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Asimov. Por Serafín G. León:
No sólo ciencia-ficción:
Isaac Asimov es tal vez el autor de ciencia-ficción más popular en el dominio lingüístico hispánico. Y no sólo en el hispánico, también en el anglófono y en particular en EEUU, auténtico centro de gravedad de la literatura fantacientífica en el siglo XX. Asimov es considerado uno de los “tres grandes” junto al británico Arthur C. Clarke y el también estadounidense Robert A. Heinlein. Puede que haya autores que hayan creado una ciencia-ficción de mayores vuelos literarios que Asimov, desarrollado (aún) mejores tramas o trazado psicologías de mayor empaque, rasgos más del gusto de los críticos literarios (los escasos que condescienden con la ciencia-ficción, se entiende), habitualmente formados en facultades de Humanidades. Pero es difícil ignorar la relevancia del autor ruso-americano en este infravalorado género.

Asimov y la Edad de Oro de la ciencia-ficción:
Asimov fue una de las principales figuras de la llamada Edad de Oro de la SF o Science Fiction, que discurrió esencialmente a lo largo de la década de 1950. Hasta entonces, la ciencia-ficción se encontraba recluida en los pulps, o “revistas de kiosco” de literatura de género (Oeste, Policíaco, Fantasía, etc). Sólo en 1926 el editor de origen alemán Hugo Gernsback (1884-1967), del que tomarían su nombre los más tarde célebres Premios Hugo, bautizaría o etiquetaría esta nueva rama literaria, que habría de alcanzar niveles nada negligibles a lo largo de un siglo marcado por la Ciencia, materia prima del género. Con la aparición y consolidación de autores como el propio Asimov, Robert A. Heinlein, Clifford D. Simak, Poul Anderson, Theodore Sturgeon o Lester del Rey, y la dirección del editor y descubridor John W Campbell (auténtico "configurador" de la Edad de Oro), los escritos fantacientíficos irían saliendo del guetto de los pulps para ir adentrándose en el Mercado del libro. La publicación por Gnome Press en 1951 de Fundación de Asimov, serie de historias cortas publicadas por entregas a lo largo de los años 40 en la revista de Campbell Astounding, marcaría un hito en la puesta de largo editorial de la ciencia-ficción. Ciencia-ficción y otros géneros En las décadas de 1940 y 1950, el increíblemente prolífico Asimov iría publicando fantaciencia de manera regular, hasta el año 1958. El ciclo de las Fundaciones (Fundación, Fundación e Imperio y Segunda Fundación, 1951-53), Bóvedas de Acero (1953), El Sol Desnudo (1955), El Fin de la Eternidad (1955) y otras obras, fueron sucediéndose a lo largo del decenio de los 50, acaso uno de los más brillantes de la corta historia de la SF. Pero a partir del final de la década, Asimov reorientó su escritura y sus intereses editoriales, y abandonó la ciencia-ficción durante un largo tiempo. Regreso a la ciencia-ficción en 1972 Hasta su regreso en 1972 (con su extraordinaria novela Los Propios Dioses que le valió los premios Hugo y Nébula), se centró en la divulgación científica y también la cultural (Historia, Literatura y otras disciplinas, ya que apenas dejó alguna sin tocar) y unas cuantas novelas no fantacientíficas. Pero esa vuelta de 1972 a la ciencia ficción fue espectacular. Con Los propios Dioses, Asimov se las arregló para crear una de las novelas más imaginativas e impresionantes. Las criaturas extraterrestres ahí descritas, así como la hábil trama urdida son imposibles de olvidar por el aficionado. A lo largo de los años 70, Asimov se reencontró pues con la SF, compaginándola con su frenética obra divulgativa tanto en Ciencia como en materias humanísticas. De hecho, era la divulgación científica la que realmente le aportaba ingresos importantes y una notable satisfacción personal, según él mismo confesó tras ese 1958, año de su "abandono" de la ciencia-ficción. Asimov era un hombre con una excelente capacidad de trabajo, de enorme productividad, al que no le importaba pasarse diez o doce horas frente a la máquina de escribir. Tuvo la suerte, desde luego, de que su actividad profesional se confundiese con sus intereses intelectuales. 1982: vuelta a las Fundaciones En los años 80 y por presiones de su editorial Doubleday (que no toleraba tener en su nómina a uno de los mayores autores de SF de Estados Unidos y no poder utilizarlo al máximo rendimiento editorial) Asimov hubo de acometer -después de 30 años- la continuación de la legendaria saga de las Fundaciones. Así, tras Fundación, Fundación e Imperio y Segunda Fundación (lejanamente publicadas por vez primera entre 1951 y 1953), vio la luz en 1982 Los Límites de la Fundación, apoteósico éxito al que seguiría en 1985 Fundación y Tierra, y la precuela de 1988 Preludio a la Fundación. La obra de Asimov, encuentro entre las Dos Culturas La literatura de Isaac Asimov es una literatura de ideas y de ágiles y absorbentes tramas. Sus personajes no son creaciones rotundamente acabadas y pulidas en un plano psicológico: estos suelen darse a conocer, y poco, a través de rápidas pinceladas y diálogos centrados principalmente en las tramas. Pero los escenarios creados (como el monumental fresco de las Fundaciones), las apasionantes peripecias y la puesta en escena de visiones extraordinarias y hallazgos como las leyes de la Robótica, o la Psicohistoria (que proyecta en el futuro la historia humana de manera científica, como si se tratase de las moléculas de un gas por parte de un fisicoquímico) hacen de Asimov un autor imprescindible, sin duda uno de esos "tres grandes". Y más allá de su interés literario y divulgativo, su condición de hombre del Renacimiento (etiqueta que si en alguien tiene sentido, es justamente en Asimov), su tratamiento por igual del conjunto de la Ciencia y las Humanidades, nos colocan ante una figura clave para los apóstoles de la novísima Tercera Cultura, un nuevo paradigma que habrá de superar esa divisoria, que muchos consideran falsa, entre las Dos Culturas, la Científica y la Humanística.


El fin de la eternidad:
Publicada por primera vez en 1955, El Fin de la Eternidad es para muchos una de las mejores novelas de su autor. En la década de los cincuenta, Asimov se encontraba en plenitud de forma, y varios de sus clásicos de la llamada ciencia-ficción datan de esta época. En 1958 abandonaría el género para centrarse básicamente en la divulgación científica y humanística. No retomaría la ciencia-ficción hasta 1972. En la literatura de ficción científica es vital que el autor sepa levantar un mundo alternativo en el espacio o en el tiempo, que sea creíble y coherente. Es ahí donde luego habrá de insertar a los personajes y desarrollar sus tramas. En El Fin de la Eternidad, estamos ante un universo extraño, pero sólido y rigurosamente construido, algo fundamental para que se asiente una historia de este tipo. La Eternidad La Eternidad es una monumental organización que está fuera del tiempo, al margen de la larga cadena de los siglos. A través de la Ingeniería Temporal, controla el tiempo, más exactamente los siglos que van del 27 (de nuestra era) al 70.000. Los hombres de la Eternidad, o eternos, se hallan al cuidado de la historia humana. Estudian la sociedad, la política y la cultura de cada siglo. Su ciencia, su tecnología, su arte o la psicología de sus gentes. Para ello disponen de una población de especialistas que habitan la Eternidad y se dedican a ella en cuerpo y alma. Programadores, analistas, sociólogos, ejecutores, aparte de un ejército de técnicos de mantenimiento. Su supuesto objetivo es el permanente aumento de la suma global de la felicidad humana. Analizan la realidad de los siglos, y se permiten alterar dicha realidad cuando lo creen conveniente. Ciertos técnicos de la Eternidad (los llamados ejecutores) son los encargados de insertar un pequeño cambio introduciéndose en un determinado siglo. Un microcambio puede dar lugar a resultados espectaculares remontando la flecha del tiempo. Un ejecutor atasca el embrague de un vehículo, su propietario llega tarde a una conferencia técnica que había de generar en su mente una idea capital. Entonces un desarrollo tecnológico no tiene lugar, y no aparece en la realidad un determinado tipo de arma, lo que evitará una guerra en el futuro o cambiará su signo. Todo esto es previamente estudiado al detalle por analistas, programadores y sociólogos. Eternos y temporales Existe también la figura del Observador. Se introduce en un determinado siglo, examina tendencias, cambios de mentalidad potencialmente peligrosos, nacimiento de mitologías que comporten riesgos o catalicen disturbios o alteraciones indeseadas. Luego, suministra información para un Proyecto de Cambio. Los habitantes de la Eternidad pueden moverse a través de los siglos usando unos dispositivos (especie de cámaras móviles o ascensores) de una inconcebible tecnología temporal Los siglos donde habita la gente normal, los temporales, conocen la existencia de la Eternidad, pero creen que se limita a mediar en el comercio material entre los siglos, corrigiendo desigualdades. No tienen ni idea de su capacidad de intervenir en la historia humana e introducir cambios en la realidad. Las ecuaciones de los eternos definen con solvencia el entramado de la realidad social y cultural humana. Las ecuaciones les dirán qué cambios hay que introducir para alcanzar el resultado deseado. Al igual que en el ciclo de las Fundaciones, Sociología y Psicología no son aquí humanidades, sino ciencias duras con base biológica y denso aparato matemático. Siglos Ocultos y Tiempos Primitivos Más allá del siglo 70.000 se extienden los Siglos Ocultos. Los ascensores temporales pueden llegar allí, detenerse en las “estaciones” (creadas mediante una tecnología de replicación ilimitada de la materia), pero por alguna razón desconocida no puede penetrarse en esos siglos. La Eternidad prefiere ignorarlos y centrarse en ese intervalo del 27 al 70.000 que puede controlar. Pero los Siglos Ocultos son un inquietante misterio. Circula la teoría de que en ellos habitan hombres superevolucionados, hostiles a la Eternidad. Si en el hipertiempo (futuro) de la Eternidad están los oscuros Siglos Ocultos, en el hipotiempo (pasado) se encuentran los Tiempos Primitivos, que abarcan hasta el siglo 27. Los Tiempos Primitivos (de los que forman parte nuestros 20 y 21) son anteriores al establecimiento de la Eternidad en el 27. Aquí la realidad es rígida y no puede alterarse mediante la ingeniería temporal de los eternos. Aunque sí existen técnicas para visitar esos siglos. Personajes Frente a la agilidad de la trama y el habilísimo dibujo del escenario técnico, son los personajes el punto flojo de la novela. No estamos aquí ante personajes de psicología y motivaciones vigorosamente trazadas. No sabemos gran cosa de ellos, aunque su complejidad sea algo mayor que en otras obras de Asimov. El protagonista es Andrew Harlan, un eterno cuyo cargo es el de ejecutor. Es frío y eficiente, entregado a la causa. También es un auténtico nerd de los cincuenta (la novela es de 1955). En un momento dado, el ejecutor se nos enamora. La elegida es Noys Lambert, elegante aristócrata de visita en la Eternidad y procedente del 482, siglo clasista y de desigualdades sociales. Uno de los siglos donde se proyecta un cambio de realidad, que sus habitantes evidentemente ignoran por completo. El cambio de realidad supondrá además una alteración en la naturaleza e identidad de la amada. La trepidante narración tecno se convierte por momentos en una historia de amor, y el aturdido Harlan va a tomar decisiones que no hubiera creído posibles. Un Estado totalitario La Eternidad es en realidad un Estado totalitario, por muy bienintencionada que se considere a sí misma en sus teorías. Una especie de totalitarismo ilustrado. Esos análisis concienzudos, las alteraciones y retoques de la realidad, todo eso que hace para aumentar supuestamente la suma de la felicidad humana, puede también conducir al anquilosamiento de la Especie. Por lo pronto la libertad humana queda gravemente comprometida por esa élite de eternos, que se han arrogado metas éticas sin que nadie se lo haya pedido. El racional e individualista Asimov tiene claro que al hombre hay que dejarlo libre, con sus errores, tragedias, ilusiones y retos. Solo de ahí puede surgir la grandeza y no la mediocridad autocomplaciente o la cárcel de las ideologías. El Fin de la Eternidad puede leerse perfectamente como un canto a la libertad individual, contra la intromisión de un Estado agobiante de a menudo falsa impecabilidad ética. (Serafín G. León)

 

 

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