Islam 3             

 

Islam 3:
Oriente Medio:
Temo por la región más que en ningún otro momento de mis ocho años aquí», escribía el corresponsal de The Guardian en el Cercano y Medio Oriente, Martin Chulov, en junio en The World Today. El golpe militar en Egipto del 3 de julio, la creciente desestabilización en Libia y Túnez, el túnel bélico de Siria sin luz de salida, la movilización de los kurdos de cuatro países, la multiplicación de atentados en Líbano y en Irak, el limbo palestino a pesar de tres encuentros con Israel en un mes, los tímidos pasos del nuevo presidente de Irán y la dificultad de las democracias para elegir entre intereses y principios en la región justifica con creces sus temores. Walid Jumblatt, uno de los principales supervivientes de las guerras libanesas del último medio siglo, lo adelantaba hace meses, reflexionando sobre los avances rebeldes en Siria: «Es el fin del acuerdo de Sykes-Picot», el pacto entre Gran Bretaña y Francia de 1916 para repartirse los territorios del imperio otomano. Hace 20 años me dijo el vicepresidente, que sigue siéndolo, de Siria, Faruk al Shara, en su despacho de Damasco: «Si la minoría kurda, en cualquiera de los países de la región, consigue la independencia, todas las fronteras en la zona saltarán por los aires y será el caos». Esta semana se anunciaba una reunión de unos 600 delegados kurdos de unos 40 partidos de cuatro países de la región. La guerra civil libanesa, cerrada en falso a finales de 1990, y el protectorado kurdo facilitado por Estados Unidos en el norte de Irak tras la guerra por Kuwait de 1991 y el desafío de Al Qaeda abrieron la caja de Pandora. La invasión estadounidense de Irak en 2003, que despedazó el país en tres partes (la chií, la suní y la kurda), aceleró el proceso. La separación de los territorios palestinos de Cisjordania y Gaza tras el triunfo de Hamas en la guerra civil del verano de 2007 y, sobre todo, los conflictos de Libia y Siria desde 2011 lo han intensificado. La irrelevancia creciente de las fronteras, el debilitamiento y la confusión de las identidades nacionales, el retorno con fuerza de las sectas y de las religiones, y la consolidación de señores de la guerra en los Estados más frágiles (Líbano, Irak, Siria, Libia, Yemen…) ponen en peligro lo que queda del mapa del último siglo en la zona. Si es improbable un acuerdo entre los miembros permanentes del Consejo de Seguridad sobre la guerra en Siria por los vetos de Rusia y China, la simple mención de un nuevo pacto estratégico, tan necesario o más que hace un siglo, sobre la región parece una quimera. Esa fragilidad es una fuente permanente de incertidumbre, que se ve reforzada por –y, a la vez, agrava– las tensiones políticas, demográficas, sociales, económicas y religiosas, y los cinco desafíos estratégicos que amenazan con desencadenar guerras más destructivas. Esos desafíos son la nuclearización de Irán; la regresión violenta en las mal llamadas primaveras de 2011, sobre todo en Egipto; el terrorismo yihadista, que encuentra en los nuevos conflictos caldos excelentes de cultivo; la guerra de Siria, cada día más entreverada con la iraquí; y el eterno conflicto palestino-israelí. Como señalaba el profesor de la universidad neoyorquina de Columbia Jean-Marie Guéhenno el 1 de agosto en TheNewYorkTimes, con su complicidad o pasividad ante el golpe y las matanzas posteriores en Egipto, «Occidente, que nunca ha tenido buena imagen en la región, está confirmando las sospechas de muchos, perdiendo influencia y apostando por una alianza estratégica… que posiblemente no durará». La lección principal, para la mayor parte de los musulmanes (árabes y no árabes, basta con escuchar los mensajes de Jamenei, Asad o Al Zawahiri), es que Occidente «sigue más interesado en el acceso seguro a la energía de la región, en la lucha contra el terrorismo y en la seguridad de Israel que en la democracia o la justicia». Con el paso de los días cobra fuerza la hipótesis de que la acción de los militares egipcios ha sido una decisión planificada durante semanas, consultada con Riad y Washington, y motivada, por encima de todo, por la desastrosa gestión de Mursi y por el temor a que la Hermandad acabase con sus privilegios y con el acuerdo de paz con Israel. «Los Hermanos Musulmanes pretendían restablecer el imperio religioso islámico», declaraba Al Sisi a The Washington Post el 1 de agosto. «Sólo saben trabajar en la clandestinidad y no escucharon nuestros llamamientos a la reconciliación». Con su solución, Al Sisi ha conseguido convertir en realidad (clandestinidad y resistencia civil) su profecía en mes y medio. Como recordaba el 14 de julio en el diario Aydinlik el teniente general turco Ismail Hakki Pekin, ex jefe de los servicios secretos militares de su país, Israel es el único actor de Oriente Próximo y Medio que, hasta ahora, ha salido ileso del vendaval que azota la región desde 2010. La debilidad de sus enemigos históricos refuerza su posición comparativa y explica en buena medida el retorno de los palestinos a la mesa de negociaciones sin compromiso alguno de sus dirigentes. Israel da por hecho que la caótica transformación abierta en Oriente Próximo y Medio durará muchos años, y, sin tradición de pluralismo en los países árabes, considera inevitable fuertes tensiones, mientras todos los actores, internos y externos, luchan por ocupar el vacío de poder. La esperanza de contar con Turquía y Arabia Saudí como fuerzas de moderación en una transición tan delicada ha resultado un espejismo. La primera se ha convertido en pocos meses en parte del problema más que en vehículo para su solución y la segunda, decisiva en la actual crisis de Egipto y en vísperas de otra transición en la cúpula del régimen, está sometida a las mismas fuerzas disgregadoras internas que sus vecinos árabes. Prueba de ello es el éxito fulgurante de la campaña lanzada a mediados de julio en Facebook, Twitter y Whatsapp a favor de un aumento de salarios en Arabia Saudí. Es una protesta en toda regla, bajo el lema «El salario no cubre mis necesidades», iniciada desde abajo y desde fuera del Palacio Real y de la mezquita, a la que se han sumado millones de jóvenes con más de un millón de tuits diarios poniendo en evidencia los pies de barro del régimen saudí. En cuanto a Turquía, su veto de la invasión de Irak por el norte en 2003, su apoyo al programa nuclear de Irán, su acusación a Israel de «practicar una política genocida en Gaza» tras el asalto a la flotilla, sus bombardeos de objetivos kurdos en Irak, sus coqueteos económicos y militares con Rusia, y su negativa categórica a apoyar a los aliados de la OTAN en la coalición contra Gadafi deterioraron gravemente sus relaciones con Estados Unidos y con sus socios europeos en el último decenio. Aunque la desestabilización en Siria y la avalancha de refugiados en sus fronteras suavizó las diferencias desde 2011, el neo-otomanismo islamista de Recep Tayyip Erdogan está arruinando su prestigio internacional. La represión de los manifestantes que en junio llenaron la plaza Taksim en protesta contra el proyecto de reconstrucción del parque Gezi de Estambul y las durísimas condenas, el 5 de agosto, tras un proceso politizado de cinco años han resquebrajado el modelo turco en la región y han desprestigiado aún más a Erdogan. De los 275 sospechosos juzgados en el caso Ergenekon por supuesto golpismo, 258 fueron declarados culpables y condenados a penas durísimas: 19 de ellos, incluido el ex jefe del ejército, Ilker Basbug, a cadena perpetua. Su inmediata condena del golpe del 3 de julio ha colocado a Erdogan al lado de los perdedores (por ahora, mañana quién sabe) en Egipto, sin credibilidad alguna como mediador para más de la mitad de los egipcios. En un año el primer ministro turco ha pasado de modelo carismático a otro líder musulmán obsesionado en evitar que el ejército y la oposición turcos sigan los pasos de los egipcios, como ya han hecho en cuatro ocasiones desde 1960. El vínculo que Erdogan había empezado a formar con los Hermanos Musulmanes de Egipto desde la elección de Mursi sirve de poco con el ex presidente egipcio en la cárcel, su influencia en los palestinos se ha diluido y su capacidad para influir en la guerra civil de Siria se ha debilitado. Esa debilidad, al mismo tiempo, hace mucho más difícil una intervención exterior contra el régimen de Asad en defensa de la población o la imposición de zonas de exclusión aérea, enclaves protegidos y pasillos humanitarios para los civiles dentro de Siria. (Felipe Sahagún, 22/08/2013)


Más seguros, pero todavía vulnerables:
Diez años después del 11-S, un Grupo de Seguimiento de las 41 recomendaciones de la Comisión que investigó los atentados, concluye que los EEUU «son, sin duda, un país más seguro, pero no hemos logrado la seguridad que podemos y debemos tener». En un estudio de 24 páginas recién publicado por el Bipartisan Policy Center, se reconoce el enorme esfuerzo realizado en respuesta a los gravísimos daños humanos y económicos causados por Al Qaeda el 11 de septiembre de 2001. Entre esas respuestas destacan las 22 agencias, con 230.000 funcionarios, integradas en el nuevo Departamento de Seguridad Interior, con un presupuesto de más de 50.000 millones de dólares anuales; las 263 organizaciones nuevas o reconstruidas dedicadas al contraterrorismo; el establecimiento de la Dirección Nacional de Inteligencia (DNI) y del Centro Nacional de Contraterrorismo en 2004; los más de 80.000 millones de dólares anuales asignados a las 16 agencias de espionaje (más del doble que en 2001); las fuertes inversiones en seguridad en infraestructuras hidráulicas, energéticas, alimentarias, químicas y de transporte; y las profundas reformas en el FBI, la CIA y las demás agencias. Aunque poco antes de dejar la CIA por el Pentágono, en julio, Leo Panetta aseguró que «Al Qaeda está en condiciones de ser derrotada estratégicamente», el Grupo recuerda que «Osama Bin Laden ha muerto, pero Al Qaeda sigue viva». Y que está, desde la muerte de su fundador el pasado 1 de mayo, empeñada en vengarse. La rápida descentralización de la red, la multiplicación y dispersión de sus filiales -sobre todo en el sur de Asia, Yemen, Somalia y el Magreb-, el éxito que está teniendo para inspirar y/o reclutar por internet lobos solitarios locales dispuestos a suicidarse por la causa y la capacidad demostrada para innovar métodos de ataque (como los cartuchos de tóner para impresoras enviados en octubre del año pasado desde Yemen a sinagogas de Chicago por FedEx y UPS), obligan a extremar la alerta. El mayor peligro, según los sucesivos responsables de la DNI, es hoy el uso de internet por parte de los terroristas para desbaratar infraestructuras militares o civiles. Si muchos veían este riesgo hace apenas unos años como ciencia ficción, los ciberataques a países como Estonia desde Rusia, a empresas como Google desde China o a las plantas centrifugadoras iraníes, el año pasado, con el virus Stuxnet desde -suponemos- Israel, deberían hacerlos cambiar de opinión. De acuerdo con el detallado seguimiento de sus recomendaciones de 2004, el Grupo de Seguimiento, presidido por los mismos que presidieron la Comisión original -el ex representante de Indiana Lee Hamilton y el ex gobernador de New Jersey Thomas Kean-, reconoce que «se ha mejorado mucho la seguridad desde el 11-S, pero queda trabajo por hacer y deberíamos hacerlo cuanto antes». Los puntos más vulnerables que encuentran todavía en los EEUU son, en su opinión, resultado del incumplimiento de algunas de las principales recomendaciones incluidas en la investigación original de los atentados. Son los 10 siguientes: 1. La cooperación y el intercambio de información entre las 105 Joint Terrorism Task Forces (unidades antiterroristas) y los 72 Fusion Centers (centros de intercambio de datos y de cooperación) repartidos por todos los EEUU para investigar y perseguir el terrorismo es manifiestamente mejorable. ¿Cómo? Para empezar, aconsejan elevar el estatus de los analistas de inteligencia en todas las unidades al de los agentes especiales tradicionales. 2. La identificación de pasajeros y la detección de explosivos en aviones, a pesar de haber mejorado bastante, siguen teniendo agujeros inadmisibles. La generalización de la identificación biométrica en todos los aeropuertos ayudaría a tapar algunos de ellos. 3. 10 años después del 11-S, seis años después del Katrina y un año después del vertido de petróleo de la BP en el Golfo de México, «los EEUU aún no están preparados para responder con rapidez y eficacia a un desastre realmente catastrófico». Siguen careciendo, en primer lugar, de un mando único adecuado. 4. La recomendación de asignar 10 megaherzios -el llamado bloque D- del espectro de radio para una red de seguridad nacional pública sigue sin cumplirse por diferencias políticas aparentemente insuperables. 5. El Comité que debía haberse establecido para vigilar y asegurar la protección de las libertades civiles sigue en el limbo, mientras que la famosa Patriot Act, que permite a los servicios de inteligencia intervenir correspondencia y comunicaciones de los estadounidenses, se prorroga automáticamente. 6. El control legislativo de la seguridad nacional continúa regulado, según la Comisión, «por normas y resoluciones más propios de la economía del siglo XIX que del siglo XXI». El Congreso carece de un centro de supervisión, con lo que el Departamento de Seguridad Interior está obligado a comparecer ante más de 100 comités y subcomités federales y estatales diferentes, lo que convierte su trabajo en un infierno burocrático. 7. El director Nacional de Inteligencia carece de la autoridad, de los recursos y del acceso al presidente necesarios para coordinar con eficacia las 16 agencias de espionaje del país. Es una de las razones por las que, en seis años, han pasado por el puesto ya cuatro personas y todas se han ido frustradas. 8. Los EEUU siguen sin un sistema eficaz de emisión de partidas de nacimiento, como exige la Intelligence Reform and Terrorism Prevention Act de 2004. «Estas normas son imprescindibles para cerrar una puerta trasera por la que los terroristas pueden acceder a permisos de conducir», señala el informe. 9. El presidente Obama firmó varias órdenes ejecutivas nada más llegar a la Casa Blanca sobre el trato de los detenidos y prohibió el uso por parte de la CIA de métodos de interrogación no autorizados en el Manual de Campo del Ejército estadounidense -violaciones flagrantes de las Convenciones de Ginebra y de las leyes contra la tortura-, pero no ha sido capaz de cerrar, como pretendía en un principio, Guantánamo. 10. Los 10 miembros de la Comisión del 11-S -cinco demócratas y cinco republicanos- recomendaron por unanimidad hace seis años sin demasiado éxito respetar escrupulosamente las leyes y los derechos humanos. El grupo de Seguimiento, del que forman parte 12 personas -entre ellas un ex secretario de Justicia, un ex director de la CIA, el primer secretario de Seguridad Interior, Tom Ridge, y tres destacados especialistas universitarios en terrorismo- solicita ahora al presidente y al Congreso que se pongan de acuerdo y plasmen en un estatuto el sistema de detención, juicio, recogida de pruebas y procedimientos aplicables a los detenidos de Al Qaeda, de modo que pueda ser asumido por cualquier otro país y organización internacional. En su balance de la situación, la secretaria de Seguridad Interior, Janet Napolitano, reconocía la semana pasada que, «aunque ninguna de las amenazas de Al Qaeda es creíble, debemos permanecer vigilantes». En una encuesta publicada el 2 de septiembre por USA Today y Gallup, el 38% de los estadounidenses veía todavía «un peligro inminente» de nuevos ataques. En declaraciones a la CNN, el 16 de agosto, Obama considera hoy más probable el ataque de «un lobo solitario» que un ataque masivo, coordinado y tan destructivo como los del 11-S. (09/09/2011)


Daesh:
Oriente Próximo ha sido un foco de inestabilidad centrado durante muchos años en el interminable conflicto israelí-palestino: la pelea por la tierra y el enfrentamiento de dos monoteísmos excluyentes han concentrado en muy pocos kilómetros cuadrados guerras, intifadas, refugiados, terrorismo y mucho sufrimiento, y han hecho fracasar a no menos de 58 planes de paz por miedo a hacer concesiones, por divisiones internas de unos y otros, y, en definitiva, por falta de voluntad real. Pero últimamente la situación regional se ha complicado con la desaparición de la URSS y el descontrol de los dictadores de su órbita(Irak nunca hubiera invadido Kuwait con un Moscú vigilante); el repliegue americano (strategic restraint) y el vacío y las desconfianzas que suscitan los efectos y frustraciones derivadas de la primavera árabe, que de sueño ha devenido en pesadilla; la autosuficiencia energética americana y su menor dependencia del Golfo; la crisis del sistema territorial establecido por los acuerdos Sykes-Picot en 1916 y el enfrentamiento entre suníes y chiíes, que se extiende como un reguero de pólvora por toda la región. No hay quién de más. El resultado son conflictos en Siria, Irak, Yemen y Libia mientras el Estado nacional se hunde ante el empuje de movimientos milenaristas que quieren crear un Califato que una a todos los musulmanes bajo una misma autoridad política y religiosa. Son conflictos vinculados entre sí: El Asad aguanta en Damasco porque le apoyan Irán y Hezbolá (además de Rusia) y porque las demás opciones parecen peores al haberse impuesto los islamistas radicales a la oposición nacionalista laica; el odio entre chiíes y suníes permite en Irak el crecimiento del Estado Islámico, mientras las diferencias religiosas entre saudíes e iraníes les impiden aunar esfuerzos para atajarlo; Arabia Saudí e Israel recelan del reciente pacto nuclear con Irán porque más que la bomba temen su regreso a la geopolítica regional como gran potencia chií; los saudíes se enredan en Yemen porque ven (interesadamente) en la revuelta de los Huthi la larga mano de Irán; Israel se enroca —quizás comprensiblemente— ante la inestabilidad que predomina en su entorno mientras afianza su ocupación de Cisjordania, arriesgando así su futuro como Estado judío y democrático; Líbano y Jordania se asfixian bajo cuatro millones de refugiados sirios que también llegan a Turquía, Grecia e Italia; los kurdos aprovechan el desorden de Irak para afianzar su autonomía; y en Egipto el regreso de los militares ha frustrado las esperanzas democráticas de Tahrir mientras el ostracismo de los Hermanos Musulmanes ha dejado a Hamás sin un aliado vital. Podría continuar, es un puzzle donde todas las piezas están relacionadas pero no encajan. Pero el problema más grave es la amenaza de ese engendro escapado del medievo pero con tecnología del siglo XXI que llamamos Estado Islámico o Daesh, que tiene una base suní inspirada en el tradicionalismo wahabita y en el salafismo yihadista, que pretende recuperar la pureza del mensaje del islam primitivo y que se alimenta del odio y de agravios —reales o fingidos— de los suníes contra los chiíes. El Daesh controla un territorio equivalente a la mitad de España, se financia con petróleo y ha incendiado la región con al menos siete conflictos diferentes: exacerba los problemas locales en Irak y Siria azuzando a los suníes contra los chiíes y por eso recibe el apoyo de tantos suníes (Ramadi, Palmira); un conflicto regional que involucra a Arabia Saudí e Irán, líderes de ambas facciones; un conflicto internacional porque el Califa se titula líder temporal y espiritual de toda la umma, la comunidad de los creyentes, desde Marruecos hasta Indonesia, sin olvidar otros territorios que un día estuvieron islamizados como Al Andalus. Ya ha puesto el pie en Libia desde donde se quiere extender a Túnez y Argelia (atentados de Susa) y amenaza a la propia Europa con echar al mar a millares de refugiados, mientras en Nigeria cuenta con la adhesión de Boko Haram. Es, además, un conflicto a muerte entre fanáticos: los del Estado Islámico y los de Al Qaeda; un conflicto ideológico entre creyentes y laicos (y entre moderados y progresistas); y un conflicto religioso que opone a musulmanes con cristianos y otras minorías. Es, finalmente, un conflicto entre el siglo VII y el siglo XXI: teólogos del Daesh debaten sobre si los yazidíes (secta chií) son musulmanes o infieles. En el primer caso habría que exterminarlos por blasfemos pero si son infieles bastaría con reducirlos a la esclavitud, resucitada como práctica cotidiana junto la crucifixión o las decapitaciones. También destruyen estatuas con una furia iconoclasta propia de siglos pasados. Enfrentarse a todos estos conflictos superpuestos, esta amenaza global, es una tarea de titanes porque los maleantes proliferan y no hay gendarmes. Excluido el envío de tropas, la estrategia debe centrarse en debilitar al Estado Islámico más que en intentar destruirlo, cosa que no parece posible a corto plazo (actualmente delega competencias para evitar ser descabezado). Pero es imperativo evitar que se extienda y para ello debemos apoyar a la resistencia laica en Siria, a los peshmergas kurdos en Irak, y la formación de un gobierno de concordia en Libia; favorecer un gobierno más inclusivo en Irak que no margine a los suníes; evitar que el Daesh venda petróleo para financiarse, mientras azuzamos sus diferencias con Al Qaeda para que nunca unan fuerzas; tenemos que dar la batalla en Internet y en las redes sociales (que estamos perdiendo) para que no sigan reclutando combatientes; y, finalmente, hay que fomentar la colaboración entre Arabia Saudí e Irán contra el Estado Islámico, que es su enemigo común. Pero las potencias regionales no colaboran: Egipto se mira el ombligo, enfrascado en una feroz represión interna; Arabia Saudí está enfangado en la guerra de Yemen mientras se afianza el nuevo monarca; Erdogan se ha embarcado en una deriva autoritaria e islamizante que nada bueno augura; Israel lleva 65 años sin conseguir normalizar las relaciones con sus vecinos, en un monumental fracaso diplomático-político. La buena noticia estos días es el acuerdo de Viena con Irán que aunque afirma que no cambiará sus políticas y contará con más dinero, probablemente estemos exagerando su influencia. Un acuerdo que puede ser precursor de otros desarrollos diplomáticos que quizás permitan un realineamiento geopolítico regional a medio plazo que sustituya al heredado de la descolonización y de la Guerra Fría, claramente obsoleto. Un nuevo equilibrio basado en un progresivo juego de influencias entre Arabia Saudí, Israel, Turquía, Irán y Egipto. Y esto es lo que algunos temen y quieren hoy torpedear. Por eso a corto plazo continuará la inestabilidad y la incertidumbre. Evitarlo exige una involucración más activa de la comunidad internacional. La reciente negociación con Irán marca el camino a seguir. No es fácil pero tampoco debiera ser imposible. (Jorge Dezcallar, 28/07/2015)


Revueltas:
La primavera árabe es la cuarta tentativa de democratización o, mejor, de reclamación de un lugar independiente en el mundo de los pueblos árabes. Todas las anteriores, a salvo de la peleada e inconclusa experiencia tunecina, entraron en barrena. La primera oleada es la de las independencias, aunque solo imaginadas. El Reino Unido, que había convertido Egipto en protectorado por exigencias de la Gran Guerra, concedía una independencia solo de palabra, en 1922, operación que repetiría en 1936 con parecidos afeites. Pero el Canal no se toca. Tras la victoria de las potencias occidentales en la guerra del 14-18, Londres otorga a la exprovincia otomana de Irak otra independencia de mentirijillas en 1932, y Francia, como heredera de Roma más apegada a los nominalismos, únicamente se retira de Siria y Líbano a fin de los años 40. Hay que esperar a la década de los 50 para que el Norte de África se libre de sus potencias protectoras. Argelia, caso único, arranca la independencia de París con las armas en la mano en 1962, mientras que Rabat elige el paso de tortuga en una imitación semiconstitucional de las monarquías europeas; Túnez, bajo el agnóstico Burguiba, moderniza el país, lo que explica la presente primavera tunecina, pero no democratiza; y Libia permanece en la inopia tribal. Salida en falso. La verdadera independencia de Egipto solo llega con Gamal Abdel Nasser en 1952-54 —el Canal sí se toca—; y en Irak, en 1958, con el derrocamiento de la dinastía; Líbano se convierte en el Club Mediterranée de la política, una neutralidad que no amenaza a nadie; y la dictadura militar siria entra y sale del dominio de El Cairo. El gran tribuno egipcio pone en práctica una confusa embrocación llamada socialismo árabe, que impone una medida de justicia social, pero bajo una viciosa dictadura. Nasser, que muere a los 50 años en 1970, no conseguirá ser un primer Mandela. Es el tiempo de la guerra fría árabe, de pro-occidentales contra no alineados, que se resume con la derrota del panarabismo nasserista. La tercera oleada recorre los años 70 y 80 con la infitah, apertura a Occidente, del presidente Sadat de Egipto, así como el crecimiento de Arabia Saudí, donde el petróleo brota dando una patada en el suelo, al frente de los regímenes conservadores suníes frente al chiísmo iraní, sirio, y hoy parcialmente iraquí. Y el apabullante triunfo de Israel en la guerra de 1967 hace como que hiberna al pueblo palestino, que solo aparece en los sismógrafos árabes a guisa de lamentación. Y así se llega a la última oleada, la de la primavera de 2011, que fuerza el derrocamiento de Hosni Mubarak en Cairo y Ben Alí en Túnez. Pero que tiene un doble carácter, porque tanto es una reivindicación de ese lugar en el mundo en la pugna tunecina como en la criminal irrupción del Estado Islámico. Ese es hoy el gran enfrentamiento dentro del sunismo, entre un presunto califato, cuyas raíces se afincan en la universal derrota frente a Israel, y las pulsiones más o menos democratizadoras. Una guerra que puede decidir el futuro del mundo árabe. (M. A. BASTENIER, 21/01/2016)


Modernización:
En su autobiografía, Victor Kemplerer escribió que las palabras configuran el pensamiento. Es la versión actualizada de la concepción vigente en la China clásica de que la incapacidad para encontrar las designaciones adecuadas es la puerta del caos. Algo de esto viene sucediendo a partir de los atentados de París, cuando pudimos observar cómo entre jefes de Estado, políticos y líderes de comunicación ha prevalecido un tenso mutismo a la hora de dar con las palabras adecuadas para nombrar la identidad de los terroristas y las causas de su actuación. No hay que ir muy lejos para buscar los ejemplos: en los pasados debates electorales, todos los recursos fueron buenos para evitar cualquier término que incluyese el adjetivo islámico. Claro que a Obama le pasó lo mismo. Abundan eufemismos vagos y difusos, tales como las expresiones “terrorismo internacional” o lucha de “civilización contra barbarie” y al mismo tiempo se alude al carácter yihadista de los atentados. Consecuencia: en medio de una maraña de palabras, se instala un vacío de significación susceptible de ser ocupado por los mensajes simplistas de los grupos xenófobos, mucho más eficaces, o por una sensación generalizada en la opinión pública de encontrarse ante un fenómeno indescifrable. Difícilmente se podrá elaborar un diagnóstico acertado de la amenaza presente si no somos claros, en el sentido orteguiano, al determinar su raíz. El origen de los grandes atentados de París, Estambul y antes de Mumbai se encuentra en el conflicto que tiene lugar en el seno del islam entre una ideología, el islamismo radical, y la modernidad. Conflicto que coloca a este islamismo en una situación de contienda declarada unilateralmente contra los musulmanes liberales y contra Occidente; esto es, una guerra entre quienes quieren islamizar la modernidad y los que intentan modernizar el islam. La ideología islamista busca aherrojar la vida pública y se nutre de un tajante rechazo a los valores democráticos occidentales: la libertad de expresión, cauce a su juicio de la blasfemia y la libertad sexual de las mujeres y de los homosexuales. Se alimenta del antisemitismo y del odio a Occidente, y explica los males que acechan a todos los musulmanes en clave de conspiración o humillación. El paquistaní Hussain Haqqani ha precisado que eso no nace el 11-S, y representa una constante que reaparece en el mundo islámico cada vez que, tras siglos de dominio, se ha enfrentado a una crisis de pérdida de poder, como la que tuvo lugar cuando la modernidad cuestionó algunas de sus premisas. Lo que sí resulta novedoso es la dimensión que ha alcanzado, dentro de la globalización, donde gracias a las redes sociales su ideología se difunde por un ámbito transfronterizo difícilmente controlable. En la actualidad el islamismo radical, como cualquier propuesta subversiva, proporciona una vía de empoderamiento a los jóvenes, tanto europeos como del mundo musulmán, que se enfrentan a una crisis de identidad y a la amenaza real de marginalidad en sus sociedades. El objetivo del radicalismo es establecer un orden teocrático gobernado por la 'sharía' Aun admitiendo que los errores de Occidente alimentasen semejante crisis, la responsabilidad es compartida. Nos lo recuerda el escritor Kemal Daoud al afirmar que el Estado Islámico tiene una madre, la invasión de Irak, pero también un padre, Arabia Saudí. De ser aquella la causa, cabría justificar una respuesta similar por parte de la población cristiana de Oriente Próximo, sometida a un acoso permanente y amenazada de extinción. Resulta innegable que la deriva del islamismo radical es de carácter religioso, pues su objetivo consiste en establecer un orden teocrático gobernado por la sharía. Para legitimar el uso de la violencia se apoya en la lectura literal de los fragmentos violentos de los textos sagrados. Lecturas selectivas estas que en cualquier caso son tan plausibles como las de otro sesgo que realizan tantos musulmanes. Esta deriva resulta posible porque sin una autoridad centralizada en el islam suní, a diferencia del cristianismo con la Iglesia, la referencia última es el Corán, posibilitando una interpretación literal, que por otra parte es la más clara y directa. ¿Por qué es importante insistir en esta cuestión? Desde luego, no para entrar en un concurso de violencia entre religiones, sino porque a largo plazo cualquier solución a este conflicto está supeditada a revisar la dimensión belicista de los textos sagrados que inspira a la minoría yihadista. Ello implica contextualizarla en su dimensión histórica, respetando la construcción teológica de valor universal. Hay un grupo creciente de musulmanes progresistas que abogan por esta vía, como Mohamed Charfi, Hirshi Ali, Maajid Nawaz, Irshad Manji, o Ali A. Rizvi, por citar algunos. Pero también existe un creciente número de voces en los países islámicos que demanda apertura y pluralismo. Por ello es responsabilidad de todo Gobierno combatir al islamismo radical. Conocerlo, investigarlo y analizarlo. Designar sus conceptos constituyentes, desde los más permisivos a los más beligerantes, como la acepción bélica de la yihad. En medio se encontraría la subordinación de la mujer, el discurso del victimismo o la persecución de las doctrinas heréticas. En este repertorio de ideas y conceptos, no todos apelan directamente a la violencia, pero aun así proyectan una visión del mundo que divide a la sociedad en categorías excluyentes; antesala inevitable para el proceso de radicalización. Es responsabilidad de todo Gobierno combatir el islamismo radical y señalar su presencia De igual modo es necesario señalar la presencia de ese radicalismo allí donde se exprese: de las mezquitas a la Red. Aislar sus contenidos, denunciarlos y contrarrestar la narrativa radical. Lo ideal sería implicar en esta labor a los sectores activos, en especial musulmanes, de toda la sociedad. El islamismo radical es el obstáculo, y no una religión, el islam, ni un colectivo, los musulmanes, instrumentalizados por aquel. Si silenciamos el componente doctrinal de este conflicto entre islam y modernidad, socavamos el esfuerzo y sacrificio de individuos como Taslima Nasrin, de Bangladesh, condenada al ostracismo desde hace décadas por criticar a los fundamentalistas, o Raif Badawi, quien por crear en Arabia Saudí un blog para debatir cuestiones de política y religión, fue condenado a 1.000 latigazos. Son muchos los activistas de los países musulmanes que están arriesgando sus vidas por disfrutar de los mismos derechos y libertades que nosotros gozamos aquí y que reivindicamos en esta lucha de la “civilización contra la barbarie”. Europa podría proporcionar el marco desde el que facilitar a los musulmanes progresistas la apertura de un debate que contrarreste el relato del islamismo radical y permita acomodar al mundo islámico a los tiempos que vivimos. Esta sería la aportación a la umma, la comunidad de los creyentes. Un islam plural, abierto y tolerante, como deseamos nosotros, y desea buen número de musulmanes. (Eva Borreguero, 23/01/2016)


Revisión:
Quiero en estas líneas arrojar algo de luz sobre el fenómeno que nos tiene consternados a todos desde hace un tiempo: ¿cómo podemos neutralizar las raíces del yihadismo que surge en el corazón de Europa? Voy a intentar responder a esta cuestión desde los parámetros de esa visión filosófica que inauguró Eugenio Trías: una cosmovisión que se ha dado en llamar la mentalidad fronteriza. Trías diagnosticó, años antes que Huntington, que el choque de civilizaciones aparecería en forma de neurosis. Tomando el modelo de Freud, anticipó que si en Occidente no éramos capaces de encauzar adecuadamente una pulsión vital de los orientales, esa fuerza reprimida surgiría por vía espuria, es decir, por medio de manifestaciones neuróticas. ¿Cuál es esa pulsión? La de sostener creencias ultramundanas en una sociedad hiperfisicalista como la nuestra. Ninguna opinión honesta, desinteresada, puede negar la eficacia de la prosperidad económica y tecnológica en la consecución de la felicidad. Cualquier persona con salud de juicio, que sepa abstraerse de presupuestos ideológicos, viva en Oriente u Occidente, reconoce con claridad que la mejora de las condiciones materiales de la vida es necesaria (acaso imprescindible) para sentir gozo interior y satisfacción con la vida. El problema no yace, pues, en que el progreso material amenace el bienestar subjetivo de creyentes tradicionales. Tampoco reside en que, como decían Marcuse y Habermas, la ciencia y la técnica sean, en Occidente, una ideología. Sino, más bien, en lo que indicó Eugenio Trías. Éste ve necesario que pensemos las cosas y orientemos nuestras vidas según un tipo de racionalidad ponderada o fronteriza. Es decir, con arreglo a un modo de ver y decidir que esté basado en la argumentación lógica y verdades científicas pero que se halle orientado a un horizonte místico en lugar de limitarse a los aspectos empíricos de la existencia. Podríamos acaso denominar esa facultad como la inteligencia visionaria. Se trataría, así, de introducir ideas trascendentes en nuestros proyectos racionales de vida; de abrirnos las compuertas místicas que puedan producir efectos de sentido en nuestra cotidianidad. Pues para Trías nos hallamos “en tiempos de ocultación: cuando el brillo de esa aurora deja de resplandecer. Son los tiempos que corresponden a la Edad de Hierro en la cual la lanza no es ya símbolo de rescate y salvación, sino instrumento dia-bálico de ruina y perdición”. Así las cosas, se podrían adoptar, al menos, 4 posibles estrategias para neutralizar las raíces del yihadismo que brotan en Europa: Eugenio Trías diagnosticó que el choque de civilizaciones aparecería en forma de ‘neurosis’ 1. Persuadir a nuestros amigos y conocidos con raíces, procedencias o afinidades islámicas sobre la necesidad de actualizar sus creencias religiosas en concordancia con las verdades sociales, científicas y filosóficas que hoy hemos descubierto. Las formas más modernas y laicas del islam han demostrado que esa actualización no puede tener lugar como consecuencia de una reforma espiritual. El islam pide a gritos, sin darse cuenta, una transvaloración de sus valores (Nietzsche). El término “actualización” no significa únicamente poner al día. Significa, en primera acepción, realizar las potencialidades propias. Es Aristóteles quien desarrolló extensamente esta noción. Distinguió entre dos modalidades bien diferentes de ser: ser en potencia y ser en acto. La potencia (dynamis) es la fuerza que impulsa a algo hacia un estado de cosas. Éste es concebido, por ello, como finalidad o realización. Cuando este objetivo se hace presente se le denomina acto (enérgeia). La actualización es, según la teoría aristotélica, el estado de plenitud de algo, siempre que entendamos ese perfeccionamiento como el cumplimiento de una propensión definitoria. Algo se perfecciona cuando culmina su tendencia natural o logra la finalidad para la que surgió. Actualizar algo es convertir en hecho real la fuerza que hay en él; ésta es siempre una causa latente; el acto, su resultado o fruto real. El islam necesitaría de un cambio en este sentido; un cambio tal como lo definió Aristóteles: la transformación de su finalidad propia en hecho; la coronación de su meta característica; la realización de su cometido distintivo. Y ¿cuál es esa causa final en el caso del islam? La integración social; la unificación de la ciudad, de la nación, del pueblo. 2. Debemos recordar a nuestros amigos musulmanes que, sin embargo, esa cohesión social (meta y sentido más propio del islam) se debe entender en el momento actual (segunda acepción de “actualizar”, en el sentido de poner al día) en clave planetaria, como consecuencia de la unión física de los humanos de todo el mundo provocada por Internet y del descubrimiento (tras cartografiar nuestro genoma) de que hay una única raza humana. Además, requiere explicar a las mujeres islámicas de nuestra sociedad que esa actualización exige su equiparación en oportunidades y funciones a los varones, pues tal como ha expuesto el prestigioso economista del Banco Mundial Augusto López-Claros, la participación de las mujeres musulmanas en la toma de decisiones sociales rebajaría exponencialmente el integrismo islamista. Sólo cuando el islam sea capaz de cumplir su finalidad para la que surgió como religión y mensaje espiritual –que es contribuir a la integración social–, podrá decirse que se ha actualizado en ambas acepciones. 3. Pero debemos también predicar con el ejemplo. Debemos romper en cada dicho, en cada acto y en cada gesto de nuestro día a día las fronteras mentales y ficticias de nación, religión o cultura. Como ha estudiado muy bien Jeremy Rifkin, la nueva identidad que nos va a servir de fortaleza de protección y prosperidad no es la comunidad de nuestros hermanos en la religión, nuestros compatriotas de nación o nuestra sociedad lingüística, sino nuestra especie (el género humano). 4. Otra modalidad de ejemplificación que debemos emprender los occidentales no islámicos es la de forjar modos de vida, privados y asociativos, en los que se constate que una sociedad libre y tecnificada como la occidental puede ser la mejor matriz para desarrollar esa inteligencia mística o visionaria. Hace falta, para ello, que los defensores de la libertad cultivemos día a día esa capacidad de inteligencia imaginal (como diría Trías) y aprendamos a temperar el pragmatismo utilitarista con creencias razonables en lo arcano. (Arash Arjomandi, 02/02/2016)


Bruselas: Miedo:
La venganza de Daesh no se ha hecho esperar: la detención del cabecilla y cerebro de los atentados de París por la Policía belga requería de una respuesta, y esta han sido los atentados en el corazón de la capital de Europa. Nuevamente, la primera impresión es la de que las Democracias no son capaces de prevenir y evitar las acciones del terrorismo internacional. Después de los atentados, después de los muertos inútiles, los heridos y los estragos contra los bienes y la confianza pública, las Democracias pueden investigar, perseguir, detener y juzgar, y es frecuente que en ese trabajo, gracias a las nuevas tecnologías, a las grabaciones de televisión, a los gps, se consigan resultados. Pero no es posible tener vigilados y controlados a todos los potenciales terroristas. El discurso de la demagogia xenófoba los señala como perfectamente identificables, convirtiendo a millones de personas de otras etnias o religiones o nacionalidades en sospechosos preferentes. Pero ese perfil no se ajusta a la realidad: muchos de los identificados o detenidos como responsables de las acciones terroristas de Nueva York, Londres, Madrid, París y ahora Bruselas, no responden en absoluto a un perfil prefabricado. La mayor parte son jóvenes nihilistas y desahuciados, perfectamente confundibles con los jóvenes sin ocupación ni futuro que pueblan nuestras ciudades. Frente a la impunidad con la que se perpetran las acciones terroristas, se producen reacciones irracionales. Desde la reclamación de más seguridad, más medios policiales, más respuesta militar, a la petición imposible de regreso a las autarquías nacionales, de cierre de las fronteras a todo el que sea diferente, o de guerras globales contra el terror, con ejércitos que ocupen lejanos valles y montañas. Pero todo eso son mentiras de políticos y traficantes de certezas: el terrorismo no va a acabar con más gasto en seguridad, más controles en aeropuertos y fronteras, ni renunciando a nuestras libertades, ni metiéndonos a los que no somos terroristas en una cárcel de controles y vigilancias sin cuento. El terrorismo no va a acabar por desplegar los ejércitos del mundo civilizado en los territorios donde se alienta el terror, no concluirá con bombardeos selectivos, uso de drones o más dinero para la CIA. Tampoco va a terminarse con más cultura, más educación o más decencia pública. La única verdad es que no hay recetas para acabar definitivamente con el terrorismo. Se ha convertido en una forma de guerra, propaganda y dominio, y no va a desaparecer. Hay que asumirlo y combatirlo, como se asumen y combaten otros delitos: con prevención, propaganda, policía y justicia. Aislándolo cuando se pueda, secando sus fuentes de financiación, destruyendo sus bases militares, sancionando ejemplarmente a sus cómplices políticos. Pero aun así, no se va a acabar definitivamente con él, mientras haya gente dispuesta a morir matando. Y de ese material, esta humanidad enferma anda sobrada. Por eso, la única concesión que no puede hacerse al combate contra el terrorismo es la renuncia a la libertad y su manifestación más cotidiana, que es la normalidad. El espectáculo del Parlamento Europeo desalojado en Bruselas, los transportes ciudadanos paralizados y el país detenido es el espectáculo que quieren los terroristas, que alimenta al terror y a quienes se benefician de él. Es mentira que se pueda acabar con el terrorismo, como no se puede acabar con la violencia machista, con los accidentes aéreos o con las catástrofes naturales. Lo que sí se puede es no ceder al miedo, reaccionar al terror con sensatez, defendernos sin perder lo que de verdad nos define, impedir que el terror nos gane la partida. (Francisco Pomares, 23/03/2016)


Nuestra estrategia contra el terrorismo:
El buen amigo Joan Safont tuiteó, hace pocos días, que los europeos nos tendremos que acostumbrar a vivir como los ciudadanos de Israel. Pensé que era una metáfora que invita a pensar el problema más grave que sufrimos con una dosis inusual de sinceridad, no exenta de provocación. La proliferación de atentados yihadistas en varias ciudades –especialmente en Francia y Alemania– rompe la idea sobre la que se había construido la convivencia en Europa occidental desde 1945: la confianza. La seguridad colectiva en las democracias europeas partía de la confianza y del convencimiento de que las amenazas existentes –incluso las acciones de los grupos terroristas y de delincuencia organizada– podían ser combatidas y contenidas con los instrumentos policiales y jurídicos. La violencia política y la mafiosa podían golpear pero casi siempre quedaba claro que –también en los peores momentos– los políticos y los funcionarios sabían lo que se tenía que hacer y conocían bien el perfil del enemigo. El yihadismo ha descolocado a los gobiernos occidentales. A diferencia de los terrorismos tradicionales, este nuevo enemigo es global, transnacional, suicida, se organiza en red y tiene capacidad de formar fácilmente sus combatientes en es­cenarios de guerra convencional. Además, por su naturaleza, el terrorismo yihadista es una cerilla que puede incendiar es­pacios multiculturales, generar movimientos reaccionarios y populistas y poner en peligro los principios que sustentan las sociedades abiertas, pluralistas y respetuosas con los derechos humanos. No es ningún secreto que uno de los grandes objetivos del yihadismo es conseguir que las democracias creen excepciones polé­micas que desfiguren su razón de ser. La vieja lógica de acción-reacción quiere –en el cálculo más perverso de los ideólogos ­yihadistas– una Europa rota, desmoralizada y con gobiernos autoritarios dispuestos a despreciar las libertades esenciales para hacer la guerra contra los soldados del ­Estado Islámico que surgen donde menos lo pensamos. En este contexto, quiero formular dos preguntas: ¿qué puede hacer la ciudadanía europea en general?, ¿qué pueden hacer los europeos de fe musulmana? Mientras los gobiernos se enfrentan como pueden y saben al gran desafío (Francia lo hace de una manera, Alemania de otra), la po­blación gestiona el miedo, el desconcierto y la rabia. Ges­tionar estos sentimientos no es fácil y nadie nos enseña cómo hacerlo. El sentido común puede ayudar, pero este tiene que remar contra discursos que pueden confundir o alimentar actitudes negativas. Por ejemplo: hay que hacer un gran esfuerzo por prevenir la islamofobia, pero la mejor manera no es prohibir ciertos debates ni esconder determinadas informaciones, ni tratar con paternalismo condescendiente a las comunidades musulmanas de nuestras ciudades. De la misma manera que debemos exigir a nuestros gobernantes que la lucha contra el yihadismo no se haga aparcando los valores y las reglas que dan sentido a la democracia, hay que exigir a todos los responsables religiosos musulmanes de Europa que sean contundentes y activos en la denuncia y prevención de la radicalización de los jóvenes que se sienten atraídos por la llamada totalitaria. Hace muchos años –desde primeros de los noventa– que el profesor Gilles Kepel ha explicado a fondo que en Europa está en juego la evolución del islam. Nuestros países son el teatro de una guerra – fitna– entre musulmanes que quieren adaptarse a la modernidad y musulmanes que participan de una visión integrista y totalitaria de la fe. Es difícil separar el yihadismo y la cap­tación de jóvenes por parte del Estado ­Islámico de esta pugna entre una religión dispuesta a asumir el legado de la Ilustración y la democracia y una religión que es un sistema cerrado al margen de los valores básicos europeos. Hace diez años, ­Kepel ponía el foco sobre el reto principal: “En el conjunto de Europa occidental, ­viven más de diez millones de personas originarias del países musulmanes. La mayor parte de sus hijos han nacido en el Viejo Continente, han sido enseñados en escuelas, educados en sus lenguas, aculturados en sus costumbres y usos sociales de sus clases populares. La batalla de Europa, por lo que respecta a ellos, se libra en dos polos contrarios –en medio de los cuales la masa de estos jóvenes se abre camino en función de múl­tiples factores determinantes individuales–”. La detención ayer de dos hermanos en Arbúcies, acusados de financiar presuntamente al Estado Islámico, abre muchos interrogantes sobre lo que hoy entendemos por integración y por arraigo. ¿Viviremos en París, Berlín, Londres, Roma, Madrid o Barcelona como se vive, desde hace décadas, en Tel-Aviv? Madrid ya sufrió el 11-M, hay que tenerlo presente. ¿Qué podemos hacer para convivir sin ­enloquecer con esta guerra que algunos no quieren llamar así? El asesinato de un cura anteayer en Normandía nos recuerda –por ejemplo– que las sinagogas están ­protegidas, desde hace años en Europa, por la policía. Tengo más preguntas que respuestas, lo siento. Pero es mejor hacerlas en voz alta. (Francesc-Marc Álvaro, 28/07/2016)


Conexión:
Ser musulmán en Occidente en 2016 significa soportar que al menos tres grupos pongan en tela de juicio a diario la “compatibilidad” de nuestra fe con los valores modernos, pacíficos y democráticos: los racistas e intolerantes que no son musulmanes, los musulmanes fundamentalistas y, sobre todo en países como Francia, los laicistas histéricos. Aguantar estas críticas constantes puede llegar a ser verdaderamente descorazonador. Pero desgraciadamente también significa, para colmo de males y cada vez con más frecuencia, oír cómo nos “defienden” personas e instituciones que se creen muy listas y constructivas cuando aseguran que no existe ninguna relación entre los salvajes actos violentos cometidos por unos monstruos en nombre del islam en todo el mundo y la religión islámica propiamente dicha. Eso nos lo pone muy difícil a los musulmanes que afirmamos que no existe ninguna incompatibilidad intrínseca ni ontológica entre los valores universales y los islámicos. Desde luego, cualquiera que entienda algo de historia sabe que la conciliación entre los llamados valores “judeocristianos” y los principios pacíficos y democráticos es un giro bastante reciente. Y que, hasta la Segunda Guerra Mundial, esos valores judeocristianos se denominaban valores cristianos, sin más. Las sociedades occidentales, violentamente antisemitas, nunca toleraron ese tipo de jerga hasta que se sintieron abrumadas por la culpa de haber consentido la Shoah. Sin embargo, el hecho de que la mayoría de los elementos del sistema retrógrado y machista asociado hoy al islam derivan, en realidad, de unas normas y costumbres preislámicas que nuestro Profeta dedicó su vida a combatir, es algo que pasa inadvertido para casi todo el mundo, musulmanes y no musulmanes. Si los musulmanes queremos que se nos tome en serio cuando afirmamos que la nuestra es una religión de amor, paz y justicia social, no debemos ceder a la tentación de decir que no tenemos “nada que ver” con los autores de los abominables crímenes que se cometen en nombre del islam. Y tampoco debemos permitir que lo digan nuestros aliados, independientemente de que sean miembros del Gobierno de Obama o cualquier otra persona. Por supuesto que tenemos una cosa en común con esos criminales. Todos nos consideramos musulmanes. Está claro que su visión del islam es perversa y está totalmente equivocada. Pero existe un hilo que une los deleznables actos violentos perpetrados en el mundo en los últimos tiempos, y es que los autores se consideran musulmanes. En otras palabras: no, no existe un problema “intrínseco” en el islam, pero sí, claro que sí, existe una degeneración actual de nuestra religión que está poniendo en peligro su existencia y su futuro. Si los musulmanes no podemos ponernos de acuerdo en esto, más vale que nos preparemos, porque el islam se desintegrará por completo ante nuestros ojos. Para resolver un problema, lo primero que hay que hacer es reconocer que existe el problema. Y esto me lleva a hablar de otro aspecto importante que ha quedado en evidencia desde el horripilante atentado de Niza: la divulgación de las imágenes de la matanza y sus consecuencias. Las autoridades francesas pidieron que no se compartieran las imágenes más macabras, con el argumento de que podrían estimular a otros posibles terroristas. Otros han pedido lo mismo por respeto a las familias de las víctimas. Un esfuerzo inútil: en los tiempos que corren, los admiradores y partidarios del Estado Islámico (ISIS, en sus siglas en inglés) que quieran acceder a esas imágenes encontrarán la forma de hacerlo. Y, por lo que a mí respecta, es por la compasión hacia las víctimas por lo que deseo que todos los que profesan la misma fe que yo en el mundo vean lo que se hace en nombre de nuestra religión. Las imágenes de los campos de exterminio nazi y la de la niña vietnamita desnuda que huía del napalm conmocionaron al mundo y transformaron las cosas precisamente por esa conmoción. ¿Nos animan a que compartamos imágenes de los policías que maltratan y asesinan a negros en EE UU para que el mundo sea consciente de lo que pasa pero tenemos que ocultar lo que ha hecho el ISIS en Francia? Los musulmanes de todo el planeta deben ver qué actos se cometen en nombre del islam para que, de una vez por todas, puedan enfrentarse a la realidad del islam en el siglo XXI. Medina, El Cairo, tenemos un problema. (Felix Marquardt, 07/08/2016)


Turquía:
A un mes del fracaso en Turquía del fallido golpe militar contra Tayyip Erdogan, y una vez comprobada la extensión de su respuesta autoritaria, buen número de especialistas siguen acotando su análisis a los recientes desarrollos de la política puesta en práctica por el líder islamista. Su punto de partida sería el personalismo que rodeó su acceso a la presidencia del país. Se trata de una visión acorde con la previa bendición otorgada por esos mismos comentaristas a la trayectoria de un Erdogan que era considerado como el hombre encargado de demostrar la convergencia entre islamismo y democracia, algo así como una versión musulmana de la democracia cristiana en Europa occidental. El panorama cambia si tenemos en cuenta las rotundas posiciones doctrinales del mismo Erdogan en la década de los 90, cuando preside la alcaldía de Estambul y prepara un ascenso únicamente truncado por los diez meses de cárcel que le valió la lectura pública en 1998 de un poema-llamamiento de Ziya Gökalp, el ideólogo nacionalista e islamista de los Jóvenes Turcos: “Nuestras mezquitas serán nuestros cuarteles, las cúpulas nuestros cascos, los minaretes nuestras bayonetas y los creyentes nuestros soldados”. Era una explosión radical, sustentada en una plataforma teórica bien firme. En Turquía, el laicismo implantado por Mustafá Kemal y el Islam resultaban incompatibles, y la supervivencia del primero resultaba un absurdo en un país con 99% de musulmanes : “¡No se puede ser al mismo tiempo laico y musulmán! ¡O eres musulmán o laico! ¡No es posible la coexistencia!” Para concluir: “¿Por qué? Porque a Alá, el Creador del Islam, le corresponden el poder y el gobierno absolutos”. Desde tales supuestos, propios de islamistas radicales como Sayyid Qutb, la finalidad es clara: “Nuestra referencia es el Islam —proclama en 1997—, nuestro único objetivo es el Estado islámico”. Erdogan no ha engañado a nadie. La reacción militar ante la amenaza de un gobierno islamista, y su misma experiencia personal, le aconsejaron sin embargo sustituir el radicalismo por la cautela a la hora de llevar a cabo su propósito inicial: “Convertiremos Estambul en Medina”, el bastión del Profeta. Posiblemente Erdogan desconocía el consejo de Stalin de cómo proceder ante una coyuntura política adversa, que sin embargo él ejecutó admirablemente : “¡Paciencia!”, lo cual no significa renuncia a la persecución de los propios fines. Al convertirse en primer ministro, respetó la imposición laica del presidente Ahmet Sezet, impidiendo el uso del velo a su mujer. Al pretender un agravamiento del castigo a los adúlteros, retrocedió al constatar la oposición europea y de la Bolsa. Tuvo que soportar la resolución admonitoria del poder judicial contra la inclinación antilaica de su partido, el AKP, que sin embargo le mantuvo en el gobierno. Ya llegarían las horas del relevo en la estructura judicial y en la presidencia de la República, que pasó al islamista moderado Abdulá Gül, escalón previo a su ocupación del cargo en 2015, transformado de inmediato en un poder ejecutivo no previsto en la Constitución. El enorme palacio presidencial en forma de E, a lo Ceaucescu, construido de modo previo a su acceso al cargo, anunció lo que se preparaba, con su proyecto de reforma de la Costitución, detenido transitoriamente por las elecciones del pasado año. El velo regresó al espacio público, pero lo que fue más importante: el sistema de enseñanza religiosa laico fue horadado, con la construcción masiva de imam hatips, institutos de enseñanza religiosa, en teoría para formar imanes, mientras no se edificaba ninguna escuela pública nueva. La Alianza de Civilizaciones ni siquiera sirvió para reabrir el seminario ortodoxo. Fue un aval sin contenido, bajo la mirada ciega de Zapatero. Al repertirse las victorias electorales del AKP, pudo iniciarse el proceso de islamización de los monumentos bizantinos convertidos en museos, apuntando con claridad a Santa Sofía, donde este año se realizaron ya los rezos del Ramadán. En ese contexto, quedan por explicar las razones del enfrentamiento con su antes mentor, el filósofo y financiero islamista, Fetulá Gülen, residente en Estados Unidos, quien colaboró con Erdogan en el primer período de islamización y hoy es presentado como responsable del golpe de julio. En lo primero, la coincidencia es plena, si bien Gülen insiste en una convivencia plural con otras religiones. Un tanto al modo del Opus Dei, su movimiento Hizmet alcanzó gran presencia en medios económicos, profesionales y universitarios, e incluso en grandes instituciones financieras, lo cual explica el alcance de la actual purga. El éxito de esa infiltración justifica que Erdogan hablara de un Estado dentro del Estado. Con toda la cautela debida, se trata de erosionar la figura de Mustafá Kemal, el fundador de la patria turca (y de la modernización laica). Así su papel central fue minusvalorado en las conmemoraciones de la victoria de Gallipoli, en 1915. Más bien, ante el Ejército, Erdogan se presentó hace un par de meses como un nuevo Atatürk, en tanto que jefe indiscutible. La prensa crítica recuperó la famosa imagen hiperbólica del gigante Dimitrox frente al enano Goering, para subrayar el despropósito. Eran momentos en que Erdogan tenía que soportar la afrenta de que los jefes militares procesados por supuesta conspiración —el caso Ergenekon— resultaran absueltos. Muy verosimilmente, el reciente golpe surgió ante la previsión de que una purga en el Ejército estuviera a punto de producirse. Y solo sirvió para acelerarla En la línea de Gökalp, Erdogan profesa un nacionalismo islamista, un neo-otomanismo, opuesto a Kemal, que justifica su aspiración a un liderazgo personal indiscutido. Desde muy pronto, en la propaganda electoral asoció su figura a la de Mehmed II, el conquistador de Constantinopla, resultando difícil entender hasta que límites pretende llevar ese parentesco político con una reforma constitucional, dada la primacía absoluta que sin la misma ejerce sobre los demás poderes. Cabe augurar entonces que su beligerancia frente a toda oposición efectiva, visible en la persecución de periodistas, en la cual se implica personalmente, desemboque en una pura y simple dictadura. La depuración de los aparatos administrativos, judiciales, universitarios y militares confirma semejante deriva, de inmediata repercusión sobre el tratamiento del problema kurdo. Las grandes movilizaciones de apoyo a su persona —y a “Allah u-akhbar”— con la petición de restablecer la pena de muerte, se mueven en esa misma dirección de avalar sus aspìraciones. Todo en medio de la tragedia de los atentados kurdos. (Antonio Elorza, 20/08/2016)


Valores europeos:
El racismo y la xenofobia, impensables como lugar común hace una década, van camino de naturalizarse en Europa. Y los 21 millones de musulmanes de la Unión Europea, tanto de forma individual como colectiva, son la víctima propiciatoria más a mano. El auge de la islamofobia denota, por sí solo, que los fundamentos europeos de libertad, igualdad y solidaridad siempre fueron más bien retóricos, o lo que es lo mismo, que la crisis europea es, ante todo, una crisis de principios. Las legislaciones inclusivas que en su día caracterizaron a la UE están siendo cuestionadas de forma alarmante por una serie de iniciativas políticas y legales que segregan a los musulmanes del resto del cuerpo social, y que a la postre acaban por discriminar al islam en tanto confesión. A su vez, la xenofobia rampante consuela a una parte creciente de la población, que escupe en términos identitarios su hastío hacia una Unión que según aumenta el número de ciudadanos en riesgo de exclusión (ya es una de cada cuatro) cercena el sueño de progreso social en que se asentaba su legitimidad simbólica. El resultado es que para demasiados europeos Europa cada vez es menos blanca, menos cristiana y menos de clase media, y hay que buscar un culpable. Mucho ha evolucionado la relación de Europa con el islam desde que hace justo un siglo Lawrence de Arabia pronunció su fatalista ¡Maktub! (“¡Estaba escrito!”) con que justificó la traición británica a la promesa de un reino árabe independiente en Oriente Próximo. Si en la época colonial el islam sirvió como excusa para hacer del musulmán un sujeto subalterno, necesitado de la luz europea, hoy el islam forma parte de Europa, y los musulmanes europeos son ciudadanos tan dueños de su historia como los demás. Se trata de un cambio radical, si bien se está resolviendo de forma traumática para los musulmanes. La sobredimensión de la identidad religiosa del musulmán europeo por parte de la opinión general le fuerza de continuo a tener que definirse a la defensiva. Sobre él se arroja la sombra del yihadismo, del burka o de la inmigración, últimas amenazas a una pax europaea que a estas alturas se sabe a sí misma inexistente. Hasta los chavales de secundaria se ven inducidos, ante las preguntas inquisitoriales de compañeros y profesores, a pensarse como peligrosos musulmanes. ¡Y pobre de aquel que haga valer su derecho a inhibirse! ¡Imposible: el musulmán es siempre musulmán! Causa de esta sospecha generalizada que pesa sobre los musulmanes son, en buena medida, las políticas de los poderes públicos encaminadas a su fiscalización permanente. Los que más directamente las sufren son los jóvenes, que se ven sometidos a ellas a cambio de una ciudadanía europea que se les regatea. En Francia, el más reciente proyecto del Gobierno francés en su “guerra contra el terrorismo, el yihadismo y el islamismo radical” consiste en internar en centros de rehabilitación creados ex profeso a los jóvenes “radicales”, categoría escurridiza donde las haya. En España, la mera sospecha de “haber entrado en un proceso de radicalización” está en vías de convertirse en delito tipificado: a finales del año pasado, el Ministerio del Interior puso en marcha un servicio de denuncias anónimas para identificar a presuntos radicales. Ni el flamante alcalde de Londres, Sadiq Khan, musulmán entre otros atributos, escapa al escrutinio: durante la dura campaña electoral, su rival, el conservador Zac Goldsmith, recurrió al perfil confesional de Khan para cuestionar su patriotismo, mientras que a nadie se le ocurrió que Goldsmith pudiera ser antipatriota por su fe (que en este caso es judía). Khan, por el contrario, hizo entonces, y tras su triunfo, multitud de declaraciones conciliadoras recogidas por todos los medios. Europa y sus musulmanes van en el mismo barco. Los musulmanes se juegan mucho, pero Europa también. El proyecto europeo, fundado en criterios igualitarios, también depende de su actitud con los musulmanes. El discurso xenófobo de los partidos neonacionalistas en auge, que hacen de la islamofobia caladero de sus votos, cuestiona a diario los más sagrados principios europeos. Su islamofobia no tiene complejos, es explícita y ufana. El peor exponente es el holandés Geert Wilders, líder del Partido por la Libertad, que compara el Corán con Mein Kampf de Adolf Hitler y pide que se prohíba. Pero de forma indirecta y más peligrosa si cabe, hay otro tipo de islamofobia que hace que se tambaleen los cimientos de la Europa integrada. Es una islamofobia de tono sutil, de argumentos ilustrados y nunca proclamada, aunque en ocasiones se descuide y desvele sin tapujos su carácter discriminador. Es en la que incurre con frecuencia el primer ministro francés, Manuel Valls, con sus distingos entre el “islamofascismo” de algunos grupos (que según el momento pueden ser los Hermanos Musulmanes o el ISIS) y la bonhomía del islam invisible. ¿Sería posible imaginar que se hablara de “cristianofascismo” o “judeofascismo” o “budeofascismo”? Ejemplos de violencia religiosa de todo signo no faltan en la historia reciente… Tampoco, si nos ponemos, del papel de la religión en la vertebración de una ética del compromiso y la dignidad humana. Reducirlo todo a una permanente confrontación de los musulmanes europeos con el resto de la ciudadanía es el núcleo de la estrategia islamófoba. Hacer de los musulmanes un grupo aparte, a la defensiva y con oscuras aspiraciones político-civilizacionales, es un error interesado. Lo que los musulmanes esperan de Europa es, en esencia, pan, libertad y justicia social. Nada distinto de las demandas del europeo medio, harto de la supremacía de los mercados y de que se le escamotee su soberanía. El Brexit ha congelado la sonrisa de las élites. La tentación de los líderes de la UE es meter las pelusas debajo de la alfombra. Pero el descontento de los pescadores, los obreros o los tenderos ingleses es tan legítimo que está por ver si no asistimos a una reacción en cadena al otro lado del canal de la Mancha. En Holanda, ya se jalea el Nexit. En España, por lo pronto, las recientes elecciones legislativas nos han devuelto la imagen de un país más nacionalista y menos autocrítico de lo que imaginábamos. Pretender solucionarlo con fáciles acusaciones de populismo tardoimperial en el caso británico, o de manipulación geriátrica en el caso español, no conduce a nada. Como tampoco la tentación, siempre a mano, de hacer de los musulmanes el chivo expiatorio de la crisis política y moral que vive Europa. El problema es ese: falta Europa. (Luz Gómez García, 25/08/2016)


Francia: Integración:
Tras la serie de atentados yihadistas perpetrados en suelo europeo en los últimos meses y polémicas recientes como la suscitada en torno al uso del burkini, el debate sobre la integración, y concretamente de la minoría musulmana, ha adquirido unos tintes de urgencia y dramatismo difíciles de obviar. Resulta complicado distinguirlo del debate sobre la seguridad europea y el de la crisis de los refugiados de Oriente Medio y, en conjunto, atañen a la cuestión de la identidad europea. Se percibe cierta fijación respecto del lugar de la comunidad musulmana en Europa, hasta el punto de que cuando se habla de integración, con frecuencia, se piensa automáticamente en aquélla. El temor a la radicalización religiosa y el terrorismo yihadista explican esta fijación, pero convendría desislamizar el debate para reflexionar nuevamente sobre qué entendemos por integración y, entonces sí, preguntarnos por el papel de la comunidad musulmana en Europa. Para el que llega a un nuevo país con la intención de permanecer allí, integrarse en su cultura significa siempre y hasta cierto punto desintegrarse, disolver o hacer desaparecer una parte de los hábitos, costumbres y creencias que le son propios, reemplazándolos por los de la cultura de acogida. A veces, existe una voluntad explícita de hacerlo, la aspiración de convertirse en un miembro más de la sociedad de recepción. Cuando no, la realidad se impone: es difícil mantener una vida cotidiana funcional sin adaptarse a las normas y maneras de hacer imperantes en el lugar en donde uno reside y lo es todavía más prosperar personal y profesionalmente. La cuestión para muchos inmigrantes es hasta dónde se desintegran, de qué partes se deshacen y cuáles conservan o, quizá, mejor dicho, qué partes les permite conservar la sociedad que los recibe. El modo en que se ha promovido la integración de los inmigrantes en las democracias europeas tras la II Guerra Mundial difiere según el país y se habla de dos grandes modelos, el británico y el francés, hasta cierto punto antitéticos, que, lejos de ser estáticos, han evolucionado en el tiempo. Muy vinculados a la experiencia colonial de ambos países, el primero, el modelo de integración multicultural, entiende la integración como la coexistencia de varias culturas, mayoritarias y minoritarias, que, conservando sus características, confluyen en una nueva totalidad. De este modelo se critica el hecho de que, en la práctica, clasifica y reduce a los inmigrantes a integrantes de comunidades homogéneas en términos culturales y religiosos, generando una serie de expectativas en torno a sus hábitos y costumbres que obvian sus diferencias individuales. Con ello se habría contribuido, por un lado, al reforzamiento de identidades comunitarias que inhiben la voluntad y el esfuerzo de sus integrantes por asimilarse a la mayoría social y, por otro, a un sentimiento de exclusión entre aquellos individuos que, aun reconociendo su pertenencia a una cultura minoritaria, no se identifican con la etiqueta que la Administración les coloca. El modelo de integración francés ha apostado por la asimilación y la uniformización a través de la educación en valores comunes fuertes, como el laicismo, la promoción del monolingüismo y la inhibición de expresiones culturales singulares en el espacio público. De este modelo se dice que ha colocado a muchos jóvenes inmigrantes de segunda o tercera generación en un difícil impasse simbólico e identitario. Incapaces, en la práctica, a pesar de haber sido educados como ciudadanos republicanos, de insertarse en la sociedad en igualdad de condiciones a causa de la discriminación racial y cultural que subsiste, carecen, al mismo tiempo, de un acceso institucionalizado, oficialmente sancionado, a la cultura de sus padres y abuelos que les permita afirmarse en una identidad híbrida o mestiza. Más allá de sus potenciales deficiencias o incluso fracaso, ambos modelos han sido posibles gracias a la existencia de un potente Estado de bienestar dispuesto a financiar la integración de las poblaciones de origen extranjero en riesgo de exclusión, así como una ideología europea dominante basada tanto en los ideales de solidaridad y responsabilidad como en el entendimiento práctico de que la presencia de aquéllas era beneficiosa para el desarrollo económico del continente. Para el autor británico de origen indio Kenan Malik, la radicalización de un sector de la población musulmana en Reino Unido tiene que ver, precisamente, con la descomposición material del Estado de bienestar y el vacío simbólico que ha dejado el desmoronamiento del proyecto universalista e inclusivo de la izquierda en Europa. Ante la desorientación ideológica y cultural no debe sorprendernos que las sociedades europeas busquen un otro contra el cual definirse. Tampoco debería sorprendernos que ese otro sea la comunidad musulmana. La segregación de género que practica una parte de ésta es un aspecto especialmente visible que choca contra lo que se supone un valor fundamental europeo: la igualdad de género. Paradójicamente, no es uno de los valores de los que más pueda jactarse Europa en la práctica. En Francia, uno de los países menos tolerantes con el uso del hiyab, los casos de acoso sexual dentro del partido ecologista que salieron a la luz la pasada primavera han puesto sobre la mesa el grave problema de sexismo y acoso que sufren las mujeres de la clase política y dirigente francesa, incluso aquella que se define como progresista. Es más fácil señalar lo aberrante del hecho que una mujer deba cubrirse en público que reconocer lo lejos que seguimos estando, en general, en Europa de alcanzar sociedades igualitarias, libres de sexismo y violencia de género. La hipersensibilidad social existente respecto de las prácticas islámicas de segregación entre hombres y mujeres pone en evidencia la debilidad del modelo igualitario europeo. Europa carece actualmente del vigor y la autoridad moral para convencer a todos sus ciudadanos de que son iguales, gozan y deben gozar de los mismos derechos y obligaciones. El reto, por ende, no es tanto la integración de la comunidad musulmana como la integración europea: recuperar y reforzar el proyecto universalista y progresista europeo y llenar ese vacío al que se refiere Malik. Es necesario, asimismo, elaborar un relato europeo inclusivo que, entre otras cosas, reconozca los abusos cometidos durante la etapa colonial y otorgue su lugar a comunidades como la musulmana en la historia y el presente de Europa. El reconocimiento público predispone positivamente a la colectividad que lo recibe, convirtiendo a sus miembros en agentes reales de la sociedad en la que viven y favoreciendo su sentimiento de pertenencia a ella. No es ingenuo pensar que ello facilitaría además un diálogo más equilibrado y fecundo, con la comunidad musulmana en particular, sobre qué lugar deben ocupar determinadas prácticas culturales y religiosas en la Europa del siglo XXI. (Olivia Muñoz-Rojas, 01/09/2016)


Diversidad:
En un artículo publicado hace ya algún tiempo en The New York Times, El antiorientalista, en una alusión a la obra de Edward Said, se analizaba mi propósito de romper los clichés orientalistas de Occidente respecto al mundo islámico que sirvieron de base ideológica a la empresa colonial europea que a partir del siglo XVIII se adueñó de la casi totalidad del mismo con el pretexto de civilizarlo. El islam ha sido visto en efecto como un bloque homogéneo sin tener en cuenta la diversidad de naciones y etnias que lo componen, un tejido hecho con trozos de distintas telas, y con dicho objetivo, expuesto ya en mi libro Crónicas sarracinas, redacté una veintena de guiones que, con la ayuda inapreciable de Rafael Carratalá y de su equipo de cineastas, y bajo el título de Alquibla, pretendía mostrar mediante una visión del espacio urbano, ritos, costumbres, música, etcétera, dicha variedad. La primera serie (1986-87) y la segunda (1989-90), rodadas en Uzbequistán, Irán, Turquía, Palestina, Egipto, Argelia, Marruecos y Malí, dan buena cuenta de dicho patchwork, y vistas a un cuarto de siglo de distancia no han perdido un ápice de su actualidad y responden a muchos interrogantes que se plantean en estos tiempos convulsos en los que los conflictos que sacuden al orbe islámico tienden a ser vistos a través del prisma exclusivo de la guerra asimétrica de Occidente contra el yihadismo internacional. Para no ser prolijo me limitaré a evocar algunos incidentes y temas que contradicen la visión uniforme del islam creada por el imaginario europeo. En contra de lo que nos temíamos, el rodaje en Irán se realizó sin obstáculos. Únicamente se nos denegó la autorización de entrevistar al ayatolá Montazeri, bajo arresto domiciliario por sus divergencias con la línea jurídico-religiosa oficial. Pero en la ciudad santa de Qom tuvimos la suerte de asistir a las procesiones y ceremonias de duelo que conmemoran cada cuarenta días el martirio del imam Husein, hijo de Alí, el yerno del Profeta. Entre flagelaciones y golpes de pecho que evocan nuestras antiguas procesiones de Viernes Santo, el recuerdo de la tragedia de Kerbala conjuga a la vez el fervor de la fe, el odio a la opresión y el amor a la independencia de los chiíes frente al despotismo y la violencia de los “arrogantes”, esto es, los califas de Damasco y Bagdad. Para comprender cabalmente el arraigo del chiismo en Irán y el fervor popular por la figura de Husein conviene recordar que la derrota de la dinastía sasánida frente al califa Omar y la subsiguiente islamización del país fueron acompañados de un desarraigo violento de la antigua y refinada cultura persa. En nuestro rodaje en Argelia consagramos uno de los capítulos a los ibadíes del Sáhara agrupados en el bellísimo oasis de Ghardaia. El ibadismo, una de las múltiples ramas de los jarichíes, esto es, de los salidos de la comunidad mayoritaria islámica, profesan una doctrina opuesta a la sunay a la chía. Tras un largo enfrentamiento con los suníes en el imanato beréber de Tehert que concluyó con su derrota, se refugiaron en el territorio fragoso de Mzab. Durante los preparativos del rodaje di casualmente con el libro de un académico francés que recorrió Argelia tras la conquista de sus territorios saharianos, una obra en la que, con el propósito de mostrar la supuesta superioridad del colonizador y la inferioridad de los indígenas, reproduce una carta, que califica desdeñosamente de “curiosa”, destinada al mando militar del lugar y que en razón de su belleza y dignidad insólitas incluí en mi ensayo Los ibadíes del Sáhara: “Vosotros decís, oh franceses, que vuestros abuelos murieron y no os comunicáis con ellos. Nosotros, musulmanes, decimos que, aunque su carne y sus huesos se descompongan en la tierra, nuestros ascendientes viven y velan por sus hijos: son como el león en el bosque que cuida de sí y de su territorio y devora a quien le quiere atacar. Nuestros antepasados os dicen: el Gobierno que aliste a un solo ibadí en su ejército perecerá. Esta carta no emana de sabios ni de jefes ni de ricos ni de funcionarios. Es obra de débiles, enfermos y cuerpos descompuestos bajo tierra. Los creéis muertos y viven junto a Dios”. En una reunión con el consejo de ancianos de la comunidad, a fin de evitar incidentes en el rodaje, cité la existencia de esta misiva y uno de los presentes exclamó: “¡Mi abuelo!”. Mi interlocutor, que sólo conocía de oídas el envío de dicho texto anónimo, ignoraba su reproducción en una obra destinada a exaltar la “misión civilizadora” de Francia en Argelia, y gracias a este episodio y a la mezcla de asombro y alegría que produjo fuimos autorizados a filmar en el interior de una de las mezquitas la oración de los fieles y la distribución de dátiles a los mismos, algo que la televisión argelina no ha conseguido nunca. En el país que tropezamos con mayores cortapisas fue el Egipto de Mubarak (pienso que en el del mariscal Al Sisi serían las mismas o aún más abruptas). Un par de años antes del rodaje había publicado en este periódico el relato de mi visita al cementerio cairota de Al Qarafa, la conocida popularmente como la Ciudad de los Muertos, en el que evocaba mis sucesivas aproximaciones a ella y al millón de habitantes que acoge en conmovedora intimidad con sus difuntos junto a los mausoleos de grandes poetas árabes como Rabia al Adawiyya y Omar Ibn al-Farid o la célebre cantante Um Kalthum. Lo que para mí era una celebración del lugar fue interpretado, ¡ay!, por el agregado de prensa de la Embajada de Egipto en Madrid como “un grave atentado a la imagen turística” de su país y, en razón de ello, el rodaje de Díptico urbano, dedicado a la capital cairota y a su inmensa necrópolis, fue objeto de una censura estricta. Un obtuso funcionario del Ministerio de Información seguía estrechamente nuestros pasos y nos impedía filmar a su arbitrio, tanto en la ciudad como en el cementerio. En el brete de filmar algo para cumplir con nuestro presupuesto y programa, fotografiamos a escondidas la caótica superposición de barracas edificadas en las terrazas de los edificios que avistábamos desde el acechadero de nuestro hotel: el mar de miseria que se extiende sin límites, y esto era precisamente lo que nuestro lamentable guardián intentaba evitar. La arbitrariedad y el despotismo que se suceden hasta hoy en Egipto se desvelaron así en toda su crudeza. Me acordé luego del gran viajero y geógrafo tangerino Ibn Batuta y del diagnóstico político de su capital: “El militar tiraniza; el pueblo sufre; pero los poderosos no se resienten de ello y la máquina anda como puede”. El resumen era perfecto y esto es lo que, entre otras muchas cosas, quería mostrar Alquibla. (Juan Goytisolo, 11/09/2016)


Media:
Mucho antes de que la policía alemana hablara de “presunto” atentado o de que la burra de Ferreras volviera al trigo en otro de sus especiales concéntricos, ya había en el PP quien explicaba que el reguero de muertos que había provocado en Berlín el conductor que lanzó un camión contra un mercadillo navideño era la expresión del “choque de civilizaciones”, del conflicto entre dos modelos: el de las democracias liberales que han consolidado sus derechos y el de otros países en los que la religión –léase el Islam- fomenta esta violencia en una guerra no declarada abiertamente. El intento de Andrea Levy de batir el récord mundial de simpleza puede escucharse aquí a partir del minuto 35. Lo consiguió en un solo intento. Sería muy largo y cansino destripar el supuesto marco teórico con el que Huntington, y antes que él Fukuyama, aspiraban a apuntalar ese pretendido nuevo orden mundial que había enterrado las ideologías tras la apabullante victoria del liberalismo, lo que autorizaba a Occidente –es decir a Estados Unidos- a exportar su democracia a todos los rincones del planeta aunque fuera a cañonazos. No han sido pocos los autores que han derribado de un soplido este castillo de naipes y han mostrado que la llamada lucha de civilizaciones es en realidad la pugna entre dos fundamentalismos que tienen la misma raíz, y que lo que pretenden es legitimar su superioridad y hacer insuperables las diferencias que están en el origen de toda sociedad. El peligro de considerar que un atentado es la manifestación de una guerra encubierta entre nuestras democracias estupendas y una religión que ha fanatizado a sus fieles lleva inexorablemente a calificar de enemigos a quienes la profesan, que adquieren automáticamente la categoría de potenciales terroristas. Es la mejor justificación de la xenofobia y, en último extremo, de la aniquilación de esos adversarios allí donde se encuentren. Trump, ya proclamado presidente de EEUU, vendría a ser el moderado de esta causa. Levy y los que piensan como ella ignoraran un hecho trascendental, y es que la inmensa mayoría de las víctimas de esa otra supuesta civilización que nos mata en los trenes, en las discotecas o en los mercadillos de Berlín no son occidentales sino musulmanes, y si Ferreras se propusiera hacer especiales sobre cada matanza en Siria, Irak, Afganistán, Nigeria o Yemen, por poner sólo unos ejemplos, llenaría él solo a diario la parrilla de La Sexta. Se pasa por alto también la enorme contribución que la civilización guay, la que Huntington llama Occidental (la liberal, constitucionalista, igualitaria y amante de los derechos humanos) ha tenido en el auge de ese integrismo que ahora se quiere combatir. Muchos de los terribles atentados que ha sufrido Europa han sido perpetrados por miembros de segundas y hasta de terceras generaciones de inmigrantes y no por lobos solitarios enviados desde desiertos lejanos por tarados con turbante. La conclusión que se ha extendido es que las redes sociales son el brebaje de la radicalización, que también, cuando lo más sensato habría sido hacer hincapié en el fracaso de unos modelos de integración que, entre luces de neón, perpetúan la pobreza de los acogidos, les recluye en guetos o, simplemente, les invisibiliza. En la rebelión de los banlieue parisinos de hace más de una década se hizo patente este fenómeno. Sólo un miembro de la Asamblea Nacional francesa, el representante de una isla del Índico, era de origen magrebí. En España, sin ir más lejos, los inmigrantes sólo existen como mano de obra de usar y de tirar cuando vienen mal dadas, sin que preocupe mucho encontrar un cauce razonable de participación de varios millones de personas a los que se pide integración y se les niega la posibilidad de elegir a quienes deberían representar sus intereses en el Parlamento. Hay terroristas musulmanes, católicos y ateos y todas sus acciones son execrables. Son bárbaros que no representan a ninguna civilización que pueda definirse como tal. Para combatirles habrá que estar vigilantes, sin que ello implique limitar los derechos fundamentales de los ciudadanos y desfigurar la democracia hasta hacerla irreconocible. No estamos en la guerra de Levy ni es preciso ningún estado de excepción. (Juan Carlos Escudier, 21/12/2016)


Libia: Intereses:
Finales de Febrero de 2011, comienza la llamada “Primavera Árabe” en Libia. Se producen diversas manifestaciones y protestas en contra del régimen del Coronel Gadafi. He aquí el inicio y punto de inflexión de la situación actual de Libia. De Febrero de 2011 a la actualidad, Marzo de 2017, el país está inmerso en un caos. Un caos que comprende no sólo la división en tres partes del territorio con sus respectivos gobiernos o administradores, sino que en cada región, cada localidad, en cada barrio, los que verdaderamente ejercen el control, son las milicias armadas. Desde la óptica analítica de lo sucedido en Libia, el interrogante inicial que se presenta, es el por qué es posible que se materialice este alzamiento o reconfiguración del Estado Libio y en contra del régimen de Gadafi. Observando la cadena de acontecimientos, hay un elemento que llama mi atención: El establecimiento de la ciudad de Bengasi como epicentro de las manifestaciones y a posteriori la formación de un nuevo gobierno llamado “Consejo Nacional de Transición”. ¿Por qué Bengasi y no Trípoli? Mi teoría se basa en la gran importancia que es estratégicamente esta ciudad para la economía del país. Bengasi, se encuentra situada en el este de Libia, siendo la segunda ciudad más importante del territorio. Además está situada en la región que posee las mayores reservas petrolíferas y gasíferas del país, así como la mayoría de la red de infraestructuras para el sector de los hidrocarburos. Vista la rapidez de centralizar como base del nuevo gobierno primero en Bengasi y en el presente en Tobruk; y a su vez el rápido apoyo dado y reconocimiento internacional al Gobierno de Acuerdo Nacional dirigido por Fayez al-Sarraj, por parte de algunos países miembros de la ONU, de la Unión Europea y de la OTAN; da que pensar hacia donde se dirigen los verdaderos intereses de la guerra en Libia. Actualmente, quien posee el verdadero control del este de Libia, con lo que implica poseer el dominio de la mayor parte de la economía, basada principalmente en el petróleo y el gas; es el Comandante de las Fuerzas Armadas Jalifa Belqasim Haftar. Haftar, fue un militar clave para Gadafi en el derrocamiento del Rey Idris en 1969, llegando a convertirse en el Jefe del Estado Mayor de Gadafi. Pero tras la guerra entre Libia y Chad (1978-1987), Haftar y cientos de sus soldados fueron hechos prisioneros. Tras este acontecimiento, Gadafi lo repudió y Haftar dejó de tener relación alguna con el régimen Libio. Pero lo realmente interesante viene a continuación; Haftar, después de estos acontecimientos, ha vivido dos décadas en Estados Unidos, concretamente en Vienna, Virginia, a 8,45 km de la sede de la CIA en Langley. La especulación está servida, varios son los comentarios acerca de sus relaciones con los norteamericanos y posterior papel en la Guerra de Libia. Haftar, es por así decirlo, la rama armada del Gobierno de Acuerdo Nacional, es decir, el ejército del nuevo y reconocido Gobierno Libio. Pero no vayamos tan rápido y obviemos información descriptiva del país que ayudan a comprender los posibles intereses privados y a su vez la injerencia extranjera. Sin olvidar el papel del DAESH o de diferentes grupos yihadistas de la zona en esta lucha por el control energético en Libia. Según datos de “BP Statistical Review of World Energy 2016”, Libia posee 48.400 millones de barriles de reserva de petróleo, es decir, un 2,8% del total mundial. Esto establece a Libia como el país con mayores reservas de petróleo de todo el continente africano. En cuanto a la producción de petróleo, como vemos en el gráfico de más abajo; entre 2005 y 2008, se ha mantenido una estabilidad cercana a los 1.800 barriles, muy lejos de los 2.500 que se estima que puede producir a pleno rendimiento. Como vemos, a partir de 2009 hay un ligero descenso a 1.652 barriles/día, pero el gran descenso se produce en 2011 con 479 barriles/día. Es evidente que la inestabilidad del país pasó factura a su rendimiento en la producción petrolífera. En 2012 parece recuperarse a niveles cercanos al primer periodo citado anteriormente, pero vuelve a descender en los siguientes años, llegando a la cifra más baja en 2015 con 432 barriles/día. En cuanto al gas, Libia posee unas reservas de 1,5 billones de metros cúbicos, correspondiente al 0,8% del total mundial. Constituye el cuarto mayor volumen de reservas de gas de África, por detrás de Nigeria, Argelia y Egipto. En cuanto a su producción, en el gráfico que se muestra a continuación; vemos que en el periodo de estabilidad estatal comprendido entre los años 2005 y 2010 el país fue aumentando su capacidad productora. Al igual que con la producción de petróleo, la inestabilidad política y social del país, sumido en una guerra; influye directamente en la economía gasífera, reduciendo a más de la mitad la producción en 2011 si la comparamos con el año anterior, 2010. En los siguientes años, se mejora la producción pero sin retomar esa línea ascendente que llevaba el país entre 2005 y 2010. A parte de las importantes reservas, sobre todo de petróleo, que posee el territorio, hay que sumarle la calidad y la cercanía a Europa. Es decir, el petróleo de Libia no sólo es codiciado por sus reservas, sino que también, es de una gran calidad. Según un especialista en la materia como Gawdat Bahgat, “Libia produce uno de los crudos de mejor calidad y más bajo contenido en azufre, ligero y dulce. Por lo general, este tipo de crudo es el más fácil de procesar y se puede tratar en refinerías relativamente sencillas que no estarían en condiciones de hacerlo con sustitutos más pesados o agrios”. Además, la cercanía al continente europeo, facilita enormemente la importación del petróleo. Descrita la situación de las reservas y producción de gas y petróleo en Libia, el siguiente punto a analizar es la localización geográfica de los lugares más importantes en los que se encuentra el gas y el petróleo. Realizando a su vez una comparación con el espacio en el que se encuentran los diferentes actores de la guerra en Libia. El 80% de las reservas de petróleo y gas del país y los mayores complejos e infraestructuras relacionadas con los hidrocarburos, se encuentran en la cuenca de Sirte, en las costas del centro del territorio. Este espacio es el verdadero motor económico de Libia, ya que supone el 95% de los ingresos del país. Sabida la importancia económica que supone y a su vez, la capacidad que puede proporcionar en declinar la balanza en favor de un bando u otro, todos anhelan el control de esta zona. El problema es que mientras el Gobierno de Tobruk (en el este) y el Gobierno de Trípoli (en el oeste) se enfrentaban, un nuevo actor entró en escena: las milicias yihadistas. En un inicio eran milicias yihadistas, pero más tarde pasaron a formar parte del Daesh. Las consecuencias de la entrada de este último actor fueron la del control de diversos pozos y refinerías en la cuenca de Sirte. Por lo tanto, en esta zona, actualmente existe una guerra a tres actores. En la primera década del siglo XXI, con Gadafi aún ejerciendo el control del país, parecía surgir una apertura del territorio a empresas extranjeras; gracias, en parte al levantamiento de las sanciones que padecían desde tiempo atrás. Desde la entrada de diferentes multinacionales, el país desarrollo ascendentemente su industria petrolífera y gasífera. Pero pronto surgieron problemas a lo negociado y firmado en primera instancia entre el Gobierno Libio y empresas extranjeras para la extracción y producción de petróleo y gas. Puntualizar, que la infraestructura que el gobierno Libio poseía para la extracción de petróleo y gas, en muchos casos se encontraba escasamente desarrollada, y por lo tanto parte de las multinacionales tuvieron que invertir miles de millones en desarrollo de infraestructuras. El problema surgió cuando, el Gobierno Libio, en muchos casos, obligaba a la renegociación de los contratos y el establecimiento de mayores cargas fiscales; acto por el que las empresas multinacionales, debido a la inversión realizada, efectuaron múltiples y duras quejas. Aquí es cuando empezaron a surgir uno de los factores discrepantes de las empresas multinacionales contra el régimen de Gadafi, fruto de las cuales, han incidido en encontramos en la situación actual. Aprovechando la coyuntura existente, la guerra de Libia recuerda en parte a la guerra de Irak. En el sentido de que, parece, que lo que en realidad interesa es desestabilizar económicamente a Libia y a la National Oil Company (NOC, en sus siglas en inglés) (Compañía petrolera nacional de Libia, en castellano) y dar paso a la privatización de la industria petrolera y gasífera. Hecho que ocurre, y por lo tanto es analizable y comparable con el caso de Irak. Dicho esto, no resulta extraño entender el gran interés tanto del Gobierno de Trípoli, del Daesh, como del Gobierno de Tobruk en hacerse con el control de la cuenca de Sirte. Además, apoyando lo dicho al inicio del texto, la relación entre el Comandante de las Fuerzas Armadas Jalifa Belqasim Haftar con los estadounidenses, sumado a los bombardeos selectivos que realiza la OTAN, cuanto menos es sospechoso. Sólo hace falta fijarse en el apagón informativo que existe en la actualidad sobre la guerra en Libia. No sabemos cuáles son “esos” bombardeos selectivos ni que intereses tienen. Pero si sabemos atar patrones como la relación entre Haftar y los estadounidenses, y su apoyo mediante la OTAN y el reconocimiento internacional del Gobierno de Tobruk. (Adrián Ruiz Martínez, 16/04/2017)


Jóvenes y marginación:
Enmudece la voz, se agotan las palabras, las lágrimas se secan, el horror anida en nuestra vivencia y se hace imagen rutinaria sin que, aparentemente, podamos detener ese vértigo de destrucción que nos conduce a la negación de lo humano. O tal vez a la supremacía de esa humanidad destructora que todos llevamos dentro. Y sin embargo, sabemos todo. Sabemos quiénes se hacen terroristas y por qué. Sabemos cómo lo hacen. Y sabemos que la necesaria represión policial y las innecesarias guerras de exterminio alimentan la espiral de odio y violencia en todos los ámbitos de nuestras vidas. Y es que nuestra práctica institucional utiliza lo que sabemos para fines que tienen poco que ver con atajar el terrorismo. Por ejemplo, para ganar elecciones mediante la exacerbación de xenofobia e islamofobia. Como ha hecho Trump e intentó Le Pen. O para controlar el petróleo de Oriente Medio. Como hicieron Bush, Blair y Aznar invadiendo Irak y desestabilizando el país para siempre, mediante la mentira de las armas de destrucción masiva. O para destruir la convivencia abriendo vías al autoritarismo. Como hizo Putin cuando asumió el poder en medio de la emoción de un atentado mortífero en Moscú atribuido espuriamente a chechenos. Pero ¿qué es lo que sabemos exactamente, tras dos décadas de terrorismo islámico? Los terroristas son jóvenes musulmanes radicalizados, que rechazan los valores dominantes de la sociedad en que viven, se solidarizan con sus correligionarios en Oriente Medio y se sienten parte de un movimiento global para defender al islam. La inmensa mayoría de los terroristas en Europa son europeos, nacidos y criados en nuestros países y ciudadanos de su país. Pero son una ínfima minoría de la comunidad musulmana. Los 19 millones de musulmanes que viven en la Unión Europea (1,6 millones en España) en su inmensa mayoría condenan el terrorismo, siguen las normas de convivencia y simplemente piden respeto a sus valores y tradiciones. Solamente unos mil han sido detenidos por posible radicalización. Y hay que recordar que el peor terrorismo islámico ocurre en países musulmanes. Ha habido cien veces más víctimas musulmanas que víctimas cristianas. Aun así, el pavor que suscita el terrorismo indiscriminado está teniendo un efecto profundo en nuestro modo de vida. El miedo cotidiano corroe la convivencia. Y aunque los radicalizados sean una ínfima minoría, aumentan en cantidad y en velocidad de su radicalización, a partir de la conexión creciente entre Oriente Medio y lo que sucede en Europa. La adhesión al Estado Islámico es más mental que organizativa. La imagen de columnas de combatientes avanzando en Irak y Siria y derrotando a ejércitos apoyados por los poderes mundiales suscita el entusiasmo de los jóvenes que buscan en el proyecto purificador del yihadismo, incluido el martirio, el sentido de una vida que se les escapa, faltos de integración cultural en las sociedades europeas. Aunque busquemos conexiones organizativas porque nuestra policía está entrenada para esto, las bombas se fabrican en casa, aprendiendo por internet o con consejos y materiales facilitados por redes clandestinas que han ido formándose a lo largo del tiempo. Redes que se reconfiguran constantemente en función de un ideal que se reproduce bajo distintas siglas, de Al Qaeda al Estado Islámico. Mientras las fuentes de radicalización aquí y de guerras diversas allí no se eliminen, no habrá policía capaz de impedir que un camión se precipite en un paseo o que un asesino con un cuchillo degüelle a inocentes o que una bomba de clavos con una carga de productos químicos domésticos mate y mutile a niños en la alegría de un concierto. Pero como algo hay que hacer y lo más fácil es hacer lo de siempre, poco a poco entramos en una vida dominada por el miedo en que el espacio público pasa a ser militarizado. Si la acción policial no es suficiente, aun apoyada por el ejército, ¿cómo prevenir la destrucción y la muerte? Se habla de integración de las comunidades musulmanas. Pero ello requiere una voluntad política, apoyada por la ciudadanía, que implica una tolerancia cultural y social profunda, que se contradice con la hostilidad creciente después de cada atentado. La crisis educativa y laboral de los jóvenes musulmanes discriminados requeriría darles una prioridad que los ciudadanos rechazan. Y el sentimiento de humillación y marginación que muchos sienten no se apacigua con buenas palabras. Por otro lado, la anulación de la referencia simbólica en Medio Oriente exigiría una victoria militar que buscan Trump y Putin en este momento, pero que es improbable porque llevaría a nuevas invasiones y más gastos en vidas y dinero que los ciudadanos occidentales no están dispuestos a aceptar: “Que se maten entre ellos”, es la actitud general. Y las medidas más eficaces contra el EI no se contemplan. En concreto, se supone que el reino y los emiratos de la península Arábiga financian indirectamente las huestes islámicas (por eso no sufren ataques), pero son aliados esenciales de Estados Unidos que no se pueden tocar. En esas condiciones, algunos dicen que “sólo nos queda rezar”. Pues no es mala idea, no sólo por el valor de la plegaria, sino como estrategia. Porque hacer una alianza de líderes religiosos cristianos y musulmanes por la paz y la vida puede ser más eficaz que las bombas con respecto de un movimiento de referencia religiosa, deslegitimando el terrorismo. En eso está desde hace un tiempo la Comunidad de Sant’Egidio, en colaboración con el papa Francisco y con su equivalente suní, el rector de la mezquita Al Azhar de El Cairo, adonde fue Francisco hace unas semanas. Sólo la paz de las mentes puede lograr la paz en el mundo. Porque todo lo demás está fracasando y arrastra en su fracaso nuestra forma de ser. (Manuel Castells, 27/05/2017)


¿Cómo nació el ISIS?
1.- Invasión de Irak y guerra civil Como muchas de las cosas que han ocurrido en Irak durante la última década, para entender el nacimiento del ISIS debemos situarnos al final de la invasión estadounidense de Irak en 2003. En sus ya tristemente célebres “Orden Número 1” y “Orden Número 2”, Paul Bremer, (el entonces Administrador de Irak nombrado por el gobierno de EEUU), decretó la disolución de las estructuras gubernamentales, el ejército y los cuerpos de seguridad. El vacío de autoridad creado, las tensiones sectarias internas del país y la lucha por el poder, desencadenaron dos guerras civiles superpuestas: una entre ocupantes y ocupados y otra entre suníes y chiíes. Los atentados, los secuestros, las acciones de escuadrones de la muerte se sucedían sin que nadie pudiese estabilizar el país. Irak se había convertido en un estado fallido. Uno de los grupos suníes que alcanzó mayor relevancia durante la guerra civil fue “Al Qaeda en Irak”, dirigido por un joven yihadista salafí llamado “Abu Musab al-Zarqawi”. En 2004, Zarqawi juró fidelidad a Osama Bin Laden. Ambos se habían conocido en los años 80 en Afganistán, durante la guerra entre los Mujahideen y las tropas soviéticas. Bin Laden y Zarqawi forjaron aún más sus lazos en Afganistán en los años 90, cuando el país estaba controlado por los Talibán. Al Qaeda en Irak se hizo notable por sus atentados suicidas contra mezquitas chiíes y las brutales decapitaciones filmadas en vídeo. En abril de 2004 el grupo secuestró y decapitó al americano Nicholas Berg. El análisis del vídeo reveló que fue el propio Zarqawi quien le cortó el cuello. Los métodos y las tácticas de Zarqawi eran aún más radicales que las utilizadas por los otros líderes de Al Qaeda. La salvaje brutalidad de sus acciones convirtieron a Zarkawi en la “estrella emergente” de la nueva yihad global. En junio de 2006, un bombardeo aéreo estadounidense mató a Zarqawi en la ciudad de Baqubah, al norte de Bagdad. 2.- ISI (Estado Islámico de Irak) Para el crecimiento de Al Qaeda en Irak fue fundamental el apoyo de amplios sectores de la población sunní que veían al gobierno de Bagdad (controlado mayoritariamente por los chiíes) como un gobierno opresor. Poco después de la muerte de Zarqawi, Al Qaeda en Irak se fusionó con varios grupos de la insurgencia sunní y proclamó la creación del “Estado Islámico de Irak” (ISI) y una misteriosa figura, “Abu Bakr al Baghdadi” fue nombrado su emir. Baghdadi tomó una decisión que se revelaría fundamental: incluir en la organización a antiguos mandos del ejército de Saddam. Tras la invasión, muchos de ellos habían sido prisioneros en “Camp Bucca”, una cárcel del ejército estadounidense en Irak, donde también habían sido prisioneros Al Baghdadi y otros líderes de la insurgencia. Según ISI continuaba sus salvajes atentados en Irak, el grupo comenzó a perder el apoyo popular que había gozado entre los sectores sunníes. En el año 2007, cientos de líderes tribales sunníes decidieron romper del todo sus lazos con el ISI y comenzar a combatirlo, un movimiento que se bautizó como “El Despertar Sunní”. Casi todos los militantes de ISI fueron detenidos o asesinados. A comienzos de 2010 tanto el gobierno estadounidense como el iraquí concluyeron (erróneamente) que el grupo había sido derrotado. 3.- Guerra en Siria. El renacer de ISI Con el ISI diezmado, la organización encontró su gran oportunidad: el estallido de la guerra en Siria. El gobierno de Assad había perdido rápidamente el control de gran parte del territorio del país, en particular la zona fronteriza con Irak. Baghdadi comenzó a enviar hombres del ISI a Siria, donde creó la organización “Frente de Al Nusra”. En poco tiempo, Al Nusra tenía bajo su control el noreste de Siria. 4.- Fundación del ISIS. Pelea con Al Qaeda En abril de 2013, Baghdadi anunció que ISI y Al Nusra se fusionaban en un grupo que bautizó como “ISIS”, el “Estado Islámico de Irak y el Levante”. Sin embargo, al-Zawahiri (el líder de la “Al Qaeda Central” tras la muerte de Bin Laden) rechazó públicamente la creación del ISIS. Gran parte de los hombres de Al Nusra, antes leales a Baghdadi se posesionaron con Zawahiri. El enfrentamiento entre ISIS y “Al Qaeda Central” desembocó en numerosos combates entre ellos en territorio sirio. ISIS salió claramente victorioso. La presencia en una Siria, que se había convertido en otro estado fallido, le proporcionó a ISIS gran cantidad de armas y de dinero a través de los impuestos que cobraban en las ciudades que controlaban e incluso el petróleo que vendían en el mercado negro. Siria también les sirvió como base donde planificar sus operaciones y sobre todo, era un lugar al que los yihadistas internacionales podían llegar fácilmente cruzando la frontera con Turquía. 5.- Vuelta a Irak. Establecimiento del Califato Si el declive del ISIS en Irak había ocurrido porque los sunníes se habían vuelto contra el grupo, las nuevas condiciones políticas hicieron que volviesen a tener cierto apoyo popular. Nouri al-Maliki, el Primer Ministro de Irak (un chií) comenzó una feroz purga contra los miembros sunníes de su gobierno y de las estructuras del Estado. A las milicias sunníes que habían luchado contra ISIS les negó integrarse en el ejército. Los puestos de funcionarios en la Administración fueron, en la práctica, prohibidos para los sunníes. La población sunní protestó, pero Maliki respondió con mano dura: en una de las manifestaciones las fuerzas de seguridad mataron a 50 manifestantes. Con la población sunní alienada por un gobierno y un ejército controlado por los chiíes, el ISIS encontró un territorio fértil en el que avanzar. En junio de 2014 ISIS lanzó un ataque relámpago y en apenas dos semanas conquistó ciudad tras ciudad en el norte del país. El Ejército de Irak se descompuso. Especialmente relevante fue lo que sucedió en Mosul, la segunda ciudad más poblada de Irak. Apenas 1.000 combatientes del ISIS derrotaron a dos Divisiones del Ejército de Irak formadas por 60.000 hombres. En mitad del combate tres generales se subieron a un helicóptero y huyeron al Kurdistán. Miles de soldados se desprendieron de sus trajes militares y embarcaron en vehículos que les sacasen de la ciudad. ¿Cómo puede ser que un ejército tan numeroso se desintegrase ante la ofensiva de ISIS? Principalmente por la descarada corrupción gubernamental. Por ejemplo, un general del Ejército de Irak podía convertirse en Comandante de División pagando 2 millones de dólares. Ese dinero lo recuperaba estableciendo checkpoints en carreteras y obligando a pagar una mordida para todo aquel que los quisiese atravesar. Conquistar Mosul supuso una enorme inyección económica para ISIS. Además de los impuestos que empezó a cobrar a los millones de residentes de la ciudad, en los bancos de Mosul había 1.000 millones en dólares. ISIS se convertía, con mucha diferencia, en el grupo yihadista con más capacidad económica del mundo. Fue precisamente en Mosul donde Al Baghdadi hizo su primera aparición pública unos días después de autoproclamarse “Califa”. Como califa, al-Baghdadi clama tener autoridad religiosa, política y militar sobre todos los musulmanes del mundo y su objetivo declarado es la creación de un “Califato Global”. (Alberto Sicilia, 30/08/2017)


Averroes:
Nadie en su sano juicio cuestiona hoy la condición de Donald Trump de ciudadano estadounidense de pleno derecho. Nació en Nueva York en 1946 fruto del matrimonio entre una inmigrante escocesa y el hijo de un alemán que se estableció en Estados Unidos en 1885. En una sola generación, se ganó el estatus de nacionalidad norteamericana, aceptada sin discusión por la comunidad y protegida constitucionalmente en un país construido sobre la agregación de identidades múltiples. Hasta el punto de haber alcanzado la más alta magistratura del Estado. Muchos de quienes no dudan ni siquiera un instante de que Donald Trump es un indiscutible ciudadano de Estados Unidos se empeñan, una y otra vez, en negarle su patria (andaluza y española) a Abu Al Walid Muhammad Ibn Rushd, conocido popularmente como Averroes, y uno de los eslabones fundamentales del pensamiento racionalista europeo. El insigne filósofo nació en Córdoba en 1126, hijo de un jurista también cordobés, y sus antepasados se hunden en la memoria de Al Andalus hasta tiempos remotos que son difíciles de precisar. Averroes es, en efecto, un filósofo cordobés, exactamente igual que Ibn Tufail es un matemático granadino, Ibn Árabi es un poeta murciano, Avempace es un pensador zaragozano y Azarquiel renovó la astronomía medieval desde su ciudad natal de Toledo. Todos ellos forman parte de Al Andalus, la civilización islámica que cristalizó en la península ibérica entre el año 711 y 1492 sobre la fermentación cultural y demográfica de elementos foráneos y autóctonos, es decir, árabes, beréberes, bizantinos, bético romanos o visigodos. Al Andalus es un fenómeno cultural netamente andaluz (y netamente español). Forma parte de la identidad peninsular y vertebra nuestra historia en igualdad de condiciones, al menos, que otros pueblos que han operado en suelo hispano, pese a los denodados esfuerzos por parte de grupos ultraconservadores de extirpar Al Andalus del ADN común y expulsarlo a los confines de la anti España. El debate no es nuevo. Se inscribe en el viejo discurso nacionalcatólico, elaborado intelectualmente en el siglo XIX sobre la concepción totalitaria y excluyente de una identidad española monolíticamente cristiana. La España que nació en 1492 con la conquista de Granada se forjó sobre la amputación de una parte medular de su población. Los judíos españoles fueron expatriados por el execrable crimen de ser judíos y los musulmanes fueron forzados a convertirse a la fe verdadera, primero, y conminados un siglo más tarde, en 1606, a abandonar la tierra de sus antepasados. Frente a la propaganda nacionalcatólica, que, espoleada por los atentados de Barcelona, recobra hoy todo su vigor, ni en 1492 ni en 1606 se expulsó a una ingente masa de extranjeros. Los que tuvieron que abandonar sus casas, sus huertos y sus raíces eran andaluces, hijos y nietos de andaluces; toledanos, hijos y nietos de toledanos, valencianos, hijos y nietos de valencianos. Si la perspectiva histórica puede ayudarnos a contextualizar aquel atropello poco misericordioso en un mundo, el medieval, dominado por la lógica de la conquista y el exterminio, hoy, cinco siglos después, se hace de todo punto incomprensible esa obstinación compulsiva por extirpar parte de lo que fuimos y, en cierta medida, aún nos constituye como país. Solo una inquietante voluntad de depuración étnica, religiosa y cultural puede animar un propósito tan sectario (y tan estúpido) en un mundo diverso, complejo y necesariamente multicultural como el nuestro. A la expulsión y sometimiento de judíos y musulmanes españoles en el siglo XV no sobrevino un nuevo orden de libertades, respeto al diferente y modernidad, como dan a entender algunos corifeos de la manipulación histórica. La nueva España se cimentó sobre una formidable maquinaria de tortura y aniquilación del discrepante llamada Santa Inquisición, cuyas proclamas apocalípticas y retrógradas se parecen como dos gotas de agua a los sermones del salafismo más intransigente. Desde entonces se consolidó un acendrado antisemitismo, evacuado en las piras de los inquisidores de siempre, que ha durado hasta antes de ayer. Justo cuando los herederos de la España oscura han resuelto indultar a los judíos en la convicción de que hoy representan en Oriente Medio el penúltimo dique de contención contra el nuevo demonio contemporáneo. Pero eso es harina de otro costal. El aire fresco tuvo que venir, como siempre, de Europa. De la revolución ilustrada del siglo XVIII, que impugnó por primera vez en la historia la visión teocéntrica del universo, liberó el pensamiento racionalista del dogma religioso y abrió la puerta a sociedades flexibles. Fue un proceso preñado de dificultades. Que tuvo que afrontar la resistencia numantina de un antiguo régimen atrincherado en los valores más reaccionarios del catolicismo contrarreformista. El siniestro auge hoy del yihadismo violento en toda la cuenca mediterránea, con todo su reguero de muerte y miedo multiplicador, está excitando el discurso dogmático nacionalcatólico. Al fin y al cabo, ambos fundamentalismos beben de la misma fuente: la negación del otro. El universal filósofo cordobés acabó sus días en el destierro de Marrakech. Su pluma acerada y su mirada libre sobre el universo le procuraron el hostigamiento de los ulemas conservadores del mismo modo en que hoy algunos quieren arrancar Al Andalus de nuestra historia. Porque solo el integrismo excluyente explicaría la sinrazón de conceder a Donald Trump lo que le se le niega a nuestro compatriota Averroes. (Aristóteles Moreno, 18/09/2017)


Una abrumadora mayoría de los kurdos de Irak votaron por el “Sí” en el referéndum por la independencia. Según anunció ayer la comisión electoral, el “Sí” alcanzó un 92% de los votantes, contra el 7% por el “No”. La participación fue del 72%. Algo importante que, sin embargo, no se ha publicado es la distribución de los votos por provincias: hay que recordar que en algunos territorios controlados por la administración kurda viven importantes minorías (principalmente árabes y turcómanos) que temen la independencia y habían anunciado que no participarían en el referéndum. El gobierno kurdo no ha hecho ninguna declaración unilateral de independencia, y tras el anuncio de los resultados, ha ofrecido al gobierno iraquí unos meses para negociar la separación de los territorios. Bagdad, que se había opuesto a la celebración del referéndum, ha respondido con dureza. El Parlamento ha pedido oficialmente al Primer Ministro que despliegue tropas en Kirkuk, una región rica en petróleo bajo el control militar de los kurdos pero que Irak reclama como suya. Además ha ordenado que todas las aerolíneas internacionales detengan sus vuelos desde el aeropuerto de Erbil, la capital kurda. Bagdad cuenta con dos grandes aliados en la zona: Turquía e Irán, dos países con amplias minorías kurdas que temen revueltas en su territorio. (Alberto Sicilia 30/09/2017)
Moscú cree que el referéndum es la expresión de los ideales y perspectivas de la población de Kurdistán” afirma el ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Sergey Lavrov, mientras aconseja a la Región Autónoma de Kurdistán (RAK), que también debe tener en cuenta las consideraciones políticas, geopolíticas, demográficas y económicas de la decisión de independizarse. Rusia, al contario de las potencias occidentales y las de Oriente Próximo (salvo Israel), se ha negado a tachar de “ilegítima” o “anticonstitucional” la celebración del referéndum de independencia del 25 de septiembre en la RAK. Evgeny Arzhantsev, el cónsul de Rusia en Erbil –la capital de la RAK-, declaró que su país respetaría la decisión del pueblo de Kurdistán sobre la independencia. Acerca de las presiones recibidas por Irán, Turquía, Siria e Irak para que su gobierno pidiera la suspensión de la convocatroria, Arzhantsev dijo a la agencia Kurdistán24 que “cada país tiene sus propios intereses. No compartimos la opinión con otros y, si el pueblo de Kurdistán decide la independencia, tenemos que respetarla“. Todo eso mientras el presidente Putin reiteraba una y otra vez su respeto hacia la integridad territorial de Irak. Una de dos: o existen discrepancias sobre esta cuestión en el Kremlin o Rusia está llevando dos “políticas oficiales” paralelas con una sutil estrategia. El enfoque de Rusia hacia la cuestión kurda obedece al “análisis concreto de la situación concreta”. Por ejemplo, insiste en la participación de los kurdos en las negociaciones de Ginebra sobre la guerra de Siria, pero en las conferencias de Astané se somete a las exigencias de Erdogan, dejando fuera a los kurdos mientras propone un Estado federal para Siria. Rusia es consciente de que Teherán, Ankara y Damasco, por muy molestos que estén por su sorprendente posición, no pueden imponerle nada, pues Turquía se beneficiará del hidrocarburo kurdo que pasará por su territorio con la ayuda rusa, e Irán, que se enfrenta cada vez con mayor agresividad a EEUU, necesitará del respaldo ruso: de hecho ya hay voces en Irán afirmando que la independencia kurda no será el fin del mundo. Giro en la política rusa Moscú, después de la desintegración de la URSS, dejó de mostrar interés hacia Oriente Próximo hasta la crisis nuclear de Irán en 2002, que empezó a volcarse de lleno. Aun así, y a falta de una estrategia propia, los nuevos inquilinos de Kremlin echaron mano a la política tradicional soviética que, en busca de estabilidad en su periferia, reconocía sólo a los actores estatales. En caso de los kurdos, la Rusia dirigida por Putin inauguró su consulado en Erbil en 2007 y realizaba sus actividades en la RAK a través del gobierno de Bagdad, como, por ejemplo, el envío de armas para la lucha contra Daesh. Es a partir del 2017 cuando Rusia establece relaciones directas con Erbil y empieza a firmar acuerdos bilaterales petrolíferos con la autonomía sin pasarlos por Bagdad, a pesar de que son ilegales según las leyes del país, quizás por los siguientes motivos: El fracaso del modelo federativo de la República (Islámica) de Irak creado por EEUU en 2003 y la incapacidad de Bagdad en establecer paz y seguridad en el país y que RAK, más que una autonomía, ya es un cuasi-estado independiente. Que es inevitable que los kurdos tarde o temprano tengan su Estado (rompiendo Irak), teniendo en cuenta el tamaño de la población kurda, su poder militar y sus inmensos recursos naturales. Los kurdos aprovecharán el proyecto de EEUU en diseñar un Nuevo Oriente Próximo que pone fin al Acuerdo Sykes–Picot del 1916 que trazó el mapa actual de la región. El desinterés que la Administración Trump está mostrando hacia Irak. Moscú se adelanta al proceso del fin de Irak, haciéndose un espacio en el futuro Estado kurdo, consciente de que este pueblo jugará un importante papel en el futuro de Oriente Próximo. Cierto que Kurdistán no es un terreno de rivalidad entre Rusia y los EEUU y sus compañías petrolíferas viven en una “coexistencia pacífica”, pero tener influencia en esta región le otorga a Moscú una inestimable herramienta de presión hacia Ankara, Bagdad, Damasco y Teherán. Y el dato: en la víspera del referéndum y ante la negativa “provisional” de EEUU en apoyar su independencia, la RAK ofreció a la compañía petrolera rusa Rosneft un megacontrato con el enfoque llamado BOOT: Build-Own-Operate-Transfer «construir, poseer, operar y transferir». Rosnet en Kurdistán supera en actividades al Exxon Mobil –la petrolera más grande del mundo, dirigida por el actual secretario de Estado de EEUU Rex Tillerson. La compañía rusa, que necesita petróleo barato para sus refinerías, está llevando a cabo proyectos de inversión, construcción de infraestracuturas, que contribuirán a la construcción del Estado kurdo con cientos de millones de dólares. El gaseoducto kurdo, que en 2020 podrá exportar unos 30.000 millones de metros cúbicos de gas a Turquía y al mercado europeo, hará que el señor Erdogan también se acerque algo más al señor Putin. En caso de que RAK consiga mantener bajo su control el área Kirkuk – ciudad petrolífera no kurda, pero disputada con Bagdad-, estas perspectivas aumentan de forma espectacular. Un paisaje hipotético de importantes consecuencias geopolíticas que no se materializará sin grandes y largas guerras que seguirán devastando toda la región. Los kurdos que un día fueron “rojos” La relación de Moscú con los kurdos se remonta a la Primera Gran Guerra inter-imperialista de 1914 y la desintegración del imperio otomano. Entonces, miles de kurdos se refugiaron en la Rusia bolchevique, unos salvándose de persecución, hambre y guerra y otros, ilusionados con la llamada leninista del “derecho de autodeterminación para todos los pueblos”. Una vez formada la Unión Soviética en 1922, los kurdos instalados en la República Soviética de Azerbayán formaron la comunidad del “Kurdistán rojo”. Será en este país donde los kurdos podrán, por primera vez en su historia, estudiar “kurdología” en los centros académicos e investigar sobre sus orígenes, su lengua y sus apasionantes credos. Los kurdos soviéticos sentarán la base de las buenas relaciones que Moscú ha mantenido desde entonces con este pueblo. En 1947, Mostafa Barezani, el padre del actual presidente de la RAK Masoud Barezani, fue acogido en la URSS como refugiado político, perseguido por ser el ministro de Defensa de la República kurda de Mahabad, proclamada en Irán y aplastada por el Sha. Años después, el clan Barezani pidió la ayuda de EEUU para el Kurdistán iraquí a cambio del petróleo kurdo, para luego unirse a la República Islámica de Irán para luchar contra los kurdos iraníes, y paralelamente con Ankara contra los kurdos de Turquía. Total, lo que hacían los líderes kurdos iraquíes sólo era mostrar que más allá de su concepto romántico, el “pueblo kurdo” también está constituido por clases sociales con intereses antagónicos. Lo cierto es que desde el 1992, cuando EEUU creó la RAK, ya no hay “opresión nacional” contra los kurdos, sino una “opresión de clase” gobernante sobre los trabajadores por la dictadura corrupto faudal-capitalista de las dos familias: Barezani y Talebani. Aun así, los kurdos no deberían perder esta oportunidad histórica para formar su Estado ahora que existe una posibilidad objetiva, en un Oriente Próximo en el que sobran armas y violencia y le faltan, entre otras, el sentido común. (Nazanín Armanian,30/09/2017)


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