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Literatura italiana siglo XX:
La literatura italiana del siglo XX muestra una gran variedad de formas y temas. Gran parte de ella refleja las experiencias de los años del fascismo, mientras que, desde el final de la II Guerra Mundial, fue el realismo social el estilo dominante durante años, hasta que fue sustituido por una corriente profundamente introspectiva tanto en la poesía como en la prosa.

Escritores de transición entre el siglo XIX y el XX:
Con el país definitivamente unido bajo una sola bandera, el intento de expansión territorial hacia las colonias se convirtió en el objetivo primordial de la política italiana en los años que marcaron el cambio de siglo. En la literatura, una vez apagados los fervores nacionalistas, el interés de los autores se desplazó desde los asuntos de tipo social a los de tipo individual. Los autores más representativos de este cambio de siglo se agrupan según diferentes concepciones estéticas. El más importante de ellos y el que ejerció una influencia más duradera en los ámbitos literarios no sólo italianos sino también europeos hasta bien entrado el siglo fue Gabriele D’Annunzio. Guiado por su aspiración a convertirse en un artista universal, al estilo de los del renacimiento, rompió con los esquemas del neoclasicismo, del romanticismo y del realismo. Así, cultivó la poesía, el teatro y la narrativa, y escribió, incluso, libretos de óperas y arengas patrióticas. Fue un destacado militar y político que, además, cultivó la filosofía, influido por las ideas de los filósofos alemanes Arthur Schopenhauer y Friedrich Nietzsche. Algunas de sus mejores obras son los volúmenes de poemas titulados en su conjunto Laudi (1903-1912), la novela El triunfo de la muerte (1894) y la obra teatral La hija de Jorio (1904). Fue significativa su influencia entre la mayoritaria y permanente inmigración italiana en el Río de la Plata. Otra importante figura literaria de estos años de transición de un siglo a otro fue Italo Svevo, escritor cuya obra no fue reconocida en vida. Años después, el periodista y novelista francés Valéry Larbaud y el autor irlandés James Joyce fueron los que llamaron la atención de la crítica italiana hacia este autor. La fuerza de su trabajo, que residía en la profundidad y el realismo de sus descripciones psicológicas, se puede admirar en obras como Una vida (1893), Senilidad (1898) y La conciencia de Zeno (1923). Entre las restantes personalidades literarias del cambio de siglo se pueden citar: Guglielmo Ferrero, interesante historiador de la sociología y destacado opositor al fascismo, cuya obra principal fue Grandeza y decadencia de Roma (1902-1907); el filósofo Giovanni Gentile que, por el contrario, fue un convencido defensor del fascismo a través de libros como Orígenes y doctrina del fascismo (1929) y La filosofía del arte (1931); Matilde Serao, novelista que destaca por sus profundos análisis psicológicos, patentes en El país de Jauja (1891) y La bailarina (1899); y Grazia Deledda, premio Nobel en 1926, cuyas obras, entre las que destacan Elias Portolú (1903) y La madre (1920), retratan de un modo naturalista la vida rural en Cerdeña.

Literatura anterior a la II Guerra Mundial:
Debido en parte a la influencia de corrientes foráneas, en la Italia de comienzos del siglo XX se desarrollaron numerosos movimientos artísticos y literarios cuyo principal nexo de unión era el común rechazo a la retórica y al lirismo en la poesía. El más radical y duradero de ellos fue el futurismo. Su fundador, el poeta Filippo Marinetti, contribuyó a desgarrar el lenguaje y dejarlo reducido a sus esencias. Guiado por la principal de sus ideas estéticas, la de que la literatura del naciente siglo debía reflejar el dinamismo de la industria y la vida contemporáneas, abogó por el uso de un estilo de escritura que emulara la velocidad y la tensión de las máquinas. Fue un activo defensor de la intervención bélica de su país en la I Guerra Mundial y, más tarde, del fascismo. El más importante de los pensadores de estos primeros años del siglo XX fue el filósofo, crítico literario e historiador Benedetto Croce, cuya influencia se extendió por Italia y por el resto del mundo. A través de su revista bimensual La crítica (1903-1944), así como de sus obras literarias y filosóficas, desarrolló ampliamente las teorías del filósofo italiano del siglo XVIII Giambattista Vico, e insistió fundamentalmente en la importancia de la intuición en el arte y de la libertad en el desarrollo de la civilización. Su idealismo estaba en oposición con las tendencias del momento, fundamentalmente positivistas. Croce defendía el concepto de intelectual comprometido con la vida pública, de ahí su toma de postura, contraria al fascismo. Sistematizó su pensamiento concibiendo una “filosofía del espíritu” que expuso en cuatro volúmenes dedicados, respectivamente, a la estética, la lógica, la economía y la historia, y que aparecieron entre 1902 y 1917. Su autobiografía, publicada en 1918, evidencia su vida, espiritualmente rica y variada. Además de La critica, hubo otras dos publicaciones periódicas que actuaron como foro de diálogo de los autores italianos de comienzos de siglo. Una de ellas, La voce (1908-1916), dirigido por Giuseppe Prezzolini, contribuyó enormemente a modernizar la cultura italiana, difundiendo ideas procedentes de Francia, Inglaterra y de toda América. Entre los colaboradores habituales de La voce, destaca el pintor y escritor Ardengo Soffici y el filósofo y novelista Giovanni Papini. La segunda de las publicaciones, Ronda (1919-1923), se caracterizaba por una tendencia reaccionaria y una inspiración clásica. De su entorno surgieron Antonio Baldini y Riccarco Bacchelli.

Luigi Pirandello:
Novelista, autor teatral y figura destacada de las tres primeras décadas del siglo XX. Recibió el Premio Nobel de Literatura en 1934. En sus obras de teatro introdujo elementos innovadores tendentes a acercar al público la interpretación de los actores y establecer una relación más directa entre ambos elementos de la escena. Muchas de sus obras teatrales son dramatizaciones de antiguas historias populares y, por lo general, abordan problemas filosóficos, como el relativismo y las personalidades múltiples, que el autor siciliano pone al descubierto a través de su sutil habilidad para describir la psicología de los personajes y de su chispeante ingenio. También abordó el problema de la emigración en la época de Garibaldi. Sus obras teatrales más famosas son: Seis personajes en busca de autor (1921), Enrique IV (1922), Así es (si así os parece) de 1917 y Esta noche se improvisa (1930), mientras que entre sus novelas destacan títulos como El difunto Matías Pascal (1904).

El triunfo del fascismo, con la consiguiente toma del poder por parte de Benito Mussolini, afectó negativamente a la hasta entonces rica vida literaria italiana. El fascismo fracasó a la hora de crear un tipo de literatura acorde con los principios del régimen en el poder. Los autores más destacados reaccionaron de diferentes modos ante las restrictivas condiciones intelectuales y la limitación de la libertad contenida en la ideología fascista. Muchos de ellos defendieron abiertamente posturas contrarias al régimen. Este fue el caso de Giuseppe Antonio Borghese, que describió la situación de su país en una novela, Goliath, la marcha del fascismo (1937), escrita en inglés y que no fue traducida al italiano hasta diez años después. Del mismo modo, el novelista Ignazio Silone sufrió la censura, se exilió de su país y obtuvo reconocimiento internacional por novelas como Fontamara (1930) y Pan y vino (1936). Benedetto Croce fue obligado a cesar en sus actividades durante el tiempo que duró la etapa fascista, mientras que el periodista y diplomático Curzio Suckert, que escribió bajo el seudónimo de Curzio Malaparte, comenzó trabajando para el Gobierno, en su cargo de alto funcionario, pero acabó renegando de Mussolini. Así, su obra más poderosa, Kaputt (1944), describe la degeneración moral y cultural de la Europa dominada por el fascismo.

Literatura posterior a la II Guerra Mundial:
Después de la II Guerra Mundial, una gran cantidad de autores italianos alcanzó fama universal.

Poesía:
Giuseppe Ungaretti, que ocupa, junto a Eugenio Montale, un lugar preeminente dentro de la literatura europea del siglo XX, publicó un primer libro de poemas, El puerto sepultado (1916), que marcó un resurgimiento de la poesía italiana. Sus obras, caracterizadas por un sorprendente uso del vocabulario y por una gran habilidad para crear vívidas imágenes de inusual intensidad lírica, fueron recopiladas en un solo volumen titulado La vida de un hombre (1942-1961), que contiene, entre otros, los poemas de los libros Alegría de naufragios (1919), Sentimiento del tiempo (1933) y La tierra prometida (1950). Los poemas más importantes de Eugenio Montale, en cambio, se encuentran reunidos en tres volúmenes titulados respectivamente Huesos de sepia (1925), Las ocasiones (1939) y El vendaval y otras cosas (1956). Su lírica, por la que obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1975, resulta a veces extremadamente concisa y hermética y contiene una ácida e inteligente crítica de la vida que, en ocasiones, la tiñe de pesimismo. Salvatore Quasimodo es otro de los poetas destacados de estos años. Sus obras, entre las que se cuentan Y enseguida anochece (1942), Día (1942), La vida no es sueño (1949) y Dar y tener (1966), revelan una apasionada y lírica conciencia de la condición trágica de nuestra época. En 1959 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura.

Narrativa:
Pocos años después del final de la guerra apareció en Italia un nuevo tipo de realismo ligado, en especial, al cine, que atravesó un periodo de creatividad antes desconocido, hasta el punto de que empujó a la crítica a acuñar un término nuevo para describirlo: neorrealismo. Entre las figuras literarias que se adscribieron a ese importante movimiento se encuentran Carlo Levi, que expuso los sufrimientos de los campesinos de sur de Italia en su conocida novela Cristo se detuvo en Éboli (1946); Elio Vittorini, autor de Conversaciones en Sicilia (1938-1939); y Vasco Pratolini, que escribió Crónicas de pobres amantes (1947). Otras destacadas personalidades de las letras de este periodo fueron Mario Soldati, conocido por su obra Cartas de Capri (1954); el poeta, ensayista y narrador Cesare Pavese, autor de Entre mujeres solas (1949), El diablo entre las colinas (1949) y La luna y las fogatas (1950); y Vitaliano Brancati, agudo crítico de la sociedad siciliana, como dejó patente en El bello Antonio (1949). Hubo, además una novela aclamada unánimemente y que dio origen a la película dirigida por Lucchino Visconti con el mismo título, El gatopardo. Escrita en 1958 por Giuseppe Tomasi di Lampedusa, se desarrolla en la Sicilia rural, desde el desembarco de las tropas garibaldinas hasta el final del siglo XIX.

Alberto Moravia es, quizá, junto a Pirandello, el escritor italiano moderno más conocido. Autor de novelas y relatos cortos en los que narra situaciones humanas contemporáneas, escribió en una prosa realista e impactante sobre los dilemas morales de hombres y mujeres atrapados en situaciones complicadas tanto social como emocionalmente. Su obra más conocida es La ciociara (La campesina, 1957), la historia de una madre y una hija en la Italia desgarrada por la guerra, llevada al cine por Vittorio de Sica e interpretada por Sofía Loren. Otro filme exitoso de Vittorio de Sica se basó en la novela de Giorgio Bassani, escrita en 1962, El jardín de los Finzi-Contini, que narra los avatares de una familia judía de Ferrara, ciudad natal del autor, durante los años del fascismo. Otro de los novelistas más destacables de la posguerra, Dino Buzzatti, escribió textos alegóricos entre los cuales destacan la novela El desierto de los tártaros (1940) y la obra teatral Un caso clínico (1953). Elsa Morante, cuya narrativa contiene elementos épicos y místicos, fue la autora de Mentira y sortilegio (1948), la vida de una familia del sur de Italia, y de La historia (1974), que describe la odisea de una pequeña familia formada por una madre asustada, un muchacho y un niño en la Roma de la II Guerra Mundial. Natalia Ginzburg, poeta y novelista, se ganó el reconocimiento de la crítica por su sensible aproximación a las mujeres y los niños de la Italia de su tiempo, relegados a papeles estereotipados dentro de las familias; entre sus obras destacan Las voces de la noche (1961) y Léxico familiar (1967). Primo Levi ejerció la profesión de químico y comenzó a dedicarse por completo a la literatura a partir de 1977. Además de las memorias de su estancia como prisionero en el campo de concentración nazi de Auschwitz durante la guerra, escribió El sistema periódico (1975), un conjunto de ensayos autobiográficos en los que utilizaba la química como metáfora de la vida.

Umberto Eco:
Profesor de semiótica en la universidad de Bolonia, aunó sus estudios de semiótica con un apasionado interés por la historia en novelas como El nombre de la rosa (1980), una narración detectivesca ambientada en una abadía medieval que se hizo famosísima en todo el mundo.

Italo Calvino:
Autor de El barón rampante (1957) y Las cosmicómicas (1965), alcanzó también gran popularidad con sus últimas obras, Si una noche de invierno un viajero (1979) y Palomar (1983). La idea central de esta novela es que cualquier intento por comprender la situación del ser humano está condenado al fracaso.

Leonardo Sciascia escribió en 1977 una versión contemporánea de Cándido, la obra satírica de Voltaire, que Sciascia convierte en la historia de un huérfano siciliano rechazado por el mundo. La búsqueda experimental de la década de 1950 y la experiencia de la neovanguardia (que de algún modo encontró expresión en el cambio marcado por mayo de 1968) registran algunas etapas importantes: el experimentalismo de revistas como Officina(1955-1958), con Francesco Leonetti, Pier Paolo Pasolini, Roberto Roversi, Franco Fortini, Angelo Romanò, Gianni Scalia, e Il Menabò (1959-1967), con Vittorini y Calvino; la neovanguardia del Grupo del 63, que se proponía redefinir la relación entre literatura y público; Pier Paolo Pasolini, poeta, narrador y cineasta, que estudió y elaboró los compromisos lingüísticos –propios del neorrealismo- entre lengua y dialecto; Franco Fortini, poeta y ensayista; el experimentalismo expresionista de Giovanni Testori y de Stefano D´Arrigo (1919); la prosa de Antonio Pizzuto, en la cual se pone en entredicho el proceso narrativo; el caso singular de Luigi Meneghello; la escritura de vanguardia de Edoardo Sanguineti; los poetas-prosistas de la neovanguardia Elio Pagliarani, Alfredo Giuliani, Antonio Porta, Nanni Balestrini; las provocadoras ficciones de Giorgio Manganelli; y los inagotables artificios de Alberto Arbasino.

Poesía:
La situación es rica y compleja: coexisten una línea en la que prevalece un vínculo más directo con las cosas y un lenguaje más tradicional y una línea más moderna y de tendencia hermética, que tiene sus modelos en Ungaretti y Montale. A la primera pertenecen poetas como Carlo Betocchi (1899-1986); Sandro Penna y su naturalidad en el tratamiento de las relaciones homosexuales; Attilio Bertolucci; Giorgio Caproni y, de algún modo, Giovanni Giudici. A la segunda, poetas como Mario Luzi y Vittorio Sereni. Luciano Anceschi ha señalado también una “línea lombarda”, que comprende a poetas ligados a Milán y que se inician en la posguerra, como Giorgio Orelli, Nelo Risi, Luciano Erba, Bartolo Cattafi. En la misma tendencia se han incluido poetas más jóvenes como Giancarlo Majorino, Giovanni Raboni, Tiziano Rossi y Maurizio Cucchi. Entre las figuras más importantes de la poesía dialectal figuran Ignazio Buttitta y Tonino Guerra.

Después de 1968:
En las últimas décadas se ha delineado una situación cultural en la que se han saturado las manifestaciones de lo moderno en las sociedades industriales avanzadas y en la que la realidad se elabora a través de procedimientos dispersos y poco controlables. Para definir esta situación se habla de posmodernismo. Un escritor estructuralmente posmoderno, incluso por su virtuosismo intelectual, es Umberto Eco. Otros viven lo posmoderno con una actitud mental de resistencia: entre ellos, Paolo Volponi con su racionalidad y Luigi Malerba con un registro satírico-grotesco. Existen poetas como Andrea Zanzotto (19219, con su sorprendente experimentalismo; Giovanni Giudici y la tensión moral; Amelia Rosselli y la atención obstinada que dedica al lenguaje; Franco Loi y la poesía dialectal. Las mejores obras pertenecen a escritores no tan jóvenes como Gesualdo Bufalino (1920-1996), Vincenzo Consolo, Sebastiano Vassalli y Antonio Tabucchi en la prosa; algunos nombres de la “línea lombarda” (Raboni, Rossi, Cucchi), Cesare Viviani (1947), Valentino Zeichen (1938), Alda Merini y Vivian Lamarque, en la poesía. Entre los más recientes narradores figuran Pier Vittorio Tondelli, Stefano Benni, Daniele Del Giudice, Aldo Busi, Andrea De Carlo, Alessandro Baricco, Susanna Tamaro. Entre los poetas, Valerio Magrelli (1957). (Fuente: Encarta)

 

 

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