Soberanía: Cataluña 4             

 

Sorpresas:
Llevamos al menos tres años con esta historia, cinco si buscamos un poco más de perspectiva, pero apenas se ha empezado a superar la sorpresa. Antes de 2010 y sobre todo de 2012, la independencia catalana era una propuesta extravagante y extemporánea, sin apoyo relevante en la opinión catalana y desmentida por la idea de una evolución del mundo en dirección contraria. Cataluña era una vieja nación histórica que había conseguido sobrevivir con su identidad, su lengua y su reivindicación nacionalista sin que nunca hubiera tenido la oportunidad ni siquiera de plantear el sueño que da cuerpo y sentido al nacionalismo de matriz romántica: alcanzar un Estado concebido exclusivamente para la nación e internacionalmente reconocido. No tan solo este sueño parecía imposible, sino que la propia persistencia catalana tras un siglo XX con más dictadura que democracia, más uniformismo que pluralidad y más centralismo que difusión de poder aparecía como una especie de milagro o de excepción, y especialmente sucedía con la lengua, sobre cuya defunción venían cayendo terribles profecías que la realidad se ha encargado de desmentir. Hasta tal punto es importante la sorpresa del independentismo, que en ocasiones se diría que es lo único importante para el independentismo. Ahora esta sorpresa se ha terminado. Todos, dentro y fuera de España, sabemos de la idea de Cataluña como Estado independiente, unos para defenderla, otros para combatirla y otros más meramente para sopesarla y analizarla. Sabemos que Cataluña sería viable como país separado, aunque hay serias dudas respecto a que lo sea el precio de la separación, para el conjunto de los españoles y para los catalanes, e incluso para los europeos, algo que el independentismo resuelve con la fe del carbonero de nuestras abuelas: si quieres ser feliz como tú dices, no analices. Respecto a la idea en sí, hay que conceder una victoria sin retroceso a los independentistas. La idea de la independencia ya está instalada. La verosimilitud del caso no ofrece discusión. Su peso en la opinión pública, todavía menos. Tampoco la centralidad del secesionismo dentro del catalanismo, con el que se deberá contar para hacer cualquier cosa en Cataluña y en España durante una larga temporada. Ahora el caso pasará por vez primera la prueba de las mayorías. Nunca anteriormente un partido con posibilidad y vocación mayoritaria había osado presentarse a las elecciones con la independencia como punto programático fundamental. Artur Mas ha dado el paso, legítimo e incluso necesario después de tantos años de ambigüedad, acompañado sin embargo de unas explicaciones y coartadas de difícil aceptación. Presenta estas elecciones como el sustituto del referéndum que no le han dejado hacer. Trasfiere toda la responsabilidad en quienes no le han permitido su consulta. Incluso achaca la indefendible cuenta de una mayoría de escaños en vez de votos para emprender la secesión al Gobierno de Rajoy que ha obstaculizado sus planes. El presidente Mas ha aprovechado unas circunstancias excepcionales para dar este paso, que su partido no había ni siquiera insinuado en 40 años de vida: la mayoría absoluta del PP, la sentencia del Constitucional sobre el Estatuto y la mayor crisis económica que ha sufrido Europa desde 1929, con peligro para el euro incluso, coincidiendo con una crisis institucional que ha afectado a la propia Monarquía. De puertas adentro, el independentismo vive esta circunstancia como un regalo providencial, que no se repetirá. De puertas afuera, como una situación límite, en la que se juega la vida o la muerte de la nación milenaria. Cierto que la ventana de oportunidad se está cerrando. La crisis terminará. El euro ya no está en peligro. El PP no repetirá mayorías absolutas. Ni siquiera vale la descalificación de la democracia española, a la vista de las alternancias que se están ya produciendo. Ningún Gobierno nacionalista catalán volverá a tener las manos libres que ha tenido el de Mas para hacer de su capa presupuestaria un sayo a favor del plan secesionista. Las elecciones del 27-S darán la medida de la fuerza independentista. Si Mas obtiene la mayoría de escaños, tendrá la opción de formar Gobierno y utilizar los mecanismos legales para impulsar su proyecto, al igual que la oposición tendrá la de utilizar su fuerza parlamentaria para obstaculizarlo. Nada cambiará si la mayoría también es de votos: para que sea un plebiscito deben aceptarlo previamente todas las partes, en caso contrario quienes estén en la oposición seguirán protegidos por la legalidad constitucional. Nada se puede reformar desde Cataluña sin los dos tercios del Parlamento, fijados libremente por los representantes de los catalanes, y este es el único listón aceptable incluso internacionalmente. El problema del independentismo es saber qué quiere hacer con el resultado electoral. Antes de empezar la campaña ya sabemos que tras las elecciones generales se abrirá el melón constitucional, cita a la que la lista del presidente Mas no quiere acudir si no es para el reconocimiento y ejercicio del derecho de autodeterminación. Por primera vez desde que el catalanismo echó a andar, hace más de un siglo, quienes ocupan la centralidad catalana no quieren participar en la reforma del Estado y hacen incluso bandera de su inhibición. Pero a los plebiscitos los carga el diablo. El 27-S no se vota la independencia, ni siquiera la presidencia de Mas. Lo que de verdad los catalanes van a votar es si quieren participar, como han hecho en todas las ocasiones en la historia de España, en la tarea siempre inacabada de reformar la democracia constitucional junto al resto de los españoles o si prefieren quedar al margen. ¿Quién no desea un país mejor, sin corrupción, más próspero, democrático e integrado en Europa y por tanto más libre? De lo que trata el 27-S es de saber si los catalanes quieren hacer esta Cataluña en solitario —nosaltres sols—, y únicamente a partir de la separación, o con el conjunto de los españoles. Y de cara a las elecciones generales, vale también la recíproca: si el conjunto de los españoles quieren hacer España con los catalanes o prefieren dar la razón a los independentistas. Cataluña ha dado más de una sorpresa en los últimos tiempos. Además del auge independentista, ahí está la inesperada confesión de Pujol y su aparatosa caída del pedestal de padre de la patria, que le han inhabilitado para hacer oir su voz en la actual circunstancia. Pero la nueva y más inquietante de las sorpresas es la de esta inhibición inédita, inspirada en una ambición independentista que promete todo pero fácilmente puede quedar en nada, hasta trocarse en debilidad, pérdida de influencia y finalmente en irrelevancia, ¡ojo!, tanto por parte catalana como española. A fin de cuentas, si Cataluña no puede decidir unilateralmente que se va, tampoco se puede reformar la Constitución ni renovar la democracia española sin Cataluña. (Lluís Bassets, 01/09/2015)


Carta:
Para dar lecciones de democracia a los catalanes hay que tener mucha audacia. Pero para despacharse evocando lo peor que ha sacudido Europa, equiparando soberanismo a nazismo, para arremeter así contra la expresión más ilusionante, firme, masiva, cívica y democrática que se está viendo en esta misma Europa hay que ser muy poco responsable; tamaña provocación indica hasta qué punto hemos llegado. Eso es lo más triste del libelo incendiario que firma todo un expresidente del Gobierno español como Felipe González. Valdría para la ocasión aquello de “a palabras necias, oídos sordos”, qué duda cabe si no fuera que no se trata de un mandatario de un partido de rancio abolengo democrático. Ocurre, sin embargo, que quién suscribe el texto es un ilustre que en su día fue presidente del partido que representa la alternancia en España al Partido Popular. Ahí radica lo más preocupante de la situación: los principales partidos españoles comparten discurso y estrategia para con Catalunya. La misma receta, la de siempre, sin tapujos. Catalunya ha amado España y la sigue amando. Catalunya ha amado la solidaridad y la fraternidad con España y con Europa. Y en el caso de España lo ha hecho a pesar de la ausencia de reciprocidad, procurando, siempre, fomentar una economía racional y productiva, unas infraestructuras al servicio de las necesidades económicas, al servicio de la gente, de la prosperidad, impulsando tenazmente una mejora de las condiciones de vida fomentada en una sociedad más libre y más justa. Catalunya ha amado la libertad por encima de todo, con pasión; tanto la ha amado que en varias fases de nuestra historia hemos pagado un precio muy alto en su defensa. Catalunya ha resistido tenazmente dictaduras de todo tipo, dictaduras que no sólo han intentado sepultar la cultura, la lengua o el conjunto de las instituciones del país. Catalunya se ha alzado siempre contra las injusticias de todo tipo, contra la sinrazón. Catalunya ha amado a pesar de no ser amada, ha ayudado a pesar de no ser ayudada, ha dado mucho y ha recibido poco o nada, si acaso las migajas cuando no el menosprecio de gobernantes y gobiernos. Y pese a ese cúmulo de circunstancias, el catalanismo -como expresión mayoritaria contemporánea- ha respondido, una y otra vez, extendiendo la mano y encauzando todo tipo de despropósitos por parte de gobiernos y gobernantes. Catalunya ha persistido en ofrecer colaboración y diálogo frente a la imposición y ha eludido, pese al hartazgo, responder a los agravios acentuando el desencuentro. Catalunya hace siglos que busca un encaje con el resto de España. Casi se puede decir que ésta búsqueda forma parte de nuestra naturaleza política. Pero cuando un tribunal puso una sentencia por delante de las urnas. Cuando durante cuatro años se ofendió la dignidad de nuestras instituciones. Cuando se cerraron todas las puertas, una tras otra, con la misma y tozuda negativa, la mayoría de catalanes creyó que hacía falta encontrar una solución. No hay mal que cien años dure ni enfermo que lo resista. Así no se podía seguir, por el bien de todos. Por eso ha eclosionado en Catalunya un anhelo de esperanza, que ha recorrido el país de norte a sur, de este a oeste, una brisa de aire fresco que ha planteado el reto democrático de construir un nuevo país, de todos y para todos, si es que ese es el deseo mayoritario que expresa libremente la ciudadanía catalana. De hecho, ese es el test democrático que comparte con naturalidad la inmensa mayoría de la sociedad catalana, dilucidar el futuro de Catalunya votando, en las urnas, y asumiendo el mandato ciudadano sea cuál sea este. Y si así lo manifiestan los ciudadanos, crear un nuevo estado que establezca unas relaciones de igualdad para con nuestros vecinos, especialmente con España. Afortunadamente Catalunya es una sociedad fuerte, plural y cohesionada. Y lo va a seguir siendo pese a los malos augurios expresados con saña en otras latitudes. Cataluña es, a su vez, un modelo ejemplar de convivencia, tanto como ha demostrado ser, sin lugar a dudas a lo largo de su historia, una sociedad integradora, dinámica, creativa, que ha contribuido como nadie al progreso de España. Catalunya es y va a seguir siendo una sociedad democrática, que respeta la voluntad de sus ciudadanos. La tradición democrática viene de lejos, incluso en épocas pretéritas fue también así, como narraba emocionado, con lágrimas en los ojos, un anciano Pau Casals ante Naciones Unidas, recordando el arraigo de nuestra tradición parlamentaria. O subrayando, en un emotivo y célebre discurso, las asambleas de Pau i Treva, que establecían períodos de paz frente a la violencia que sacudía la sociedad feudal. Insistimos, la base del acuerdo es una relación entre iguales, el respeto mutuo. Y ahí nos van a encontrar siempre, con la mano tendida, ajenos a todo reproche, dispuestos a colaborar y a estrechar todo tipo de lazos. Pero que nadie se lleve a engaño. No hay vuelta atrás, ni Tribunal Constitucional que coarte la democracia, ni Gobiernos que soslayen la voluntad de los catalanes. Ellos van a decidir sin ningún género de dudas. Y tan democrático es volver a las andadas como recorrer un nuevo camino. Ante eso sólo cabe emplazar a todos los demócratas a ser consecuentes y asumir el mandato popular. De eso va el 27 de setiembre, de decidir si queremos forjar una Catalunya que se asemeje a Holanda o Suecia, que rija su destino con plena capacidad, o seguir por los mismos derroteros. Se trata de decidir nuestra relación con el conjunto de España. Porque con España no solo nos une la historia y la vecindad sino también y especialmente el afecto y vínculos familiares e íntimos. En este nuevo país que queremos se podrá vivir como español sin ningún problema, mientras que ahora es casi imposible ser catalán en el Estado español. El problema no es España, es el estado español que nos trata como súbditos. Somos pueblos hermanos pero es imposible vivir juntos sufriendo insultos, maltratos y amenazas cuando pedimos democracia y que se respete nuestra dignidad. (Artur Mas..., 06/09/2015)


Fundación:
Las elecciones al Parlamento catalán del próximo 27 de septiembre se presentan por ciertas fuerzas políticas y por el presidente de la Generalitat, máximo representante del Estado en Cataluña, como un plebiscito separatista. Tal “plebiscito” podría conducir, según fuese el resultado, a una declaración unilateral de independencia para separar Cataluña de España, y también a los españoles. Ante tan desatinado y grave propósito nos sentimos obligados, desde nuestra experiencia como antiguos miembros de los gobiernos democráticos de España, a formular un llamamiento a las principales fuerzas políticas para que dialoguen. Nuestro propósito es favorecer una salida —consensuada y respetuosa con el ordenamiento jurídico—, a la situación actual y fortalecer, a través de un proyecto común, los lazos históricos y afectivos que han unido siempre a Cataluña y al resto de España. I.- Nuestra Constitución de 1978 ha marcado un hito en la historia de España. Nos permitió superar pacíficamente una situación prolongada de dictadura por vías de consenso, con cesiones recíprocas entre unos y otros, hasta alcanzar un dilatado periodo de convivencia democrática. Nuestra Constitución ha propiciado la creación de instituciones democráticas, con respeto a las libertades públicas, desarrollo económico, crecimiento del Estado de bienestar y extensión de la educación a todas las capas sociales. También ha consagrado una amplia descentralización política, con un desarrollo inédito de las diversas culturas, lenguas y valores singulares, que constituyen nuestro común acervo histórico. En concreto nunca antes gozó Cataluña de instituciones políticas propias de funciones tan amplias, ni de una autonomía tan profunda. Nacionalistas, republicanos y socialistas han gobernado en Cataluña con libertad. Durante este periodo, el conjunto de España además ha mantenido también un rumbo adecuado, ratificando su vocación europeísta, como integrante de la Unión Europea, y ha sorteado las amenazas provenientes del terrorismo y de un golpe de Estado militar. II.- Transcurridos treinta y siete años desde la aprobación de la Constitución, pensamos que hay circunstancias nuevas que aconsejan estudiar la reforma del texto en algunos puntos, siempre mediante consenso. No para echarla abajo o cambiar el sistema constitucional en su conjunto, sino para conservarla viva y actualizada. El cambio experimentado, durante este periodo en España, en Europa y en el mundo; la eclosión de nuevas generaciones de españoles, que no participaron en el proceso de 1978; el impacto de la crisis económica y la necesidad de actualizar los consensos básicos, son factores que favorecen una reforma basada en amplios acuerdos y lejana a toda imposición unilateral, cualquiera que fuere su origen. III.- Un aspecto a considerar será, sin duda, la organización territorial del Estado, cuestión que la Constitución del 78 dejó muy abierta. Fueron acontecimientos políticos los que esculpieron, mediante sentencias del Tribunal Constitucional, el sistema autonómico tal como hoy lo conocemos con sus instituciones y reparto de competencias. Ese sistema debe ser actualizado para ajustarse mejor y de manera equitativa a las necesidades del conjunto de España y a los perfiles singulares propios de sus Comunidades. Pero este objetivo, posible y deseable, se está viendo dificultado por el mencionado giro separatista de parte del nacionalismo catalán, con esa exigencia a plazo fijo e inmediato de una declaración unilateral de independencia. IV.- Para los independentistas la Constitución ya no estaría, en realidad, vigente, ni les vincularía en absoluto, así como tampoco las sentencias y decisiones del Tribunal Constitucional, salvo que les fuesen favorables. La España de hoy, su configuración y su Constitución no les valen. En cambio, para ellos sería dogma infalible que Cataluña es ya un sujeto político distinto y que debería proclamarse Estado independiente, separado del conjunto de España. Pero esta separación de Cataluña convertiría a España, a la fuerza, en un sujetopolítico distinto y mutilado. Y ese resultado los independentistas pretenden lograrlo sin contar con los catalanes no partidarios de la independencia, ni con el resto de los españoles, en esas elecciones “plebiscitarias”, sólo aptas para catalanes. Este planteamiento es de todo punto rechazable. Imponer como hecho consumado, una España sin Cataluña es disparatado. Una decisión de tal calibre, que alteraría el ser histórico y el existir de España, no puede adoptarse en elecciones autonómicas, pues sería un atropello a la ley de imprevisibles consecuencias. En democracia, el derecho a decidir no llega al extremo de decidir por el vecino. Derecho a decidir, sí, pero para todos y entre todos. No hacerlo así equivaldría a un pronunciamiento o golpe de Estado y abriría una enorme crisis de convivencia. V.- La pretensión independentista parte, además, de un enfoque internacional equivocado: introducir en la agenda de Naciones Unidas un contencioso sobre el independentismo catalán es un sinsentido. La carta de Naciones Unidas respalda ante todo la integridad territorial de sus Estados miembros. Todo intento encaminado a quebrantar total o parcialmente la unidad nacional y la integridad territorial de un país es incompatible con los propósitos y principios de la Carta de Naciones Unidas. Por lo que respecta a Europa, la ruptura territorial de un Estado miembro, ni está prevista en los Tratados, ni la parte desgajada conservaría derecho alguno a continuar en la Unión, en los Tratados, en la ONU o en la Organización Mundial de Comercio, por poner algún ejemplo. Se convertiría, consumada la separación, en un país tercero a los ojos de la Unión Europea, sujeto a la regla de la unanimidad para cualquier intento de nueva integración. VI.- Somos partidarios de una Cataluña, integrada en un proyecto común de progreso, unida al resto de España y no, en absoluto, de una España sin Cataluña ni de una Cataluña sin España. Creemos que entre la independencia y la situación presente hay fórmulas más convenientes para todos. La historia no empieza ni termina el 27 de septiembre. Hay muchas opciones a tratar y examinar teniendo en cuenta los sentimientos de todos. VII.- Por otro lado, el llamado “proceso” viene alejándose de los requerimientos mínimos, de los estándares y garantías exigibles en democracia. La organización de manifestaciones, con recursos de origen público, la falta de neutralidad y pluralismo en los medios de comunicación dependientes de la Generalitat, sesgados e insistentes, que recuerdan épocas negras de nuestra historia; la posterior presentación de una candidatura única para un movimiento independentista que cobija a líderes de partidos con programas distintos y hasta opuestos, que han gobernado antes y después de la gran crisis económica y no para bien; todo ello presentado como en un supuesto “plebiscito”, instrumento predilecto de tantos cesarismos, es intolerable y nos lleva a lanzar un llamamiento a la sensatez. VIII.- Es cierto, sin duda, que el Estado mantiene la potestad de suspender en todo o en parte la autonomía de Cataluña. Es una previsión constitucional vigente para situaciones graves y no se podría reprochar a ningún gobierno que usase de ella ante una declaración unilateral de independencia. Tampoco ignoramos que cabría utilizar muy diferentes instrumentos de carácter penal, de orden público y, en general, coactivos siempre para el mismo fin de cumplir y hacer cumplir la Constitución y respetar los derechos constitucionales de todos. Pero mostramos nuestra preferencia decidida por las vías de reflexión y concordia queeviten y no agraven la fractura social existente. Para ello hay que apoyarse, ante todo, en los vínculos que tenemos en común y vienen de muy lejos. Cataluña ha sido y es elemento esencial en la formación de España. La interrelación entre nosotros es inextinguible: lazos entrañables que unen unas familias con otras dentro y fuera de Cataluña, en toda España, desde tiempo inmemorial; herencia común, creencias compartidas; valores morales, éticos y culturales que han nacido y se han formado de consuno entre nosotros mediante cooperación espontánea; desarrollo económico y empresarial que ha formado un tejido inescindible entre los catalanes y el resto de los españoles; proyección compartida hacia el mundo, en especial Latinoamérica. Todo esto se ha de tener muy presente. IX. Todos apreciamos cuanto representa Cataluña a lo largo de la historia. Por ello propiciamos ante la opinión pública un riguroso análisis sobre si su singularidad está siendo reconocida y valorada de manera justa y dar a continuación respuesta pertinente a las aspiraciones legítimas de los catalanes. Este análisis nos debe llevar a rectificar cuanto aparezca como equivocado, sin excluir ningún asunto, por delicado que sea, siempre que se haga, entre todos, de buena fe y con espíritu constructivo. Toda reforma debe ser compatible con el proyecto común que es España, sin exclusiones ni apriorismos. Pero más allá del enfoque puramente catalán, se ha de lograr que la organización territorial del Estado se ajuste mejor a la realidad de todas las autonomías que integran España, a sus perfiles propios, trayectoria histórica y funcionalidad dentro de la Unión Europea. Porque la confortabilidad en nuestro ser y plural estar en España, debe conseguirse para todos y todos hemos de participar en su aprobación y votación. X.- Por eso nos permitimos apelar también a la opinión pública catalana para que en las próximas elecciones del 27 de septiembre participe activamente. Y para que se esté en condiciones de restaurar las fraternales relaciones de cordialidad que nunca debieron perderse entre todos. Juntos valemos más que separados. Juntos sí, pero juntos todos. Sin exclusiones. Juntos todos, seremos más fuertes y respetados. Juntos, se puede mejorar. Por separado todos perderíamos. Los políticos catalanes han de estar a la altura del mundo actual, basado no en la independencia, sino en la interdependencia; no en el soberanismo, sino en la cooperación política, económica, social, y empresarial en un mundo global. Creemos que, por ello, se impondrá el buen sentido y no nos dejaremos empujar hacia un abismo, al que ya nos hemos aproximado en demasía. Ahora es la hora de la prudencia y la responsabilidad. (La Fundación España Constitucional, 18/09/2015)


Sansueña:
Gustavo Flaubert y, entre nosotros, Manuel Vázquez Montalbán dieron forma a ese concepto –educación sentimental- que nos ayuda a saber cómo hemos sido moldeados a través del tiempo. Luis Cernuda, en ese maravilloso y trágico poema llamado Ser de Sansueña, nos habla con rabia de esa España madrastra que siempre ha defendido nuestra derecha ultramontana y que no tiene nada que ver con la que sentimos los hijos de Antonio Machado, León Felipe y Salvador Espriu. Corría el año del Señor –entonces lo eran todos- de 1975 cuando un servidor –ferviente oyente de radio- escuchaba a Carlos Tena hablar de Bob Dylan. Tras poner varias canciones maravillosas del cantautor yanqui, Tena cambió de tercio y comenzó a hablar de Lluis Llach, de su trayectoria política y musical, avisándonos a todos los oyentes de que sus conciertos en el Palau –donde presentaba Viatge a Itaca- habían sido suspendido por orden de Martín Villa, quien para justificarse dijo que la prohibición de los conciertos de Llach había sido motivada porque el músico no dejaba de incitar al público incumpliendo de ese modo el reglamento de espectáculos. Murió el sanguinario y en enero de 1976, Llach celebró en el Palacio de Deportes de Barcelona uno de los conciertos más bellos de los celebrados en este país en toda su historia. Uno, con el bigote y la barba esbozada, con las feromonas desatadas y la cabeza y el corazón pletóricos, estudiaba quinto de bachiller y ese año tocaba viaje de estudios. Fuimos por Andalucía y durante los días que pasamos en Sevilla ocurrieron cuatro hechos que marcaron mi vida y la de otros muchos. Creo que fue el 4 de mayo –no tengo ganas de mirar internet, todo lo escribo de memoria- compré el primer número de El País –ese periódico fundamental para muchos hoy convertido en tristísima sombra de lo que fue-, asistí al estreno de El Gran Dictador en los cines Pathé entre cánticos revolucionarios durante toda la proyección y los palos de la policía, nos fue prohibida la salida después de las once de la noche por la ciudad salvo que fuese para ir a una discoteca hortera previamente concertada, y robé el disco de Lluis Llach Gener del 76 en unos grandes almacenes conocidos de todos. Ese disco, que repasaba la ya extensa e intensa carrera del músico catalán, contenía algunas de las canciones más hermosas que he oído en mi vida: Silenci –cantada emocionadamente a coro por todo el público en medio de gritos de amnistía y libertad-, Abril del 74, Cal que neixin flors a cada instant y, entre otras muchas, La Estaca. Al año siguiente, con la barba un poco más hecha, una bufanda larga de colores que me hizo mi madre y una delgadez extrema que resaltaba el volumen de mi cabeza, marché a Madrid para estudiar algo que nunca estudié: Economía. Vivía en el barrio de Peña Grande y para ir al centro había que coger el 83, una autobús urbano al que algunos, no sé por qué, quizá por la guerra, llamaban camioneta. Madrid era una olla a presión y en cualquier lugar surgían protestas, muchas veces festivas. La ochenta y tres se convirtió en un pequeño campo de batalla donde todos los días cargaban los grises con sus horribles abrigos del mismo color y sus cascos como para derribar paredes: Llena hasta los topes, con la cara estampada en los cristales, todos los días, del fondo salían las primeras notas de La Estaca que enseguida cantábamos entusiasmados a coro. Algún chivato bajado en parada primera avisaba a la policía y raudos acudían para rompernos la crisma, llegando en ocasiones a entrar los grises por la puerta del conductor apaleando a todo quisqui, salíamos por la de atrás y volvíamos a entrar cantando por la de delante. Llach era para mí, mis hermanos y mis amigos, además de un músico excepcional del que todavía soy forofo, un icono de la resistencia contra el franquismo. Sus discos –Como un abre nu, Ara i aquí, Itaca, Gener, Olimpia, Campanades, El meu amic el mar, Somnien,Verges, Maremar…- corrían de mano en mano mientras que extremábamos el celo para que fuesen devueltos en forma y plazo. Todavía hoy conservo el Gener del 76 de aquel viaje sevillano como una reliquia, aunque debido al uso apenas son audibles sus canciones. Llegó el año de 1980 y Llach ofreció una serie de conciertos -que fueron prolongados- en el Teatro Salamanca, en plena “zona nacional” de Madrid. Nunca en mi vida –y he visto cientos de conciertos de todo tipo- vi a un público tan entregado, tan entusiasmado, tan apasionado por un músico, por una persona. Asistí a tres de ellos y la comunión de emociones y sentimientos entre público y músico era tal que todavía hoy los recuerdo como uno de los acontecimientos más hermosos de mi vida. En octubre de 1982 los socialistas ganaron las elecciones con una holgada victoria que llenó al país de esperanza. Aquella noche fue, quizá, la más parecida a aquel 14 de abril que muchos tenemos en la memoria sin haberlo vivido. Pronto llegó la decepción y la OTAN, de entrada no. Llach puso de nuevo su guitarra, su piano y su voz contra la traición. Nosotros lo que pudimos, incluso nuestros cuerpos para ser aporreados. Celaya, Otero, Margarit, Valente, Martí i Pol, Salvat Papasseit, González, Guerrero, Labordeta, Raimon, Pi de la Serra, Ferreiro, Oskorri, Prada, Cano, Serrat, Aute, Silvio, Gil de Biedma, eran ya parte de nuestro paisaje, de nuestra educación sentimental que se había abierto paso dejando atrás a Sansueña. A finales del 86 me casé. En el órgano de la Iglesia –sí, un ateo en misa, por última vez- sonaron tres canciones para perplejidad de mojigatos: La Internacional, Laura, de Llach y Cuatro Rosa, de Gabinete Caligari. Obligado por un trabajo que se llevó por delante buena parte de mi salud, me trasladé a Alicante. Allí volví a oír a Llach numerosas veces hasta su retirada, encontrando un refugio amable en un bar cercano a la Plaza Nueva dónde sólo se ponían canciones del cantautor de Verges salpicadas con algunas de Leonard Cohen. El tiempo pasó y la dejadez y la idiotez de los nuevos ricos sin formación retornaron al poder estatal a los herederos de Franco mientras en Catalunya, igualmente ciegos, se empeñaban en votar una y otra vez a Convergencia i Unió para mayor gloria de Andorra, Suiza y las privatizaciones. Sansueña regresaba sin haberse ido del todo, y fue Sansueña quien recurrió el Estatuto de Catalunya, quien boicoteó el cava, quién impuso reformas laborales salvajes, quién mutiló derechos, quién privatizó, quién empobreció, en Cataluña, y en el resto. Por eso hoy, cuando la derecha cavernícola estatal, la brutal derecha catalana y la derecha egoísta europea comparten un mismo proyecto de sociedad desigual y antidemocrática, cuando los pobres no tienen dónde recurrir, cuando se pone en cuestión la función redistribuidora el impuesto sobre la renta eliminando tramos y acotando su proporcionalidad y progresividad, cuando los Estados y las regiones ricas se niegan a compartir un poco de su riqueza con quienes menos tienen, cuando el mundo camina otra vez hacia la oscuridad de la mano de las nuevas tecnologías de la globalización de la miseria, cuando la banca y las grandes corporaciones se adueñan del poder político, cuando la ruindad nos asedia y acojona, cuando la poesía es un sueño, recuerdo que tuve una educación sentimental, que España estaba dejando de ser Sansueña y que Lluich Llach era uno de los maestros esenciales. Por eso, hoy, cuando veo Llach al lado de los Pujol, de Mas y de lo que representan, siento un desgarro, una soledad demoledora y la sensación de que nos hemos vuelto locos todos, de que la tramontana ha trastocado nuestros sesos: Porque nadie podrá jamás negarme cual es mi educación sentimental, qué me une a las tierras y a los hombres que quiero y qué me separa, como al que más, de Sansueña. Sin Cataluña, sin los catalanes, lo que queda es Sansueña; con Pujol, con Mas, con Millet, con Boy Ruiz, sin Cernuda, Catalunya también es Sansueña.

Ser de Sansueña: Acaso allí estará, cuatro costados Bañados en los mares, al centro la meseta Ardiente y andrajosa. Es ella, la madrastra Original de tantos, como tú, dolidos De ella y por ella dolientes. Es la tierra imposible, que a su imagen te hizo Para de sí arrojarte. En ella el hombre Que otra cosa no pudo, por error naciendo, Sucumbe de verdad, y como en pago Ocasional de otros errores inmortales. Inalterable, en violento claroscuro, Mírala, piénsala. Árida tierra, cielo fértil, Con nieves y resoles, riadas y sequías; Almendros y chumberas, espartos y naranjos Crecen en ella, ya desierto, ya oasis. Junto a la iglesia está la casa llana, Al lado del palacio está la timba, El alarido ronco junto a la voz serena, El amor junto alodio, y la caricia junto A la puñalada. Allí es extremo todo. La nobleza plebeya, el populacho noble, La pueblan; dando terratenientes y toreros, Curas y caballistas, vagos y visionarios, Guapos y guerrilleros. Tú compatriota, Bien que ello te repugne, de su fauna… (Luis Cernuda) (Pedro Luis Angosto, 18/09/2015)


Enfrentamiento:
Las instituciones de garantía son frágiles y los órganos representativos no deben exponerlas a riesgos innecesarios. Nuestro Tribunal Constitucional (TC) tiene un sólido prestigio, pero salió dañado tras el control del Estatuto de Cataluña: un intenso conflicto que debieron resolver las Cortes. Magistrados prorrogados. Recusaciones abusivas. Una sentencia de un colegio dividido que se pronunció donde el pueblo catalán ya lo había hecho. No es fácil levantarse de un conflicto así, pero sólo los bárbaros no aprenden de los errores. Sorprendentemente, recuperar la excelencia de los magistrados y el consenso en su selección sigue sin estar en la agenda, y ahora llega una reforma problemática. Una proposición de reforma de la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional para la ejecución de sus resoluciones. La idea parece buena, pero no lo es. Veámoslo con distanciamiento. La forma de su presentación dista de ser óptima. Sobreviene en plena campaña electoral en Cataluña. Bajo la iniciativa de un único grupo parlamentario y, sobre todo, sin consultar al propio Tribunal Constitucional, según es ya una tradición con el fin de aprovechar su experiencia. Tampoco es razonable su tramitación, corriendo en lectura única y por el procedimiento de urgencia en paralelo con las elecciones catalanas. En la legislatura anterior, cuando se llevó a cabo la reforma del artículo 135 de la Constitución española sobre la estabilidad presupuestaria, ya advertí que las normas del bloque de la constitucionalidad no deben modificarse con urgencia por su acusada estabilidad. Es una contradicción. Se trata de garantizar la efectividad de las resoluciones y —se dice— de “adaptarse a las nuevas situaciones”: el desafío secesionista en Cataluña impulsado por unas fuerzas políticas que no se detienen ante las leyes y normas constitucionales. Los nuevos instrumentos de ejecución que pretenden introducirse son un trasunto de la Ley de la Jurisdicción Contencioso Administrativa. Sólo que la jurisdicción constitucional y la contenciosa tienen naturalezas distintas. No es lo mismo dar instrucciones a una Administración pública, sometida en sus fines a las leyes, que a un Parlamento o un Gobierno representativos. Los cuerpos del trasplante no son homogéneos. Es difícil creer que a los grandes juristas que redactaron la ley orgánica en 1979 no se les ocurriera esta idea, pero la desecharon. Se diseña un incidente que permite, en caso de incumplimiento, imponer multas, suspender a las autoridades y empleados públicos, y, en especial, “requerir la colaboración del Gobierno” para que adopte “las medidas necesarias para asegurar el cumplimiento”; y, en “circunstancias de especial trascendencia constitucional”, puede hacerse sin dar audiencia a las partes. ¿Qué decir? Algunas de las novedades ya están en la ley y otras son problemáticas o simplemente ineficientes. Pretende solventarse el desafío por un camino inadecuado. Un incidente de ejecución de sentencias en vez de asumir el Gobierno sus responsabilidades. ¿Van unas multas a ser disuasorias? ¿Puede el Tribunal Constitucional suspender a un cargo público representativo o es una decisión de otros tribunales? Todo ello puede además ocasionar problemas en supuestos normales, pues se introduce una regulación general. La Constitución diseña un doble sistema de controles. Unos ordinarios (artículo 153 de la Constitución) sobre los actos de las Comunidades Autónomas y a cargo de tribunales. Otros extraordinarios y políticos sobre los órganos (artículo 155 de la Constitución), cuando se “atente gravemente contra el interés general” de España: la llamada intervención federal o coacción estatal. ¿Cuál les parece que debería activarse si se produjera una declaración unilateral de independencia por poderes públicos o privados? Este control excepcional ya fue aplicado el 6 de octubre de 1934. Pero no conviene llegar ahí. La vía debe venir limitada por la excepcionalidad de la amenaza, por la proporcionalidad en las medidas, y por la autorización del Senado. La proposición, sin embargo, intenta tender un puente entre controles jurídicos y políticos, entre las aguas del Gobierno y las funciones del TC, y ese es su error. Si el Gobierno pretendiera ampararse en el Constitucional, este planteamiento elusivo solo llevará a destrozar el paraguas. Quizás las elecciones solucionen este serio enfrentamiento político, pero no debería pedirse a un tribunal que realice el trabajo del Gobierno e indique medidas de intervención. La transacción y el diálogo —estos sí, urgentes— son la mejor manera de evitar controles a los que ningún Estado puede renunciar cuando se incumple gravemente la Constitución. El TC ya ha advertido que ni el “derecho a decidir” ni el derecho a la autodeterminación aparecen reconocidos en la Constitución, pero pueden ser “una aspiración política”, a la que sólo puede llegarse mediante un proceso ajustado a la legalidad. Legalidad y diálogo, sin rigideces. Ya nos lo enseñó Espriu en La pell de Brau: “Recorda sempre això, Sepharad. Fes que siguin segurs els ponts del diàleg”. (Javier García Roca, 23/09/2015)


Comunidad plural:
España es plural, sin duda, pero ¿en qué consiste esa pluralidad que se pregona y que reclama diversidad política, incluso la secesión? Los que arrogan la pluralidad como argumento definitivo, reivindican la diferencia -el hecho diferencial- como justificación de la independencia política. Pero la diferencia no ha sido nunca un buen argumento histórico para erigir un estado. Porque diferencias significativas en la biología como la condición femenina (women´s country), o la infancia (el país de los niños) o el paraíso de los perturbados como Narragonia, sólo han existido en la fantasía de un fabulador. La actitud en estos casos en los estados modernos no es tanto la diferenciación sino justo lo contrario, la no marginación, la unificación en valores y derechos. Recordemos una variante biológica, la raza. Malcolm X reivindicaba un estado negro (black power) que nunca prosperó. Sí se logró un estado racista con resultados trágicos en el estado ario del III Reich. Acertó, sin embargo, el estado unificador sudafricano de Nelson Mandela. O, en fin, entre los argumentos míticos, los psicológicos, como “nuestra forma de ser” (Pujol) o el “somos como somos”, como si los catalanes fueran diferentes y a la vez clónicos como los soldaditos de plomo. Más allá de la biología también se utiliza la cultura como argumento de distinción.. La religión, por ejemplo, ha logrado con resultados cuestionables un estado religioso como Israel (pueblo elegido) o el actual Irán (estado islámico), fuente constante de conflictos. La España moderna nacida de las Cortes de Cádiz en 1812 es la que permite integrar la diversidad en derechos del individuo, y que se opone a los feudos del absolutismo. La diferencia que trata de superar es entre ciudadanos libres y súbditos sin libertades. Pero creado el estado libre occidental, una vital diferencia persiste -y que, de hecho, determina cualquier proyecto individual-, cual es la secular división, urbi et orbi, entre ricos y pobres. Esa es, en mi opinión, la gran diferencia que ha desafiado al estado moderno y que tan sólo parcialmente se ha resuelto en el mundo. Y los pobres también anhelaron un estado propio. Sin embargo, la Ciudad de Dios agustiniana, religiosa pero igualadora de las condiciones de los hijos de Dios, no es de este mundo. Y sí pudo ser de este mundo el estado comunista, pero la clase trabajadora debía aniquilar a la otra clase. Las grandes diferencias entre los ciudadanos no se originan del azar de nuestro lugar de nacimiento por mucha “personalidad histórica” o lingüística que atesoren. Hay países nacidos de la emigración con fuerte personalidad. Si nos asomamos a la ventana comprobaremos que la España verdaderamente plural, la que estigmatiza y condiciona, es la España de la inmigración y la del paro, como colectivos que concentran la pobreza (25% en nuestro país), la marginación y la incultura. Esa es la verdadera España desigual, la de los pudientes y los desposeídos a la que se suman de nuevo los desahuciados dramáticamente de sus viviendas. El impago de los elevados intereses de los bancos y los desahucios fueron la causa principal de la rebelión en la Comuna de Paris (1871) que acabó con 50.000 fusilados. Es difícil, por tanto, entender desde un ámbito de los valores la demanda del hecho diferencial si no es para la obtención de privilegios o por el rechazo interesado al otro. La independencia fue comprensible tan sólo del estado colonial o del estado opresor. El nacionalismo ha marcado con sangre a muchas generaciones como han demostrado los terribles conflictos sociales de la todavía no superada Europa de las naciones. Recuerdo un amigo catalán que me decía “amo demasiado a Cataluña como para ser nacionalista”. Sí, Cataluña es plural en el mejor sentido de la palabra y siempre supo serlo. Aprovechar un duro momento de debilidad y de severa crisis económica, en que los espíritus son vulnerables, para reclamar sus líderes nacionalistas un estado es un oportunismo que no se concilia con la ejemplar madurez de la mayoría catalana. También sorprende cómo se malutiliza otro de las grandes patrimonios de los catalanes: su tendencia al acuerdo y al pacto, o su rechazo al enfrentamiento, con una estrategia independentista diseñada con cierto espíritu comercial (reclamar diez para conseguir cinco, hipertrofiar la magnitud y sentido de las manifestaciones, generar estudiados titulares, esconder la mano tras lanzar piedras, por si acaso). Para un mestizo madrileño con raíces catalanas no imagino nada peor que poder distanciarme de los individuos vascos o catalanes o gallegos. No es justo. Desde fuera de Cataluña reivindico mi derecho a la voz y el voto en este agobiante asunto político. Si entendemos que la izquierda representa los valores frente a los intereses, cuesta entender que partidos que se autoproclaman progresistas exijan independencias de mayor o menor calado. Porque izquierda y nacionalismo, son términos antagónicos de origen. Ningún valor encierra la diferenciación, no así la unidad en la igualdad, la libertad y los derechos del ciudadano. No olvidemos que es tan largo y difícil unir como breve y fácil separar. Los sentimientos, incluidos los patrióticos, pueden ser nobles pero nunca fragmentadores y deben dirigirse empáticamente a los colectivos humanos, a los individuos de todo el mundo que convergen contigo, y no tanto a las naciones. En efecto, Cataluña, y también otras comunidades, tienen un problema que resolver: neutralizar con la racionalidad y la solidaridad las voces anacrónicas de los líderes nacionalistas. Nos corresponde a todos, por tanto, y por supuesto a las vanguardias políticas de nuestro país, invertir en esfuerzos para la unidad y no para la diferencia, sin caer en la trampa de ningún tipo de nacionalismo. Y, menos aún, el aventurismo peligroso de reclamar la independencia como fórmula mágica para lograr la riqueza y la tierra prometida. Y con el mayor respeto a los políticos catalanes y a esa honorable clase media confundida con la inteligente y abrumadora propaganda, creo que la propuesta de independencia no está a la altura de los tiempos, y en nada expresa lo mejor de la noble historia modernizadora de Cataluña. (Esteban García-Albea Ristol, 23/09/2015)


Monedero:
Los colonizadores suelen venir por su cuenta. Llamarlos es de idiotas. Pero lo hemos hecho a menudo. No nos ha ido nunca bien cuando se han internacionalizado nuestros conflictos. Cada vez que alguien en Europa -o más tarde desde Estados Unidos- ha venido a meterse en nuestras peleas, todo se ha complicado. El resultado, siempre, ha sido infinitamente peor. Ahí está el claro ejemplo de los aviones y las tropas de Mussolini y Hitler ayudando a Franco antes y después de fracasar el golpe de Estado del 18 de julio. Lo mismo durante la guerra de Sucesión, con Borbones franceses y Austrias alemanes peleándose en suelo ibérico (por cierto, con mayoría catalana apoyando a los Borbones). Y tampoco quedaría lejos, por no viajar demasiado atrás, la visita de los cien mil hijos de San Luis a ayudar al antepasado de Felipe VI. Ni las incursiones inglesas camino de consolidar su imperio marítimo durante el siglo XIX. Desde Don Julián y los almorávides, llamar a los civilizados es una barbarie. Artur Mas sabe que la independencia de Catalunya no goza de una mayoría suficiente en la Comunidad Autónoma ni cuenta con las alianzas necesarias en el resto del Estado para hacerla cierta. Solo funciona en modo ensayo, antes del día del estreno. Con un público ampliado que distraiga y siempre lejos de la posibilidad de pensar las verdaderas consecuencias (que también se ocultan cuando el miedo se pavonea). Por eso decidió Mas sacar la independencia fuera de nuestras fronteras. Y el Partido Popular, cuya estrategia más exitosa siempre se ha basado en los errores de los demás, se lo ha comprado, incluyendo con ello la conversión de unas elecciones autonómicas en lo que quería el independentismo: un plebiscito. Los políticos hispánicos nunca han sido grandes patriotas ni la inteligencia ha cundido entre ellos como para generar asombro. Entre todos pagaremos lo que nos quieran cobrar luego nuestros socios de la Unión Europea o de la Casa Blanca por los favores prestados.

Demasiados abandonan a Catalunya:
Es verdad que la mayor fábrica de independentistas que hay en el Estado está en la calle Génova de Madrid. Sede del PP pagada con dinero negro proveniente de contratas públicas. Convergència tiene, en un paso más allá, las sedes embargadas. Por comportamientos similares. No me extraña que les enfade la discriminación. Pero no echemos todas las culpas a los partidos. El problema también es de cada ciudadano. Deberíamos haber reaccionado todos cuando un Tribunal Constitucional -que ya iba camino de convertirse en la caricatura en la que se ha convertido- decidió tumbar el Estatut. Es verdad que en ese momento ni siquiera a los catalanes les interesaba demasiado el asunto, pero no estuvimos finos. No quisimos leer que las costuras del arreglo territorial de 1978 ya se habían reventado. De aquellos polvos, estos lodos. Y todos enfangados. Muchos catalanes están tan hasta las narices de insultos y amenazas que prefieren darle una patada al tablero. Lo que no terminan de calibrar es que así refuerzan a Mas y al bipartidismo, que son los que terminarán maniobrando para vaciar las ganas de cambio. El PP también ha abandonado a Catalunya y por eso ha escogido a un candidato, el excesivo Albiol, con la única voluntad de intentar frenar la sangría de votos Nunca se ha hablado tanto de España en Catalunya como en esta campaña. Nunca tantos líderes españoles han tenido tanta relevancia en unas elecciones autonómicas. Tampoco es extraño. Por activa o por pasiva, la madrastra España es la convocada. Aunque para ello la Cenicienta Catalunya haya sido otra vez mandada a las catacumbas, curiosamente también con los que se indignan por el maltrato. La irreconciliable lista de Junts Pel Sí, con su monotema de la independencia, ha abandonado a Catalunya (que era plural y ahora la quieren cercenada) y emplaza a una España, toda ennegrecida en sus arbitrarios ojos, a la que ven irreformable. ¡Ya hemos hecho todo lo posible para convencer a España! A lo que habría que contestarles: la España del bipartidismo. La que queréis consolidar aunque digáis lo contrario. En ese viaje les acompaña la CUP, que ya ha dicho que llegado el caso hará de su comprometido y social voto un apoyo a la investidura de la lista que integra por excelencia el partido antisocial y del compromiso con el 3%. Cada vez que la izquierda ha salido en defensa de la derecha ha terminado en el exilio. Pero la CUP cree que te abrazas con alguien que sonríe y es solamente un asunto de amabilidad. Cuando se quieran dar cuenta será, como siempre, muy tarde. No por decir que no eres nacionalista dejas de serlo (pasa en España, pero no menos en Catalunya) y es imposible que en ese baile no se te terminen colando los argumentos identitarios que terminan primando por encima de los sociales. En esta aventura, resulta que los grandes empresarios son los mejores aliados de los que cobran 400 euros, y los que desahucian aman a sus compatriotas desahuciados. Nos lo tendrán que explicar un poco más despacio. El PP también ha abandonado a Catalunya y por eso ha escogido a un candidato, el excesivo Albiol, con la única voluntad de intentar frenar la sangría de votos en el conjunto del Estado. Que Rajoy aún no tiene claro si podrá ser el candidato a la Moncloa. El PSOE es otro que ha dejado a su suerte a Catalunya. En este caso por culpa de la falta de entendimiento sobre qué es España que expresan Susana Díaz y Felipe González o Pedro Sánchez y Zapatero en la dirección contraria. No es solo el grotesco espectáculo de González diciendo un día una cosa y negándola el siguiente, sino el tono de amenaza expresado por la presidenta andaluza queriendo avisar de que el reconocimiento nacional de Catalunya es un casus belli en la familia socialista. Catalunya Sí que es Pot representa un seny marcado por la apuesta por una lectura plural de Catalunya ligada a una apuesta renovadora de España Ciudadanos, que nació Ciutadans, ha recibido el apoyo de la patronal catalana para hacer de sostén del malogrado bipartidismo, pero, pese a cubrir el espacio de la Cataluña españolista, se niega a entender igualmente que Catalunya es una nación, viviendo en el fragmento y siendo parte del problema y no de la solución porque perfumar el centralismo no le quita el olor a rancio. En definitiva, esa supuesta confrontación entre el no y el sí es falaz y los contendientes están entre sí más cerca de lo que cabría imaginar. Tanto que se necesitan ontológicamente para existir y eso siempre une mucho. Por culpa de ese empeño en mantener la sensatez -propio de la izquierda catalana proveniente del PSUC-, pareciera que no quedaría más lugar para el seny en estas elecciones que el que representa Catalunya Sí que es Pot. El desdibujamiento de su cabeza de lista (un gran desconocido) obliga a primar una sensatez abstracta por encima de los personalismos, que han tenido que llegar de fuera porque la política se ha hecho espectáculo. Catalunya Sí que es Pot representa un seny marcado por la apuesta por una lectura plural de Catalunya íntimamente ligada a una apuesta renovadora de España marcada por la senda abierta por Podemos. Corresponde a la candidatura encabezada por Lluís Rabell entender la condición plural de las muchas Catalunyas que existen, haciendo por ello del derecho a decidir una voluntad clara que llevarían hasta sus últimas consecuencias. Al tiempo insiste -cierto que no siempre con la suficiente rotundidad como para hacerse entender con claridad- en que su voluntad pasa por ayudar a construir una España de la que nadie tenga ni necesidad ni ganas de marcharse. Esto es, que no es una fuerza política independentista, aunque la apuesta democrática por el derecho a decidir implicaría asumir cualquier decisión tomada por las mayorías. La gran diferencia está en que la opción de la ruptura con España lleva mucho tiempo alimentándose, mientras que una propuesta que implique para llevarse a cabo un cambio en el gobierno de España necesita una inteligencia y una explicación que la vertiginosidad de una campaña electoral no presta.

Cuando las banderas ocultan los recortes:
La verdad es que estas elecciones no son un choque entre Catalunya y España. Las elecciones tienen lugar en un momento en que está en cuestión el contrato social que marca el Estado social, democrático y de derecho, hoy en franca decadencia. Lejos de ser una confrontación entre Catalunya y España, el parteaguas de estas elecciones está en apostar por la política de recortes, desahucios, reformas laborales, privatizaciones y geopolítica de guerra que expresan en idénticos términos Rajoy, Mas y el PSOE de la reforma del artículo 135. Y enfrente, en recuperar la defensa de la democracia y de lo público expresada en las mareas ciudadanas, en los ayuntamientos democráticos nacidos de las últimas elecciones, en el 15M, en el nacimiento irreverente de Podemos o en los aires de cambio que han empezado a levantarse en Europa, incluso frente a todas las dificultades marcadas por la dictadura financiera. Cuanto más se hable de independencia, menos se hable de las políticas de empobrecimiento de las mayorías que han desplegado en los últimos años Esta realidad se oculta con el ruido de ¡España se rompe! y con una lista que viene vestida con las ropas del oportunismo. Cierto que Convergència siempre se ha visto a sí misma como el PRI catalán, pero ha exagerado haciendo de Mas un tapado que se esconde en el número cuatro de la lista. Como en un cuento al revés, los problemas empezarán después del beso. Una lista donde los que la integran solo pueden quererse el día de las elecciones pero que, de triunfar, no sobrevivirían a los desencuentros. ¿Qué van a construir juntos los que pelean contra la corrupción y los corruptos del 3% que tienen las sedes embargadas? ¿A dónde van a llegar los republicanos de ERC con los monárquicos de Convergència?¿Qué pueden compartir los que dicen defender a los trabajadores y los que aprueban reformas laborales? ¿Cómo van a acordar las políticas públicas los que quieren privatizaciones, casinos o multinacionales con los que buscan una economía ecológica al servicio de las personas? Pero todo esto le da lo mismo a Junts pel Sí. Por eso no hablan de programa, compartiendo estrategia con Esperanza Aguirre (en cuanto hablan de algo, saltan las chispas, como en BCN World). La política como despiste. Cuanto más se hable de independencia, menos se habla de las políticas de empobrecimiento de las mayorías que han desplegado en los últimos años tanto Rajoy como Mas, a menudo de la mano. Y como se trata de hacer trilerismo, Mas convoca las elecciones en el puente de la Mercè, fiesta en las zonas de mayor voto tradicional de izquierda, contando con que la Catalunya rural le aportará los votos necesarios siempre y cuando la Catalunya obrera siga sin prestar una gran atención a las elecciones autonómicas y se abstenga. Lo mismo que se hizo a la salida del franquismo primando en el sistema electoral el voto del interior. Cosas de demócratas. Artur Mas, el mismo que le dio el gobierno a Aznar que nos llevó a la guerra y a la burbuja especulativa, el Mas que recibió el mando de Pujol y el que se lo entregó luego al hijo del Molt Honorable con el patrimonio en Suiza. Hablar a las otras Catalunyas Catalunya no debiera cometer el error que cometió España con ella. No es verdad que haya una Catalunya única que quiera la independencia. Pero sí hay una mayoría que no quiere que las cosas se queden como están. La convocatoria a todas las Catalunyas se llama proceso constituyente. Por eso la solución está en articular con las otras Catalunyas que están buscando otros encajes que sumen en vez de restar. La aguja democrática en el pajar de una España mal enseñada y mal aprendida. Para lograr la soberanía, Catalunya necesita aliados en el conjunto del Estado. No solo porque la correlación de fuerzas hace irreal otro escenario Esa Catalunya que se expresa de manera plural y considera que el castellano también es un idioma catalán. Que ha construido un único pueblo con gentes venidas de todos los lugares del Estado gracias a su voluntad de sentirse parte de esa Catalunya compleja en su identidad (y que venció a los que les llamaban charnegos, que derrotó a la Marta Ferrusola que dijo, refiriéndose a José Montilla, que no se podía uno llamar Pepe, ser andaluz y presidir la Generalitat). Una Catalunya que no está menos indignada por el maltrato del Estado, por los acuerdos incumplidos, por la falta de respeto a Catalunya como nación. De la misma manera que hay una España que no tiene nada que ver con esa imagen faltona que la quiere presentar como una patria de Tejeros, tonadilleras exageradas, obispos rijosos y una cejijuntez legañosa permanente. Para lograr la soberanía, Catalunya necesita aliados en el conjunto del Estado. No solamente porque la correlación de fuerzas hace cualquier otro escenario irreal -un territorio nunca se ha separado de un Estado sin un acuerdo con el conjunto o con una guerra-, sino porque no hay soberanía sin la posibilidad de hacerla valer. Un ejemplo claro lo muestra la naciente alianza de los ayuntamientos por el cambio. Al tiempo que se demuestra que no hay conflicto entre el Ayuntamiento de Barcelona y el de Madrid cuando están sentadas en ellos Ada Colau o Manuela Carmena, esa alianza (con Santiago de Compostela, A Coruña, Cádiz, Zaragoza, Valencia, Badalona, Pamplona) es capaz de decirle, ni más ni menos que al poder financiero, que de seguir adelante con los desahucios, esos bancos no contratarán con la Administración municipal. Ningún ayuntamiento en solitario lograría frenar el poder de la dictadura financiera (igual que han obligado a Rajoy con los refugiados). ¿Podría hacerlo con sus únicas fuerzas Badalona? ¿Podría hacerlo Barcelona? ¿Podría hacerlo Casteldefells? ¿Podría hacerlo Madrid? ¿A quién le interesa entonces que la defensa de los derechos sociales en Catalunya se separe de la misma pelea en el conjunto del Estado?

Amenazan con el miedo de siempre:
No es creíble que Mas hable ahora contra los bancos y no es creíble que de pronto se dé cuenta de que es responsable de aumentar profundamente las desigualdades de los catalanes. No es creíble que Mas critique a las empresas de medios de comunicación o que diga que el PP ha hecho de RTVE un gabinete de prensa de la gaviota cejijunta, cuando él hace exactamente lo mismo -y a veces aún peor- con dinero público y presiones privadas. Pero se equivocan profundamente los del discurso del miedo. Hay una fórmula más sensata de integración en un marco de mayor autogestión. La que han construido millones de catalanas y catalanes durante estos años Cuando dicen que Catalunya saldrá de la Unión Europea o que habrá un corralito o que se hundirán las pensiones (aunque son asuntos serios que debieran discutirse por parte de Junts Pel Sí y no dejarlos de lado como en una mala película de serie B donde, como decíamos, no hay diferencia entre el ensayo y la toma final). Si se diera esa situación, los mafiosos serían los bancos y los políticos que no permiten que los pueblos tomen sus decisiones. Pero no vale que Mas diga que el sector financiero es una dictadura porque perjudica su estrategia pero que es un dechado de responsabilidad cuando le toca a Grecia. Que alguien le esté comprando el discurso antisistema a Mas parece de enajenados. No vale tampoco el miedo con el corralito, con la huida de las empresas, con las amenazas basadas en el control que unos pocos tienen sobre el conjunto de la población. Eso solo genera más rabia y frustración. Y alimenta el voto del enfado. Como decía el sociólogo alemán Niklas Luhman, las sociedades europeas se han fragmentado en cajas negras autoorganizadas. El mercado, la oferta y la demanda, y algunos comportamientos administrativos automáticos, nos organizan. La continua presencia de la vigilancia y la policía hace el resto. Aislados y supuestamente seguros. Aunque vivamos una vida miserable. Eso es lo que explica que nos sintamos tan solos aun viviendo en ciudades y en la era de la información y que, incluso, como ha pasado en Bélgica o en Italia, las cosas puedan funcionar durante meses sin la necesidad del Gobierno. Eso hace que los que piensan en votar independentismo lo hagan como si formaran parte de un lipdub (esas cadenas divertidas de baile que se hacen en las calles o en los lugares de trabajo o estudio) o formando parte de un videojuego. Pero el orden social es más débil de lo que pensamos y no debiéramos frivolizar con estas cosas. Especialmente cuando hay dos mitades que pueden radicalizar sus diferencias. Y para evitar eso, debiéramos pensar en lo que realmente compartimos. Recientemente hubo un terremoto en Chile. En el conjunto del Estado nos preocupamos. Mucho menos que si hubiera tenido lugar en Kazajistán. Y mucho más si hubiera sido en el Valle del Jerte o en las playas de Almería. Porque sentimos en función de la proximidad, de los lazos compartidos, de la mayor probabilidad de que te hubiera tocado a ti. No dice mucho de la evolución del homo sapiens, pero es así. ¿No es una señal de que compartimos más de lo que imaginamos? ¿Duele en Catalunya lo mismo la cifra de muertos en accidente de automóvil que la que se da en Suecia o, incluso, en Portugal o Marruecos? El colmo del disparate lo entendemos en caso de que se diera realmente la secesión. Las semanas siguientes serían bastante desasogantes. Imaginemos que mucha gente decidiera poner tierra de por medio. Entonces, ¿alguien que volviera a Sevilla sería un refugiado? ¿La gente catalana en Extremadura sería emigrante? ¿No estamos exagerando demasiado construyendo un sainete que solo se sostiene porque todo el mundo lo vive como si estuviéramos en los ensayos y no en la verdadera función? Hay una fórmula más sensata de integración en un marco de mayor autogestión y reconocimiento de Catalunya como nación. La que han construido millones de catalanas y catalanes durante todos estos años. Solo tiene un problema: que no necesita reyes, que no necesita a Mas, que no necesita gurús ni vanguardias, que le quita el nicho electoral en el que sobreviven demasiados. Una solución que dice que hay que devolverle al pueblo lo que es del pueblo. Y eso se llama, en Mataró y en Albacete, en Vic y en Murcia, en Barcelona y en Cádiz, soberanía.

Devolverle al pueblo lo que es del pueblo:
Como es claro que las cosas no pueden quedarse así sin más, es evidente que España tiene que ofrecer a Catalunya una salida. Esa salida, que tiene que ser asumida por toda la población, solo puede ser un proceso constituyente. Sea cual fuere el resultado el domingo, se pondrá en marcha, porque ya ha arrancado. Lo saben el PP y el PSOE y lo sabe Convergència. De ahí que el debate real sea si lo ponemos en marcha entre todos los que buscamos rescatar nuestra democracia, o lo pondrá en marcha una gran coalición que, una vez más, sacrificará y retrasará los intereses de la mayoría a favor de las minorías como ocurrió en 1978. La gente que está trabajando para construir una España de la que nadie quiera escaparse necesita la ayuda de los catalanes cansados de Rajoy y de Mas Parte el alma ver que tanta gente quiera marcharse de España. Qué mal lo hemos hecho. Los oprobios al pueblo catalán han sido continuos, impunes e interesados, de la misma manera que el nacionalismo español humillante tuvo su correlato en comportamientos del nacionalismo catalán que alimentaban el recelo mutuo. El resultado es que la actual España no es capaz de retener a sus ciudadanos. Recuerda necesariamente a la caída del Muro de Berlín y la huida de los alemanes orientales. O a aquella España de Franco, “una, grande y libre”, de la que se escapaba con un humor de Gila afirmándose que era “una” porque si hubiera dos todos se hubieran marchado a la otra. La gente que está trabajando para construir una España de la que nadie quiera escaparse necesita la ayuda de los catalanes cansados de Rajoy y de Mas. No vale, como se decía cuando existía el servicio militar: “Me reviento el dedo y que se joda el sargento”. Porque tendrás una excusa para no obedecer, pero el dedo machacado es tuyo y los dueños del martillo son de los de siempre. Y seguirás haciendo la mili. Echar a Mas es un paso de gigante para echar después a Rajoy y después echar a Schulz y a Juncker. Nos quieren fragmentados y en un torbellino donde sea difícil pensar. Miremos un minuto desde fuera y veamos que hay una España en cambio en una Europa en cambio. Esa Europa donde Syriza ha vuelto a ganar las elecciones con la rabia de la imposición de la mafia europea, donde Corbyn ha vencido a la socialdemocracia rendida al autoritarismo de la Thatcher, donde Podemos va a disputar el poder al bipartidismo. Nadie que esté por la soberanía y la emancipación en Catalunya puede estar con los que frenan la historia. Ya hemos encontrado la aguja. Vamos a adecentar el pajar. (Juan Carlos Monedero, 23/09/2015)


Propaganda:
La campaña electoral catalana está discurriendo, como suele ocurrir últimamente, por cauces poco racionales. A mi me preocupan los problemas sociales que tenemos y de los que me parece que se discute poco. En medio del ruido mediático de los medios y de la propaganda oficial catalana que nos quiere endosar un debate sólo sobre la tan cacareada independencia que nos prometen para mañana, mucha gente nos sentimos perplejos. Debo decir que hago un balance negativo del gobierno que ha regido Catalunya en los últimos años y esto no sólo por su deriva independentista que no comparto sino, para mi mucho más importante, por su política respecto a los que más sufren y a su forma de “defender la democracia”. Les daré algunos datos. Estamos en una crisis económica importante a la que Europa durante demasiado tiempo ha dado la única respuesta de la austeridad que, para los que tienen más problemas (sean paises o personas) ha sido terrible. Pero si esta respuesta de las instituciones europeas, comandadas por la derecha, ha sido dura, no ha sido menos dañino el acompañamiento que han hecho de ella los gobernantes españoles y catalanes. Aparte de los recortes en servicios básicos de todos conocidos, que pueden decir que vienen obligados por la política que emana de Bruselas, ha habido en España y en Catalunya un aumento de la desigualdad que ha pasado en poco tiempo de estar en la media europea a ser una de las más altas de europa. Es decir en nuestro caso no sólo hemos sufrido los recortes, sino que la distribución de la austeridad se ha hecho insolidariamente. Hoy los ricos son mucho más ricos y los pobres mucho más pobres, la distancia entre unos y otros se ha agrandado mucho más de lo que lo ha hecho en la mayoría de los paises europeos. Los sueldos de los directivos (incluidos los de bancos que han recibido ayudas del gobierno y empresas públicas) se han disparado mientras los sueldos de los trabajadores se han reducido drásticamente. Y si no recuerden que no hace tantos años se creó la palabra mileurista para describir los que cobraban 1000 euros al mes, los que se consideraban en aquel momento los parias de la sociedad, los que tenían muchas dificultades para poder tener una vida digna y consideren como se ven ahora los mileuristas. Y todo esto lo han permitido con sus políticas los gobiernos de España y de Catalunya. Y para este desgobierno que ha disparado la desigualdad, lo de que la responsabilidad es de Madrid, que es la respuesta universal del gobierno de la Generalitat, no funciona. El gobierno de Catalunya como el de España podía poner los mecanismos para que esto no sucediera y nadie se ha preocupado ni tan sólo se ha planteado el problema. Peor aún, el grupo de CiU votó en las cortes varias de las leyes más reaccionarias propuestas por el PP, entre ellas la reforma laboral, reforma que creo que estarán de acuerdo conmigo en que no ha favorecido el aumento solidario de los sueldos de los trabajadores. Estamos también en una crisis de las instituciones democráticas. La democracia necesita regenerarse. ¿Han sido los gobiernos de Catalunya y España pro activos en esta necesaria regeneración? Analizaré dos aspectos: Hace poco, los jueces han encontrado una cuenta no declarada del tesorero de CDC en Suiza. ¿Es esto persecución de los jueces al partido de Mas o falta de colaboración de CDC con la justícia? 1.- Una de las causas importantes de la crisis política que vivimos viene de la corrupción. Y resulta que los partidos que sustentan los gobiernos español y catalán están inmersos en casos graves de corrupción. En los paises con mayor tradición democrática de europa, Rajoy y Mas ya habrían dimitido. Pero déjenme que me refiera especialmente al caso de CDC porque sus excusas rozan el ridículo. Hace tiempo que está sobre la mesa el caso Palau por el que CDC tiene embargadas judicialmente sus sedes, al que se ha añadido ahora el llamado caso TEYCO. Y ahora CDC nos dice que los jueces hacen registros para interferir en la campaña electoral. Sólo unas preguntas elementales: ¿Ha actuado CDC de forma decidida para que el caso Palau que lleva años se acelere? ¿Han dado todos los datos o, al contrario, han intentado poner el máximo de trabas jurídicas y/o retrasar lo máximo las diligencias como hacen los defraudadores? Hace poco, los medios han publicado que los jueces han logrado encontrar una cuenta no declarada del tesorero de CDC en Suiza. ¿Es esto persecución de los jueces a CDC o falta de colaboración de CDC con la justícia? 2.- El segundo tema sería el de la regeneración de los partidos e instituciones de los que no voy a hablar en este artículo. Pero si que quiero tratar de un tema relacionado que me preocupa. En Catalunya, ahora los independentistas nos dicen que es el momento de la sociedad civil. Nos dicen y así lo refleja la lista de Junts pel si, que la línea a seguir la marca una autodenominada Asamblea Nacional de Cataluña (nombre que en un estado democrático en el que Catalunya tiene un parlamento resulta como mínimo curioso), una organización asamblearia. No soy muy conocedor de la historia, pero en mi recuerdo los experimentos en democracias en los que los partidos políticos han renunciado a su papel no han sido los mejores del mundo. Este movimiento ha conseguido éxitos indiscutibles de participación ciudadana y por ello es interesante analizar lo que propone. Pero cuando uno lee o escucha a sus dirigentes se encuentra con un relato naive de lo bien y lo buenos que somos y de lo bien y buenos que seremos siendo independientes sin ningún análisis de nada y sin ningún argumento que lo sustente. Por ejemplo nos dicen que España no nos quiere, pero que nosotros si los queremos y, como resultado tenemos que marchar; no queremos saber nada de los españoles. Pero no se apuren que el cuento tiene final feliz porque cuando seamos independientes entonces, como nosotros los queremos mucho, todo se resolvera sin problemes y todos seremos felices. Es decir, les explican a los españoles que nos roban, que son insoportables y que por ello se van y entonces con la independencia se encuentra la solución y todos contentos y felices. Podría continuar porque todo lo que oigo de Carme Forcadell son historias de final feliz (si somos independientes, claro). Catalunya será como Suecia, no tendremos problemas de recortes (los han tenido todos los paises de Europa, pero aquí no los tendríamos) y todos los paises europeos nos aplaudirán y bendecirán y nos pondrán una alfombra que conduzca a la tan añorada independencia. Y, no se lo pierdan, a los que creemos en las terceras vias, a los federalistas, a los que creemos que el diálogo puede llevar a una solución no traumática, que nunca hemos dicho que será fácil, nos dicen que somos inocentes, que suponer que te puedes entender con los españoles es de inocentes. Y esto lo dicen después de que el presidente Mas sólo ha explicado que ha llegado a esta conclusión de forma irrevocable después de haber hablado con el PP (que es gobierno de España hoy, pero no eterno) y sin haber tenido ningún contacto oficial con los demás partidos. ¿No creen que antes de dar un paso tan importante para nuestro futuro hubiera sido interesante convocar los líderes de PSOE, IU y de los partidos emergentes, es decir, Podemos y Ciudadanos? Han obviado, por ejemplo, el detalle de que nos encontramos en un momento muy interesante en que las cosas de la política estan cambiando a grandes zancadas. Vean sino el paso de los nuevos presidentes de Baleares o la comunidad Valenciana por Barcelona y lo que han dicho (especialmente relevante para la lengua y la cultura catalana y para temas tan importantes como el corredor mediterráneo). Por no hablar de las perspectivas de cambio en las elecciones de finales de año en España. Que una crisis institucional, como fue la que creó la resolución del tribunal constitucional modificando el estatuto refrendado por el pueblo catalán (debido a la impugnación del PP), y una crisis económica profunda lleven al populismo, no lo comparto, pero la historia nos enseña que puede pasar. Pero que les haya llevado a la inocente idea de que se puede llegar a la independencia, cuestionar España y las leyes que hemos aprobado entre todos y que el cuento tenga final feliz, me parece surrealista y me produce una gran preocupación. Yo creo que si seguimos adelante vamos a pasarlo muy mal, aquí en Catalunya y en España. Y no digamos en Europa, donde las leyes (hace más años que tienen democracia y están acostumbrados a cumplir y hacer cumplir las leyes) se cumplen. Y, lo siento, no tengo ningún indicio que me indique que algún pais europeo vaya a reconocer a Catalunya si se declara independiente, un paso imprescindible para que la proclama tenga algún efecto real. (Francesc Esteva, 24/09/2015)


Escisiones sociológicas:
Un sol poble corean los partidarios de Junts pel Sí congregados cuando Raül Romeva sale a celebrar la agridulce victoria en escaños de las elecciones “plebiscitarias”. Un sol poble secunda con fervor el candidato. El cántico resuena fuerte. Históricamente, ha sido utilizado para subrayar el carácter cívico e inclusivo del catalanismo, dispuesto a hacer catalán a cualquiera, independientemente de sus orígenes. En ese sentido fue asumido transversalmente por todas las fuerzas políticas como ideal hacia el que convenía encaminarse, no como diagnóstico de una realidad sociológica que seguía presentando múltiples costuras. Hoy se utiliza como arma arrojadiza para intentar silenciar voces que señalan la existencia de divisiones sociales que se expresan en diferencias políticas. Ha convertido en “etnicista” a cualquiera que ose poner de relieve que hay segmentos sociales, definidos por sus orígenes y lengua no catalana, que tienden a votar de forma distinta que los grupos con origen “autóctono”. La cosa se agrava si esta voz díscola se atreve a insinuar que estos grupos suman a su condición cultural un estatus socioeconómico más bajo. En otros países, el análisis de la influencia de los orígenes y la cultura en el logro social y el comportamiento político es un campo central de investigación sociológica. Permítanme un breve excursus personal. Durante cuatro años residí en Estados Unidos, formándome en una tradición sociológica en la que estudiar las desigualdades que experimentan inmigrantes, grupos raciales y étnicos minoritarios (hispanos, afroamericanos, asiáticos) es el pan y la sal del trabajo académico. Buena parte de la sociología norteamericana gira en torno al análisis de las desventajas que todavía encuentran esas minorías en la escuela, los barrios, el trabajo o cuando acuden a un servicio público. La sociología catalana también se planteó, en su momento, esos temas. Pero de unos años a esta parte la cuestión se ha considerado zanjada. Parece tabú señalar que hay catalanes con orígenes familiares en otras zonas de España que tienden a experimentar mayor riesgo de vulnerabilidad. No porque esto sea falso, sino porque no se puede decir. Este hecho choca con la evidencia de que los ciudadanos de padres nacidos fuera de Cataluña tienen una mayor probabilidad de sufrir situaciones de adversidad económica y laboral. Los niños que hablan castellano en casa como lengua preferente obtienen por término medio puntuaciones más bajas en las pruebas estandarizadas de PISA y, en algunos casos, persisten diferencias cuando controlamos estadísticamente el efecto de factores socioeconómicos. Los hijos de padres de clase obrera castellanoparlante tienen una probabilidad más baja de desarrollar una profesión liberal o gerencial que los hijos de clase obrera catalanohablante. En comparación con los valores estadísticamente esperables, pocos ciudadanos catalanes con apellidos comunes en el resto de España (García, López, Rodríguez, etcétera) se sientan en el Parlament u ostentan un alto cargo de la Generalitat. Más curioso todavía resulta que se pasen por alto las fracturas existentes en las orientaciones políticas de estos segmentos poblacionales. Los catalanes catalanohablantes se han sumado mayoritariamente al proyecto independentista, mientras que los castellanoparlantes no. Estas diferencias se corresponden, de manera bastante ajustada, con diferencias parecidas en orientaciones políticas de distintos grupos de renta debido a la correlación entre nivel socioeconómico y origen cultural. A grandes rasgos, el apoyo a la independencia es minoritario en los grupos más desfavorecidos, al tiempo que está muy extendido en los acomodados. Es decir, existe un solapamiento de lo que en terminología politológica se denominan clivajes (del inglés cleavage: escisión) culturales y socio-económicos. A ello hay que añadir la existencia de grandes diferencias territoriales en esas orientaciones, que expresan geográficamente y afianzan dichos clivajes. Municipios y barrios que conjuntamente agrupan a cientos de miles de personas, con población eminentemente castellanoparlante y rentas medias bajas (L’Hospitalet, Santa Coloma, Sant Boi, Nou Barris), presentan niveles de apoyo a opciones independentistas inferiores al 30%. El voto independentista se concentra en el ámbito rural y barrios acomodados de ciudades de tamaño medio, donde suele superar el 60%. Paradójicamente, mientras se conmina a “no tocar” estos temas, intelectuales, académicos y políticos soberanistas dibujan diferencias esenciales, de carácter étnico, entre catalanes y españoles. Se puede leer a orgullosos escritores proclamar en la prensa som millors. Politólogos teorizan sobre la cultura política del pacto que supuestamente prevalece en Cataluña frente a la cultura española, proclive al encastillamiento y a juegos de suma cero. Historiadores nos explican una supuesta hostilidad secular de España hacia Cataluña, que se ha materializado en toda clase de discriminaciones, ultrajes y atrocidades. Junqueras señala en el diario Avui la singularidad de los genes catalanes, más parecidos a los de franceses y suizos que a los del resto de españoles. Artur Mas se refiere en La Vanguardia a la existencia de un ADN cultural carolingio en Cataluña, derivado de su pertenencia a la Marca Hispánica en el siglo IX. Som un sol poble. Un pueblo singular. Una nación milenaria, en la que hace solo dos décadas distintas encuestas del CIS acreditaban que ni siquiera uno de cada tres catalanes prefería el término “nación” para referirse a Cataluña que “región” o “comunidad autónoma”. Todavía hoy, menos del 50% prefiere “nación”. Un sol poble vituperado, humillado, atacado por un Estado en el que se siente atrapado. Que dice basta y quiere emanciparse, o divorciarse (va por gustos), a pesar de que los votantes de opciones independentistas representen el 36,9% del censo. Resulta irónico que el soberanismo se lleve las manos a la cabeza cuando alguien sugiere que el sol poble está atravesado por profundas divisiones. Su objetivo en los últimos años ha sido precisamente poner bajo el foco todas las fisuras que existían entre España y Cataluña. Especialistas en el avistamiento de fisuras, incapaces de percatarse de las grietas que se abren bajo sus pies. Lo que en Cataluña se parece más a la expresión de un sol poble es la voluntad persistente de la mayoría de catalanes de ampliar sus cotas de autogobierno. Una voluntad que, hasta hace poco, lograba coser un catalanismo político trasversal. Un catalanismo que necesitamos, como el oxígeno, para negociar un nuevo marco de convivencia con un españolismo dialogante y generoso, que necesitamos con igual premura. (Pau Marí-Klose, 06/10/2015)


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