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Gabriela Mistral:
Adiós En costa lejana y en mar de Pasión, dijimos adioses sin decir adiós. Y no fue verdad la alucinación. Ni tú la creíste ni la creo yo, «y es cierto y no es cierto» como en la canción. Que yendo hacia el Sur diciendo iba yo: «Vamos hacia el mar que devora al Sol». Y yendo hacia el Norte decía tu voz: «Vamos a ver juntos donde se hace el Sol». Ni por juego digas o exageración que nos separaron tierra y mar, que son ella, sueño y el alucinación. No te digas solo ni pida tu voz albergue para uno al albergador. Echarás la sombra que siempre se echó, morderás la duna con paso de dos... Para que ninguno, ni hombre ni dios, nos llame partidos como luna y sol; para que ni roca ni viento errador, ni río con vado ni árbol sombreador, aprendan y digan mentira o error del Sur y del Norte, del uno y del dos! Amor, amor Anda libre en el surco, bate el ala en el viento, late vivo en el sol y se prende al pinar. No te vale olvidarlo como al mal pensamiento: ¡lo tendrás que escuchar! Habla lengua de bronce y habla lengua de ave, ruegos tímidos, imperativos de amar. No te vale ponerle gesto audaz, ceño grave: ¡lo tendrás que hospedar! Gasta trazas de dueño; no le ablandan excusas. Rasga vasos de flor, hiende el hondo glaciar. No te vale decirle que albergarlo rehúsas: ¡lo tendrás que hospedar! Tiene argucias sutiles en la réplica fina, argumentos de sabio, pero en voz de mujer. Ciencia humana te salva, menos ciencia divina: ¡le tendrás que creer! Te echa venda de lino; tú la venda toleras; te ofrece el brazo cálido, no le sabes huir. Echa a andar, tú le sigues hechizada aunque vieras ¡que eso para en morir! Apegado a mí Velloncito de mi carne que en mis entrañas tejí, velloncito tembloroso, ¡duérmete apegado a mí! La perdiz duerme en el trigo escuchándola latir. No te turbes por aliento, ¡duérmete apegado a mí! Yo que todo lo he perdido ahora tiemblo hasta al dormir. No resbales de mi pecho, ¡duérmete apegado a mí! Ausencia Se va de ti mi cuerpo gota a gota. Se va mi cara en un óleo sordo; se van mis manos en azogue suelto; se van mis pies en dos tiempos de polvo. ¡Se te va todo, se nos va todo! Se va mi voz, que te hacía campana cerrada a cuanto no somos nosotros. Se van mis gestos, que se devanaban, en lanzaderas, delante tus ojos. Y se te va la mirada que entrega, cuando te mira, el enebro y el olmo. Me voy de ti con tus mismos alientos: como humedad de tu cuerpo evaporo. Me voy de ti con vigilia y con sueño, y en tu recuerdo más fiel ya me borro. Y en tu memoria me vuelvo como esos que no nacieron ni en llanos ni en sotos. Sangre sería y me fuese en las palmas de tu labor y en tu boca de mosto. Tu entraña fuese y sería quemada en marchas tuyas que nunca más oigo, ¡y en tu pasión que retumba en la noche, como demencia de mares solos! ¡Se nos va todo, se nos va todo! Balada El pasó con otra; yo le vi pasar. Siempre dulce el viento y el camino en paz. ¡Y estos ojos míseros le vieron pasar! Él va amando a otra por la tierra en flor. Ha abierto el espino; pasa una canción. ¡Y él va amando a otra por la tierra en flor! El besó a la otra a orillas del mar; resbaló en las olas la luna de azahar. ¡Y no untó mi sangre la extensión del mar! El irá con otra por la eternidad. Habrá cielos dulces. (Dios quiere callar.) Y el irá con otra por la eternidad! Besos Hay besos que pronuncian por sí solos la sentencia de amor condenatoria, hay besos que se dan con la mirada hay besos que se dan con la memoria. Hay besos silenciosos, besos nobles hay besos enigmáticos, sinceros hay besos que se dan sólo las almas hay besos por prohibidos, verdaderos. Hay besos que calcinan y que hieren, hay besos que arrebatan los sentidos, hay besos misteriosos que han dejado mil sueños errantes y perdidos. Hay besos problemáticos que encierran una clave que nadie ha descifrado, hay besos que engendran la tragedia cuantas rosas en broche han deshojado. Hay besos perfumados, besos tibios que palpitan en íntimos anhelos, hay besos que en los labios dejan huellas como un campo de sol entre dos hielos. Hay besos que parecen azucenas por sublimes, ingenuos y por puros, hay besos traicioneros y cobardes, hay besos maldecidos y perjuros. Judas besa a Jesús y deja impresa en su rostro de Dios, la felonía, mientras la Magdalena con sus besos fortifica piadosa su agonía. Desde entonces en los besos palpita el amor, la traición y los dolores, en las bodas humanas se parecen a la brisa que juega con las flores. Hay besos que producen desvaríos de amorosa pasión ardiente y loca, tú los conoces bien son besos míos inventados por mí, para tu boca. Besos de llama que en rastro impreso llevan los surcos de un amor vedado, besos de tempestad, salvajes besos que solo nuestros labios han probado. ¿Te acuerdas del primero...? Indefinible; cubrió tu faz de cárdenos sonrojos y en los espasmos de emoción terrible, llenáronse de lágrimas tus ojos. ¿Te acuerdas que una tarde en loco exceso te vi celoso imaginando agravios, te suspendí en mis brazos... vibró un beso, y qué viste después...? Sangre en mis labios. Yo te enseñe a besar: los besos fríos son de impasible corazón de roca, yo te enseñé a besar con besos míos inventados por mí, para tu boca. Cosas A Max Daircaux Amo las cosas que nunca tuve con las otras que ya no tengo: Yo toco un agua silenciosa, parada en pastos friolentos, que sin un viento tiritaba en el huerto que era mi huerto. La miro como la miraba; me da un extraño pensamiento, y juego, lenta, con esa agua como con pez o con misterio. Pienso en umbral donde dejé pasos alegres que ya no llevo, y en el umbral veo una llaga llena de musgo y de silencio. Yo busco un verso que he perdido, que a los siete años me dijeron. Fue una mujer haciendo el pan y yo su santa boca veo. Viene un aroma roto en ráfagas; soy muy dichosa si lo siento; de tan delgado no es aroma, siendo el olor de los almendros. Me vuelve niños los sentidos; le busco un nombre y no lo acierto, y huelo el aire y los lugares buscando almendros que no encuentro. Un río suena siempre cerca. Ha cuarenta años que lo siento. Es canturía de mi sangre o bien un ritmo que me dieron. O el río Elqui de mi infancia que me repecho y me vadeo. Nunca lo pierdo; pecho a pecho, como dos niños nos tenemos. Cuando sueño la Cordillera, camino por desfiladeros, y voy oyéndoles, sin tregua un silbo casi juramento. Veo al remate del Pacífico amoratado mi archipiélago, y de una isla me ha quedado un olor acre de alción muerto... Un dorso, un dorso grave y dulce, remata el sueño que yo sueño. Es al final de mi camino y me descanso cuando llego. Es tronco muerto o es mi padre, el vago dorso ceniciento. Yo no pregunto, no lo turbo. Me tiendo junto, callo y duermo. Amo a una piedra de Oaxaca o Guatemala, a que me acerco, roja y fija como mi cara y cuya grieta da un aliento. Al dormirme queda desnuda; no sé por qué yo la volteo. Y tal vez nunca la he tenido y es mi sepulcro lo que veo... Creo en mi corazón, ramo de aromas... Creo en mi corazón, ramo de aromas que mi Señor como una fronda agita, perfumando de amor toda la vida y haciéndola bendita. Creo en mi corazón, el que no pide nada porque es capaz del sumo ensueño y abraza en el ensueño lo creado: ¡inmenso dueño! Creo en mi corazón, que cuando canta hunde en el Dios profundo el franco herido, para subir de la piscina viva recién nacido Creo en mi corazón, el que tremola porque lo hizo el que turbó los mares, y en el que da la Vida orquestaciones como de pleamares. Creo en mi corazón, el que yo exprimo para teñir el lienzo de la vida de rojez o palor y que le ha hecho veste encendida. Creo en mi corazón, el que en la siembra por el surco sin fin fue acrecentando. Creo en mi corazón, siempre vertido, pero nunca vaciado. Creo en mi corazón, en que el gusano no ha de morder, pues mellará a la muerte; creo en mi corazón, el reclinado en el pecho de Dios terrible y fuerte. Dame la mano y danzaremos... Dame la mano y danzaremos, dame la mano y me amarás. Como una sola flor seremos, como una flor, y nada más. . . El mismo verso cantaremos, al mismo paso bailarás. Como una espiga ondularemos, como una espiga, y nada más. Te llamas Rosa y yo Esperanza, pero tu nombre olvidarás, porque seremos una danza en la colina y nada más... Desolación La bruma espesa, eterna, para que olvide dónde me ha arrojado la mar en su ola de salmuera. La tierra a la que vine no tiene primavera: tiene su noche larga que cual madre me esconde. El viento hace a mi casa su ronda de sollozos y de alarido, y quiebra, como un cristal, mi grito. Y en la llanura blanca, de horizonte infinito, miro morir intensos ocasos dolorosos. ¿A quién podrá llamar la que hasta aquí ha venido si más lejos que ella sólo fueron los muertos? ¡Tan sólo ellos contemplan un mar callado y yerto crecer entre sus brazos y los brazos queridos! Los barcos cuyas velas blanquean en el puerto vienen de tierras donde no están los que son míos; y traen frutos pálidos, sin la luz de mis huertos sus hombres de ojos claros no conocen mis ríos. Y la interrogación que sube a mi garganta al mirarlos pasar, me desciende, vencida: hablan extrañas lenguas y no la conmovida lengua que en tierras de oro mi vieja madre canta. Miro bajar la nieve como el polvo en la huesa; miro crecer la niebla como el agonizante, y por no enloquecer no encuentro los instantes, porque la "noche larga" ahora tan solo empieza. Miro el llano extasiado y recojo su duelo, que vine para ver los paisajes mortales. La nieve es el semblante que asoma a mis cristales; ¡siempre será su altura bajando de los cielos! Siempre ella, silenciosa, como la gran mirada de Dios sobre mí; siempre su azahar sobre mi casa; siempre, como el destino que ni mengua ni pasa, descenderá a cubrirme, terrible y extasiada. Desvelada Como soy reina y fui mendiga, ahora vivo en puro temblor de que me dejes, y te pregunto, pálida, a cada hora: «¿Estás conmigo aún? ¡Ay, no te alejes!» Quisiera hacer las marchas sonriendo y confiando ahora que has venido; pero hasta en el dormir estoy temiendo y pregunto entre sueños: «¿No te has ido?» Día Día, día del encontrarnos, tiempo llamado Epifanía. Día tan fuerte que llegó color tuétano y ardentía sin frenesí sobre los pulsos que eran tumulto y agonía, tan tranquilo como las leches de las vacadas con esquilas. Día nuestro, por qué camino, bulto sin pies, se allegaría, que no supimos, que no velamos, que cosa alguna lo decía, que no silbamos a los cerros y él sin pisada se venía. Parecían todos iguales, y de pronto maduró un Día. Era lo mismo que los otros, como son cañas y son olivas, y a ninguno de sus hermanos, como José, se parecía. Le sonriamos entre los otros. Tenga talla sobre los días, como es el buey de grande alzada y es el carro de las gavillas. Lo bendigan las estaciones, Nortes y Sures lo bendigan, y su padre, el año, lo escoja y lo haga mástil de la vida. No es un río ni es un país, ni es un metal: se llama un Día. Entre los días de las grúas, de las jarcias y de las trillas, entre aparejos y faenas, nadie lo nombra ni lo mira. Lo bailemos y lo digamos por galardón de Quien lo haría, por gratitud de suelo y aire, por su regato de agua viva, antes que caiga como pavesa y como cal que molerían y se vuelquen hacia lo Eterno sus especies de maravilla. ¡Lo cosamos en nuestra carne, en el pecho y en las rodillas, y nuestras manos lo repasen, y nuestros ojos lo distingan, y nos relumbre por la noche y nos conforte por el día, como el cáñamo de las velas y las puntadas de las heridas! Dios lo quiere I La tierra se hace madrastra si tu alma vende a mi alma. Llevan un escalofrío de tribulación las aguas. El mundo fue más hermoso desde que me hiciste aliada, cuando junto de un espino nos quedamos sin palabras ¡y el amor como el espino nos traspasó de fragancia! Pero te va a brotar víboras la tierra si vendes mi alma; baldías del hijo, rompo mis rodillas desoladas. Se apaga Cristo en mi pecho ¡y la puerta de mi casa quiebra la mano al mendigo y avienta a la atribulada! II Beso que tu boca entregue a mis oídos alcanza, porque las grutas profundas me devuelven tus palabras. El polvo de los senderos guarda el olor de tus plantas y oteándolas como un ciervo, te sigo por las montañas... A la que tú ames, las nubes la pintan sobre mi casa. Ve cual ladrón a besarla de la tierra en las entrañas; que, cuando el rostro le alces, hallas mi cara con lágrimas. III Dios no quiere que tu tengas sol si conmigo no marchas; Dios no quiere que tu bebas si yo no tiemblo en tu agua; no consiente que te duermas sino en mi trenza ahuecada. IV Si te vas, hasta en los musgos del camino rompes mi alma; te muerden la sed y el hambre en todo monte o llamada y en cualquier país las tardes con sangre serán mis llagas. Y destilo de tu lengua aunque a otra mujer llamaras, y me clavo como un dejo de salmuera en tu garganta; y odies, o cantes, o ansíes, ¡por mí solamente clamas! V Si te vas y mueres lejos, tendrás la mano ahuecada diez años bajo la tierra para recibir mis lágrimas, sintiendo cómo te tiemblan las carnes atribuladas, ¡hasta que te espolvoreen mis huesos sobre la cara! El amor que calla Si yo te odiara, mi odio te daría en las palabras, rotundo y seguro; ¡pero te amo y mi amor no se confía a este hablar de los hombres tan oscuro! Tú lo quisieras vuelto un alarido, y viene de tan hondo que ha deshecho su quemante raudal, desfallecido, antes de la garganta, antes del pecho. Estoy lo mismo que estanque colmado y te parezco un surtidor inerte. ¡Todo por mi callar atribulado que es más atroz que entrar en la muerte! El encuentro Le he encontrado en el sendero. No turbó su ensueño el agua ni se abrieron más las rosas. Abrió el asombro mi alma. ¡Y una pobre mujer tiene su cara llena de lágrimas! Llevaba un canto ligero en la boca descuidada, y al mirarme se le ha vuelto grave el canto que entonaba. Miré la senda, la hallé extraña y como soñada. ¡Y en el alba de diamante tuve mi cara con lágrimas! Siguió su marcha cantando y se llevó mis miradas... Detrás de él no fueron más azules y altas las salvias. ¡No importa! Quedó en el aire estremecida mi alma. ¡Y aunque ninguno me ha herido tengo la cara con lágrimas! Esta noche no ha velado como yo junto a la lámpara; como él ignora, no punza su pecho de nardo mi ansia; pero tal vez por su sueño pase un olor de retamas, ¡porque una pobre mujer tiene su cara con lágrimas! Iba sola y no temía; con hambre y sed no lloraba; desde que lo vi cruzar, mi Dios me vistió de llagas. Mi madre en su lecho reza por mí su oración confiada. ¡Pero yo tal vez por siempre tendré mi cara con lágrimas! Escóndeme Escóndeme que el mundo no me adivine. Escóndeme como el tronco su resina, y que yo te perfume en la sombra, como la gota de goma, y que te suavice con ella, y los demás no sepan de dónde viene tu dulzura... Soy fea sin ti, como las cosas desarraigadas de su sitio; como las raíces abandonadas sobre el suelo. ¿Por qué no soy pequeña como la almendra en el hueso cerrado? ¡Bébeme! ¡Hazme una gota de tu sangre, y subiré a tu mejilla, y estaré en ella como la pinta vivísima en la hoja de la vid. Vuélveme tu suspiro, y subiré y bajaré de tu pecho, me enredaré en tu corazón, saldré al aire para volver a entrar. Y estaré en este juego toda la vida. Éxtasis Ahora, Cristo, bájame los párpados, pon en la boca escarcha, que están de sobra ya todas las horas y fueron dichas todas las palabras. Me miró, nos miramos en silencio mucho tiempo, clavadas, como en la muerte, las pupilas. Todo el estupor que blanquea las caras en la agonía, albeaba nuestros rostros. ¡Tras de ese instante, ya no resta nadar! Me habló convulsamente; le hablé, rotas, cortadas de plenitud, tribulación y angustia, las confusas palabras. Le hablé de su destino y mi destino, amasijo fatal de sangre y lágrimas. Después de esto ¡lo sé! no queda nada! ¡Nada! Ningún perfume que no sea diluido al rodar sobre mi cara. Mi oído está cerrado, mi boca está sellada. ¡Qué va a tener razón de ser ahora para mis ojos en la tierra pálida! ¡ni las rosas sangrientas ni las nieves calladas! Por eso es que te pido, Cristo, al que no clamé de hambre angustiada: ¡ahora, para mis pulsos, y mis párpados baja! Defiéndeme del viento la carne en que rodaron sus palabras; líbrame de la luz brutal del día que ya viene, esta imagen. Recíbeme, voy plena, ¡tan plena voy como tierra inundada!

Íntima:
Tú no oprimas mis manos. Llegará el duradero tiempo de reposar con mucho polvo y sombra en los entretejidos dedos. Y dirías: -"No puedo amarla, porque ya se desgranaron como mieses sus dedos." Tú no beses mi boca. Vendrá el instante lleno de luz menguada, en que estaré sin labios sobre un mojado suelo. Y dirías: -"La amé, pero no puedo amarla más, ahora que no aspira el olor de retamas de mi beso. Y me angustiara oyéndote, y hablaras loco y ciego, que mi mano será sobre tu frente cuando rompan mis dedos, y bajará sobre tu cara llena de ansia mi aliento. No me toques, por tanto. Mentiría al decir que te entrego mi amor en estos brazos extendidos, en mi boca, en mi cuello, y tú, al creer que lo bebiste todo, te engañarías como un niño ciego. Porque mi amor no es solo esta gavilla reacia y fatigada de mi cuerpo, que tiembla entera al roce del cilicio y que se me rezaga en todo vuelo. Es lo que está en el beso, y no es el labio; lo que rompe la voz, y no es el pecho: ¡es un viento de Dios, que pasa hendiéndome el gajo de las carnes, volandero! La abandonada A Emma Godoy Ahora voy a aprenderme el país de la acedía, y a desaprender tu amor que era la sola lengua mía, como río que olvidase lecho, corriente y orillas. ¿Por qué trajiste tesoros si el olvido no acarrearías? Todo me sobra y yo me sobro como traje de fiesta para fiesta no habida; ¡tanto, Dios mío, que me sobra mi vida desde el primer día! Denme ahora las palabras que no me dio la nodriza. Las balbucearé demente de la sílaba a la sílaba: palabra "expolio", palabra "nada", y palabra "postrimería", ¡aunque se tuerzan en mi boca como las víboras mordidas! Me he sentado a mitad de la Tierra, amor mío, a mitad de la vida, a abrir mis venas y mi pecho, a mondarme en granada viva, y a romper la caoba roja de mis huesos que te querían. Estoy quemando lo que tuvimos: los anchos muros, las altas vigas, descuajando una por una las doce puertas que abrías y cegando a golpes de hacha el aljibe de la alegría. Voy a esparcir, voleada, la cosecha ayer cogida, a vaciar odres de vino y a soltar aves cautivas; a romper como mi cuerpo los miembros de la "masía" y a medir con brazos altos la parva de las cenizas. ¡Cómo duele, cómo cuesta, cómo eran las cosas divinas, y no quieren morir, y se quejan muriendo, y abren sus entrañas vívidas! Los leños entienden y hablan, el vino empinándose mira y la banda de pájaros sube torpe y rota como neblina. Venga el viento, arda mi casa mejor que bosque de resinas; caigan rojos y sesgados el molino y la torre madrina. ¡Mi noche, apurada del fuego, mi pobre noche no llegue al día! La flor del aire Yo la encontré por mi destino, de pie a mitad de la pradera, gobernadora del que pase, del que le hable y que la vea. Y ella me dijo: "Sube al monte. Yo nunca dejo la pradera, y me cortas las flores blancas como nieves, duras y tiernas." Me subí a la ácida montaña, busqué las flores donde albean, entre las rocas existiendo medio dormidas y despiertas. Cuando bajé, con carga mía, la hallé a mitad de la pradera, y fui cubriéndola frenética, con un torrente de azucenas. Y sin mirarse la blancura, ella me dijo: "Tú acarrea ahora sólo flores rojas. Yo no puedo pasar la pradera." Trepe las penas con el venado, y busqué flores de demencia, las que rojean y parecen que de rojez vivan y mueran. La medianoche Fina, la medianoche. Oigo los nudos del rosal: la savia empuja subiendo a la rosa. Oigo las rayas quemadas del tigre real: no le dejan dormir. Oigo la estrofa de uno, y le crece en la noche como la duna. Oigo a mi madre dormida con dos alientos. (Duermo yo en ella, de cinco años.) Oigo el Ródano que baja y que me lleva como un padre ciego de espuma ciega. Y después nada oigo sino que voy cayendo en los muros de Arlès llenos de sol... La mujer fuerte Me acuerdo de tu rostro que se fijó en mis días, mujer de saya azul y de tostada frente, que en mi niñez y sobre mi tierra de ambrosía vi abrir el surco negro en un abril ardiente. Alzaba en la taberna, honda la copa impura el que te apegó un hijo al pecho de azucena, y bajo ese recuerdo, que te era quemadura, caía la simiente de tu mano, serena. Segar te vi en enero los trigos de tu hijo, y sin comprender tuve en ti los ojos fijos, agrandados al par de maravilla y llanto. Y el lodo de tus pies todavía besara, porque entre cien mundanas no he encontrado tu cara ¡y aun te sigo en los surcos la sombra con mi canto! La otra Una en mí maté: yo no la amaba. Era la flor llameando del cactus de montaña; era aridez y fuego; nunca se refrescaba. Piedra y cielo tenía a pies y a espaldas y no bajaba nunca a buscar «ojos de agua». Donde hacía su siesta, las hierbas se enroscaban de aliento de su boca y brasa de su cara. En rápidas resinas se endurecía su habla, por no caer en linda presa soltada. Doblarse no sabía la planta de montaña, y al costado de ella, yo me doblaba... La dejé que muriese, robándole mi entraña. Se acabó como el águila que no es alimentada. Sosegó el aletazo, se dobló, lacia, y me cayó a la mano su pavesa acabada... Por ella todavía me gimen sus hermanas, y las gredas de fuego al pasar me desgarran. Cruzando yo les digo: -Buscad por las quebradas y haced con las arcillas otra águila abrasada. Si no podéis, entonces, ¡ay! , olvidadla. Yo la maté. ¡Vosotras también matadla! La sombra inquieta Flor, flor de la raza mía, sombra inquieta, ¡qué dulce y terrible tu evocación! El perfil de éxtasis, llama la silueta, las sienes de nardo, l'habla de canción; cabellera luenga de cálido manto, pupilas de ruego, pecho vibrador; ojos hondos para albergar más llanto; pecho fino donde taladrar mejor. Por suave, por alta, por bella ¡precita! fatal siete veces; fatal ¡pobrecita! por la honda mirada y el hondo pensar. ¡Ay! quien te condene, vea tu belleza, mire el mundo amargo, mida tu tristeza, ¡y en rubor cubierto rompa a sollozar! II ¡Cuánto río y fuente de cuenca colmada, cuánta generosa y fresca merced de aguas, para nuestra boca socarrada! ¡Y el alma, la huérfana, muriendo de sed! Jadeante de sed, loca de infinito, muerta de amargura, la tuya, en clamor, dijo su ansia inmensa por plegaria y grito: ¡Agar desde el vasto yermo abrasador! Y para abrevarse largo, largo, largo, Cristo dio a tu cuerpo silencio y letargo, y lo apegó a su ancho caño saciador... El que en maldecir tu duda se apure, que puesta la mano sobre el pecho jure: -"Mi fe no conoce zozobra, Señor". III Y ahora que su planta no quiebra la grama de nuestros senderos, y en el caminar notamos que falta, tremolante llama, su forma, pintando de luz el solar, cuantos la quisimos abajo, apeguemos la boca a la tierra, y a su corazón, vaso de cenizas dulces, musitemos esta formidable interrogación: ¿Hay arriba tanta leche azul de lunas, tanta luz gloriosa de blondos estíos, tanta insigne y honda virtud de ablución que limpien, que laven, que albeen las brunas manos que sangraron con garfios y en ríos ¡oh, Muerta! la carne de tu corazón? Leñador Quedó sobre las hierbas el leñador cansado, dormido en el aroma del pino de su hachazo. Tienen sus pies majadas las hierbas que pisaron. Le canta el dorso de oro y le sueñan las manos. Veo su umbral de piedra, su mujer y su campo. Las cosas de su amor caminan su costado; las otras que no tuvo le hacen como más casto, y el soñoliento duerme sin nombre, como un árbol. El mediodía punza lo mismo que venablo. Con una rama fresca la cara le repaso. Se viene de él a mí su día como un canto y mi día le doy como pino cortado. Regresando, a la noche, por lo ciego del llano, oigo gritar mujeres al hombre retardado; y cae a mis espaldas y tengo en cuatro dardos nombre del que guardé con mi sangre y mi hálito. Los sonetos de la muerte 1°. Del nicho helado... Del nicho helado en que los hombres te pusieron, te bajaré a la tierra humilde y soleada. Que he de dormirme en ella los hombres no supieron, y que hemos de soñar sobre la misma almohada. Te acostaré en la tierra soleada con una dulcedumbre de madre para el hijo dormido, y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna al recibir tu cuerpo de niño dolorido. Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas, y en la azulada y leve polvareda de luna, los despojos livianos irán quedando presos. Me alejaré cantando mis venganzas hermosas, ¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna bajará a disputarme tu puñado de huesos! 2°. Este largo cansancio... Este largo cansancio se hará mayor un día y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir arrastrando su masa por la rosada vía por donde van los hombres, contentos de vivir... Sentirás que a tu lado cavan briosamente, que otra dormida llega a la quieta ciudad. Esperaré que me hayan cubierto totalmente... ¡y después hablaremos por una eternidad! Sólo entonces sabrás el por qué, no madura para las hondas huesas tu carne todavía, tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir. Se hará luz en la zona de los sinos, oscura: sabrás que en nuestra alianza signo de astros había y, roto el pacto enorme, tenías que morir... 3°. Malas manos tomaron tu vida... Malas manos tomaron tu vida desde el día en que, a una señal de astros, dejara su plantel nevado de azucenas. En gozo florecía. Malas manos entraron trágicamente en él. Y yo dije al Señor: "Por las sendas mortales le llevan, ¡sombra amada que no saben guiar! ¡Arráncalo, Señor, a esas manos fatales o le hundes en el largo sueño que sabes dar! "¡No le puedo gritar, no le puedo seguir! Su barca empuja un negro viento de tempestad. Retórnalo a mis brazos o le siegas en flor". Se detuvo la barca rosa de su vivir... ¿Que no sé del amor, que no tuve piedad? ¡Tú, que vas a juzgarme, lo comprendes, Señor! País de la ausencia A Ribeiro Couto País de la ausencia extraño país, más ligero que ángel y seña sutil, color de alga muerta, color de neblí, con edad de siempre, sin edad feliz. No echa granada, no cría jazmín, y no tiene cielos ni mares de añil. Nombre suyo, nombre, nunca se lo oí, y en país sin nombre me voy a morir. Ni puente ni barca me trajo hasta aquí, no me lo contaron por isla o país. Yo no lo buscaba ni lo descubrí. Parece una fábula que yo me aprendí, sueño de tomar y de desasir. Y es mi patria donde vivir y morir. Me nació de cosas que no son país; de patrias y patrias que tuve y perdí; de las criaturas que yo vi morir; de lo que era mío y se fue de mí. Perdí cordilleras en donde dormí; perdí huertos de oro dulces de vivir; perdí yo las islas de caña y añil, y las sombras de ellos me las vi ceñir y juntas y amantes hacerse país. Guedejas de nieblas sin dorso y cerviz, alientos dormidos me los vi seguir, y en años errantes volverse país, y en país sin nombre me voy a morir. Riqueza Tengo la dicha fiel y la dicha perdida: la una como rosa, la otra como espina. De lo que me robaron no fui desposeída: tengo la dicha fiel y la dicha perdida, y estoy rica de púrpura y de melancolía. ¡Ay, qué amante es la rosa y qué amada la espina! Como el doble contorno de dos frutas mellizas, tengo la dicha fiel y la dicha perdida.... Todas íbamos a ser reinas... Todas íbamos a ser reinas, de cuatro reinos sobre el mar: Rosalía con Efigenia y Lucila con Soledad. En el valle de Elqui, ceñido de cien montañas o de más, que como ofrendas o tributos arden en rojo y azafrán. Lo decíamos embriagadas, y lo tuvimos por verdad, que seríamos todas reinas y llegaríamos al mar. Con las trenzas de los siete años, y batas claras de percal, persiguiendo tordos huidos en la sombra del higueral. De los cuatro reinos, decíamos, indudables como el Korán, que por grandes y por cabales alcanzarían hasta el mar. Cuatro esposos desposarían, por el tiempo de desposar, y eran reyes y cantadores como David, rey de Judá. Y de ser grandes nuestros reinos, ellos tendrían, sin faltar, mares verdes, mares de algas y el ave loca del faisán. Y de tener todos los frutos, árbol de leche, árbol del pan, el guayacán no cortaríamos ni morderíamos metal. Todas íbamos a ser reinas, y de verídico reinar; pero ninguna ha sido reina ni en Arauco ni en Copán... Rosalía besó marino ya desposado con el mar, y al besador, en las Guaitecas, se lo comió la tempestad. Soledad crió siete hermanos y su sangre dejó en su pan, y sus ojos quedaron negros de no haber visto nunca el mar. En las viñas de Montegrande, con su puro seno candeal, mece los hijos de otras reinas y los suyos nunca-jamás. Efigenia cruzó extranjero en las rutas, y sin hablar, le siguió, sin saberle nombre, porque el hombre parece el mar. Y Lucila, que hablaba a río, a montaña y cañaveral, en las lunas de la locura recibió reino de verdad. En las nubes contó diez hijos y en los salares su reinar, en los ríos ha visto esposos y su manto en la tempestad. Pero en el valle de Elqui, donde son cien montañas o son más, cantan las otras que vinieron y las que vienen cantarán: «En la tierra seremos reinas, y de verídico reinar, y siendo grandes nuestros reinos, llegaremos todas al mar». Vergüenza Si tú me miras, yo me vuelvo hermosa como la hierba a que bajó el rocío, y desconocerán mi faz gloriosa las altas cañas cuando baje el río. Tengo vergüenza de mi boca triste, de mi voz rota y mis rodillas rudas. Ahora que me miraste y que viniste, me encontré pobre y me palpé desnuda. Ninguna piedra en el camino hallaste más desnuda de luz en la alborada que esta mujer a la que levantaste, porque oíste su canto, la mirada. Yo callaré para que no conozcan, mi dicha los que pasan por el llano, en el fulgor que da a mí frente tosca y en la tremolación que hay en mi mano... Es noche y baja a la hierba el rocío; mírame largo y habla con ternura, ¡que mañana al descender al río la que besaste llevará hermosura! Volverlo a ver ¿Y nunca, nunca más, ni en noches llenas de temblor de astros, ni en las alboradas vírgenes, ni en las tardes inmoladas? ¿Al margen de ningún sendero pálido, que ciñe el campo, al margen de ninguna fontana trémula, blanca de luna? ¿Bajo las trenzaduras de la selva, donde llamándolo me ha anochecido, ni en la gruta que vuelve mi alarido? ¡Oh, no! ¡Volverlo a ver, no importa dónde, en remansos de cielo o en vórtice hervidor, bajo unas lunas plácidas o en un cárdeno horror! ¡Y ser con él todas las primaveras y los inviernos, en un angustiado nudo, en torno a su cuello ensangrentado! Yo canto lo que tú amabas, vida mía... Yo canto lo que tú amabas, vida mía, por si te acercas y escuchas, vida mía, por si te acuerdas del mundo que viviste, al atardecer yo canto, sombra mía. Yo no quiero enmudecer, vida mía. ¿Cómo sin mi grito fiel me hallarías? ¿Cuál señal, cuál me declara, vida mía? Soy la misma que fue tuya, vida mía. Ni lenta ni trascordada ni perdida. Acude al anochecer, vida mía; ven recordando un canto, vida mía, si la canción reconoces de aprendida y si mi nombre recuerdas todavía. Te espero sin plazo ni tiempo. No temas noche, neblina ni aguacero. Acude con sendero o sin sendero. Llámame a donde tú eres, alma mía, y marcha recto hacia mí, compañero.

 

 

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