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Miguel de Unamuno (1864-1936): sinopsis de algunas novelas:
Amor y pedagogía (1902):
Cuenta la historia de don Avito Carrascal, un intelectual que cree que puede convertir un niño en genio aplicando los principios modernos de la pedagogía. Unamuno rompe con Amor y pedagogía los esquemas tradicionales de la novela realista. Tanto, que la crítica de la época llegó a negarle el calificativo de novela. Don Miguel respondió que lo que él hacía en realidad eran nivolas. Diríase —advierte en el prólogo— que el autor, no atreviéndose a expresar por propia cuenta ciertos desatinos, adopta el cómodo artificio de ponerlos en boca de personajes grotescos y absurdos, soltando así en broma lo que piensa en serio. El propósito de la obra es claro: ridiculizar la pedagogía que se presenta como científica y que pretende organizar la vida entera, en todos sus aspectos, de un modo racionalista.

Del sentimiento trágico de la vida (1912):
Este ensayo constituye la expresión más clara y completa del pensamiento filosófico del pensador Miguel de Unamuno, una de las figuras intelectuales más relevantes de la España anterior a la Guerra Civil. Con este libro, agitado y vehemente, Miguel de Unamuno no profundiza en lo que él mismo creía, sino que coloca el foco en lo que, según él, al hombre le valdría la pena creer ante el hecho inevitable de la muerte. En efecto, este ensayo se inscribe en las preocupaciones por la problemática existencial del hombre contemporáneo, tan en boga en las corrientes filosóficas —en particular, el existencialismo— europeas de aquel entonces. Es indudable que existen ecos de pensadores como el francés Pascal y el danés Kierkegaard en la angustia existencial que transmite este ensayo, pero su sustento ideológico también tiene que ver, en no menor medida, con el profundo conocimiento que el bilbaíno poseía de la Biblia, de los místicos españoles —especialmente de santa Teresa de Jesús—, de san Ignacio de Loyola y del pensamiento y teología protestantes.

Niebla (1914):
Uno de los ejemplos clásicos más eminentes de la novela moderna. La ficción deja aquí de ser un puro vehículo narrativo, transmisor de historias, para convertirse en un universo textual de fecundas sugerencias. Unamuno cuenta de manera extraña su historia, inventando su nuevo género narrativo, la «nivola», donde los personajes hablan en monólogos propios durante la obra. Agregando extraños sucesos literarios (como el encuentro del personaje con su creador o el monólogo del mismo perro) convierten este libro en un tesoro literario. El título, Niebla, expresa con claridad el propósito novelesco de desdibujar lo visible y materializar, en cambio, lo impalpable. En este ambiente vemos moverse a un hombre esencialmente frustrado, Augusto Pérez, sobre cuya muerte nos vemos obligados a pronunciarnos. La aventura amorosa de un hombre que se ve enfrascado en una apasionada devoción frente a una dama. Junto con el encuentro de este hombre con un perro que pasaría a ser su compañero más adelante, es la historia del engaño y la pasión.

Abel Sánchez (1917):
Escrita en una de las peores épocas de su vida. La desapacibilidad de su existencia queda reflejada en la negrura del relato, pues es ésta la más amarga y perturbadora de sus novelas. La historia se centra en dos amigos, Joaquín Monegro y Abel Sánchez, y está contada desde el punto de vista del primero. Joaquín nos relata los muchos sufrimientos que, a lo largo de su vida, le provoca la envidia que siente por su amigo Abel. Este sentimiento se ve exacerbado cuando Abel desposa a Helena, la mujer que Joaquín amaba. Para éste, entonces, serán inútiles todos los intentos que haga por superar esta rivalidad. Publicada en 1917, no tuvo una feliz acogida, debido probablemente -como el propio autor escribía en 1920- a que «las gentes huyen de la tragedia cuando ésta es íntima». Sin embargo, el paso del tiempo ha situado esta impresionante parábola del conflicto fratricida entre las grandes obras de Unamuno.

La tía Tula (1921):
Su novela más popular. Según su autor es «la historia de una joven que, rechazando novios, se queda soltera para cuidar a unos sobrinos, hijos de una hermana que se le muere. Vive con el cuñado, a quien rechaza para marido, pues no quiere manchar con el débito conyugal el recinto en que respiran aire de castidad sus hijos. Satisfecho el instinto de maternidad, ¿para qué perder su virginidad? Es virgen madre». Narra la historia de la mujer que renuncia a una vida propia para hacer el papel de madre de los hijos de una hermana muerta y se añaden elementos recurrentes en la obra de Miguel de Unamuno: la pelea por la fe religiosa, el dilema entre el mérito y el reconocimiento exterior o el histrionismo, la sinceridad de la vida moral y la conciencia del dolor. Siguiendo su característica manera de novelar, en que excluye casi por completo la descripción de fenómenos externos para atender exclusivamente al paisaje interior de la personalidad humana, Miguel de Unamuno ha creado en La tía Tula un personaje fuera de lo corriente, a través del cual explora la dicotomía virginidad-maternidad, tan ligada a los fundamentos del cristianismo. Escrita en tercera persona, en la que a su autor no le parece imprescindible colocarla en un momento temporal determinado, pues es universal y clásica como una Antígona del siglo XX, dura para la época: el feminismo a ultranza de Tula para quien los hombres son sólo «unos brutos» sin pulir, que, incluso, no se deja guíar por su confesor porque rehuye ser dirigida por los hombres aunque se trate de un sacerdote, la carga sexual que es la espina dorsal del engranaje de la obra, la maternidad frustrada y encontrada a través de los hijos de otras…

San Manuel Bueno, mártir (1930):
Don Manuel, por sobrenombre Bueno (apelativo que toma Unamuno de Alonso Quijano, el Bueno), parroco de Valverde de Lucerna, es el personaje central de la novela y una de las más complejas criaturas de ficción unamunianas. La novela se organiza en torno a su lucha interior y a su comportamiento para con el pueblo. En don Manuel se condensan además muchos de los problemas que inquietaron a Unamuno durante su vida. Obra maestra de Miguel de Unamuno, considerada como su testamento espiritual. La novela muestra un espacio no descriptivo en el que se asientan los símbolos clave de la dialéctica entre fe y duda, el lago, la montaña, la nieve, la villa sumergida, etc. Manuel asume esta lucha y se convierte en mártir en tanto toma sobre sí la duda y la sufre por toda la comunidad quem sumida en el engaño, avanza cohesionada por esa supuesta verdad no cuestionada.


Ferrater Mora:
UNAMUNO (MIGUEL DE) (1864-1936): nació en Bilbao. Limitándonos a los datos académicos, mencionaremos sólo que estudió en el "Instituto Vizcaíno" de Bilbao (1875-1880) y en la Universidad de Madrid (1880-1884). En 1891 tomó posesión de la cátedra de griego en Salamanca, a la que se acumuló luego la de filología comparada de latín y castellano. Fue profesor (y rector) en Salamanca hasta su jubilación, en 1934, cuando fue nombrado "Rector perpetuo", con excepción de los años pasados en el destierro (1924-1930), en Fuerteventura, París y Hendaya. La vida y el pensamiento de Unamuno, íntimamente enlazados con las circunstancias españolas y con la gran lucha sostenida desde fines del siglo pasado entre los europeizantes y los hispanizantes, lucha resuelta por Unamuno con su tesis de la hispanización de Europa, pueden comprenderse en mismo de su vida. Pues si Unamuno ha combatido sobre todo al cientificismo y al racionalismo, ha sido porque ellos adquirían en cierto momento un aire de ilegítimo triunfo, un peso que hubiera en fin de cuentas aplastado al hombre. El cientificismo y el racionalismo son uno de los caminos que conducen al suicidio, la actitud adoptada por quienes, en su afán de teología, "esto es, de abogacía", o en su invencible odio antiteológico, no advierten en la contradicción el verdadero modo de pensar y de sentir del hombre existencial. El fundamento de la creencia en la inmortalidad no se encuentra en ninguna construcción silogística ni inducción científica: se encuentra simplemente en la esperanza. Pero la inmortalidad no consiste a su vez para Unamuno en una pálida y desteñida supervivencia de las almas. Vinculándose a la concepción católica, que anuncia la resurrección de los cuerpos, Unamuno espera y proclama "la inmortalidad de cuerpo y alma" y precisamente del propio cuerpo, del que se conoce y sufre en la vida cotidiana. No se trata, por lo tanto, de una justificación ética del paso del hombre sobre la tierra, sino simplemente de la esperanza de que la muerte no sea la definitiva aniquilación del cuerpo y del alma de cada cual. Esta esperanza, velada en la mayor parte de las concepciones filosóficas por nebulosas místicas y por sutiles sistemas, es rastreada por Unamuno en los numerosos ejemplos de la sed de inmortalidad, desde los mitos y las teorías del eterno retorno hasta el afán de gloria y, en última instancia, hasta la voz constante de una duda que se insinúa en el corazón del hombre cuando éste aparta como molesta la idea de una sobrevivencia. Demostración o refutación, confirmación o negación son sólo, por consiguiente, dos formas únicas de racionalismo suicida, a las cuales es ajena la esperanza, pues ésta representa simultáneamente, como Unamuno ha subrayado explícitamente, una duda y una convicción. A los temas de la doctrina del hombre de carne y hueso y de la esperanza en la inmortalidad, con los cuales va implicada su idea de la agonía o lucha del cristianismo, agrega Unamuno su doctrina del Verbo, considerado como sangre del es píritu y flor de toda sabiduría. Unamuno niega la tesis goethiana que hace de la acción el principio de todo ser para llegar a la confirmación, sustentada ya en el comienzo del Evangelio de San Juan, según la cual el principio es el Verbo. Pero el Verbo tampoco es para Unamuno un logos abstracto o sin contenido; el Verbo es más bien para él la cualidad concreta y presente del gesto y del lenguaje humanos. De este Verbo, de esta visión de lo que las cosas son en la inmediata presencia de su perfil, deriva para Unamuno el fundamento y el término de toda filosofía. La filosofía, definida por Unamuno como el desarrollo de una lengua, queda, pues, relativizada, pero a la vez adquiere un carácter concreto absoluto. La identificación de la filosofía con la filología no es la identificación del pensamiento lógico con la estructura gramatical; es el hecho de que el Verbo, como expresión directa e inmediata del hombre de carne y hueso, sea el instrumento y el contenido de su propio pensamiento. Por eso Unamuno ve la filosofía española no en los textos de los escolásticos, sino en las obras de los místicos, en las grandes figuras de la literatura. La esencia del pensamiento español, y también, naturalmente, la esencia de su vida, son así, como las del senequismo, esta tendencia que subraya frente a la originalidad del análisis "la grandiosidad del acento y del tono". El problema de la verdad, problema fundamental de toda filosofía, es resuelto, pues, por Unamuno mediante esta articulación interna que liga al hombre concreto con su expresión verbal, mediante la concepción que ve en lo que el hombre dice al expresarse y en lo que dicen las cosas al ofrecerse al hombre la revelación de su verdad.

 

 

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