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Gabriel Celaya:
A Blas de Otero Amigo Blas de Otero: Porque sé que tú existes, y porque el mundo existe, y yo también existo, porque tú y yo y el mundo nos estamos muriendo, gastando nuestras vueltas como quien no hace nada, quiero hablarte y hablarme, dejar hablar al mundo de este dolor que insiste en todo lo que existe. Vamos a ver, amigo, si esto puede aguantarse: El semillero hirviente de un corazón podrido, los mordiscos chiquitos de las larvas hambrientas, los días cualesquiera que nos comen por dentro, la carga de miseria, la experiencia —un residuo—, las penas amasadas con lento polvo y llanto. Nos estamos muriendo por los cuatro costados, y también por el quinto de un Dios que no entendemos. Los metales furiosos, los mohos del cansancio, los ácidos borrachos de amarguras antiguas, las corrupciones vivas, las penas materiales... todo esto —tú sabes—, todo esto y lo otro. Tú sabes. No perdonas. Estás ardiendo vivo. La llama que nos duele quería ser un ala. Tú sabes y tu verso pone el grito en el cielo. Tú, tan serio, tan hombre, tan de Dios aun si pecas, sabes también por dentro de una angustia rampante, de poemas prosaicos, de un amor sublevado. Nuestra pena es tan vieja que quizá no sea humana: ese mugido triste del mar abandonado, ese temblor insomne de un follaje indistinto, las montañas convulsas, el éter luminoso, un ave que se ha vuelto invisible en el viento, viven, dicen y sufren en nuestra propia carne. Con los cuatro elementos de la sangre, los huesos, el alma transparente y el yo opaco en su centro, soy el agua sin forma que cambiando se irisa, la inercia de la tierra sin memoria que pesa, el aire estupefacto que en sí mismo se pierde, el corazón que insiste tartamudo afirmando. Soy creciente. Me muero. Soy materia. Palpito. Soy un dolor antiguo como el mundo que aún dura. He asumido en mi cuerpo la pasión, el misterio, la esperanza, el pecado, el recuerdo, el cansancio, Soy la instancia que elevan hacia un Dios excelente la materia y el fuego, los latidos arcaicos. Debo salvarlo todo si he de salvarme entero. Soy coral, soy muchacha, soy sombra y aire nuevo, soy el tordo en la zarza, soy la luz en el trino, soy fuego sin sustancia, soy espacio en el canto, soy estrella, soy tigre, soy niño y soy diamante que proclaman y exigen que me haga Dios con ellos. ¡Si fuera yo quien sufre! ¡Si fuera Blas de Otero! ¡Si sólo fuera un hombre pequeñito que muere sabiendo lo que sabe, pesando lo que pesa! Mas es el mundo entero quien se exalta en nosotros y es una vieja historia lo que aquí desemboca. Ser hombre no es ser hombre. Ser hombre es otra cosa. Invoco a los amantes, los mártires, los locos que salen de sí mismos buscándose más altos. Invoco a los valientes, los héroes, los obreros, los hombres trabajados que duramente aguantan y día a día ganan su pan, mas piden vino. Invoco a los dolidos. Invoco a los ardientes. Invoco a los que asaltan, hiriéndose, gloriosos, la justicia exclusiva y el orden calculado, las rutinas mortales, el bienestar virtuoso, la condición finita del hombre que en sí acaba, la consecuencia estricta, los daños absolutos. Invoco a los que sufren rompiéndose y amando. Tú también, Blas de Otero, chocas con las fronteras, con la crueldad del tiempo, con límites absurdos, con tu ciudad, tus días y un caer gota a gota, con ese mal tremendo que no te explica nadie. Irónicos zumbidos de aviones que pasan y muertos boca arriba que no, no perdonamos. A veces me parece que no comprendo nada, ni este asfalto que piso, ni ese anuncio que miro. Lo real me resulta increíble y remoto. Hablo aquí y estoy lejos. Soy yo, pero soy otro. Sonámbulo transcurro sin memoria ni afecto, desprendido y sin peso, por lúcido ya loco. Detrás de cada cosa hay otra cosa que es la misma, idéntica y distinta, real y a un tiempo extraña. Detrás de cada hombre un espejo repite los gestos consabidos, mas lejos ya, muy lejos. Detrás de Blas de Otero, Blas de Otero me mira, quizá me da la vuelta y viene por mi espalda. Hace aún pocos días caminábamos juntos en el frío, en el miedo, en la noche de enero rasa con sus estrellas declaradas lucientes, y era raro sentirnos diferentes, andando. Si tu codo rozaba por azar mi costado, un temblor me decía: «Ese es otro, un misterio.» Hablábamos distantes, inútiles, correctos, distantes y vacíos porque Dios se ocultaba, distintos en un tiempo y un lugar personales, en las pisadas huecas, en un mirar furtivo, en esto con que afirmo: «Yo, tú, él, hoy, mañana», en esto que separa y es dolor sin remedio. Tuvimos aún que andar, cruzar calles vacías, desfilar ante casas quizá nunca habitadas, saber que una escalera por sí misma no acaba, traspasar una puerta -lo que es siempre asombroso-, saludar a otro amigo también raro y humano, esperar que dijeras -era un milagro-: Dios al fin escuchaba. Todo el dolor del mundo le atraía a nosotros. Las iras eran santas; el amor, atrevido; los árboles, los rayos, la materia, las olas, salían en el hombre de un penar sin conciencia, de un seguir por milenios, sin historia, perdidos. Como quien dice «sí», dije Dios sin pensarlo. Y vi que era posible vivir, seguir cantando. Y vi que el mismo abismo de miseria medía como una boca hambrienta, qué grande es la esperanza. Con los cuatro elementos, más y menos que hombre, sentí que era posible salvar el mundo entero, salvarme en él, salvarlo, ser divino hasta en cuerpo. Por eso, amigo mío, te recuerdo, llorando; te recuerdo, riendo; te recuerdo, borracho; pensando que soy bueno, mordiéndome las uñas, con este yo enconado que no quiero que exista, con eso que en ti canta, con eso en que me extingo y digo derramado: amigo Blas de Otero.

A veces me figuro que estoy enamorado...:
A veces me figuro que estoy enamorado, y es dulce, y es extraño, aunque, visto por fuera, es estúpido, absurdo. Las canciones de moda me parecen bonitas, y me siento tan solo que por las noches bebo más que de costumbre. Me ha enamorado Adela, me ha enamorado Marta, y, alternativamente, Susanita y Carmen, y, alternativamente, soy feliz y lloro. No soy muy inteligente, como se comprende, pero me complace saberme uno de tantos y en ser vulgarcillo hallo cierto descanso.

Amor Vivir es fácil y, a veces, casi alegre. Esta tarde -mar, pinares, azul-, suspendido entre los brazos ligerísimos del aire y entre los tuyos, dulce, dulce mía, un ritmo palpitante me cantaba: es fácil y, a veces, casi alegre. La brisa unía en un mismo latido nuestros cuerpos, los árboles, las olas, y nosotros no éramos distintos de las nubes, los pájaros, los pinos, de las plantas azules de agua y aire, plantas, al fin, nosotros, de callada y dulce carne. La tierra se extasiaba; ya casi era divina en las nubes redondas, en la espuma, en este blanco amor que, radiante, se eleva al suave empuje de dos cuerpos que se unen en la hierba. ¿Recuerdas, dulce mía, cuando el aire se llenaba de palomas invisibles, de una música o brisa que tu aliento repetía apresurado de secretos? Vivir es fácil y, a veces, casi alegre. Contigo entre los brazos estoy viendo caballos que me escapan por un aire lejano, y estoy, y estamos, tocando con los labios esas flores azules que nacen de la nada. Vivir es fácil y, a veces, casi alegre. Al hablar, confundimos; al andar, tropezamos; al besarnos no existe un solo error posible: resucitan los cuerpos cantando, y parece que vamos a cubrirnos de flores diminutas, de flores blancas, lo mismo que un manzano. Dulce, dulce mía, ciérrame los ojos, deja que este aire inunde nuestros cuerpos; seamos solamente dos árboles temblando con lo mismo que en ellos ha temblado esta tarde. Vivir es más que fácil: es alegre. Por caminos difíciles hoy llego a la simple verdad de que tú vives. Sólo quiero el amor, el árbol verde que se mueve en el aire levemente mientras nubes blanquísimas escapan por un cielo que es rosa, que es azul, que es gris y malva, que es siempre lo infinito y no comprendo, ni quiero comprender porque esto basta: ¡amor, amor! , tus brazos y mis brazos y los brazos ligerísimos del aire que nos lleva, y una música que flota por encima, que oímos y no oímos, que consuela y exalta: ¡amor también volando a lo divino!

Amor de hombre Mi estricta voluntad, mi punta seca que está domando en ella oceánicas pasiones y rumores antiguos. El cauterio que aplico a esa llaga amorosa que, sin forma, palpita. Si hiero, mato, engendro. (Su exánime sonrisa me conmueve y me excita.) Si la acaricio, mido, sujeto sus equívocos y todas las suavidades sumas que a la nada convidan. Hasta que al fin, en sangre, en su sólo sí misma, en mi ir traspasando mis propios sentimientos, la obtengo, mato, muero.

Amparo-Eszbá Indecisa y cambiante, ¿eres amor o muerte? ¡Ay, ven, Amparo-Ezbá, que te estoy esperando! Es la palpitación de origen quien podría acogerte, y besarte, y ofrecerte un refugio caliente de jazz-hot y trances convulsivos como, cuando bailando, se pierde la conciencia. Ven tú, amorosa, ven como la noche crece, deseo sin objeto, tú que eres el no-objeto y el placer imposible que en el límite busca infinitudes ciegas. ¡Ay, no-tú, Ezbá, no-sí, sí, ven, Ezbá, indecisa, transparente, inasible, temblorosa de luces, soñadora, engañosa, tú, tejido del iris, centelleo, sonrisa hasta mi dulce llanto y a esos gritos salvajes que no son el amor, o sí son, o al no ser te llaman desde el centro del tornasol nocturno, tiránica, traviesa, fascinante, escapada, y niña, y absorbente como un vórtice suave, y riendo, riendo, mortal como un pecado que no existe mas haces con tu burla que exista, tan cruel, encantadora, pasajera, incitante, que líquida, impalpable, movimiento sin móvil, descubres, deshuesada, la santa realidad! Entonces flota el mundo casi feliz, dudoso, y el recuerdo anochece lentísimo en la brisa. Y tú, nunca creída, y tú, siempre sabida, te ofreces para nada, te niegas para más, como un antiguo ensalmo y un susurro al oído, cuando ya todo duerme, y tú casi nos hablas, o nos cantas, nos rezas, entonteces con nanas. ¡Oh tú, dime quién eres! ¡Oh Ezba, dime si existes!

Apasionadamente ¡Y tanto, y tanto te amo que mis palabras mueren en un rumor de besos sin descanso! ¡Y tanto todavía que mis manos no te hallan al tocarte! ¡Tanto y tan sin descanso, que fluyo, y fluyo, y fluyo, y es solamente llanto!

Aquí están todas las rosas encarnadas del deseo... ¡Aquí están todas las rosas encarnadas del deseo! Allí la luna, callada, blanca y estéril, mirando, espejo vuelto a sí mismo, su perfección de narciso: soledad en aguas blancas de lo blanco quieto y frío. Dura o sin sangre, tranquila, de está mirando a sí misma, mientras rosas encarnadas, pulpa y amor, carne viva, bajo una brisa caliente se desmayan de delicia. Con los ojos en la luna, bajo los pies, rosas rojas, estoy esperando, quieto, que tú, que yo mismo venga sigiloso por la espalda, con la sorpresa de un beso blanco y verde de silencio, que tú, que yo mismo venga con un beso muerto de puro perfecto.

Cerca y lejos Más allá del pecado, indecible, te adoro, y al buscar mis palabras sólo encuentro unos besos. En el pecho, en la nuca, te quiero. En el cáliz secreto, te quiero. donde tu vientre es combo, fugitiva tu espalda, oloroso tu cuerpo, te quiero.

Cuéntame cómo vives, cómo vas muriendo Cuéntame cómo vives; dime sencillamente cómo pasan tus días, tus lentísimos odios, tus pólvoras alegres y las confusas olas que te llevan perdido en la cambiante espuma de un blancor imprevisto. Cuéntame cómo vives; ven a mí, cara a cara; dime tus mentiras (las mías son peores), tus resentimientos (yo también los padezco), y ese estúpido orgullo (puedo comprenderte). Cuéntame cómo mueres; nada tuyo es secreto: la náusea del vacío (o el placer, es lo mismo); la locura imprevista de algún instante vivo; la esperanza que ahonda tercamente el vacío. Cuéntame cómo mueres; cómo renuncias -sabio-, cómo -frívolo- brillas de puro fugitivo, cómo acabas en nada y me enseñas, es claro, a quedarme tranquilo. De "Tranquilamente hablando, 1945

De noche Y la noche se eleva como música en ciernes, y las estrellas brillan temblando de extinguirse, y el frío, el claro frío, el gran frío del mundo, la poca realidad de cuanto veo y toco, el poco amor que encuentro, me mueven a buscarte, mujer, en cierto bosque de latidos calientes. Sólo tú, dulce mía, dulce en los olores de savia espesa y fuerte, sin palabras, muy cerca, palpitando conmigo, sólo tú eres real en un mundo fingido; y te toco, y te creo, y eres cálida y suave matriz de realidades, amante, amparo, madre, o peso de la tierra que sólo en ti acaricio, o presencia que aún dura cuando cierro los ojos, fuera de mí, tan bella.

Dedicatoria final Pero tú existes ahí. A mi lado. ¡Tan cerca! Muerdes una manzana. Y la manzana existe. Te enfadas. Te ríes. Estás existiendo. Y abres tanto los ojos que matas en mí el miedo, y me das la manzana mordida que muerdo. ¡Tan real es lo que vivo, tan falso lo que pienso que -¡basta!- te beso! ¡Y al diablo los versos, y Don Uno, San Equis, y el Ene más Cero! Estoy vivo todavía gracias a tu amor, mi amor, y aunque sea un disparate todo existe porque existes, y si irradias, no hay vacío, ni hay razón para el suicidio, ni lógica consecuencia. Porque vivo en ti, me vivo, y otra vez, gracias a ti, vuelvo a sentirme niño.

Descanso Con ternura, con paz, con inocencia, con una blanda tristeza o el cansancio que viene a ser un perro fiel que acariciamos, estoy sentado en mi sillón y soy feliz, y soy feliz porque no siento la necesidad de pensar algo preciso. Con una fatiga que no es un desengaño, con un gozo que no alienta esperanzas, estoy en mi sillón, y estoy en algo que quizás sólo es amor. Sé que floto y nada me parece sin embargo indiferente; sé que nada me alegra ni me duele y que sin embargo todo me enternece; sé que eso es el amor, o que quizá solamente es un dulce cansancio; sé que soy feliz porque no siento la necesidad de pensar algo preciso.

Desde lo informe Un dulce llanto espeso, una delicia informe, materia que me envuelve y sofoca magnolias, suave silencio oscuro, aliento largo y blando. Las caricias se espesan (me derramo por ellas), y, voy por el jardín secreto murmurando, y, al tocarte, me asombro de que tengas un cuerpo, y al lazar la cabeza, las estrellas me asustan con su dura fijeza.

Deseada Deseada, ¡tan suave!, confín donde resbalo. ¡Oh siempre un poco ausente, suspendida en la nada! ¿Son tus ojos dulces? No, que está turbado tu mirar brillante de anhelos contrarios. Yo te amo, te amo, te amo, todo lleno de alas tempestuosas, y de garras, de furias, de dolor, por abrirme. ¡Oh, tenme en tu sonrisa, en tu sombra, en lo leve de tu mano impalpable! ¡Tenme en tu caricia! ¿A qué llamas cambiando? ¿Qué me pides furtiva? ¡Oh tú, siempre ignorada, tú siempre antigua y nueva! Ven más cerca. No temas. Tu mano tibia tiembla, tu cintura se atreve con sobresaltos, mía. ¡Mía, deseada! Y aún sonríes con ojos inocentes y raros. ¡Oh, dime! ¿Qué sugieren tus ojos arcaicos? Cabelleras, torrentes, músicas perdidas, corazón: esa ave que, cogida, tiembla. Y tú, esquiva, flotando desnuda, lenta y suave. Tú, chiquita, huida en un cielo sin nadie. ¡Oh dime, deseada, cómo hay que abrazarte mientras tu boca expira en la mía, sin habla! Di si tu remota belleza en tu cuerpo puedo yo apresarla. Puedo así matarte. Deseada, ya basta. Deseada, no puedo. Deseada, tú quieres que yo muera contigo.

Despedida Quizás, cuando me muera, dirán: Era un poeta. Y el mundo, siempre bello, brillará sin conciencia. Quizás tú no recuerdes quién fui, mas en ti suenen los anónimos versos que un día puse en ciernes. Quizás no quede nada de mí, ni una palabra, ni una de estas palabras que hoy sueño en el mañana. Pero visto o no visto, pero dicho o no dicho, yo estaré en vuestra sombra, ¡oh hermosamente vivos! Yo seguiré siguiendo, yo seguiré muriendo, seré, no sé bien cómo, parte del gran concierto.

Égloga Rubio, fuerte, manso, triste sin melancolía como el mediodía, lento como la tierra, toscas las manos que parten el pan y abarcan el seno maternal de Ceres, Menalcas apacienta sus grandes vacas rojas frente al mar: estupor de luz en la inmensidad. ¡Oh mar, oh campo, oh bestias! ¡Oh siesta, pesadumbre del cuerpo poderoso que, ahora, inerte, se cubre como de una enfermedad de cantos monótonos y vagos, mientras la tierra sueña, muge lenta como una vaca triste que esperara la fecunda inquietud de las estrellas, la sagrada palpitación escondida, el amante nocturno que no dice su nombre!

El toque delicado Si toco en mi dolor, todo lo siento mío, mío, perdido vagamente. Si toco en el dolor mas de repente me vuelvo a las estrellas y a lo bello, yo siento el corazón que aquí me quema como un mero detalle en el sistema.

En el fondo de la noche tiemblan las aguas de plata... En el fondo de la noche tiemblan las aguas de plata. La luna es un grito muerto en los ojos delirantes. Con su nimbo de silencio pasan los sonámbulos de cabeza de cristal, pasan como quien suspira, pasan entre los hielos transparentes y verdes. Es el momento de las rosas encarnadas y los puñales de acero sobre los cuerpos blanquísimos del frío. En el fondo de la noche tiembla el árbol del silencio; los hombres gritan tan alto que solo se oye la luna. Es el momento en que los niños se desmayan sobre los pianos, el momento de las estatuas en el fondo transparente de las aguas, el momento en que por fin todo parece posible. En el fondo de la noche tiembla el árbol del silencio. Decidme lo que habéis visto los que estabais con la cabeza vuelta. La quietud de esta hora es un silencio que escucha, el silencio es el sigilo de la muerte que se acerca. Decidme lo que habéis visto. En el fondo de la noche hay un escalofrío de cuerpos ateridos.

En ti termino Este objeto de amor no es un objeto puro; es un objeto bello, y creo que eso basta. Bellos son sus brazos, sus hombros, sus senos; bellos son sus ojos (¡y qué bien me mienten!) Deseable, me engaña, o furtiva, resbala suave, suavemente, con física dulzura, o gravita hacia un centro más secreto que el alma; o duele con un fuego más real que el cariño. Si la beso, no hablo; si la toco, no creo; y me quedo callado mirándola muy cerca, o me duermo en sus brazos, o me muero en su espasmo, y en aniquilarme hallo cierto descanso.

Fecundación:
Y si yo te toco, tú eres lo que eres; y si no te toco, tú, tranquila, duermes. Tú, conmigo, todo; tú, sin mi, perdida; tú, mujer conmigo, nada si no nombro. Y si yo te toco, palmera que crece, sonrisas abiertas que, meciendo, envuelven. Y si no te toco, dulzura que pesa, caes en tu silencio densamente lenta.

Hasta la muerte En el paisaje oscuro oigo tu voz, tu voz, tu larga voz de espesas caricias resbaladas, mojadas y olorosas. La noche me suspende en un vuelo pausado e, inmóvil, pone en vilo lo que el hombre no entiende: tu voz, tu voz querida hundiéndome en lo ausente. Uno cierra los ojos (¡me da miedo mirarte!); uno tiende las manos -aves heridas y leves-, y en sus raíces siente que tú eres y no eres.

La noche viene desnuda... La noche viene desnuda: senos de luna, guantes morados. Con los brazos en alto ya la estoy esperando. ¡Qué cerca de mi oído enmudecen sus labios! ¡Amor, amor! La muerte me está besando.

La poesía es un arma cargada de futuro:
Cuando ya nada se espera personalmente exaltante, mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia, fieramente existiendo, ciegamente afirmado, como un pulso que golpea las tinieblas, cuando se miran de frente los vertiginosos ojos claros de la muerte, se dicen las verdades: las bárbaras, terribles, amorosas crueldades. Se dicen los poemas que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados, piden ser, piden ritmo, piden ley para aquello que sienten excesivo. Con la velocidad del instinto, con el rayo del prodigio, como mágica evidencia, lo real se nos convierte en lo idéntico a sí mismo. Poesía para el pobre, poesía necesaria como el pan de cada día, como el aire que exigimos trece veces por minuto, para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica. Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan decir que somos quien somos, nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno. Estamos tocando el fondo. Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse. Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren y canto respirando. Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas personales, me ensancho. Quisiera daros vida, provocar nuevos actos, y calculo por eso con técnica qué puedo. Me siento un ingeniero del verso y un obrero que trabaja con otros a España en sus aceros. Tal es mi poesía: poesía-herramienta a la vez que latido de lo unánime y ciego. Tal es, arma cargada de futuro expansivo con que te apunto al pecho. No es una poesía gota a gota pensada. No es un bello producto. No es un fruto perfecto. Es algo como el aire que todos respiramos y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos. Son palabras que todos repetimos sintiendo como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado. Son lo más necesario: lo que no tiene nombre. Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.

Momentos felices:
Cuando llueve, y reviso mis papeles, y acabo tirando todo al fuego: poemas incompletos, pagarés no pagados, cartas de amigos muertos, fotografías, besos guardados en un libro, renuncio al peso muerto de mi terco pasado, soy fúlgido, engrandezco justo en cuanto me niego, y así atizo las llamas, y salto la fogata, y apenas si comprendo lo que al hacerlo siento, ¿no es la felicidad lo que me exalta? Cuando salgo a la calle silbando alegremente --el pitillo en los labios, el alma disponible-- y les hablo a los niños o me voy con las nubes, mayo apunta y la brisa lo va todo ensanchando, las muchachas estrenan sus escotes, sus brazos desnudos y morenos, sus ojos asombrados, y ríen ni ellas saben por qué sobreabundando, salpican de alegría que así tiembla reciente, ¿no es la felicidad lo que siente? Cuando llega un amigo, la casa está vacía, pero mi amada saca jamón, anchoas, queso, aceitunas, percebes, dos botellas de blanco, y yo asisto al milagro --sé que todo es fiado--, y no quiero pensar si podremos pagarlo; y cuando sin medida bebemos y charlamos, y el amigo es dichoso, cree que somos dichosos, y lo somos quizá burlando así a la muerte, ¿no es felicidad lo que trasciende? Cuando me he despertado, permanezco tendido con el balcón abierto. Y amanece: las aves trinan su algarabía pagana lindamente: y debo levantarme, pero no me levanto; y veo, boca arriba, reflejada en el techo la ondulación del mar y el iris de su nácar, y sigo allí tendido, y nada importa nada, ¿no aniquilo así el tiempo? ¿No me salvo del miedo? ¿No es felicidad lo que amanece? Cuando voy al mercado, miro los abridores y, apretando los dientes, las redondas cerezas, los higos rezumantes, las ciruelas caídas del árbol de la vida, con pecado sin duda pues que tanto me tientan. Y pregunto su precio, regateo, consigo por fin una rebaja, mas terminado el juego, pago el doble y es poco, y abre la vendedora sus ojos asombrados, ¿no es la felicidad lo que allí brota? Cuando puedo decir: el día ha terminado. Y con el día digo su trajín, su comercio, la busca del dinero, la lucha de los muertos. Y cuando así cansado, manchado, llego a casa, me siento en la penumbra y enchufo el tocadiscos, y acuden Kachaturian, o Mozart, o Vivaldi, y la música reina, vuelvo a sentirme limpio, sencillamente limpio y, pese a todo, indemne, ¿no es la felicidad lo que me envuelve? Cuando tras dar mil vueltas a mis preocupaciones, me acuerdo de un amigo, voy a verle, me dice: "Estaba justamente pensando en ir a verte." Y hablamos largamente, no de mis sinsabores, pues él, aunque quisiera, no podría ayudarme, sino de cómo van las cosas en Jordania, de un libro de Neruda, de su sastre, del viento, y al marcharme me siento consolado y tranquilo, ¿no es la felicidad lo que me vence? Abrir nuestras ventanas; sentir el aire nuevo; pasar por un camino que huele a madreselvas; beber con un amigo; charlar o bien callarse; sentir que el sentimiento de los otros es nuestro; mirarse en unos ojos que nos miran sin mancha, ¿no es esto ser feliz pese a la muerte? Vencido y traicionado, ver casi con cinismo que no pueden quitarme nada más y que aún vivo, ¿no es la felicidad que no se vende?

Morir ¡Ay tú, siempre lejana! (Tu cuerpo poseído me parece aún intacto.) ¡Ay, tu sonrisa esquiva! ¡Ay, tus palabras vagas! Todo tan sin sentido (adorable, imposible!) que no eres tú, no es nada, es la nada lo que amo revestida de luces que en suave piel resbalan. Desnúdate, ¿qué importa? Ya sólo sé morirme y no mirarte. Canto cierto nácar cambiante, deseo con mil nombres que aquí brilla variando, ternura, o llanto, o dicha, o -querida, querida, querida- no saber qué se dice, morir tu misma muerte, rozarte así imposible.

Mujer Esas nubes amadas se hacen al fin estatua. Si acaricio, doy forma y, en el azul, desnuda como una diosa antigua, estás tú, sólo bella. Mas si viene la noche, si una brisa te envuelve dulcemente asfixiante, vuelves al mar confuso donde tomaste origen, ola fresca y sonora que rompe alegremente, toda alzada, y luego ancha y derramada como una madre llega ya al fin de las palabras, sonríe piadosa.

Ni más ni menos Son tus pechos pequeños, son tus ojos confusos, lo que no tiene nombre y no comprendo, adoro. Son tus muslos largos y es tu cabello corto; lo que siempre me escapa y no comprendo, adoro. Tu cintura, tu risa, tus equívocos locos, tu mirada que burla y no comprendo, adoro. ¡Tú que estás tan cerca! ¡Tú que estás tan lejos! Lo que beso, y no tengo, y no comprendo, adoro.

Ninfa Se detiene en el borde del abismo y escucha, viniendo desde el fondo, rampante, dulce, densa, una serpiente alada, una música vaga. Escapa por la suave pereza de su carne que en el fondo era fango, era ya tibia, y lenta, y latente, y sin forma; era como el dios de gran barba dormido junto al río en la siesta, junto a ella en la noche carnal y sofocada de junio con olores. Y escucha temblorosa, apaga una tras otra penúltimas preguntas, y duerme, se hunde, duerme en brazos de un gran dios de pelo duro y rojo, divino Pan: un dios hecho bestia que huele.

Penúltimas palabras Mientras las estrellas brillan temblorosas, te diré una palabra sencilla y antigua, palabra siempre dicha, pero nunca entendida, palabra que tan sólo de tú a tú comprendemos: Te amo. La noche vasta ensancha tu dulce presencia. Secretamente te hablo retorciendo mi angustia. Secretamente sufro por algo prohibido y es sencillo y terrible como tú si me miras: Te amo. La muerte sólo brilla con tranquilas estrellas. Sus párpados son lentos; su silencio es antiguo; sus manos que no tocan me adivinan en sombra; su gloria es un secreto. Regia amante nocturna de senos glaciales, cielo de la hermosura más allá de mi dicha y mi amor, y mi canto, y mi vuelo más loco, ¡también yo he de callarme!

Perdido de amor La fatiga, la inmensa fatiga de los días repetidos. (Toda alegría supone algo de heroísmo.) Admirable enemiga, de ti nazco sufriendo. (Arder: Así me miento un alma iluminada.) Y vivo de la muerte que me das sonriendo, y muero en la dulzura de tu vago silencio. Amada, amada mía, alta llama en el tiempo, tú creas melodías con pausas y secretos. Y el hastío se alarga de pronto en formas dulces, y los días se nombran según un sentimiento.

Porque sí Pececito esquivo, caballito que monto, delicia que no nombro, y quiero, quiero, quiero. Cuando te beso, acierto; cuando te toco, creo; si te acaricio mido mi infinito deseo. Mas te prolongas lejos; eres más, eres lo otro, lo que nunca apreso aunque te toco y beso. siempre un poco esquiva, siempre resbalada, tú, que nunca entiendo, y quiero, quiero, quiero.

¿Quién eres? Con cambiarte de traje, te cambio también de alma. ( No adivinas mi angustia. No sé casi quién eres. ) Si te revuelvo el pelo tú ríes locamente mientras a mí me duele sentirte tan informe. Tanto puedo variarte que no sé ya que quiero. Tú puedes serlo todo. Tú eres la misma nada. Y te ríes, y acaso, si tus labios me buscan son solo una medusa de silencio anhelante.

Salpicada de espuma, de salitre... Salpicada de espuma, de salitre, desnuda, desde el mar, viene gritando: La vida, sí, la vida misma: ¡Un delirio por los prados! Desde mi ventana blanca, con los brazos extendidos, la estoy llamando con voces de un ardor desmelenado. Salpicada de espuma, de salitre, desnuda, por los campos, va gritando. ¡La vida, sí, la vida misma! Pálido y alto, callado, la mira pasar llorando.

Tau-l La bonita mentira de cada día no engaña a nadie, pero ayuda a vivir, y exalta. No pido más. Amanece inundando. Los pájaros cantores cierran los circuitos eléctricos del día. ¡Es la belleza, es la vida! La cabeza se enciende como una bombilla a unos doscientos voltios de normal poesía. ¿Es la belleza? No sé. Es el mundo habitual de la pereza donde mis números sirven, mis distancias miden, mis ideas cuentan, no se funde el aparato que en mí versifica. ¿Es la vida? Sé que hay otra más real, más escondida, menos mía, pero ésta es mi alegría, mi mentira, y los átomos me dejan de momento que viva en mi fantasía, es decir, en lo vulgar del día que es tan sólo un cada día sin más, normal, fabulosamente real.

Tú que solo eres tú Mi vicio, mi locura, mi alegría, ¡todavía muchacha! Mi nunca suficientemente amada, cámbiame los ojos si así quieres, pónmelos de ira. Es lo mismo. Me das vida.

Tus gritos y mis gritos en el alba... Tus gritos y mis gritos en el alba. Nuestros blancos caballos corriendo con un polvo de luz sobre la playa. Tus labios y mis labios de salitre. Nuestras rubias cabezas desmayadas. Tus ojos y mis ojos, tus manos y mis manos. Nuestros cuerpos escurridizos de algas. ¡Oh amor, amor! Playas del alba.

Un día entre nosotros:
Yo me siento. Tú te sientes. Nos sentimos, estamos juntos. Somos terriblemente dichosos, como el cielo siempre azul, como el espanto, como la luz que es la luz, como el espacio. Si ahora me preguntaran por qué estoy tan contento, diría: «Porque soy.» Y al decirme sería un poco menos. Si tratara de explicarme surgirían como sierpes desenvueltas y en combate mis ambiguos sentimientos. Pero soy solo. Sí. Soy. Te creo. Estas aquí, en mí mismo. Ni te veo, ni te pienso, ni te beso, ni te sueño. Sólo estás. Estoy contigo. Yo, a tu lado, Tú conmigo. Estamos uno en otro, tan reales que con ser poco, ese poco es ya bastante. Estamos en lo que somos, de puro simples, totales. Estamos donde siempre, callados. No hay motivo razonable para ser tan ferozmente dichosos. Pero sacan el porrón de vino, las chuletas, la ensalada, el Cacciotta ricamente podrido, el jugo de naranja, los cafés, la ginebra. Estamos juntos y todo nos sabe por eso a fiesta. Soy feliz, ¡tan feliz! Si ahora me levantara saldría por el techo. Estoy, como se dice vulgarmente, contento. Vivo, vivo, y contigo comprendo que vivir es algo muy sencillo. El corazón ha abierto su mano y yo deliro. Me dejo estar. Te quiero. Todo es bello. Irradio una certeza fulminante. Soy el alguien tremendo que en ti se basta a sí mismo. Soy mi absoluta presencia (¿qué pasa?) que está aquí (¡perdón, nada!). Soy contigo y tú conmigo, el imán de los prodigios. ¿Quién creería si nos viera que cada día, obtusa, la desgracia del mundo de fuera nos arrastra? ¡Amor besa mi muerte! ¡Dolor, sé voluptuoso! ¡Oh tú, Necesidad, pon la burla en mis ojos y en pecho ese ritmo de la paz y la guerra que son a una el latido fatal de la belleza! ¡Ahora, mi ahora mismo, sé límpido y valiente, la alegría ganada a los monstruos informes, y a lo triste sin alma! ¡Oh tú, mi yo más bello, mi más que yo, mi amada, manténme con tus ojos suspenso, nunca grave, y sea siempre magia la vida cotidiana!

Venus:
En la alcoba sombría, entre fríos basaltos, el vientre monumental y luminoso de una estatua de mármol. La lluvia adormecía los secretos y pulsaba tensas cuerdas en el arpa del silencio, mientras un ángel, envuelto en un nimbo deslumbrante de misterio, acariciaba con un gesto indiferente los senos de las diosas. A los pies de una Venus caían estranguladas las palomas. El amor desnudo y frío dormía sobre los filos enlunados de diez brillantes cuchillos.

 

 

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