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Textos sobre la ciencia:
● Desde el año 1500 hasta el fin de la centuria de 1600, una serie de ideas nuevas relacionadas con el mundo físico deparó cambios decisivos en la filosofía europea y, más ampliamente, en la concepción de los europeos sobre su lugar en el mundo. Lo que llamamos «revolución científica» conllevó tres cambios: la emergencia y confirmación de una cosmovisión heliocéntrica del universo, el desarrollo de una física nueva coherente con esa concepción y el establecimiento de un método de estudio. Los pensadores vinculados a la nueva «filosofía natural», tal como se denominaba entonces a la ciencia, explicaban que, aunque desafiara el sentido común, la Tierra podía girar en torno al Sol. Con ello reivindicaban asimismo la importancia de la razón, la experimentación y la observación para comprender el mundo natural. Ellos instauraron la «ciencia» como una forma nueva de conocimiento. (Coffin) Pico della Mirandola, en su declaración sobre el papel esencialmente libre del hombre escribió: Te puse en el centro del mundo con el fin de que desde allí pudieses observar todo lo que existe. En 1489 terminó el Heptaplus, un relato místico de la creación del universo. Su audaz forma de abordar temas trascendentes le costó ser declarado hereje.

Prólogo para la obra no publicada SOBRE LA INTERPRETACIÓN DE LA NATURALEZA. Por FRANCIS BACON:
Creyendo que había nacido para servir a la humanidad, y considerando el cuidado de la comunidad como una especie de propiedad común, que, como el aire y el agua, pertenece a todo el mundo, me puse a pensar de qué manera se podía servir mejor a la humanidad y qué servicio podía yo prestar mejor por naturaleza. Entre todos los beneficios que se podía prestar a la humanidad no hallé ninguno tan grande como el descubrimiento de nuevas técnicas, talentos y bienes para mejorar la vida humana. Porque observé que, entre las gentes toscas de los tiempos primitivos, se consagraba y contaba entre los dioses a los autores de toscos inventos y descubrimientos. Y estaba claro que, los buenos efectos logrados por los fundadores de ciudades, los legisladores, los patriarcas, exterminadores de tiranos y demás héroes de esa clase no se extendían sino por espacios reducidos y no duraban sino cortos períodos de tiempo; mientras que la obra del inventor, aunque de menos pompa y ostentación, se siente en todas partes y dura siempre. Pero por encima de todo, si un hombre lograra no crear algún invento determinado, por muy útil que éste sea, sino arrojar alguna nueva luz sobre la naturaleza, una luz que desde su misma aparición alcanzara e iluminara todas las regiones fronterizas que limitan el círculo de nuestro conocimiento actual; y de este modo, esparciéndose más y más, consiguiera descubrir y presentar ante la vista todo aquello que está más oculto y es más secreto en el mundo, ese hombre (pensé) sería verdaderamente el benefactor de la raza humana, el propagador del imperio del hombre sobre la naturaleza, el campeón de la libertad, el conquistador y dominador de las necesidades.

TRATADO DEL HOMBRE. Por RENÉ DESCARTES:
Supongo que el cuerpo no es otra cosa que una estatua o una máquina de tierra a la que Dios da forma con el expreso propósito de que sea lo más semejante a nosotros, de modo que no sólo confiere a la misma el color en su exterior y la forma de todos nuestros miembros, sino que también dispone en su interior todas las piezas requeridas para lograr que se mueva, coma, respire y, en resumen, imite todas las funciones que nos son propias, así como cuantas podemos imaginar que no provienen sino de la materia y que no dependen sino de la disposición de los órganos. Conocemos relojes, fuentes artificiales, molinos y otras máquinas similares que, habiendo sido realizadas por el hombre, sin embargo poseen fuerza para moverse de modos distintos en virtud de sus propios medios; creo que no sería capaz de imaginar tanta diversidad de movimientos en ésta, que supongo construida por la mano de Dios, ni de atribuirle tal artificio, como para que no tengáis motivos para pensar que pudiera ser aventajada por otra. [...] En verdad puede establecerse una adecuada comparación de los nervios de la máquina que estoy descubriendo con los tubos que forman parte de la mecánica de estas fuentes; sus músculos y tendones pueden compararse con los ingenios y resortes que sirven para moverlas; sus espíritus animales con el agua que los pone en movimiento; su corazón con el manantial y, finalmente, las concavidades del cerebro con los registros del agua. Por otra parte la respiración, así como otras actividades naturales y comunes en ella que dependen del curso de los espíritus, son como los movimientos de un reloj o de un molino, que pueden llegar a ser continuos en virtud del curso constante del agua. [...] Además, deseo que consideren que todas las funciones descritas como propias de esta máquina, tales como la digestión, los alimentos, el latido del corazón y de las arterias, la alimentación y el crecimiento de los miembros, la respiración, la vigilia y el sueño; la recepción de la luz, de los sonidos, de los olores, de los sabores, del color y tantas otras cualidades, mediante los órganos de los sentidos exteriores; la impresión de sus ideas en el órgano del sentido común y de la imaginación, la retención o la huella que las mismas dejan en la memoria; los movimientos interiores de los apetitos y de las pasiones, y finalmente, los movimientos exteriores de todos los miembros, provocados tanto por acciones de los objetos que se encuentran en la memoria, imitando perfectamente los de un verdadero hombre; deseo, digo, que sean consideradas todas estas funciones sólo como consecuencia natural de las disposiciones de los órganos en esta máquina; sucede lo mismo, ni más ni menos, que con los movimientos de un reloj de pared u otro autómata, pues todo acontece en virtud de las disposiciones de sus contrapesas y de sus ruedas...

    Concepción mecanicista:
    El enfoque deductivo de Descartes o, dicho de otro modo, la reflexión a partir de una serie de principios elementales, tuvo una influencia enorme. Al organizar la lógica siguiendo unas pautas matemáticas, contribuyó en gran medida a dotar a las matemáticas de autoridad como herramienta válida para los filósofos naturales. La obra de Descartes aportó asimismo un sostén lógico a la concepción puramente «mecanicista» del mundo natural. La visión mecanicista de la naturaleza fue una corriente de pensamiento mucho más amplia durante el siglo XVII. Los mecanicistas sostenían que toda la materia, toda la creación, salvo los seres humanos, existían únicamente en términos de leyes físicas. Descartes, como muchos otros mecanicistas, creía que los propios seres humanos eran máquinas, aunque, como única excepción, máquinas dotadas de mentes racionales. La combinación del planteamiento lógico, deductivo de Descartes con la filosofía mecanicista permitió estudiar el mundo natural con una imparcialidad jamás practicada. Si el universo no era más que materia en movimiento, el sistema en su totalidad podía interpretarse de manera objetiva. Los filósofos naturales dejaban a un lado cuestiones relacionadas con el significado y la finalidad para centrarse en los meros mecanismos y sus causas. Las cualidades de la materia, como la luz, el color, el sonido, el gusto o el olor, no eran más que impresiones superficiales y podían ignorarse. Los mecanicistas estudiaron más bien cualidades relacionadas con el tamaño, la velocidad o la dirección (en un universo repleto de máquinas en funcionamiento constante, conectadas entre sí de manera ordenada), y reflexionaron sobre los mecanismos subyacentes que accionaban este gran dispositivo. (Coffin)

    El microscopio de Janssen (1590) es empleado en la observación de tejidos de seres vivos. En 1665 Harvey publica su descubrimiento sobre la circulación sanguínea. Ese año Hooke describe un fino corte de corcho con celdillas que denominó células. Leeuwenhoek, tallando sus propias lentes de microscopio, describió protozoos, bacterias, espermatozoides y glóbulos de la sangre.

CARTA A BENEDETTO CASTELLI. Por GALILEO:
[...] En las discusiones sobre cuestiones naturales habría que dejar (a las Sagradas Escrituras) en último término porque, procediendo de igual modo del Verbo Divino la Sagrada Escritura y la Naturaleza [...] y habiendo convenido que las Escrituras [...], dicen muchas cosas, aparentemente y ateniéndonos al significado de las palabras, distinto de la verdad absoluta; y, por el contrario, siendo la naturaleza inexorable e inmutable, sin preocuparse para nada que sus ocultas razones y modos de obrar estén o no al alcance de la comprensión de los hombres, parece que aquellos de los efectos naturales que la experiencia sensible nos pone delante de los ojos o en que concluyen las demostraciones necesarias, no pueden ser puestas en duda por pasajes de las Escrituras que dijesen aparentemente cosas distintas, ya que no toda palabra de la Escritura es tan inequívoca como lo es todo efecto de la naturaleza.

DISCURSO PRELIMINAR DE LA ENCICLOPEDIA. Por D’ALEMBERT:
Hemos creído, pues, que interesaba tener un Diccionario que se pudiera consultar sobre todas las materias de las artes y las ciencias, y que sirviera, tanto para guiar a los que se sienten con valor para trabajar en la instrucción de los demás, como para orientar a los que se instruyen por sí mismos [...] La mayor parte de estas obras aparecieron antes del siglo pasado, y no fueron enteramente desdeñadas [...] Pero, ¿de qué nos servirían a nosotros esas Enciclopedias? ¿Cuántos progresos no se han hecho desde entonces en las ciencias y en las artes? ¡Cuántas verdades descubiertas hoy que entonces ni siquiera se entreveían! La verdadera filosofía estaba en la cuna; la geometría del infinito no existía aún; la física experimental estaba apenas en sus albores, no había dialéctica, las leyes de la sana crítica eran completamente ignoradas. Los autores célebres de todo género de los que hemos hablado en este Discurso, y sus ilustres discípulos, o no existían, o no habían escrito; no animaba a los sabios el espíritu de investigación y de emulación; otro espíritu quizás menos fecundo, pero más raro, el de la exactitud y el método, no contaba con las diferentes partes de la literatura, y las Academias, cuyos trabajos han llevado tan lejos las ciencias y las artes, no habían sido aún creadas.

    Publicados entre 1791 y 1792, los diecisiete volúmenes de la Enciclopedia, de la que Diderot y D'Alembert fueron los principales redactores, presentan una síntesis general del saber humano y hacen del francés la lengua universal, afirmando en todas partes la preeminencia de la razón sobre los dogmas. El Siglo de las Luces se vio acompañado de un inusitado progreso en la técnica y la industria.

 

 

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