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Manuel Machado:
Adelfos:
Yo, soy como las gentes que a mi tierra vinieron -soy de la raza mora, vieja amiga del Sol-, que todo lo ganaron y todo, lo perdieron. Tengo el alma de nardo del árabe español. Mi voluntad se ha muerto una noche de luna en que era muy hermoso no pensar ni querer... Mi ideal es tenderme, sin ilusión ninguna... De cuando en cuando, un beso y un nombre de mujer, En mi alma, hermana de la tarde, no hay contornos..., y la rosa simbólica de mi única pasión es una flor que nace en tierras ignoradas y que no tiene aroma, ni forma, ni color. Besos, ¡pero no darlos! Gloria..., ¡la que me deben! ¡Que todo como un aura se venga para mí! Que las olas me traigan y las olas me lleven, y que jamás me obliguen el camino a elegir. ¡Ambición!, no la tengo, ¡Amor!, no lo he sentido. No ardí nunca en un fuego de fe ni gratitud. Un vago afán de arte tuve... Ya lo he perdido. Ni el vicio me seduce, ni adoro la virtud, De mi alta aristocracia, dudar jamás se pudo, No se ganan, se heredan, elegancia y blasón... Pero el lema de casa, el mote del escudo, es una nube vaga que eclipsa un vano sol, Nada es pido. Ni os amo, ni os odio, Con dejarme, lo que hago por vosotros, hacer podéis por mí... ¡Que la vida se tome la pena de matarme, ya que yo no me tomo la pena de vivir!... Mi voluntad se ha muerto una noche de luna en que era muy hermoso no pensar ni querer... Da cuando en cuando un beso, sin ilusión ninguna, ¡El beso generoso que no he de devolver!

Antífona:
Ven, reina de los besos, flor de orgía amante sin amores, sonrisa loca... Ven, que yo sé la pena de tu alegría y el rezo de amargura que hay en tu boca. Yo no te ofrezco amores que tú no quieres; conozco tu secreto, virgen impura: amor es enemigo de los placeres en que los dos ahogamos nuestra amargura. Amarnos...¡Ya no es tiempo de que me ames! A ti y a mí nos llevan olas sin leyes. ¡Somos a un mismo tiempo santos e infames, somos a un mismo tiempo pobres y reyes! ¡Bah! Yo sé que los mismos que nos adoran en el fondo nos guardan algún desprecio. Y justas son las voces que nos desdoran... Lo que vendemos ambos no tiene precio. Así, los dos, tú amores, yo poesía, damos por oro a un mundo que despreciamos... ¡Tú, tu cuerpo de diosa; yo, el alma mía!... Ven y reiremos juntos mientras lloramos. Joven quiere en nosotros Naturaleza Hacer, entre poemas y bacanales, el imperial regalo de la belleza, luz, a la oscura senda de los mortales. ¡Ah! Levanta la frente, flor siempreviva, que das encanto, aroma, placer, colores... Diles con esa fresca boca lasciva... ¡que no son de este mundo nuestros amores! Igual camino en suerte nos ha cabido. Un ansia igual que nos lleva, que no se agota, hasta que se confundan en el olvido tu hermosura podrida, mi lira rota. Crucemos nuestra calle de amargura levantadas las frentes, juntas las manos... ¡Ven tú conmigo, reina de la hermosura; hetairas y poetas somos hermanos!

Ars moriendi I Morir es... Una flor hay, en el sueño -que, al despertar, no está ya en nuestras manos-, de aromas y colores imposibles... Y un día sin aurora la cortamos. II Dichoso es el que olvida el porqué del viaje y, en la estrella, en la flor, en el celaje, deja su alma prendida. III Y yo había dicho: «¡Vive!» Es decir: ama y besa, escucha, mira, toca, embriágate y sueña... Y ahora suspiro: «¡Muérete!» Es decir: calla, ciega, abstente, para, olvida, resígnate... y espera. IV Era un agua que se secó, un aroma que se esfumó, una lumbre que se apagó... Y ya es sólo la aridez, la insipidez, la hez... V La Vida se aparece como un sueño en nuestra infancia... Luego despertamos a verla, y caminamos el encanto buscándole risueño que primero soñamos; ... y, como no lo hallamos, buscándolo seguimos, hasta que para siempre nos dormimos. VI ¡Y Ella viene siempre! Desde que nacemos, su paso, lejano o próximo, huella el mismo sendero por donde corremos hasta dar con Ella. VII Lleno estoy de sospechas de verdades que no me sirven ya para la vida, pero que me preparan dulcemente a bien morir... VIII Mi pensamiento, como un sol ardiente, ha cegado mi espíritu y secado mi corazón ... IX El cuerpo joven, pero el alma helada, sé que voy a morir, porque no amo ya nada.

Ausencia No tienes quien te bese tus labios de grana, Ni quien tu cintura elástica estreche, dice tu mirada. No tienes quien hunda Las manos amantes en tu pelo hermoso, y a tus ojos negros no se asoma nadie. Dice tu mirada que de noche, a solas, suspiras y dices en la sombra tibia las terribles cosas... Las cosas de amores que nadie ha escuchado, esas que se dicen los que bien se quieren a eso de las cuatro. A eso de las cuatro de la madrugada, cuando invade un poco de frío la alcoba y clarea el alba. Cuando yo me acuesto, fatigado y solo, pensando en tus labios de grana, en tu pelo y en tus ojos negros....

Cantares Vino, sentimiento, guitarra y poesía, hacen los cantares de la patria mía... Cantares... Quien dice cantares, dice Andalucía. A la sombra fresca de la vieja parra, un mozo moreno rasguea la guitarra... Cantares... Algo que acaricia y algo que desgarra. La prima que canta y el bordón que llora... Y el tiempo callado se va hora tras hora. Cantares... Son dejos fatales de la raza mora. No importa la vida, que ya está perdida. Y, después de todo, ¿qué es eso, la vida?... Cantares... Cantando la pena, la pena se olvida. Madre, pena, suerte; pena, madre, muerte; ojos negros, negros, y negra la suerte. Cantares... En ellos, el alma del alma se vierte. Cantares. Cantares de la patria mía... Cantares son sólo los de Andalucía. Cantares... No tiene más notas la guitarra mía.

Cante hondo A todos nos han cantado en una noche de juerga coplas que nos han matado... Corazón, calla tu pena; a todos nos han cantado en una noche de juerga. Malagueñas, soleares y seguiriyas gitanas... Historias de mis pesares y de tus horitas malas. Malagueñas, soleares y seguiriyas gitanas... Es el saber popular, que encierra todo el saber: que es saber sufrir, amar, morirse y aborrecer. Es el saber popular, que encierra todo el saber.

Canto a Andalucía Cádiz, salada claridad. Granada, agua oculta que llora. Romana y mora, Córdoba callada. Málaga cantaora. Almería, dorada. Plateado, Jaén. Huelva, la orilla de las tres carabelas. Y Sevilla.

Chouette En cualquier parte hay un espejo, un poco de agua clara y un peine. Y si la nena es bonita, ¡ya esta! La noche pasa, y el nuevo día llega. Y no se te conoce la batalla de amor ni a ti ni a ella. Y luego, son dos vidas separadas, ajenas, dos mundos. Tú, al trabajo cotidiano, a la eterna lucha, pequeña o grande, cosas de hombre archisabidas... Ella, a dormir ya esperar la noche. Y viene la noche, y la despierta.

Desnudos de mujer ¡Oh la dorada carne triunfadora de esta gentil madona veneciana, que ha sido Venus, Dánae, Diana, Eva, Polymnia, Cipris y Pandora!... ¡Oh gloria de los ojos, golosina eterna del mirar, dulce y fecunda carne de la mujer, suave y jocunda, madre del Arte y del vivir divina! Húmedos labios a besar mil veces... Líneas de lujuriantes morbideces que el veneciano sol dora y estuca... ¡Oh el delicioso seno torneado!... ¡Oh el cabello de oro ensortijado en el divino arranque de la nuca!

Dice la fuente... No se callaba la fuente, no se callaba... Reía, saltaba, charlaba... Y nadie sabía lo que decía, Clara, alegre, polifónica, columnilla salomónica perforaba el silencio del Poniente y, gárrula, se empinaba para ver el sol muriente. No se callaba la fuente, no se callaba... Como vena de la noche, su barrena, plata fría, encogía y estiraba... Subía, bajaba, charlaba... Y nadie sabía lo que decía. Cuando la aurora volvía...

Dolientes madrigales Por una de esas raras reflexiones de la luz, que los físicos explicarán llenando de fórmulas un libro..., Mirándome las manos -como hacen los enfermos de continuo-, veo la faceta de un diamante, en una faceta del diamante de mi anillo, reflejarse tu cara, mientas piensas que divago o medito, o sueño... He descubierto por azar este medio tan sencillo de verte y ver tu corazón, que es otro diamante puro y limpio. Cuando me muera, déjame en el dedo este anillo. Estoy muy mal... Sonrío porque el desprecio del dolor me asiste, porque aún miro lo bello en torno mío, y... por lo triste que es el estar triste. Pero ya la fontana del sentimiento mana tan lenta y silenciosa, que su canto, sonoro otrora como risa, es llanto.

El camino de la muerte... Es el camino de la muerte. Es el camino de la vida... En la frescura de las rosas ve reparando. Y en las lindas adolescentes. Y en los suaves aromas de las tardes tibias. Abraza los talles esbeltos y besa las caras bonitas. De los sabores y colores gusta. Y de la embriaguez divina. Escucha las músicas dulces. Goza de la melancolía de no saber, de no creer, de soñar un poco. Ama y olvida, y atrás no mires. Y no creas que tiene raíces la dicha. No habrás llegado hasta que todo lo hayas perdido. Ve, camina... Es el camino de la muerte. Es el camino de la vida.

El jardín gris A Francisco Villaespesa ¡Jardín sin jardinero! ¡Viejo jardín, viejo jardín sin alma, jardín muerto! Tus árboles no agita el viento. En el estanque, el agua yace podrida. ¡Ni una onda! El pájaro no se posa en tus ramas. La verdinegra sombra de tus hiedras contrasta con la triste blancura de tus veredas áridas... ¡Jardín, jardín! ¿Qué tienes? ¡Tu soledad es tanta, que no deja poesía a tu tristeza! ¡Llegando a ti, se muere la mirada! Cementerio sin tumbas... Ni una voz, ni recuerdos, ni esperanza. ¡Jardín sin jardinero! ¡Viejo jardín, viejo jardín sin alma!

El jardín negro Es noche. La inmensa palabra es silencio... Hay entre los árboles un grave misterio... El sonido duerme, el color se ha muerto. La fuente está loca, y mudo está el eco. ¿Te acuerdas?... En vano quisimos saberlo... ¡Qué raro! ¡Qué oscuro! ¡Aún crispa mis nervios, pasando ahora mismo tan sólo el recuerdo, como si rozado me hubiera un momento el ala peluda de horrible murciélago!... Ven, ¡mi amada! Inclina tu frente en mi pecho; cerremos los ojos; no oigamos, callemos... ¡Como dos chiquillos que tiemblan de miedo! La luna aparece, las nubes rompiendo... La luna y la estatua se dan un gran beso.

El querer En tu boca roja y fresca beso, y mi sed no se apaga, que en cada beso quisiera beber entera tu alma. Me he enamorado de ti y es enfermedad tan mala, que ni la muerte la cura, ¡bien lo saben los que aman! Loco me pongo si escucho el ruido de tu charla, y el contacto de tu mano me da la vida y me mata. Yo quisiera ser el aire que toda entera te abraza, yo quisiera ser la sangre que corre por tus entrañas. Son las líneas de tu cuerpo el modelo de mis ansias, el camino de mis besos y el imán de mis miradas. Siento al ceñir tu cintura una duda que me mata que quisiera en un abrazo todo tu cuerpo y tu alma. Estoy enfermo de ti, de curar no hay esperanza, que en la sed de este amor loco tu eres mi sed y mi agua. Maldita sea la hora en que contemplé tu cara, en que vi tus ojos negros y besé tus labios grana. Maldita sea la sed y maldita sea el agua, maldito sea el veneno que envenena y que no mata. En tu boca roja y fresca beso, y mi sed no se apaga, que en cada beso quisiera beber entera tu alma.

Elogio de la soleá Canto de soleares, hondo cantar del corazón, hondo cantar. Reina de los cantares. Madre del canto popular. Llora tu son, copla sin par. Y en mi vacío corazón se oye sonar el De profundis del bordón... Llora, cantar.

Encajes Alma son de mis cantares, tus hechizos... Besos, besos a millares. Y en tus rizos, besos, besos a millares. ¡Siempre amores! ¡Nunca amor! Los placeres van de prisa: una risa y otra risa, y mil nombres de mujeres, y mil hojas de jazmín desgranadas y ligeras... Y son copas no apuradas, y miradas pasajeras, que desfloran nada más. Desnudeces, hermosuras, carne tibia y morbideces, elegancias y locuras... No me quieras, no me esperes... ¡No hay amor en los placeres! ¡No hay placer en el amor!

Fantasía de Puck A Silvio Rebello El hada pequeñita de las piedras preciosas que vive en un coral busca al gnomo que habita la corteza rugosa de un antiguo nogal. Y, juntos, de la mano para hacer travesuras, aquella noche van, como hermana y hermano, por las sendas oscuras de la selva ideal... Detrás va su cortejo de dudas y sospechas... Y una marcha triunfal saluda al crimen, viejo que ruge y canta endechas con su voz de puñal. Van los presentimientos junto a las intenciones... Con los recuerdos van los malos pensamientos, las locas tentaciones ahogadas al brotar. Todo lo que hay de sueños de otra vida perdido; lo que pasó o vendrá. Vagas curvas de ensueños: lo que casi no ha sido..., lo que tal vez será... Va, callado, cruzando el cortejo discreto por la selva ideal... ¡Viene el día temblando...; va a romper el secreto la aurora al despuntar!... Mas sólo vio, al mostrarse, una burbuja sobre las olas del mar... Y una cara borrarse en la corteza pobre del antiguo nogal.

Figulinas A Jacinto Benavente ¡Qué bonita es la princesa! ¡Qué traviesa! ¡Qué bonita! ¡La princesa pequeñita de los cuadros de Watteau! ¡Yo la miro, yo la admiro, yo la adoro! Si suspira, yo suspiro; si ella llora, también lloro; si ella ríe, río yo. Cuando alegre la contemplo, como ahora, me sonríe... Y otras veces su mirada en los aires se deslíe, pensativa... ¡Si parece que está viva la princesa de Watteau! Al pasar la vista hiere, elegante, y ha de amarla quien la viere. ... Yo adivino en su semblante que ella goza, goza y quiere, vive y ama, sufre y muere... ¡Como yo!


La buena canción:
Vente conmigo y haremos una chocita en el campo y en ella nos meteremos. ¡Oh la paz, oh la paz, oh la bendita paz de un paisaje matinal!... ¡Cristales de mi ventana al campo!... ¡Oh la chocita de la copla entre los cañaverales! Frente al sol generoso, junto al río sonoro, en plena gloria de la vega andaluza -gitana que se entrega-, bajo el azul turquí del cielo mío. ¡Y un amor solo y grande, aquel primero que floreció en la senda, tan seguro que aguarda siempre y sin quemarnos arde!... ¡Aquel primer amor, que fue el lucero de la mañana y brilla ahora tan puro en la senda tranquila de la tarde!

La copla Hasta que el pueblo las canta, las coplas, coplas no son, y cuando las canta el pueblo, ya nadie sabe el autor. Tal es la gloria, Guillén, de los que escriben cantares: oír decir a la gente que no los ha escrito nadie. Procura tú que tus coplas vayan al pueblo a parar, aunque dejen de ser tuyas para ser de los demás. Que, al fundir el corazón en el alma popular, lo que se pierde de nombre se gana de eternidad.

La copla andaluza Del placer que irrita, y el amor, que ciega, escuchad la canción, que recoge la noche morena. La noche sultana, la noche andaluza, que estremece la tierra y la carne de aroma y lujuria. Bajo el plenilunio, como lagrimones, Como goterones, sus cálidas notas llueven los bordones. Son melancolía sonora, son ayes de las otras cuerdas heridas, punzadas, las notas vibrantes. Y en el aire, húmedo de aroma y lujuria, levanta su vuelo -paloma rafeña- la copla andaluza. Dice de ojos negros y de rojos labios, de venganza, de olvido, de ausencia, de amor y de engaño... Y de desengaño. De males y bienes, de esperanza, de celos..., de cosas de hombres y mujeres. Y brota en los labios soberbia y sencilla, como brotan el agua en la fuente, la sangre en la herida. Y allá va en la n0che, paloma rafeña, a decir la verdad a lo lejos, triste, clara y bella. Del placer, que irrita, y el amor, que ciega, escuchad la canci6n, que recoge la noche morena.

La karmesse Del sol flamenco a las postreras llamas entre escarlatas, oro y brocado; -carmín y nácar- por el bello prado, ricos galanes y esplendentes damas. Ella escuchaba la frase violadora, jugoso el labio, jadeante el pecho, los ojos anegados... El implora, el blando césped convertido en lecho. Las ricas vestiduras opulentas desordena la torpe mano ardiente, en ansia de las formas suculentas. Y en las cárdenas brasas del poniente sus flechas, surge, a disparar sangrientas un cupido rechoncho y sonriente.

La primavera ¡Oh, el sotto voce balbuciente, oscuro, de la primer lujuria!... ¡Oh, la delicia del beso adolescente, casi puro!... ¡Oh, el no saber de la primer caricia!... ¡Despertarse de amor entre cantares y humedad del jardín, llanto sin pena, divina enfermedad que el alma llena, primera mancha de los azahares!... Angel, niño, mujer.... Los sensuales ojos adormilados y anegados en inauditas savias incipientes... ¡Y los rostros de almendra, virginales, como flores al sol aurirrosados, en los campos de mayo sonrientes!

Las mujeres de Romero de Torres Rico pan de esta carne morena, moldeada en un aire caricia de suspiro y aroma... Sirena encantadora y amante fascinada, los cuellos enarcados, de sierpe o de paloma... Vuestros nombres, de menta y de ilusión sabemos: Carmen, Lola, Rosario... Evocación del goce, Adela... Las Mujeres que todos conocemos, que todos conocemos ¡y nadie las conoce! Naranjos, limoneros, jardines, olivares, lujuria de la tierra, divina y sensual, que vigila la augusta presencia del ciprés. En este fondo, esencia de flores y cantares, os fijó para siempre el pincel inmortal de nuestro inenarrable Leonardo cordobés.

Melancolía Me siento, a veces, triste como una tarde del otoño viejo; de saudades sin nombre, de penas melancólicas tan lleno... Mi pensamiento, entonces, vaga junto a las tumbas de los muertos y en torno a los cipreses y a los sauces que, abatidos, se inclinan... Y me acuerdo de historias tristes, sin poesía... Historias que tienen casi blancos mis cabellos.

Misterio En sueños te conocí, y, del amor peregrino, he adivinado el camino para llegar hasta ti. Tras de aquel sueño corrí con el dulce y loco empeño de ser tu esclavo y tu dueño... Pero aún tú no me contaste por qué camino llegaste a penetrar en mi sueño.

Morir, dormir -Hijo, para descansar es necesario dormir, no pensar, no soñar, -Madre, para descansar, morir.

Música di camera Ya galantes no más y delicados madrigales haré -para las flores y las mujeres-, sobrios de colores y vagamente estilizados. Pintaré la preciosa gota de sangre, roja como guinda, en el pétalo rosa del dedo de Luscinda, al coger una rosa. O diré los alegros (silenciosos y ardientes) de las niñas de los ojos, de las niñas de los ojos negros... Y charlaré como las fuentes... Consuelo, tu nombre me sabía igual que un caramelo. ¡Qué pobre soy desde que me falta el oro de tu pelo!... Tus ojos azules no me miran, y para mí no hay cielo... ¡Consuelo!

Ocaso Era un suspiro lánguido y sonoro la voz del mar aquella tarde... El día, no queriendo morir, con garras de oro de los acantilados se prendía. Pero su seno el mar alzó potente, y el sol, al fin, como en soberbio lecho, hundió en las olas la dorada frente, en una brasa cárdena deshecho. Para mi pobre cuerpo dolorido, para mi triste alma lacerada, para mi yerto corazón herido, para mi amarga vida fatigada... ¡el mar amado, el mar apetecido, el mar, el mar, y no pensar nada...!

Oriente flores A Ramón del Valle Inclán Antonio, en los acentos de Cleopatra encantado, la copa de oro olvida que está de néctar llena. Y, creyente en los sueños que evoca la sirena, toda en los ojos tiene su alma de soldado. La reina, hoja tras hoja, deshojando sus flores, en la copa de Antonio las deja dulcemente... Y prosigue su cuento de batallas y amores, aprendido en las magas tradiciones de Oriente... Detiénese... Y Antonio ve su copa olvidada... Mas pone ella la mano sobre el borde de oro, y, sonriendo, lenta hacia sí la retira... Después, siempre a los ojos del guerrero asomada, sella sus gruesos labios con un beso sonoro... Y da la copa a un siervo, que la bebe y expira...

Otoño En el parque, yo solo... Han cerrado y, olvidado en el parque viejo, solo me han dejado. La hoja seca, vagamente, indolente, roza el suelo... Nada sé, nada quiero, nada espero. Nada... Solo en el parque me han dejado olvidado, y han cerrado.

Puente Genil De celeste y blanco viste el pueblecillo..., de blanco y celeste. Y el viejo a lo noble, joven a lo alegre, con sus dos colores de blanco y celeste. De árabe pasado su sabor no pierde, pero es hace siglos cristiano ferviente... Ora, ríe, canta, de blanco y celeste. En él no hay más negro que ojos de mujeres y rizos de ébano sobré blancas sienes. Lo demás, hermanos, es blanco y celeste. Viva luz lo inunda, y, cuando al Poniente llega el sol, perfuma el aire... Y parece como que un cariño flota en el ambiente. Lleno de poesía y de pena alegre, dejad me que llore, que cante y que rece..., porque aquí las horas no sé lo que tienen, que invaden el alma de blanco y celeste.

Sandro Boticelli La primavera ¡Oh el sotto voce balbuciente, oscuro, de la primer lujuria!... ¡Oh la delicia del beso adolescente, casi puro!... ¡Oh el no saber de la primer caricia! Despertase de amor entre cantares y humedad de jardín, llanto sin pena, divina enfermedad que el alma llena, primera mancha de los azahares!... Ángel, niño, mujer,.. Los sensuales ojos adormilados y anegados en inauditas savias incipientes... ¡Y los rostros de almendra, virginales, como flores al sol, aurirrosados, en los campos de mayo sonrientes!...

Sé buena. Es el secreto. Llora, o ríe de veras... I Sé buena. Es el secreto. Llora, o ríe de veras. Que se asome a tus ojos y a tus labios de grana la ternura de tu corazón, sin las hueras flores de trapo de la retórica vana. ¡Oh la sabiduría en amor! ¡Si tú vieras!... Es tan corta, que linda con la tortura insana de una pasión conceptuosa y sus maneras... Sé buena. Es el secreto. Sé mi amante y mi hermana. Con tus ojos azules y tu pelo de oro, sé consecuente. El Ars Amandi da al olvido. Quema tu alma en el ara del amor soberano. No pretendas vencer. Ríndete. Y que el tesoro de tu hermosura sea dulcemente ofrecido, como al sediento un sorbo de agua pura en la mano. II Y en una dulce convalecencia, una mañana limpia y azul como tus ojos, una de esas mañanas de cristal y grana que aun dejan ver el pulido semblante de la luna, pasearemos la gloria -dulce paz sin victoria- de nuestro amor tranquilo, bajo del claro cielo... Y dirá el agua pura nuestra sencilla historia. Y nuestras sombras débiles, juntas llevará el suelo. El campo verde joven, bañado por la brisa, movido así tan tenue por tu alocada risa feliz, recorreremos. Y tú conmigo, sola, en el paisaje inmenso, en el aire fragante, divinamente mudo, me tenderás, amante, tus rojos labios como una roja amapola.

Se perdió en las vagas selvas de un ensueño... A Miguel Sawa Se perdió en las vagas selvas de un ensueño, y sólo de espaldas la vi desde lejos... Como una caricia dorada, el cabello, tendido, sus hombros cubría. Y, al verlo, siguióla mi alma y fuese muy lejos, dejándome solo, no sé si dormido o despierto. Se fue hasta el castillo del burgrave fiero, que está en la alta roca: los puentes cayeron y se despertaron los sones del hierro. Pasamos... Mi alma, tras ella corriendo, dejándome solo, no sé si dormido o despierto. Se fue hasta las verdes llanuras de Jonia; y el templo cruzó de Partenes. Del mármol eterno dejó las regiones... Y se fue más lejos con mi alma, dejándome solo, no sé si dormido o despierto. Oro y negras piedras, y muros inmensos, y tumbas enormes -sepulcro de un pueblo que mira hacia Oriente con sus ojos muertos-. Siguió... Y arrastraba mi alma más lejos, dejándome solo, no sé si dormido o despierto. Siguió; entre menhires pasamos y horrendos despojos de fieras... Siguió; y a lo lejos, perdióse en las selvas oscuras del sueño dejándome solo, no sé si dormido o despierto.

¿Te acuerdas? Es noche. La inmensa palabra es silencio... Hay entre los árboles un grave misterio... El sonido duerme, el color se ha muerto. La fuente está loca, y mudo está el eco. ¿Te acuerdas?... En vano quisimos saberlo... ¡Qué raro! ¡Qué oscuro! ¡Aún crispa mis nervios, pasando ahora mismo tan sólo el recuerdo, como si rozado me hubiera un momento el ala peluda de horrible murciélago!... Ven, ¡mi amada! Inclina tu frente en mi pecho; cerremos los ojos; no oigamos, callemos... ¡Como dos chiquillos que tiemblan de miedo! La luna aparece, las nubes rompiendo... La luna y la estatua se dan un gran beso...

Verano:
Frutales cargados. Dorados trigales... Cristales ahumados. Quemados jarales... Umbría sequía, solano... Paleta completa: verano.

 

 

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