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Juan Ramón Jiménez:
A mi alma Siempre tienes la rama preparada para la rosa justa; andas alerta siempre, el oído cálido en la puerta de tu cuerpo, a la flecha inesperada. Una onda no pasa de la nada, que no se lleve de tu sombra abierta la luz mejor. De noche, estás despierta en tu estrella, a la vida desvelada. Signo indeleble pones en las cosas. luego, tornada gloria de las cumbres, revivirás en todo lo que sellas. Tu rosa será norma de las rosas; tu oír, de la armonía; de las lumbres tu pensar; tu velar, de las estrellas. Acabas de salir de tu alcoba... Yo he entrado... Acabas de salir de tu alcoba... Yo he entrado. está desarreglada, deshojada, marchita... sobre una silla de oro, el corsé perfumado que llevabas la tarde de la última cita... En el sofá -¡oh recuerdos!- la magia de tu enagua, tu huella en el desorden fragante de tu lecho, ¡ah, y en la palangana de plata, sobre el agua, una rosa amarilla que perfumó tu pecho! ¡Y un olor de imposible, de placer no extinguido y saciado, ese más que tiene la belleza, laberinto sin clave, sin fin y sin sentido, que nace con locura y muere con tristeza! Adolescencia En el balcón, un instante nos quedamos los dos solos. desde la dulce mañana de aquel día éramos novios. -El paisaje soñoliento dormía sus vagos tonos, bajo el cielo gris y rosa del crepúsculo de otoño-. Le dije que iba a besarla; bajó, serena, los ojos y me ofreció sus mejillas como quien pierde un tesoro. -Caían las hojas muertas, en el jardín silencioso, y en el aire erraba aún un perfume de heliotropos-. No se atrevía a mirarme; le dije que éramos novios, ...y las lágrimas rodaron de sus ojos melancólicos. Agua mujer ¿Qué me copiaste en ti, que cuando falta en mí la imajen de la cima, corro a mirarme en ti? Ahogada ¡Su desnudez y el mar! Ya están, plenos, lo igual con lo igual. La esperaba, desde siglos el agua, para poner su cuerpo solo en su trono inmenso. Y ha sido aquí en Iberia. La suave playa céltica se la dio, cual jugando, a la ola del verano. (Así va la sonrisa ¡amor! a la alegría) ¡Sabedlo, marineros: de nuevo es reina Venus! Alegría nocturna ¡Allá va el olor de la rosa! ¡Cójelo en tu sinrazón! ¡Allá va la luz de la luna! ¡Cójela en tu plenitud! ¡Allá va el cantar del arroyo! ¡Cójelo en tu libertad! Amor No, no has muerto, no. Renaces, con las rosas en cada primavera. Como la vida, tienes tus hojas secas; tienes tu nieve, como la vida... Mas tu tierra, amor, está sembrada de profundas promesas, que han de cumplirse aún en el mismo olvido. ¡En vano es que no quieras! La brisa dulce torna, un día, al alma; una noche de estrellas, bajas, amor, a los sentidos, casto como la vez primera. ¡Pues eres puro, eres eterno! A tu presencia, vuelven por el azul, en blanco bando, blancas palomas que creíamos muertas... Abres la sola flor con nuevas hojas... Doras la inmortal luz con lenguas nuevas... ¡Eres eterno, amor, como la primavera! Anda el agua de alborada... (Romance popular.) Doraba la luna el río -¡fresco de la madrugada!-. Por el mar venían olas teñidas de luz de alba. El campo débil y triste se iba alumbrando. Quedaba el canto roto de un grillo, la queja oscura de un agua. Huía el viento a su gruta, el horror a su cabaña; en el verde de los pinos se iban abriendo las alas. Las estrellas se morían, se rasaba la montaña; allá en el pozo del huerto la golondrina cantaba. Ante la sombra virgen Siempre yo penetrándote, pero tú siempre virjen, sombra; como aquel día en que primero vine llamando a tu secreto, cargado de afán libre. ¡Virjen oscura y plena, pasada de hondos iris que apenas se ven; toda negra, con las sublimes estrellas, que no llegan (arriba) a descubrirte! Aquella tarde, al decirle... Aquella tarde, al decirle que me alejaba del pueblo, me miró triste, muy triste, vagamente sonriendo. Me dijo: ¿Por qué te vas? Le dije: Porque el silencio de estos valles me amortaja como si estuviera muerto. -¿Por qué te vas?- He sentido que quiere gritar mi pecho, y en estos valles callados voy a gritar y no puedo. Y me dijo: ¿Adónde vas? Y le dije: A donde el cielo esté más alto y no brillen sobre mí tantos luceros. La pobre hundió su mirada allá en los valles desiertos y se quedó muda y triste, vagamente sonriendo. Árboles hombres Ayer tarde, volvía yo con las nubes que entraban bajos rosales (grande ternura redonda) entre los troncos constantes. La soledad era eterna y el silencio inacabable. Me detuve como un árbol y oí hablar a los árboles. El pájaro solo huía de tan secreto paraje, sólo yo podía estar entre las rosas finales. Yo no quería volver en mí, por miedo de darles disgusto de árbol distinto a los árboles iguales. Los árboles se olvidaron, de mi forma de hombre errante, y, con mi forma olvidada, oía hablar a los árboles. Me retardé hasta la estrella. En vuelo de luz suave, fui saliéndome a la orilla, con la luna ya en el aire. Cuando yo ya me salía, vi a los árboles mirarme. Se daban cuenta de todo y me apenaba dejarles. Y yo los oía hablar, entre el nublado de nácares, con blando rumor, de mí. Y ¿cómo desengañarles? ¿Cómo decirles que no, que yo era sólo el pasante, que no me hablaran a mí? No quería traicionarles. Y ya muy tarde, ayer tarde, oí hablarme a los árboles. Belleza cotidiana -amor tranquilo-... Belleza cotidiana -amor tranquilo-, ¡qué bella eres ahora! ¡Sí, en todo vives tú! ¡Mata que fue esqueleto sin luz, hoy toda es rosas; vereda que te ibas, como el enterrador al cementerio, por la gavia roja y apestosa de perros muertos y de almejas malas: cómo vienes a mí, clara, saltona, igual que un niño! Agua muda y verde de mis penas, hoy límpida y sonora de mi alegría, ¿qué ruedas de oro y plata le das a mi ventura misteriosa? Cállate, por Dios, que tú... ¡Cállate, por Dios, que tú no vas a saber decírmelo! ¡Deja: que abran todos mis sueños y todos mis lirios! Mi corazón oye bien la letra de tu cariño... El agua lo va temblando, entre las flores del río; lo va soñando la niebla, lo están cantando los pinos -y la luna rosa- y el corazón de tu molino... ¡No apagues, por Dios, la llama que arde dentro de mí mismo! ¡Cállate, por Dios, que tú no vas a saber decírmelo! ¿Cómo era, Dios mío, cómo era? ¿Cómo era, Dios mío, cómo era? -¡Oh corazón falaz, mente indecisa!- ¿Era como el pasaje de la brisa? ¿Como la huida de la primavera? Tan leve, tan voluble, tan ligera cual estival vilano... ¡Sí! Imprecisa como sonrisa que se pierde en risa... ¡Vana en el aire, igual que una bandera! ¡Bandera, sonreír, vilano, alada primavera de junio, brisa pura...! ¡Qué loco fue tu carnaval, qué triste! Todo tu cambiar trocóse en nada -¡memoria, ciega abeja de amargura!- ¡No sé cómo eras, yo que sé qué fuiste! Con lilas llenas de agua... ...Rit de la fraícheur de l'eau. Victor Hugo Con lilas llenas de agua, le golpeé las espaldas. y toda su carne blanca se enjoyó de gotas claras. ¡Ay, fuga mojada y cándida, sobre la arena perlada! -La carne moría, pálida, entre los rosales granas; como manzana de plata, amanecida de escarcha.- Corría, huyendo del agua, entre los rosales granas. Y se reía, fantástica. La risa se le mojaba. Con lilas llenas de agua, corriendo, la golpeaba... ( De "Francina en el jardín" ) Cuando, dormida tú, me echo en tu alma... Cuando, dormida tú, me echo en tu alma y escucho, con mi oído en tu pecho desnudo, tu corazón tranquilo, me parece que, en su latir hondo, sorprendo el secreto del centro del mundo. Me parece que legiones de ángeles, en caballos celestes -como cuando, en la alta noche escuchamos, sin aliento y el oído en la tierra, trotes distantes que no llegan nunca-, que legiones de ángeles, vienen por ti, de lejos -como los Reyes Magos al nacimiento eterno de nuestro amor-, vienen por ti, de lejos, a traerme, en tu ensueño, el secreto del centro del cielo. De tu lecho alumbrado de luna me venían... De tu lecho alumbrado de luna me venían no sé qué olores tristes de deshojadas flores; heridas por la luna, las arañas reían ligeras sonatinas de lívidos colores... Se iba por los espejos la hora amarillenta... frente al balcón abierto, entre la madrugada, tras la suave colina verdosa y soñolienta, se ponía la luna, grande, triste, dorada... La brisa era infinita. Tú dormías, desnuda... tus piernas se enlazaban en cándido reposo, y tu mano de seda, celeste, ciega, muda, tapaba, sin tocarlo, tu sexo tenebroso. Desnudos (Adioses. Ausencia. Regreso) Nacía, gris, la luna, y Beethoven lloraba, bajo la mano blanca, en el piano de ella... En la estancia sin luz, ella, mientras tocaba, morena de la luna, era tres veces bella. Teníamos los dos desangradas las flores del corazón, y acaso llorábamos sin vernos... Cada nota encendía una herida de amores... -El dulce piano intentaba comprendernos.- Por el balcón abierto a brumas estrelladas, venía un viento triste de mundos invisibles... Ella me preguntaba de cosas ignoradas y yo le respondía de cosas imposibles... Donador Yo no soy yo. Soy este que va a mi lado sin yo verlo; que, a veces, voy a ver, y que, a veces, olvido. El que calla, sereno, cuando hablo, el que perdona, dulce, cuando odio, el que pasea por donde no estoy, el que quedará en pie cuando yo muera. De "Eternidades" El amor El amor, a qué huele? Parece, cuando se ama, que el mundo entero tiene rumor de primavera. Las hojas secas tornan y las ramas con nieve, y él sigue ardiente y joven, oliendo a rosa eterna. Por todas partes abre guirnaldas invisibles, todos sus fondos son líricos -risa o pena-, la mujer a su beso cobra un sentido mágico que, como en los senderos, sin cesar se renueva... Vienen al alma música de ideales conciertos, palabras de una brisa liviana entre arboledas; se suspira y se llora, y el suspiro y el llanto dejan como un romántico frescor de madreselvas... El día bello Y en todo desnuda tú. He visto la aurora rosa y la mañana celeste, he visto la tarde verde y he visto la noche azul. Y en todo desnuda tú. Desnuda en la noche azul, desnuda en la tarde verde y en la mañana celeste, desnuda en la aurora rosa. Y en todo desnuda tú. El mar lejano La fuente aleja su cantata. Despiertan todos los caminos... Mar de la aurora, mar de plata, ¡qué limpio estás entre los pinos! Viento del Sur, ¿vienes sonoro de soles? Ciegan los caminos... Mar de la siesta, mar de oro, ¡qué alegre estás sobre los pinos! Dice el verdón no sé qué cosa... Mi alma se va por los caminos... Mar de la tarde, mar de rosa, ¡qué dulce estás entre los pinos! El todo No recordar nada... Que me hunda la noche callada, como una bandada blanda y acabada. (Que no quede nada... Que pase la mujer amada por una dejada estancia soñada) No desear nada... Perderse en la idea sagrada, como una dorada sombra en la alborada. En el sopor azul e hirviente de la siesta... En el sopor azul e hirviente de la siesta, el jardín arde al sol. Huele a rosas quemadas. La mar mece, entre inmóviles guirnaldas de floresta, una diamantería de olas soleadas. Cúpulas amarillas encienden a lo lejos, en la ciudad atlántica, veladas fantasías; saltan, ríen, titilan momentáneos reflejos de azulejos, de bronces y de cristalerías. El agua abre sus frescos abanicos de plata, hasta el reposo verde de las calladas hojas, y en el silencio solitario una fragata, blanca y henchida, surje, entre las rocas rojas. .. ( De "Mar del sur" ) Espejeo de estío Sol único hecho agua, todo el mar rumia y dormita como un solo monstruo de todos. En un lejos total, entre el vapor ajeno las costas son de ópalo. Trae el viento completo olor a la otra isla, visión mayor del trópico con la mujer universal bajo el caobal secreto del dios loro. Sube la tarde, el cielo bate un cobre amarillo suntuoso, bandadas lentas van por el jardín del pensamiento roto. Pasa una claridad de hechos más áureos el cercano infinito. Sólo rojo de velas un total navío nos cubre el imposible conseguido viniendo a lo oriental más misterioso. Esperanza ¡Esperar! ¡Esperar! Mientras, el cielo cuelga nubes de oro a las lluviosas; las espigas suceden a las rosas; las hojas secas a la espiga; el yelo sepulta la hoja seca; en largo duelo, despide el ruiseñor las amorosas noches; y las volubles mariposas doblan en el caliente sol su vuelo. Ahora, a la candela campesina, la lenta cuna de mis sueños mecen los vientos del octubre colorado... La carne se me torna más divina, viejas, las ilusiones, encanecen, y lo que espero ¡ay! es mi pasado. Estoy midiéndome con Dios Enmedio de la mar, un barco, éste, mide, corta, precisa, sitúa, relaciona su conciencia, la mía, dios. No vamos por la mar (yo solo con el barco, mientras los otros duermen) vamos por tu conciencia, que es ahora redonda, gris, lluviosa, acojedora como yo mismo, dios ahora, en esta hora. Esta es la noche igual a aquella de mi partida, la de la pureza del mar, mar de igual ola, aquella de la puerta de la luna a la que se llegaba por su propia estela, luna velada hoy por la cortina de tu lluvia. Vamos, dios, por conciencia de agua total en hilos de arpa de alta música con acompañamiento de honda densidad moral. Y, en medio de la mar, tu jeometría surje de pronto, te sitúa, corta, mide, precisa, relaciona conmigo y en tu barco que vijilo; barco que parte en tres mi vida: una vida en el este, otra en el sur, 'otra en el norte; y yo sereno enmedio de la mar de oeste, lleno de amor, el centro de rosa de las lluvias del amor. Lleno de amor, el mío, un barco y yo, el amor enmedio del amor, de tanto amor que necesita el mar para medirse, dios. Y enmedio de la mar yo estoy midiéndote, enmedio de la mar y en este barco, éste, estoy midiéndome contigo, dios. De "35 poemas del mar" Estoy triste, y mis ojos no lloran... Estoy triste, y mis ojos no lloran y no quiero los besos de nadie; mi mirada serena se pierde en el fondo callado del parque. ¿Para qué he de soñar en amores si está oscura y nuviosa la tarde y no vienen suspiros ni aromas en las rondas tranquilas del aire? Han sonado las horas dormidas; está solo el inmenso paisaje; ya se han ido los lentos rebaños; flota el humo en los pobres hogares. Al cerrar mi ventana a la sombra, una estrena brilló en los cristales; estoy triste, mis ojos no lloran, ¡ya no quiero los besos de nadie! Soñaré con mi infancia: es la hora de los niños dormidos; mi madre me mecía en su tibio regazo, al amor de sus ojos radiantes; y al vibrar la amorosa campana de la ermita perdida en el valle, se entreabrían mis ojos rendidos al misterio sin luz de la tarde... Es la esquila; ha sonado. La esquila ha sonado en la paz de los aires; sus cadencias dan llanto a estos ojos que no quieren los besos de nadie. ¡Que mis lágrimas corran! Ya hay flores, ya hay fragancias y cantos; si alguien ha soñado en mis besos, que venga de su plácido ensueño a besarme. Y mis lágrimas corren... No vienen... ¿Quién irá por el triste paisaje? Sólo suena en el largo silencio la campana que tocan los ángeles. Eternidades Vino primero pura, vestida de inocencia; y la amé como un niño. Luego se fue vistiendo de no sé qué ropajes; y la fui odiando sin saberlo. Llegó a ser una reina fastuosa de tesoros... ¡Qué iracundia de yel y sin sentido! Más se fue desnudando y yo le sonreía. Se quedó con la túnica de su inocencia antigua. Creí de nuevo en ella. Y se quitó la túnica y apareció desnuda toda. ¡Oh pasión de mi vida, poesía desnuda, mía para siempre! Hoy eres tú, mar de retorno... Hoy eres tú, mar de retorno; hoy, que te dejo, eres tú, mar! ¡Qué grande eres, de espaldas a mis ojos, jigante negro hacia el ocaso grana con tu carga chorreosa de tesoros! -Te quedas murmurando en un extraño idioma informe, de mí; no quieres nada conmigo; entre tu ida y mi vuelta resta el despego inmenso de una eterna nostaljia.- ... De repente, te vuelves parado, vacilante, borracho colosal y, grana, me miras con encono y desconocimiento y me asustas gritándome en mi cara hasta dejarme sordo, mudo y ciego... Luego te ríes, y cantando que me perdonas, te vas, diciendo disparates, imitando gruñidos de fieras y saltos de delfines y piadas de pájaros; y te hundes hasta el pecho o sales, hasta el sol, del oleaje -San Cristóbal-, con mi miedo en el hombro acostumbrado a levantar navíos a los cielos. Me siento perdonado. Y lloro, mar salvaje, toda tu agua de hierro, luz y oro! (14 de junio.) Iba, blanca y tierna... Iba, blanca y tierna, entre los brotes rubios y verdes... A donde daba su frente, oriente era. Lo fuerte, a su mudo pasar leve, se caía, vano y débil. Estaba encima y ausente de todo, y todo, envolviéndole el corazón transparente, la hacía una y perenne, como la vida a la muerte. -Como a la vida. Su nieve era inmortal y celeste. Nevaba del suelo al cenit. Pasó, sin irse. Indeleble y absorto, quedó el presente mirando su huida, siempre... Jardín Yo no sé cómo saltar desde la orilla de hoy a la orilla de mañana. El río se lleva, mientras, la realidad de esta tarde, a mares sin esperanza. Miro al oriente, al poniente, miro al sur y miro al norte. Toda la verdad dorada que cercaba al alma mía, cual con un cielo completo, se cae, partida y falsa. Y no sé cómo saltar desde la orilla de hoy a la orilla de mañana. De "Estío" Las tardes de enero Va cayendo la noche: La bruma ha bajado a los montes el cielo: Una lluvia menuda y monótona humedece los árboles secos. El rumor de sus gotas penetra hasta el fondo sagrado del pecho, donde el alma, dulcísima, esconde su perfume de amor y recuerdos. ¡Cómo cae la bruma en en alma! ¡Qué tristeza de vagos misterios en sus nieblas heladas esconden esas tardes sin sol ni luceros! En las tardes de rosas y brisas los dolores se olvidan, riendo, y las penas glaciales se ocultan tras los ojos radiantes de fuego. Cuando el frío desciende a la tierra, inundando las frentes de invierno, se reflejan las almas marchitas a través de los pálidos cuerpos. Y hay un algo de pena insondable en los ojos sin lumbre del cielo, y las largas miradas se pierden en la nada sin fe de los sueños. La nostalgia, tristísima, arroja en las almas su amargo silencio, Y los niños se duermen soñando con ladrones y lobos hambrientos. Los jardines se mueren de frío; en sus largos caminos desiertos no hay rosales cubiertos de rosas, no hay sonrisas, suspiros ni besos. ¡Como cae la bruma en el alma perfumada de amor y recuerdos! ¡Cuantas almas se van de la vida estas tardes sin sol ni luceros! Le he puesto una rosa fresca... Le he puesto una rosa fresca a la flauta melancólica; cuando cante, cantará con música y con aroma. Tendrá una voz de mujer, vacilante, arrolladora, plata con llanto y sonrisa, miel de mirada y de boca. -Y será cual si unos finos dedos jugasen con sombra por los leves agujeros de la caña melodiosa-. ¡Tonada que no sé yo, oída una tarde en la fronda; tonada que fui a coger y que huía entre las hojas. Para ver si no se iba, la engañé con una rosa: cuando llore, llorará con música y con aroma.

Lejos tú, lejos de ti...:
Lejos tú, lejos de ti, yo, más cerca del mío; afuera tú, hacia la tierra, yo hacia adentro, al infinito. Los soles que tu verás, serán los soles ya vistos; yo veré los soles nuevos que sólo enciende el espíritu. Nuestros rostros, al volverse a hallar, no dirán lo mismo. Tu olvido estará en tus ojos, en mi corazón mi olvido. Los caminos de la tarde... Los caminos de la tarde se hacen uno, con la noche. Por él he de ir a ti. amor que tanto te escondes. Por él he de ir a ti, como la luz de los montes, como la brisa del mar, como el olor de las flores. Luna sola Cesó el clarín agudo, y la luna está triste. Grandes nubes arrastran la nueva madrugada. Ladra un perro alejándose, y todo lo que existe se hunde en el abismo sin nombre de la nada. La luna dorará un viejo camposanto... Habrá un verdín con luna sobre una antigua almena... En una fuente sola, será una luna en llanto... Habrá una mar sin nadie, bajo una luna llena... Manos ¡Ay tus manos cargadas de rosas! Son más puras tus manos que las rosas. Y entre las hojas blancas, surgen lo mismo que pedazos de luceros, que alas de mariposas albas, que sedas cándidas. ¿Se te cayeron de la luna? ¿Juguetearon en una primavera celeste? ¿son del alma? Tienen esplendor vago de lirios de otro mundo; deslumbran lo que sueñan, refrescan lo que cantan. Mi frente se serena, como un cielo de tarde, cuando tú con tus manos entre sus nubes andas; si las beso, la púrpura de brasa de mi boca empalidece de su blancor de piedra de agua. ¡Tus manos entre sueños! Atraviesan, palomas de fuego blanco, por mis pesadillas malas, y, a la aurora me abren, como con luz de ti, la claridad suave del oriente de plata. Mar ideal Los dos vamos nadando -agua de flores o de hierro- por nuestras dobles vidas. -Yo, por la mía y por la tuya; tú, por la tuya y por la mía-. De pronto, tú te ahogas en tu ola, yo en la mía; y, sumisas, tu ola, sensitiva, me levanta, te levanta la mía, pensativa. Mi cuerpo Vivo olvidada de mi cuerpo. Cuando miro la aurora, confusamente lo recuerdo bello, cual si estuviera fuera de mí y muy lejos. Mas cuando tú me coges me lo siento todo, duro, suave, dibujado, lleno, y gozo de él en ti y en mí, contigo, descubierto, en su secreto. Nada A tu abandono opongo la elevada torre de mi divino pensamiento. Subido a ella, el corazón sangriento verá la mar, por él empurpurada. Fabricaré en mi sombra la alborada, mi lira guardaré del vano viento, buscaré en mis entrañas mi sustento... Mas, ¡ay!, ¿y si esta paz no fuera nada? ¡Nada, sí, nada, nada!... - O que cayera mi corazón al agua, y de este modo fuese el mundo un castillo hueco y frío...- Nocturno A G. Martínez Sierra Aun soñaba en las dulzuras de esta tarde. Estoy solo; mis amores están lejos; y mi alma que se muere de tristeza, de nostalgia y de recuerdos, se sumía fatigada en la bruma de los sueños. Esta tarde han florecido los vergeles de los cielos; los crepúsculos pasados fueron grises cual monótonos crepúsculos de invierno. Esta tarde renació la primavera: los velados horizontes descubrieron sus aldeas indecisas; hubo rosas y violetas en lo azul del firmamento, hubo magia fabulosa de colores y de esencias; fue un crepúsculo de aquellos de las dulces primaveras que mi alma ve vagar en sus recuerdos. En la nada flotó un algo de profundas transparencias y los giros de las brisas, un momento dibujáronse temblando; una onda ensombrecía los misterios de la tarde... En el cielo religioso las estrellas del crepúsculo entreabrieron; y mi alma se perdió en la vaga bruma de los últimos jardines melancólicos y quietos... Aun soñaba en las dulzuras de esta tarde. Estoy solo; mis amores están lejos. He entreabierto mi balcón: por oriente ya la luna va naciendo; las fragantes madreselvas dan al aire de la noche las unciones de sus frescos y balsámicos perfumes; están tristes los luceros. En mi oído vibra el ritmo de las voces que se aman. Me da horror de estar a solas con mi cuerpo... El silencio me contagia; estoy mudo..., en mis labios no hay acentos... Me parece que no hay nadie sobre el mundo, Me parece que mi cuerpo se agiganta; siento frío, tengo fiebre, en la sombra me amenazan mil espectros... He sentido que la vida se ha apagado sólo viven los latidos de mi pecho: es que el mundo está en mi alma; las ciudades son ensueños... Sólo turba la quietud solemne y honda el temblor de los diamantes de los cielos. Estoy solo con mi alma que se muere de tristeza, de nostalgia y de recuerdos. ¿A quién cuento mis pesares? Me da miedo de turbar este silencio con sollozos. ¡Si escuchara algún suspiro! ¡Mis amores están lejos! Por los árboles henchidos de negruras hay terrores de unos monstruos soñolientos, de culebras colosales arrolladas y alacranes gigantescos; y parece que del fondo de las sendas unos hombres enlutados van saliendo... Los jardines están llenos de visiones; hay visiones en mi alma..., siento frío, estoy solo, tengo sueño... Los recuerdos se amontonan en mi mente, los suavísimos recuerdos de las tardes que me dieron sus colores, sus esencias y sus besos. ¡Son tan dulces esas tardes de la tierra!, (¡ah, las tardes de los cielos!) Ya la luna amarillenta va subiendo. Mis pupilas, anegadas por el llanto, se han cuajado de luceros. Siento frío...¡Quién pudiera dormitar eternamente en su ensueño, olvidarse de la tierra y perderse en lo infinito de los cielos! Llega un aire perfumado, caen mis lágrimas; estoy solo; mis amores están lejos... Nostalgia Al fin nos hallaremos. Las temblorosas manos apretarán, suaves, la dicha conseguida, por un sendero solo, muy lejos de los vanos cuidados que ahora inquietan la fe de nuestra vida. Las ramas de los sauces mojados y amarillos nos rozarán las frentes. En la arena perlada, verbenas llenas de agua, de cálices sencillos, ornarán la indolente paz de nuestra pisada. Mi brazo rodeará tu mimosa cintura, tú dejarás caer en mi hombro tu cabeza, ¡y el ideal vendrá entre la tarde pura, a envolver nuestro amor en su eterna belleza! Nubes Nevada de los cielos, pareciste la luna trastornada en primavera. Vi una vez, no sé dónde, una pradera así, blanca cual tú te apareciste. En un sueño más sueño aún, volviste de nuevo a mí como la mensajera del último blancor que el alma espera... Me desperté dos veces, triste y triste. No sé si desvelada va o dormida mi esperanza contigo. Sobrepasa unas veces, con luz, tu mismo albor, cuando estoy más despierto que en la vida... Ya veces es como que me traspasa la negra sombra de un almendro en flor... Octubre II A través de la paz del agua pura, el sol le dora al río sus verdines; las hojas secas van, y los jazmines últimos, sobre el oro a la ventura. El cielo, verde, en la más libre altura de su ancha plenitud, deja los fines del mundo en un extremo de jardines de ilusión. ¡Tarde en toda tu hermosura! ¡Qué paz! Al chopo claro viene y canta un pájaro. Una nube se desvae sin color, y una sota mariposa, luz, se sume en la luz... y se levanta de todo no sé qué hálito, que trae, triste de no morir aún más, la rosa. ¡Oh triste coche viejo, que en mi memoria ruedas!... ¡Oh triste coche viejo, que en mi memoria ruedas! ¡Pueblo, que en un recodo de mi alma te pierdes! ¡Lágrima grande y pura, lucero que te quedas, temblando en la colina, sobre los campos verdes! Verde el cielo profundo, despertaba el camino, fresco y fragante del encanto de la hora; cantaba un ruiseñor despierto, y el molino rumiaba un son eterno, rosa frente a la aurora. -Y en el alma, un recuerdo, una lágrima, una mano alzando un visillo blanco al pasar un coche... la calle de la víspera, azul bajo la luna solitaria, los besos de la última noche ¡Oh triste coche viejo, que en mi memoria ruedas! ¡Pueblo, que en un recodo de mi alma te pierdes! ¡Lágrima grande y pura, lucero que te quedas, temblando, en la colina, sobre los campos verdes! Otoño Esparce octubre, al blando movimiento del sur, las hojas áureas y las rojas, y, en la caída clara de sus hojas, se lleva al infinito el pensamiento. Qué noble paz en este alejamiento de todo; oh prado bello que deshojas tus flores; oh agua fría ya, que mojas con tu cristal estremecido el viento! ¡Encantamiento de oro! Cárcel pura, en que el cuerpo, hecho alma, se enternece, echado en el verdor de una colina! En una decadencia de hermosura, la vida se desnuda, y resplandece la excelsitud de su verdad divina. Poeta Cuando cojo este libro, súbitamente se me pone limpio el corazón, lo mismo que un pomo cristalino. -Me da luz en mi espíritu, luz pasada por mirtos vespertinos, sin ver yo sol alguno... ¡Qué rico me lo siento! Como un niño que no ha gastado nada de su vivo tesoro, y aun lo espera todo de sus lirios -la muerte es siempre para los vecinos-, todo lo que es sol: gloria, aurora, amor, domingo. Primavera Abril, sin tu asistencia clara, fuera invierno de caídos esplendores; mas aunque abril no te abra a ti sus flores, tú siempre exaltarás la primavera. Eres la primavera verdadera: rosa de los caminos interiores brisa de los secretos corredores, lumbre de la recóndita ladera. ¡Qué paz, cuando en la tarde misteriosa, abrazados los dos, sea tu risa el surtidor de nuestra sola fuente! Mi corazón recogerá tu rosa, sobre mis ojos se echará tu brisa tu luz se dormirá sobre mi frente... Qué débil el latido... ¡Qué débil el latido de tu corazón leve y qué hondo y qué fuerte su secreto! ¡Qué breve el cuerpo delicado que lo envuelve de rosas, y qué lejos, desde cualquiera parte tuya -y qué no hecho- el centro de tu alma! ¡Qué dulcemente va cayendo tu belleza!... ...les bords, il fallait le reconnaître, commençaient à se dessécher... « La bacchantes » : Maurice de Guérin ¡Qué dulcemente va cayendo tu belleza! Otoño pleno desordena la armonía de tu pecho; y, en plástica oleada de triteza, el mar de tu alma alza tu cuerpo de elegía. Hueles a acacia mustia. A veces, nubla un manto tus ojos de poniente; y, en avara demencia, recorrer, cada instante, el decaído encanto - ¡magnolia, azucenón! - de tu rubia opulencia. Pero la permanencia vaga de tu ruina, bello como un crepúsculo reflejo de una gloria, da al amor que a ti vuelve, cual una golondrina al nido, un goce lento, largo, como tu historia. ¡Qué goce triste éste... ¡Qué goce triste éste de hacer todas las cosas como ella las hacía! Se me torna celeste la mano, me contagio de otra poesía. Y las rosas de olor, que pongo como ella las ponía, exaltan su color; y los bellos cojines, que pongo como ella los ponía, florecen sus jardines; y si pongo mi mano -como ella la ponía- en el negro piano, surge, como en un piano muy lejano, más honda la diaria melodía. ¡Qué goce triste este de hacer todas las cosas como ella las hacía! Me inclino a los cristales del balcón, con un gesto de ella, y parece que el pobre corazón no está tan sólo. Miro al jardín de la tarde, como ella, y el suspiro y la estrella se funden en romántica armonía. ¡Qué goce triste este de hacer todas las cosas como ella las hacía! Dolorido y con flores, voy, como un héroe de poesía mía, por los desiertos corredores que despertara ella con su blando paso, y mis pies son de raso -¡oh, ausencia hueca y fría!- y mis pisadas dejan resplandores. ¡Qué goce triste este de hacer todas las cosas como ella las hacía! ¡Qué tristeza de olor de jazmín! El verano... ¡Qué tristeza de olor de jazmín! El verano torna a encender las calles y a oscurecer las casas, y, en las noches, regueros descendidos de estrellas pesan sobre los ojos cargados de nostaljia. En los balcones, a las altas horas, siguen blancas mujeres mudas, que parecen fantasmas; el río manda, a veces, una cansada brisa, el ocaso, una música imposible y romántica. La penumbra reluce de suspiros; el mundo se viene, en un olvido májico, a flor de alma; y se cojen libélulas con las manos caídas, y, entre constelaciones, la alta luna se estanca. ¡Qué tristeza de olor de jazmín! Los pianos están abiertos; hay en todas partes miradas calientes... Por el fondo de cada sombra azul, se esfuma una visión apasionada y lánguida. (De "Olor de jazmín" ) ¿Remordimiento? La tarde será un sueño de colores... Tu fantástica risa de oro y plata derramará en la gracia de las flores su leve y cristalina catarata. Tu cuerpo, ya sin mis amantes huellas, errará por los grises olivares, cuando la brisa mueva las estrellas allá sobre la calma de los mares... ¡Sí, tú, tú misma...! irás por los caminos y el naciente rosado de la luna te evocará, subiendo entre los pinos, mis tardes de pasión y de fortuna. Y mirarás, en pálido embeleso, sombras en pena, ronda de martirios, allí donde el amor, beso tras beso, fue como un agua plácida entre lirios... ¡Agua, beso que no dejó una gota para el retorno de la primavera; música sin sentido, seca y rota; pájaro muerto en lírica pradera! ¡Te sentirás, tal vez, dulce, transida, y verás, al pasar, en un abismo al que pobló las frondas de tu vida de flores de ilusión y de lirismo! Reproches Como el cansancio se abandona al sueño así mi vida a ti se confiaba... Cuando estaba en tus brazos, dulce sueño, te quería dejar ... y no acababa... Y no acababa... ¡Y tú te desasiste, sorda y ciega a mi llanto y a mi anhelo, y me dejaste desolado y triste, cual un campo sin flores y sin cielo! ¿Por qué huiste de mi? ¡Ay quién supiera componer una rosa deshojada; ver de nuevo, en la aurora verdadera, la realidad de la ilusión soñada! ¿Adonde te llevaste, negro viento, entre las hojas secas de la vida, aquel nido de paz y sentimiento que gorjeaba al alba estremecida? ¿En qué jardín, de qué rincón, de dónde rosalearán aquellas manos bellas? ¿Cuál es la mano pérfida que esconde los senos de celindas y de estrellas? ¡Ay quién pudiera hacer que el sueño fuese la vida!, ¡Que esta vida fría y vana que me anega de sombra, fuera ese sueño que desbarata mi mañana! Rosas mustias de cada día Todas las rosas blancas de la luna caían, por la ventana abierta, en el cuerpo desnudo ... Mirando aquellas carnes blandas que florecían, hundido entre mis sueños, yo estaba absorto y mudo. ¡Oh su sexo con luna! ¡Esencia indefinible de su sexo con luna! Hervían los blancores de la carne, y el rostro, perdido en lo invisible de la penumbra, lánguido, cerraba sus colores. Era el enervamiento del dolor ... Y cual una rosa de treinta años, opulenta y desierta, el cuerpo blanco se elevaba hacia la luna frío, espectral, azul, como una pompa muerta ... Se entró mi corazón en esta nada... Se entró mi corazón en esta nada, como aquel pajarillo, que, volando de los niños, se entró, ciego y temblando, en la sombría sala abandonada. De cuando en cuando intenta una escapada a lo infinito, que lo está engañando por su ilusión; duda, y se va, piando, del vidrio a la mentira iluminada. Pero tropieza contra el bajo cielo, una vez y otra vez, y por la sala deja, pegada y rota, la cabeza... En un rincón se cae, al fin, sin vuelo ahogándose de sangre, fría el ala, palpitando de anhelo y de torpeza. Si yo, por ti, he creado un mundo para ti... Si yo, por ti, he creado un mundo para ti, dios, tú tenías seguro que venir a él, y tú has venido a él, a mí seguro, porque mi mundo todo era mi esperanza. Yo he acumulado mi esperanza en lengua, en nombre hablado, en nombre escrito; a todo yo le había puesto nombre y tú has tomado el puesto de toda esta nombradía. Ahora puedo yo detener ya mi movimiento, como la llama se detiene en ascua roja con resplandor de aire inflamado azul, en el ascua de mi perpetuo estar y ser; ahora yo soy ya mi mar paralizado, el mar que yo decía, mas no duro, paralizado en olas de conciencia en luz y vivas hacia arriba todas, hacia arriba. Todos los nombres que yo puse al universo que por ti me recreaba yo, se me están convirtiendo en uno y en un dios. El dios que es siempre al fin, el dios creado y recreado y recreado por gracia y sin esfuerzo. El Dios. El nombre conseguido de los nombres. Solía ser en el estío. El viejo coche... Solía ser en el estío. El viejo coche se llevaba a los otros... Y la tarde tranquila se iba alejando por los prados de la noche, a un murmullo de pinos ya una queja de esquila. El coche aparecía, ladrado de lebreles, a la vuelta fragante del camino de arena. Los ¡adiós! se perdían entre los cascabeles... Nos quedábamos solos en la hora serena. Silencio, tú surgías de nosotros. Las manos, más blancas que la luna, entibiaban su anhelo, y, bajo los pinares, nuestros ojos cercanos se ponían más grandes que la mar y que el cielo. Sueño Imagen alta y tierna del consuelo, aurora de mis mares de tristeza, lis de paz con olores de pureza, ¡premio divino de mi largo duelo! Igual que el tallo de la flor del cielo, tu alteza se perdía en su belleza... Cuando hacia mí volviste la cabeza, creí que me elevaban de este suelo. Ahora, en el alba casta de tus brazos, acogido a tu pecho transparente, ¡cuán claras a mí toman mis prisiones! ¡Cómo mi corazón hecho pedazos agradece el dolor, al beso ardiente con que tú, sonriendo, lo compones! Tal como estabas En el recuerdo estás tal como estabas. Mi conciencia ya era esta conciencia, pero yo estaba triste, siempre triste, porque aún mi presencia no era la semejante de esta final conciencia Entre aquellos geranios, bajo aquel limón, junto a aquel pozo, con aquella niña, tu luz estaba allí, dios deseante; tú estabas a mi lado, dios deseado, pero no habías entrado todavía en mí. El sol, el azul, el oro eran, como la luna y las estrellas, tu chispear y tu coloración completa, pero yo no podía cogerte con tu esencia, la esencia se me iba (como la mariposa de la forma) porque la forma estaba en mí y al correr tras lo otro la dejaba; tanto, tan fiel que la llevaba, que no me parecía lo que era. Y hoy, así, sin yo saber por qué, la tengo entera, entera. No sé qué día fue ni con qué luz vino a un jardín, tal vez, casa, mar, monte, y vi que era mi nombre sin mi nombre, sin mi sombra, mi nombre, el nombre que yo tuve antes de ser oculto en este ser que me cansaba, porque no era este ser que hoy he fijado (que pude no fijar) para todo el futuro iluminado iluminante, dios deseado y deseante. ¿Te acuerdas? ¿Te acuerdas? Fue en el cuarto de los niños. La tarde de estío alzaba, limpia, por entre la arboleda suavemente mecida, últimas glorias puras, tristes en el cristal de la ventana abierta. El maniquí de mimbre y las telas cortadas, eran los confidentes de mil cosas secretas, una majia ideal de deshojadas rosas que el amor renovaba con audacia perversa... ¡Oh, qué encanto de ojos, de besos, de rubores; qué desarreglo rápido, qué confianza ciega, mientras, en la suave soledad, desde el suelo, miraban, asustadas, nuestro amor las muñecas! Te conocí, porque al mirar la huella... Te conocí, porque al mirar la huella de tu pie en el sendero, me dolió el corazón que me pisaste. Corrí loco; busqué por todo el día; como un perro sin amo. ... ¡Te habías ido ya! Y tu pie pisaba mi corazón, en un huir sin término, cual si él fuera el camino que te llevaba para siempre... Te deshojé como una rosa... Te deshojé como una rosa, para verte tu alma, y no la vi. Mas todo en torno -horizontes de tierra y de mares-, todo, hasta el infinito, se colmó de una esencia inmensa y viva. Viento negro, luna blanca... Viento negro, luna blanca. Noche de Todos los Santos. Frío. Las campanas todas de la tierra están doblando. El cielo, duro. Y su fondo da un azul iluminado de abajo, al romanticismo de los secos campanarios. Faroles, flores, coronas -¡campanas que están doblando!- ...Viento largo, luna grande, noche de Todos los Santos. ...Yo voy muerto, por la luz agria de las calles; llamo con todo el cuerpo a la vida; quiero que me quieran; hablo a todos los que me han hecho mudo, y hablo sollozando, roja de amor esta sangre desdeñosa de mis labios. ¡Y quiero ser otro, y quiero tener corazón, y brazos infinitos, y sonrisas inmensas, para los llantos aquellos que dieron lágrimas por mi culpa! ...Pero ¿acaso puede hablar de sus rosales un corazón sepulcrado? -¡Corazón, estás bien muerto! ¡Mañana es tu aniversario!-. Sentimentalismo, frío. La ciudad está doblando. Luna blanca, viento negro. Noche de Todos los Santos. Todas las rosas blancas de la luna caían... Todas las rosas blancas de la luna caían, por la ventana abierta, en el cuerpo desnudo... Mirando aquellas carnes blandas que florecían, hundido entre mis sueños, yo estaba absorto y mudo. ¡Oh su sexo con luna! ¡Esencia indefinible de su sexo con luna! Hervían los blancores de la carne, y el rostro, perdido en lo invisible de la penumbra, lánguido, cerraba sus colores. Era el enervamiento del dolor... Y cual una rosa de treinta años, opulenta y desierta, el cuerpo blanco se elevaba hacia la luna frío, espectral, azul, como una pompa muerta... Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros... Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando; y se quedará mi huerto, con su verde árbol, y con su pozo blanco. Todas la tardes, el cielo será azul y plácido; y tocarán, como esta tarde están tocando, las campanas del campanario. Se morirán aquellos que me amaron; y el pueblo se hará nuevo cada año; y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado, mi espíritu errará, nostálgico… Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol verde, sin pozo blanco, sin cielo azul y plácido… Y se quedarán los pájaros cantando.

 

 

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