Saulo Torón:
Con la muerte de Saulo Torón hay que lamentar una triple pérdida: en primer término, la del hombre; en segundo, la del poeta; y por último, la de la memoria mítica del pasado de la ciudad.
Saulo Torón fue un hombre bueno, "en el buen sentido de la palabra", como concretaría Machado; su dedicación a la poesía fue persistente y entusiasta; su dilatada existencia, (nació en 1888), le deparó la oportunidad de asistir a la mayor parte de los acontecimientos que desde comienzos del presente siglo han conformado nuestra cultura. Estas tres circunstancias ensambladas en una sola personalidad hacían de Saulo un ser de excepción. y como tal, el poeta vivía los últimos años de su vida, rodeado del respeto y de la atención de cuantos tuvieron el privilegio de conocerlo
y tratarlo.
Desde hacía bastante tiempo, Saulo Torón lleva una existencia retirada, más atento a la música y a la familia que a la misma poesía.
Pese a ello, Torón no dejó nunca de escribir:
un anticipo de su último libro, "Frente al muro", apareció en 1963, aunque sólo más tarde, con ocasión de publicarse sus "Poesías completas" en una excelente edición realizada por el Cabildo Insular de Gran Canaria, aquél libro se imprimiría en su integridad.
"Frente al muro" fue el primer volúmen de una colección de poesía que entonces comenzaba tímidamente, llevada por un par de jóvenes poetas que iniciaban precisamente con esa colección su vida activa literaria. Cuando ambos se acercaron al viejo poeta a solicitarle el original de su libro, se vieron sorprendidos por la afable acogida que aquél les dispensó, y posteriormente, con la excelente disposición que siempre encontraron en él para prestar ayuda a cuanto le pidieran.
La obra de Saulo Torón comprende "Las monedas de cobre" (1919), "El Caracol encantado" (1926), "Canciones de la orilla" (1932) y el ya citado "Frente al muro ". Todos estos libros tuvieron ilustres prologuistas: fueron, respectivamente, Pedro Salinas, Antonio Machado, Enrique Díez Canedo y Ventura Doreste.
Todos ellos distinguen la poesía de Sauló Torón de la de sus contemporáneos Alonso Quesada y Tomás Morales por la sencillez y humildad; carente de artificio, de retórica. Reducida a la palabra y al sonido esencial. Ni agresiva como la de Quesada, ni sonora como la de Morales. La de Saulo es una poesía que podíamos calificar de "poesía del silencio" o, todo
lo más del susuro. De Saulo se ha dicho que es el poeta de la orilla. Sus versos son la traducción de ese leve sonido de la espuma sobre la arena.
No obstante, en ciertas producciones de Saulo -no recogidas en libro, sino dispersas en los periódicos de la época- es advertible una fina ironía; vena satírica que se ponía de relieve ante los acontecimientos ciudadanos (inauguración de la marquesina del muelle de Santa Catalina, comentarios sobre las repercusiones de la primera guerra mundial en la colonia
inglesa y alemana establecida en Las Palmas, etc. ) Esta veta festiva la compartía con sus dos entrañables compañeros: Alonso y Tomás.
Queda para una historía de la sociología el estudio de la amistad de estos tres hombres, tan opuestos entre sí. Lo cierto es que dichos poetas, que formaron por sí solos una generación -la "generación de los tres", como la he llamado en otra ocasión- mantuvieron a lo largo de sus vidas -muy corta la de los otros dos- una entrañable fraternidad que sus diversos caracteres no pudo alterar. En sus momentos linales, Saulo recordaba los incontables avatares de la vida en común: sus alegrías, sus espectaciones, los triunfos, las amarguras... y alrededor la vida de la ciudad.
Porque estos fueron, siempre que tüve ocasión, de tratarlo, los temas de sus conversaciones.
Saulo Torón ha muerto. Con él se extingue un hombre, un poeta, una memoria.
(Lázaro Santana, 1974)
Evocando a Saulo Torón:
Permítaseme que evoque aquí una noche atípica entre las tantas habituales que pasé junto al poeta, junto al hombre Saulo Torón. Debió ser antes de los años cincuenta y con ocasión de una gira que hizo por algunos campos de la isla la Escuela de Canto de Isabel Macario, su mujer y compañera y algunos amigos que, atraídos de una parte por la sugestión
lírica y de otra por la perspectiva de vivir un aventura apasionante, seguíamos más bien al poeta. Lo atípico vino a suceder cuando la guagua en la que hacíamos la excursión se
averió en una de esas carreteras serpenteantes por las que viajábamos, no sé si entre Teror y San Mateo, o si de San Mateo a Santa Brígida. No podría precisarlo, pues aparte de que el
percance sucedió ya caída la noche, el recuerdo no se fija más que en lo que permitió aquel hecho singular. Abandonamos la guagua y varios de los que íbamos junto a Saulo Torón
hicimos un corro a la luz de la luna teniendo a Saulo como polo de atracción. En nuestro entorno se sucedían las canciones que, sin solución de continuidad iban llenando la noche de las melodías más variadas, y hasta -queremos revivirlo- nos parece que la voz irrepetible y única de Isabel Macario llenaba de plenitud aquellos instantes. Fue entonces
cuando Saulo Torón, como si de un contrapunto se tratara, fue recitando poemas de Tomás Morales, como fue, entre otros, "La honda", que dice:
Noches de la Naturaleza
hechas de sombra y de grandeza,
todas misterio y emoción;
para ser grande o valeroso
y tener fuerzas de coloso
o tener garras de león..:'.
Había como un encantamiento en aquella larga espera propiciada por la avería de la guagua.
Dice Ortega y Gasset que la sensibilidad habría que localizarla en la periferia de la psique. Yo no sé ahora mismo dónde estaba situada aquella noche la sensibilidad de Saulo Torón, cuando, una vez cumplido el rito con Tomás Morales y nos parece que también con Villaespesa y Antonio Machado, dedicó el tiempo que restaba a recitar poemas de su libro
"Las monedas de cobre". Era la primera vez que entraba yo en contacto con la poesía de Saulo Torón, pues aunque iba a su casa habitualmente no me atreví nunca a pedirle prestado ninguno de sus libros. A los pocos días un amigo me facilitó un ejemplar que, aunque muy deteriorado, me sirvió para enterarme de la grandeza de este poeta intimista y lírico.
Los días sucesivos a aquella excursión me incitaron a que mis lecturas se centraran en los tres poetas: Saulo, Tomás y Alonso. y sí, había en la biblioteca de mi padre una edición de "Las Rosas de Hércules" y otra de "El lino de los sueños".
Ya he dicho cómo logré "Las monedas de cobre".
Era difícil que Saulo Torón hablara de su obra. ¿Por qué era esto así? Porque algo ajeno conmovía la sensibilidad del poeta; algo que, en función de la circunstancia histórica que
vivíamos, le afectaba en lo más hondo; algo que se salía de toda precisión intelectual. Se trataba de aquella desproporción frenética que produjo la Guerra Civil, que decantaba tanto la injusticia como la crueldad. El poeta no podía ser indiferente a las consecuencias de aquel enfrentamiento trágico y fratricida. No podía ser indiferente, porque Saulo tenía una
muy rigurosa exigencia interna y una mentalidad que se oponía a toda idea opresora.
"Quizá, por fortuna, nosotros los insulares podamos comprender y sentir mejor que otros hispanohablantes la poesía de Saulo Torón. Ella llegará -como sin duda llega- a muchos lectores de distintas y alejadas regiones de nuestro idioma; pero acaso nosotros penetremos más íntimamente en ella, sobre todo si hemos mantenido alguna amistad con el autor de los poemas. De mí sé decir que en los cinco libros de Saulo (...), hallo siempre al hombre que conocí, cuya conducta admiré, cuyas reacciones generosas (ya movido por la fraternidad, ya por la indignación justa) hube de presenciaren algunas ocasiones memorables, y cuyas ideas estéticas -tal vez distantes de las mías- pude escuchar de sus mismos labios". El párrafo pertenece al ensayo "Recordando a Saulo Torón" -en realidad es una conferencia- del libro último de Ventura Doreste "Análisis de Borges y otros ensayos".
Y de Saulo hablamos en más de una ocasión Ventura y yo que, sin embargo, nunca coincidimos en la casa del poeta. Él iba a otras horas que las de las clases de canto que impartía
Isabel Macario, preferentemente por la tarde, a las cuales acudíamos nosotros como discípulos poco aplicados. Y subrayo lo que advierte Ventura en que, para impregnarse de la voz
poética de Saulo Torón, voz tan fervorosamente suya, en toda su dimensión lírica, había que mantener alguna amistad con el poeta. Yo me precio de haber mantenido esa amistad
con el autor de "Las monedas de cobre" a lo largo de muchos años, hasta el día mismo de la muerte del poeta. Fue una amistad casi convivencial, a pesar de la diferencia, de bastantes años, que me llevaba. Diferencia que no fue nunca obstáculo para un total entendimiento, aunque, como le ocurriera a Ventura, pudiera mantener distancias con sus ideas estéticas. Vivíamos, claro está, la realidad desde actitudes diferentes. Mientras él releía una y otra vez, incansablemente, a su entrañable Tomás Morales, yo estaba descubriendo por vez
primera a Eugenio de Nora o BIas de Otero. Desarrollos dinámicos que fueron siempre, y a pesar de esas diferencias, lógicas, por otra parte, de aproximación y nunca de separación. Saulo Torón era, fue, un hombre ejemplar. Todo él constituía un poderoso centro de atracción y con un carisma poderosísimo. El fervor que ponía en expresar su amistad es algo que no pueden olvidar nunca los que le conocieron. Si ponía un entusiasmo realmente dionisiaco al evocar a Tomás Morales o a Alonso Quesada, también hacía notar, adoptando una seriedad apasionada, su actitud frente a la intolerancia y al despropósito. Le enfermaba la injusticia El primer cuarteto del soneto en alejandrinos de "Las monedas de cobre" define perfectamente la actitud existencial del poeta. Dice así el cuarteto:
"Mi verso es el sereno manantial de mi vida donde fluyen acordes todas mis emociones; cada emoción que pasa deja una estrofa urdida con el lino invisible de las meditaciones".
Mucho meditó Saulo Torón a lo largo de su dilatada vida. Desde lo que fue enseñanza positiva, esencializada en su hermano Julián, hasta esa religiosidad amistosa -de entrega fecunda y modélica- junto a los poetas Morales y Quesada; desde la importancia amorosa junto a Isabel Macario, hasta la paradigmática ternura con sus hijos Saulo y María Isabel; desde plenitudes líricas a depresivas introversiones. "Yo soy alguien que sufre tan seriamente, que no creo que exista el sosiego", nos vino a decir en una de aquellas tardes en la que su espíritu se desvanecía en el desaliento.
"El placer fugitivo que se esfuma en la hora, el dolor del presente y el fracaso de ayer; y la angustia infinita del corazón que llora por el perdido encanto que ya no ha de volver' '.
Los versos corresponden al segundo cuarteto del soneto ya aludido más arriba. Nos descubre aquí el poeta esa prominente fluencia de la dimensión angustiosa de su yo. ¿Se complace el autor de los versos en la angustia del corazón que llora? No; más bien nos revela la inaceptación de un mundo en el que el hombre más que acercarse a la plenitud o la
perfección, se pierde, inexorablemente, ea la aridez, en el pesimismo.
Como individuo, como persona comunicante, Saulo Torón, lo mismo que Antonio Machado, fue un hombre bueno.
Atributo que determinaba su sentimiento con una significación apasionada por las gentes y las cosas. Parecía que constantemente buscara su identificación entre los demás. Más que
identificación, su identidad, pues siempre había en él una idea fija y manifiesta: la de censurarse -por haber sobrevivido a tantos y tantos amigos, es un ejemplo-, y la de enjuiciarse por no haber hecho todo lo que pudo haber hecho, que es una forma de llegar al descubrimiento de uno mismo-o Saulo Torón fue un hombre en el que tanto las sensaciones como las percepciones, los sentimientos y las vivencias le creaban un flujo único que explicaba el elemento único de su bondad. Pero fue, eminentemente, austero, sin dejar de ser comunicativo, y comunicaba, como nadie, su honda preocupación por lo que sucedía en torno a su circunstancia. Preocupación apremiante, que le conmovía, por ese hombre que, aunque anónimo, sufría de privación de libertad o de escasez, de persecución o agresión. Una constante vital y obsesiva. Una constante en el tiempo que no cesaba de repetirse a través de tantas y tantas experiencias. "No puedo evadirme de ninguno de los tiempos que he vivido", decía a menudo el poeta. Podríamos traer aquí lo que afirma Derek Parfit en su ensayo "Identidad personal y racionalidad", y meditar, a
continuación, en sus contenidos: "Lo que es interesante en la identidad personal es la relación entre mi yo de ahora y mi yo mismo en otros tiempos distintos. Esta relación no es
en sí misma la de la identidad personal; pero es la relación, o el conjunto de relaciones cuya perdurabilidad hace verdadera la identidad personal en el tiempo. Y estas relaciones no
rigen entre personas consideradas fuera del tiempo. No valen ni para personas diferentes, ni para una persona consigo mismo. Se aplican a la persona en un momento dado y a ella
misma en distintos tiempos".
Los seis últimos versos del soneto que veníamos comentando hablan de cadencia y serenidad, de diafanidad y transparencia, pero substancialmente de bondad y amor.
"Todo fluye en mí mismo cadencioso y sereno, sin reproches violentos, porque he sido tan bueno que a Nazarethe me llevan la Humildad y el [Perdón... y si el mal algún día viene a enturbiar la fuente, el Amor la mantiene más pura y transparente, diáfana, como el oro de una constelación' '.
"Lo primero que ocurre afirmar -subraya Francisco Ynduráin en el prólogo a la edición de "Poesías" de Saulo Torón por el Cabildo Insular de Gran Canaria, en 1970-, y como caracterización más amplia y abarcadora, es que tras el libro, en cada poema, hay nada menos que todo un hombre; que la poesía brota como honda emanación del espíritu y de la sensibilidad de alguien comprometido, vital, íntegramente comprometido. No es poesía deshumanizada ni por modo lúdica. Ahora bien, si se tiene en cuenta que Saulo ha publicado en las postrimerías del modernismo, y se recuerda que ha convivido y sobrevivido la serie de ismos en que se ha practicado la asepsia sentimental por aquello de que es con los buenos sentimientos con lo que se hace la mala literatura, se podrá comprender cuán auténtica ha sido su voz y qué seguro su rumbo poético". No podíamos sustraernos de traer aquí este párrafo tan esclarecedor y rotundo del profesor Ynduráin, porque en el proceso, que podemos calificar de singularísimo de la poesía de Saulo Torón hay una autenticidad afectiva que quiere, siempre, convencer con lo sencillo; una poesía que aspira -igual que la de su admirado Antonio Machado- a subrayar la riqueza comunicativa del verso. A subrayarla y a destacar, también, el punto emocional que nutre todo afecto entre los hombres.
Muchísimo más podría yo decir de mis contactos personales y afectivos con el poeta. Podría referirme a aquella reacción que tuvo cuando conoció, por un amigo que le visitaba
con cierta frecuencia, el gesto valiente y firme, pero lleno de riesgos, de un conocido profesor de francés cuando, enfrentándose a los pirómanos de libros, del nuevo régimen político, les dijo con extraordinaria decisión: "Si han de quemar mis libros quémenme con ellos y con mi casa. Si no ha de ser así, no traspasen el umbral de esta vivienda". O a aquella otra de una discusión apasionante y apasionada con Miguel Benítez Inglott a propósito de un libro de Vicente Aleixandre, me parece que "La destrucción o el amor". O de su actitud, tremendamente preocupada, frente a las muertes de Claudia de la Torre y Juan Pulido. "Ya no podré soportar más muertes de amigos. No debo ser yo el último que se muera", dijo con un patetismo sobrecogedor. O de su prestancia para evocar otros tiempos mientras escuchábamos cantar a los alumnos de Isabel Macario. O la de su peculiaridad para sorprendernos con su humor y su palabra. Alguna vez, acaso, me atreva a contar éstas y otras cosas, pero, mientras tanto, resaltemos la importancia de esta nueva edición, en facsímil, de "Las monedas de cobre" por la Caja Insular de Ahorros de Canarias, que no ha olvidado que Saulo Torón es uno de los más importantes y característicos poetas nacidos en el Archipiélago y un ilusionado cantor de las intimidades del mar que nos rodea. La sombra del primer centenario de su nacimiento sigue siendo alargada. Todos esperamos que esta edición, y en años sucesivos, le sigan las del "Caracol encantado", "Canciones de la orilla" y "Frente al muro", sin olvidar sus certeras "Poesías satíricas".
(Agustín Quevedo, 1987)
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