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Libros prohibidos: Política

Razones políticas:
El régimen soviético silenció a disidentes de alto nivel literario como Aleksandr Solzhenitsyn (1918-2008), autor de Archipiélago Gulag, Un día en la vida de Iván Denisovich, Agosto de 1914 y Pabellón del cáncer. Solzhenitsyn recibió el Nobel de Literatura en 1970. El Diario de Ana Frank, y Mein Kampf, de Adolf Hitler siguen prohibidos en algunos países. Operation Dark Heart del teniente coronel del ejército norteamericano Anthony Shaffer es una recopilación de información de su servicio en Afganistán. Describe el funcionamiento de las agencias de inteligencia norteamericanas. El Pentágono compró y destruyó la mayor parte de las 10 mil copias de la primera edición.

Censuras extrañas:
Entre ellas están Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll, que prohibió el gobernador de una provincia china por lo subversivo de incluir animales parlantes, “animales y seres humanos al mismo nivel”. El Mago de Oz se prohibió en los EE.UU. en la década de 1930 y de nuevo en la de 1960 por promover los “malsanos” valores de su independiente protagonista femenina, y lo “impío” de otros personajes. También en los EE.UU. se quemaron miles de copias de las novelas de Harry Potter, de J.K. Rowling, por promover la brujería y el ocultismo; “obras maestras del engaño satánico”. En Líbano se prohibió El Código Da Vinci de Dan Brown debido a la sugerencia del matrimonio entre Cristo y María Magdalena. Otros libros destacados que sufrieron diferentes clases de censura fueron: El Spycatcher - Peter Wright | Cisnes salvajes - Jung Chang | Sin novedad en el frente - Erich Maria Remarque | Doctor Zhivago - Boris Pasternak | 1984 - George Orwell | Ulises - James Joyce | Los versos satánicos - Salman Rushdie | Yendo Clear - Lawrence Wright | The Dark - John McGahern.

Viejo afán de prohibir:
Las novelas de caballerías inspiraron las locuras de don Quijote y a santa Teresa tuvieron que prohibírselas sus padres porque se estaba volviendo algo rara; hace medio siglo se comentaba a orillas del Sena que el existencialismo llevaba al suicidio, porque una joven había sido hallada ahogada en el río con un ejemplar de La náusea en el bolsillo… Más tarde la amenaza provino de La naranja mecánica de Kubrick, El último tango en París de Bertolucci y un largo etcétera que culmina, agravado, en Reservoir Dogs o Pulp Fiction de Quentin Tarantino y Natural Born Killers de Oliver Stone. A esta última se le acusa ya de haber acelerado por lo menos a siete delincuentes juveniles en USA. La exhibición de la película ha sido prohibida en Irlanda y puede serlo en algunos otros países europeos. Por su parte, la censura inglesa vetó hace poco el pase por televisión de uno de los clásicos del séptimo arte, El nacimiento de una nación de Griffith, por contener escenas de corte racista. (Fernando Savater)

Ficciones sediciosas:
Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión. Quienes dudan de que la literatura, además de sumirnos en el sueño de la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda forma de opresión, pregúntense por qué todos los regímenes empeñados en controlar la conducta de los ciudadanos de la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores independientes. Lo hacen porque saben el riesgo que corren dejando que la imaginación discurra por los libros, lo sediciosas que se vuelven las ficciones cuando el lector coteja la libertad que las hace posibles y que en ellas se ejerce, con el oscurantismo y el miedo que lo acechan en el mundo real. Lo quieran o no, lo sepan o no, los fabuladores, al inventar historias, propagan la insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana. (Mario Vargas Llosa)

China: Además de tener su propia especie de renacimiento, la China de la dinastía Ming también tuvo su propia inquisición. Esto fue consecuencia de la reanudación de los concursos para funcionarios públicos (los exámenes escritos) desde 1646 en adelante. Ocurrió entonces que, en relación con estas pruebas, empezaron a proliferar las academias privadas. Dado que la dinastía mantenía un control estricto sobre el currículo de los exámenes, era ella en gran medida la que controlaba lo que la gente pensaba, lo que le permitía también reducir las críticas. A comienzos del siglo XVIII esto condujo a un control mucho más directo y, al igual que ocurriera en Occidente, a la creación de un índice de libros prohibidos: en un momento dado llegó a haber 10.231 títulos en la lista y más de dos mil trescientos fueron destruidos realmente. Al mismo tiempo, se adoptaron medidas contra los autores disidentes, cuyas propiedades fueron confiscadas y a los que se condenaron a trabajos forzados, al exilio o, en algunos casos, incluso a la muerte. (Peter Watson)

Compromiso político de posguerra:
Casi todos los pensadores influyentes de la posguerra podían ser claramente situados políticamente. Un frente de la confrontación cultural durante la guerra fría lo constituyó el Congreso para la Libertad de la Cultura, inaugurado en Berlín en junio de 1950. Bajo sus auspicios Bertrand Russell, Benedetto Croce, John Dewey, Karl Jaspers, Jacques Maritain, Arthur Koestler, Raymond Aron, A. J. Ayer, Stephen Spender, Margarete Buber-Neumann, Ignazio Silone, Nicola Chiaromonte, Melvin Laski y Sidney Hook se propusieron desafiar y reducir el atractivo intelectual del comunismo, entre cuyos partidarios ilustres estuvieron en algún momento Sartre, Simone de Beauvoir, Bertolt Brecht, Louis Aragon, Elio Vittorini y muchos de los mejores pensadores de la generación intelectual siguiente —incluidos, en aquellos años, François Furet, Leszek Kolakowski y el joven Milán Kundera—.
● En Austria, muchos amigos de Estados Unidos vieron con frustración cómo durante la posguerra se retiraron de las bibliotecas de las populares «casas de América» en Viena, Salzburgo y otros lugares (siguiendo instrucciones del Washington de la era McCarthy) las obras de autores «inapropiados»: John Dos Passos, Arthur Miller, Charles Beard, Leonard Bernstein, Dashiell Hammett, Upton Sinclair, así como Albert Einstein, Thomas Mann, Reinhold Niebuhr, Alberto Moravia, Tom Paine y Henry Thoreau. (Tony Judt)


Posguerra española:
Los viejos que pasamos la primera juventud en el franquismo, todavía relativamente duro de los comienzos de los cincuenta, conocemos por experiencia los llamados libros prohibidos, una categoría eclesiástica felizmente superada. En la Biblioteca Nacional, en Madrid, a este estudiante de Filosofía y Letras se le negaba a menudo el libro que pedía, y tenía que dirigirse al despacho del censor, siempre un cura, para pedir una autorización especial. El proceso resultaba bastante bochornoso al tener que exponer los motivos por los que necesitaba leerlo; si se decía que por mera curiosidad intelectual la negativa estaba asegurada. Recuerdo algunos libros, como La Regenta, de Clarín, que por más explicaciones que daba siempre me fueron denegados. Pero sin duda Las ruinas de Palmira, del conde de Volney (1757-1820), fue el que alcanzó el mayor rechazo. Ni que decir tiene que una vez instalado en Alemania me apresuré a leer los libros prohibidos con la mayor fruición. Las ruinas de Palmira ha quedado grabado en mi subconsciente como uno de los libros más peligrosos; y en efecto es un magnífico ejemplo de la potencia crítica de la Ilustración francesa del XVIII, tanto respecto a la sociedad (para la que reclama libertad e igualdad, desde el supuesto que la una no puede funcionar sin la otra) como ante la religión, a la que desenmascara como un producto humano de dominación y control. Antes que Ludwig Feuerbach, el conde de Volney escribió: “No es Dios quien ha creado al hombre parecido a su imagen, es el hombre quien se lo ha representado semejante a la suya”. Para el conde de Volney todos los males sociales emanan de la codicia, o de la ignorancia. Pero si el hombre es el artífice de sus males —no cabe considerarlos en ningún caso castigo de Dios— también es el único que los puede remediar. Para ello lo mejor es acudir a la mayor igualdad socioeconómica que resulte tolerable, porque el igualitarismo extremo, al igual que la desigualdad máxima, arrasan ambos con la libertad. (Ignacio Sotelo, 15/09/2015)


Combatir la Ilustración:
Volney fue escritor, filósofo, orientalista y político. Su obra prosiguió el racionalismo de Helvétius y Condorcet. Su seudónimo es la forma contraída de Voltaire y Ferney. Tras su viaje por Oriente Medio escribió Viaje por Egipto y Siria (1788). Fue representante por el Tercer Estado en los Estados Generales de 1789. Las ruinas de Palmira o Meditaciones sobre las revoluciones de los imperios (1791) defiende un ateísmo tolerante, la libertad y la igualdad. Entre sus obras destacan una Cronología de Heródoto (1781) y Nuevas investigaciones sobre historia antigua (1814).

    El dominio de la fe sobre la política según Joseph de Maistre:
    Enemigo declarado de las ideas de la Ilustración, condenaba a la democracia y llamaba a la Revolución acontecimiento satánico. Se alzó contra la que consideraba teofobia del pensamiento moderno, que se había desprovisto de toda referencia a la Providencia divina como elemento explicativo de los fenómenos de la naturaleza y la sociedad. Puso a Dios en el centro de todas sus doctrinas, afirmando que el Creador se manifiesta de forma misteriosa, especialmente a través de los milagros, a los cuales el hombre debe responder con la oración (1821). Remiso a las tesis de Descartes y Malebranche, sostuvo que la razón humana debe intentar entender el orden divino, incluso aunque aquella no pudiera discernir en su plenitud, dado que la perfección de la especie humana desapareció tras el pecado original. En Plan para un nuevo equilibrio de Europa (1798) desarrolló la idea según la cual el hombre era culpable de hacer que la historia deviniera en el mal universal.


Condorcet:
Fue hombre de Ilustración y enciclopedia. Un filósofo universal, según Voltaire. Un volcán en permanente erupción de conocimientos que se negó a aceptar frontera alguna que le bloqueara su deseo insaciable de aprender. Saber para contar. Y defender la libertad a ultranza fomentada en la enseñanza desde el laicismo que le llevó a enfrentarse a los jesuitas con los que se formó. Y proponer una lista de derechos humanos que protegiera a judíos, negros y mujeres. A ellas dedicó su Ensayo sobre la admisión de las mujeres en el derecho de ciudadanía. Corría el año 1790. Pero la Francia de la época que nos legó la libertad, la igualdad y la fraternidad tardaría 150 años en hacerle caso. Antes, tuvo que reivindicarle, porque en todas partes cuecen habas a la hora de dinamitar biografías brillantes y recuperar sus grandes aportaciones. Eso le pasó a Jean Antoine de Caritat Condorcet. El hombre que dejó escrito que nuestra esperanza al estado futuro de la humanidad se basa en la eliminación de la desigualdad entre las naciones, el progreso de la igualdad dentro de un mismo pueblo y el real perfeccionamiento de la persona. Así de lúcido se expresó el marqués de Condorcet. Un científico favorable a la revolución moral a través de la evolución del espíritu humano gracias al conocimiento. De su inteligencia da muestra que fue capaz de pasar de ser administrador de Luis XVI a intelectual de la Revolución hasta que Robespierre le mandó perseguir por criticar su constitución. Espíritu crítico inherente a quien observó el funcionamiento de las asambleas para concluir en una paradoja. La suya, la paradoja de Condorcet. La que evidencia que el resultado de una elección depende de forma determinante del orden en que se voten las diferentes alternativas.[...] (Josep Cuní, 2015)


Falsificaciones:
Los que compran obras de arte se preocupan por la procedencia de sus cuadros, es decir, quién fue el último propietario y quién el anterior, y así hasta el artista original. Si faltan eslabones en la cadena —si sólo se puede seguir el rastro de un cuadro de trescientos años de antigüedad durante sesenta y después no tenemos ni idea de en qué casa o museo estaba expuesto— surgen señales de aviso de falsificación. Como el beneficio para los falsificadores de arte es muy alto, los coleccionistas deben ser especialmente cautos. El punto más vulnerable y sospechoso de los documentos MJ-12 [denuncia de un complot oficial para silenciar la visita de extraterrestres] radica precisamente en esta cuestión de procedencia: una prueba dejada milagrosamente en el umbral, como salida de una historia de cuento de hadas, quizá «El zapatero y los duendes». Hay muchos casos similares en la historia humana: súbitamente aparece un documento de procedencia dudosa con información de gran importancia que sostiene con contundencia la argumentación de los que han hecho el descubrimiento. Después de una cuidadosa, y en algunos casos valiente, investigación se demuestra que el documento es falso. No cuesta nada entender la motivación de los embaucadores. Un ejemplo más o menos típico es el libro del Deuteronomio: lo descubrió el rey Josías en el Templo de Jerusalén y, milagrosamente, en medio de una importante lucha de reforma, encontró en él la confirmación de todos sus puntos de vista. Otro caso es lo que se llama la Donación de Constantino. Constantino el Grande fue el emperador que hizo del cristianismo la religión oficial del Imperio romano. El nombre de Constantinopla (hoy Estambul), ciudad capital durante miles de años del Imperio romano oriental, viene de él. Murió en el año 337. En el siglo IX empezaron a aparecer referencias a la Donación de Constantino en los escritos cristianos; en ella, Constantino lega a su contemporáneo el papa Silvestre I todo el Imperio romano occidental, incluida Roma. Este pequeño presente, según contaba la historia, se debía a la gratitud de Constantino, que se curó de la lepra gracias a Silvestre. En el siglo XI, los papas se referían con regularidad a la Donación de Constantino para justificar sus pretensiones de ser gobernantes no sólo eclesiásticos sino también seculares de la Italia central. A lo largo de la Edad Media, la Donación se consideró genuina tanto por parte de los que apoyaban las pretensiones temporales de la Iglesia como de los que se oponían. Lorenzo de Valla era un polígrafo del Renacimiento italiano. Un hombre controvertido, brusco, crítico, arrogante y pedante, que fue atacado por sus contemporáneos por sacrilegio, impudicia, temeridad y presunción… entre otras imperfecciones. Tras concluir que, por razones gramaticales, el credo de los apóstoles no podía haber sido escrito realmente por los doce apóstoles, la Inquisición le declaró hereje y sólo la intervención de su mecenas, Alfonso, rey de Nápoles, impidió que fuera inmolado. Inasequible al desaliento, en 1440 publicó un tratado demostrando que la Donación de Constantino era una burda falsificación. El lenguaje del documento equivalía al latín cortesano del siglo IV como el cockney de hoy al inglés normativo. Gracias a Lorenzo de Valla, la Iglesia católica romana ya no reclama el derecho a gobernar las naciones de Europa por la Donación de Constantino. Se cree en general que esta obra, cuya procedencia tiene un vacío de cinco siglos, fue falsificada por un clérigo adscrito a la curia de la Iglesia en la época de Carlomagno, cuando el papado (y especialmente el papa Adriano I) defendía la unificación de la Iglesia y el Estado. (Carl Sagan, 1995)

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