Manuel Verdugo Bartlett (1878-1951):
Lenguajes mudos:
Duerme un aria de Tolstoi
en el atril del piano
un destello de luna
besa el mudo teclado
Sobre empolvada Biblia
una Venus de piedra
irónica sonríe
a un monje de Ribera
Hay una Inmaculada
de Murillo; en el lienzo
se proyecta la sombra
de un busto de Lutero
Del diván al respaldo
muestra un frac sus arrugas;
no muy lejos se yergue
milanesa armadura
y desde un caballete
donde, quizá olvidado,
vela oculto en las sombras,
me vigila un retrato
Los contemplo un instante
reprimiendo un suspiro,
y salgo del estudio
despacio, pensativo.
La Laguna:
[A Ramón González de Mesa]
Ciudad tranquila de los conventos y de las huertas,
mientras la lluvia pule la piedra de tus blasones,
serena tejes tu noble ensuefio de cosas muertas
en un silencio pleno de extrafias evocaciones…
Por viejas calles y por frondosas plazas desiertas
murmura el viento rancias consejas y tradiciones;
te aduerme el doble de tus campanas y te despiertas
a los repiques con que se anuncian las procesiones.
En claras noches llenas de suave melancolia,
cuando la luna lo baña todo con su luz fría,
he contemplado la cruz vetusta que hay a tu entrada;
símbolo enhiesto que es algo humano y algo divino:
¡tu propio emblema, tu fe de siglos petrificada
que por ti vela como un fastasma junto al camino!
El vino:
No critiques, no censures,
que si empiezas a beber,
de tanto beber te mueres
y muerto bebes también.
Burbujas (CXCIV):
–¿Un cigarrillo?…
—Mil gracias;
voy a aceptárselo a usted;
pero yo no me lo fumo,
la que fuma es mi mujer.
Burbujas (CXL):
Haz que cambie de perro la portera:
¡Cómo ladra el maldito
cuando me ve subir por la escalera!…
Burbujas (X):
Me perdonastes mi falta,
y me has hecho desgraciado,
por que yo no te perdono
el haberme perdonado.
Burbujas (CXC):
El cura y el comadrón…
¡Qué siniestros a mi ver!:
uno ayuda a «bien morir»,
el otro ayuda a nacer…
Burbujas (XXIX):
Un sujeto que pretende
reformar la sociedad; un
apóstol, bien comido,
(a costa de los demás) gritaba
con voz de trueno:
«¡No se puede tolerar que haya
clases, si los hombres descendemos
de un Adán! ¡Iguales todos!—
clamaba— ¡Iguales!… ¡Viva Marat!»
Y yo, mirando a su abdómen le dije:
«Por caridad, aunque sea por
la estética, no nos hables de igualdad».
Burbujas (II):
—¿Me quieres instruir, sabia muñeca?
pues glosemos los dos el verbo amar…
—Solo conozco el tiempo imperativo,
y en tercera persona de plural…
No te engañe el dorado
vaso, ni de la puesta al bebedero
sabrosa miel cebado.
Dentro al pecho ligero,
Cherinto, no traspases el postrero.
…¡Cuánta tristeza y cuánta poesía
en el herido corazón despierta
ese adiós melancólico del día!…
(Núñez de Arce)
El ocaso del sol la vega encanta.
Languidecen las tintas de la tarde.
Aun en la cumbre de los montes arde
una huella de luz. De airosa planta
cruza un garzón y dice: «Dios le guarde».
Canta la voz de la campana, canta
su trémula oración, plegaria santa,
de piedad y de fe místico alarde.
Yo, rebelde al encanto vespertino,
miro angustioso el astro que agoniza
y la noche que avanza en mi camino.
Corazón, ¿qué ansiedad te martiriza?
Siempre está en sombra la mitad del mundo…
«¡Más luz!», clamó Goethe moribundo.
La Alegría de la Primavera:
¡Ciégame, Primavera,
con el polvo de oro de tus alas…
El cielo es un zafiro
que se empaña a los ojos del poeta
con el hálido tenue de un suspiro.
Hoy lo veo más claro y transparente
junto al fauno marmóreo de la fuente.
Y es que mi alma está henchida
de contento pagano,
de goce sin ponzoña…
¡Sano deleite de sentir la vida
palpitar bajo el sol!…
No es tarde todavía…
Aún es tiempo, es verdad… ¿Habré soñado
o he descubierto el íntimo tesoro
que en mi errante vivir busqué obstinado?
No es tarde todavía…
Aún es tiempo, es verdad… Por vez primera
entre la sombra del dolor moderno,
miro tu alma pagana, Primavera,
como tirso, de fuego que surgiera
sobre el mundo de brumas del Invierno.
Cadencia sin igual, ritmo de ensueño,
muda orquesta de aromas y colores,
vibra con los armónicos rumores
de la tierra y del mar… ¡Coro halagüeño!
En el ambiente hay no sé qué risueño;
en las almas, recónditos temblores;
luz en el cielo y en el campo flores…
¡A veces lo real parece un sueño!
Erguida sobre túmulo de nieve
rompe la Primavera en loca risa
y cual cetro imperial su tirso mueve.
No debías morir, Mayo triunfante…
El Tiempo, ¿qué persigue tan de prisa,
que no acorta sus pasos de gigante?
La Laguna:
Ciudad tranquila de los conventos y de las huertas,
mientras la lluvia pule la piedra de tus blasones,
serena tejes tu noble ensueño de cosas muertas
en un silencio pleno de extrañas evocaciones…
Por viejas calles y por frondosas plazas desiertas
murmura el viento rancias consejas y tradiciones;
te aduerme el doble de tus campanas y te despiertas
a los repiques con que se anuncian las procesiones.
En claras noches llenas de suave melancolía,
cuando la luna lo baña todo con su luz fría,
he contemplado la cruz vetusta que hay a tu entrada;
símbolo enhiesto que es algo humano y algo divino:
¡tu propio emblema, tu fe de siglos petrificada
que por ti vela como un fantasma junto al camino!
Por el laberinto:
En un lecho, postrado y dolorido,
gritó a la muerte con angustia: ¡Espera!
Vió la orilla del mar desconocido,
la tenebrosa, la fatal ribera…
Borrose tal visión. Convaleciente,
ávido, inquieto, reanudó el camino
con ansia de vivir intensamente,
con locas ansias de gozar sin tino.
Hoy, recorriendo el laberinto humano,
entre la inmensa multitud se advierte
un espíritu enfermo en cuerpo sano
que anhelando salir llama a la muerte.
Serenata inútil:
Ante la reja bañada
por el resplandor lunar,
una voz apasionada
así comenzó a cantar:
«Tus ojos me condenaron
a no ser libre jamás;
me sedujo su misterio,
su inquieta profundidad.
Son tan suaves y tan claros,
que en su límpido mirar
irradian toda la gloria
de un cielo primaveral.
Algunas veces los nubla
secreta sombra fugaz,
celajes de algún recuerdo,
de una quimera quizá;
entonces muere su brillo
cual rayo crepuscular,
y su caricia es tan triste
como una tarde otoñal…
Ojos de místico encanto,
infiernos para mi afán,
miniaturas adorables
de un océano ideal:
Al imperio de la Muerte
vuestro imperio retará…
¡Aun para siempre cerrados
seríais mi talismán!
Yo, que soy vuestro cautivo,
¿qué he de hacer sino cantar
vuestra lírica belleza
sin pediros libertad?… »
(Aquí hace pausa el cantor;
mira a una nube de plata…
Luego con brío mayor
prosigue la serenata.)
«Ojos verdes… la quimera
que Bécquer amaba tanto…
Si un angel no los luciera
harian pecar a un santo.
Ojos verdes, inquietantes,
estáis llenos de misterio
como esas luces errantes
que rondan el cementerio.
Verdes pupilas, más bellas
que joyas esplendorosas,
se ríe la luz en ellas
como en las piedras preciosas.
Sois tristes y sois risueños
faros de mis ideales…
¡En el mundo de los sueños
sólo he visto otros iguales!
¡Oh, divinos ojos claros,
en pie junto a la ventana,
para poder contemplaros
esperaré la mañanal!»
Y la voz siguió cantando;
el dia, por fin, llegó;
los verdes ojos se abrieron;
pero la ventana… no.
Charla de Bufón:
Este bufón, mi señora,
a predeciros se atreve
que el lindo paje que llora
tiene que morir en breve.
(Mal haya quien se enamora
de hermosa estatua de nieve;
es mejor que en mala hora
el demonio se lo lleve).
Y os calumnian, castellana:
no sé qué historia villana
se murmura… de un juglar…
Yo aseguro que no es cierto.
(Al, pobre doncel que ha muerto
se lo pueden preguntar).
Canto sensual:
Esta canción morbosa que suspira
me la inspiró tu amor: una mentira
que se hizo realidad.
Me la inspiró tu amor, perverso y falso,
que para mí es altar, trono y cadalso
de la sensualidad.
La semilla de un beso ha germinado
siento en el fondo de mi ser llagado
brotar una pasión y surgir con indómita arrogancia
como una flor monstruosa, sin fragancia,
que arraigase en el mismo corazón.
Vagaba mi alma triste y dolorida
tú la enseñaste a desear la vida;
¡enseñanza cruel! pues la vida que adoro entre tus brazos
con caricias me robas a pedazos…
¡Divino cáliz de veneno y miel!
Así, víctima soy y sacerdote
que al amor sacrifica: extraño brote
de algún rito ancestral…
Déjame, pues, que incline la cabeza,
adorando tu helénica belleza,
tu hermosura carnal.
El fuego voluptuoso que me inspira,
sea mi ofrenda: perfumada pira
que no cese de arder.
¡Oh, tu fresca gentil adolescencia!…
¡Cómo calla la voz de la conciencia
acuando arrulla el placer!
Rota está mi corona de ideales…
¿Qué me importan los códigos sociales?
¿Qué importa lo que soy o lo que fui?
Nada me resta por quererlo todo…
Quiero mis sueños enterrar en lodo…
¡No te apartes de mí!
Cuando calmo en tus brazos mi deseo
parece que las aguas de Leteo
apagaran mi ardor.
No me niegues el beso que te pido,
beso inefable de embriaguez, de olvido…
¡Dame solo tu cuerpo, no tu amor!
(De Estelas, 1922)
Las Meninas:
En el centro del cuadro, la donosa infantina
-débil brote de raza ya en fatal decadencia-,
levemente sonríe, y una dama se inclina,
ofreciéndole un búcaro con gentil reverencia.
(¡Qué encanto, indefinible, de gracia femenina,
de este grupo dimana como efímera esencia!…)
Una monja y un paje. Junto a grácil menina,
Mariabárbola yergue su monstruosa presencia.
Vese un bufón travieso y un grave cortesano.
Velázquez, desdeñoso, la paleta en la mano,
clava en alguien el dardo negro de sus miradas…
Detrás -¡oh bello y mudo lenguaje de las cosas!-,
se percibe un espejo donde están reflejadas
de los frívolos reyes de las figuras borrosas.
EL MITO DE LAS HESPÉRIDES:
Qué fué de las hermanas Atlántidas famosas?
¿Eran tres? ¿Eran cuatro?… Acaso fueron siete.
¿Quién esconde las áureas manzanas prodigiosas?
¿Dónde está el erudito que el misterio interprete?
Quizás a tí, poeta, que visionario glosas
quimeras enterradas, el enigma te inquiete;
pero…están en descrédito las eras fabulosas;
tal mito es un fantasma; puedes gritarle: ¡«vete
o esfúmate a mis ojos!»… En el jardín canario
no encontré a las Hespérides ni al dragón sanguinario;
sólo vi el sol (Heracles) que se hundía en el mar,
huyendo receloso; y las pomas robadas
son… esas nubecillas ilusorias, doradas,
que las sombras crecientes no tardan en borrar…
Jardín:
Sólo el pálido disco de la luna
ilumina el jardín abandonado,
recinto consagrado
a una diosa de mármol, que entre rosas,
en un lecho de musgo se reclina
y ve copiar su desnudez divina
en las aguas del lago temblorosas.
Burbujas (CXXI):
«La señora duquesa ha salido a
las cinco…»
Esto dice un lacayo
con más cara de tonto que de listo.
El duque se pregunta:
«Pero ¿dónde, demonios, habrá ido?…
(no es posible que tarde tanto tiempo
en consultar a Dios… o a su modisto!»
Un reloj da las nueve…
Se oyen suaves maullidos
de una gata perdida...
(Estamos en Enero. Mucho frío).
El duque, mientras tanto,
contempla pensativo
la imponente cabeza disecada
de un toro enorme que mató el Gallito.
Burbujas (CLVXIV):
Tiene don Zacarías metálica la voz,
cobrizo el rostro, la voluntad de
hierro, el corazón de oro, y como es
precavido anda con pies de plomó…
¡El hombre más pesado
que existe en este mundo y en el otro!
Burbujas (XXII):
Todos, todos convenimos
en que es muy “feo“ mentir;
pero todos, ¡ay!, mentimos…
¡ayuda tanto a vívir!
Burbujas (I):
Tengo un globo terráqueo de relieve,
y noto que una hormiga en él se mueve.
Observo a la minúscula viajera,
que atraviesa el oceáno ligera,
y sin secarse al alcanzar la playa,
atraviesa la India
y emprende la ascensión al Himalaya.
Y yo, que soy filósofo en pequeño,
muy indignado ante su audaz empeño,
cuando llegaba a la mayor altura,
la cogí con trabajo
y la tiré al cajón de la basura…
Y luego me reí del alpinismo,
y del globo terráqueo y de mi mismo.
Burbujas (CXCV):
A un chico su maestro le decía:
“Serás si no te aplicas, un jumento;
copíame esta palabra: “ortografía».
Y el dómine, muy grave, la escribía
con «h» y sin acento.
Hombre natural:
¿Qué raza es la que canto?
¿La que venció en Pavía y en Lepanto
y fracasó con gloria en Trafalgar?
¿Será la raza guanche, sojuzgada,
tan noble, tan valiente y abnegada,
la que debo exaltar?
¿O bien esta otra mixta,
esta raza canaria,
que, mirando su honor comprometido,
supo arrojar del suelo de Nivaria
el más grande almirante que ha existido?
Burbujas (XXXVIII):
Con firme voluntad y con paciencia, a raiz
de profundos desengaños, purifiqué mi vida y mi
conciencia.
¡Lo mismo suelo hacer todos los años!.
—Vivo—pensaba yo— sin emociones; pero: ¡qué
paz tan dulce!… ¡Qué sosiego!… Y al huir
expulsadas mis pasiones, me gritaron
burlonas:—¡hasta luego!
Tinguaro:
En tí con la bravura la juventud se enlaza:
en las gestas isleñas tu figura es ingente;
Tinguaro, eres el símbolo más puro de tu raza
que era tan fuerte, sobria, generosa y valiente…
Tú, príncipe-caudillo, desprecias la coraza
con que su pecho guardan el de Lugo y su gente:
ágil, casi desnudo, sangrando, te abres plaza
entre rudos guerreros, luchando frente a frente.
Al fin caes rendido … Un soldado implacable,
Pedro Martín Buendía, de recuerdo execrable,
siega feroz tu vida que alienta en nuestra Historia:
Hoy, el árido cerro que acogió tu agonía,
nos parece, al crepúsculo, con su mole sombría,
un túmulo gigante levantado a tu gloria.