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Baudelaire:
Conversación ¡Eres un bello cielo de otoño, claro y rosa! Pero en mí, la tristeza asciende como el mar, Y en su reflujo deja en mis cansados labios, El punzante recuerdo de sus limos amargos. -Se desliza tu mano por mi agotado pecho; Lo que ella en vano busca, es un hueco asolado Por las feroces garras que esconde la mujer. Mi corazón no busques, fue pasto de las fieras. Ahora es como un palacio saqueado por las turbas, Donde beben, se matan, se arrancan los cabellos. -Flota un perfume en torno de tu desnudo cuello!... ¡Tú lo quieres, Belleza, flagelo de las almas! Con tus ojos de fuego, como fiestas lujosas, ¡Calcina esos despojos que evitaron las fieras! Traducciones de otros autores: A la que pasa La avenida estridente en torno de mí aullaba. Alta, esbelta, de luto, en pena majestuosa, pasó aquella muchacha. Con su mano fastuosa Casi apartó las puntas del velo que llevaba. Ágil y ennoblecida por sus piernas de diosa, Me hizo beber crispado, en un gesto demente, En sus ojos el cielo y el huracán latente; El dulzor que fascina y el placer que destroza. Relámpago en tinieblas, fugitiva belleza, Por tu brusca mirada me siento renacido. ¿Volveré acaso a verte? ¿Serás eterno olvido? ¿Jamás, lejos, mañana?, pregunto con tristeza. Nunca estaremos juntos. Ignoro adónde irías. Sé que te hubiera amado. Tú también lo sabías. Versión de José Emilio Pacheco Alegoría Ésta es una mujer de rotunda cadera que permite en el vino mojar su cabellera. Las garras del amor , las mismas del granito. Se ríe de la muerte y la depravación, y, a pesar de su fuerte poder de destrucción, las dos han respetado hasta ahora, en verdad, de su cuerpo alto y firme la altiva majestad. Anda como una diosa y tiende sultana, siente por el placer fe mahometana. Y cuando abre los brazos, sus pechos soberanos demanda la mirada de todos los humanos. Ella sabe, ella sabe, ¡oh doncella infecunda!, necesaria, no obstante a la caterva inmunda, que la beldad del cuerpo es un sublime don que de cualquier infamia asegura el perdón. Ella ignora el infierno y purgatorio ignora, y mirará por eso, cuando le llegue la hora, la cara de la muerte en un tan duro momento, como un niño: sin odio sin remordimiento. Versión de María Fasce El balcón ¡Madre de los recuerdos! ¡Reina de los amantes! Eres todo mi gozo, ¡todo mi yugo eres! En ti revivirán los íntimos instantes y el sabor del hogar en los atardeceres, Madre de los recuerdos, ¡Reina de los Amantes! Las noches que doraba la crepitante lumbre, las noches del balcón entre un vaho de rosas, cuán dulce tu regazo, de ardiente mansedumbre y el frecuente decirnos inolvidables cosas en noches que doraba la crepitante lumbre. ¡Oh cuán bellos los soles de las tibias veladas! ¡Qué profundo el espacio! ¡Qué cordial poderío¡ Inclinado hacia ti, Reina de las amadas, respiraba el perfume de tu cuerpo bravío. Oh cuán bellos los soles de las tibias veladas. En redor espesaba la noche su negrura y entre ella adivinaban mis ojos tus pupilas, yo libaba tu aliento. ¡Oh veneno! ¡Oh dulzura! Y tus pies dormitaban en mis manos tranquilas, y en redor espesaba la noche su negrura. ¡Es de artistas fijar los minutos del gozo remirando el ayer sumido en tus rodillas! ¿A qué vano buscar encanto langoroso, de tu cuerpo y tu alma sino en las maravillas? Es de artistas fijar los minutos del gozo. Juramentos, aromas, besos innumerables: renacerán del vórtice vedado a nuestras sondas como soles que suben a cielos inefables después de sumergidos en las amargas ondas? ¡Oh aromas, juramentos! ¡Oh besos incontables! Versión de Carlos López Narváez El enemigo Mi juventud no fue sino oscura tormenta que rara vez el Sol cortó con luz brillante, trueno y lluvia ejercieron tan repetida afrenta que en mi jardín no existen los frutos incitantes. Yo que toqué el otoño del pensamiento azadas tendré que usar, rastrillos y palas poderosas, para juntar de nuevo las tierras inundadas donde los agujeros son grandes como fosas. Quién sabe si las nuevas flores que yo he soñado encontrarán en este territorio lavado el místico alimento que las vaya elevando! Oh dolor de dolor! Corre el tiempo, la vida, y el oscuro enemigo que nos va desangrando crece y se fortifica con la sangre perdida! Versión de Pablo Neruda El extranjero -¿A quién quieres más, hombre enigmático, dime, a tu padre, a tu madre, a tu hermana o a tu hermano? -Ni padre, ni madre, ni hermana, ni hermano tengo. -¿A tus amigos? -Empleáis una palabra cuyo sentido, hasta hoy, no he llegado a conocer. -¿A tu patria? -Ignoro en qué latitud está situada. -¿A la belleza? -Bien la querría, ya que es diosa e inmortal. -¿Al oro? -Lo aborrezco lo mismo que aborrecéis vosotros a Dios. -Pues ¿a quién quieres, extraordinario extranjero? -Quiero a las nubes..., a las nubes que pasan... por allá.... ¡a las nubes maravillosas! El gusto de la nada ¡Triste espíritu, antaño amante de la lucha, la Esperanza, cuya espuela excitaba tu ardor, no quiere ya montarte! Échate sin pudor, viejo caballo cuyas patas tropiezan en todos los obstáculos. Resígnate, corazón mío; duerme tu sueño de bruto. ¡Espíritu vencido, extenuado! Para ti, viejo merodeador, el amor no tiene ya sabor, ni tampoco la lucha; ¡adiós, pues, cantos del metal y suspiros de la flauta!, ¡placeres, no tentéis ya a un corazón sombrío y gruñón! ¡La adorable Primavera ha perdido su olor! Y el Tiempo me devora minuto tras minuto, como la nieve inmensa a un cuerpo afectado por la rigidez; contemplo desde lo alto el globo de su redondez, y ya no busco en él el abrigo de una choza. Alud, ¿quieres arrastrarme en tu caída? El perfume Lector: -¿Alguna vez, por suerte has respirado con morosa embriaguez, con avidez golosa el incienso que invade la nave silenciosa, o el pomo que de ámbar un tiempo fue colmado? ¡Oh mágico, profundo portento alucinado, presencia revivida de evocación brumosa, cuando sobre su cuerpo puedo aspirar la rosa de la sepulta imagen, del recuerdo adorado! Selváticos efluvios se propagan al vuelo del espeso y elástico madejón de su pelo, como un incensario que sahuma la alcoba. Y de las muselinas y el terciopelo oscuro de los trajes, de todo, fluye, en hálito puro, negro aroma gemelo del lecho de caoba. Versión de: Carlos López Narváez El reloj Los chinos ven la hora en los ojos de los gatos. Cierto día, un misionero que se paseaba por un arrabal de Nankin advirtió que se le había olvidado el reloj, y le preguntó a un chiquillo qué hora era. El chicuelo del Celeste Imperio vaciló al pronto; luego, volviendo sobre sí, contestó: «Voy a decírselo.» Pocos instantes después presentose de nuevo, trayendo un gatazo, y mirándole, como suele decirse, a lo blanco de los ojos, afirmó, sin titubear: «Todavía no son las doce en punto.» Y así era en verdad. Yo, si me inclino hacia la hermosa felina, la bien nombrada, que es a un tiempo mismo honor de su sexo, orgullo de mi corazón y perfume de mi espíritu, ya sea de noche, ya de día, en luz o en sombra opaca, en el fondo de sus ojos adorables veo siempre con claridad la hora, siempre la misma, una hora vasta, solemne, grande como el espacio, sin división de minutos ni segundos, una hora inmóvil que no está marcada en los relojes, y es, sin embargo, leve como un suspiro, rápida como una ojeada. Si algún importuno viniera a molestarme mientras la mirada mía reposa en tan deliciosa esfera; si algún genio malo e intolerante, si algún Demonio del contratiempo viniese a decirme: «¿Qué miras con tal cuidado? ¿Qué buscas en los ojos de esa criatura? ¿Ves en ellos la hora, mortal pródigo y holgazán?» Yo, sin vacilar, contestaría: «Sí; veo en ellos la hora. ¡Es la Eternidad!» ¿Verdad, señora, que éste es un madrigal ciertamente meritorio y tan enfático como vos misma? Por de contado, tanto placer tuve en bordar esta galantería presuntuosa, que nada, en cambio, he de pediros. El vampiro Tú que, como una cuchillada; Entraste en mi dolorido corazón. Tú que, como un repugnante tropel De demonios, viniste loca y adornada, Para hacer de mi espíritu humillado Tu lecho y tu dominio. ¡Infame!, a quien estoy ligado Como el forzado a su cadena, Como al juego el jugador empedernido, Como el borracho a la botella, Como a la carroña los gusanos. -¡Maldita, maldita seas tú! Supliqué a la rápida espada Que conquistara mi libertad Y supliqué al pérfido veneno Que sacudiera mi ruindad. ¡Ay! el veneno y la espada. Me desdeñaron diciéndome:. -No eres digno de que se te libere De tu esclavitud maldita. -¡Imbécil! -Si de su dominio Te libraron nuestros esfuerzos, Tus besos resucitarían El cadáver de tu vampiro. Versión de María Fasce El viaje A Maxime du Camp I Para el niño, enamorado de mapas y estampas, El universo es igual a su vasto apetito. ¡Ah! ¡Cuan grande es el mundo a la claridad de las lámparas! ¡Para las miradas del recuerdo, el mundo qué pequeño! Una mañana zarpamos, la mente inflamada, El corazón desbordante de rencor y de amargos deseos, Y nos marchamos, siguiendo el ritmo de la onda Meciendo nuestro infinito sobre el confín de los mares. Algunos, dichosos al huir de una patria infame; Otros, del horror de sus orígenes, y unos contados, Astrólogos sumergidos en los ojos de una mujer, La Circe tiránica de los peligrosos perfumes. Para no convertirse en bestias, se embriagan De espacio y de luz, y de cielos incendiados; El hielo que los muerde, los soles que los broncean, Borran lentamente la huella de los besos. Pero los verdaderos viajeros son los únicos que parten Por partir; corazones ligeros, semejantes a los globos, De su fatalidad jamás ellos se apartan, Y, sin saber por qué, dicen siempre: ¡Vamos! ¡Son aquellos cuyos deseos tienen forma de nubes, Y que como el conscripto, sueñan con el cañón, En intensas voluptuosidades, mutables, desconocidas, Y de las que el espíritu humano jamás ha conocido el nombre! II Imitamos ¡horror! al trompo y la pelota En su danza y sus saltos; hasta en nuestros sueños La Curiosidad nos atormenta y nos envuelve, Como un Ángel cruel que fustigará soles. ¡Singular fortuna en la que el final se desplaza, Y no estando en parte alguna, puede hallarse por doquier! ¡Donde el Hombre, que jamás la esperanza abandona, Para lograr el reposo corre siempre como un loco! Nuestra alma es nave de tres palos buscando su Icaria; Una voz resuena en el puente: "¡Atención!" Una voz desde la cofa, ardiente y loca, clama: "¡Amor... gloria... felicidad!" ¡Infierno! ¡Es un escollo! Cada islote señalado por el vigía Es un El dorado prometido por el Destino; La imaginación, que acucia su orgía No halla más que un arrecife al amanecer. ¡Oh, el infeliz enamorado de tierras quiméricas! ¿Habrá que engrillar y arrojar al mar, A este marinero borracho, inventor de Américas Para el cual el espejismo toma el remolino más amargo? Como el viejo vagabundo, chapaleando en el lodo Sueña, husmeando en el aire, brillantes paraísos; Su mirada hechizada descubre una Capúa En cuanto lugar la candela alumbra un tugurio. III ¡Asombrosos viajeros! ¡Qué nobles relatos Leemos en vuestros ojos profundos como los mares! Mostradnos los joyeros de vuestras ricas memorias, Esas alhajas maravillosas, hechas de astros y de éter. ¡Deseamos viajar sin vapor y sin velas! Para ahuyentar el tedio de nuestras prisiones, Haced desfilar nuestros espíritus, tensos como un lienzo, Vuestros recuerdos enmarcados por horizontes. Decid, ¿qué habéis visto? IV "Hemos visto astros Y olas; hemos visto playas además; Y, malgrado muchos choques e imprevistos desastres, Nos hemos hastiado, a menudo, como aquí. El esplendor del sol sobre el mar violáceo, El esplendor de las ciudades en el sol poniente, Encendían en nuestros corazones el impulso inquietante De sumergirnos en el cielo con su reflejo fascinante. Las más ricas ciudades, los más amplios paisajes, Jamás contenían el atractivo misterioso De aquellos que el azar forma con las nubes. ¡Y siempre el deseo nos tornaba inquietos! -El gozo acrecienta del deseo la fuerza. ¡Deseo, viejo árbol, al cual el placer sirviéndole de abono, Entretanto acrecienta y endurece tu corteza, Tus ramas quieren ver el sol de más cerca! ¿Crecerás siempre, gran árbol, más vivaz Que el ciprés? —Sin embargo, nosotros, con cuidado, Recogimos algunos croquis para vuestro álbum voraz, ¡Hermanos que encontráis bello todo cuanto viene de lejos! Hemos saludado ídolos engañosos; Tronos constelados de joyas luminosas; Palacios adornados cuya feérica pompa Sería para vuestros banqueros un sueño ruinoso; Vestimentas que son para la vista una embriaguez; Mujeres cuyos dientes y las uñas están pintados, Y juglares sabios que la serpiente acaricia." V Y después, y después. ¿Todavía, qué más? VI "¡Oh, cerebros infantiles!" Para no olvidar el tema capital, Hemos visto en todas partes, y sin haberlo buscado, Desde arriba hasta abajo la escala fatal, El espectáculo enojoso del inmortal pecado: La mujer, esclava vil, orgullosa y estúpida, Sin reír extasiándose y adorándose sin repugnancia; El hombre, tirano goloso, lascivo, duro y ávido, Esclavo de la esclava y arroyo en la cloaca; El verdugo que goza, el mártir que solloza; La fiesta que sazona y perfuma la sangre; El veneno del poder enervando al déspota, Y el pueblo amoroso del látigo embrutecedor; Muchas religiones semejantes a la nuestra, Todas escalando el cielo; la Santidad, Cual un lecho de plumas donde un refinado se revuelca, En los clavos y la cerda, buscando la voluptuosidad; La Humanidad habladora, ebria de su genialidad, Y enloquecida, hoy como lo estaba ayer, Clamando a Dios, en su furibunda agonía: "¡Oh, mi semejante, oh mi señor, yo te maldigo!" Y los menos necios, atrevidos amantes de la Demencia, Huyendo del gran rebaño acorralado por el Destino, Refugiándose en el opio inconmensurable! -Tal es del globo entero el eterno boletín." VII ¡Amargo sabor, aquel que se extrae del viaje! El mundo, monótono y pequeño, en el presente, Ayer, mañana, siempre, nos hace ver nuestra imagen; Un oasis de horror en un desierto de tedio! ¿Es menester partir? ¿Quedarse? Si te puedes quedar, quédate; Parte, si es menester. Uno corre, el otro se oculta Para engañar ese enemigo vigilante y funesto, ¡El Tiempo! El pertenece, a los corredores sin respiro, Como el Judío Errante y como los apóstoles, A quien nada basta, ni vagón ni navío, Para huir de este retiro infame; y aun hay otros Que saben matarlo sin abandonar su cuna. Cuando, finalmente, él ponga su planta sobre nuestro espinazo, Podremos esperar y clamar: ¡Adelante! Lo mismo que otras veces, cuando zarpamos para la China, Con la mirada hacia lo lejos y los cabellos al viento, Nos embarcaremos sobre el mar de las Tinieblas Con el corazón gozoso del joven pasajero. Escucháis esas voces, embelesadoras y fúnebres, Que cantan: "¡Por aquí! vosotros que queréis saborear ¡El Loto perfumado! Es aquí donde se cosechan Los frutos milagrosos que vuestro corazón apetece; Acudid a embriagaros con la dulzura extraña De esta siesta que jamás tiene fin!" Por el acento familiar barruntamos al espectro; Nuestros Pilades, allá, nos tienden sus brazos. "¡Para refrescar tu corazón boga hacia tu Electra!" Dice aquella a la que en otros días besábamos las rodillas. VIII ¡Oh, Muerte, venerable capitana, ya es tiempo! ¡Levemos el ancla! Esta tierra nos hastía, ¡oh, Muerte! ¡Aparejemos! ¡Si el cielo y la mar están negros como la tinta, Nuestros corazones, a los que tú conoces, están radiantes! ¡Viértenos tu veneno para que nos reconforte! Este fuego tanto nos abraza el cerebro, que queremos Sumergirnos en el fondo del abismo, Infierno o Cielo, ¿qué importa? ¡Hasta el fondo de lo Desconocido, para encontrar lo nuevo! El vino de los amantes ¡Hoy es espléndido el espacio! Sin freno, ni espuelas, ni brida, Partamos a lomos del vino Hacia un cielo divino y mágico. Cual dos ángeles torturados Por implacable calentura En el cristal azul del alba Sigamos tras el espejismo. Balanceándonos sobre el ala Del torbellino inteligente, En un delirio paralelo, Hermana, navegando juntos, Huiremos sin reposo o tregua Al paraíso de mis sueños. El «Yo pecador» del artista ¡Cuán penetrante es el final del día en otoño! ¡Ay! ¡Penetrante hasta el dolor! Pues hay en él ciertas sensaciones deliciosas, no por vagas menos intensas; y no hay punta más acerada que la de lo infinito. ¡Delicia grande la de ahogar la mirada en lo inmenso del cielo y del mar! ¡Soledad, silencio, castidad incomparable de lo cerúleo! Una vela chica, temblorosa en el horizonte, imitadora, en su pequeñez y aislamiento, de mi existencia irremediable, melodía monótona de la marejada, todo eso que piensa por mí, o yo por ello -ya que en la grandeza de la divagación el yo presto se pierde-; piensa, digo, pero musical y pintorescamente, sin argucias, sin silogismos, sin deducciones. Tales pensamientos, no obstante, ya salgan de mí, ya surjan de las cosas, presto cobran demasiada intensidad. La energía en el placer crea malestar y sufrimiento positivo. Mis nervios, harto tirantes, no dan más que vibraciones chillonas, dolorosas. Y ahora la profundidad del cielo me consterna; me exaspera su limpidez. La insensibilidad del mar, lo inmutable del espectáculo me subleva... ¡Ay! ¿Es fuerza eternamente sufrir, o huir de lo bello eternamente? ¡Naturaleza encantadora, despiadada, rival siempre victoriosa, déjame! ¡No tientes más a mis deseos y a mi orgullo! El estudio de la belleza es un duelo en que el artista da gritos de terror antes de caer vencido. Embriáganse Hay que estar ebrio siempre. Todo reside en eso: ésta es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que nos rompe las espaldas y nos hace inclinar hacia la tierra, hay que embriagarse sin descanso. Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca. Pero embriáguense. Y si a veces, sobre las gradas de un palacio, sobre la verde hierba de una zanja, en la soledad huraña de su cuarto, la ebriedad ya atenuada o desaparecida ustedes se despiertan pregunten al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, pregúntenle qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj, contestarán: “¡Es hora de embriagarse! Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo, ¡embriáguense, embriáguense sin cesar! De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca. Himno a la belleza ¿Vienes del cielo profundo o surges del abismo, Oh, Belleza? Tu mirada infernal y divina, Vuelca confusamente el beneficio y el crimen, Y se puede, por eso, compararte con el vino. Tú contienes en tu mirada el ocaso y la aurora; Tú esparces perfumes como una tarde tempestuosa; Tus besos son un filtro y tu boca un ánfora Que tornan al héroe flojo y al niño valiente. ¿Surges tú del abismo negro o desciendes de los astros? El Destino encantado sigue tus faldas como un perro; Tú siembras al azar la alegría y los desastres, Y gobiernas todo y no respondes de nada, Tú marchas sobre muertos, Belleza, de los que te burlas; De tus joyas el Horror no es lo menos encantador, Y la Muerte, entre tus más caros dijes, Sobre tu vientre orgulloso danza amorosamente. El efímero deslumbrado marcha hacia ti, candela, Crepita, arde y dice: ¡Bendigamos esta antorcha! El enamorado, jadeante, inclinado sobre su bella Tiene el aspecto de un moribundo acariciando su tumba. Que procedas del cielo o del infierno, qué importa, ¡Oh, Belleza! ¡monstruo enorme, horroroso, ingenuo! Si tu mirada, tu sonrisa, tu pie me abren la puerta De un infinito que amo y jamás he conocido? De Satán o de Dios ¿qué importa? Ángel o Sirena, ¿Qué importa si, tornas -hada con ojos de terciopelo, Ritmo, perfume, fulgor ¡oh, mi única reina!- El universo menos horrible y los instantes menos pesados? Invitación al viaje Mi hermana, mi ser, sueña en el placer de juntar las vidas en tierra distante; y en un lento amar, amando expirar en aquel país a Ti semejante. Los húmedos soles de sus arreboles mi alma conturban con el mismo encanto de tus agoreros ojos traicioneros cuando resplandecen a través del llanto. Allá todo es rítmico, hermoso y sereno esplendor voluptuoso. Pulieron los años suntuosos escaños que serán la muelle pompa de la estancia donde los olores de exóticas flores vagan entre 'una ambarina fragancia. La rica techumbre, la ilímite lumbre que dan los espejos con magia oriental, hablaran con voces de incógnitos goces al alma en su dulce lenguaje natal. Allá todo es rítmico, hermoso y sereno esplendor voluptuoso. Mira en las orillas las dormidas quillas de innúmera ruta, de sino errabundo: siervas de tu anhelo, su marino vuelo tendieron de todos los puertos del mundo. Ponentinos lampos revisten los campos, la senda, la orilla. Cárdeno capuz de oro y jacinto, por el orbe extinto difunde la tarde su cálida luz. Allá todo es rítmico, hermoso y sereno esplendor voluptuoso. Versión de Carlos López Narváez La belleza Yo soy bella, ¡oh mortales! , como un sueño de piedra. Mi seno -donde el hombre se desangra y expira- Mudo, infinito amor al poeta le inspira, Coronada de rosas lo mismo que de yedra. Campea en el azul -esfinge impenetrable-: Bajo alburas de cisne llevo un alma de nieve; Odio los movimientos que las líneas remueve; Lo mismo ignoro el llanto que la risa inefable. Los poetas, absortos frente a mis actitudes -Que asumidas parecen de altivas magnitudes- Consumirán sus días sondando las edades; Que tengo para embrujo de amadores tan fieles, -Espejos que trasmutan las guijas en joyeles- Mis ojos, grandes ojos, de eternas claridades. Versión de Carlos López Narváez La desesperación de la anciana La viejecilla arrugada sentíase llena de regocijo al ver a la linda criatura festejada por todos, a quien todos querían agradar; aquel lindo ser tan frágil como ella, viejecita, y como ella también sin dientes ni cabellos. Y se le acercó para hacerle fiestas y gestos agradables. Pero el niño, espantado, forcejeaba al acariciarlo la pobre mujer decrépita, llenando la casa con sus aullidos. Entonces la viejecilla se retiró a su soledad eterna, y lloraba en un rincón, diciendo: «¡Ay! Ya pasó para nosotras, hembras viejas, desventuradas, el tiempo de agradar aun a los inocentes; ¡y hasta causamos horror a los niños pequeños cuando vamos a darles cariño!» La destrucción El demonio a mi lado acecha en tentaciones; como un aire impalpable lo siento en torno mío; lo respiro, lo siento quemando mis pulmones de un culpable deseo con que, en vano, porfío. Toma a veces la forma, sabiendo que amo el arte, de la más seductora de todas las mujeres; con pretextos y antojos que no hecho a mala parte acostumbra mis labios a nefandos placeres. Cada vez más, me aleja de la dulce mirada de Dios, dejando mi alma jadeante, fatigada en medio de las negras llanuras del hastío. Y pone ante mis ojos llenos de confesiones, heridas entreabiertas, espantosas visiones... la destrucción preside este corazón mío. Versión de María Fasce La estéril Con su veste ondulante, de visos nacarados -aún cuando camina parece que danzara- cual ágiles serpientes que en la mágica vara y en cadencias concitan los juglares sagrados; Como la arena fosca y el azul inclemente -una y otro impasibles ante el dolor humano; como la red sin fondo del artero océano, va desplegando Ella su mirar indolente. Tersos, fingen sus ojos un metal agorero -amalgama de oro, gemas, lampos de acero- suma del ángel puro y la esfinge profunda, y en su naturaleza simbólica y extraña esplende para siempre, con su inútil entraña, la fría majestad de la hembra infecunda. Versión de Carlos López Narváez La fuente de sangre Creo sentir, a veces que mi sangre en torrente se me escapa en sollozos lo mismo que una fuente. Oigo perfectamente su queja dolorida, pero me palpo en vano para encontrar la herida. Corre como si fuera regando un descampado, y en curiosos islotes convierte el empedrado, apagando la sed que hay en toda criatura y tiñendo doquiera de rojo la Natura. A menudo también del vino he demandado que aplaque por un día mi terror. ¡Pero el vino torna el mirar más claro y el oído más fino. Tampoco en el amor el olvido he encontrado: ha sido para mí un lecho de alfileres, hecho para saciar la sed de las mujeres. Versión de Eduardo Ritter La pipa Soy la pipa de un escritor: dice bien claro mi pergeño de cafre, que tengo por dueño un refinado fumador. Al agobio de su labor se agita mi flabel risueño igual que el penacho hogareño a la vuelta del labrador. Mecer su corazón yo gusto en el móvil azul arbusto nacido en mi boca de fuego. Y extiendo con mi beso ardiente sobre su espíritu doliente unción de encanto y de sosiego. Versión de Carlos López Narváez La serpiente que danza ¡Cuánto gozo al mirar, dulce indolente, Tu corpóreo esplendor Como si fueran seda iridiscente Tu piel y su fulgor. Y sobre tu profunda cabellera De un ácido aromar -Cual un mar errabundo, sin ribera, En azul ondular; Como bajel que despertó del sueño Al viento matinal, Lanzo mi alma en soñador empeño Hacia el piélago astral. En tu mirada que nada revela De dulzura ni hiel, Mezcla de oro y hierro se congela Para el doble joyel. Mirando la cadencia con que avanzas Bella de lasitud, Dijéranse las serpentinas danzas Al ritmo del laúd. Agobiada de un fardo de molicie Tu cabeza infantil Se balancea como en la planicie Una leona febril. Y tu cuerpo se inclina y se distiende Como un ebrio bajel, Y va de borda en borda mientras hiende Las aguas su proel. Cual la onda engrosada por las fuentes Del rugidor glaciar , Cuando asoman al filo de tus dientes Espuma y pleamar, Creo beber un vino -sangre y llama, Sima y elevación-, Un vino que me inunda, que me inflama De astros el corazón. Versión de Carlos López Narváez 64. Madrigal triste ¿Qué me importa que seas casta? Sé bella y triste. Las lágrimas aumentan de tu faz el encanto. Reverdece el paisaje de la fuente al quebranto; la tormenta a las flores de frescura reviste. Eres más la que amo si la melancolía consterna tu mirada; si en lago de negrura tu corazón naufraga; si el ayer su pavura tiende sobre tus horas como nube sombría. Eres la Bien-Amada si tu pupila vierte -tibia como la sangre- su raudal; si aunque blanda mi caricia te arrulle, lenta y ruda se agranda tu angustia con el trémulo presagio de la muerte. ¡Oh voluptuosidades profundas y divinas! ¡Salmo de los deleites entonado en sollozos! Tus ojos, como perlas, son fuegos misteriosos con que las interiores penumbras iluminas. Tu corazón es fragua; la pasión insepulta como ascua inextinta, dispersa su destello; y bajo la celeste blancura de tu cuello un poco de satánica rebeldía se oculta. Pero en tanto, Adorada, que no pueblen tus sueños pesadillas sin término, reflejos avernales, y en lívidas visiones de azufre mil puñales tajen tu carne ebria de filtros y beleños, y a todas las quimeras pávida esclavizada el augurio funesto mires a cada paso, y convulsa te acojas al letárgico abrazo del tedio irresistible que anuncia la alborada. Tú no podrás, -oh sierva que me impones tu ley y a tu amor me encadenas perversa y temblorosa, decirme desde el antro de la noche morbosa, con el alma en un grito: Yo soy tú mismo, ¡oh Rey! Versión de Carlos López Narváez Recogimiento Cálmate, dolor mío, y tu angustia serena. Anhelabas la noche. Ya desciende. Aquí está. Una atmósfera oscura cubre a París. Traerá a unos cuantos la paz, a otros muchos la pena. Mientras la muchedumbre que se rinde al placer ­Su verdugo inclemente­ por las calles anhela Cazar remordimientos bajo la fiesta en vela, Tú, dolor, ven a mí. Dame la mano al ver Que es posible escaparse de los ya muertos años Con sus antiguos trajes en el balcón celeste. Ya brotan, como salen del mar, los desengaños, Cuando el sol, bajo un arco, se muere en lontananza. Ahora, tal un sudario que desciende del este. Observa, mi dolor: la inmensa noche avanza. Versión de José Emilio Pacheco Remordimiento póstumo Cuando duermas por siempre, mi amada Tenebrosa, tendida bajo el mármol de negro monumento y por tibia morada y por solo aposento tengas, no más, el antro húmedo de la fosa; Cuando oprima la piedra tu carne temblorosa, y le robe a tus flancos su dulce rendimiento, acallará por siempre tu corazón violento, detendrá para siempre tu andanza vagarosa. La tumba, confidente de mi anhelo infinito (compasivo refugio del poeta maldito) a tu insomnio sin alba dirá con gritos vanos: "Cortesana imperfecta -¿de qué puede valerte denegarle a la Vida lo que hoy llora la muerte"? Mientras -¡pesar tardío!- te roen los gusanos. Versión de Carlos López Narváez 73. Soneto de otoño Me preguntan tus ojos, claros como el cristal, para ti, extraño amante, ¿cuál es mi atractivo? -¡Sé encantadora y cállate! Mi corazón, al que todo irrita excepto el candor del animal primitivo, no quiere descubrirte su secreto infernal. Berceuse cuya mano al dulce sueño invita, ni su negra leyenda escrita con llamas. ¡Odio la pasión y el ingenio me duele! Amémonos con dulzura. El amor en su garita, tenebroso, emboscado, blande su arco cruel. Conozco las armas de su perfecto arsenal. ¡Crimen, horror y locura! ¡Oh, pálida margarita! ¿Acaso, como yo, no eres tú un sueño otoñal, también tú, mi tan fría y pálida Margarita? Versión de María Fasce Te adoro igual que a la bóveda nocturna... Te adoro igual que a la bóveda nocturna, ¡oh vaso de tristeza, gran taciturna! Y te amo tanto más, bella, cuanto más me huyes; y cuanto más me pareces encanto de mis noches, irónicamente aumentar la distancia que separa mis brazos de la inmensidad azul. Avanzo en los ataques y trepo en los asaltos como junto a un cadáver un coro de gusanos, y amo tiernamente, bestia implacable y cruel, incluso tu frialdad, que aumenta tu belleza. Versión de María Fasce Últimos suspiros de un parnasiano Klop, klip, klop, klop, klip, klop. Desgranando gota a gota su rítmico sollozo, En los pilones de la fuente donde el agua duerme inmóvil, Un surtidor es el único en turbar la plácida y tranquila noche. Qué silencio! Se diría que este globo aletargado Sobre aterciopeladas olas hacia el infinito se desliza. Allá en lo alto, a miles de millones de lenguas acribillando el Espacio, Peregrinos ahítos de las azules soledades, Ajenos a los mártires que sobre sus flancos pululan, Enredando sin fin sus orbe indolentes, -Oasis de miseria o cadáveres de mundos- Las doradas esferas circulan errantes de concierto. Alma mía, olvidemos todo! Soltemos las riendas de oro A las contemplaciones que su vuelo despliegan, Las estrofas en mi seno permanecen alicaídas... Por qué razón someterlas a un metro rebelde! Nada quiero saber, el vértigo enervante Me arrulla en los pliegues de su abismo movedizo... Me fundo dulcemente... Estoy muerto, nada... ni siquiera la certeza De oír el surtidor puntuar gota a gota El eterno silencio de un rítmico sollozo. Klop, klip, klop, klop, klip, klop... Un hemisferio en una cabellera Déjame respirar mucho tiempo, mucho tiempo, el olor de tus cabellos; sumergir en ellos el rostro, como hombre sediento en agua de manantial, y agitarlos con mi mano, como pañuelo odorífero, para sacudir recuerdos al aire. ¡Si pudieras saber todo lo que veo! ¡Todo lo que siento! ¡Todo lo que oigo en tus cabellos! Mi alma viaja en el perfume como el alma de los demás hombres en la música. Tus cabellos contienen todo un ensueño, lleno de velámenes y de mástiles; contienen vastos mares, cuyos monzones me llevan a climas de encanto, en que el espacio es más azul y más profundo, en que la atmósfera está perfumada por los frutos, por las hojas y por la piel humana. En el océano de tu cabellera entreveo un puerto en que pululan cantares melancólicos, hombres vigorosos de toda nación y navíos de toda forma, que recortan sus arquitecturas finas y complicadas en un cielo inmenso en que se repantiga el eterno calor. En las caricias de tu cabellera vuelvo a encontrar las languideces de las largas horas pasadas en un diván, en la cámara de un hermoso navío, mecidas por el balanceo imperceptible del puerto, entre macetas y jarros refrescantes. En el ardiente hogar de tu cabellera respiro el olor del tabaco mezclado con opio y azúcar; en la no-che de tu cabellera veo resplandecer lo infinito del azul tropical; en las orillas vellosas de tu cabellera me emborracho con los olores combinados del algodón, del almizcle y del aceite de coco. Déjame morder mucho tiempo tus trenzas, pesadas y negras. Cuando mordisqueo tus cabellos elásticos y rebeldes, me parece que como recuerdos. De "Las flores del mal: Versiones de Ignacio Caparrós (Ed. Alhulia. Colección "Crisálida", nº 20. Granada, 2001) II- El albatros Por divertirse a veces suelen los marineros cazar a los albatros, aves de envergadura, que siguen, en su rumbo indolentes viajeros, al barco que se mece sobre la amarga hondura. Apenas son echados en la cubierta ardiente, esos reyes del cielo, torpes y avergonzados, sus grandes alas blancas abaten tristemente como remos que arrastran a sus cuerpos pegados. ¡Este viajero alado, oh qué inseguro y chico! ¡Hace poco tan bello, qué débil y grotesco! ¡Uno con una pipa le ha chamuscado el pico, imita otro su vuelo con renqueo burlesco! El Poeta es semejante al príncipe del cielo que puede huir las flechas y el rayo frecuentar; entre mofas y risas exiliado en el suelo, sus alas de gigante le impiden caminar. * * * * * IV- Correspondencias La creación es un templo donde vivos pilares hacen brotar a veces vagas voces oscuras; por allí pasa el hombre a través de espesuras de símbolos que observan con ojos familiares. Como ecos prolongados que a lo lejos se ahogan en una tenebrosa y profunda unidad, inmensa cual la noche y cual la claridad, perfumes y colores y sonidos dialogan. Laten frescas fragancias como carnes de infantes, verdes como praderas, dulces como el oboe, y hay otras corrompidas, gloriosas y triunfantes, de expansión infinita sus olores henchidos, como el almizcle, el ámbar, el incienso, el aloe, que los éxtasis cantan del alma y los sentidos. * * * * * X- El enemigo Mi juventud fue sólo tenebrosa tormenta, por rutilantes soles cruzada acá y allá; relámpagos y lluvias la hicieron tan violenta, que en mi jardín hay pocos frutos dorados ya. De las ideas hoy al otoño he llegado, y rastrillos y pala ahora debo emplear para igualar de nuevo el terreno inundado, donde el agua agujeros cual tumbas fue a cavar. ¿Quién sabe si las flores nuevas que en sueño anhelo hallarán como playas en el regado suelo el místico alimento que les diera vigor? -¡Dolor!, ¡dolor! ¡El Tiempo, ay, devora la vida, y el oscuro Enemigo que roe nuestro interior con nuestra propia sangre crece y se consolida! * * * * * XIV- El hombre y la mar ¡Para siempre, hombre libre, a la mar tu amarás! Es tu espejo la mar; mira, contempla tu alma en el vaivén sin fin de su oleada calma, y tan hondo tu espíritu y amargo sentirás. Sumergirte en el fondo de tu imagen te dejas; con tus ojos y brazos la estrechas, y tu ardor se distrae por momentos de su propio rumor al salvaje e indomable resonar de sus quejas. Oscuros a la vez ambos sois y discretos: hombre, nadie sondeó el fondo de tus simas, tus íntimas riquezas, oh mar, a nadie arrimas, ¡con tan celoso afán calláis vuestros secretos! Y en tanto van pasando los siglos incontables sin piedad ni aflicción vosotros os sitiáis, de tal modo la muerte y la matanza amáis, ¡oh eternos combatientes, oh hermanos implacables! * * * * * XVII- La belleza Bella soy, ¡oh mortales!, como un sueño de piedra, y mi seno, que a todos siempre ha martirizado, para inspirar amor a los poetas medra a la materia igual, inmortal y callado. En el azul impero, incomprendida esfinge; al blancor de los cisnes uno un corazón frío; detesto el movimiento que a las líneas refringe, y nunca lloro como jamás tampoco río. Los poetas, al ver mis grandes ademanes, que parecen prestados de altivos edificios, consumirán sus días en austeros afanes; Pues, para fascinar a amantes tan propicios, tengo puros espejos que hacen las cosas bellas: ¡mis ojos, tan profundos, como eternas centellas! * * * * * XXXIII- Remordimiento póstumo Cuando en el fondo duermas, mi bella tenebrosa, de una tumba de mármol denegrido construida, y ya tan sólo tengas por alcoba o guarida una cueva lluviosa y una profunda fosa; Cuando oprima la losa tu carne temblorosa y tus flancos doblados con encanto tendida, y el latir y el querer a tu pecho le impida, Y a tus pies el correr su carrera azarosa, La tumba, confidente de mi sueño infinito, (porque la tumba siempre comprenderá al poeta), en esas largas noches en que el sueño es proscrito, Te dirá: “¿De qué os sirve, cortesana indiscreta, lo que los muertos lloran no haber conocimiento?” -Y te roerá el gusano como un remordimiento. * * * * * LXVI- Los gatos Los amantes fervientes y los sabios austeros adoran por igual, en su estación madura, al orgullo de casa, la fuerza y la dulzura de los gatos, tal ellos sedentarios, frioleros. Amigos de la ciencia y la sensualidad, al horror de tinieblas y al silencio se guían; los fúnebres corceles del Erebo serían, si pudieran al látigo ceder su majestad. Adoptan cuando sueñan las nobles actitudes de alargadas esfinges, que en vastas latitudes solitarias se duermen en un sueño inmutable; Mágicas chispas yerguen sus espaldas tranquilas, y partículas de oro, como arena agradable, estrellan vagamente sus místicas pupilas. * * * * * LXXVII- Spleen Yo soy como ese rey de aquel país lluvioso, rico, pero impotente, joven, aunque achacoso, que, despreciando halagos de sus cien concejales, con sus perros se aburre y demás animales. Nada puede alegrarle, ni cazar, ni su halcón, ni su pueblo muriéndose enfrente del balcón. La grotesca balada del bufón favorito no distrae la frente de este enfermo maldito; en cripta se convierte su lecho blasonado, y las damas, que a cada príncipe hallan de agrado, no saben ya encontrar qué vestido indiscreto logrará una sonrisa del joven esqueleto. el sabio que le acuña el oro no ha podido extirpar de su ser el humor corrompido, y en los baños de sangre que hacían los Romanos, que a menudo recuerdan los viejos soberanos, reavivar tal cadáver él tampoco ha sabido pues tiene en vez de sangre verde agua del Olvido.

 

 

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