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Literatura Universal: Obras Clásicas: España
Cantar del mío Cid - Anónimo:
Para la cultura hispánica el Cantar de mío Cid es la primera expresión artística, amplia y depurada, que se nos presenta como referente histórico, estético e idiomático. Rodrigo Díaz de Vivar, el nuevo héroe castellano, que ya en vida andaba en cantares y romances, es el protagonista de un cantar épico, hijo de la necesidad de reivindicación de la honra personal, del derecho consuetudinario y de una nueva relación entre señores y vasallos. Para la poética, el Cantar es la manifestación primigenia de un idioma decantado en el cruce lingüístico de los iniciales balbuceos en lenguas romances.

La vida de Lazarillo de Tormes - Anónimo (1554):
La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades (más conocida como Lazarillo de Tormes) es una novela española anónima, escrita en primera persona y en estilo epistolar (como una sola y larga carta), cuya edición conocida más antigua data de 1554. En ella se cuenta de forma autobiográfica la vida de un niño, Lázaro de Tormes, en el siglo XVI, desde su nacimiento y mísera infancia hasta su matrimonio, ya en la edad adulta. Es considerada precursora de la novela picaresca por elementos como el realismo, la narración en primera persona, la estructura itinerante, el servicio a varios amos y la ideología moralizante y pesimista. Lazarillo de Tormes es un esbozo irónico y despiadado de la sociedad del momento, de la que se muestran sus vicios y actitudes hipócritas, sobre todo las de los clérigos y religiosos. Hay diferentes hipótesis sobre su autoría. Probablemente el autor fue simpatizante de las ideas erasmistas. Esto motivó que la Inquisición la prohibiera y que, más tarde, permitiera su publicación, una vez expurgada. La obra no volvió a ser publicada íntegramente hasta el siglo XIX.

El diablo cojuelo - Luis Vélez de Guevara (1641):
Publicada con el subtítulo de Novelas de la otra vida es la obra más conocida de Luis Vélez de Guevara, escrita en un estilo muy conceptista. El personaje era ya popular en la cultura castellana del siglo XVII y estaba fijado en refranes, dichos y canciones, pero la referencia más conocida es la de esta novela, que recogió las andanzas de este personaje popular, junto al personaje del hidalgo "estudiante" Don Cleofás Leandro Pérez Zambullo, en el Madrid de la época. En el Madrid de los Austrias un estudiante que huye de la justicia, don Cleofás, entra en una buhardilla de un astrólogo y allí libera a un diablo encerrado en una redoma, quien en agradecimiento, levanta los tejados de Madrid y le enseña todas las miserias, trapacerías y engaños de sus habitantes. El Diablo Cojuelo es un diablo que, lejos de ser una forma maligna, se le representa como «el espíritu más travieso del infierno», trayendo de cabeza a sus propios congéneres demoníacos. Se dice así mismo como inventor de danzas, música y literatura de carácter picaresco y satírico. Siendo uno de los primeros ángeles en levantarse en celestial rebelión, fue el primero en caer a los infiernos, aterrizando el resto de sus «hermanos» sobre él, dejándole «estropeado» y «más que todos señalado de la mano de Dios». De ahí viene su sobrenombre de «Cojuelo». Pero no por cojo es menos veloz y ágil. El diablo le pide que le dé la libertad y Cleofás accede. A cambio, el que se presenta como Diablo Cojuelo lleva al hidalgo a un mágico viaje en el que, por ejemplo, ve desde las alturas el interior de las casas de Madrid como si las hubieran despojado del techo, o también, viaja por los aires a Toledo y a Sevilla y desde allí, en un espejo, ve como “televisado” las principales calles de Madrid cuando salen a pasear los notables de la ciudad. Al final, el Diablo Cojuelo, perseguido por otro diablo que tiene la orden de devolverle al infierno, es acorralado y se mete de un salto por la boca de un escribano que bostezaba. El perseguidor se lleva consigo a escribano y diablo.

Tirant lo blanch - Joanot Martorell (1490):
[Tirante el Blanco] Continúa cabalgando por la Europa mediterránea con la misma fuerza y el mismo coraje con los que comenzó su andadura, hace unos cinco siglos, por las tierras del Reino de Inglaterra. En esta mítica creación literaria, calificada por Mario Vargas Llosa como «novela total», se conjugan con gran habilidad elementos psicológicos, realistas e incluso eróticos para narrarnos aventuras caballerescas, intrigas cortesanas y, por encima de todo, la historia de amor entre Tirante y Carmesina. Martorell supo crear un personaje con todas las características que debían hacer de él un héroe tan fantástico, pero al mismo tiempo tan real: no nos cuesta nada imaginárnoslo como si hubiera existido de verdad. Cervantes rinde homenaje a esta novela al salvarla de la quema inquisitorial en uno de los pasajes más conocidos del Quijote, donde no duda en calificarla como «el mejor libro del mundo».

Don Quijote de la Mancha - Miguel de Cervantes (1605):
Poco puede decirse del Quijote que no se haya dicho ya. Obra culmen de la literatura universal y primera novela moderna, Cervantes ideó la historia de un hidalgo aldeano que enloquece de tanto leer novelas de caballerías y, como buen caballero andante, sale a los caminos con el noble afán de ayudar a los necesitados. Así, en compañía del afable y crédulo Sancho Panza, don Quijote participa en una serie de delirantes aventuras que provocarán la hilaridad del lector, ya que la vida que reproduce Cervantes es alegre, graciosa y dramática, a la vez que sana y optimista, a pesar de las vicisitudes de su existencia. Sin embargo, el Quijote es mucho más, pues constituye una lección magistral sobre la grandeza y la miseria de la condición humana.

La Celestina - Fernando de Rojas (1605):
La Celestina es el nombre con el que se conoce desde el siglo XVI a la obra titulada primero Comedia de Calisto y Melibea y después Tragicomedia de Calisto y Melibea, atribuida casi en su totalidad al bachiller Fernando de Rojas. Es una obra de transición entre la Edad Media y el Renacimiento escrita durante el reinado de los Reyes Católicos y cuya primera edición conocida data de 1499. Constituye una de las bases sobre las que se cimentó el nacimiento de la novela y el teatro modernos. Existen dos versiones de la obra: la Comedia (1499, 16 actos) y la Tragicomedia (1502, 21 actos). La crítica tradicional ha debatido profusamente el género de La Celestina, dudando si clasificarla como obra dramática o como novela. La crítica actual coincide en señalar su carácter de obra híbrida y su concepción como diálogo puro, quizá para ser recitado por un solo lector impostando las voces de los distintos personajes ante un auditorio poco numeroso. Sus logros estéticos y artísticos, la caracterización psicológica de los personajes —especialmente la tercera, Celestina, cuyo antecedente original se encuentra en Ovidio—, la novedad artística con respecto a la comedia humanística, en la que parece inspirarse, y la falta de antecedentes y de continuadores a su altura en la literatura occidental, han hecho de La Celestina una de las obras cumbre de la literatura española y universal. La obra comienza cuando Calisto ve casualmente a Melibea en el huerto de su casa, donde ha entrado a buscar un halcón suyo, pidiéndole su amor. Ésta lo rechaza, pero ya es tarde, ha caído violentamente enamorado de Melibea. Por consejo de su criado Sempronio, Calisto recurre a una vieja prostituta y ahora alcahueta profesional llamada Celestina quien, haciéndose pasar por vendedora de artículos diversos, puede entrar en las casas y de esa manera puede actuar de casamentera o concertar citas de amantes; Celestina también regenta un prostíbulo con dos pupilas, Areúsa y Elicia. El otro criado de Calisto, Pármeno, cuya madre fue maestra de Celestina, intenta disuadirlo, pero termina despreciado por su señor, al que sólo le importa satisfacer sus deseos, y se une a Sempronio y Celestina para explotar la pasión de Calisto y repartirse los regalos y recompensas que produzca. Mediante sus habilidades dialécticas y la promesa de conseguir el favor de alguna de sus pupilas, Celestina se atrae la voluntad de Pármeno; y mediante la magia de un conjuro a Plutón, unido a sus habilidades dialécticas, logra asimismo que Melibea se enamore de Calisto. Como premio Celestina recibe una cadena de oro, que será objeto de discordia, pues la codicia la lleva a negarse a compartirla con los criados de Calisto; éstos terminan asesinándola, por lo cual se van presos y son ajusticiados.Las prostitutas Elicia y Areúsa, que han perdido a Celestina y a sus amantes, traman que el fanfarrón Centurio asesine a Calisto, pero éste en realidad solo armará un alboroto. Mientras, Calisto y Melibea gozan de su amor, pero al oír la agitación en la calle y creyendo que sus criados están en peligro, Calisto salta el muro de la casa de su amada, cae y se mata. Desesperada Melibea, se suicida y la obra termina con el llanto de Pleberio, padre de Melibea, quien lamenta la muerte de su hija

Amadís de Gaula - Anónimo (s.XIV):
Novela de caballerías, escrita en castellano que relata las aventuras del héroe legendario cuyo nombre da título al libro. Se publicó en Zaragoza en 1508 por Garci Rodríguez de Montalvo, regidor de Medina del Campo, quien la rehizo, reduciendo y ampliando algunos pasajes de los tres primeros libros de las distintas versiones que se elaboraron a lo largo del siglo XIV; Rodríguez de Montalvo añadió un cuarto libro en el que eliminaba la trágica muerte de Amadís de las versiones anteriores, y un quinto de nuevas aventuras que se conoce como Las sesgas de Esplandián. La novela cuenta las increíbles hazañas de un valiente caballero y está basada en personajes de la literatura celta. El Amadís es la culminación de la Leyenda artúrica en la literatura española y se diferencia de ésta en su idealización del héroe y su exaltación de nuevos valores en la conducta caballeresca. El libro gozó de gran éxito y se convirtió en el modelo de los libros de caballerías dentro y fuera de España.


Lenguas ibéricas:
[...] Aquí se ha hablado y se ha escrito en gallego, en vasco y en catalán, pero también, y a veces mucho más, en antiguo aragonés, en leonés y en asturiano. Y también en hebreo, y en griego, y en latín, y en árabe. Así que cuando algunos hablamos de Cultura con mayúscula, y de España como lugar donde se manifestó esa cultura, nos referimos a eso. Verbigracia: que aparte y además de las muy respetables lenguas autonómicas, en hebreo escribieron, por ejemplo, el filósofo Maimónides y el poeta medieval Ben Gabirol. Y en árabe se expresaron otros españoles llamados Averroes, o Avempace. Y aquí se escribió en latín hasta el siglo pasado; lengua en la que trabajaron Ramón Llull, que era mallorquín, y san Isidoro, que era de Cartagena, y Luis Vives, que era valenciano. Y el Zohar, que es el más importante tratado sobre la Cábala hebraica, lo escribió, cosas de la vida, un rabino de León. [...] La primera versión de la historia de Tristán, por ejemplo, y las novelas del ciclo artúrico medieval, fueron vertidas al castellano a través de traducciones al leonés. Y en Aragón, a Juan Fernández de Heredia, que fue maestre del Hospital —hoy orden de Malta—, se le adeuda la primera traducción a una lengua occidental, latín incluido, de Tucídides y de Plutarco. Y permítame recordarle que la introducción de la poesía renacentista y el metro italiano en España se debe a dos amigos íntimos, toledano el uno y barcelonés el otro, llamados Garcilaso de la Vega y Juan Boscán. Y que muchos autores españoles fueron y siguen siendo bilingües, empezando por Alfonso X el Sabio, que escribió su prosa en castellano y su poesía en gallego. Y que en la Cancillería aragonesa se parló aragonés y catalán hasta que en el siglo XV el aragonés se fue castellanizando. Y, ya que hablamos de esto, permítame decirle que el leonés y el aragonés, aunque dejaron de utilizarse a partir de esa época salvo en algunas manifestaciones de poesía dialectal, tuvieron un enorme peso cultural en la Edad Media. Más, por ejemplo, que el vasco, o vascuence, que no produjo manifestaciones literarias de importancia —corríjame si me equivoco— hasta muy entrado el siglo XVI. [...] El hecho de que todo eso haya sido escrito en lenguas que no son el castellano no quita un ápice a que se produjera en un contexto cultural español, donde nunca hubo cámaras estancas, sino interacción e influencias mutuas muy importantes y enriquecedoras. Aquí no hay —como usted parece afirmar confundiendo lengua, cultura y política— culturas independientes, sino imbricadas en un espacio al que llamamos, porque de algún modo hay que llamarlo y así lo hacían ya los romanos, España. Y eso lo entiendo en el sentido noble del término: la plaza pública, el ágora que es la única y generosa patria. Un lugar amplio, mestizo, donde se mezclan sangres y no se excluye a nadie, y donde todos son bien recibidos. Y donde Esteban de Garibai y Pedro de Axular, aunque no lo escribieran todo en castellano, son tan españoles, culturalmente hablando, como Unamuno o Baroja son —y lo son del todo— vascos hasta la médula. En toda esa variedad de manifestaciones, todas muy respetables aunque unas más decisivas cualitativa o cuantitativamente que otras —en materia cultural no siempre es posible aplicar cuotas ni baremos políticamente correctos—, el azar y la Historia decidieron que hubiese una lengua común, una calle por donde todo el mundo, hable lo que hable y sienta lo que sienta, pueda transitar a la vez, y entenderse, y comunicarse. Y esa lengua pudo tal vez ser el batúa o el tarteso, pero resultó ser el castellano. Que por cierto es una lengua muy hermosa y práctica, feliz mestizaje de todas las otras, que ahora hablan cientos de millones de seres humanos, y de la que han nacido varias claves de la cultura universal, libertades incluidas. Lo avala el hecho de que aquel cura fanático y vasco, citado no recuerdo si por Unamuno o Baroja, predicara en el sermón: «No habléis castellano, que es la lengua del demonio y de los liberales». (Pérez-Reverte)

 

 

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