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La Ilustración y la mujer:
La Ilustración fue un fenómeno del siglo XVIII que duró casi todo el siglo. No todos los pensadores importantes que vivieron y trabajaron en el siglo XVIII desfilaron bajo el estandarte del Siglo de las Luces. Algunos, como el filósofo de historia italiano G. B. Vico (1668-1744), se opusieron a casi todo lo que representaba, mientras que otros, en especial Jean Jacques Rousseau, aceptaron ciertos valores ilustrados pero rechazaron otros con rotundidad. Las pautas del pensamiento ilustrado variaron de un país a otro, y dentro de cada país también cambiaron en el transcurso del siglo. No obstante, muchos pensadores del siglo XVIII compartieron la sensación de hallarse inmersos en un entorno intelectual nuevo donde el «partido de la humanidad» prevalecería sobre las costumbres y el pensamiento tradicional. (Coffin) Los ilustrados abrieron un amplio debate sobre la revisión de muchos supuestos sociales aceptados por la tradición. Entre ellos estaban la supresión de privilegios de la nobleza, el papel de la Iglesia en el Estado, la educación de los ciudadanos, los requisitos para formar parte del electorado, el papel social y los derechos de la mujer, y la esclavitud. Las teorías de Locke, del siglo anterior, bien reputadas y estudiadas con esmero, tenían implicaciones potenciales radicales. Prometía esperanzadamente que la educación lograría equilibrar las jerarquías de nivel social, sexo y raza. Los argumentos igualitarios serían empleados por una parte minoritaria de los ilustrados.

El papel de las mujeres para Rousseau:
Rousseau sostenía que las mujeres debían tener una educación muy distinta. «Toda la educación de las mujeres debe estar relacionada con los hombres, para complacerlos, resultarles de utilidad, criarlos cuando son pequeños y cuidarlos en la vejez, aconsejarlos, consolarlos, hacerles la vida placentera y agradable; ésas han sido las funciones de las mujeres desde el principio de los tiempos». Las mujeres debían ser útiles a la sociedad como madres y como esposas. En Emilio, Rousseau expuso esa misma educación para la futura esposa de Emilio, Sofía. En ocasiones, Rousseau parecía convencido de que las mujeres tendían de forma «natural» a desempeñar ese papel: «La dependencia es un estado natural para las mujeres, las niñas se sienten creadas para obedecer». Otras veces, insistía en que las niñas necesitaban disciplina para apartarlas de sus vicios «naturales». Las contradicciones de Rousseau con respecto a la naturaleza femenina constituyen un buen ejemplo del significado cambiante que adquirió el término «naturaleza», un concepto clave del pensamiento ilustrado. Los intelectuales usaban la «naturaleza» como un criterio para medir las deficiencias de la sociedad. Lo «natural» era mejor, más simple, incorrupto. Pero ¿qué era la «naturaleza»? Podía designar el mundo físico. Podía referirse a las sociedades «primitivas». A menudo era una invención útil. Las novelas de Rousseau se vendieron muy bien, sobre todo entre el público femenino. De Julia (subtitulada La nueva Eloísa), publicada justo después de Emilio, se hicieron setenta ediciones en tres décadas. Julia cuenta la historia de una joven que se enamora de un hombre, pero obedece con sumisión la orden paterna de casarse con otro. Al final, después de muchas penalidades y giros de la historia, ella muere por congelación tras rescatar a sus hijos de un lago helado, y se erige así en un ejemplo perfecto de virtud doméstica y maternal. Uno de los philosophes calificó la historia de «histérica y obscena». Sin embargo, lo atractivo para el público residía en la historia de amor, la tragedia, y la convicción de Rousseau de que el corazón guía a los seres humanos en la misma medida que la cabeza, que la pasión es más importante que la razón. Las novelas de Rousseau pasaron a formar parte de un culto más amplio de la sensibilité («sensibilidad») en círculos aristocráticos y de clase media, un énfasis en la importancia de las expresiones espontáneas del sentimiento, y un convencimiento de que el sentimiento era expresión de la verdadera humanidad. Desde el punto de vista temático, este aspecto de la obra de Rousseau contradecía en gran medida el culto ilustrado a la razón, y guarda una relación más estrecha con las inquietudes del romanticismo del siglo XIX.

Formación adecuada para las mujeres:
¿Cómo encajaron las ideas de Rousseau con la concepción ilustrada de género? Como hemos visto, los pensadores del Siglo de las Luces consideraban clave la educación para el progreso humano. Muchos lamentaron la educación pobre de las mujeres, en especial porque, como madres, institutrices y maestras, muchas se encargaban de criar y enseñar a los hijos. Pero ¿qué clase de educación debían recibir las niñas? Una vez más, los ilustrados se dejaron guiar por la naturaleza y redactaron montones de ensayos y libros sobre filosofía, historia, literatura y medicina relacionados con la «naturaleza» o el «carácter» de cada sexo. ¿Eran diferentes hombres y mujeres? ¿Eran naturales esas diferencias, o provenían de la costumbre y la tradición? Humboldt y Diderot escribieron ensayos sobre la naturaleza de los sexos; la literatura de viajes científicos informaba sobre las estructuras familiares de los pueblos indígenas de América, el Pacífico Sur y China. La historia de la civilización de Adam Smith, entre otros muchos autores, hablaba de las familias y el papel de cada sexo en las distintas etapas de la historia. El espíritu de las leyes de Montesquieu incluía un análisis sobre cómo afectaban a las mujeres las diferentes clases de gobierno. La especulación sobre el tema, tal como hizo Rousseau, fue un ejercicio habitual durante la Ilustración. Algunos discrepaban de sus conclusiones. Diderot, Voltaire y el pensador alemán Theodor von Hippel, entre otros muchos, deploraban las restricciones legales aplicadas a las mujeres. Los preceptos de Rousseau para la educación de las mujeres despertaron críticas especialmente acres. La escritora e historiadora inglesa Catherine Macaulay se dedicó a rebatir sus argumentos. El marqués de Condorcet afirmó en la víspera de la Revolución francesa que la promesa de progreso de la Ilustración no podría cumplirse a menos que las mujeres recibieran una formación, y prácticamente fue el único que defendió que debían garantizarse los derechos políticos de las mujeres.

Defensa de las mujeres de Wollstonecraft:
Las críticas más mordaces contra Rousseau provinieron de la escritora británica Mary Wollstonecraft (1759-1797). Wollstonecraft publicó su obra más conocida, Vindicación de los derechos de la mujer, en 1792, durante la Revolución francesa. No obstante, su razonamiento estaba anclado en los debates ilustrados. Compartía las ideas políticas de Rousseau y admiraba su escritura y su influencia. Al igual que Rousseau y su compatriota Thomas Paine, escritor británico que apoyó a los revolucionarios americanos y franceses, Wollstonecraft era republicana. Definió la monarquía como «la púrpura pestífera que trueca en desgracia el progreso de la civilización y deforma el conocimiento». Ella arremetió de manera más enérgica aún que Rousseau contra la desigualdad y las distinciones artificiales de clase, cuna o riqueza. Convencida de que la igualdad constituye la base de la virtud, afirmó con un estilo ilustrado típico que la sociedad debía perseguir «la perfección de nuestra naturaleza y capacidad de felicidad». Sostuvo con más brío que ningún otro pensador ilustrado que: las mujeres poseen la misma capacidad innata para la razón y el autogobierno que los hombres; la «virtud» debe significar lo mismo para los hombres y para las mujeres; y las relaciones entre ambos sexos deben basarse en la igualdad. Wollstonecraft hizo lo que muchas de sus contemporáneas no alcanzaron siquiera a imaginar. Aplicó a la familia las críticas radicales ilustradas contra la monarquía y la desigualdad. Las desigualdades legales de la ley matrimonial que, entre otras cosas, privaba a las mujeres casadas del derecho a la propiedad y otorgaba a los maridos un poder «despótico» sobre sus esposas. Así como los reyes cultivaban la deferencia de sus súbditos, la cultura, afirmaba ella, cultivaba la debilidad de las mujeres. «Las mujeres civilizadas… están debilitadas, de este modo, por el falso refinamiento, de manera que, desde un punto de vista moral, se hallan en una posición muy inferior a la que ocuparían si se las dejara en un estado más cercano a lo natural». Las niñas de clase media aprendían buenos modales, pautas de elegancia y de seducción para conseguir un marido; se las enseñaba a convertirse en criaturas dependientes. «Confío en que las personas de mi sexo me disculpen si las trato como criaturas racionales, en lugar de ensalzar sus gracias fascinantes y verlas como si atravesaran un estado de niñez permanente, incapaces de sostenerse por sí solas. He puesto el máximo empeño en señalar en qué consiste la verdadera dignidad y felicidad humana. Deseo convencer a las mujeres de que se esfuercen por ganar fuerza, tanto espiritual como física…». La cultura que fomentaba la debilidad femenina generaba mujeres inmaduras, ladinas, crueles y vulnerables. Con esto, Wollstonecraft se hacía eco de temas propios del siglo XVIII. Las intrigas de las mujeres aristócratas que aparecen en la obra Las amistades peligrosas de Choderlos de Laclos, escrita en la década de 1780, pretendían ilustrar esos mismos aspectos.

    Las intrigas de Madame de Staël:
    [Anne-Louise Germaine Necker] influyó lo suficiente en la política francesa como para ser repetidamente exiliada. Destacó de joven por su inteligencia. Cuando tenía 22 años escribió una Carta sobre el carácter y las obras de Jean-Jacques Rousseau. Visitó a Goethe y Schiller en Weimar, y tuvo una relación sentimental con Constant. Se enfrentó a Napoleón por sus planes de eliminar las rentas feudales en Suiza. Entre sus obras están las novelas Delphine (1802) y Corinne (1807). Su obra Alemania fue mandada a destruir por Napoleón (1810), cuando estaba a punto de ser publicada. Fue finalmente editada en Londres (1813). Sus Cartas, memorias políticas, se publicaron en 1788. Escribió además ensayos y trabajos históricos y críticos.

Ante las prescripciones específicas de Rousseau para la educación femenina que incluían enseñarles a ser tímidas, castas y modestas, Wollstonecraft respondía que Rousseau quería que las mujeres usaran la razón para «bruñir sus cadenas y no para romperlas». La educación de las mujeres debía promover la libertad y la independencia. Wollstonecraft fue una mujer de su tiempo. Defendía que hombres y mujeres tienen una humanidad común, pero les atribuía funciones diferentes, y creía que la responsabilidad más destacada de las mujeres consistía en ser madres y educar a los hijos. Como muchos otros pensadores ilustrados, Wollstonecraft pensaba que existía una división natural del trabajo y que ésta aseguraría la armonía social. «No permitamos ninguna coacción establecida en la sociedad y, con la prevalencia de la ley común de la seriedad, los sexos ocuparán sus puestos correspondientes». Como otros, ella escribió sobre las mujeres de la clase media, para quienes la educación y la propiedad constituían un problema. Se la consideró una radical escandalosa por el mero hecho de insinuar que las mujeres debían contar con derechos políticos. La Ilustración en su conjunto dejó un legado variado en cuanto a géneros, casi equiparable al relacionado con la esclavitud. Los escritores del Siglo de las Luces desarrollaron y popularizaron razonamientos sobre derechos naturales. También elevaron las diferencias naturales a un plano superior al proponer que la naturaleza debía dictar funciones sociales distintas, muy posiblemente desiguales. Mary Wollstonecraft y Jean-Jacques Rousseau compartieron una oposición radical al despotismo y la esclavitud, una concepción moralista de las sociedades corruptas y un interés por la virtud y la comunidad. Su divergencia en asuntos de género es característica de las discrepancias ilustradas sobre la «naturaleza» y sus imperativos, y un buen ejemplo de las direcciones diversas hacia las que podía conducir la lógica del pensamiento ilustrado. (Coffin)

Derechos de las mujeres y presencia en la política (s.XX):
Aunque las mujeres han tenido una enorme relevancia en la cultura americana y un notable activismo político en comparación con otros países de su entorno, su papel institucional en Estados Unidos ha sido menor. En 1848 Elizabeth Cady Stanton y Lucrecia Mott convocaron la convención de Seneca Falls y promovieron una declaración que sirvió como fundamento de la reclamación del sufragio femenino. La propuesta de una enmienda constitucional para extender este derecho a todos los estados de la Unión se formuló en 1878 y Wyoming fue el primero en reconocerlo en 1890. Pero al comenzar el siglo XX, las mujeres sólo podían votar en diez estados. Su contribución en la primera guerra mundial y el salto de Estados Unidos a la categoría de potencia internacional favoreció la aprobación de la Decimonovena Enmienda en el Senado en 1919 donde se recogen los derechos políticos de la mujer. La democracia americana tuvo que esperar casi 90 años para que Nancy Pelosi se convirtiera en la primera Presidenta de la Cámara de Representantes en 2007. Cuando Rosa Parks decidió no levantarse de su asiento en el autobús de Montgomery para ceder su sitio a un ciudadano blanco seguramente no era consciente de que estaba alumbrando el progreso de las libertades y el destino del mundo. Su detención en 1955 provocó el boicot de la minoría afroamericana al transporte público de Alabama y el inicio de una larga oleada de reclamaciones contra la discriminación racial que culminó con la marcha sobre Washington, el asesinato de Luther King y con la aprobación de la Ley de Derechos Civiles en 1964. Sin embargo, para que otra afroamericana, Condoleeza Rice, ejerciera como máxima responsable de las relaciones internacionales de Estados Unidos hubo que esperar 40 años más. Durante la segunda mitad del siglo XX, el protagonismo institucional de las mujeres se consolidaba en el mundo. Golda Meir había sido elegida primera ministro de Israel, Margaret Thatcher del Reino Unido, Indira Ghandi de la India y Cory Aquino de Filipinas. Antes de morir asesinada, Benazir Bhutto había dirigido el gobierno de Pakistán. Aún en peores condiciones económicas, la mujer tenía acceso a los mercados laborales y se reconocía su papel fundamental en los procesos de desarrollo. Y aunque en muchas regiones no tenía capacidad de gestión ni de decisión y en las culturas integristas seguía viviendo sometida y amenazada, el reconocimiento de sus derechos había progresado sustancialmente en los países más avanzados. Estados Unidos asumía en este periodo histórico el liderazgo occidental y Madeleine Allbright era nombrada Secretaria de Estado en 1997. A pesar de lo cual, ni una sola candidatura femenina pudo abrirse camino en las campañas presidenciales. (J.M. Peredo)

 

 

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