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USA:
Política y espectáculo:
Un desmayo en plena conmemoración de los quince años del 11-S le valió a Hilary Clinton que Donald Trump prácticamente empatara con ella en las encuestas de las elecciones presidenciales en Estados Unidos. No sabemos qué puede ocurrir tras el nuevo atentado en Manhattan. Lo más grave es que los buscadores de muerte vuelvan a intentarlo, pero el pánico puede llevar a buscar mesías donde nunca los hubo. De repente, quizá por primera vez en la campaña estadounidense, repetimos todos la pregunta que formuló Juan Ramón Jiménez ante la irresistible ascensión de Adolf Hitler: ”¿Podrá este gorila, cerdo, tiburón, rejir el mundo?”. La libertad es una diosa perezosa cuyos sueños pueden convertirse en pesadillas. El icono de Trump se asienta sobre el estereotipo pero también sobre el imaginario de la globalización, según plantea el periodista Francisco Reyero en su inteligente libro “Trump, el león del circo”, que distribuye esta semana El Paseo Editorial. La emergencia política de este tipo de personajes que proceden de ese dudoso mundo en el que el emprendimiento coquetea abiertamente con la corrupción y el uso y el abuso de los medios de comunicación de masas, ya ha dado a luz, en realidades y dimensiones completamente distintas, personajes públicos como Silvio Berlusconi, en Italia, o Vladimir Putin, el nuevo zar de todas las rusias, que proviene paradójicamente – o no– del KGB.

La Unión Europea, en los días que corren, ha comprado la mercancía extrema de los ultras en los estadios de fútbol. La Gestapo se disfraza de payaso, los anchor men de las grandes cadenas de televisión sustituyen a los propagandistas de los dogmas totalitarios. Desde las tribunas del poder, mientras tanto, el fascismo también se maquilla para seguir siendo fascismo. Sin embargo, la gran pregunta de los últimos días quizá estribe en por qué buena parte de la población a la que demoniza Donald Trump está dispuesta a votarle. Desde que en 2015 inició la carrera de las primarias, el multimillonario no ha escatimado arengas contra los hispanos, los negros, las mujeres o los homosexuales. Quizá sea que, a su juicio, dichos colectivos no van a participar en los próximos comicios o quizá sea porque la industria del entretenimiento ha logrado convencerles de que, o bien, sus amenazas tan sólo forman parte de un guión cómico estilo Los Simpson o South Park, políticamente incorrecto, o es que, bajo la hipnosis de la alienación, ellos y ellas no son los homosexuales, mujeres, negros o hispanos a los que se refiere Trump.

¿Quién no quiere ser millonario?:
Reyero, en su libro, cita un artículo de Frank Rich, escrito al rebufo de los grandes concursos televisivos: «¿Quién no quiere ser millonario?». La televisión nos educa para ello, como afirmó el novelista Chuck Palahniuk, con su habitual vis satírica. “La propuesta de Trump –rememora Reyero, que con anterioridad nos regaló un par de memorables biografías sobre Frank Sinatra y Rafael de Paula– había llegado en los ochenta con sus libros-milagro (El arte de la negociación y así) en los que aseguraba que bañarse en dólares era una cuestión de voluntad, al alcance de todos: ¿quién no quiere ser millonario?”. Desde su clásico pedigrí de self-made man, en cuyo polo ideológico opuesto se situaría Jimmy Carter, Trump se presenta como un millonario que ha sufrido reveses de fortuna, que ha tocado la lona y que ha logrado levantarse antes del recuento final que ha llevado al K.O. a todos los loosers de Estados Unidos, una auténtica legión en la nocturnidad y alevosía de los homeless, los sin techo en el país más rico del mundo que probablemente siga manteniendo al mismo tiempo la mayor cota de pobres. Si quieres ser como Trump, vótale, podría ser el mejor eslogan para este disparate. Es un hijo de la telerrealidad: “Rich afirma que un presumible Gobierno trumpista se balancearía de los trabucazos al estilo de George W. Bush a la corrupción lujuriosa que marcó la etapa de Harding. Ambas parcelas, aclara Rich, fácilmente manipuladas con su descaro de marca mayor. Los mensajes, si los hubiera, han quedado tapados por el «espectáculo Trump». “Está en casi todas partes, en tantas, que se ha convertido en un personaje pop. En las redes algunos lo comparan con Hitler y otros, con el Joker de Batman. La deriva del entretenimiento está provocando el uso y la aceptación general de malas conductas para captar la atención. Vale si se comercia, si obtiene un rédito”.

Aprendices del brujo:
Margaret Thatcher ya comprendió en su día que “vivimos en la era de la televisión. Una sola toma de una enfermera bonita ayudando a un viejo a salir de una sala dice más que todas las estadísticas sanitarias”. La televisión, en el caso de Trump, no es un fin sino un medio: como refleja una muestra del Pew Research Center, las cadenas de cable especializadas, CNN, FOX News y MSNBC son las principales fuentes de conocimiento de la actualidad para los estadounidenses. El Partido Republicano prescinde de asaltar los kioscos, como el conservadurismo español: le basta con asaltar los cielos catódicos: “Enterarse de la vida a través de las televisiones de cable es como colocar un observatorio encima de una pirotecnia”, entiende el periodista Paco Reyero. ¿Recuerdan a Jesús Gil y Gil en el jacuzzi de Telecinco? Trump también sustenta su proyección política en un plató televisivo, desde que en 2004 empezó a presentar el concurso “The Apprentice”, o sea, “El aprendiz”, para la NBC. El premio a la mayor capacidad para ser empresario era un contrato de un año en uno de los negocios de la Trump Organization. Reyero traduce con las siguientes palabras la alocución que el multimillonario dirigía a los concursantes y a los telespectadores: “Mi nombre es Donald Trump y soy el promotor más grande de Nueva York. Poseo edificios en todos los lugares de la ciudad. Agencias de modelos, el desfile de Miss Universo, compañías aéreas, cursos de golf, casinos y complejos privados como Mar-a-Lago (en Florida), una de las propiedades inmobiliarias más espectaculares de todo el mundo (…). Pero no siempre ha sido fácil. Hace unos años tuve problemas serios. Tenía billones de dólares de deudas. No me rendí: luché todo lo que pude y gané. La gran liga. Usé mi cerebro. Usé mis conocimientos de negociación y lo saqué todo adelante. Ahora, mi compañía es más grande y más fuerte y yo me estoy divirtiendo como nunca. He alcanzado una reconocida maestría en el arte de la negociación y he colocado el nombre de Trump entre las marcas de la más refinada calidad. Y tal como hace un maestro, estoy dispuesto a compartir alguno de mis conocimientos con alguien más. «Estoy buscando a… El Aprendiz». Los votantes pueden convertirse, ahora, en aprendices de Trump, en aprendices del brujo que siguió apareciendo ante las cámaras desde dicha temporada hasta la que precedió a su presentación a las primarias, hace justo un año. En 2007, incluso su nombre bautizó a una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood. Este Ciudadano Kane de hoy es un cruce de Sarah Palin y su Tea Party con el Charlton Heston de la Asociación del Rifle. Espíritu de frontera con el glamour del Ku Klux Klan, todo ello trufado con chistes, insultos y verdades a medias que son mentiras enteras: hasta hace unos días, no rectificó a propósito de su insólito albur de que Barack Obama había nacido en el extranjero. “El empresario –anota Reyero– ha advertido de que confiscará las ganancias de los inmigrantes mexicanos que carezcan de documentación. Su equipo estudia acabar con el derecho de ciudadanía de los hijos de emigrantes, incluso de aquéllos que han nacido en Estados Unidos. Alardea de que expulsará a los 11 millones de trabajadores indocumentados del país. A esta sucesión de propuestas, él la llama «dirección de política migratoria». «Los políticos no pueden hacerlo; lo único que saben hacer es hablar. Se llama management. Nosotros emplearemos un sistema expeditivo. Gastamos billones en atender a esta gente y no los merecen».

La civilización del espectáculo:
Hay once millones de inmigrantes irregulares en Estados Unidos que no votan. Y hay una población cuyos antepasados cruzaron por Ellis Island, por la frontera con México o por las playas de Florida, que ha olvidado su pedigrí migrante y se abraza al americanísimo del melting pot estadounidense, una cultura de la mayoría que proviene de los compartimentos estancos del multiculturalismo sobre los que se sostiene esa rara convivencia en la que, en plena campaña electoral, la policía abate a un niño negro de trece años que llevaba una pistola de juguete y no pasa nada. “El candidato asegura —aunque no explica qué significa exactamente— que va a «golpear a China», que se hará con el combustible de Irán y arrebatará todo el petróleo que está bajo el control del ISIS –describe Reyero–. «Iremos allí, los mandaremos al infierno y nos traeremos el petróleo». Con Trump nada resulta incompatible: puede amenazar a Pekín con entrar en una guerra comercial pero tener al Banco de China como uno de los principales arrendatarios de su torre en la Quinta Avenida. La entidad financiera es un gigante que empequeñece a Citibank. Los chinos han renovado el alquiler y el CEO de la compañía asiática ha puesto en su oficina una foto de Donald. «Ellos me aman», se vanagloria”. Desde hace tiempo, muchas voces alertan de que vivimos en “La civilización del espectáculo”. Ese fue el título de un ensayo de Mario Vargas Llosa, publicado hace un par de años por Alfaguara. A su juicio, esa civilización espectacular ha anestesiado a los intelectuales, desactivado al periodismo y devaluado la política, hasta el punto de que la corrupción llegue a ser aceptable. Para ello, evoca una anécdota que le refirió el escritor Jorge Eduardo Benavides, que se sorprendió de un taxista limeño que iba a votar a Keiko Fujimori, la hija del sátrapa peruano. “¿A usted no le importa que el presidente Fujimori fuera un ladrón?”, le preguntó al taxista. “No” —repuso este— “porque Fujimori solo robó lo justo”. Y acota Vargas Llosa: “Lo justo. La indiferencia moral. La civilización del espectáculo. Un político puede robar; es más, no puede no robar, pero lo importante es que robe no más de lo debido”. Donald Trump no engaña a nadie. Su trama de corruptelas alerta de que ha robado. Pero, dirán sus votantes, es un profesional del robo. Roba, como todos, pero con eficacia: “…Es por el desplome de los valores, no solamente estéticos, sino otros que antes, por lo menos de la boca para fuera, todos respetábamos. El político ya no debe ser honrado, debe ser eficaz –declaró Vargas Llosa a colación de todo ello–. El ser honrado parece una imposibilidad connatural al oficio. Bueno, si se llega a un pesimismo de esa naturaleza entonces estamos perdidos. Y creo que no es verdad y yo lo digo, eso no es verdad. Pero hay una mentalidad que identifica la política con la picardía, con la deshonestidad. Es peligrosísimo sobre todo para el futuro de la cultura democrática. Si vamos a pensar eso entonces la cultura democrática no tiene sentido y a la corta o la larga va a desplomarse también”.

Los principios de Goebbels:
Seguro que los asesores de Trump conocen al dedillo los once principios de la propaganda que enunció Joseph Goebbels, quien logró en gran medida que el Partido Nazi fuera votado por los alemanes de la República de Weimar en los años 30 del pasado siglo: desde el principio de simplificación y del enemigo único, al método de contagio que consiste en reunir diversos supuestos adversarios en una sola categoría o individuo, por lo que Hilary Clinton sería un Golem feminista que pretende que las mujeres tengan permiso laboral para las primeras semanas después de dar a luz, socialistoide que pretende que la salud de los sin nada la paguen los que ahora tienen dinero para suscribir un seguro privado y la seudopacifista que, como Secretaria de Estado, no ha sido capaz de masacrar al ISIS. Se cumpliría así el tercer principio de Goebbels, el de la transposición, al cargar sobre el adversario los propios errores o defectos: “Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan”, de ahí la profusa fabricación de bulos que hacen de Trump un entretenedor, en el país en el que la palabra cultura está siendo sustituida a marchas forzadas por la de entretenimiento. Para actualizar dicho parámetro vendría bien una frase pronunciada por Roger Ailes, fundador de Fox News: «Yo no estoy en política. Yo estoy en los índices de audiencia. Y estoy ganando.» ¿Qué decir del principio gobbeliano de la exageración y desfiguración? Trump es todo un maestro a la hora de convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en amenaza grave. Y la amenaza grave que él supondría en el despacho oval –a decir incluso de buena parte del equipo de Bush Jr.–, en una simple anécdota, en un divertimento de circo, en un león que nos da miedo y, al mismo tiempo, empatiza con nuestra selva interior y en el fondo deseamos que decapite al domador. Como a muchos otros populistas, a un lado y a otro del Atlántico, a Trump no le valen las oraciones yuxtapuestas porque no le sirven los pensamientos complejos. Prefiere el brochazo al pincel, siguiendo el principio de la vulgarización que también dejó claro el ministro de Propaganda nazi: “Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar”. “La propaganda –rezaba el principio de orquestación que el equipo de Trump repite al pie de la letra– debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentadas una y otra vez desde diferentes perspectivas pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas”. Hay que renovar, eso sí, las informaciones y los nuevos argumentos, pero también incrementar las acusaciones para que el adversario no tenga tiempo de rebatirlas o de enunciar sus propias ideas. No hay que ser veraz, sino verosímil y construir argumentos falaces que podrían basarse en datos ciertos, mediante informaciones fragmentarias o globos sonda. Silénciense aquellas cuestiones sobre las que no se tengan argumentos y las noticias que favorezcan al adversario, mediante una poderosa herramienta mediática. Los dos últimos principios de Goebbels les sientan como un traje a medida a Donald Trump. Por un lado, su principio de transfusión con la mitología nacional, sus prejuicios y sus odios ancestrales. El walhalla aparece sustituido por le ley de las praderas y, en vez de Wagner, se utiliza el libreto de “El nacimiento de una nación”, de Griffith. Y el principio de unanimidad: mucha gente piensa como piensa todo el mundo. Esa , a fin de cuentas, es la base del pensamiento único de la que Trump aparece como un formidable paladín: “Se puede decir que (el pensamiento único) está formulado y definido a partir de 1944, con ocasión de los acuerdos de Bretton Woods. Sus fuentes principales son las grandes instituciones económicas y monetarias – BM, FMI, Organización de Cooperación y Desarrollo Económico, Acuerdo General sobre Tarifas Aduaneras y Comercio, Comisión Europea, Banco de Francia, etc. – quienes, mediante su financiación, afilian al servicio de sus ideas, en todo el planeta, a muchos centros de investigación, universidades y fundaciones que, a su vez, afinan y propagan la buena nueva”, según historia Ignacio Ramonet. “En el neoliberalismo –atinaba Noam Chomsky–, el gobierno es el problema, no la solución”. Con alguien como Trump en la Casa Blanca, no habría gobierno sino mercado en estado puro. Sin embargo, no está solo. Quince años después del ataque de Al Qaeda contra Nueva York y Washington, en numerosos escenarios mundiales, están cayendo otras torres gemelas. Las de la democracia y la utopía del bienestar. Donald Trump no es su Dios sino uno de sus profetas. Gotham City está en peligro. Sobre la sonrisa del joker aflora un bigote de mosca. El espectáculo debe continuar. (Juan José Téllez, 18/09/2016)


América de London:
Como todo populista que se precie Donald Trump juega a muchos cartones del bingo ideológico. No solo quiere ganar de todos modos sino que anuncia que no aceptará perder. Una poco democrática política de saloon adonde Trump va con el colt desenfundado. Pero a veces se olvida que Trump es el producto de una acuñación política no europea, un apéndice de algo que, guste o más bien lo contrario, ha ocupado cientos de páginas eruditas en The American Spirit,de Thomas A. Bailey, profesor de la Universidad de Stanford. La formación de ese espíritu americano no empieza con Reagan, ni ahora con Trump. Tiene infinidad de matices diferenciales, buenos y no tan buenos, pero hacen al caso de Trump algunos episodios como el de la invasión norteamericana del puerto mexicano de Veracruz, tras el llamado Incidente de Tampico de 1914. El presidente Wilson no vio algo mejor que invadir parte de México tras la descortesía del general Huerta, que se había negado a saludar con los cañonazos de rigor a la bandera de las barras y estrellas (aparte de que los mexicanos habían secuestrado a dos oficiales de la US Navy). Y volvió a haber espíritu americano en la invasión de territorio mexicano por parte del general John Pershing, encargado de dar caza a Pancho Villa durante casi un año, sin resultado, por Chihuahua y Coahuila. Fue tras otro incidente, el de Columbus, cuando en 1916 los villistas entraron a sangre y fuego en esa pequeña ciudad de Nuevo México (EE UU). Al margen de aventuras bélicas ha habido escritores que han captado con profundidad el espíritu de una nación compleja, y también sofisticada y multiétnica, como Estados Unidos. Y ahí uno cree que Jack London —el centenario de su muerte es el 22 de noviembre, dos semanas después de las elecciones presidenciales— fue quien mejor resaltó la llamada de lo salvaje, entendiendo por eso no solo lo natural, los grandes espacios de Norteamérica, sino lo que está fuera de la razón. Trump hace cuanto puede por ir de strong man, el que primero pega y casi nunca pide disculpas en el mejor estilo de los tramperos, clásicos personajes de London, maestro desentrañando los arquetipos de sus paisanos, no solo los de quienes necesitan ganar a todo trance, sino los de quienes tienen como bandera la de sobrevivir. Para ellos la debilidad no entra en su ADN, ni en sus atributos personales ni nacionales. Jack London sabía de eso en sus propias carnes. Había sobrevivido de chico robando ostras en la bahía de San Francisco. Y también sabía latín aunque no fuese en sentido literal. Si el hombre es un lobo para el hombre London lo llevó más allá. El hombre es un lobo para el lobo. Es el meollo de su relato Amor por la vida (1907), donde un buscador de oro en el Klondike, perdido, exhausto, al final logra dar un mordisco al lobo que le persigue, y se salva bebiendo la sangre del cuello del animal. En no pocas de sus obras, o parábolas, London deja claro que en un mundo de fuertes y débiles estos últimos no heredarán la tierra, ni Estados Unidos, país que lógicamente, dentro de cierta lógica extremista, sería de quienes se comen al lobo si es preciso. En Un trozo de carne (1909) London lo expresa otra vez claramente. El boxeador que pierde pudo haber ganado si se hubiera comido un buen bistec antes de la pelea, en vez de subir al ring como un muerto de hambre. ¿Por qué se cree entonces que Trump ha de responder a un cliché político europeo cuando tiene acusados ingredientes del carácter de su país? El conspicuo republicano Mike Huckabee, exgobernador de Arkansas, tiene a Trump como un nuevo capitán Quint, el de Tiburón, y compara a Hillary Clinton con el escualo. “¿A quién de los dos va a votar usted?”, pregunta Huckabee apostando por Trump: “Es vulgar, es procaz, puede estar incluso borracho. Pero un momento, es el tipo que te salva a ti y a tu familia”. Huckabee ha pinchado bastante. Si Trump es el capitán Quint y Hillary Clinton es el tiburón, al final de la película el tiburón es el que se come al capitán Quint. Desde que la convención de Cleveland le declaró candidato republicano Trump no ha hecho sino presumir de ser el icono del más bruñido éxito estadounidense, apoyado naturalmente en el dólar. In God we trust (“Confiamos en Dios”) dice el billete verde. Eso más todos los tentáculos de un tipo que no se para más que en los grandes horizontes, lo que se divisa desde sus rascacielos (Trump llegó a comprar —y vender— el Empire State Building, todo un misil simbólico). Y horizontes de grandeza no faltan en la épica y prosopopeya del país arrancado a los indios, donde se inserta la llamada londoniana de lo salvaje nunca periclitada, pues no se trata de un yogur, sino de pisar fuerte sin importar si abajo está el pie de otro. En esta exasperante campaña electoral de Trump hay donde espigar. Sus declaraciones antislámicas han hecho palidecer incluso a Nigel Farage, uno de los artífices del Brexit. El apoyo de Trump a la Asociación Nacional del Rifle ha sido la justa reciprocidad por los seis millones de dólares que ese grupo ha invertido en su campaña. Ya lo ha dejado vislumbrar Hillary Clinton: “El país no puede tener un presidente que esté en el bolsillo de un lobby de armas de fuego”. Descendiente de emigrantes alemanes, Trump es dueño del hotel Plaza de Nueva York entre otros cientos de inmuebles, y con eso quiere trascender el sueño americano de poseer un carrito de hot dogs. ¿Por qué no pueden hacer lo mismo que él los descendientes de latinos? América es la utopía, pregona el multimillonario Trump por si también pesca algo en el 16% del voto hispano. Y con su desparpajo Trump se mete incluso a dar lecciones de ley y orden a la población negra aun cuando la actuación violenta de los policías blancos haya sido la espoleta que faltaba para algunos disturbios raciales. Vuelve el hombre que se come al lobo, el hombre que amenaza hasta con la repatriación de 11 millones de inmigrantes ilegales. Estremece aun siendo una operación que Trump matiza periódicamente. Como cuando rebasa el círculo puro y duro de poder del GOP (Grand Old Party), el viejo Partido Republicano donde se dan cita los mejores populistas del país, socorridos por los más intransigentes evangélicos y por halcones de toda laya. Y con todo Trump saca otro blanco conejo de su chistera: hay que hacer una muralla maravillosa en la frontera con México y que la paguen los mexicanos “al 100%”. Ni Jack London se lo habría imaginado. En la era de los internautas anda un trampero, de los que hacen chistes machistas de vestuario o de barra, y dice que quiere amurallar a un país que nunca fue medieval, como Estados Unidos de América. (Luis Pancorbo ,03/11/2016)


Ocaso USA:
La denuncia de que Rusia pueda haber influido de forma relevante en la campaña electoral estadounidense supone una humillación sin precedentes para el indiscutible país más poderoso del mundo. Recordemos que no se trata de una denuncia periodística o política, son acusaciones de los servicios de inteligencia de Estados Unidos. La nación que desde el final de la Segunda Guerra Mundial lleva influyendo en la elección de gobiernos de todos los continentes ahora observa que su destino podría haber sido manipulado por un gobierno foráneo. El imbatible poder militar estadounidense y su agresividad global nos está impidiendo observar la auténtica realidad del declive en el que actualmente se encuentra esta potencia en el panorama internacional. En realidad seguimos bajo el espejismo de que, tras la caída de la URSS, Estados Unidos quedaba como potencia imbatible vencedora de la guerra fría. Pero han pasado muchos años… y muchas cosas. Es verdad que ningún país se puede acercar al poderío militar de Estados Unidos, pero, ¿de verdad es eso lo que en el siglo XXI define el predominio de un país? No será, al contrario, que una obsesión por el poder militar le ha supuesto un desgaste y un deterioro que no ha sido compensado con sus políticas de asedio y asalto a países y recursos. Ese mantra que siempre manejábamos de que Estados Unidos invadía países, como el caso de Irak, para quedarse con su petróleo no les ha resultado del todo rentable. Todavía hoy la ocupación le cuesta 4.000 millones de dólares mensuales. Lo de Estados Unidos es un imperialismo militar de pérdidas netas, en palabras del profesor de Relaciones Internacional Augusto Zamora R. Para sostenerlo aporta valiosos datos en su libro Política y geopolítica para rebeldes, irreverentes y escépticos (Akal, 2016), por ejemplo que a diciembre de 2014 la guerra de Afganistán le habría costado un billón de dólares, lo que equivale a diez presupuestos militares anuales de Rusia o dos de EEUU, que son de 500.000 millones. La expresión más elocuente del dilema estadounidense la daba en 2011 el senador por Virginia, Joe Manchin: “Tenemos que elegir entre reconstruir Afganistán o América. A la luz del peligro fiscal de nuestra nación no podemos hacer ambas cosas”. Han pasado los años y Estados Unidos parece definitivamente decidido a no reconstruir ninguno de los dos países. Si ya en 2008, el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz titulaba su libro La guerra de los tres billones de dólares: El verdadero coste del conflicto de Irak. Ahora, según un reciente informe del Instituto Watson para Asuntos Públicos e Internacionales de la Universidad de Brown, conocemos que los gobernantes estadounidenses se han fundido 4,79 billones de dólares en los conflictos bélicos en los que se han embarcado desde 2001. Solamente los intereses de los préstamos de guerra ascienden a 453.000 millones de dólares. Los autores del informe realizan algunas comparaciones sobre todo lo que se podría luchar contra el hambre en el mundo con ese dinero. Pero no se trata de pedirle tamaña generosidad a Estados Unidos, basta con calcular cómo mejoraría la economía de sus ciudadanos si todo ese dinero gastado en guerras se destinase a mejorar las condiciones de los estadounidenses. En cambio lo que tienen es una deuda pública que se aproxima a los 20 billones de dólares, el 102,6% del PIB de EEUU. Ésta se ha cuadruplicado durante los últimos 14 años, ya que a comienzos de siglo se situaba en los 5,62 billones de dólares, el 54,7% del PIB. Hoy cada niño estadounidense nace debiendo casi 63.000 euros. No parece tan buena idea querer ser ciudadano de ese país. Ahora viene lo más interesante. ¿Y a quién le deben los estadounidenses todo ese dinero que se han gastado en unas guerras en las que ni siquiera se han podido recuperar con el saqueo? La mitad a acreedores extranjeros, principalmente Japón y China, que acumulan el 37,2% de la deuda de EEUU en poder de otros países. Por tanto ya tenemos un mito derrumbado: la gran potencia mundial es fundamentalmente un tipo que debe dinero a un centenar de países para poder pagar unas guerras que le han dejado en bancarrota. Sigamos repasando la situación del supuesto imperio. Ahora en cuanto a potencia industrial. Si en los años cincuenta Estados Unidos poseía el 50% del PIB mundial y era la indiscutible primera potencia económica hoy no llega al 20% y, desde 2014, y atendiendo al parámetro considerado más riguroso por el Fondo Monetario Internacional para comparar economías, el Producto Interno Bruto (PIB) ajustado por Paridad de Poder de Compra, China ha adelantado a Estados Unidos. Según el FMI, en el año 2040 la República Popular China representará el 40% del PIB mundial, EEUU se quedará en el 15%, India será el 12% y la Unión Europea tendrá un escuálido 5%. Por su parte, el informe de PWC El Mundo en 2050 ¿Cómo cambiará el orden económico mundial? prevé que, para ese año, el segundo puesto será para India, que desbancará a Estados Unidos. Hoy Estados Unidos es solo una potencia militar arruinada e ineficaz. El gasto militar de Estados Unidos en 2015 fue ya de 601.000 millones de dólares, una cifra mayor al presupuesto militar de los siete países del mundo que gastan más en defensa después de EEUU. En la actualidad, tiene capacidad militar ofensiva como la suma de las diez potencias siguientes y representa el 41% del gasto militar mundial, pero solo le sirve para que sus ciudadanos sufran carencias por la disminución del gastos en las otras partidas y, en cambio, ni siquiera gana las guerras, para humillación de sus dirigentes. Desde su fracaso en Vietnam no ha logrado ninguna victoria: más de una década después no ha conseguido controlar ni Afganistán ni Irak. Es más, si otrora el principal objetivo de Estados Unidos era Irán, tras el desastre en el derrocamiento de Sadam Hussein, la República Islámica ha salido más reforzada que nunca. Y cuanto más intenta maniobrar Estados Unidos en su contra peor le sale. Hoy Estados Unidos ya necesita a Irán para restablecer el orden en la región y frenar el terrorismo. De hecho ha tenido que negociya lo habar el acuerdo nuclear, levantar las sanciones y devolverle los fondos que tenía congelados. En términos geopolíticos otro de sus ridículos se está viviendo en Siria. Allí, las conversaciones de paz se están negociando oficialmente entre Rusia, Turquía e Irán, la primera potencia militar el mundo es la gran ausente. Y en cuanto a su difusa guerra contra el terrorismo, a la vista está su fracaso. El caos es tal que hace unas semanas el fundador de WikiLeaks, Julian Assange, denunciaba en una conferencia de prensa a través de internet, que la CIA estadounidense ha “perdido el control de todo su arsenal de armas cibernéticas”, que podrían estar en el mercado negro a disposición de “hackers” de todo el mundo. El máximo ejemplo de la ineficiencia del Departamento de Defensa ha sido cuando admitió la dificultad para encontrar a los culpables de publicar imágenes de soldados desnudas en Internet. Y no era en un círculo pequeño de difusión, se trataba de un grupo privado de Facebook en el que participan más de 30.000 militares. El sentimiento de fracaso militar es el que ha llevado a Donald Trump a proponer… más de lo mismo. “Tenemos que ganar. Tenemos que empezar a ganar guerras de nuevo”, dijo. Y prometió aumentar en 54.000 millones de dólares el presupuesto destinado al Departamento de Defensa, en detrimento de medio ambiente y educación. Aquel mito del “Nuevo Siglo Americano” que se prometían en Estados Unidos tras el derrumbe soviético ha terminado en fiasco. Las nuevas potencias emergentes (Rusia, India, Irán, Brasil) están sorprendiendo a una Europa y unos Estados Unidos paralizados en sus crisis financieras e industriales, pero obsesionados en seguir lubricando esa máquina armamentística de la OTAN, tan cruel como absurda. Mientras tanto, China se ha caracterizado históricamente por un escrupuloso respeto al resto de los países, sus guerras siempre han sido por agresiones de otras potencias a su territorio. Su historia ha sido la de una víctima constante de atropellos por parte de otros imperios. Su pacifismo ha terminado premiándole, el poder del futuro dependerá más de la economía que del armamento bruto. Como señala Augusto Zamora, “una vasta mayoría de países de este planeta azul están encantados de comerciar y relacionarse con la República Popular. Sin intervenciones, humillaciones, imposiciones…”. Durante la visita oficial que hizo a EEUU en septiembre de 2015, el presidente chino Xi Jinping declaró en una entrevista a Wall Street Journal que, “fortaleciendo nuestra defensa nacional y la construcción militar, no caemos en aventuras militares. Esta idea nunca se nos ocurre”, recordando que “China no tiene bases militares en Asia ni tropas desplegadas fuera de sus fronteras”. Y, mientras tanto, Donald Trump, dedicado a gastar el dinero de los estadounidenses en armas, guerras y muros. En realidad, algo parecido a los anteriores presidentes. (Pascual Serrano, 01/04/2017)


Destino manifiesto:
La doctrina de la excepcionalidad de Estados Unidos asusta bastante aunque se proclame subrayando que sus políticas son extraterritoriales y coercitivas en defensa de la libertad y la igualdad de derechos, principios fundacionales de la nación americana. Barack Obama dijo que Estados Unidos es único y excepcional, y lo repite Mike Pompeo, cuyas convicciones atemorizan más por la biografía del dicente. El todavía director de la CIA pertenece a la facción más conservadora del republicanismo, y defendió las posiciones ultras del Tea Party, y el ahogamiento simulado durante el interrogatorio de sospechosos de terrorismo. ¿Puede Mike Pompeo salvar la política exterior estadounidense? Acotando en sus justos términos el alcance de la ríspida analogía, los nazis proclamaban que eran arios y que la raza aria era superior a las demás por ser única y excepcional. Soldados de ojos azules, pelo rubio y piel blanca; altos, esbeltos, de mandíbula cuadrada. Se engancharon al esoterismo para justificar su derecho a expandir el Tercer Reich por países con pobladores que consideraban inferiores, casi subhumanos. A mediados de mes, el nominado secretario de Estado justificó el intervencionismo militar norteamericano aludiendo al privilegio nacional, al derecho a interactuar con el mundo sin más cortapisas que las establecidas en los mandamientos de la singularidad. Lo dijo en la audiencia de confirmación del cargo ante la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, tras ser preguntado por el senador Tim Kaine. Rusia también es única, pero no excepcional. En realidad, la afirmación de Pompeo no pasa de ser un derivado del destino manifiesto: la meta trascendente de EE UU es hacer valer la voluntad de Dios en la Tierra. El encargo es creído a pies juntillas por la mayoría de los norteamericanos, demócratas y republicanos, y sobre todo por las clases dominantes. El principio establece que EE UU está destinado por la Providencia a ser la policía del mundo, o algo parecido. La frase “destino manifiesto” apareció por primera vez en un artículo del periodista John L. O’Sullivan, en 1845, en la revista Democratic Review de Nueva York, a propósito de la anexión de Texas. La doctrina del destino manifiesto tiene cierto paralelismo con la creencia judía de que Israel es el pueblo elegido por Dios. En Estados Unidos, la separación de Iglesia y Estado no impide la acendrada dimensión religiosa de su clase política; la Declaración de Independencia contiene cuatro referencias al Sumo Hacedor, y, sin citar ningún culto, el primer discurso presidencial de George Washington incide en la fe. La excepcionalidad de Estados Unidos fue ejercida en América Latina y otras latitudes apoyando dictaduras castrenses e invadiendo países. Hace dos siglos, Simón Bolívar aventuró que el vecino del norte parecía destinado a plagar América de miseria en nombre de la libertad. El emancipador se equivocó. Las culpas del endémico atraso latinoamericano corresponden a los gobernantes criollos, incapaces de construir Estados de derecho. Todos incumplieron los preceptos constitucionales de justicia y libertad. Roguemos a Dios para que Pompeo incumpla los suyos. (Juan Jesús Aznarez, 24/04/2018)

 

 

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