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Literatura Rusa: Siglo XX:
A comienzos del siglo XX, un número considerable de escritores rusos, entre los cuales se encontraban Alexandr Alexándrovich Blok, Valeri Yakóvlevich Briúsov, Konstantín Dmitriévich Balmont, Borís Nikoláievich Bugaíev y Zinaida Nikolaievna Gippius, dedicaron gran parte de sus energías creativas a la poesía. Blok es la figura más destacada de este amplio grupo. Su imaginación, liberada de las convenciones sociales y morales vigentes, y de la visión científica que marcó la época, construyó un universo poético de un alcance y de una intensidad de sentimientos pocas veces igualado en la historia de la poesía. Su vocabulario poético, que remite a lo cósmico, lo angélico y lo demoniaco, es la expresión de las pasiones, anhelos y miedos más humanos. A pesar de su habilidad para adentrar al lector en universos distintos al de la realidad cotidiana, no perdió nunca el contacto con ésta, y poco después de la Revolución Rusa produjo uno de sus mejores poemas, Los doce (1918), una descripción viva y poderosa de las aventuras de un batallón del Ejército Rojo encabezado, como se descubre en sus últimos versos, por el mismísimo Jesucristo. Los escritores simbolistas cultivaron tanto la prosa como el verso, e insistieron de modo particular en alterar las propiedades tradicionales de la novela. Así, el poeta, novelista y crítico literario Dimitri Serguéievich Merezhkovski dejó de lado el presente ruso para dedicarse por completo a escribir estudios históricos, mientras que Fiódor Sologub (seudónimo de Fiódor Kuzmich Tetérnikov, 1863-1927) evocó la acción de las fuerzas sobrenaturales bajo la apariencia de lo cotidiano en la novela El pequeño demonio (1907) y en sus muchos relatos breves. Numerosos escritores trabajaron alejados de cualquier escuela o movimiento. El dramaturgo y autor de relatos cortos Leonid Nikoláievich Yréyev y el novelista Alexandr Ivanóvich Kuprin aportaron obras muy personales a la prosa rusa. El poeta y novelista Iván Alexéievich Bunín, el primer escritor ruso que recibió el Premio Nobel de Literatura (1933), trabajó fundamentalmente la prosa breve, al igual que lo hicieron muchos de sus contemporáneos. Sus narraciones poéticas sobre la última generación de la alta burguesía rusa están marcadas por una punzante ironía psicológica y la conmovedora nostalgia por una forma de vida ya desaparecida para siempre en su país.

4.1 Gorki:
El novelista, dramaturgo y ensayista Maksim Gorki consiguió una personal síntesis literaria a partir de sus experiencias como vagabundo en la región del río Volga, entre la tradición clásica heredada de Tolstói y Chéjov y los movimientos políticos revolucionarios a los que estuvo ligado de modo intermitente durante la mayor parte de su vida. En Occidente es más conocido por sus primeros relatos breves, su autobiografía en tres tomos, su obra teatral sobre los desheredados sociales Los bajos fondos (1902) y sus obras con reminiscencias de Tolstói, Chéjov y Yréyev, mientras que los críticos soviéticos valoran sus contribuciones de tipo político, como la novela revolucionaria La madre (1907) y el ciclo de novelas La vida de Klim Samgin (1927-1936), en las que ataca a la intelligentsia, y le alaban como fundador del realismo socialista.

4.2 Periodo posrevolucionario:
(1922-1929). Durante el periodo de relativa calma que siguió a la fundación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas muchos escritores y críticos literarios defendieron la idea de que su principal misión era la de crear nuevas formas de arte apropiadas para la época que estaba abriéndose ante ellos. Así, en la década de 1920, surgió una nueva escuela de pensamiento, inspirada por la idea de que una nueva cultura proletaria reemplazaría a las formas heredadas del pasado, para lo cual se debería utilizar la literatura como elemento de concienciación y cambio. Los escritores futuristas, encabezados por el poeta Vladímir Vladimírovich Maiakovski, propusieron un drástico cambio de las formas, imágenes literarias y de la textura misma del lenguaje. Otro grupo más conservador, conocido como los Hermanos Serapion, prefirieron mantenerse más fieles a las tradiciones clásicas rusas, defendiendo la literatura como actividad autónoma. Maiakovski llevó el espíritu de experimentación a niveles muy altos. Maestro de la declamación hiperbólica y de un nuevo lenguaje vivaz y basado en el habla vulgar, se constituyó en el mejor guía de las inmensas energías que se habían liberado tras la revolución. Un humor ardiente, una mordacidad satírica y un torrente de declaraciones comprometidas, aunque no serviles, de lealtad al régimen soviético caracterizan lo mejor de sus poemas y obras teatrales. Su voz privada, en cambio, que es la de una persona sensible y hasta vulnerable, se ha dejado entrever en muchos de sus primeros poemas, incluso bajo la bravuconería del famoso “La nube en pantalones” (1915). Maiakovski se suicidó en 1930. La nota que dejó tras su suicidio transmite la sensación de que la tensión entre su vida pública y su vida privada terminó por dañar su talento poético y hacerle imposible la existencia. A pesar de que el refinado intelectualismo del mundo artístico prerrevolucionario ya no tenía cabida dentro de la nueva atmósfera proletaria, algunos poetas aislados, herederos de la gran cultura literaria del periodo inmediatamente anterior, continuaron escribiendo. Así, Borís Leonídovich Pasternak se convirtió en una de las voces poéticas más personales de esa época y, a través de sus poemas líricos y narrativos, exploró el acto de la percepción al estilo del poeta estadounidense Wallace Stevens. Anna Ajmátova y Ósip Emílievich Mandelstam, ambos asociados al grupo acmeísta surgido en el periodo prerrevolucionario, alcanzaron, a pesar de las dificultades, cierta celebridad bajo el nuevo régimen soviético. Ajmátova no publicó nada entre comienzos de la década de 1920 y los años de la II Guerra Mundial, y fue expulsada de la Unión de Escritores en 1946, mientras que Mandelstam fue arrestado en la década de 1930 y murió en un campo de concentración de Siberia durante la guerra. Marina Tsvétaeva, poeta de obra muy original, regresó en 1939 de su exilio en París, pero en 1941 se suicidó. La narrativa soviética de esta época se caracterizó por la enorme dificultad que encontraron los escritores a la hora de describir la revolución y la posterior guerra civil. Estos hechos, marcados por el caos de la vida pública y privada, por el colapso de las instituciones y la implacable hostilidad entre los dos bandos en que se dividió la nación, sobrepasaron los niveles de equilibrio que requieren las formas literarias. Una de las novelas más populares de este periodo, Chapáiev (1932), de Dimitri Furmánov, ofrece una transcripción directa de acontecimientos tanto personales como históricos, inspirados por una disciplina política y militar: un comisario político logra domar al legendario héroe guerrillero Chapáiev, y le hace trabajar para los austeros ideales de la revolución. Esta combinación de realismo literario y didacticismo político se convirtió en la tónica dominante de la narrativa soviética. Chapáiev pasó a ser admirado como uno de los primeros documentos del llamado realismo socialista que clamó por la presentación de las relaciones humanas fundamentalmente bajo su aspecto político, y que se convertiría en la doctrina artística oficial de la Unión Soviética a partir de 1934. Justamente en el otro extremo del espectro artístico se sitúan las historias breves de IsaaK E. Bábel, recogidas en Caballería roja (1929). En ellas, cada uno de los acontecimientos, tomados del propio diario del autor, se convierte en una historia perfecta que habla, sin moralizar, de las irónicas discrepancias y las sorprendentes analogías entre hechos y gentes del pueblo en los años de la guerra civil, aunque sin pasar por alto conflictos humanos como la violencia, la traición, el amor y la muerte. Numerosas novelas de otros escritores tienen puntos en común con la obra de Babel, y muestran distintos grados de originalidad a la hora de resolver los problemas sociales y estéticos del momento. Entre ellas destacan Las ciudades y los años (1922) de Konstantin Alexándrovich Fedin, Los tejones (1925) de Leonid Maxímovich Leónov, y La derrota (1927) de Alexandr Alexándrovich Fadéiev. En el periodo inmediatamente posterior a la guerra se escribieron pocas novelas, aunque el resurgir del comercio privado durante esos años creó una atmósfera particularmente vulnerable a la sátira. La curiosa combinación que se dio entre ardor revolucionario y afanes comerciales quedó reflejada en novelas como Los disipadores (1926) de Valentin Petróvich Katáiev, en los ácidos relatos cortos y apuntes de Mijáil Zoshchenko, así como en la satírica Las doce sillas (1928) y su secuela El becerro de oro (1931) de Ilia Arnoldóvich Ilf y Yevgeni Petróvich Pétrov. Una novela seria, El ladrón (1927) de Leónov, rastreó los complicados movimientos de un soldado rojo decepcionado a través del caótico mundo de la década de 1920 y de su sentimiento de culpa, que le lleva a una definitiva reconciliación con Rusia y su revolución. 4.3 Realismo socialista (1930-1953). En 1929, con el comienzo del primer plan quinquenal, llegó a su fin la tolerancia oficial hacia los escritos, periódicos y escuelas literarias. Un único aparato administrativo, la Asociación Rusa de Escritores Proletarios, sería quien se encargaría a partir de entonces de establecer el control político sobre toda la actividad literaria, en conformidad con las doctrinas comunistas, de modo que los severos juicios políticos fueron sustituyendo a las críticas estrictamente literarias y los escritores se vieron sometidos a grandes presiones para que se adaptaran al régimen imperante. El resultado de esta presión fue, por lo general, un tipo de melodrama en el que solamente existían el blanco y el negro, ambientado en una fábrica en construcción o en un pueblo reticente a las colectivizaciones, pero que acaba aceptándolas convencido por los esfuerzos dialécticos de los miembros del partido. Los mejores escritores trataron de adaptarse a estas fórmulas, Leónov, por ejemplo, escribió dos novelas en respuesta a las demandas sociales, El río Sot (1930) y Skutarevski (1932). Mijaíl Alexándrovich Shólojov, excepcional novelista, escribió la más persuasiva descripción de la crisis agrícola, Campos roturados (1932). La Asociación Rusa de Escritores Proletarios fue disuelta en 1932 y sustituida por la Unión de Escritores Soviéticos. El festival que habría de inaugurar la nueva época, el Primer Congreso de los Escritores Soviéticos (1934), parecía auspiciar una nueva atmósfera de tolerancia. En el discurso de apertura, sin embargo, un miembro del Politburó, Yrei Alexándrovich Zhdánov, definió la nueva doctrina literaria, el realismo socialista, y anunció que un sistema de controles ajustables, sutil y omnicomprensivo, vendría a reemplazar a la cruda coacción de la anterior asociación, lo cual vino a significar que el aparato del partido y sus doctrinas controlarían la imaginación literaria rusa hasta el colapso del sistema comunista. Dos novelas escaparon a la mediocridad generalizada de la producción literaria entre 1934 y 1939: Leónov permaneció, de nuevo, dentro de los límites de las fórmulas propuestas por el partido en Hacia el océano (1935), pero consiguió edificar en ella una historia de gran complejidad narrativa y alto contenido filosófico en su retrato del universo espiritual de un comisario político moribundo; la novela en cuatro volúmenes de Shólojov, El Don apacible (1928-1940), considerada por lo general como la obra maestra en prosa de la época soviética, transgrede algunas de las prescripciones oficiales básicas. Las confusas idas y venidas del cosaco protagonista en busca de una verdad moral viable a través del caos de la revolución y de la guerra civil terminan por comprometerle con las dos facciones políticas y, separado violentamente de las certezas de su vida en medio de la naturaleza, se encamina hacia un trágico final al estilo clásico. Durante la II Guerra Mundial los escritores contribuyeron al esfuerzo bélico soviético como corresponsales de guerra o propagandistas. La escasa obra narrativa de esos años insiste en temas clásicos de las épocas de guerra, el amor, la fraternidad, el sufrimiento y la separación. Konstantin Simónov, por ejemplo, escribió una obra teatral, El pueblo ruso (1942), una novela, Días y noches (1944), y un libro de poesía lírica popular, mientras que Leónov produjo una obra teatral, Invasión (1942), que sigue planteando su preocupación por el espíritu soviético durante la guerra y enfrentándose a la ocupación enemiga.

4.4 De la muerte de Stalin a la disolución de la URSS:
(1953-1991). A la muerte de Iósiv Stalin, en 1953, pareció producirse una cierta apertura que se manifestó en debates críticos y en la publicación de algunas novelas poco convencionales, como El deshielo (1954) de Iliá Grigórievich Ehrenburg (en la que se cuestionaban importantes aspectos de la vida en la Unión Soviética); pero sin alcanzar la talla de la literatura rusa anterior. Durante este periodo se prohibieron muchas obras, por lo que numerosos e interesantes autores de relatos cortos, que cultivaban un estilo más o menos análogo al de Chéjov, eliminaron o redujeron significativamente los contenidos políticos de sus obras, a la vez que escogieron como tema los dramas de las vidas de las gentes de los rincones más apartados del país. El famoso poeta Yevgueni Alexándrovich Yevtushenko volvió a inyectar cierta pasión a una moribunda tradición poética y su contemporáneo Andrei Voznesenski aportó vitalidad al lenguaje poético; utilizó recursos como la metáfora y el ritmo para dar respuesta a las demandas del mundo contemporáneo con una voz genuina y refrescante. Los frecuentes conflictos entre estos escritores y el aparato político-literario, no obstante, evidencian las limitaciones, respecto a la forma y el contenido, que aún permanecían en vigor durante aquellos años. Hasta la llegada de la glasnost ('apertura') a finales de la década de 1980, las obras más interesantes de la literatura rusa no se publicaron en la URSS, sino que sus manuscritos circularon clandestinamente o fueron publicados en otros países. El editor italiano Feltrinelli publicó por primera vez El doctor Zhivago (1957), de Borís Pasternak, en italiano y desde este idioma se hicieron las traducciones que se publicaron en otros países. No fue sino hasta 1987 cuando pudo leerse en ruso. El doctor Zhivago, que narra la historia del viaje de un solitario individualista a través del caos de la guerra civil en busca de una experiencia auténticamente humana, restablece muchos de los temas tradicionales de los escritores del siglo XIX y cuestiona los resultados de la sociedad marxista. En 1958 se le concedió el Premio Nobel de Literatura a su autor, quien, sometido a poderosas presiones oficiales, no lo aceptó. El único recurso que les quedaba a muchos escritores soviéticos era publicar sus obras en el extranjero. A comienzos de la década de 1960, el ya conocido crítico y erudito Andrei Siniavski publicó una sucesión de brillantes obras bajo el seudónimo de Abram Tertz, entre ellas se encontraba un artículo salvajemente irónico titulado “¿Qué es el realismo socialista?”, en el que atacaba los fundamentos intelectuales de esa doctrina, además de una serie de historias fantásticas y una colección de sombrías meditaciones filosóficas en las cuales hizo pública su fe católica. En 1966 fue condenado, junto con otro escritor, Yuli Markóvich Daniel, a trabajos forzados por difamar a la Unión Soviética. Vladimir Nabokov, uno de los más ilustres representantes de los escritores emigrados de Rusia, huyó con su familia de la URSS en 1919. Estudió en Europa y se nacionalizó estadounidense en 1945. Escribió sus primeras obras en ruso, pero las más importantes las compuso en inglés: Lolita (1955), Pálido fuego (1962), Habla memoria (1966), Ada o el ardor (1969) o Una belleza rusa y otros relatos (1973). El conocido novelista Alexandr Solzhenitsin traspasó a menudo la línea que separaba lo permitido de lo prohibido. En 1963, como consecuencia de una intervención personal de Nikita Serguéievich Jruschov, pudo publicar su novela breve Un día en la vida de Iván Denísovich, que trata de su experiencia en los campos de concentración, aunque sus dos novelas más importantes, El primer círculo (1968) y El pabellón del cáncer (1968-1969), no se salvaron de la censura en su país y, en contra de la voluntad de su autor, se publicaron más tarde en Occidente. La narrativa de Solzhenitsin recapitula su propia vida, primero como veterano del Ejército y, después, como condenado en los campos de concentración de su país y víctima del cáncer. Su versión literaria de estas experiencias constituyó una llamada profética a la purificación moral de su tierra, y una vuelta a un socialismo ético y a un mundo en el que prevalecieran la verdad y la decencia. Sus protestas contra la censura, contra su propia expulsión de la Unión de Escritores y contra la práctica de confinar a los intelectuales disidentes en sanatorios mentales, constituyeron algunos de los compromisos morales de toda su obra narrativa. Solzhenitsin vivió en Estados Unidos y regresó a Rusia en 1994. Posteriormente decidiría vivir en Suecia. Recibió el Premio Nobel de Literatura en 1970, gesto que el gobierno y la Unión de Escritores Soviéticos condenaron con dureza. El término samizdat (‘literatura autoeditada’) se aplicó repetidamente durante el periodo posestalinista a las obras de Mijaíl Bulgákov. En 1928 comenzó a escribir su novela más importante El maestro y Margarita, una sátira del gobierno, pero no pudo publicarla en la URSS hasta 1967, y aún así en una versión muy recortada. También fue autoeditada la conmovedora obra del poeta Joseph Brodsky y de muchos otros escritores y pensadores. Brodsky, después de ser expulsado de la Unión Soviética, viajó a Estados Unidos en 1972. Recibió el Premio Nobel de Literatura en 1987 y el nombramiento de poeta laureado de Estados Unidos en 1991. Entre sus obras cabe citar Parada en el desierto (1970) y Elegías romanas (1983). Otro escritor disidente, Valerii Tarsis, al que se le permitió abandonar el país y trasladarse a Suiza en 1966, plasmó sus satíricos ataques al régimen soviético en novelas como La botella azul (1963). Escribió, además, Sala 7 (1965), una obra de carácter autobiográfico basada en sus propias experiencias en un psiquiátrico, y La fábrica de placer (1967), una ingeniosa historia sobre los habitantes de la región del mar Negro. Estas obras ilegales contribuyeron a preservar las mejores tradiciones de la literatura rusa hasta que el colapso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) y la disolución del Estado soviético en 1991 inauguraron una nueva época para los escritores rusos. (Fuente: Encarta)

 

 

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