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Cultura: Textos:

Vanguardias en el arte:
Los síntomas eran muy evidentes en el arte. Durante tres o cuatro siglos, desde la época del humanismo, los europeos habían creído que el arte expresaba afanes, percepciones y placeres accesibles en principio a las personas corrientes, aunque pudieran elevarse a un grado excepcional de perfección en su ejecución, o recrearse especialmente en la forma, de manera tal que no todas las personas pudieran siempre disfrutarlos. En cualquier caso, en relación con aquella época, puede mantenerse la idea de la persona culta que, con el debido tiempo y estudio, podía distinguir y enjuiciar las manifestaciones artísticas de su tiempo, ya que eran expresión de una cultura y unos modelos estéticos determinados. Esta idea dejó de estar del todo clara cuando, en el siglo XIX, siguiendo la estela del movimiento romántico, se idealizaba al artista como un genio —Beethoven fue uno de los primeros ejemplos— y se formuló el concepto de «vanguardia». Más adelante, en la primera década del siglo XX, era ya muy difícil, incluso para unos ojos y oídos bien preparados, apreciar el verdadero valor artístico de muchas de las obras contemporáneas. Podemos apreciar lo anterior en la gradual distorsión de la imagen en la pintura. Al principio, aunque abandonado ya el estilo figurativo, existía un nexo de unión con la tradición que se mantuvo hasta la época del cubismo, si bien, para entonces, hacía tiempo que el «hombre culto» medio —concepto que tal vez ya no tuviera demasiado sentido— ya no era capaz de seguir las tendencias de las artes con un criterio bien definido. Los artistas se fueron recluyendo en un caos de visiones subjetivas cada vez menos accesible, que culminaron en el dadaísmo y el surrealismo. Los años posteriores a 1918 tienen un interés extraordinario como consumación de la desintegración en el arte; con el surrealismo desapareció incluso la idea de «lo objetivo», por no hablar de su representación. Como dijo un pintor surrealista, el movimiento buscaba un «pensamiento sin ningún control de la razón, fuera de cualquier preocupación estética o moral». Por medio del azar, el simbolismo, el impacto, la sugestión y la violencia, los surrealistas buscaban ir más allá de la propia conciencia. Al hacerlo, estaban explorando las mismas ideas y emociones que muchos escritores y músicos de la época. Estos fenómenos dan fe, de muy diferentes maneras, de la decadencia de la cultura liberal que siguió al alto grado de civilización alcanzado en la era europea. Es muy significativo que estos movimientos desintegradores estuvieran con frecuencia provocados por la sensación de que la cultura tradicional estaba limitada por no haber contado con los recursos de la emoción y la experiencia que provienen del inconsciente. [Las ideas de Freud cambiaron la manera que las personas tenían de pensar sobre sí mismas]. (Coffin)


Corpus general:
El cambio en el significado de «cultura» fue quizá el más interesante de todos. Este término había significado originalmente un cultivo de algo, en el sentido biológico de cuidar su crecimiento natural. La transformación de su significado ocurrió en varias fases. «En un primer momento pasó a hacer referencia a “un estado general o hábito de la mente”, lo que la ligaba estrechamente a la idea de perfección humana. En un segundo momento, adquirió el sentido de “el estado general de desarrollo intelectual de la sociedad en su conjunto”. Un tercer significado fue el de “corpus general de las artes”. Y un cuarto, ya avanzado el siglo, el de “una completa forma de vida, material, intelectual y espiritual”». Matthew Arnold, en particular en su famoso Culture and Anarchy (1869, Cultura y anarquía), definió la cultura como un viaje interior, un intento de librarnos de nuestra propia ignorancia, «una búsqueda de perfeccionamiento total mediante el conocimiento de lo mejor que se ha pensado y dicho en el mundo en todas las áreas que nos incumben; y, a través de este conocimiento, aportar una corriente de pensamiento fresco y libre a nuestras nociones y hábitos banales, a los que obedecemos de forma incondicional y mecánica». Arnold pensaba que en cada clase de la nueva sociedad industrializada había un «remanente», una minoría que convivía con la típica mayoría pero que a la que las nociones ordinarias de su clase no habían «incapacitado» y que amaba la perfección humana. A través de la cultura, en el sentido en que él la definía, estas personas podían desarrollar lo mejor de sí mismas para de este modo establecer un estándar de belleza y perfección humana y «salvar» así a la inmensa masa de los hombres. Arnold no pensaba que esto fuera elitista en ningún sentido. Sus ideas estaban muy lejos de las de Marx, Owen o Adam Smith, y el concepto mismo de «alta cultura», que es lo que él en realidad tenía en mente, es en la actualidad objeto de severas críticas y, hasta cierto punto, es posible considerar que está en retirada. Por tanto, quizá sea importante completar la anterior cita de Arnold con otro pasaje de su obra que con frecuencia se pasa por alto: «La cultura dirige nuestra atención a la corriente natural que existe en los asuntos humanos y a su trabajo continuo, y no nos permitirá entregar nuestra fe a un único hombre y sus obras. Nos hace ver no sólo su lado bueno, si no también lo mucho que había en él de necesariamente limitado y transitorio…». (Peter Watson)


Siete sabios:
Desde el siglo VI a.C. se atribuían a los llamados Siete sabios o Siete sabios de Grecia una serie de máximas, sentencias, prescripciones, reflexiones morales, etc., que, según la tradición, habían sido forjadas por los "siete sabios" y ofrecidas al Apolo de Delfos como compendio de sabiduría. Luego se ha considerado que las máximas de los siete sabios eran las máximas más conocidas y que mejor representaban el saber gnómico griego. Entre estas máximas figuran las muy repetidas de Conócete a ti mismo, De nada, demasiado. En general, se trata de máximas del tipo que puede llamarse "moral", pero debe tenerse en cuenta que ciertas máximas calificadas de "morales" lo son en un sentido muy amplio, pues en ellas transparece un modo de ver el mundo y no sólo una prescripción para la actuación humana. Tal ocurre, por ejemplo, con el De nada, demasiado, que se refiere efectivamente a "asuntos humanos", pero también al universo entero; en efecto, el De nada, demasiado es una expresión de una regla universal: la regla de la mesura, o la medida. Hay varias listas de los "siete sabios". La más conocida es la que proporciona Platón en el Protágoras: Bías de Priene, Cleóbulo de Lindo, Jilón de Esparta, Mirón, Pitaco de Mitilene, Solón de Atenas y Tales de Mileto (en otras listas es frecuente que Mirón sea sustituido por Periandro de Corinto). El más famoso históricamente es Solón; filosóficamente, el más celebrado es Tales de Milelo, considerado, además, como el "padre de la filosofía" y el "primero de los presocráticos". Una característica importante de los "siete sabios" es que, además de ser "sabios", son "legisladores" o, mejor dicho, son sabios justamente por ser legisladores. Los "siete sabios" fueron "reformadores de constituciones" y "reguladores de la vida social". (Ferrater Mora)

 

 

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