Tomás Morales: Rosas de Hércules II: Poemas del mar:
A Salvador Rueda
Agua y cielo. borra cas, muelles abarrotados...
Toda una recia vida procuré troquelarI
para ti, en e tos bravos poemas impregnados
con los acres olores de las brisas del mar.
Mis rudos marineros de semblantes torrados
y almas ca i infantiles, conocen tu cantar;
y en mis amplios velámenes al viento desplegados,
has puesto tú un brochazo del bermellón solar.
Monarca de poetas, alma al amor forjada;
tu solio es una roca de una playa dorada
desde donde el misterio de lo Infinito ves;
y adonde, coronada de e pumas seculares,
te lanza como ofrenda este hijo de lo mares
la ola de sus estrofas que se rompe a tus pies...
Los puertos, los mares y los hombres de mar:
EL MAR ES COMO UN VIEJO CAMARADA DE INFANCIA:
a quien estoy unido con un salvaje amor;
yo respiré, de niño, su salobre fragancia
y aún llevo en misoídos su bárbaro fragor.
Yo amo a mi puerto, en donde cien raros pabellones
desdoblan en el aire sus insignias navieras,
y se juntan las parlas de todas las naciones
con la policromía de todas las banderas.
El puerto adonde arriban cual monstruos jadeantes,
desde los más lejanos confines de la tierra,
las pacificas moles de los buques mercantes
y las férreas corazas de los navíos de guerra.
y amo estos barcos licio de grasientos pavese ,
de tiznadas cubiertas y herrumbrosos metales,
a cuyo bordo vienen marinos genoveses
de morenos semblantes y ojos meridionales.
y a esos pobres pataches, tristes, desmantelados,
de podridas maderas y agrietado pañol;
más viejos que estos lobos que en un huacal sentado,
al soco de los fardos, están tomando el sol.
y en tanto humean sus pipas, contemplan la. vlajer..
naves, que bunden sus torsos de bierro en la babia,
y relatan antiguas andanzas marineras
en las que, acaso, fueron los héroes un dia:
Gavieros atrevidos y patrones expertos
que en la noche sondaron los más distantes lares,
que se han tambaleado sobre todos los puertos
y ban escuchado el viento sobre todos los mares...
y oyeron de laS:olas los rudos alborotos
golpear la cubierta con recia a1garabla,
entre los crujimientos de los mástiles rotos
y las imprecaciones de la marinería.
y luego, ,cuando el barco navegaba inseguro,
y era la nocbe negra~como:Un.cei'ludo arcano,
miraron, en el fondo del horizonte oscuro,
aparecer la"luna conft) un fanal lejano...
¡Oh gigante epopeya! ¡Gloriosos navegantes
que a la sombra vencisteis y a la borrasca fiera,
gentes de recios músculos, corazones gigantes;
yo quisiera que mi alma como las vuestras fuera!
y quisiera ir a bordo de esos grandes navíos,
de costados enormes y estupendo avanzar,
que dejan en las nubes sus penachos sombrlos
y una estela solemne Boble el azul del mar.
y el timonel seria de esa griega corbeta
que hincha BUS velas grises en el ambiente azul;
o el capitán noruego del bergantln-~oIeta
que zarpó esta manana con rumbo a Liverpool...
¡Hombres de mar, yo 05 amo! YI con el alma entera
del muelle os gritarla al veros embarcar:
¡Dejadme ir con vosotros de grumete siquiera,
yo, cual vosotros, quiero ser un Lobo de Mar!
PUERTO DE GRAN CANARIA SOBRE EL SONORO ATLÁNTICO,
con sus faroles rojos en la noche calina,
y el disco de la luna bajo el azul romántico
rielando en la movible serenidad marina...
Silencio de los muelles en la paz bochornosa,
lento compás de remos, en el confín perdido,
y el leve chapoteo del agua verdinosa
lamiendo los sillares del malecón dormido...
Fingen, en la penumbra, fosfóricos trenzados
las mortecinas luces de los barcos anclados,
brillándo entre las ondas muertas de la bahía;
y de pronto, rasgando la calma, sosegado,
un cantar marinero. monótono y cansado,
vierte en la noche el dejo de su melancolía...
II
A taberna del muelle tiene mis atracciones
en esta silenciosa hora crepuscular:
yo amo los juramentos de las conversaciones
y el humo de las pipas de los hombres de mar.
Es tarde de domingo: esta sencina gente
la fiesta del descanso tradicional celebra;
son viejos marineros que apuran lentamente,
pensativos y graves, sus copas de ginebra.
Uno muy viejo cuenta su historia: de grumete
hizo su primer viaje el afto treinta y siete.
en un bricbarca blanco, fletado en Singapoore...
Y, contemplando el humo, relata conmovido
un cuento de piratas, de fijo acaecido
en las lejanas costas de América del Sur...
III
Y volvieron, al cabo. las febricientes horas;
el sol vertió su lumbre sobre la pleamar.
y resonó el aullido de las locomotoras
y el adiós 4e los buques, dispuestos a zarpar.
Jadean. chirríantes, en el trajfn creciente,
las poderosas grúas; y a remolque, tardías,
las disformes barcazas, andan pesadamente
con los hinchados vientres llenos de mercandas.
Nos saluda, a lo lejos, el blancor de una vela,
las hélices revuelven su luminosa estela;
y entre el sol de la tarde y el humo del carbón,
la blanca arboladura de un bergantln latino,
le aleja, lentamente, por el confin marino
como un jirón de bruma, sobre el azul plafón...
IV
Esta noche, la lluvia, pertinaz ha caldo,
desgranando en el muelle su crepitar eterno,
y el encharcado puerto se sumergió aterido
en la intensa negrura de las noches de invierno.
En la playa, confusa, resonga la marea,
las olas acrecientan en el turbión su brío,
y hasta el medroso faro que lejos parpadea,
se acurruca en la niebla tiritando de frío...
Noche en que nos asaltan pavorosos presagios
y tememos por todos los posibles naufragios,
al brillar un relámpago tras la extensión sombría;
y en que, al través del viento, clamoroso resuena,
ahogada por la bruma, la voz de una sirena
como un desesperado lamento de agonía...
V
Llegaron invadiendo las horas vespertinas,
el humo, denso y negro, manchó el azul del mar;
y el agrio resoplido de sus roncas bocinas
resonó en el silencio de la puesta solar.
Hombres de ojos de ópalo y de fuerzas titánicas
que arriban de paises donde no luce el sol;
acaso de las nieblas de las islas británicas
o de las cenicientas radus de Nueva York...
Esta tarde, borrachos, con caminar incierto,
en desmanados grupos se dirigen al puerto,
entonando el God save, con ritmo desigual...
Ven un ¡Hurrah! prorrumpen con voz estentorosa
al ver, sobre los mástiles, ondear victoriosa
la púrpura violenta del Pabellón Royal...
VI
Marinos de los fiordos, de enigmático porte.
que llevan en lo pálido de sus semblantes bravos
toda el alma serena de las nieves del Norte
y el frío de los quietos mares escandinavos.
En un invierno, acaso, por los hielos cautivos,
en el vasto silencio de las noches glaciales,
sus apagados ojos miraron, pensativos,
surgir las luminosas auroras boreales...
Yo vi vuestros navfos arribar en la bruma;
el mascarón de proa brotaba de la espuma
con la solemne pompa de una diosa del mar;
y los atarazados velámenes severos
eran para el ensueño cual témpanos viajeros
venidos del misterio de la noche polar...
VII
Esta vieja fragata. ducha navegadora, '
que luce en nuestro puerto su aparejo cansino
y, bajo el botalón, enristrando la prora,
policromado en roble, un caballo marino...
Esta vieja fragata portuguesa, en la rada
reposa su ventruda vejez de cachalote;
navegó tantos anos y está tan averiada,
que es un puro milagro que se mantenga a flote...
Acaso ¡pobre nave! recuerde en su porfía
la irreflexiva pompa con que un lejano día
zarpó del astillero, velívola y sonora;
y en este puerto extrano, de pesadumbres llena,
hoy, valetudinaria, sobre estribor se escora
buscando el tibio halago del sol en la carena...
VIII
Esta vieja fragata tiene sobre el sollado
un fanal primoroso con una imagen linda;
y en la popa, en barrocos caracteres grabado,
sobre el LISBOA clásico, un dulce nombre: OLINDA...
Como es de mucho porte y es cara la estadía
alija el cargamento con profusión liviana:
llegó anteayer de Porto, filando el mediodía,
y hacia el Cabo de Hornos ha de salir mañana...
¡Con qué desenvoltura ceñía la ribera!
y era tan femenina, y era tan marinera,
entrando, a todo trapo, bajo el sol cenital;
que se creyera al verla, velívola y sonora,
una nao almirante que torna vencedora
de la insigne epopeya de un combate naval...
IX
Hoy es la botadura del barco nuevo: Luisa·
María.-LAS PALMAS: lo han bautizado ayer;
su aparejo gallardo sabrá correr la brisa.
¡Por San Telmo, que es digno de un nombre de mujer!
Es blanco y muy ligero, de corto tonelaje
para darle más alas a su velocidad;
directo a las Antillas hará su primer viaje
al mando del más grande patrón de la ciudad.
¡Buen pilotol valiente, sesenta años al cuento
de la mar; diez naufragios, y, como complemento,
alma de navegante procelosa y bravía.
No hay temor por su barco; saben sus companeros
que antes de abandonarle, con él perecería:
que así han obrado siempre los buenos marineros...
X
Es todo un viejo lobo: con sus grises pupilas,
las maneras calmosas y la tez bronceada.
Solemos vagar juntos en las tardes tranquilas;
yo le estimo, él me l1ama su joven camarada...
Está bien orgul1oso de su pasado inquieto;
ama las noches tibias y los dlas de sol;
y entre otras grandes cosas, dignas de su respeto,
es una, la más alta, ser súbdito español.
En tanto el mar se estrella contra las rocas duras,
él gusta referirme curiosas aventuras
de cuando fué soldado de la Marina Real;
de llQuel famoso tiempo guarda como regalo,
la invalidez honrosa de su pierna de palo
y su cruz pensionada del Mérito Naval...
XI
Frente a Los Arenales hay un buque encallado...
El arribar sin práctico fue grave desacierto:
al entrar, por la noche, tomó, desorientado,
las luces de la costa por el fanal del Puerto.
Funesto fue el engaño; la arremetida, fiera;
tratar del salvamento, esperanzas fallidas:
tiene la enorme proa clavada en la escollera
y la hélice en el aire con las aspas hendidas.
Nadie acierta a explicarse las causas del siniestro:
el capitán John Duncan, viejo marino diestro,
ha su veintena de años que hace la travesía...
¡Qué horror! Alguien afirma que el míster John famoso,
ama las veleidades del whisky espirituoso...
¡En el puente han hallado su garrafa, vacía!
XII
Noche pasada a bordo, en la quietud del puerto.
Ahora mismo amanece: la claridad escasa
va invadiendo los fardos del espigón desierto;
se oye el son fugitivo de una barca que pasa...
Frescor acariciante de la brisa marina,
muelles que se despiertan; apagados rumores
de velas que trapean en la paz matutina,
y lejanos silbidos de los remolcadores...
Alguna voz de mando que llega, amortiguada,
carruajes que se alejan entre la madrugada
y la franja de púrpura del sol que va a nacer;
mientras en los albores de la ciudad, humea
la torre de ladrillo de alguna chimenea,
como un borrón vertido sobre el amanecer...
(Santa Cruz de Tenerife)
XIII
Navegamos rodeados de una intensa tiniebla:
no hay un astro que anime la negra lontananza;
y nos da el buque, en medio de la noche de niebla,
la sensación de un monstruo que trepida y avanza.
Baten las olas lentas su canción marinera,
el piloto pasea, silencioso, en el puente;
y un centinela, a popa, junto al asta-bandera,
apoyado en la borda, fuma tranquilamente...
Tiene un no sé qué indómito su mirada perdida,
el resplandor rojizo de su pipa encendida
en la toldilla a oscuras pone un candente broche:
y al mirar $1 silueta de rudo aventurero,
suefla que viaja a bordo de algún barco negrero,
nuestra alma, que es gemela del alma de esta noche...
XIV
Vamos llegando en medio de un poniente dorado;
el Océano brilla como una intensa llama,
y poco a poco, lenta, la noche se derrama
en la paz infinita del puerto abandonado.
Nada perturba el seno de esta melancolía;
sólo un falucho cuelga su velamen cansado,
y hay tal desesperanza en el aire pesado
que hasta el viento parece que ha muerto en la bahía...
Entramos lentamente; a nuestro lado quedan
algunas lonas blancas, que en la noche remedan
aves de mar que emprenden una medrosa huida;
y a lo lejos, en medio de la desierta rada,
del fondo de la noche, como, un soplo de vida,
va surgiendo la blaQca ciudad, iluminada...
(Puerto de Cádiz)
XV
¡Oh, el puerto muerto! Lleno de una ancestral pereza,
arrullado al murmullo de un ensueño ilusorio,
que aún guarda un visionario pérfume de grandeza
sepulto entre las ruinas de su pasado emporio...
Estas ondas, antaño florecidas de estelas,
hoy murmuran apenas un quejumbroso halago
aflorando la pompa de las hinchadas velas
y las gloriosas naves de Atenas y Cartago...
La ciudad, a lo lejos, a su sopor se entrega;
sólo en las tardes tristes, cuando el ocaso llega
y el sol poniente incendia los vesperales oros
reclinada en sus fueros, majestuosa, espía
la vuelta de los viejos galeones, que un día
lIe~aban de las Indias cargados de tesoros...
(Cádiz, 1908)
XVI
Puerto desconocido, desde donde partimos
esta noche, llevándonos el corazón opreso;
cuando estamos a bordo, y en el alma sentimos
brotar la melancólica ternura del regreso...
Silencio; tras los mástiles la luna, pensativa,
en las inquietas ondas su plenitud dilata;
y en el cielo invadido por la pereza estiva,
las estrellas fulguran como clavos de plata...
¡Oh, sentimos tan solos esta noche infinita,
cuando, acaso, un suspiro de nuestra fe marchita
va a unirse al encantado rumor del oleaje!...
y emprender, agobiados, la penosa partida
sin que un blanco pañuelo nos dé la despedida
ni haya una voz amiga que nos grite: ¡buen viaje!
(Lisboa)
Final:
Yo fui el bravo piloto de mi bajel de ensueño;
argonauta ilusorio de un pais presentido,
de alguna isla dorada de quimera o de sueño
oculta entre las sombras de lo desconocido...
Acaso un cargamento magnífico encerraba
en su cala mi barco, ni pregunté siquiera;
absorta mi pupila las tinieblas sondaba
y hasta hube de olvidarme de clavar la bandera...
y llegó el viento Norte, desapacible y rudo;
el vigoroso esfuerzo de mi brazo desnudo
logró tener un punto la fuerza del turbión;
para lograr el triunfo luché desesperado,
y cuando ya mi brazo desfallecfa, cansado,
una mano, en la noche, me arrebató el timón...
(*) Todos estos poemas forman parte de Las Rosas de Hércules.