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Conrad y la violencia en Africa. Por Peter Watson:
De todas las personas que participaron en la rebatiña del imperio, Joseph Conrad se hizo famoso por haber dado la espalda a los oscuros continentes de «abundantes riquezas» y, tras pasar varios años como marinero en distintos barcos mercantes, optar por la sedentaria vida del escritor de ficción. Sus libros más célebres, Lord Jim (1900), El corazón de las tinieblas (publicado en forma de libro en 1902), Nostromo (1904) y El agente secreto (1907), retoman ideas de Darwin, Nietzsche y Nordau para indagar en la gran falla que separa el optimismo científico, técnico y liberal del siglo XX, por un lado, y la visión pesimista de la naturaleza humana, por otro. Se cuenta que en una ocasión Conrad dijo a H. G. Wells: «La diferencia entre nosotros es fundamental. A usted no le preocupa la humanidad, pero piensa que ésta puede mejorar. Yo en cambio la amo, pero sé que no lo hará». Bautizado Józef Teodor Konrad Korzeniowski, Conrad nació en 1857 en una parte de Polonia de la que los rusos se habían apoderado en 1793 en una de las frecuentes particiones del país (en la actualidad su ciudad natal se encuentra en Ucrania).

Su padre, Apollo, era un aristócrata que se había quedado sin tierras después de que las propiedades de la familia fueran embargadas en 1839 tras una rebelión contra los rusos. Huérfano desde antes de cumplir los doce años, el futuro de Conrad dependió en gran medida de la generosidad de su tío materno Tadeusz, quien le proporcionó una pensión anual y, al morir, le legó cerca de mil seiscientas libras esterlinas (equivalentes a más de cien mil libras actuales). Esto coincidió con la aceptación de su primer libro, La locura de Almayer (que había empezado a escribir en 1889) y la adopción de Joseph Conrad como su nombre de pluma. Desde entonces se convirtió en un hombre de letras, dedicado a convertir en relatos de ficción sus experiencias y las historias que había escuchado en el mar. Algún tiempo antes de que su tío falleciera, Conrad se detuvo en Bruselas de camino hacia Polonia, para presentarse a una entrevista de trabajo en la Société Anonyme Belge pour le Commerce du Haut-Congo, un aciago encuentro que le conduciría entre junio y diciembre de 1890 al Congo belga y que, diez años más tarde, daría lugar a El corazón de las tinieblas. Durante esa década la experiencia vivida en el Congo estuvo al acecho en su cabeza, a la espera del desencadenante que la tradujera en prosa. Las terribles noticias sobre las «masacres de Benín» en 1897, así como los relatos sobre las expediciones de Stanley en África, sirvieron de aliciente. Benin: The City of Blood se publicó en Londres y Nueva York en 1897, y reveló a Occidente, el mundo civilizado, una historia de horror sobre los sangrientos ritos de los nativos africanos. Tras la Conferencia de Berlín de 1884, Gran Bretaña estableció un protectorado sobre la región del río Níger.

Después de la matanza de una misión británica que llegó a Benín (en la actualidad una ciudad nigeriana) durante la celebración que el rey Duboar dedicaba a sus ancestros, y que implicaba sacrificios rituales, se envió al lugar una expedición de castigo para capturar la ciudad, desde hacía mucho tiempo un centro del comercio de esclavos. El relato del comandante R. H. Bacon, oficial de inteligencia de la expedición, se asemeja en ciertos detalles a los acontecimientos narrados en El corazón de las tinieblas. A pesar de la fluidez de su lenguaje, el comandante anotó que lo que vio al llegar a Benín superaba cualquier descripción que pudiera ofrecer: «Es inútil continuar describiendo los horrores del lugar, la muerte, la barbarie y la sangre estaban por todas partes, y el olor era tal que resulta difícil pensar que el ser humano pueda continuar viviendo después de haberlo conocido». Conrad evita definir en qué consistía «el horror» —en el libro, «¡Ah, el horror! ¡El horror!» son las celebres palabras finales de Kurtz, el hombre a quien Marlow, el héroe, ha acudido a salvar— y opta en cambio por realizar sugerencias indirectas como las bolas que Marlow cree ver, a través de sus gemelos de campo, coronando los postes a medida que se acerca al campamento de Kurtz. Bacon, por su parte, describe «árboles de crucifixión» rodeados de pilas de cráneos y huesos, y la sangre desparramada por todas partes sobre ídolos de bronce y marfiles.

    Conrad situó al horror como una presencia no del todo intangible. Se arriesgó a escribir una novela con el empeño de provocar rechazo y desagrado. La huida del horror por parte de los que deben sufrirlo está plenamente justificada. Los que hoy se ven obligados a huir, como haríamos nosotros, merecen nuestra consideración y ayuda. La llegada de los métodos del terrorismo internacional del siglo XXI a zonas subdesarrolladas produce un empeoramiento del entorno violento de partida. El empleo de niños soldado de ambos sexos es un fenómeno nuevo que aumenta el nivel de violencia y espanto. Son raptados, maltratados y obligados a cometer actos terribles bajo el influjo de drogas. Para cortar los lazos de unión de los chicos con su comunidad son obligados a asesinar a alguien cercano como prueba de sometimiento.

El propósito de Conrad, sin embargo, no era suscitar la típica respuesta del mundo civilizado ante los relatos de barbarie. El texto del comandante Bacon ejemplifica muy bien esa actitud: los nativos «son incapaces de apreciar que la paz y el buen gobierno del hombre blanco significan felicidad, satisfacción y seguridad». En la novela de Conrad, encontramos ideas similares en el informe que Kurtz redacta para la Sociedad Internacional para la Eliminación de las Costumbres Salvajes. Marlow describe este texto como «una magnífica pieza literaria», «vibrante de elocuencia». Y, sin embargo, «al final de aquella apelación patética a todos los sentimientos altruistas, llegaba a deslumbrar, luminosa y terrible, como un relámpago en un cielo sereno: “¡Exterminen a estos bárbaros!”». Este salvajismo en el corazón mismo de seres humanos civilizados también se evidencia en la conducta de los comerciantes blancos, «peregrinos» en palabras de Marlow. Conrad conocía los relatos de los viajeros blancos que habían estado en África, como H. M. Stanley, textos que los europeos habían escrito desde un incuestionable sentido de superioridad respecto de los nativos. El corazón de las tinieblas gira en torno al modo en que civilización y barbarie, luz y oscuridad, se invierten de forma irónica.

He aquí un episodio característico, tal y como lo recoge Stanley en su diario. Al necesitar comida, le dice a un grupo de nativos que «la necesito o moriremos… Debían vendérnosla por cuentas rojas, azules o verdes, alambre de cobre o latón, o conchas o… Realicé varios signos significativos señalándome la garganta. Fue suficiente, entendieron de inmediato». A diferencia de ello, en El corazón de las tinieblas Marlow advierte impresionado el extraordinario dominio de los caníbales hambrientos que acompañan la expedición, a quienes se les pagaba con fragmentos de alambre de latón, pero que carecían de comida, después de que su carne de hipopótamo podrida, cuyo olor los europeos encontraban demasiado nauseabundo, había sido arrojada por la borda: «¿Por qué en nombre de todos los roedores diablos del hambre no nos atacaron —eran treinta para cinco— y se dieron con nosotros un buen banquete?». Kurtz es, por supuesto, una figura simbólica («Toda Europa participó en la educación de Kurtz»), y el quid de la feroz sátira de Conrad emerge con claridad a través del relato de Marlow.

La misión civilizadora imperial equivale a una depredación salvaje: «la pelea por el botín más vil que haya desfigurado nunca la historia de la conciencia humana», como señaló el mismo Conrad en otro lugar. En la época en que apareció la novela, algunos lectores reaccionaron con desagrado ante El corazón de las tinieblas (algo que continúa ocurriendo). No obstante, esa misma reacción subraya la importancia de la obra. Esto es algo que explica muy bien Richard Curle, autor del primer estudio completo sobre Conrad, publicado en 1914. Según Curle, mucha gente necesitaba tenazmente creer que el mundo, por más horrible que fuera, podía ser mejorado a través del esfuerzo humano y el tipo de filosofía liberal adecuado. Sin embargo, a diferencia de las novelas de autores contemporáneos como Wells y Galsworthy, el relato de Conrad rebajaba este punto de vista a mera ilusión, en el mejor de los casos, y sugería incluso que podía ser un camino hacia una terrible destrucción. Existen pruebas de que su experiencia en África había afectado a Conrad profundamente, tanto en términos físicos como psicológicos, y que se había granjeado la antipatía de los imperialistas y racistas que en esa época se dedicaban a explotar África y a los africanos. El corazón de las tinieblas contribuyó en alguna medida a poner fin al tiránico dominio del rey Leopoldo en lo que entonces era el Congo belga. Pese a que Conrad había nacido en Polonia y a que El corazón de las tinieblas se desarrolla en el Congo belga, la novela está escrita en inglés. (Peter Watson)

 

 

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