Canarias  |  Náutica  |  Arquitectura  |  Historia  |  Clásicos  |  Ciencia  |  Infantil

 

 

     
 

Literatura Rusa:
Literatura de la gran rama rusa de los pueblos eslavos del Este, escrita en lengua rusa. La literatura rusa pertenece a la corriente principal de las letras europeas, a pesar de que su procedencia y sus poderosas tradiciones la diferencian de las del resto del continente. En distintos momentos ha adoptado formas y temas procedentes de focos culturales exteriores a los límites del territorio ruso, pero estos periodos de dependencia cultural terminaron cuando los escritores rusos comenzaron a reelaborar, siguiendo sus propios impulsos e intereses, los materiales procedentes de otros países. En otras ocasiones, por razones políticas y militares, Rusia quedó fuera, a iniciativa propia o de otros, de los movimientos culturales que estaban teniendo lugar en Europa. A estos periodos siguieron otros de gran esfuerzo por integrarse en el cuerpo principal de la literatura europea.

PERIODO PRIMITIVO:
A lo largo de toda la edad media, durante el renacimiento y los años inmediatamente posteriores, los rusos desarrollaron sus propias tradiciones literarias, ajenos a las de la Europa occidental.

2.1 Periodo de Kíev (Siglos X-XIII). Las primeras manifestaciones literarias en Rusia surgieron hacia el siglo IX, cuando los misioneros y eruditos bizantinos, Cirilo y Metodio, escribieron en un dialecto eslavo macedonio que, más tarde, pasaría a llamarse antiguo eslavo eclesiástico. La primera gran época de la civilización rusa comenzó en el año 988, cuando Vladímir I el Grande (véase San Vladimiro), gran príncipe de Kíev, adoptó el cristianismo ortodoxo y abrió el país a la rica herencia bizantina. Durante los 250 años que siguieron a esta decisión, Kíev se convirtió en una gran ciudad, famosa por sus monasterios dedicados al saber y por sus iglesias de estilo bizantino. El antiguo eslavo eclesiástico se utilizó durante varios siglos como lengua literaria, y a ella se tradujeron textos escritos en griego, de carácter religioso y semirreligioso, como liturgias ortodoxas, sermones, vidas de santos y colecciones de máximas. Los escritores rusos, por lo general monjes o clérigos, llegaron a dominar estas formas literarias importadas y se sirvieron de ellas para producir una literatura propia. Entre las mejores obras que han llegado hasta nosotros hay que mencionar Sermón sobre la ley y la gracia, escrita hacia 1050 por el religioso Hilarión, y la más conocida Profesión de fe, obra quizá de un monje, que intenta ser una historia completa del conjunto de los pueblos eslavos desde sus orígenes míticos hasta el año 1110; en ella, entre pasajes al estilo de rutinarios anales históricos, hay otros en los que informa, en un bello estilo narrativo, de acontecimientos importantes, como la conversión de Vladímir al cristianismo. Una de las obras más extraordinarias de este periodo, Cantar de las huestes del príncipe Ígor (1185), es una conmovedora epopeya en la que un autor anónimo apela a la unidad de los pueblos eslavos contra los invasores nómadas asiáticos.

2.2 Periodo moscovita:
(Mitad del siglo XIII-XVII). Los tártaros saquearon Kíev a comienzos del siglo XIII y, hacia 1240, sus hordas ya habían ocupado la mayor parte de Rusia. La dominación tártara se prolongó durante dos siglos, periodo en el cual la cultura rusa sufrió una gran decadencia. Tras la expulsión de los invasores en el siglo XV, Moscú se convirtió en la nueva capital de Rusia. En 1453, cuando el Imperio bizantino cayó en manos de los turcos otomanos, Rusia perdió, por una trágica ironía de la historia, el contacto con la fuente de sus valores culturales originales justo en el momento en que se estaba preparando para reestructurarse políticamente tras haberse liberado de sus opresores. Así, cuando empezaron a llegar las ideas renacentistas, Rusia se encontró con una nueva cultura invasora a la que debía hacer frente, la de la civilización de origen latino procedente de Europa occidental. Esta situación, unida a la pérdida de sus valores culturales a causa de la larga dominación tártara y a la imposibilidad de establecer contacto con la civilización bizantina, suprimida por la invasión turca, quedó claramente reflejada en la autobiografía del religioso Avvakum, La vida del arcipreste Avvakum (1672-1675). 2.3 Periodo petersburgués (Siglo XVIII). Cuando el aislamiento cultural de Rusia llegó a su fin durante el reinado del zar Pedro I, que en 1713 traslada la capital de Moscú a San Petersburgo, ciudad que siempre había estado más abierta a la cultura europea, los escritores rusos se enfrentaron al problema de adaptar los temas, formas y convenciones de influencia occidental, como el neoclasicismo francés, al ámbito ruso. La poesía de tipo silábico que se utilizaba por entonces en Francia fue imitada, ciegamente al comienzo, por los rusos, pero poco a poco empezaron a comprender que su lengua no estaba hecha para esa versificación. Dos escritores de finales del siglo XVIII, que todavía mantienen su popularidad entre los lectores rusos, son un ejemplo claro de la creciente independencia de la literatura rusa respecto a los modelos foráneos. El autor teatral Denis Fonvizin utilizó muchos recursos procedentes de la literatura neoclásica francesa en sus comedias populares, El brigadier (1786) y El menor de edad (1782), pero concibió a sus personajes a partir de grotescos modelos inequívocamente rusos; por otro lado, el poeta Gavriil Románovich Derzhavin combinó las formas clásicas con un uso muy personal e intensamente lírico de la lengua rusa. El periodo cultural de la Ilustración tuvo en Rusia a uno de sus principales valedores en la figura del científico, poeta y estudioso de la lengua rusa Mijaíl Vasílievich Lomonósov que, al igual que muchos otros eruditos y escritores, llevó a cabo su producción durante los primeros años del reinado de Catalina II. Tras la Revolución Francesa, sin embargo, Catalina abandonó en gran medida el papel de protectora de los intelectuales que hasta entonces había ejercido. El periodista satírico Nikolái Ivánovich Nóvikov, por ejemplo, fue censurado y posteriormente arrestado, y el liberal Alexandr Nikoláievich Radíshchev, cuya mejor obra, Viaje a San Petersburgo y Moscú (1790) contenía una elocuente llamada a la supresión de las injusticias que emanaban del régimen casi feudal de la Rusia de la época, fue enviado al exilio en Siberia en 1790, y se le obligó a pasar allí los siguientes diez años. Todo esto provocó el inicio de la lucha de los escritores contra la censura gubernamental que habría de marcar la actividad de los ambientes culturales del país durante el siglo XIX, la edad de oro de la literatura rusa.

3 SIGLO XIX:
3.1 Pushkin y sus contemporáneos La literatura rusa entró en el periodo más rico de su historia con la obra del poeta y prosista Alexandr Serguéievich Pushkin, que se inspiró en las fuentes del pasado cultural ruso y supo hacer con ello una síntesis con la que creó una lengua nueva que continúa siendo válida incluso en nuestros días. Hombre de amplia cultura, influido por los conceptos de orden y armonía heredados del neoclasicismo francés, se sumó con entusiasmo al romanticismo y durante sus últimos años tendió hacia el naciente realismo que dominaría la literatura de la segunda mitad del siglo XIX. Cultivó la imagen del poeta como figura responsable, galante y dedicada por completo al arte y a la exaltación del pueblo. Su amplia producción lírica abunda en reflexiones, hechas a partir de sus ricas experiencias personales, en temas como el amor, la naturaleza, el bien y el mal, el tiempo, el destino y la muerte. En su tragedia histórica Borís Godunov (1831) se acerca a un estilo próximo al de Shakespeare. Su obra narrativa más interesante es la novela en verso Eugene Onegin (1823-1831), considerada como una obra maestra, en la que describe las consecuencias fatales que conlleva el hastío del joven protagonista sobre sí mismo y sobre los que le rodean. Las partes narrativas están intercaladas con interludios líricos, descripciones de la naturaleza, comentarios sociales y discusiones acerca de la naturaleza de la poesía, que enriquecen enormemente la obra. En su concisa estructura, el narrador demuestra ironía, ingenio, inteligencia y una profunda emoción, unidos a un extraordinario virtuosismo. Cuando retornó a la prosa, su austero sentido del orden y la armonía dieron como resultado un lúcido y expresivo estilo que tendría una enorme influencia en la narrativa rusa posterior. Su ingenio irreverente y su apasionado amor a la libertad le llevaron a constantes enfrentamientos con el régimen del zar Nicolás I, que no sólo sometió al autor a un continuo acoso y vigilancia, sino que, además, supervisó personalmente su trabajo. A su muerte, Pushkin fue llorado por millones de rusos, que le consideraron como el más importante poeta del país, opinión que todavía sigue en pie. Entre los más destacados escritores de esta época figuran el brillante fabulista Iván Andréievich Krilov y el dramaturgo Alexandr Serguéievich Griboiédov, autor de la famosa comedia social El mal de la razón (1825). Ambos escribieron en verso. El segundo creó una amplia galería de personajes que se convirtieron en proverbiales, los más citados de la lengua rusa. Después de unos años, Pushkin encontró sucesor en el poeta y novelista Mijaíl Yúrievich Lérmontov, un brillante y atormentado escritor que llegó a convertirse en la voz más auténtica de un muy particular modo de entender el romanticismo. Sus oscuras e intensas descripciones, tanto en poemas líricos como narrativos, muy próximas a la agitada sensibilidad que caracterizó la vida y la obra del poeta romántico inglés lord Byron, resultan únicos por su fuerza y profundidad. Su obra más conocida es la novela Un héroe de nuestro tiempo (1840), un análisis de su vida, de sus valores y de su propia rebeldía. Poco antes de morir retornó a la prosa y anticipó la dirección que tomaría la literatura rusa durante los años siguientes. En esta creciente preferencia rusa por la prosa en detrimento de la poesía hay dos excepciones sobresalientes, las de los poetas Afanasi Afanásievich Fet y Fiódor Ivánovich Tíutchev. La novela, el cuento y el teatro en prosa fueron las formas preferidas por los escritores de este fértil periodo de la literatura. Cada uno de ellos hizo un uso particular de estas formas y desarrolló su propio estilo y sus propios temas. Sin embargo, algunas observaciones generales sí resultan válidas a la hora de estudiar la producción literaria de esos años dorados que van de 1840 a 1880. El término realismo, que generalmente se aplica a estas obras, indica que los escritores se basaron en la vida cotidiana de las gentes de su época, que intentaron alcanzar veracidad en las recreaciones de la experiencia y que concebían sus obras como instrumentos para explorar importantes cuestiones relacionadas con la posición del ser humano en el universo. Todos ellos eran, asimismo, víctimas de las tensiones generadas por la endémica crisis social que padecía el país. Fueron conscientes del desorden moral y la injusticia social que les rodeaba, y tuvieron que enfrentarse tanto a la represión de la censura gubernamental como a la presión que ejercían críticos literarios radicales como Vissarion Grigórievich Belinski, Nikolái Gavrílovich Chernishevski o Nikolái Alexándrovich Dobróliubov, que llamaban a los escritores a utilizar su arte para reclamar programas urgentes de reforma social. Cada uno se adaptó de un modo más o menos personal a la situación, aunque la mayoría coincidió en la idea de que su arte no era ni una actividad cerrada y autosuficiente, ni algo que pudiera ser controlado por autoridades extraliterarias. La inteligencia moral soberana del escritor constituyó la base de la autonomía y la integridad de la gran literatura rusa del siglo XIX.

Gógol:
El novelista y dramaturgo Nikolái Vasílievich Gógol, el primer escritor en prosa realmente destacable de la literatura rusa, sucumbió a una mesiánica apelación a la mejora de la condición moral de su pueblo. Expresó el solemne sentido de su misión a través de un tipo de cómicas y extrañas hipérboles que han permanecido como ejemplos indelebles de su inventiva y su lunática energía. El modo grotesco y detallado en que describió la codicia, la pereza, la corrupción y la miseria moral de sus compatriotas alcanzaron la máxima expresión en su excelente relato El capote (1842) y en la obra teatral El inspector (1836). Su obra más conocida, la novela Las almas muertas (1842), se centra en las actividades de un estafador que opera con las posesiones de personas muertas que no han sido dadas de baja en los censos de sus lugares de origen y que, por lo tanto, están legalmente vivas. El autor aprovecha este argumento para retratar un inmenso paisaje moral en el que se mezclan el desorden, la pompa absurda y las nefastas consecuencias del ingenio puesto al servicio de la codicia.

Turguéniev:
La narrativa rusa alcanzó su apogeo a lo largo de las tres décadas que siguieron a la muerte de Gógol, acaecida en 1852. La figura del novelista y autor de relatos breves, Iván Serguéievich Turguéniev, un hombre de letras de amplia cultura, se yergue en el centro de esta época. Amigo de los más destacados artistas y escritores de su tiempo, tanto de su país como de la Europa occidental, favoreció la introducción de la cultura europea en la rusa. Cada una de sus novelas principales se desarrolla a partir de un esquema dramático extremadamente compacto y centrado, por lo general, en la búsqueda por parte del personaje principal de la felicidad, el amor y la realización a través de un trabajo satisfactorio o de las tres cosas al mismo tiempo. En todas ellas, sin embargo, una flaqueza de carácter impide al protagonista cumplir sus aspiraciones, fracaso que se acentúa con el sentimiento del paso inexorable del tiempo. Así, el protagonista de su mejor novela, Padres e hijos (1862), es un joven de ideas radicales cuyos doctrinarios puntos de vista son totalmente inadecuados a sus necesidades emocionales. A pesar de las intenciones del autor, el libro se interpretó como un ataque contra los reformadores políticos más radicales del momento.

Tolstói:
Novelista, filósofo moral y social, y conde, Liev Nikoláievich Tolstói fue un hombre de intereses variados pero unificados por sus esfuerzos para descubrir y propagar verdades esenciales sobre la naturaleza de la existencia humana. Su novela realista Guerra y paz (1865-1869) es una visión épica de la invasión de Rusia por Napoleón en 1812, en la cual se interroga acerca del problema del significado y la naturaleza de la historia y la posición del ser humano como centro de la misma, una de las diversas ideas unificadoras de la novela. El tema central, la historia de varias familias rusas cuyos complejos destinos parecen abarcar todas las posibilidades de la existencia humana, va más allá de la mera descripción de un panorama histórico concreto. En Ana Karénina (1875-1877), Tolstói llevó a cabo una doble narración en la que presentaba dos soluciones opuestas a los problemas ligados a las costumbres sociales y a la vida familiar. Así, una de las partes de esta novela se centra en la trágica historia de un amor ilícito, una de las más intensas de toda la historia de la literatura universal, mientras que en la otra presenta el relativo triunfo de un hombre, que se asemeja al autor en muchos aspectos, en su búsqueda de la felicidad en una vida basada en valores como el matrimonio, la familia, el trabajo, la naturaleza y Dios, unidos en un armonioso conjunto. Hacia el final de su vida, Tolstói dirigió sus inagotables energías hacia la consolidación de su nuevo papel como crítico social y profeta de un nuevo orden, aunque retornó ocasionalmente a la literatura. Fruto de estos esporádicos retornos fue la novela Resurrección (1899-1901).

Dostoievski:
Los críticos se refieren a menudo a la 'iluminada' racionalidad que inunda la obra de Tolstói. En cambio, al novelista Fiódor Mijáilovich Dostoievski se refieren en términos completamente opuestos, pues fue un autor cuya obra discurrió siempre por los terrenos de lo irracional, exploró las profundidades de las experiencias más dispares y encontró sus situaciones dramáticas en los extremos del comportamiento humano, como el asesinato, la rebelión y la blasfemia. En su extraordinaria novela Crimen y castigo (1866) describe a un asesino que comete sus crímenes movido por una serie de complejos motivos y que, por fin, tras terribles sufrimientos, se reconcilia con un mundo imperfecto. En El idiota (1868-1869), un personaje llamado príncipe Mishkin, que guarda gran semejanza con Jesucristo, se sumerge en la violencia cotidiana de la Rusia de su tiempo y demuestra su completa incapacidad, como hombre y como santo, para resistir a las destructivas pasiones que salen a su encuentro. En Los endemoniados (1871-1872) dirige un feroz ataque contra los distintos grupos y facciones de la órbita radical de su país y, al tratar a su figura central, Stavrogín, supera estas consideraciones para acercarse a los límites extremos del conocimiento humano del bien y el mal. En Los hermanos Karamazov (1880) los tres hermanos protagonistas, Iván (un intelectual rebelde contra la ley de Dios), Dimitri (poseído por una pasión terrenal) y Aliocha (ejemplo de la dedicación cristiana al servicio abnegado) representan, en conjunto, una especie de retrato de toda la especie humana. En el transcurso de la novela el padre de los tres hermanos es asesinado, hecho que parece representar la culpa que arrastran todos los seres humanos y sus esperanzas de salvación.

Goncharov y otros:
Dostoievski murió en 1881, Turguéniev en 1882 y, por entonces, Tolstói había abandonado formalmente la literatura. Aunque las figuras de estos tres soberbios escritores habían dominado este periodo, existieron otros autores menos importantes que, no obstante, contribuyeron con interesantes obras a hacer de ésta la edad dorada de la literatura rusa. Así, el novelista Iván Alexándrovich Goncharov, autor de Oblomov (1859), combinó agudas observaciones de la realidad social con elementos doctrinarios y míticos consiguiendo sorprendentes resultados, mientras que N. Shchedrin (seudónimo de Mijaíl Yevgráfovich Saltikov, 1826-1889) describió la sociedad rusa de un modo satírico y mordaz, como se puede comprobar en Historia de una ciudad (1869-1870); en Los señores Golovliev (1876), una destacable novela que describe el sufrimiento psicológico y la decadencia moral de una familia, invierte los valores convencionales y la visión adoctrinadora cultivada por Turguéniev, Tolstói y otros. En Historia de una familia rusa (1846-1856), Serguei Timoféievich Axakov retrató con gran sensibilidad la vida familiar de la alta burguesía rusa, tratamiento que influyó sobre muchos autores posteriores. El novelista y autor de relatos breves Nikolái Semiónovich Léskov exploró otros aspectos de la sociedad y la mentalidad rusas, como las vidas y costumbres de los comerciantes y la imaginación popular en los relatos “Lady Macbeth del distrito de Mtsensk” (1866) y “El viajero encantado” (1873), y describió al clero rural en la novela Los parroquianos o Los curas de Stargorod (1872). Por otro lado, Alexandr Nikoláievich Ostrovski contribuyó de modo definitivo al establecimiento de un repertorio teatral ruso con El huracán (1860) y otras obras centradas en la vida de la clase media.

3.7 Realistas, simbolistas y otros escritores de finales del siglo XIX:
La corriente de realismo social que surgió con Turguéniev y Tolstói continuó desarrollándose durante las dos últimas décadas del siglo XIX y se extendió hasta la época de la I Guerra Mundial y las dos revoluciones de 1917, aunque ya en un modo bastante débil y alterado. En la obra del dramaturgo y autor de relatos breves Antón Pavlovich Chéjov, el realismo en prosa se convirtió en un medio refinado para reproducir el tono y textura coloquiales de la vida cotidiana. Chéjov se centró en describir las circunstancias particulares de cada vida humana con una prosa bella y controlada que se distingue por la alternancia de pensamientos formulados con una gran precisión y renuncia a las abstracciones, doctrinas y preocupaciones metafísicas y religiosas de la generación anterior. A menudo, esta aproximación a las vidas concretas termina en el descubrimiento, por parte del personaje central, del insuperable abismo que se extiende entre sus aspiraciones y su situación actual o entre la imagen que tiene de sí mismo y cómo le ven los demás. Banalidad, trivialidad, soledad y desamor aparecen constantemente como elementos esenciales de las vidas que el autor somete a análisis, mientras que la ironía, la piedad o el rechazo son los sentimientos que predominan en sus comentarios acerca de sus personajes. La tensión dramática en La gaviota (1896), El tío Vania (1899), Las tres hermanas (1901) y El jardín de los cerezos (1904) se genera por la inactividad de los personajes, por sus deseos no expresados o por las peticiones sin respuesta que formulan a la vida. Otros escritores rusos de finales del siglo XIX se agruparon en un complejo movimiento cuyo denominador común fue el rechazo total de los valores estéticos y de la práctica literaria de la época inmediatamente anterior. En este movimiento la poesía reemplazó a la prosa, la intuición a la razón y las hipótesis trascendentales sobre la naturaleza y la realidad última a la creencia de los escritores realistas en que la experiencia puede ser conocida, sometida a razonamiento y ordenada por la evidencia de los sentidos y por medio de una prosa clara y analítica. La sociedad y sus problemas fueron sustituidos como escenarios donde encontrar verdades esenciales por los problemas eternos de la existencia concebidos de forma mística, por realidades que se encuentran más allá de la conciencia humana. El movimiento se inspiró en el resurgimiento, hacia la mitad del siglo, de las ideas y actitudes románticas en toda la Europa occidental, y en especial en el simbolismo francés, del que tomó su denominación general, a pesar de que los artistas rusos supieron crear una síntesis propia y original entre todos los elementos que manejaron, a la vez que aportaron una gran variedad de ideas al movimiento. Los especialistas han denominado 'idealista' a la fase filosófica del movimiento, para resaltar el repudio, común a todos sus miembros, de los fundamentos materialistas de la filosofía científica de la época. A partir de este punto de vista común, cada autor formuló a su manera ideas místicas y teológicas. Así, Vladimir Serguéievich Soloviov trató a lo largo de su obra de alcanzar una síntesis sistemática de sus ideas sobre lo humano, lo natural y lo sobrenatural, mientras Vasili Vasiliévich Rozánov, adoptó posturas críticas hacia el cristianismo, al que consideraba demasiado alejado de su concepción naturalista de la religión. Los textos filosóficos de Viacheslav Ivánovich Ivánov tendieron a redefinir ciertas ideas religiosas ortodoxas de un modo similar al que adoptó Dostoievski para renovar las ideas cristianas añadiéndoles aspectos extáticos. Numerosas figuras, entre las que se cabe citar a Liev Shéstov (seudónimo de Liev Isaákovich Schwarzman, 1866-1938) y Nikolái Alexándrovich Berdiáiev, contribuyeron con formulas originales de carácter similar al fermento intelectual del periodo prerrevolucionario. Ninguno de estos autores, a pesar de la importancia de su obra en la apertura de la literatura rusa a movimientos excéntricos o esotéricos como el ocultismo, la teosofía o la antroposofía, tuvo un papel destacado en el desarrollo de la filosofía europea, y apenas han sido conocidos y estimados en los círculos culturales occidentales. (Fuente: Encarta)

 

 

[ Inicio   |   Canarias   |   Infantil   |   Náutica   |   Historia   |   Arquitectura   |   Poesía   |   Clásicos ]