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Literatura italiana siglo XIX:
La liberación y la unificación del país había sido un anhelo constante de los escritores italianos desde el siglo XIII. En esa época, el nacionalismo se manifestó, entre otros modos, con la adopción del italiano como lengua literaria. El anhelo de liberación recibió un gran estímulo con el triunfo de la Revolución Francesa, que difundió una ola de encendido nacionalismo por toda Europa. Desde comienzos del siglo XIX hasta 1870, momento en que las tropas de Garibaldi tomaron los Estados Pontificios de Roma y expulsaron a los ejércitos franceses que habían acudido en defensa del Papa, la influencia predominante en la literatura del país fue el nacionalismo, en particular su versión italiana, denominada Risorgimento.

Nacionalismo, romanticismo y clasicismo:
La literatura italiana de comienzos del siglo XIX no estuvo marcada sólo por el nacionalismo. Por entonces aún persistía el neoclasicismo proveniente del siglo anterior, pero poco a poco fue dejando paso al romanticismo, movimiento sumamente interesado en la historia y las tradiciones regionales, germen de los distintos nacionalismos europeos que surgieron durante todo el siglo. La gran influencia que sobre la cultura italiana tuvo la Revolución Francesa y el posterior reinado de Napoleón I queda patente en la producción de Vincenzo Monti, Ugo Foscolo y Carlo Porta. Las obras del primero reflejan la inestabilidad de sus convicciones políticas. En sus comienzos fue contrario a la Revolución Francesa, como evidencia su poema La basvilliana (1793), sobre el asesinato del enviado francés Hugo Bassville. Más tarde, se convirtió en ardiente defensor de la causa de Napoleón, al que ensalzó en una serie de poemas. Aunque autor de gran talento, la crítica valora especialmente su traducción de la Iliada del poeta griego Homero. Ugo Foscolo tuvo una personalidad más estable que la de su contemporáneo Monti. Fue militar y profesor durante la ocupación francesa de Italia y, al regreso de los austriacos, se marchó a Inglaterra, donde pasó el resto de su vida. La fama de Foscolo se forjó a través de una novela escrita en forma epistolar, Últimas cartas de Jacopo Ortis (1798), que seguía la línea de El joven Werther, obra del poeta y novelista alemán Johann Wolfgang von Goethe. La novela del autor italiano se caracteriza por una mezcla de amor romántico y ardiente patriotismo. Más adelante, este patriotismo dio paso a la resignada contemplación de la antigua gloria de su país, en ese momento dividido y ocupado por ejércitos extranjeros que mancillaban las antes esplendorosas ciudades. Durante esta etapa escribió su obra maestra, Los sepulcros (1807). El poeta Carlo Porta, que escribió en dialecto milanés, centró su obra en la descripción de la miserable vida de la clase humilde durante la ocupación francesa en tiempos de Napoleón. Así, en sus Poesías en dialecto milanés (1821) condenó, aunque sin una excesiva virulencia, el papel del clero y la nobleza. Giacomo Leopardi ha sido considerado unánimemente como uno de los poetas líricos más importantes de la literatura italiana. Retirado en su hogar, estudiaba incesantemente y se convirtió en un erudito conocedor de los clásicos griegos y romanos; tradujo obras de ese periodo y demostró un talento especial para la poesía. Sus primeras composiciones, como los poemas “A Italia” y “Al pie del monumento de Dante” fueron de carácter patriótico. Más adelante, un agudo pesimismo se fue adueñando de sus poemas, que publicó bien sueltos bien agrupados en colecciones. La primera edición completa de ellos, los Cantos, apareció en 1831. Su pesimismo quedó plasmado también en numerosos trabajos en prosa, como Opúsculos morales (1827) y Zibaldone (7 volúmenes de publicación póstuma: 1898-1900), y en su voluminosa correspondencia. A pesar de que nunca lo admitió, su introspección, su desolación y su nostalgia le aproximan mucho al romanticismo, aunque, por otro lado, la pureza aristocrática de su estilo y su frecuente recurso a fuentes clásicas le emparentan con el neoclasicismo. Entre los escritores políticos del Risorgimento destaca el patriota Giuseppe Mazzini, autor que continúa resultando interesante aún hoy en día, y cuyas actividades políticas le llevaron a sufrir la prisión y el destierro. Con el estadista Camillo Cavour y el militar Giuseppe Garibaldi, forman la triada de los llamados padres de la unificación italiana. El nacionalismo, al agotarse, fue dando paso a dos corrientes muy distintas dentro de la literatura italiana del siglo XIX. Por un lado, una corriente regionalista, que exploraba la vida y costumbres provincianas y las presentaba con un estilo realista, a menudo incluso en el dialecto de la zona. La segunda corriente tomó su punto de referencia en la lucha contra el poder temporal del papado. En efecto, los Estados Pontificios, controlados por Francia y utilizados en su propio interés, eran los últimos que restaban para lograr la unidad total de Italia. Así, el nacionalismo de esta segunda tendencia entró en oposición directa con la Iglesia. Este enfrentamiento se resolvió diversamente entre los autores, dependiendo de las inclinaciones personales de cada uno de ellos. Mientras los más radicales expresaron su antagonismo con la Iglesia, los más tradicionalistas retomaron los valores más limpios de los cristianos antiguos, y otros incluso se reafirmaron, a pesar de todo, en su fe. Entre los autores pertenecientes al último grupo, se debe considerar a Alessandro Manzoni, autor de la obra maestra más famosa de la narrativa italiana del siglo XIX, Los novios (1840-1842). Se trata básicamente de la historia de dos enamorados de clase humilde en lucha contra la opresión y el destino cruel, ambientada en la Italia del siglo XVII, bajo la dominación española. Protegido por la distancia histórica, Manzoni pudo atacar y ridiculizar la opresión extranjera, de todo tipo y periodo, aunque el paralelismo entre los hechos descritos en la novela y la ocupación austriaca de Italia, periodo vivido por el autor, resultó más que evidente. El mensaje universal de la obra, que le ha valido el reconocimiento general, es la necesidad del ser humano de confiar en la divina providencia y no en los planes humanos si se desea el verdadero triunfo del bien sobre el mal. Sus Himnos sacros (1812-1813) pusieron en evidencia la preocupación de Manzoni por la religión, que fue aumentando a lo largo del tiempo hasta marcar por completo sus últimas obras, imbuidas de un fuerte sentimiento piadoso. Antes, sin embargo, su fama se había extendido por toda Europa, con ocasión de la oda El cinco de mayo que escribió a la muerte de Napoleón, y que fue traducida al alemán por Goethe. Escribió, asimismo, dos obras de teatro: El conde de Carmagnola (1820), centrada en la figura de un condottiero (jefe militar mercenario), al servicio de alguno de los distintos estados del renacimiento, y Adelchi (1822), sobre el heredero del último rey de los lombardos. Ambas anticipaban los temas religiosos y patrióticos de Los novios. La prosa clara y directa de Manzoni no recurre al ornato, propio de la estética neoclásica, que se puede encontrar en las obras de Foscolo y Monti. Su búsqueda de un orden místico que rija la historia, su interés por la edad media y su consciencia de la imperfección y limitación de la vida mortal lo sitúan más próximo al romanticismo. De hecho, su Lettera sul romanticismo defiende este movimiento en oposición a las convenciones del neoclasicismo. Manzoni mantuvo, asimismo, una profunda preocupación por la lengua italiana. A lo largo de los siglos, el vocabulario básico del italiano de Toscana había ido incorporando términos y expresiones provenientes de otras regiones. Esto había dado como resultado, según el autor, un abultado, confuso y repetitivo vocabulario, de modo que abogó durante todo su periodo creativo por un retorno a la lengua vernácula florentina, tal y como se hablaba entre las clases cultas de la otrora cosmopolita ciudad-estado. Hacia la mitad del siglo, la influencia de Manzoni y del romanticismo en general sobre la cultura italiana provocó una violenta reacción, que se materializó en el retorno a un clasicismo mucho más profundo que el practicado por Monti. Esta reacción tuvo su principal representante en el poeta Giosuè Carducci, que en sus obras alabó la antigua Roma y la esperanza de Italia unida. Toda su producción fue una defensa de la estética y la mentalidad clásicas, opuestas frontalmente al misticismo romántico y al sentimiento religioso católico. Fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1906 por el conjunto de su obra, entre la que destacan Levia gratia (1861-1877), Rimas nuevas (1861-1887), Odas bárbaras (1877-1889) y Rima y ritmos (1898).

Verismo, realismo:
La segunda mitad del siglo XIX estuvo marcada por la reacción de una parte de los autores italianos contra los estilos neoclásico y, sobre todo, romántico, centrados en el pasado y sus glorias. Los representantes de esta nueva corriente, que rechaza la retórica y el poco realismo de los creadores de los demás movimientos del siglo, defendieron la utilización de la lengua común y un estilo de escritura sencillo, con argumentos basados en experiencias y fenómenos observables en la realidad cotidiana. Los poetas exaltaron esta realidad y la elevaron al rango de verdad. De esta concepción toma su nombre el movimiento, verismo (de vero, ‘verdadero’). El verismo otorgó una importancia hasta entonces desconocida a la poesía en dialectos regionales. Si bien es cierto que antes se habían escrito obras importantes en dialecto napolitano, como Lo cunto de li cunti (El cuento de los cuentos), de Giambattista Basile, y en milanés, como las obras de Porta, los escritores realistas hicieron de los dialectos un vehículo en la creación literaria. Entre ellos hay uno de gran significación, Giuseppe Gioachino Belli, que escribió en el dialecto de Roma más de 2.000 sonetos, en los cuales describe al pueblo de Roma, sometido al descontrol reinante en la ciudad como consecuencia de la mala administración papal. En el movimiento verista hubo autores dedicados al teatro, a la narrativa y a la poesía. Uno de los novelistas más destacados fue el siciliano Giovanni Verga, que escribió obras como Los malavoglia (1881) y Maese don Gesualdo (1889). Escribió también cuentos, entre ellos “Cavalleria rusticana”, que constituyó la base del libreto de la famosa ópera homónima de Pietro Mascagni. En ellos, como en el resto de su obra, Verga llevó a cabo descripciones realistas de la vida humilde, y a veces miserable, de los campesinos de su isla natal, aunque ése sea el telón de fondo para el desarrollo de historias de amor apasionadas y, a veces, imposibles. Contrario al verismo, pero influido por él, el poeta Giovanni Pascoli escribió textos idílicos con evocaciones de la vida campesina al estilo de las Geórgicas de Virgilio. Su neoclasicismo no contenía elementos anticatólicos sino que, por el contrario, colocó a Dante como modelo por su espiritualidad religiosa. El estilo de Pascoli se caracteriza por la abundante retórica de sus poemas y la libertad en la métrica, que abrió el camino a la utilización del verso libre en la literatura italiana. Otro autor que se opuso al realismo fue el poeta y novelista Antonio Fogazzaro quien, a pesar de ser un católico convencido, estaba a favor de las teorías sobre la evolución de Charles Darwin. En su obra El santo (1905), expuso las formas de una actitud religiosa moderna que le valió la condena de las autoridades de la Iglesia católica. Sus novelas defienden una salida de la crisis moral de la época a través de una revolución social apoyada en los avances de la ciencia. Entre ellas destacan Fantasma (1881), Daniele Cortis (1885) y Piccolo mondo antico (1896), considerada como su mejor obra. A lo largo de todo el siglo aparecieron numerosos escritores italianos que no pueden clasificarse dentro de ninguno de los movimientos o tendencias principales de la época. Edmondo de Amicis, por ejemplo, se hizo célebre por sus novelas, sus libros de viajes y su trabajo como geógrafo. Una de sus obras más interesante es Corazón (1886), el diario de un imaginario escolar italiano. En Sobre el Océano (1889), Amicis narra el problema de la emigración italiana hacia América, comparando el modo en que viajaban los pasajeros de primera clase con las dolorosas escenas de los emigrantes hacinados en la última clase. En 1891 Amicis se afilió al Partido Socialista. Su obra ha tenido una gran influencia sentimental en América. Carlo Collodi, por otro lado, fue el autor del libro para niños, Las aventuras de Pinocho (1883). El crítico más influyente del siglo XIX italiano fue, sin duda, Francesco de Sanctis, fundador de la crítica literaria contemporánea en su país. En obras como La literatura italiana del siglo XIX (1897) y, en especial, Historia de la literatura italiana (1871), aplicó con gran lucidez métodos sociológicos y psicológicos a los análisis literarios. (Fuente: Encarta)

 

 

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