
  Precariado
Precariado:
Al esclavo le aseguraban un techo –las infames ergástulas– y la manutención, pero en su versión renovada esto no se incluye. El neosclavismo debe empujarnos a superar el miedo y enfrentarnos a la necesidad de exigir una renta básica y no un trabajo precario, porque necesitamos reinventar las formas de protegernos contra los vaivenes del mercado caótico. Apropiarnos del tiempo y su riqueza para garantizar la vida en lugar de la renta y deuda financiera. La defensa de la democracia y el sostenimiento de la vida se ubican hoy más que nunca, en las antípodas del capitalismo.
(Jorge Moruno, 25/08/2012)
Calidad del empleo:
Calidad de empleo 2:
Minijobs:
Futuro:
Propuestas de Ciudadanos:
Trabajadores pobres:
Cifras empleo:
[Camino al neoesclavismo:]
La modernidad puede resumirse, entre otros aspectos, como el proceso de naturalización del trabajo en la actividad humana y con ello el deber a la disciplina. Como anunciaba Jovellanos, el Estado debía pasar de centrarse en hacer la guerra para convertirse en un estado de producción. Jovellanos también criticaba la asistencia social puesto que desde su punto de vista, desincentivaba la obediencia de la población al trabajo. En la misma línea, el Presidente del Consejo de Ministros de Isabel II, Bravo Murillo, argumentaba contra la construcción de un colegio que “España no necesita hombres que sepan, sino bueyes que trabajen”.
La era industrial se caracteriza por destruir el saber obrero todavía impregnado de las antiguas formas del trabajo gremial, y despiezarlo en miles de actos rutinarios, fáciles de ejecutar, para, así, obligar a las masas desposeídas a ingresar en las fábricas. Burocracia y jerarquía eran sus señas de identidad. Por eso Henry Ford empezó a pagar 5 dólares al día y no 2,5 como se estilaba, porque necesitaba garantizar la sumisión ante la aberración del trabajo fabril de la que el obrero siempre se fugaba.
El Estado de Bienestar ha sido entonces fruto de una combinación de necesidades productivas, con logros conseguidos por las luchas obreras. La dictadura de la fábrica y el taller se compensaba durante un breve periodo, con la universalización en el acceso a los derechos y el disfrute del ocio ajeno a la producción.
El neoesclavismo que se asoma inicia el camino de la historia a la inversa, arrastrando los cambios que han tenido lugar en los últimos 200 años. Hoy el capitalismo extrae la riqueza de otra manera, aunque también mantiene vivas las viejas formas. No existe ninguna compensación social al modelo precario de producción. El neoliberalismo no es capaz de otorgar un volumen de trabajo necesario para garantizar un mínimo de dignidad a la población. Lo que no es óbice, para que la retórica oficial continúe apoyándose sobre el imaginario que lleva asociado el trabajo en nuestra sociedad. Aunque éste ya no cumpla su función como elemento de integración social.
Así, de esta forma, el parado se construye socialmente como parásito y el que está empleado como privilegiado. Eres culpable por no obtener lo que casi no existe, o afortunado por sufrir lo que hasta hace no mucho era un yugo más que un lujo. Un tiempo puedes ser parado –o mucho–, a veces trabajar, pero siempre inseguro, sometido al tiempo empresarial. Frente a esta situación de plena incertidumbre se exige implicar el alma en la empresa, pidiendo que des todo por ella cuando busca pagar siempre menos por ti.
En una sociedad dominada por la imagen, la pelea por la atención, la comunicación y las ideas transformadas en mercancía, todos somos emprendedores. La innovación aumenta con la cantidad de personas conectadas, donde juntas se dotan de un mayor conocimiento compartido. Los grados de potencia singulares aumentan en colectivo.
El Renacimiento supuso sobre todo el saber liberado del claustro, y puesto al servicio de más mentes y vidas. Así surgieron los Da Vinci, Maquiavelo, o Copérnico. Esto es perfecto; el problema reside cuando el capitalismo busca que esa innovación colectiva se ponga al servicio privado de la empresa y el valor de cambio. Como un parásito absorbe y se nutre de su victima hasta que esta no de más de sí. Utilizan los recursos comunes, –desde el campo, el agua o las ideas–, para fines mercantiles, y vendernos productos a través de una publicidad que emula rasgos revolucionarios y transgresores; siempre apelando a la idea de cambio.
El neoescalvismo se nos presenta en defensa de la libertad. Agentes libres que deciden según su capacidad de intervención pública –el dinero–, qué comprar o dónde trabajar. Son libres de despedirte o de ofrecer paupérrimas garantías y tú eres libre de marcharte o de no aceptar esas condiciones. Todos somos libres para convertirnos en siervos, cuando la parodia de la vida simulada transcurre entre pozos de consumo y la desesperación se viste de cinismo y miedo.
Esta semana ha estado plagada de acontecimientos lúgubres para nuestra sociedad. Estos hechos nada tienen que ver con el fallecimiento de la Duquesa de Alba o la entrada en prisión de la reina de la copla, sino con dos episodios que dan muestra de la degradación moral y social.
Por un lado, el fallo de la Audiencia que obliga a la embotelladora de Coca Cola a pagar los salarios atrasados a algunos de los trabajadores afectados, más de 1250 familias que han sido despedidas simplemente por el deseo de reorganización de la empresa en España. Esta es una de las múltiples fórmulas de flexibilización y pérdida de derechos laborales que han traído las últimas reformas laborales en España auspiciadas por el PSOE y el PP. Es decir, una multinacional, con beneficios por supuesto, decide que puede disponer de la fuerza laboral a su antojo, puede cerrar sus fábricas al libre albedrío y por supuesto, en muchos casos, con un coste ridículo o incluso sin coste, como ha puesto de manifiesto el fallo de la Audiencia.
Dos hechos han marcado la semana: el desahucio de una anciana de 85 años y el fallo a favor de los trabajadores de Coca Cola
El ya escaso empleo industrial sigue languideciendo, sin que las autoridades públicas hagan nada por salvarlo, plegándose a los intereses de las grandes multinacionales que usan el territorio nacional como campo de pruebas, recibiendo en muchos casos, generosas ayudas en forma de subvenciones directas, cesión gratuita de terrenos, cuyos réditos nunca devuelven cuando deciden que van a probar una nueva fuerza laboral más dócil. Este concepto de flexibilidad, que ahora se añade el vocablo seguridad, se desentiende completamente de la variante humana del trabajador. Es decir, uno debe obedecer sin rechistar los designios de los Consejos de administración, que en muchos casos operan a miles de kilómetros, y por supuesto agradecer encima la posibilidad de haber trabajado durante quince o veinte años al servicio de una fábrica, eso sí con salarios en muchos casos miserables. El premio a partir de ahora será una mochila liberal que podré trasladar conmigo a la próxima estación, que por supuesto no será el empleo, sino el desempleo cuasi vitalicio para muchos de los despedidos de Coca Cola y otras grandes multinacionales.
Las multinacionales siguen dando muestra de despotismo consentido para con la fuerza laboral
El factor trabajo es ya una mera mercancía que va y viene sin tener en cuenta los condicionantes humanos, familiares o sentimentales de cada trabajador o trabajadora. El capitalismo es pura supervivencia que no entiende ni concibe que tengas sentimientos, derechos o dignidad. Tu única función es levantarte y los que tienen empleo cumplir la jornada laboral que disponga el que te contrata, en España se hacen más de 3 millones de horas extras sin retribuir, cobrar un salario que en gran medida apenas supera el salario mínimo, y volver al hogar hipotecado. Las sucesivas leyes laborales, y las que restringen los derechos civiles y de manifestación y opinión, están logrando que las protestas, huelgas u otras formas de expresión sean perseguidas, incluso con cárcel, lo que tranquiliza siempre a los mercados financieros.
En esta orgía para el capital, uno observa que sólo el 37% de los ocupados tiene un contrato indefinido y a tiempo completo, lo que va encajando poco a poco la visión de un nuevo lumpen, aquel que ayer era clase media y hoy se acerca al abismo de la exclusión, incluso trabajando. El mundo ya es solo precariedad gritan los adalides de la mercantilización de la fuerza laboral, aquellos que cuentan contratos de horas y días, como gran éxito de la desregulación laboral. Ya se contrata sin crecimiento.
En esta película, mezcla de Orwell y Ken Loach, surge una gran masa silenciosa, los prejubilados y aquellos mayores de 45 años que nunca más trabajarán, porque las empresas no quieren gente con experiencia que cobre más de 600€-700€. Gente maleada por experiencias sindicales, con ERES a sus espaldas y curiosamente, con tanto que aportar. Esa visión miope del mercado laboral es aplaudida por el regulador y el legislador que permite los despidos sin causa de toda esta masa silenciosa que tiene cargas familiares, que tiene ascendentes en casa y que apenas podrá sobrevivir en esta jungla tan liberal y tan desregulada. Estos hombres y mujeres que ahora empiezan a ver y sentir en sus propias carnes lo que se decía siempre: el mercado laboral español es el más protegido y regulado de la Europa Occidental. También escucharon que los salarios en España eran demasiado elevados y que eran la causa del desempleo.
El grupo de excluidos de más 45 años son los grandes afectados de este negro futuro laboral
Todos estos ciudadanos, sin esperanza en muchos casos, son los grandes olvidados, la masa de trabajadores/as con grandes dosis de experiencia y sabiduría que no se pueden ir a Londres o a Berlín a fregar platos, pero que, sin duda, van a ser los que lideren la revolución o revuelta que se está gestando en España. Esta revuelta nada tiene que ver con el auge de Podemos, sino que tiene que ver con la exclusión social, la pérdida de dignidad y el abandono social de sus habitantes.
El ejemplo más claro lo hemos tenido con Carmen, esa anciana con 85 años que ha sido desahuciada de su vivienda por avalar a su hijo en paro que finalmente no ha podido pagar su deuda. Esa mujer abandonada por las instituciones, solo se ha visto rodeada por amigos y por las plataformas de apoyo, como la PAH, quienes son tachados de terroristas por parte de los medios de comunicación propiedad del sistema financiero y por los partidos clásicos. Esta mujer es el símbolo del tipo de país en el que vivimos, sin alquiler social porque eso es estatista y colectivista, sin mecanismos de ayuda municipal o autonómica, porque estamos vendiendo las viviendas sociales a fondos financieros buitres. Esa sociedad que venera a la aristocracia que fallece, que lamenta la entrada en prisión de una delincuente como Isabel Pantoja, pero que es incapaz de ayudar o simplemente reflexionar sobre qué tipo de sociedad vamos a dejar a nuestros hijos.
La anciana desahuciada con 85 años es un síntoma de degradación moral
Ese mundo lleno de individuos que sólo se ocupan de ellos mismos, donde la colectividad debe ser erradicada, lo mismo que la solidaridad intergeneracional, y donde el esfuerzo personal, supuestamente, es la única medicina. Habría que transmitir a Carmen y a todos los despedidos y excluidos que la pobreza y la exclusión social es responsabilidad personal y que no deben transmitir sus problemas a los triunfadores sociales que se esfuerzan todas las mañanas por hacer grandes a las empresas de este país. El problema es que cada vez hay menos y más pobres, especialmente de espíritu.
(Nacho Cordero, 24/11/2014)
Más allá de nuestro problema del paro, provocado por la burbuja inmobiliaria y la recesión que siguió a su final, agravada por una combinación de políticas adoptadas a destiempo; más allá de la necesidad de ir creando una economía más productiva, capaz de elevar los salarios, de sobrellevar el peso creciente de las pensiones y el gasto también creciente de sanidad y educación; en un horizonte que se acerca más deprisa de lo que uno quisiera se presenta la incógnita del futuro del trabajo, incertidumbre que comparten, en distinto grado, todos los países del mundo.
¿Cuál es el futuro del trabajo?¿Habrá trabajo para todos? Si lo hay, ¿qué clase de trabajo será? Mirando las economías avanzadas, esas preguntas surgen a la vista de lo que en Estados Unidos se llaman recuperaciones sin empleo (jobless recoveries): en las fases bajas del ciclo se destruye empleo, pero ahora, a diferencia de lo que ocurría antes, en los años buenos ese empleo se recupera sólo en parte. El crecimiento, que solía estar estrechamente asociado al empleo, parece haberse independizado de él. Desde 1950, la cantidad de empleo creada en cada década ha sido casi siempre inferior a la de la década precedente, hasta llegar a ser negativa en la última.
Y si pasamos de la cantidad a la calidad del empleo observamos que tanto la destrucción de empleo como el estancamiento de los salarios afectan sobre todo a los trabajos que requieren una cualificación media: los que exigen una alta cualificación están a salvo, aunque no tanto como antes, mientras que entre los de baja cualificación unos requieren presencia física (cuidadores o camareros) y se salvan de la globalización, y otros escapan a la robotización porque los robots que podrían sustituirlos son todavía demasiado costosos. Así se va vaciando el catálogo de empleos: entre el abuelo obrero y el nieto arquitecto hay menos huecos para un padre administrativo. El ascensor social puede haberse averiado. El mercado de trabajo se polariza.
¿Qué efectos van a tener sobre el futuro del trabajo la construcción de un mercado único mundial y la revolución digital? Lo más prudente será admitir que no lo sabemos. Si bien es cierto que hay que evitar proyectar el presente hacia un futuro distante, tampoco vale mirar al pasado y tranquilizarnos observando que dos siglos después de los primeros telares mecánicos hay muchos más empleos que entonces, porque así se olvida el destino de generaciones de artesanos que pasaron a engrosar las filas del proletariado industrial. Existen visiones parciales, unas catastróficas e idílicas otras; todas con un germen de verdad, porque tanto el libre comercio como la tecnología encierran promesas y amenazas; ambos pueden estar al servicio del hombre o destruirlo. Una visión de conjunto no está disponible: el futuro tendrá sus leyes, pero no las conocemos. Y sin embargo, como el cambio es, en cada momento, obra nuestra, debe ser posible influir en él para tratar de prevenir sus efectos más nocivos.
Pero ¿cómo influir sobre lo desconocido? No pretendiendo seguir unas leyes inexorables, sino dotándonos de criterios que nos permitan evaluar los resultados probables de globalización y tecnología por el servicio que prestan al hombre, y procurando actuar de acuerdo con esos criterios.
El criterio del beneficio privado, disfrazado a menudo de búsqueda de la eficiencia, ha pesado demasiado en nuestra balanza: un proyecto se mide por su rentabilidad, próxima o remota, el éxito de una política económica por el crecimiento del PIB, olvidando que una y otro van, quizá cada vez más, en detrimento del trabajo. Partamos, por el contrario, del hecho irrefutable de ser el trabajo una necesidad vital del hombre como la comida o el vestido, y evaluaremos la calidad de una política pensando en el empleo que crea, promoveremos los desarrollos tecnológicos que ayuden al hombre en su trabajo en vez de privarle de él, y basaremos la división del trabajo no tanto en el aumento de la productividad como en la necesidad de dar trabajo a todo el mundo.
No se trata, naturalmente, de olvidar la rentabilidad, que hace posible la continuidad de los proyectos, ni de renunciar al equilibrio presupuestario, indispensable para la libertad de acción, sino de poner una y otro en el lugar que les corresponde. Esta consideración del trabajo como necesidad vital no es arbitraria, sino al contrario, acorde con la realidad; adoptar ese criterio como principio ético y actuar de acuerdo con él puede ayudarnos a afrontar un futuro desconocido convirtiendo tanto la globalización como el cambio tecnológico en progreso humano. (Alfredo Pastor, 25/11/2014)
Los minijobs se han convertido en la diana perfecta para los que temen el modelo económico alemán. Las críticas más comunes son: 1) las reformas Hartz de los años 2000 han sido una estrategia neomercantilista para mejorar la competitividad de las empresas alemanas; 2) el reciente milagro del empleo en Alemania se debe al enorme crecimiento del trabajo precario; 3) Hartz ha llevado a muchos trabajadores alemanes a aceptar minijobs de 450 euros; 4) la desigualdad y la pobreza se han disparado; 5) el Gobierno alemán quiere imponer su modelo al resto de la zona euro. Abordaremos aquí cada una de estas críticas con la intención de explicar los minijobs alemanes en su justo contexto. Con esto esperamos que el debate sobre la reforma de los mercados laborales en los países de la zona euro se pueda desarrollar sobre un conocimiento más sólido de cómo funciona el modelo alemán. Antes de nada es importante señalar que es mentira que haya muchos alemanes que malviven con 450 euros de un minijob.
Comenzando por la supuesta estrategia neomercantilista germana, probablemente las reformas Hartz han contribuido a reducir los salarios. Sin embargo, esta moderación empieza ya en los años noventa. Tras la reunificación, el desempleo creció mucho, sobre todo entre los trabajadores poco cualificados del este del país. Esto hizo que se descentralizaran las negociaciones de los salarios, lo que llevó a los sindicatos a aceptar cierta moderación salarial para mantener el nivel de empleo en Alemania. Esta estrategia debe entenderse en un contexto general de mayor globalización económica y competencia de empresas japonesas, coreanas y taiwanesas en los sectores tecnológicos del automóvil y la maquinaria. Mientras que Japón y Corea han mantenido un tipo de cambio competitivo gracias a intervenciones en los mercados de divisas, Alemania ha preservado su competitividad con moderación salarial, deslocalización de parte de las cadenas de valor al este de Europa y mayor calidad en los productos.
Aun así, las reformas Hartz no han aumentado el empleo temporal en Alemania. La mayor parte del nuevo empleo desde el año 2005 son contratos indefinidos, tanto a tiempo completo como tiempo parcial, que no debe ser confundido con trabajo precario. Entre 2005 y 2014 se crearon 2,7 millones de nuevos empleos, y de estos solo 500.000 fueron temporales. El número de minijobs (como única fuente económica laboral) aumentó solo en 100.000, mientras que los minijobs como segundo empleo llegaron a los 750.000. Hay que tener en cuenta que la renta percibida por el segundo trabajo está exenta de pagar impuestos y no contribuye a la Seguridad Social hasta que no supere los 450 euros mensuales.
Esto nos lleva a la tercera crítica, la que dice que muchos trabajadores alemanes viven de los “miserables” 450 euros que ofrece un minijob. Esto es falso. Como en cualquier país, puede haber trabajadores explotados, pero nadie en Alemania puede tener legalmente un minijob sin que su hogar tenga otros ingresos, bien sea rentas por capital, otro trabajo o asistencia social. La reforma de Hartz IV se introdujo porque se estimó que la ayuda por desempleo del sistema anterior era demasiado generosa para los desempleados de larga duración y por tanto desincentivaba la vuelta al trabajo. Muchos trabajadores incluso la usaban como una jubilación anticipada. El nuevo sistema, en cambio, está basado sobre el principio de “ayuda y exigencia” (Fördern und Fordern). El periodo de ayuda por desempleo se ha reducido de 32 a 12 meses (para algunos trabajadores mayores es de 24 meses), y hay una reducción en la ayuda si el desempleado rechaza nuevas ofertas de trabajo. Aun así, en comparación con otros países europeos, el sistema social alemán es generoso.
La ayuda por desempleo para los parados de larga duración es de 399 euros mensuales por persona (más 360 euros por cada adulto adicional en el hogar, y 234 euros por cada niño pequeño, o 302 euros si es un niño mayor). Este dinero sirve para cubrir los costes de manutención básicos como la comida, la electricidad y el transporte. Además, el Estado alemán financia el alquiler de la vivienda y cubre los gastos de la Seguridad Social. Así, una familia de cuatro personas (con un hijo menor y otro mayor) recibe una ayuda de 1.295 euros, más el alquiler, siempre y cuando se compruebe que no tiene otros ingresos o un patrimonio que exceda ciertos límites. Si, en cambio, el desempleado tiene un minijob y cobra 450 euros, esa misma familia recibe “solo” 1.015 euros del Estado y se queda con los 450 euros exentos de contribución, con lo que obtiene 1.465 euros más el alquiler.
Las reformas Hartz no han aumentado el nivel de desigualdad. Si analizamos el coeficiente Gini relativo a la renta de los hogares vemos como experimenta un deterioro de 0,4 a 0,5 desde 1991 a 2005, pero después se mantiene e incluso baja ligeramente. Es decir, si bien es cierto que las reformas Hartz no han reducido la desigualdad, tampoco han contribuido a su ascenso. La razón es simple. En 2005 cerca del 25% de los trabajadores sin cualificación estaban en el paro y vivían de la asistencia social sin muchos incentivos para trabajar y aumentar su renta. Las reformas Hartz han cambiado esto. Desde la perspectiva de la reincorporación al mercado de trabajo, es mejor para los trabajadores combinar la asistencia social y un minijob, que disfrutar de la asistencia social pero no tener trabajo.
Finalmente, queremos responder a aquellos que dicen que Alemania quiere imponer su modelo —basado en la aparente sistematización del trabajo precario— a los países en crisis del sur de la zona euro. Esta es una crítica injusta. La realidad es que son países como Italia, España, Portugal y Grecia los que tienen mucho trabajo precario estructural debido a su alto desempleo, su mercado laboral dual, una economía informal muy extendida y un sistema de protección social muy poco desarrollado. Creemos que los trabajadores sin cualificación (los verdaderos perdedores de la globalización y los avances tecnológicos) de estos países estarían encantados si pudiesen disfrutar del modelo social alemán. En este sentido, aplaudimos que en España se empiece a debatir la introducción de un subsidio mínimo para los desempleados de larga duración. Esto haría que el sistema de bienestar español se equiparase al francés y alemán. Pero al mismo tiempo nos atrevemos a advertir que un sistema así solo puede funcionar si aumenta la recaudación de impuestos y se introducen, como en Alemania, estrictos controles para reducir la economía sumergida y los abusos del sistema.
(Lars P. Feld, 15/10/2015)
Las elecciones generales que se celebrarán en diciembre en España, probablemente las más disputadas de la reciente historia, no van a ser inocuas en materia laboral. Los tres partidos que se disputan la victoria, según los últimos sondeos, PP, PSOE y Ciudadanos tienen en la recámara una vuelta de tuerca más sobre el ya depauperado derecho laboral, muy mermado tras el RDL de 2012 que consagraba, casi de forma definitiva, el fin de las relaciones laborales, tal y como las habíamos contemplado desde la aprobación del Estatuto de los Trabajadores.
La próxima legislatura alumbrará nuevos recortes en desechos laborales
El primer aspecto que no explica claramente a la sociedad española es que el factor trabajo es un bien cada vez más escaso y más restringido. Si uno observa las tasas de inversión a nivel global puede corroborar esta apreciación, y así se deja notar en las principales economías del mundo desarrollado. Con el cambio del paradigma de las empresas productivas, por el de las empresas rentables, hemos optado por engordar las arcas, principalmente, de los accionistas y consejeros delegados, eso sí en las grandes empresas cotizadas. El gran problema es que estas empresas, especialmente en España, son las responsables de gran parte del empleo indirecto que se genera alrededor de las empresas de componentes y/o auxiliares. Hay comarcas enteras que están sufriendo la progresiva desinversión de las grandes empresas que utilizan sus filiales como moneda de cambio en sus estrategias de acumular más valor para el accionista, que en su mayoría desprecia los daños colaterales en forma de despido y pobreza que van dejando por el camino.
La falta de inversión global explica la pérdida paulatina del peso del factor trabajo
Este reguero de damnificados, que esta semana pasada he podido ver de primera mano en Asturias con el ERE parcial de Arcelor Mittal, muestra la tendencia del empleo a medio y largo plazo. La sociedad tiene que prepararse para que colectivos enteros de personas prácticamente no tengan ocupación remunerada a partir de cierta edad, el umbral de los 45 años es crucial, pero también que por la parte baja de la pirámide de población, tengamos que exportar mano de obra o soportar estoicamente entradas y salidas de los más jóvenes sin ninguna expectativa de futuro. Aquí surge siempre la discusión, desde mi punto de vista ya estéril, de cómo modificando los aspectos institucionales del mercado laboral, negociación colectiva, contratación o flexibilidad, unido al coste del despido, solucionaría completamente el desastre al no está abocando el modelo productivo globalizado sin reglas.
Hay que contar a la sociedad que grandes colectivos serán desempleados crónicos
Por tanto, parece inútil discutir qué tipo de contrato puedo tener, si las expectativas de inversión son tan ridículas como las que se vienen publicando. Si la inversión es una variable que dependen esencialmente de los fondos propios, y estos se invierten mayoritariamente por parte de muchas empresas, en compras de sus propias acciones, estamos abocados a un mercado laboral cada vez más pequeño, y con peores condiciones laborales. Resulta desolador comprobar que por cada euro que se invierte en autocartera, se deja de invertir 0,3 euros en la empresa, lo que da idea de la magnitud del problema y también el cambio en la gerencia de las grandes corporaciones, que se ha impregnado ya, incluso, entre empresas de distinto tamaño.
Mientras prime la rentabilidad a la productividad seguiremos siendo la caída del empleo a nivel global
El drama social que se está viviendo ya no se ha internalizado en los discursos políticos, pero tampoco en los empresariales y sindicales. Por un lado, la era de la negociación colectiva en España, tal y como la conocíamos, ha terminado, salvo que se derogue completamente la reforma aprobada por el Gobierno de Rajoy. Pero los agentes políticos y sociales siguen pensando que con los cambios que cada uno propone, el empleo se recuperará y los derechos laborales también. Esto no deja de ser una irresponsabilidad por su parte. Hay que decir alto y claro a la sociedad, que vamos hacia un modelo mixto en materia laboral. Por un lado, la competencia asiática provoca, de facto, una devaluación salarial sin que medie nada, ni nadie en el sector exportador. Esto se deja notar en el sector textil en el que ya hace años que los salarios y las condiciones laborales se parecen mucho, salvando las barreras legales, a las de China. Solo les frena a las empresas de este sector los impedimentos legales que les obligan a pagar un salario mínimo de 648€ y los descansos semanales, las vacaciones y las bajas laborales.
El fin de las vacaciones, bajas laborales y subsidios de desempleo serán las próximas conquistas de las empresas
En el otro lado, el modelo anglosajón es también un espejo en el que algunos se quieren mirar. Ese modelo en el que no hay apenas subsidio de desempleo, no hay vacaciones pagadas, ni tampoco permisos retribuidos por maternidad/paternidad o por baja laboral. Esta parte de la reforma laboral es lo que echan de menos los grandes empresarios de este país, pero también la pueden compartir partidos como el PP, Ciudadanos y una rama liberal muy arraigada del PSOE que siempre acaba imponiéndose cuando gobierna dicha formación.
En suma, cuando apenas va quedando industria en España, cuando los fondos de inversión especulativos van tomando posiciones en grandes corporaciones industriales, sin ninguna vocación industrial, las expectativas sobre el empleo de calidad, cualificado y bien pagado se van esfumando. No hay tampoco debate público sobre si se debería legislar o no sobre la conveniencia de permitir este tipo de inversiones especulativas. Las próximas generaciones en el mundo, pero también en España, verán cómo se trabajarán pocos años, habrá grandes colectivos expulsados de la cohesión social, la negociación colectiva será una rémora que apenas tendrá sitio en unas relaciones laborales completamente individualizadas y sin ningún poder de negociación por parte del trabajador. Ello va a conllevar que la sociedad tendrá que acostumbrarse a largos periodos de desempleo, rentas de inserción para grandes colectivos y derechos laborales históricos revocados sin ninguna resistencia. No es descartable que empecemos en la próxima legislatura por un recorte aún mayor del subsidio de desempleo, progresiva supresión de las vacaciones pagadas y de las bajas maternales. Al tiempo.
(Alejandro Inurrieta, 02/11/2015)
Parece que la gran “propuesta” modernizadora de algunos partidos en estas elecciones, además de “derogar” muchas leyes, es repetir una y otra vez que el Contrato para la Igualdad de Oportunidades (o contrato único indefinido) que ofrece Ciudadanos “va a hacernos a todos precarios”. Cuando una mentira se repite muchas veces, tiene el riesgo de acabar pareciendo medio cierta.
Nuestro contrato único no es ni de izquierdas ni de derechas, aunque esperamos que sirva para mejorar la vida laboral y las oportunidades de mucha gente. Lo que sí es profundamente conservador, injusto y excluyente es el mercado laboral que tenemos en España. El problema no viene de ayer, ni ha variado con uno u otro partido en el poder: España bate records en niveles de paro y precariedad desde hace décadas. Nuestro mercado laboral es una absoluta anomalía en Europa y por eso requiere de soluciones valientes y ambiciosas.
Aunque parezca increíble, tanto PP como PSOE, después de treinta años alternándose en el poder y tras incontables reformas laborales, vuelven de nuevo con exactamente la misma solución “estrella” para la precariedad: ¡poner más inspectores de trabajo!
Poner más inspectores de trabajo a controlar si los contratos que se hacen son o no temporales (recordemos que es fraude de ley emplear a alguien con contrato temporal para un oficio que no es temporal) no ha funcionado y tampoco funcionará en la próxima legislatura. No funcionará por una razón muy sencilla: por muchos inspectores que pongamos solo lograríamos revisar una pequeñísima parte de los más de 16 millones de contratos temporales que se firman al año. Si lográramos doblar el éxito de 2013 en el que hubo 33.360 inspecciones que cambiaron contratos en fraude de Ley por indefinidos no llegaríamos en un año ni al 5% de los contratos que se hacen en un mes (1,4 millones).
Por eso, en economías tan “dualizadas” como la nuestra (o la italiana, o la francesa), todas, literalmente todas, las instituciones internacionales recomiendan pasarse al contrato único. Gobiernos socialdemócratas modernos y reformistas como el de Matteo Renzi, lo han intentado implementar. Asimismo, académicos de todos los colores políticos, incluyendo a Piketty, o hasta cuatro premios Nobel de Economía como Pisarides, Tirole, Kydland y Maskin, lo defienden desde hace años.
Académicos de todos los colores políticos, incluyendo a Piketty, o hasta premios Nobel de Economía,como Pisarides, Tirole, Kydland y Maskin, lo defienden
¿Y por qué está toda esa gente a favor del contrato único? ¿Es porque son del IBEX, capitalistas y opresores peligrosos? No. Es porque honestamente creen que un contrato indefinido único puede acabar con el abuso de rotación laboral y de ese modo reducir la temporalidad y la precariedad.
¿Cómo? Nuestro sistema tiene un enorme muro de separación de derechos entre los muy-protegidos indefinidos y los nada-protegidos temporales. Eso hace que las empresas, aunque tengan un trabajador muy bueno, prefieran despedirlo antes que asumir el coste potencial de hacerlo indefinido (en términos de protección por indemnización, pero también judicial).
El resultado de tener ese muro es que una tercera parte del mercado laboral se mantiene permanentemente marginada de los derechos que tienen los indefinidos y excluida de una vida laboral digna y estable.
Recordemos que cerca de siete millones de personas, en su mayoría de colectivos particularmente frágiles como jóvenes y mujeres, no logran llegar al salario mínimo anual a pesar de trabajar, porque se pasan la vida entrando y saliendo del mercado laboral con contratos kleenex. Y recordemos también que las consecuencias de esa vida precaria son nefastas para ellos y para la economía en su conjunto: no se acumulan derechos para el futuro, no se pueden realizar decisiones vitales clave (como tener hijos), se deteriora el capital humano y la productividad…
El Contrato para la Igualdad de Oportunidades que ofrece Ciudadanos propone igualar los derechos de todos para que no sea el tipo de contrato, sino el esfuerzo, lo que determine el futuro laboral de un trabajador. Nuestro diseño ofrece una curva de indemnización creciente por despido que irá añadiendo unos días de protección cada año (empezando en un punto cercano al que ahora tienen los temporales y terminando al menos donde están ahora los indefinidos). De ese modo esperamos romper ese muro y que las empresas no despidan de más. En otras palabras, las empresas preferirán conservar un trabajador bueno y ya preparado que cambiarlo por uno nuevo si en vez de un muro, tienen una escalera.
Nuestro sistema tiene un enorme muro de separación de derechos entre los muy-protegidos indefinidos y los nada-protegidos temporales
Como hemos explicado muchas veces nos comprometemos a que la indemnización media de los trabajadores no baje (ahora está en apenas 13 días por año, por el altísimo numero de temporales). Tampoco perjudicará a los que ya tienen contratos indefinidos, porque no se aplica de forma retroactiva. Y lo que es más importante, más allá de la indemnización, la protección que tendrá un trabajador con nuestro contrato indefinido será mucho más alta que la que tienen ahora los temporales.
Pensemos por ejemplo en una mujer embarazada. Ahora tiene acceso a muy pocos derechos garantizados con un contrato temporal. Si tuviera un contrato indefinido como el que ofrecemos, tendría muchos más derechos en términos de acceso a protección judicial, por ejemplo.
¿Soluciona el contrato único todos los problemas de nuestra economía? Evidentemente no. Hasta que no reformemos el modelo productivo y dejemos de gastarnos el dinero en diputaciones e infraestructuras elefantiásicas, para invertirlo en educación e innovación, seguiremos teniendo muchos problemas.
¿Acabará el contrato único con toda la temporalidad? Tampoco. Nuestra economía tiene unos sectores como el turismo o la construcción que tienen un sesgo temporal natural. Pero incluso así, nuestras tasas de temporalidad son mayores que las de cualquier otro país de la zona euro, sector a sector. Repetimos: el objetivo del contrato único es acabar con el abuso de la temporalidad en aquellos empleos que no tienen nada de temporales.
Como el contrato único no es suficiente para solucionar los enormes problemas de nuestro mercado laboral ofrecemos muchas más mejoras en nuestra regulación. En primer lugar, nuestro programa incorpora un bonus-malus, parecido a los seguros de automóvil: las empresas que abusen en exceso de la rotación laboral (y por lo tanto, del sistema de prestaciones por desempleo) tendrán que pagar por ello, con mayores cotizaciones a la Seguridad Social. Por el contrario, las empresas cuya gestión de recursos humanos no se base en la rotación se verán recompensadas pagando menores cotizaciones.
En España además tendría la ventaja de que ayudaría a que emergiera mucha economía sumergida, porque los empleados tendrían incentivos a no cobrar en negro
Además, proponemos un seguro (o “mochila austríaca”) que pagarán las empresas a una cuenta personal del trabajador. De momento es pequeña (1% del salario), pero esperamos poder ampliarla con el tiempo. Es importante, porque solamente de esta manera podemos asegurar la portabilidad de derechos, algo clave para el futuro laboral al que nos enfrentamos.
En tercer lugar ofrecemos un complemento salarial que permitirá ofrecer salarios más altos a las rentas más bajas (una transferencia directa del Estado). No existe en la evidencia empírica y la experiencia internacional una política más efectiva contra la pobreza laboral, que al mismo tiempo incentive a trabajar y se pueda financiar. En España además tendría la ventaja de que ayudaría a que emergiera mucha economía sumergida, porque los empleados tendrían claros incentivos a no cobrar en negro.
En cuarto lugar ofrecemos una revolución en las políticas activas de empleo y formación, que los viejos partidos han sido incapaces de reformar (o han usado directamente para enriquecerse) con un paquete de medidas para volver a ofrecer una esperanza a los más de 3 millones de personas que llevan más de un año sin trabajar.
Y finalmente, ofrecemos, para reducir la precariedad de los autónomos, eliminarles las cuotas fijas, para convertirlas en costes variables a partir de que ganen por encima del salario mínimo.
Entiendo que haya partidos que tengan una visión distinta del mercado laboral. Pero precariedad (masiva) es lo que tenemos ahora. Y las soluciones que ofrecen los viejos partidos no han funcionado. Si tienen ideas nuevas para cambiar las cosas, que las expliquen. Estaremos encantados de escuchar.
(Antonio Roldán, 09/12/2015)
Todos los indicadores muestran que el empleo que se está generando es de peor calidad que el que destruyó la crisis. El nuevo empleo es tan precario que en España y en toda Europa se ha generalizado una nueva categoría laboral: la de los “trabajadores pobres”, a imagen de los tristemente célebres working poor estadounidenses.
Esta nueva categoría de trabajadores es la consecuencia de las políticas aplicadas para salir de la crisis que han rescatado el término “estancamiento secular”, acuñado en 1938 tras la Gran Depresión. Un paradigma de reducción del desempleo sin reducir la pobreza. ¿Qué define a los trabajadores pobres? Trabajo precario, temporal, inseguro, sumergido, fraudulento como los cientos de miles en nuestro país con contratos basura en ETT camuflados en supuestos “proyectos”.
¿A qué se debe este aumento, particularmente acusado en EE UU? En primer lugar, a la pérdida de poder de negociación de los trabajadores provocada por la legislación y prácticas antisindicales, y la débil defensa de los derechos laborales. A continuación, a un salario mínimo en caída libre sin justificación económica, como muestran los estudios comparativos de los mismos empleos y salarios en diferentes países. En tercer lugar a la depauperación y pérdida de poder adquisitivo de la clase media incapaz de mantener los empleos que dependían de su capacidad de gasto. Por último, a que desde la reforma de las políticas de bienestar estadounidenses de 1996 (Welfare Reform), las ayudas sociales y complementos de bienestar pueden recibirse mientras se trabaja (para incentivar la búsqueda de empleo, se dijo).
¿Cómo se ha llegado hasta aquí? Casi nadie discute ya la obsolescencia e incapacidad de la política económica poscrisis, un esquema que conduce al estancamiento. A pesar de la contundente evidencia que se iba acumulando, la crítica a la austeridad no prosperó hasta que se demostraron los errores de cálculo de los multiplicadores fiscales que miden las consecuencias de los ajustes fiscales. En nuestro país, la derecha todavía reivindica el falso “milagro económico” de la burbuja que provocó la pérdida de un ciclo económico completo, el 1993-2008. Sin consenso sobre el diagnóstico, ¿cómo va a haber acuerdo sobre la respuesta?
Las estadísticas y numerosos estudios demuestran la acumulación de renta y riqueza en los percentiles más altos, la transferencia de renta desde abajo y el centro hacia arriba, y el hundimiento de la renta media y mediana. En definitiva, la paulatina desaparición de la clase media y la expansión de la clase baja y la pobreza.
La desigualdad no solo debe ser combatida por sus destructivas consecuencias sociales, sino porque es el factor con cada vez mayor repercusión sobre el crecimiento y por su contribución al estancamiento. A más desigualdad menores salarios, mayor descapitalización de los trabajadores, aumento del desempleo estructural —o que se conoce como histéresis— y menos demanda.
El aumento de los trabajadores pobres y de la desigualdad son la consecuencia del marco institucional y de las reglas de mercado condicionadas por los poderes económicos: las modalidades de contratación en el mercado de trabajo, la financiarización de la economía, y la estructura de la propiedad —la de la propiedad intelectual permite eternizar determinadas rentas monopolísticas—. Este ordenamiento es la causa de que el mercado asigne o “predistribuya” una creciente proporción de renta hacia las élites.
Los cambios en el marco institucional deben tener en cuenta sus consecuencias sobre la desigualdad y la pobreza, siempre. En España, por ejemplo, al analizar propuestas como la del “complemento salarial”. Pues bien, en Estados Unidos ha quedado demostrado que complementar infrasalarios con ayudas condena a la pobreza extrema a los trabajadores que no pueden acceder a dichos complementos —jóvenes, personas sin hijos o que viven solas—, e incentiva la generalización y mantenimiento de esos infrasalarios. Ello ancla a todos esos trabajadores en la pobreza, reciban o no ayudas, en vez de contribuir a que abandonen esa situación. De facto se subsidian salarios de miseria en importantes sectores.
Desde 1996 el número de pobres no se ha reducido en EE UU, simplemente hay menos pobres parados y más pobres ocupados. Los críticos de aquella reforma defendían la incompatibilidad de salarios y ayudas con el objetivo de convertir el empleo digno y con derechos en la principal herramienta de lucha contra la pobreza, y tenían razón.
(Juan Moscoso del Prado, 01/06/2016)
La herencia que encontrará el próximo gobierno, si es que aparece alguien con suficiente categoría para merecerlo, se aproxima a un coctel explosivo que no explotará en cuatro años, pero sí seguirá minando la capacidad de crecimiento de la economía española.
Todas las variables se conjugan para reducir el crecimiento potencial de España
La falta de buenas estadísticas en general, y en materia laboral en particular, nos privan en España de conocer la tasa de paro real, lo que en EEUU se conoce como la U6, es decir aquella que mide no solo el paro clásico, sino incluyendo a aquellos ciudadanos que trabajan menos horas de las deseadas. En España, con la voladura descontrolada del mercado laboral llevada a cabo de forma coordinada por el PSOE y el PP, las empresas ya pueden emplear a trabajadores por menos horas de las deseadas, con salarios muy inferiores, aunque luego acaben trabajando en muchos casos, incluso más horas de las deseadas. Esta peculiaridad, consentida por una Inspección de Trabajo famélica, constituye una de las fuerzas motrices que ha permitido construir el falso mito del milagro económico español y presentar un balance de creación de empleo tan ficticio, como irresponsable.
El subempleo sigue creciendo a tasas exponenciales lo que elevaría la tasa de paro real al 24%-25%.
La primera pregunta, por tanto, es cuánto supone en España el subempleo. Como el INE no nos da esa cifra exacta, algunas estimaciones, apuntan a que casi dos millones de personas se situarían en el oscuro mundo del subempleo, es decir un 27% del total de ocupados. Ello nos situaría en el segundo puesto de la UE en esta estadística. Con ello, la cifra real de tasa de paro en España podría elevarse hasta el umbral del 24%, como en EEUU la sitúan en el 12%. Esta estadística no es muy utilizada por los economistas de moda, básicamente porque desmontaría la tesis liberal que cualquier empleo es mejor a no tenerlo, sin entrar a valorar las condiciones de empleo, salario y nivel de satisfacción del trabajador. Las empresas se benefician de una limitada capacidad del sector público para inspeccionar las prácticas abusivas que, en cualquier caso, tienen en muchos casos una cobertura legal auspiciada por los sucesivos cambios legislativos. Con ello, la cuenta de resultados de las empresas mejora vía costes laborales, y los más ingenuos apuntan a que gracias a ello, las empresas restituirán los derechos laborales y salariales, simplemente porque sus conciencias así se lo indican.
El maná del subempleo riega las cuentas de resultados al poder pagar menos por la misma jornada laboral real
La ausencia de cobertura de convenio colectivo en una mayoría de trabajadores, una conquista histórica de las tesis más liberales que el PP ha logrado sin apenas sangre, ha permitido configurar un panorama cada vez más desigual e insolidario. Mientras los trabajadores cubiertos por convenio han visto como, en media, sus salarios han crecido un 1,4%, el resto ha visto decrecer su masa salarial en un 0,3%. Esta perversión del modelo de relaciones laborales se deja notar especialmente en la hostelería y comercio, con sensibles descensos de la retribución, curiosamente en sectores en los que más ha avanzado el empleo, lo que sin duda confirma las peores sospechas: ha llegado para quedarse la desintermediación laboral. A partir de ahora, la empresa podrá negociar individualmente con el trabajador su salario y condiciones laborales, sin que nada, ni nadie se interponga en su camino. Incluso, se puede haber abierto la veda para pagar por debajo del Salario Mínimo Interprofesional, incluso para jornadas a tiempo completo.
Los trabajadores no cubiertos por convenio acrecientan la deflación salarial
Hemos iniciado ya la era de los trabajadores pobres y subempleados, para regocijo de las tesis más liberales que siempre han defendido la ausencia de negociación colectiva, la reducción de salarios y la flexibilidad total de contratación por parte de las empresas, maldiciendo la existencia del SMI. Por fin, un gobierno se ha atrevido a abrir, de forma irreversible, la espita de las rigideces que suponían la existencia de sindicatos, normativa laboral, inspección de trabajo y salario mínimo rígido e inexpugnable. Una vez removidos todos estos obstáculos que imposibilitaban la contratación, el panorama se aclara, se crea subempleo con bajo crecimiento y las empresas hacen y deshacen poco a poco sin las molestias sindicales, todo ello con el regocijo de PP y Ciudadanos.
Dado que el empleo se va a crear de forma masiva apenas va a aportar crecimiento de la productividad, los camareros del Sur de Europa, los salarios se irán deslizando a la baja, algo que ya empezó con la llegada masiva de trabajadores inmigrantes durante el episodio de la burbuja inmobiliaria. Por ende, es crucial no engañar a los ciudadanos en esta tesitura electoral. Ningún partido será capaz de revertir la legislación laboral impuesta por el PP, con la ayuda de los satélites académicos de FEDEA y otros lobbys empresariales, ya que está suponiendo que puedan presentar resultados brillantes en materia de subempleo, deflación salarial y beneficios rápidos sin conflictos laborales. Sin negociación colectiva no hay combate entre partes, algo que Francia sí está soportando, dada la enorme conciencia social que aún perdura en el país vecino, algo impensable en nuestro paraíso cada vez más austriaco.
Ningún partido político se atreverá a tocar el paraíso de relaciones laborales que ha creado la reforma laboral
Sin crecimiento de la productividad, sin mejoras en la formación y con un drama demográfico latente, ¿qué oportunidades tiene la economía española a medio plazo? La respuesta es clara: muy pocas, por no decir ninguna. El viento de cola se acaba, especialmente la bonanza del precio del crudo, por lo que volveremos a ver reducida la capacidad de compra de los consumidores, y el subempleo con menores salarios seguirá aumentando como única fórmula para que las empresas tengan cuentas de resultados medianamente saneadas, particularmente aquellas que pueden garantizar volumen de contratación en los meses centrales del año.
El gran problema surge a largo plazo, periodo no contemplado nunca por los partidos políticos, es decir lo que se conoce como el crecimiento potencial de una economía. La baja tasa de natalidad, el aumento de la esperanza de vida y el magro mercado laboral, junto a la deflación salarial, son el cóctel perfecto para el llamado invierno demográfico. Las últimas cifras del Banco de España ya estiman, con todos los problemas que tienen estas mediciones, que el crecimiento potencial de la economía española se sitúa en el 1,2% para el periodo 2020-2025, frente al 3% que se situaba una década antes de la crisis. Las causas son básicamente la reducción de la población, cuantificada en un 0,2% en dicho periodo de prospección, y el agotamiento de la incorporación de la mujer al trabajo que vivimos en las últimas décadas. Con la productividad estancada, a pesar del avance tecnológico no se logra una mejora en la retribución, y con la inversión constreñida por la restricción presupuestaria, nada hace pensar que tendremos un alivio que nos permita salir del marasmo en el que estamos y estaremos durante décadas. Más preocupante aún es que la tasa de paro estructural, sin sumar subempleo, se estancaría en el 14,5%, sencillamente dramática.
La tasa de paro estructural se sitúa en el 14,5%, sin subempleo, incompatible con la recuperación a largo plazo
Con este coctel ni siquiera otro shock derivado de la llegada de inmigrantes podría solventar la ruina esperada de nuestro sistema de pensiones, algo que tímidamente comienza a filtrarse entre la euforia irresponsable del gobierno en funciones, y el escenario imposible de cumplir por parte de la oposición, tanto el pacto burgués PSOE-Ciudadanos, como en la coalición Unidos-Podemos. En suma, si no crece la productividad ni la inversión, niveles de subempleo intolerables, reducción de salarios y no llegan masivamente inmigrantes, solo nos queda rezar porque la esperanza de vida se reduzca drásticamente. Algunos ya han empezado los ritos con el copago sanitario.
(Alejandro Inurrieta, 13/06/2016)