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Baudelaire:
Las flores del mal: De Spleen e Ideal: 2. El albatros Por distraerse, a veces, suelen los marineros Dar caza a los albatros, grandes aves del mar, Que siguen, indolentes compañeros de viaje, Al navío surcando los amargos abismos. Apenas los arrojan sobre las tablas húmedas, Estos reyes celestes, torpes y avergonzados, Dejan penosamente arrastrando las alas, Sus grandes alas blancas semejantes a remos. Este alado viajero, ¡qué inútil y qué débil! Él, otrora tan bello, ¡qué feo y qué grotesco! ¡Éste quema su pico, sádico, con la pipa, Aquél, mima cojeando al planeador inválido! El Poeta es igual a este señor del nublo, Que habita la tormenta y ríe del ballestero. Exiliado en la tierra, sufriendo el griterío, Sus alas de gigante le impiden caminar. * * * * * 3. Elevación Por encima de estanques, por encima de valles, De montañas y bosques, de mares y de nubes, Más allá de los soles, más allá de los éteres, Más allá del confín de estrelladas esferas, Te desplazas, mi espíritu, con toda agilidad Y como un nadador que se extasía en las olas, Alegremente surcas la inmensidad profunda Con voluptuosidad indecible y viril. Escápate muy lejos de estos mórbidos miasmas, Sube a purificarte al aire superior Y apura, como un noble y divino licor, La luz clara que inunda los límpidos espacios. Detrás de los hastíos y los hondos pesares Que abruman con su peso la neblinosa vida, ¡Feliz aquel que puede con brioso aleteo Lanzarse hacia los campos luminosos y calmos! Aquel cuyas ideas, cual si fueran alondras, Levantan hacia el cielo matutino su vuelo -¡Que planea sobre todo, y sabe sin esfuerzo, La lengua de las flores y de las cosas mudas! * * * * * 5. La voz Se encontraba mi cuna junto a la biblioteca, Babel sombría, donde novela, ciencia, fábula, Todo, ya polvo griego, ya ceniza latina Se confundía. Yo era alto como un infolio. Y dos voces me hablaban. Una, insidiosa y firme: «La Tierra es un pastel colmado de dulzura; Yo puedo (¡y tu placer jamás tendrá ya término!) Forjarte un apetito de una grandeza igual.» Y la otra: «¡Ven! ¡Oh ven! a viajar por los sueños, lejos de lo posible y de lo conocido.» Y ésta cantaba como el viento en las arenas, Fantasma no se sabe de que parte surgido Que acaricia el oído a la vez que lo espanta. Yo te respondí: «¡Sí! ¡Dulce voz!» Desde entonces Data lo que se puede denominar mi llaga Y mi fatalidad. Detrás de los paneles De la existencia inmensa, en el más negro abismo, Veo, distintamente, los más extraños mundos Y, víctima extasiada de mi clarividencia, Arrastro en pos serpientes que mis talones muerden. Y tras ese momento, igual que los profetas, Con inmensa ternura amo el mar y el desierto; Y sonrío en los duelos y en las fiestas sollozo Y encuentro un gusto grato al más ácido vino; Y los hechos, a veces, se me antojan patrañas Y por mirar al cielo caigo en pozos profundos. Más la voz me consuela, diciendo: «Son más bellos los sueños de los locos que los del hombre sabio». * * * * * 6. Me gusta recordar esas desnudas épocas... Me gusta recordar esas desnudas épocas En que placía a Febo las estatuas dorar , En tanto hombre y mujer, en su esplendor más alto, Sin angustia gozaban y sin mentira alguna, Y, el amoroso cielo envolviendo sus cuerpos, La salud de su noble máquina ejercitaban. Mostrábase Cibeles fértil y generosa, No hallando que sus hijos fuesen gravosa carga; Antes bien, loba henchida de ternezas comunes, Nutría al universo con sus oscuras ubres. Elegante y robusto, el hombre se preciaba Entre bellezas múltiples que por rey le acataban. Frutos aún no ultrajados y carentes de grietas, ¡Cuya bruñida pulpa incitaba al mordisco! Hoy el Poeta, cuando pretende imaginar Tal nativa grandeza y acude a los lugares En que hombres y mujeres sin velos aparecen, Siente envuelto su espíritu en tenebroso frío, Ante ese negro cuadro que rebosa de espanto. ¡Oh monstruosidades llorando sus vestidos! ¡Oh ridículos torsos que son propios de máscaras! Pobres cuerpos torcidos, fláccidos o ventrudos, Que el Señor de lo útil, sereno e implacable, Envolvió desde niños en pañales de bronce. Y vosotras, mujeres, pálidas como cirios, En quienes la lujuria se ceba, y esas vírgenes Arrastrando la herencia de los maternos vicios ¡Y todos los horrores de la fecundidad! Tenemos, ello es cierto, naciones corrompidas, A los antiguos pueblos de ignorado esplendor: Los rostros devorados por las llagas cordiales Y algo que llamaríamos desmayadas bellezas; Más esas invenciones de las musas tardías, Jamás impedirán a las razas decrépitas Rendir a las más jóvenes un profundo homenaje, -A la juventud santa de simple y dulce frente, De mirar claro y limpio como agua saltarina, Y que marcha, inconsciente, por doquier esparciendo, como el azul del cielo, las flores y los pájaros, Sus perfumes, sus cánticos y sus suaves calores. * * * * * 8. La musa enferma Mi Pobre musa, !ay! ¿qué tienes este día? Pueblan tus vacuos ojos las visiones nocturnas Y alternándose veo reflejarse en tu tez La locura y el pánico, fríos y taciturnos. ¿El súcubo verdoso y el rosado diablillo El miedo te han vertido, y el amor, de sus urnas? ¿Con su puño te hundieron las foscas pesadillas En el fondo de algún fabuloso Minturno?? Quisiera que, exhalando un saludable olor, Tu seno de ideas fuertes se viese frecuentado Y tu cristiana sangre fluyese en olas rítmicas, Como los sones múltiples de las sílabas viejas Donde, reinan Por turno Febo, padre del canto, Y el gran Pan, cuyo imperio se extiende por las mieses. * * * * * 9. La musa venal Tú que amas los palacios, oh musa de mi vida, ¿Tendrás, cuando el Bóreas², sea el dueño de Enero, Mientras cae la nieve en tediosas veladas, Para caldear tus pies violáceos, un tizón? ¿Reanimarás acaso tus espaldas marmóreas En los nocturnos rayos que filtran los postigos? ¿Socorrerás tu bolsa y tu garganta exangües Con el oro que esplende en la bóveda azul? Debes, para ganar tu pan de cada noche, Agitar como niño de coro el incensario Y salmodiar Te Deums en los que apenas crees, Reiterando tus gracias, como hambriento payaso Y tu risa velada por lágrimas secretas, Para ver cómo estalla la vulgar carcajada. ²dios que personificaba el viento del Norte en la mitología griega. * * * * * 11. El enemigo Mi juventud no fue sino un gran temporal Atravesado, a rachas, por soles cegadores; Hicieron tal destrozo los vientos y aguaceros Que apenas, en mi huerto, queda un fruto en sazón. He alcanzado el otoño total del pensamiento, y es necesario ahora usar pala y rastrillo Para poner a flote las anegadas tierras Donde se abrieron huecos, inmensos como tumbas. ¿Quién sabe si los nuevos brotes en los que sueño, Hallarán en mi suelo, yermo como una playa, El místico alimento que les daría vigor? -¡Oh dolor! ¡Oh dolor! Devora vida el Tiempo, Y el oscuro enemigo que nos roe el corazón, Crece y se fortifica con nuestra propia sangre. * * * * * 12. La mala suerte Para alzar un peso tan grande ¡Tu coraje haría falta, Sísifo! Aun empeñándose en la obra El Arte es largo y breve el Tiempo. Lejos de célebres túmulos En un camposanto aislado Mi corazón, tambor velado, Va redoblando marchas fúnebres. -Mucha gema duerme oculta En las tinieblas y el olvido, Ajena a picos ya sondas. -Mucha flor con pesar exhala Como un secreto su grato aroma En las profundas soledades. * * * * * 21. La máscara Estatua alegórica a la manera del renacimiento a Ernest Christophe, escultor Contempla ese tesoro de gracias florentinas; En la forma ondulante del musculoso cuerpo, Son hermanas divinas la Elegancia y la Fuerza. Esta mujer, fragmento en verdad milagroso, Noblemente robusta, divinamente esbelta, Nació para reinar en lechos suntuosos Y entretener los ocios de un príncipe o de un papa. -Observa esa sonrisa voluptuosa y fina Donde la Fatuidad sus éxtasis pasea, Esos taimados ojos lánguidos y burlones, El velo que realza esa faz delicada Cuyos rasgos nos dicen con aire triunfador: «¡El Deleite me nombra y el Amor me corona!» A un ser que está dotado de tanta majestad, ¡Qué encanto estimulante le da la gentileza! Acerquémonos trémulos de su belleza en torno. ¡Oh blasfemia del arte! ¡Oh sorpresa brutal! La divina mujer, que prometía la dicha ¡Concluye en las alturas en un monstruo bicéfalo ¡Mas no! Máscara es sólo, mentido decorado, Ese rostro que luce un mohín exquisito, Y, contémplalo cerca: atrozmente crispados, La auténtica cabeza, el rostro más real, Se ocultan al amparo de la cara que miente. ¡Oh mi pobre belleza! El río esplendoroso De tu llanto se abisma en mi hondo corazón. Me embriaga tu mentira y se abreva mi alma En la ola que en tus ojos el Dolor precipita. -Mas, ¿por qué llora? En esa belleza inigualable Que tendría a sus pies todo el género humano, ¿Qué misterioso mal roe su flanco de atleta? -¡Insensata, solloza sólo porque ha vivido! ¡Y porque vive! Pero lo que lamenta más, Lo que hasta las rodillas la hace estremecer Es que mañana, ¡ay!, continuará viviendo, ¡Mañana, al otro día, siempre! ¡Igual que nosotros! * * * * * 23. Las joyas Ella estaba desnuda, y, sabiendo mis gustos, Sólo había conservado las sonoras alhajas Cuyas preseas le otorgan el aire vencedor Que las esclavas moras tienen en días fastos. Cuando en el aire lanza su sonido burlón Ese mundo radiante de pedrería y metal Me sumerge en el éxtasis; yo amo con frenesí Las Cosas en que se une el sonido a la luz. Ella estaba tendida y se dejaba amar, Sonriendo de dicha desde el alto diván A mi pasión profunda y lenta como el mar Que ascendía hasta ella como hacia su cantil. Fijos en mí sus ojos, como en tigre amansado, Con aire soñador ensayaba posturas Y el candor añadido a la lubricidad Nueva gracia agregaba a sus metamorfosis; Y sus brazos y piernas, sus muslos y sus flancos Pulidos como el óleo, como el cisne ondulantes, Pasaban por mis ojos lúcidos y serenos; Y su vientre y sus senos, racimos de mi viña, Avanzaban tan cálidos como Ángeles del mal Para turbar la paz en que mi alma estaba Y para separarla del peñón de cristal Donde se había instalado solitaria y tranquila. Y creí ver unidos en un nuevo diseño -Tanto hacía su talle resaltar a la pelvis- Las caderas de Antíope al busto de un efebo, ¡Soberbio era el afeite sobre su oscura tez! -Y habiéndose la lámpara resignado a morir Como tan sólo el fuego iluminaba el cuarto, Cada vez que exhalaba un destello flamígero Inundaba de sangre su piel color del ámbar. * * * * * 24. Perfume exótico Cuando entorno los ojos bajo el sol otoñal Y respiro el aroma de tu cálido seno, Ante mí se perfilan felices litorales Que deslumbran los fuegos de un implacable sol. Una isla perezosa donde Naturaleza Produce árboles únicos y frutos sabrosísimos, Hombres que ostentan cuerpos ágiles y delgados Y mujeres con ojos donde pinta el asombro. Guiado por tu aroma hacia mágicos climas Veo un puerto colmado de velas y de mástiles Todavía fatigados del oleaje marino, Mientras del tamarindo el ligero perfume, Que circula en el aire y mi nariz dilata, En mi alma se mezcla al canto marinero. * * * * * 25. La cabellera ¡Oh vellón, que rizándose baja hasta la cintura! ¡Oh bucles! ¡Oh perfume cargado de indolencia! ¡Éxtasis! Porque broten en esta oscura alcoba Los recuerdos dormidos en esa cabellera, La quiero hoy agitar, cual si un pañuelo fuese. Languidecientes asias y áfricas abrasadas, Todo un mundo lejano, ausente, casi muerto, Habita tus abismos, ¡arboleda aromática! Tal como otros espíritus se pierden en la música, El mío, ¡oh mi querida!, navega en tu perfume. Lejos iré, donde árbol y hombre, un día fuertes Fatalmente se agostan bajo climas atroces; Firmes trenzas, sed olas que me arranquen al fin. Tu albergas, mar de ébano, un deslumbrante sueño De velas, de remeros, de navíos, de llamas: Un rumoroso puerto donde mi alma bebiera A torrentes el ruido, el perfume, el color; Donde naos surcando el oro y el moaré, Abren inmensos brazos para estrechar la gloria De un puro cielo, donde vibre eterno calor. Y hundiré mi cabeza sedienta de embriaguez En ese negro océano, donde se encierra el otro, Y mi sutil espíritu que el vaivén acaricia Os hallará otra vez, ¡oh pereza fecunda! ¡Infinitos arrullos del ocio embalsamado! Oh cabellos azules, oscuros pabellones Que me entregáis, inmensa, la bóveda celeste; En las últimas hebras de esas crenchas rizadas, Confundidos, me embargan los ardientes olores Del aceite de coco, del almizcle y la brea. Durante edades, siempre, en tu densa melena Mi mano sembrará perlas, rubíes, zafiros, Para que el deseo mío no puedas rechazar. ¿No eres, acaso, oasis donde mi sueño abreva A sorbos infinitos el vino del recuerdo? 26. Te adoro como adoro la bóveda nocturna ¿Oh vaso de tristeza! ¡Oh mi gran taciturna! Y tanto más te adoro cuanto te escapas más, Y cuando me parece, ¡oh lujo de mis noches! Que con más ironía amontonas las leguas Que separan mis brazos de la inmensidad azul. Me dispongo al ataque y acometo el asalto Como tras un cadáver un coro de gusanos Y me enloquece, ¡oh fiera implacable y cruel! Hasta esa frialdad que te vuelve aún más bella. 27. En tu calleja harías entrar, mujer impura, Al universo entero. El hastío te hace cruel. Para entrenar tus dientes en juego tan insólito, Cada día necesitas morder un corazón. Tus encendidos ojos igual que escaparates O brillantes bengalas en bulliciosas fiestas, Usan con arrogancia de un prestado poder Sin conocer jamás la ley de su belleza. ¡Máquina ciega y sorda, fecunda en crueldades, Saludable instrumento, bebedora de sangre! ¿Cómo no te avergüenzas? ¿Todavía no viste En todos los espejos decrecer tus encantos? La enormidad del mal, en que te crees tan sabia, ¿No te hizo jamás retroceder de espanto Cuando Naturaleza, con ocultos designios, De ti puede servirse, ¡oh reina del pecado! -De ti, vil animal- para engendrar un genio? ¡Oh fangosa grandeza! ¡Oh sublime ignominia! * * * * * 34. El leteo ? Ven a mi pecho, alma sorda y cruel, Tigre adorado, monstruo de aire indolente; Quiero enterrar mis temblorosos dedos En la espesura de tu abundosa crin; Sepultar mi cabeza dolorida En tu falda colmada de perfume Y respirar, como una ajada flor, El relente de mi amor extinguido. ¡Quiero dormir! ¡Dormir más que vivir! En un sueño, como la muerte, dulce, Estamparé mis besos sin descanso Por tu cuerpo pulido como el cobre. Para ahogar mis sollozos apagados, Sólo preciso tu profundo lecho; El poderoso olvido habita entre tus labios Y fluye de tus besos el Leteo. Mi destino, desde ahora mi delicia, Como un predestinado seguiré; Condenado inocente, mártir dócil Cuyo fervor se acrece en el suplicio. Para ahogar mi rencor, apuraré El nepentes³ y la cicuta amada, del pezón delicioso que corona este seno el cual nunca contuvo un corazón. ³nepentes: pócima mágica que los antiguos ingerían para suprimir la tristeza y el dolor y que, posiblemente, contenía algún estupefaciente. ?Leteo: uno de los ríos del infierno, cuyas quietas aguas permitían a los muertos el olvido de sus afanes terrestres. * * * * * 37. El gato Ven, bello gato, a mi amoroso pecho; Retén las uñas de tu pata, Y deja que me hunda en tus ojos hermosos Mezcla de ágata y metal. Mientras mis dedos peinan suavemente Tu cabeza y tu lomo elástico, Mientras mi mano de placer se embriaga Al palpar tu cuerpo eléctrico, A mi señora creo ver. Su mirada Como la tuya, amable bestia, Profunda y fría, hiere cual dardo, Y, de los pies a la cabeza, Un sutil aire, un peligroso aroma, Bogan en torno a su tostado cuerpo. * * * * * 45. ¿Qué dirás esta noche, pobre alma solitaria... ¿Qué dirás esta noche pobre alma solitaria, Qué dirás, corazón, marchito hace tan poco, A la muy bella, a la muy buena, a la amadísima, Bajo cuya mirada floreciste de nuevo? -El orgullo emplearemos en cantar sus loores; Nada iguala al encanto que hay en su autoridad; Su carne espiritual tiene un perfume angélico, Y nos visten con ropas purísimas sus ojos. En medio de la noche y de la soledad, O a través de las calles, del gentío rodeado, Danza como una antorcha su fantasma en el aire. A veces habla y dice: «Yo soy bella y ordeno Que por amor a mí no améis sino lo Bello; Soy el Ángel guardián, la Musa y la Madona». * * * * * 47. A la que es demasiado alegre Tu cabeza, tu gesto, tu aire Como un bello paisaje, son bellos; Juguetea en tu cara la risa Cual fresco viento en claro cielo. El triste paseante al que rozas Se deslumbra por la lozanía Que brota como un resplandor De tus espaldas y tus brazos. El restallante colorido De que salpicas tus tocados Hace pensar a los poetas En un vivo ballet de flores. Tus locos trajes son emblema De tu espíritu abigarrado; Loca que me has enloquecido, Tanto como te odio te amo. Frecuentemente en el jardín Por donde arrastro mi atonía, Como una ironía he sentido Que el sol desgarraba mi pecho; Y el verdor y la primavera Tanto hirieron mi corazón, Que castigué sobre una flor La osadía de la Naturaleza. Así, yo quisiera una noche, Cuando la hora del placer llega, Trepar sin ruido, como un cobarde, A los tesoros que te adornan, A fin de castigar tu carne, De magullar tu seno absuelto Y abrir a tu atónito flanco Una larga y profunda herida. Y, ¡vertiginosa dulzura! A través de esos nuevos labios, Más deslumbrantes y más bellos, Mi veneno inocularte, hermana. * * * * * 48. Reversibilidad Ángel lleno de gozo, ¿sabes lo que es la angustia, La culpa, la vergüenza, el hastío, los sollozos Y los vagos terrores de esas horribles noches Que al corazón oprimen cual papel aplastado? Ángel lleno de gozo, ¿sabes lo que es la angustia? Ángel de bondad lleno, ¿sabes lo que es el odio, Las lágrimas de hiel y los puños crispados, Cuando su infernal voz levanta la venganza Y en capitán se erige de nuestras facultades? Ángel de bondad lleno: ¿sabes lo que es el odio? Ángel de salud lleno, ¿sabes lo que es la Fiebre, Que a lo largo del muro del lechoso hospital, Como los exiliados, marcha con pie cansino, En pos del sol escaso y moviendo los labios? Ángel de salud lleno, ¿sabes lo que es la Fiebre? Ángel de beldad lleno, ¿sabes de las arrugas? ¿Y el miedo a envejecer, y ese odioso tormento De leer el secreto horror del sacrificio En ojos donde un día los nuestros abrevaron? Ángel de beldad lleno, ¿sabes de las arrugas? ¡Ángel lleno de dicha, de luz y de alegría! David? agonizante curación pediría A las emanaciones de tu cuerpo hechicero; Pero de ti no imploro, ángel, sino plegarias, ¡Ángel lleno de dicha, de luz y de alegría! ?David: alusión a la leyenda, según la cual, el rey David, debilitado por la edad, trató de recobrar sus fuerzas mediante el contacto con cuerpos jóvenes. * * * * * 49. Confesión Una vez, una sola, mujer dulce y amable, En mi brazo el vuestro pulido Se apoyó ( sobre del denso fondo de mi alma Ese recuerdo no ha palidecido); Era tarde; al igual que una medalla nueva, La Luna llena apareció, Y la solemnidad nocturna, como un río, Sobre París dormido se extendía. Los gatos, por debajo de las puertas de coches, Deslizábanse furtivos El oído al acecho o, como sombras caras, Nos seguían despacio. Y de súbito, en medio de aquella intimidad, Abierta en la luz pálida, De Vos, rico y sonoro instrumento en que vibra La más luminosa alegría, De vos, clara y alegre igual que una fanfarria En la mañana chispeante, Una quejosa nota, una insólita nota Vacilante se escapó, Como un niño sombrío, horrible y enfermizo Que a su familia avergonzara, Y al que durante años, para ocultarlo al mundo, En una cueva habría encerrado. Vuestra discorde nota, ¡mi pobre ángel! cantaba: «Que aquí abajo nada es firme, Y que siempre, aunque mucho se disfrace, El egoísmo humano se traiciona; Que es un oficio duro el de mujer hermosa Y que es más bien tarea banal, De la loca y helada bailarina fijada En maquinal sonrisa; Que fiar en corazones es algo bien estúpido; Que es todo trampa, belleza y amor, Y al final el Olvido los arroja a un cesto ¡Y los torna a la Eternidad!» Esa luna encantada evoqué con frecuencia, Ese silencio y esa languidez, Y aquella confidencia penosa, susurrada Del corazón en el confesionario. * * * * * 55. Cielo neblinoso Se diría cubierta de vapor tu mirada; Tu mirar misterioso (¿es azul, gris o verde?) Alternativamente tierno, cruel, soñador, Refleja la indolencia y palidez del cielo. Recuerdas los días blancos, y tibios y velados, Que a las cautivas almas hacen fundirse en lágrimas, Cuando, presa de un mal confuso que los tensa, Los excitados nervios se burlan del dormido. A veces te asemejas a esos bellos paisajes Que iluminan los soles de estaciones brumosas... ¡Y cómo resplandeces, oh mojado paisaje Que atraviesan los rayos entre un cendal de niebla! ¡Oh mujer peligrosa, oh seductores climas! ¿Acabaré adorando vuestras nieves y escarchas, Y, al cabo, arrancaré del implacable invierno Placeres más agudos que el hielo y que la espada? * * * * * 57. El bello navío Yo te quiero contar, ¡oh lánguida hechicera! Los distintos encantos que ornan tu juventud; Trazar deseo tu belleza Donde, a la par, se alían infancia y madurez. Cuando pasas, barriendo el aire con tu falda Semejas a un bajel que enfila la bocana Y anda balanceándose, desplegadas las velas, Siguiendo un ritmo dulce y perezoso y lento. Sobre tu esbelto cuello y tus anchas espaldas Se pavonea con gracia tu altanera cabeza; Con aire plácido y triunfal Continúas tu camino, majestuosa niña. Yo te quiero contar, ¡oh lánguida hechicera! Los distintos encantos que ornan tu juventud; Trazar deseo tu belleza Donde, a la par, se alían infancia y madurez. Tu seno que se comba, oprimiendo el moaré, Tu seno triunfante es un pulido armario Cuyas dos jambas claras y arqueadas Se parecen a escudos que aferrasen la luz. ¡Provocantes defensas con dos rosadas puntas! Mueble dulce en secretos, lleno de cosas ricas: Vinos, perfumes, néctares, Que harían delirar mentes y corazones. Cuando pasas, barriendo el aire con tu falda, Semejas a un bajel que enfila la bocana Y anda balanceándose, desplegadas las velas, Siguiendo un ritmo dulce y perezoso y lento. Tus piernas escultóricas, bajo airosos volantes, Provocan y exasperan las fiebres más oscuras, Cual dos brujas batiendo En profunda vasija el más siniestro tósigo. Tus brazos que anhelaran los hércules precoces, Son los más firmes émulos de las boas deslizantes, Pensados para asir Como para tatuar en tu pecho a tu amante. Sobre tu esbelto cuello y tus anchas espaldas, Se pavonea con gracia tu cabeza altanera; Con aire plácido y triunfal Continúas tu camino, majestuosa niña. * * * * * 71. Mœsta et errabunda ¿No huye el corazón, Ágata, muchas veces de ti, Lejos del negro océano de la ciudad inmunda, Hacia otra donde estalla, súbito, el esplendor, Azul, profundo, claro cual la virginidad? ¿No huye el corazón, Ágata, muchas veces de ti? ¡El mar, el vasto mar, nuestras tareas consuela! ¿Qué demonio ha dotado al mar, ronco cantor, Al que el potente órgano de los vientos secunda, De esa función sublime de arrullar nuestros sueños? ¡El mar, el vasto mar nuestras tareas consuela! ¡Ráptame tú, fragata! ¡Arrástrame, vagón! ¡Lejos! ¡Aquí las lágrimas se han convertido en fango! -¿No es cierto que, a menudo, el corazón de Ágata Dice: Lejos de crímenes, de dolores y culpas, ¡Ráptame tú, fragata! ¡Arrástrame vagón!? ¡Qué lejos te hallas ya, paraíso aromático, Donde, bajo los cielos, todo es amor y risas, Donde lo que se ama digno es de ser amado, Donde en puro deleite se ahoga el corazón! ¡Qué lejos te hallas ya, paraíso aromático! Pero ese paraíso de amores juveniles, Las carreras, los cantos, los besos y las flores, Los violines sonando detrás de las colinas, Con los jarros de vino, de noche, en la espesura, -Pero ese paraíso de amores juveniles, Paraíso inocente de furtivos placeres, ¿Está más lejos ya que la India y la China? ¿Lo podremos llamar con gritos lastimeros Y todavía animarlo con argentina voz, Al puro paraíso de furtivos placeres? * * * * * 74. El surtidor Se cansaron tus ojos, ¡pobre amante! Que se queden cerrados largo rato, En esa postura indolente En que el placer te sorprendió. El murmullo del surtidor, Que día y noche permanece, Prolonga dulcemente el éxtasis En que el amor me sumiera. El amplio chorro En flores mil, Donde Febea ¹ Colores muestra, Cae como lluvia De lentas lágrimas. Así tu alma, incendiada Por la cruda luz del goce, Se lanza atrevida y rápida Rumbo a cielos encantados. Moribunda, se transforma En una triste ola lánguida Que, por invisible rampa, Se abisma en mi corazón El amplio chorro En flores mil, Donde Febea Colores muestra, Cae como lluvia De lentas lágrimas. ¡Oh embellecida por la noche, Resulta dulce, sobre el seno, Escuchar el gemido eterno Que en el estanque solloza! Agua, sonora, luna, noche, Estremecidos árboles en torno, Vuestra pura melancolía Es el espejo de mi amor. El amplio chorro En flores mil, Donde Febea Colores muestra, Cae como lluvia De lentas lágrimas. ¹Febea: una de las advocaciones por las que se conocía a Diana, diosa lunar. * * * * * 75. Tristezas de la luna Esta noche la luna sueña con más pereza, Cual si fuera una bella hundida entre cojines Que acaricia con mano discreta y ligerísima, Antes de adormecerse, el contorno del seno. Sobre el dorso de seda de deslizantes nubes, Moribunda, se entrega a prolongados éxtasis, Y pasea su mirada sobre visiones blancas, Que ascienden al azul igual que floraciones. Cuando sobre este globo, con languidez ociosa, Ella deja rodar una furtiva lágrima, Un piadoso poeta, enemigo del sueño, De su mano en el hueco, coge la fría gota como un fragmento de ópalo de irisados reflejos. Y la guarda en su pecho, lejos del sol voraz. * * * * * 84. La campana hendida En las noches de invierno es amargo y es dulce Escuchar, junto al fuego que palpita y humea, Como se alzan muy lentos los recuerdos lejanos Al son de carillones que suenan en la bruma. ¡Feliz campana aquella de enérgica garganta Que, pese a su vejez, conservada y alerta, Con fidelidad lanza su grito religioso Como un viejo soldado que vigila en su tienda! Pero mi alma está hendida, y, cuando en sus hastíos, Quiere poblar de cantos la frialdad nocturna, Con frecuencia sucede que su cansada voz Semeja al estertor de un herido olvidado Junto a un lago de sangre, bajo un montón de muertos, Que expira, sin moverse, entre esfuerzos inmensos. De "Cuadros Parisienses": 103. Paisaje Deseo, para escribir castamente mis églogas, Dormir cerca del cielo, cual suelen los astrólogos, Y escuchar entre sueños, vecino a las campanas, Sus cánticos solemnes que propalan los vientos. El mentón en las manos, tranquilo en mi buhardilla, Observaré el taller que parlotea y canta; Las chimeneas, las torres, esos urbanos mástiles, Y los cielos que invitan a soñar con lo eterno. Es dulce ver surgir a través de las brumas La estrella en el azul, la luz en la ventana, Alzarse al firmamento los ríos del carbón Y derramar la luna sus desvaído hechizo. Veré las primaveras, los estíos, los otoños, Y al llegar el invierno de monótonas nieves, Cerraré a cal y canto postigos y mamparas, Para alzar en la noche mis feéricos palacios. Y entonces soñaré con zarcos horizontes, Jardines, surtidores quejándose en el mármol, Con besos y con pájaros que cantan noche y día, Lo que el Idilio alberga de puro y de infantil. El Motín, golpeando sin éxito en los vidrios, No hará que del pupitre se levante mi frente, Pues estaré gozando la voluptuosidad, De que la Primavera a mi capricho irrumpa, De hacer que se alce un sol en mi pecho, y crear Una atmósfera tierna de mis ideas quemantes. * * * * * 104. El sol Por la vieja barriada, donde, de las casuchas Las persianas ocultan las lujurias secretas Cuando el astro cruel furiosamente hiere La ciudad y los campos, los techos y sembrados, Quisiera ejercitarme en mi esgrima fantástica Husmeando en los rincones azares de la rima, Tropezando en las sílabas, como en el empedrado, Acaso hallando versos que hace tiempo soñé. Ese padre nutricio, que huye de las clorosis, En los campos despierta los versos y las rosas; Logra que se evaporen hacia el éter las penas Saturando de miel cerebros y colmenas. Es el quien borra años al que lleva muletas Y le torna festivo como las bellas mozas, Y a las mieses ordena madurar y crecer En la inmortal entraña que desea florecer. Cuando, como un poeta, desciende a las ciudades, Ennoblece la suerte de las cosas mas viles, Y penetra cual rey, sin séquito ni pompa, Tanto en las casas regias como en los hospitales. * * * * * 110. Recogimiento Sé sabia, Pena mía, y permanece en calma. Reclamabas la Noche; ya desciende, hela aquí: Envuelve a la ciudad una atmósfera oscura A unos la paz trayendo y a los más la zozobra. Mientras que la gran masa de los viles mortales, Del Placer bajo el látigo, ese verdugo impávido, Cosecha sinsabores en la fiesta servil, Ofréceme tu mano, Pena mía, ven aquí Lejos de ellos. Mira balancearse los años transcurridos Con vestidos ridículos, sobre las balaustradas Del cielo; la nostalgia burlona ya emerge de las aguas; Descansa bajo un arco el moribundo sol Y, tal enorme sudario rezagado, hacia Oriente, Oye, querida, oye cómo avanza la Noche. * * * * * 111. A una transeúnte La calle atronadora aullaba en torno mío. Alta, esbelta, enlutada, con un dolor de reina Una dama pasó, que con gesto fastuoso Recogía, oscilantes, las vueltas de sus velos, Agilísima y noble, con dos piernas marmóreas. De súbito bebí, con crispación de loco. Y en su mirada lívida, centro de mil tomados, El placer que aniquila, la miel paralizante. Un relámpago. Noche. Fugitiva belleza Cuya mirada me hizo, de un golpe, renacer. ¿Salvo en la eternidad, no he de verte jamás? ¡En todo caso lejos, ya tarde, tal vez nunca! Que no sé a dónde huiste, ni sospechas mi ruta, ¡Tú a quien hubiese amado. Oh tú, que lo supiste! * * * * * 117. El amor engañoso Cuando te veo cruzar, oh mi amada indolente, Paseando el hastío de tu mirar profundo, Suspendiendo tu paso tan armonioso y lento Mientras suena la música que se pierde en los techos. Cuando veo, al reverbero del gas que va tiñéndola, Tu frente aureolada de un mórbido atractivo Donde las luces últimas del sol traen a la aurora, Y, como los de un cuadro, tus fascinantes ojos, Me digo: ¡qué bella es! , ¡qué lozanía extraña! El taraceado recuerdo, pesada y regia torre, La corona, y su corazón, prensado como fruta, Y su cuerpo, están prestos para el más sabio amor. ¿Serás fruto que en otoño da sazonados sabores? ¿Vaso fúnebre que aguarda ser colmado por las lágrimas? ¿Perfume que hace soñar en perfumes lejanísimos, Almohadón acariciante o canastilla de flores? Sé que hay ojos arrasados por la cruel melancolía Que no guardan escondido ningún precioso secreto, Bellos estuches sin joyas, medallones sin reliquias Más vacíos y más lejanos, ¡oh cielos!, que esos dos tuyos. Pero ¿no basta que seas la más sutil apariencia, Alegrando al corazón que huye de la verdad? ¿Qué más da tontería en ti o qué más da indiferencia? Te saludo adorno o máscara. Sólo adoro tu belleza. * * * * * 118. Todavía no he olvidado... Todavía no he olvidado, cercana a la ciudad, Nuestra blanca mansión, pequeña más tranquila, La Pomona de estuco y la antigua Afrodita Velando su pudor tras una rala fronda, Y el sol, en el crepúsculo, destellante y soberbio Que, tras el vidrio donde se quebraban sus rayos, Parecía, gran pupila en el cielo curioso, Contemplar nuestras largas y solitarias cenas, Derramando sus bellos reflejos alongados En el estor de sarga y en el frugal mantel. * * * * * 119. A la buena sirvienta que un día os tuvo celosa... A la buena sirvienta que un día os tuvo celosa Y que su sueño duerme bajo la humilde hierba, Pese a todo, debiéramos llevarle algunas flores. Los muertos, pobres muertos, tienen grandes pesares Y cuando lanza Octubre su viento melancólico Que despoja a los árboles en torno de las tumbas, A los vivos, sin duda, encuentran bien ingratos Por dormir tibiamente bajo sus cobertores, Mientras que, devorados por negras pesadillas, Sin agradables charlas, sin compañía en el lecho, Esqueletos helados que trabajó el gusano, Ellos sufren las nieves goteantes del invierno, Y transcurrir el siglo, sin que amigos ni deudos, Reemplacen los jirones que penden de sus verjas. Cuando silba y crepita el leño, si una noche, Tranquila, en el sillón la viera reclinarse, Si en una noche azul y helada de Diciembre La encontrara encogida en un rincón del cuarto, Grave y recién llegada de su lecho perenne, Ciñendo al niño grande con maternal mirada, A aquella alma piadosa ¿qué le respondería Viendo caer las lágrimas de sus profundos párpados? * * * * * 121. Sueño parisiense a Constantin Guys I De aquel terrible paisaje Como nunca vio mortal, Esta mañana, aún la imagen Vaga y lejana perdura. ¡Lleno está el sueño de magia! Por un singular capricho Desterré de ese espectáculo Al barroco vegetal, Y, pintor fiel de mi sueño, En el cuadro saboreé La monotonía embriagante De agua, mármol y metal. Babel de arcos y escaleras, Era un palacio infinito lleno de fuentes y aljibes En oro bruñido o mate; Y rumorosas cascadas, Como cortinas de vidrio, Se suspendían destellantes Sobre murallas metálicas. No árboles, sino columnas, Ceñían estanques dormidos, Donde gigantescas náyades Como damas se miraban. Capas de agua se extendían, Por muelles rosas y verdes, Durante miles de leguas, Hacia el fin del universo; Había piedras inauditas Y olas mágicas; había Inmensos hielos absortos Por lo que ellos reflejaban. Taciturnos y distantes, Ganges en el firmamento, Arrojaban sus tesoros En diamantinos abismos. Arquitecto de mis magias Hacía, a mi voluntad, Bajo un enjoyado túnel Pasar un manso océano; Y hasta los negros colores Parecían claros y limpios; Fundía su gloria el líquido En el rayo cristalino. No había vestigio de astros, ¡Ni siquiera el sol poniente, Para alumbrar los prodigios Que con su fuego brillaban! Y sobre esas maravillas Planeaba (¡atroz novedad! Presente el ojo, no el oído) Un infinito silencio. II Al abrir mis ardientes ojos, Miré el horror de mi cuarto Y sentí, de nuevo en mi alma, De la inquietud el aguijón; El fúnebre son del péndulo, Me recordó el mediodía; Caía la oscuridad Sobre el embotado mundo. * * * * * 122. El crepúsculo matutino La diana resonaba en todos los cuarteles Y apagaba las lámparas el viento matutino. Era la hora en que enjambres de maléficos sueños Ahogan en sus almohadas a los adolescentes; Cuando tal palpitante y sangrienta pupila, La lámpara en el día traza una mancha roja Y el alma, bajo el peso del cuerpo adormilado, Imita los combates del día y de la lámpara. Como lloroso rostro que enjugase la brisa, Llena el aire un temblor de cosas fugacísimas Y se cansan los hombres de escribir y de amar. Empiezan a humear acá y allá las casas, Las hembras del placer, con el párpado lívido, Reposan boquiabiertas con derrengado sueño; Las pobres, arrastrando sus fríos y flacos senos, Soplan en los tizones y soplan en sus dedos. Es la hora en que, envueltas en la mugre y el frío, Las parturientas sienten aumentar sus dolores; Como un roto sollozo por la sangre que brota El canto de los gallos desgarra el aire oscuro; Baña los edificios un océano de niebla, y los agonizantes, dentro, en los hospitales, Lanzan su último aliento entre hipos desiguales. Los libertinos vuelven, rotos por su labor. La friolenta aurora en traje verde y rosa Avanzaba despacio sobre el Sena desierto Y el sombrío Paris, frotándose los ojos, Empuñaba sus útiles, viejo trabajador. De "El Vino": 123. El alma del vino Cantó una noche el alma del vino en las botellas: «¡Hombre, elevo hacia ti, caro desesperado, Desde mi vítrea cárcel y mis lacres bermejos, Un cántico fraterno y colmado de luz!» Sé cómo es necesario, en la ardiente colina, Penar y sudar bajo un sol abrasador, Para engendrar mi vida y para darme el alma; Mas no seré contigo ingrato o criminal. Disfruto de un placer inmenso cuando caigo En la boca del hombre al que agota el trabajo, y su cálido pecho es dulce sepultura Que me complace más que mis frescas bodegas. ¿Escuchas resonar los cantos del domingo y gorjear la esperanza de mi jadeante seno? De codos en la mesa y con desnudos brazos Cantarás mis loores y feliz te hallarás; Encenderé los ojos de tu mujer dichosa; Devolveré a tu hijo su fuerza y sus colores, Siendo para ese frágil atleta de la vida, El aceite que pule del luchador los músculos. Y he de caer en ti, vegetal ambrosía, Raro grano que arroja el sembrador eterno, Porque de nuestro amor nazca la poesía Que hacia Dios se alzará como una rara flor!» * * * * * 126. El vino del solitario La singular mirada de una mujer galante Que llega hasta nosotros como la blanca luz Que enviara la luna al lago tembloroso Cuando quiere bañar su indolente belleza; Los últimos escudos que tiene un jugador; Un beso lujurioso de la flaca Adelina; Los ecos de una música cálida y enervante Como el grito lejano del humano sufrir, No vale todo ello, oh botella profunda, El penetrante bálsamo que tu fecundo vientre Ofrece al corazón del poeta abrumado; Tú le dispensas vida, juventud y esperanza -Y orgullo, esa defensa frente a toda miseria Que nos vuelve triunfales y a dioses semejantes. * * * * * 127. El vino de los amantes ¡Hoy el espacio es fabuloso! Sin freno, espuelas o brida, Partamos a lomos del vino ¡A un cielo divino y mágico! Cual dos torturados ángeles Por calentura implacable, En el cristal matutino Sigamos el espejismo. Meciéndonos sobre el ala De la inteligente tromba En un delirio común, Hermana, que nadas próxima, Huiremos sin descanso Al paraíso de mis sueños. De "Flores del mal": 128. La destrucción A mi lado sin tregua el Demonio se agita; En torno de mi flota como un aire impalpable; Lo trago y noto cómo abrasa mis pulmones De un deseo llenándolos culpable e infinito. Toma, a veces, pues sabe de mi amor por el Arte, De la más seductora mujer las apariencias, y acudiendo a especiosos pretextos de adulón Mis labios acostumbra a filtros depravados. Lejos de la mirada de Dios así me lleva, Jadeante y deshecho por la fatiga, al centro De las hondas y solas planicies del Hastío, Y arroja ante mis ojos, de confusión repletos, Vestiduras manchadas y entreabiertas heridas, ¡Y el sangriento aparato que en la Destrucción vive! * * * * * 130. La plegaria de un pagano No dejes morir tus llamas; Caldea mi sordo corazón, ¡Voluptuosidad, cruel tormento! Diva! supplicem exaudî! Diosa en el aire difundida, Llama de nuestro subterráneo, Escucha a un alma consumida Que alza hacia ti su férreo canto, ¡Voluptuosidad, sé mi reina! Toma máscara de sirena Hecha de carne y de brocado, O viérteme tus hondos sueños En el licor informe y místico, ¡Voluptuosidad, fantasma elástico! * * * * * 133. Mujeres condenadas Como bestias inmóviles tumbadas en la arena, Vuelven sus ojos hacia el marino horizonte, Y sus pies que se buscan y sus manos unidas, Tienen desmayos dulces y temblores amargos. Las unas, corazones que aman las confidencias En el fondo del bosque donde el arroyo canta, Deletrean el amor de su pubertad tímida Y marcan en el tronco a los árboles tiernos; Las otras, como hermanas, andan graves y lentas, A través de las peñas llenas de apariciones, Donde vio san Antonio surgir como la lava Aquellas tentaciones con los senos desnudos; Y las hay, que a la luz de goteantes resinas, En el hueco ya mudo de los antros paganos, Te llaman en auxilio de su aulladora fiebre. ¡Oh Baco, que adormeces todas las inquietudes! Y otras, cuyas gargantas lucen escapularios, Que, un látigo ocultando bajo sus largas ropas, Mezclan en las umbrías y solitarias noches, La espuma del placer al llanto del suplicio. Oh vírgenes, oh monstruos, oh demonios, oh mártires, De toda realidad desdeñosos espíritus, Ansiosas de infinito, devotas, satiresas, Ya crispadas de gritos, ya deshechas en llanto. Vosotras, a quien mi alma persiguió en tal infierno, ¡Hermanas mías!, os amo y os tengo compasión, Por vuestras penas sordas, vuestra insaciable sed y las urnas de amor que vuestro pecho encierra. * * * * * 134. Las dos buenas hermanas Libertinaje y Muerte, son dos buenas muchachas, Pródigas de sus besos y ricas en salud Cuyo virginal flanco, que los harapos cubren, Bajo la eterna siembra jamás fructificó. Al poeta siniestro, tara de las familias, Valido del infierno, cortesano sin paga, Entre sus recovecos, muestran tumba y burdel, Un lecho que jamás la inquietud frecuentó Y la caja y la alcoba, en fecundas blasfemias, Por turno nos ofrecen, como buenas hermanas, Placeres espantosos y dulzuras horrendas. Licencia inmunda ¿cuándo por fin me enterrarás? ¿Cuándo llegarás, Muerte, su émula fascinante, A injertar tus cipreses en sus mirtos infectos? * * * * * 136. Alegoría Es una mujer bella y de espléndido porte, Que en el vino arrastrar deja su cabellera. Las garras del amor, los venenos del antro, Resbalan sin calar en su piel de granito. Se chancea de la muerte y del Libertinaje: Los monstruos, cuya mano desgarradora y áspera, Ha respetado siempre, en sus juegos fatales, La ruda majestad de ese cuerpo arrogante. Camina como diosa, posa como sultana; Una fe mahometana deposita en el goce y con abiertos brazos que los senos resaltan, Con la mirada invita a la raza mortal. Cree o, mejor aún, sabe, esta infecunda virgen, Necesaria, no obstante, en la marcha del mundo, Que la hermosura física es un sublime don Que de toda ignominia sabe obtener clemencia. Tanto como el Infierno, el Purgatorio ignora, Y cuando llegue la hora de internarse en la Noche, Contemplará de frente el rostro de la Muerte, Como un recién nacido -sin odio ni pesar. * * * * * 137. La Beatriz En cenicientas tierras, sin verdor, calcinadas, Como yo me quejase a la Naturaleza, Y el puñal de mi mente, caminando al azar, Fuese afilando lento sobre mi corazón, Una gran nube oscura, de un temporal surgida, Que albergaba una tropa de viciosos demonios, Semejantes a enanos furiosos y crueles. Se volvieron entonces fríamente a mirarme, Y, como viandantes que se asombran de un loco, Los escuché entre sí reír y cuchichear Intercambiando señas y guiños expresivos: -«Contemplemos a gusto a esta caricatura, A esta sombra de Hamlet que su postura imita, Los cabellos al viento, la indecisa mirada. ¿No es en verdad penoso ver a tal vividor, A este pillo, a este vago, a este histrión perezoso, Que, porque representa con arte su papel, Pretende interesar, cantando sus pesares, Al águila y al grillo, al arroyo y las flores, E inclusive a nosotros, autores de esas rúbricas, A voces nos recita sus públicas tiradas?» Hubiera yo podido (alto como los montes Es mi orgullo y domina a diablos y nublados) Apartar simplemente mi soberana testa, Si no hubiera atisbado entre la sucia tropa, ¡Y este crimen no hizo tambalearse al sol! A la reina de mi alma de mirada sin par, Que con ellos reía de mi sombría aflicción, Haciéndoles, de paso, una obscena caricia. * * * * * 138. La metamorfosis del vampiro La mujer, entre tanto, de su boca de fresa Retorciéndose como una sierpe entre brasas Y amasando sus senos sobre el duro corsé, Decía estas palabras impregnadas de almizcle: «Son húmedos mis labios y la ciencia conozco De perder en el fondo de un lecho la conciencia, Seco todas las lágrimas en mis senos triunfales. Y hago reír a los viejos con infantiles risas. Para quien me contempla desvelada y desnuda Reemplazo al sol, la luna, al cielo y las estrellas. Yo soy, mi caro sabio, tan docta en los deleites, Cuando sofoco a un hombre en mis brazos temidos O cuando a los mordiscos abandono mi busto, Tímida y libertina y frágil y robusta, Que en esos cobertores que de emoción se rinden, Impotentes los ángeles se perdieran por mí.» Cuando hubo succionado de mis huesos la médula y muy lánguidamente me volvía hacia ella A fin de devolverle un beso, sólo vi Rebosante de pus, un odre pegajoso. Yo cerré los dos ojos con helado terror y cuando quise abrirlos a aquella claridad, A mi lado, en lugar del fuerte maniquí Que parecía haber hecho provisión de mi sangre, En confusión chocaban pedazos de esqueleto De los cuales se alzaban chirridos de veleta O de cartel, al cabo de un vástago de hierro, Que balancea el viento en las noches de invierno. * * * * * 140. El amor y el cráneo Viñeta antigua Se sienta el Amor en el cráneo De la Humanidad, Y sobre tal solio el profano, Con risa procaz, Sopla alegremente redondas burbujas, Que en el aire suben, Como para juntarse a los mundos Al fondo del Éter. El globo luminoso y frágil En un amplio vuelo, Revienta y escupe su alma pequeña Como un áureo sueño. Y oigo al cráneo, a cada burbuja, Rogar y gemir: -«Este fuego feroz y ridículo, ¿Cuándo acabará? Pues lo que tu boca cruel Esparce en el aire, Monstruo asesino, es mi cerebro, ¡Mi sangre y mi carne!» De "La muerte": 144. La muerte de los amantes Poseeremos lechos colmados de aromas Y, como sepulcros, divanes hondísimos E insólitas flores sobre las consolas Que estallaron, nuestras, en cielos más cálidos. Avivando al límite postreros ardores Serán dos antorchas ambos corazones Que, indistintas luces, se reflejarán En nuestras dos almas, un día gemelas. Y, en fin, una tarde rosa y azul místico, Intercambiaremos un solo relámpago Igual a un sollozo grávido de adioses. Y más tarde, un Ángel, entreabriendo puertas Vendrá a reanimar, fiel y jubiloso, Los turbios espejos y las muertas llamas. * * * * * 146. La muerte de los artistas ¿Cuánto mis cascabeles tendré que sacudir Y besarte la frente, triste caricatura? Para dar en el blanco, de mística virtud, Mi carcaj, ¿cuántas flechas habrá de malgastar? En fintas sutilísimas nuestra alma gastaremos, Y más de un bastidor hemos de destruir, Antes de contemplar la acabada Criatura Cuyo infernal deseo nos colma de sollozos. Hay algunos que nunca conocieron a su ídolo, Escultores malditos que el oprobio marcó, Que se golpean con saña en el pecho y la frente, Sin más que una esperanza, !Capitolio sombrío! Que la Muerte, cerniéndose como sol renovado, Logrará, al fin, que estallen las flores de su mente. * * * * * 147. El fin de la jornada Bajo una pálida luz Corre, danza y se retuerce La Vida, impura y gritona. Tan pronto como a los cielos La gozosa noche asciende Y todo, hasta el hambre calma, Ocultando la vergüenza Se dice el Poeta: «¡Al fin! Mis vértebras, como mi alma, Codician dulce reposo; De fúnebres sueños lleno La espalda reclinaré Y rodaré entre tus velos, ¡Oh refrescante tiniebla!» * * * * * 148. Sueño de un curioso a F. N. Conoces, tal mi caso, ese dolor sabroso, Y de ti haces que digan: «¡Qué ser tan singular!» -Iba a morir. Y había en mi alma amorosa, Deseo mezclado a horror, un raro sufrimiento; Angustia y esperanza, sin humor encontrado. Mientras más se vaciaba la arena ineluctable, Más deliciosa y áspera resultó mi tortura; Se desgajaba mi alma del mundo familiar. Y era como ese niño, ávido de espectáculos, Que odia el telón igual que se odia una barrera. Hasta que, al fin, la fría verdad se desveló: Sin sentirlo, había muerto, y la terrible aurora Me circundaba. -¡Cómo! ¿No es más que esto, al fin? El telón se había alzado y yo aguardaba aún. * * * * * 150. Epígrafe para un libro condenado Lector apacible y bucólico, Ingenuo y sobrio hombre de bien, Tira este libro saturniano, Melancólico y orgiástico. Si no cursaste tu retórica Con Satán, el decano astuto, ¡Tíralo! nada entenderás O me juzgarás histérico. Mas si de hechizos a salvo, Tu mirar tienta el abismo, Léeme y sabrás amarme; Alma curiosa que padeces Y en pos vas de tu paraíso, ¡Compadéceme!... ¡O te maldigo! * * * * * 152. Proyecto de epílogo Para la segunda ecición de "Las flores del mal" Tranquilo como un sabio, manso como un maldito, dije: Te amo, oh mi beldad, oh encantadora mía... Cuántas veces... Tus orgías sin sed, tus amores sin alma, Tu gusto de infinito Que en todo, hasta en el mal, se proclama, Tus bombas, tus puñales, tus victorias, tus fiestas, Tus barrios melancólicos, Tus suntuosos hoteles, Tus jardines colmados de intrigas y suspiros, Tus templos vomitando musicales plegarias, Tus pueriles rabietas, tus juegos de vieja loca, Tus desalientos; Tus fuegos de artificio, erupciones de gozo, Que hacen reír al cielo, tenebroso y callado. Tu venerable vicio, que en la seda se ostenta, Y tu virtud risible, de mirada infeliz Y dulce, extasiándose en el lujo que muestra... Tus principios salvados, tus vulnerables leyes, Tus altos monumentos donde la bruma pende, Tus torres de metal que el sol hace brillar, Tus reinas de teatro de encantadoras voces, Tus toques de rebato, tu cañón que ensordece, Tus empedrados mágicos que alzan las fortalezas, Tus parvos oradores de barrocas maneras, Predicando el amor, y tus alcantarillas, pletóricas de sangre, En el Infierno hundiéndose como los Orinocos. Tus bufones, tus ángeles, nuevos en su oropel. Ángeles revestidos de oro, jacinto y púrpura, Sed testigos, vosotros, que cumplí mi deber Como un perfecto químico, como un alma devota. Porque de cada cosa la quintaesencia extraje, Tú me diste tu barro y en oro lo troqué. Bribes: Nota del traductor: Migajas Los fragmentos siguientes, fueron publicados por primera vez por Yves-Gerard le Dantec, en «Le Figaro» del 28-2- 31, a partir de una copia defectuosa obtenida por Féli Gautier. En 1934, tomando como base el manuscrito original, se insertaron de nuevo en un «Cahier Jacques-Doucet». Tal manuscrito se encuentra, en efecto, en los fondos Doucet de la Bibliothèque Sainte-Genevieve, encartado en un ejemplar del tomo I de «Obras Completas», que perteneció a Nadar. Y.-G.le Dantec, señaló que cuatro títulos de entre los comprendidos estas «Migajas» ( término escogido por el propio Baudelaire ), se hallan en una lista tachada de poemas, destinados a la segunda edición de «Las flores del mal», la cual figuraba al dorso del manuscrito del poema «Sisina» : El Heautontimoroumenos -Dorotea -Spleen -Siete -¡Trinquemos, Satán! -Ni remordimientos, ni recuerdos -El mantenedor -La mujer salvaje -Condenación -El glotón -Orgullo -La cabellera (realizado) -El albatros (realizado) -Una pieza con versos recurrentes o estribillo cambiado. * * * * * 153. Orgullo Ángeles de oro vestidos, de púrpura y de jacinto. El genio y el amor son fáciles deberes. Amasé sólo barro y de él extraje oro Llevaba en la mirada el brío del corazón. En París, su desierto, viviendo a la intemperie, Fuerte como una bestia y libre como un Dios. * * * * * 154. El glotón Rumiando, yo me burlo de la gente famélica. Como un obús reventaría, Si no absorbiese como un chancro, Su mirada no era tímida ni indolente, Exhalaba, más bien, alguna ávida cosa, Y, como su nariz, expresaba la fiebre De artista ante la obra surgida de sus dedos. Tu juventud estará más llena de tormentas Que este estío de pupilas llenas de resplandor, Que sobre nuestras frentes se retuerce abrasado, Y, exhalando en la noche sus febriles alientos, Logra que de sus cuerpos se prenden las doncellas, Y enfrente del espejo, ¡oh estériles deleites! Admiren la sazón de su virginidad, Más veo en esos ojos, cargados de tormentas, Que no está hecha tu alma para las dulces fiestas, Y que belleza tal, sombría como el hierro, Es de aquellas que forjan y pulen los Infiernos, Para un día oficiar espantosas lujurias Y contristar el alma de humildes criaturas. Con su peso aplastando un enorme almohadón Un cuerpo allí lucía con un sopor muy dulce, Y su sueño, adornado de una feliz sonrisa ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... El surco de su espalda que estremecía el deseo. El aire estaba ungido de furor amoroso; Los insectos volaban a la lámpara, el viento Permanecía inmóvil en torno a las cortinas. Era una noche cálida, un baño juvenil. Gran ángel, que llevais sobre la fiera faz Lo sombrío del Infierno, desde donde ascendisteis; Domador dulce y fiero que me habéis enjaulado, Para recreación de vuestra crueldad, Pesadilla nocturna, sirena sin corsé, Que me arrastrais, maligna, siempre de pie a mi lado, Por mi sayal de santo o mi barba de sabio, Para darme el veneno de un descarado amor... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... * * * * * 155. Condenación El banco inextricable y duro, El arduo pasadizo, el voraz maëlstrom ?, Menos arena arrastran y menos broza impura Que nuestros corazones, donde se mira el cielo; Son como promontorios en el aire sereno, Donde el faro destella, centinela benéfico, Pero abajo minados por corrosivas lapas; Podríamos compararlos todavía al albergue, Del hambriento esperanza, donde golpean de noche, Jurando, heridos, rotos, solicitando asilo, Prelados y estudiantes, rameras y soldados. Nunca regresaran a las sucias alcobas; Guerra, ciencia y amor, nada nos necesita. El atrio estaba helado, infectos vino y lecho; ¡Hay que servir de hinojos a visitantes tales! ?maëlostrom: remolino y sima marítima que intermitentemente se forman en las costas de Noruega Tres poemas de "Los despojos": 156. Sobre «El Tasso en prisión» En su celda, el poeta, harapiento y enfermo, Teniendo un manuscrito bajo su pie convulso, Contempla con mirada inundada de pánico La escalera de vértigo donde su alma se abisma. Las risas enervantes que pueblan la prisión, Arrastran su razón a lo absurdo y lo extraño; La Duda lo rodea y el ridículo Miedo, Odioso y multiforme, circula en torno de él. Este genio encerrado en un antro malsano, Esas muecas y gritos, espectros cuyo enjambre Amotinado gira detrás de sus oídos, El soñador a quien el horror despertara, Tal es tu emblema, Alma de tenebrosos sueños, Que ahoga la Realidad entre sus cuatro muros. * * * * * 157. A Theodore de Banville De la Diosa empuñasteis la espesa cabellera, Con vigor tal, que todos os hubieran tomado, Al ver ese aire altivo y ese hermoso abandono Por un joven rufián que golpease a su amante. La mirada incendiada por un fuego precoz, Vuestro orgullo de artífice sin pudor exhibisteis, En esas construcciones, cuya audacia correcta, Anticipa los frutos de vuestra madurez. Poeta, nuestra sangre por cada poro escapa. ¿Tal vez por un azar, la veste del Centauro, Que cada vena en fúnebre arroyo transformó, Fue tres veces teñida en las sutiles lavas, De aquellos monstruosos reptiles vengativos, Que Hércules en su cuna un día estrangulara? * * * * * 158. Puesta de sol romántica Qué hermoso el sol parece cuando fresco se eleva, Dando los buenos días como en una explosión -Feliz aquel que puede, por el amor transido, Saludar al poniente, más glorioso que un sueño. ¡Lo recuerdo!... Yo he visto todo, flor, surco, fuente, Caer bajo su mirada como un corazón vivo... -Pronto, pronto, ya es tarde, vamos al horizonte Para atrapar al menos algún oblicuo rayo. Pero persigo en vano al Dios que se retira; La irresistible Noche establece su imperio, Negro, húmedo, funesto, roto de escalofríos; Un olor a sepulcro en las tinieblas boga, Y mi pie temeroso roza, junto al pantano, Sapos inesperados y babosas heladas.

 

 

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