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Tomás Morales: Rosas de Hércules: Inicio:
El poeta futuro:
¿Eres tú el de la nueva generación riente
que llegas con las manos ungidas de armonía,
y que cual ígneo faro conduces en la frente,
para guiar las almas, la luz de la Poesía?
¿Eres tú el venidero, magnífico profeta,
de Dios galardonado con inmarchitas palmas,
que en un alto cordaje de lírico poeta
cante de todo un siglo las luchas y las almas?
¿Eres el inspirado futuro evangelista,
el Genio que interpreta los hechos inmortales;
y, con gigante pluma de inspiración no vista,
los grabe en sus estrofas lo mismo que en misales?
Mirando al horizonte tropiezo con tu frente,
cual si a su fin te alzaras como un sublime faro,
y miro el parpadeo de tu cerebro ardiente
cual órbita de un clclope de ardor perenne y claro
Como los regios buques de máquinas grandiosas
van hacia el faro vivo cruzando el mar extenso,
lo mismo que si fueran gigantes mariposas
que huyeran, fascinadas, a un candelabro inmenso:
Asi, se me figura, que irán como un torrente,
si fueses el sublime poeta del mañana,
las almas, hacia el faro radioso de tu frente,
donde rutila un disco de lumbre soberana.
Haz de tu cuerpo un arpa con nervios de tu vida.
la red de tus arterias te sirva de cordaje;
sé un hombre prodigioso de frente embravecida
lo mismo que un humano y espléndido oleaje.
Llora con los que sufren sin porvenir ni nombre,
lucha con los que gimen para alcanzar la palma;
que tú y todos los hombres parezcan sólo un hombre,
que tú y todas las almas parezcan sólo un alma.
Tiende la vista errante por cima del planeta,
mira las grandes vias que enlazan las ciudades;
y esparza, fecundante, tu antorcha de poeta,
por todos los caminos, sus altas claridades.
Canta el enorme tráfago de los tronantes puertos;
las cajas como témpanos, las grúas resistentes,
los largos rompeolas cual brazos siempre abiertos,
adonde llegan razas y pueblos diferentes.
Cante tu amor humano las redes de amplias vías,
que cruzan por los mares, que van tras de los montes;
descorre cual telones las vastas lejanías,
repliega cual cortinas los grandes horizontes.
Infla, sobre las aguas de móviles estelas,
los lienzos de los barcos como alas prodiciosas,
y cual gigantes pájaros se romperán las velas,
rompiendo los confines, en brumas milagrosas.
Llave tu lira sea, llave de oro fundida,
que desabroche mares y términos sin nombres;
y, atónita, descubra que en todo el orbe hay vida,
en todas partes luchas y en todas partes hombres.
Describe las mil flotas de bélico heroísmo
que atravesando piélagos sembrados de negrura,
derrumben sus cañones al fondo del abismo,
en medio del Atlántico, bajo un alba futura.
Pinta cómo la industria que de la China es gala
hace un mantón de seda que fulge y encandila,
y un barco que lo coge y haciendo va su escala,
deja en España el mágico pañuelo de Manila.
Describe cómo Persia, que teje los tapices,
carga en solemne buque la tela esplendorosa.
y en el Tonkín distante desdobla sus matices
o en Nueva York despliega la trama prodigiosa...
Las cinco grandes cuerdas de tu protéica lira
del mundo entero sean los cinco Continentes,
telescopio inmenso que a todas partes gira
y enfoca soles, mares, espíritus y frentes.
Todas las razas junte tu mágico renombre
como una tribu bfblica, bajo una inmensa palma;
que tú y todos los hombres parezcan sólo un hombre,
que tú y todas las almas parezcan sólo un alma.
Borra a las cordilleras sus altas cresterías,
aparta cual barreras los muros de los montes.
descorre cual telones las vastas lejanías,
repliega cual cortinas los grandes horizontes...
Y, si, teniendo un arpa sublime y soberana
no cantas de los hombres la lucha sempiterna:
¡Baje sobre tu pecho la execración humana!
¡Caiga sobre tu frente la Maldición Eterna!
(SALVADOR RUEDA, Marzo de 1909)

Canto inaugural:
Bajo las rubias ondas del estío inclemente,
por apacibles cuencas y huyentes peñascales,
Hércules recorría las tierras de Occidente.
Eran las venturosas épocas iniciales
cuando los sacros númenes de bondadoso ceño
solían su apariencia mostrar a los mortales.
Iba alegre, poseso de un desmedido empeñoj
el loco aturdimiento tronchaba los arbustos,
vagando a la ventura, bárbaro y zahareño.
Cantaba: el vago viento prendía los augustos
sonidos y los ecos lejanos repetían
la franca explosión de los pulmones robustos...
Unánimes, al paso del semidiós, rendían
vegetales y bestias admiración conjunta;
ya los preclaros hechos las famas elegían,
y ya la prestigiosa celebridad, presunta
del avatar paterno los épicos azares.
La clásica belleza, gloriosamente, ayunta
lo ingrave de Dionysos con el vigor de Ares:
bajo su piel nevada de adolescente griego,
proyéctanse los recios contornos musculares...
Pesaba el mediodla como un airón de fuego;
y, gloria del verano, la cigarra cantora.
narraba en lengua delia con monocorde juego,
bélicos episodios de alguna acción sonora;
y, en excelente exámetro, su perennal suplicio:
¡la leyenda patética de Titón y la Aurora!
Ardían las montañas como en un sacrificio;
y la Tierra, preñada de gérmenes violentos,
ofrendaba a los cielos el corazón nutricio...
Del calor estival los acometimientos,
sobre las desnudeces del héroe, punzadores.
eran cual un enjambre de tábanos hambrientos.
Molesto, el Númen, siente remover sus furores
y la ínclita soberbia requiere arco y aljaba
contra los ofensivos, celestes resplandores.
En el cenit, magnífico, el Magno Ardor brillaba;
fulminando en un rapto de paroxismo ardiente,
sobre el mar y la costa, la cabellera brava...
Tiende la cuerda el ágil mancebo; de repente,
del curvado artificio por la sutil garganta,
parte la aguda flecha vertiginosamente.
¡Fue tan fiero el impulso, fue la violencia tanta,
que al recobrar el arco la primitiva hechura,
sintió el arquero, un ápice. ceder la firme planta!
Enojado el profundo monarca de la altura,
ante el enorme agravio del argólida fuerte,
cubrió la faz pletórica con densa nube oscura.
Por vez primera en toda su iluminada suerte,
un estremecimiento y un hálito glaciales,
correr los duros miembros, el temerario, advierte...
Vuelve la vista en torno; cabe los matorrales,
trazando una ancha faja de penumbra olorosa.
corría un largo seto de silvestres rosales.
Sobre el azul calcando su plenitud umbrosa,
la voluntad turbada del nómada atraía
con atracción jocunda, fresca y maravillosa.
Insólito entusiasmo promueve su energía;
y arrojando las armas, prendas de su coraje,
hacia el vergel lozano los rectos pasos guía.
Ya sus pisadas huellan la linde del boscaje;
ante sus ojos se abren millares de corolas
esmaltando la alegre frondación del follaje:
unas en sangre tintas como las amapolas.
otras de gamas breves y tonos apagados;
todas de ensueño plenas, de luz y de aureolas...
Frente a frente, de extraños prodigios animados.
cogidos en el pasmo de hipnótica influencia.
los dos contrarios símbolos se miran fascinados.
Opuestos arquetipos de paz y de violencia:
las peregrinas rosas, floral aristocracia,
y el vástago de Júpiter, todo supervivencia:
¡Delicadeza y fuego. fragilidad y audacia:
los dos rosados vértices de la Sabiduría;
la conjunción suprema de la Fuerza y de Gracia!...
...
Lleno el pecho gigante de honda melancolía,
odia el hijo de Alcmena las furias desatadas
y el inmortal orgullo de su soberanía.
Ahora, pesaroso de las glorias pasadas,
refrenando el orgasmo de los instintos duros,
intenta tocar, tímido, las urnas perfumadas:
Sus manos se entrometen por los brotes maduros,
y al temblor de los dedos, los pétalos radiantes
dilucidan la sombra con sus matices puros;
Pululan en el oro solar leves instantes;
y, ante el crecido asombro del destructor despótico,
al caer, multiplican los filtros penetrantes.

Dilata el dios las fauces ante el efluvio exótico,
y el bálsamo enervante penetra en sus sentidos
al igual que los zumos de un hidromiel narcótico.
Apriétanle el cerebro los vahos encendidos;
y, borracho de aromas, deja doblar, incierto,
sobre la oliente alfombra los músculos vencidos...
Serenidad... Triunfaba del horizonte abierto,
de nuevo, el Sol magnífico; y, en el silencio, daba,
más estridente ahora, su pertinaz concierto
la cigarra sonora, y el Cosmos caldeaba
en su crisol el vasto designio de las cosas...
¡Frente al joven dormido, el claro mar, sonaba!
Tal, olvidando, un punto, las gestas azarosas
-crepuscular paréntesis en las heróicas lides-,
bajo un cielo del Lacio y en un lecho de rosas,
soñó su primer sueño de amor el gran Alcides...

Vacaciones sentimentales:

De toda la memoria sólo vale
el don preclaro de evocar los sueños.
(Antonio Machado)

Cortijo de Pedrales, en lo alto de la sierra
con sus paredes blancas y sus rojos tejados;
con el sol del otoño y el buen olor a tierra
húmeda, en el silencio de los campos regados.
Bajo la dirección tenaz de los mayores
se fomentó la hacienda y se plantó la viña;
y más tarde, sus hijos, que fueron labradores,
regaron con su egregio sudor esta campiña.
Todo está como ellos lo dejaron: la entrada
con su parral umbroso y el portalón de encina;
aún la vieja escopeta de chispa, abandonada,
herrumbroso trofeo, decora la cocina.
Allí los imagino, con ademán sereno,
bajo las negra!! vigas del recio artesonado,
al presidir la mesa, partiendo el pan moreno,
sus diestras, que supieron conducir el arado;
o en la quietud benigna del campo bien oliente,
mientras el agua clara corre por los bancales!
de codos sobre el mango de la azada luciente
e inclinadas a tierra las testas ancestrales...
¡Oh, el perfume de aquellas existencias hurañas,
que ignoraron, en medio de estos profusos montes,
si tras estas montañas habría otras montañas
y nuevos horizontes tras estos horizontes!
La casa blanca al borde de las espigas rubias,
la conciencia serena y el hambre satisfecha,
los ojos en las nubes que han de traer las lluvias
y el alma en la esperanza de la buena cosecha...
y así fueron felices... De toda su memoria
sólo quedó esta página inocente y tranquila:
¡Vivieron largamente, sin ambición ni gloria,
su vida fue una égloga dulce como una esquila!

II
Laxitud soñolienta de la noche aldeana,
en la paz encantada del viejo caserío,
cuando, para el ensueño, buscamos la ventana
de nuestro cuarto, abierta sobre el campo en estío.
La luna, que esta noche brilla más transparente,
parece enamorada del silencio rural;
la quietud de los álamos en el tranquilo ambiente
y el agua de la acequia dentro el cañaveral...
La música del agua, plañendo crIstalina,
estos dias de junio, fluye más melancólica;
oculto entre unas piedras, en su flauta pristina,
un grillo silba una serenata bucólica.
y con el viento, vienen lo más tenues aromas
que labora el milagro de los dulces rosales;
el viento que nos cuenta de las fragante pomas
y que ha dormido en medio de los verdes maizales...
y algo que es como un sueño, que con el aire viene
a buscar nuestras almas, que acaso es comprensivo
sólo para nosotros, esta noche que tiene
la quietud oportuna que hace el recuerdo vivo...
Mas en tanto evocamos los ayeres soñados,
con tal ansia aguardamos un manana más puro,
que daríamos todos los ensueños pasados
por la clarividencia del ensueño futuro...
Para olvidarla luego, pero que nuestro olvido
sea una voz que diga muy quedo: -No te pierdas
en la memoria, espera; sé un recuerdo querido,
al que se le pregunta con lágrimas... ¿Te acuerdas?

III
Y he recordado... El breve rincón de un pueblecillo;
una casa tranquila Inundada de sol;
unas tapias musgosas de encarnado ladrillo
y un jardín que tenia limoneros en flor.
Una pequeiña rubia como un fruto dorado,
cuyas pupilas eran de una apacible luz,
y un audaz rapazuelo de correr alocado
vestido con un traje de marinera azul.
Primavera era el hada de sus juegos pueriles...
En la huerta sonaban los gritos infantiles
que callaban, de pronto, bajo la tarde en paz;
cuando una voz llegaba, serena y protectora,
desde el balcón, donde una enlutada señora
llamaba dulcemente: Guillermina... Tomás...

IV
Entonces era un niño con los bucles rizados:
a la tarde, solía jugar por el jardín;
feliz con mi trompeta, mi caja de soldados,
sin más novelerías que los cuentos de Grim.
Había algunas niñas, amigas de mi hermana:
Leopoldina era rubia con oros de trigal;
Carmencita, morena como una sevillana;
Lucila era tan pálida!. Y la traviesa Juana
reía en el crepúsculo su risa de cristal...
Ésta era la alegría: en cuanto era llegada
se poblaba de trinos el amplio caserón,
con su vestido blanco, su carita rosada
y aquellos labios, rojos como una tentación...
De todas las muchachas era la preferida:
ella fue mi primera visión sentimental...
Al recordar ahora su silueta querida,
siento que mi alma tiene dulzuras de panal...
Yo estaba enamorado de mi amiguita... Un día
en que el sol de su risa brilló más retozón,
eché a correr tras ella por ver si la cogía;
y la cogí... Y, entonces, como ella se reía,
yo besé aquella risa, que era mi tentación...

V
Por fin se terminaron aquellas vacaciones.
Otra vez el colegio con su péndulo lento;
los empolvados mapas de los largos salones
y los eternos días llenos de aburrimiento...

A últimos de Septiembre, una mañana fría,
nos recogió el vetusto coche de la pensión.
¡El primero de Octubre! ¡Poco piadoso día,
que era tan detestado por nuestro corazón!...

Entre besos y lágrimas nos hemos despedido...
Una tenue llovizna que empaña los cristales,
desciende finamente sobre el campo aterido
empapando las hojas de los cañaverales...

Vamos cruzando el pueblo que duerme sosegado:
algunas puertas se abren; algunos labradores
que van al campo, pasan fumando a nuestro lado,
y al saltar de las ruedas sobre el tosco empedrado,
despiertan los primeros gallos madrugadores.

Llegamos a la plaza. De la fragua al abrigo,
miramos, inundados de un profundo pesar,
al hijo del herrero, nuestro excelente amigo,
que en el umbral asoma para vernos marchar.

y al llegar al colegio, vemos sin alegría
nuestro uniforme y nuestra gorra galoneada,
que el alma, entonces niña, con gusto trocaría
por el trajín sonoro de la vieja herrería
y la carilla sucia de nuestro camarada...

VI
A Fernando Fortún
Esta tarde he leído a Rodenbach. El día
ha sido el más propicio que hubo en todo el Verano...
La quietud casi triste de este salón antiguo
de un amigo que espero; el misterioso encanto
de esas altas ventanas que tienen muselinas:
la quietud de los viejos espejos biselados
y este vaso con flores nuevas sobre la mesa...
En la mesa hay un libro: El del poeta amado.

Les chambres, qu'on croirait d'inanimés décors
han, sin embargo, un alma; pero que es necesario
sorprender en el seno de los grandes silencios...
y yo, con el poeta, la sorprendí: Fernando.

En estas horas buenas de exaltación de espíritu,
la inquietud de las cosas desciende a nuestro lado.
y al indagar sus almas frente a frente al misterio,
sentimos que las nuestras se van sutilizando
y miramos y vemos, y escuchamos y oímos,
algo que en nuestra vida ni vimos ni escuchamos...

¿No has sentido una noche, cuando a casa volviste,
al abrir a deshoras la puerta de tu cuarto,
agitarse en un vuelo ligero las cuartillas
y temblar los cristales con pasajero espanto?...
Crefste que fue el viento de la puerta al abrirse...
¡Creíste que fue el viento... y no fue el viento acaso!...

Yo he visto en un espejo de Trianón una tarde,
la aparición de un rostro inmensamente pálido,
y el cuello de una Reina, sobre el que florecía,
ciñéndolo, la púrpura de unos corales trágicos...
y fue una momentánea visión, y fue tan brusca,
que yo pensé fue un sueño... y no fue un sueño acaso!...

Douceur du soir! Douceur de la chambre sans lampe!
Dulzura del crepúsculo soñador y romántico,
de los viejos salones de muebles silenciosos,
de las alcobas dulces y los pasillos largos!...
Dulzor íntimo y suave, para pensar a solas;
para repetir sueños,-que ya fueron soñados,
y forjarnos tristezas, porque somos felices,
dejando la alegría para los desgraciados...

La cámara está a obscuras... apenas en el hueco
de la ventana abierta, hay un difuso cuadro
de claridad cernida; y junto a él en penumbra,
los arcáicos sillones de solemnes respaldos.

y el borde de una mesa, con pulidas molduras,
por donde corre un hilo de luz encandilado...
y las sombras avanzan: ya apenas en el fondo.
se perciben los amplios cortinones plegados,
y el cristal de un espejo que brilla fugitivo,
mientras en la penumbra, junto a un rincón, callado.
enseña en un bostezo de silencio y de hastío
su blanca dentadura de marfil el piano...
y de pronto, campanas... Un repique sonoro
se difunde en la quieta meditación del ángelus,
llegando hasta nosotros ledamente, impreciso;
y en este único instante, como a un conjuro mágico,
tiemblan las muselinas imperceptiblemente,
unos pétalos mueren de inquietud en un vaso,
y del piano en éxtasis surge una melodía
tan severa, tan pura: de un sollozar tan plácido;
cual si una mano en sueños, desmayada de olvido
dejara una tristeza vagar por el teclado...
Después... nada; penumbra, vaguedad, quietud... nada!
El silencio prosigue...

Un antiguo criado
de la casa ha encendido la lámpara, y se ha ido;
se escuchan en la calma del corredor sus pasos,
alejarse seniles, en el crujir del suelo,
y perderse a lo lejos...

El salón alumbrado
ha perdido el misterio; la sombra huye medrosa,
y se oculta vencida, tras los viejos retratos,
debajo de los muebles, junto a las muselinas
y entre las plegaciones de los portiers pesados...
y como con la lámpara se ha extinguido el ensueño
acudí a la ventana. Sobre la paz del campo
va muriendo el crepúsculo... Esta noche de julio
tendrá para mi espiritu la placidez de un bálsamo...
Pensé unos versos tuyos: Parece que mi alma
salió de mi, y se ha hecho el alma de este ocaso!...
He ecendido mi pipa que rima con la luna
y he contemplado el humo...
Mi amigo ha regresado...

VII
Y como se ha quedado la ventana entornada,
la estancia se ha llenado de claridad lunar;
y nosotros pensamos: es nuestra bien amada
la luna, que esta noche nos viene a consolar...

VIII
Y con la luna ha vuelto la visión de mi hermana
en el plácido ambiente de los primeros dias;
aquel verano vino de la pensión ufana;
ya era una mujercita con sus catorce años.

Vino también tía Rosa, ya un poquito arrugada,
cuyas viejas historias gustábamos oir;
sobre todo las que eran de aquella temporada
tan célebre: dos meses pasados en Madrid...

Cuando viera a la reina una tarde de enero
en la carroza regia por la Puerta del Sol;
y pintorescos cuentos de aquel rey jaranero
caballero perfecto, simpático español.

Cual buena provinciana, no se le quedó nada
por ver, y recordaba con deleite especial
cuando a primera hora, de maja disfrazada,
fue con unas amigas al baile del Real.

Las máscaras estaban, a su decir, divinas.
con el rostro cubierto por el negro antifaz;
los palcos encantaban llenos de serpentinas...
Las mujeres tan lindas y los hombres de frac!

Mas todos los requiebros se dijeron por ella-
algunos recordaba la picaresca sal-
Quizás por ser más tímida, no por ser la más bella,
¡las había tan bellas en ese carnaval!
y nosotros quisimos ver el disfraz preciad
que por aquel buen tiempo fue toda su ilusión
y que ahora dormía sus glorias, olvidado
en el apolillado misterio de un arcón...
Del que ella fue sacando con cuidadoso anhelo
entre cintas marchitas y deslucidos trajes:
la cumplida basquilla de negro terciopelo.
y la mantilla blanca tembladora de encajes...
Un escarpín de raso con un bordado alterna
y unas medias rosadas, tras una falda grana,
dignas de haber ceñido la torneada pierna
de la gentil Rosario Fernández, La Tirana...
Mi hermana ha recogido todo estos primores,
ha salido y ba vuelto poco rato después;
y ya era una Manola de los tiempos mejores,
hija de Maravillas, del Rastro o Lavapiés...
y adoptando un gracioso talante pinturero,
nos miraba con una sonrisa picaruela:
yo entusiasmado entonces le arrojé mi sombrero
diciéndole un piropo de una vieja zarzuela.
y benévolente tía Rosa sonreía
acaso recordando el donaire jovial,
con que el Rey don Alfonso la llamó: ¡Reina mía!
aquel inolvidable Martes de Carnaval...

IX
Cuando a mi alma interrogo sobre el ensueño ido
y viene a mí el encanto de aquella buena hora:
Entre caras brumosas empañadas de olvido
hay una, que recuerdo cual si la viese ahora.
Fue un nuestro buen amigo; sus miradas errantes
daban a sus pupilas una visión inquieta,
y por sus aficiones todos los estudiantes
llamábanle, con tono desdeñoso, el poeta.
Mientras los camaradas juegan indiferentes,
él solía leerme sus versos inocentes
con voz emocionada y en tono muy formal.
No sé lo que habrá sido de ese buen compañero:
yo que entonces hubiera querido ser torero
sentía por él una compasión fraternal..

X
Tarde de oro en Otoño, cuando aún las nieblas densas
no han vertido en el viento su vaho taciturno,
y en que el sol escarlata, de púrpura el poniente,
donde el viejo Verano quema sus fuegos últimos.

Una campana tañe sobre la paz del llano.
y a nuestro lado pasan en un tropel confuso,
aunados al geórgico llorar de las esquilas,
los eternos rebaños de los ángeles puros.

Otoño, ensueños grises, hojas amarillentas,
árboles que nos muestran sus ramajes desnudos...
Sólo los viejos álamos elevan pensativos
sus cúpulas de plata sobre el azul profundo...

Yo quisiera que mi alma fuera como esta tarde,
y mi pensar se hiciera tan impalpable y mudo
como el humo azulado de algún hogar lejano
que se cierne en la calma solemne del crepúsculo...

Elogio de las campanas:
Cuando en la noche reina la quietud silenciosa,
y hasta es callado el viento que mueve las espigas,
desciende hasta mi alma una voz afectuosa...
Las campanas del pueblo son mis buenas amigas.

Pero hay una entre todas que tiene mis amores,
porque tienen sus sones más infantilidad,
yo la amo más que a todas sus hermanas mayores
y aún más que a las campanas grandes de la ciudad...

Esquilón de la aldea que eres como un hermano
que sabes tantas cosas queridas para mi,
cuando alegre repicas con tu lirismo vano
volteando en la torre travieso y parlanchín.

Ver tomo un chicuelo alocado y violento
que aprovecha un descuido para ser decidor,
mientras su madre espera tras un trepidamiento
el golpe del pesado martillo del reloj.

Tu abuela sabidora fue una vieja cigüeña
que sólo te hizo cuentos de los que hacen reir,
por eso, aunque eres viejo, tienes la voz risueña,
y hasta tu son cascado tiene un dejo infantil.

Por lo mismo te he dado mis afectos mejores,
por ingenuo y por fútil en tu sonoridad...
Yo te amo más que a todas tus hermanas mayores
y aún más que a las campanas grandes de la ciudad.

La voz de las campanas:
Su lenguaje es sencillo como su alma que es buena,
para los funerales tienen un triste son.
en Primavera ríen, cantan por Nochebuena,
parece que en los ángelus invitan a la cena
y después nos anuncian la plática serena
tan huecas y tan graves las noches de sermón...

(*) Todos estos poemas forman parte del comienzo de Las Rosas de Hércules.

 

 

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