados a las élites de la sociedad romana. Hemelrijk, menciona el hecho de que una estatua de Cornelia fuera erigida, precisamente, en el Pórtico de Octavia: El pórtico de Octavia era el lugar apropiado para ensalzar los valores de la maternidad, y nadie mejor que Cornelia podría representar a la madre prolífica, pero bien educada con la que Augusto quería equiparar a su hermana (Hemelrijk, 1999, p. 67) Y también se aprecia esto mismo en las inscripciones funerarias, en las que suele representarse a la hija o la esposa recibiendo lecciones con un libro entre las manos, al frente de un negocio de cuyas cuentas se ocupan, y anotan en tablillas, etc. Sin embargo, las fuentes también registran una actitud de desprecio y de crítica hacia mujeres, “excesivamente” cultas, o que habían extraído del estudio otras enseñanzas que las alejaban de las cualidades y el comportamiento de las matronae tradicionales. Se trata en este caso de las puellae doctae, de quienes no se habla ya con admiración, sino todo lo contrario. Un claro ejemplo es el de la ya mencionada Sempronia, pero se aprecia también en esta sátira de Juvenal:

    Pero es más pesada la que en cuanto se pone a la mesa cita a Virgilio, compadece a Elisa en el trance de su muerte y enfrenta a poetas, comparando de acá a Varrón y de la otra parte poniendo en el plato de la balanza a Homero. Se retiran los maestros, quedan derrotados los profesores, todo el público calla, ni el abogado ni el pregonero dirán palabra, ni ninguna otra mujer: con tanta fuerza se suceden las palabras, que dirás que a la vez resuenan otros tantos platillos y cascabeles. Que nadie ya fatigue trompetas, nadie bronces: una sola podrá ayudar a la Luna en apuros. Traza un límite el sabio incluso a las actividades honradas; porque la que quiera a toda costa parecer erudita y elocuente, tendrá que arremangarse la camisa hasta la mitad de la pierna, matar un puerco en honor de Silvano, lavarse por un real. Que la señora que se ponga a la mesa pegada a ti no domine los estilos o retuerza tortuosos entimemas con retorcido lenguaje, y que tampoco sepa todos los argumentos sino alguna que otra cosa sacada de los libros y apenas entendida. Aborrezco a esa que repasa y memoriza la Gramática de Palemón mintiendo siempre las reglas y la norma del lenguaje, que, aficionada a lo antiguo, sabe versos que yo ignoro y corrige a la cateta de su amiga expresiones de las que ningún esposo se preocupa; tiene licencia el marido para incurrir en barbarismos (Juvenal, Sátiras)

A nuestro juicio, las críticas a la educación de las mujeres están relacionadas con algo que ya hemos visto: con el rechazo hacia la excesiva influencia griega y con ella la pérdida de las costumbres más propiamente romana. Las críticas se hacen desde la defensa a ultranza de los valores que representa la matrona y el reparto de roles masculino y femenino en la sociedad. Se critica un cambio en el modo de vida, que se siente como una amenaza. (Ana M. Rodríguez González)

 

 

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