Al Qaeda             

 

Al Qaeda:
[Fin de trayecto ¿y después qué?:]
Con los datos de que disponemos en estos momentos, los analistas han de ser prudentes –a menos que tengan acceso a información privilegiada– y no pretender entrar en competiciones extravagantes sobre quién sabe exactamente qué sobre la noche de autos y las horas siguientes al ataque. Rumores habrá para todos los gustos. Quizá debamos centrarnos en otro quehacer, por ejemplo el de intentar identificar algunas de las consecuencias de la desaparición de Bin Laden. Lleva razón el prestigioso analista pakistaní, Ahmed Rashid, cuando escribe que conviene centrar nuestra atención en dichas posibles consecuencias partiendo de la peculiar estructura organizativa de Al Qaeda. En una organización terrorista tradicional o convencional, basada en una estructura muy piramidal, extremadamente jerárquica, en la que las órdenes e instrucciones operativas pasan verticalmente de arriba abajo por dicha estructura, el descabezamiento del liderazgo produce –al menos a corto y medio plazo– daños funcionales a la organización.


Depende para su supervivencia de la capacidad de “sustitución” de la cabeza, o de los escalones seccionados. En una estructura, o mejor dicho una “no estructura” como Al Qaeda, la situación es otra. Con las informaciones disponibles en los últimos diez años, se puede considerar lo siguiente: por un lado es una franquicia más que una pirámide, una nebulosa que trabaja en red, en base a unas directrices ideológicas bastantes rudimentarias, atemporales y repetitivas. Por tanto, en estos últimos años –cuatro o cinco aproximadamente–, Al Qaeda ha funcionado más bien sobre una estrategia de reclutar donde y como se puede, de manera fragmentada y aislada y después de un entrenamiento rudimentario se sueltan “bombas humanas” individuales y aisladas. Operar por Internet se ha vuelto cada vez más complicado –los terroristas tienen acceso a la tecnología de las redes, pero los gobiernos también, y más aún–, de modo que el resultado es desigual. Por desgracia, el atentado de Marrakech del otro día fue sangriento, pero las fuerzas policiales de varios países están teniendo cada vez más éxito en sus estrategias preventivas (la última célula desmantelada fue en Alemania, hace unos días). Un desgraciado se autoincendia un día en un avión al intentar activar un artefacto más bien todo a cien; otro se estrella con un jeep en la puerta de un aeropuerto del que no sabe ni cómo se entra ni cómo se sale; etcétera.

Por otro lado, el reclutamiento. No debemos olvidar que más del 85% de las víctimas mortales de los atentados atribuidos a Al Qaeda en los últimos nueve años han sido ciudadanos musulmanes, y eso ha ido haciendo mella en las sociedades afectadas. Para poder matar a Benazir Buttho, hicieron falta varios atentados, de los cuales dos provocaron la muerte de más de 130 personas. No es nada evidente que el carisma de Bin Laden entre la juventud reclutable se mantenga. Si se mira el ciclo de violencia en Argelia en los noventa, la expansión social inicial del FIS, seguida del golpe de Estado, y la violencia a gran escala posterior, al final queda un extraño balance: el régimen argelino no sale bien parado, pero se mantiene. El reclutamiento islamista radical, sus bases de apoyo, la influencia de lo que después del FIS se decantó en el Gia, y después en facciones cada vez más violentas pero minoritarias, ha dejado a Argelia hoy en una situación bien distinta. Lo que queda de los grupos radicales islamistas se ha tenido que retirar al desierto, o bajar a Níger, Mali y Mauritania, mientras que la calle, es decir, la sociedad civil que se manifiesta desde enero, lo que pide es una transición democrática, unas elecciones limpias y un cambio de régimen que no les lleve precisamente a un “emirato islamista”. Es igualmente cierto que la geografía política de la etapa post- Bin Laden que ahora empieza será muy heterogénea y desigual. Las franjas más sensibles de las zonas tribales de Pakistán, los Waziristan, o la franja sureste de Afganistán, son y serán plazas fuertes de la violencia, precisamente por la fuerte autonomía y fragmentación de Al Qaeda. Los grupos allá afincados son autosuficientes para mantener un alto grado de tensión. Las variantes pakistaní y afgana (sobre todo la primera) contemplarán probablemente reacciones a la muerte de Bin Laden. Pero en última instancia, diez años son muchos años. Nada indica que el viento de revueltas que recorre desde enero el mundo árabe (que no el mundo musulmán en general, sobre todo en Asia) tenga nada que ver, ni se vaya a sentir afectado por la desaparición de Bin Laden. Estas revueltas piden en la calle exactamente lo que Al Qaeda más aborrece: regímenes políticos de tipo estatal de lo más clásico. Los Hermanos Musulmanes se postulan a la manera de los partidos constitucionales de, por ejemplo, Turquía e Indonesia: confesionalidad dentro de la lealtad al Estado y a la Constitución, por encima de cualquier otra consideración. Acabamos de saber que Hamás ha pedido formalmente a Qatar que acoja su sede política exterior, actualmente en Damasco. E Irán está en el pelotón de los que más se alegran de la muerte de Bin Laden. En conclusión, precisamente por la naturaleza de su estructura, la desaparición del líder no comporta el fin operativo de su organización-franquicia, pero es difícil pensar que va a seguir ocupando un lugar central en la agenda de los gobiernos de todo el mundo. Lo cual no quiere decir que sus restos de serie no puedan seguir haciendo daño durante cierto tiempo. (Pere Vilanova, 03/05/2011)


Ejecución extrajudicial y razón de Estado:
No será en la cara del abajo firmante donde aparezca una lagrimita por Bin Laden. Ni una ni media. Muerto y bien muerto está, eso parece, quien tanta muerte sembró con sus incitaciones al terrorismo en nombre de Dios. Dicho sea también por la parte que nos toca en la memoria del jueves de sangre en Madrid, aunque nuestra Esperanza Aguirre siga diciendo que a ella no le consta la marca de Al Qaeda (“miembros de grupos terroristas de tipo yihadista”, según la sentencia) en la tragedia de aquel 11 de marzo de 2004. Acontecimientos de este calibre nos retratan a todos. Celebrar la caída del jefe de Al Qaeda -aunque no se puede hablar de una organización jerarquizada, así lo percibía la opinión pública mundial-, equivale a celebrar también los métodos utilizados. O, al menos, dedicarles una mirada distraída. De hecho esa es la tónica general de las reacciones de todas las cancillerías occidentales ante la noticia difundida ayer por Barack Obama en plan “misión cumplida”, que nos recordó el patinazo de George Bush sobre la cubierta de un portaviones, cuando quiso dar por cerrada la guerra de Irak (¿recuerdan?). A lo que íbamos. Mirada distraída a escala planetaria sobre lo que técnicamente sería un asesinato si no estuviera de por medio la razón de Estado. Nada nuevo. Es lo que se despacha. Y no procede el rasgado de vestiduras. Mucho menos cuando miles de norteamericanos agitan sus resortes emocionales al relacionar los disparos de los comandos a la cabeza de Bin Laden con los 3.000 muertos en las Torres Gemelas de Nueva York. En esas condiciones, Obama bien pudo permitirse ayer valorar la consabida operación en territorio paquistaní como un ajuste de cuentas. Y hasta podría acabar justificando la existencia de la prisión de Guantánamo, donde el Gobierno de EEUU se pasa por el arco del triunfo el amparo legal, la asistencia letrada, la Convención de Ginebra y la Declaración de Derechos Humanos. De momento, su promesa de cerrar tan aberrante establecimiento se perdido en la polvareda. Descuiden ustedes, que por eso no perderá las elecciones, teniendo políticamente enfrente a quienes inventaron esa forma de encarcelar a los sospechosos sin cargos y sin tutela en un limbo extraterritorial. Todo esto se presta al juego de las comparaciones en clave doméstica. Largas y penosas reyertas dialécticas nos contemplan por cuenta de la guerra sucia, los atajos, el terrorismo de Estado, la cal viva y, más recientemente, el vuelo del faisán y la vigilancia policial a los etarras voladores, en nombre de los principios del Estado de Derecho. Principios seriamente averiados en el debate derivado de la lucha por el poder porque se invocan al gusto del consumidor y, por tanto, quedan despojados de su carácter universal, permanente y no negociable. Uno carga como puede con sus propias contradicciones. No será el abajo firmante, que ha hablado en tantas ocasiones de los renglones torcidos en la recta lucha contra de los Gobiernos contra los terroristas, los de cercanías y los otros, quien lamente la eliminación física de Bin Laden, inspirador de tantos actos criminales en la primera década del siglo XXI. En cambio creo que se lo deberían hacer mirar quienes justifican los medios en función del fin si se trata de Estados Unidos, Israel, Gran Bretaña, Francia, etc., pero revierten el discurso cuando se trata del adversario político interior. Y eso ha vuelto a ocurrir en relación con la ejecución extrajudicial de Bin Laden. (Antonio Casado, 03/05/2011)


Yes we can... kill:
La noticia de la muerte (podríamos decir también ejecución extrajudicial, asesinato u otras denominaciones) de Osama Bin Laden, liquidado por las tropas que manda el premio Nobel de la Paz e icono del progresismo de moda, Barack Obama, ha corrido más rápido que las balas de los Seals americanos y ha dejado frases rotundas, de las que voy a destacar tres: “Se ha hecho justicia” (Obama); “Aunque no deja de ser una muerte, en este caso se trata de una buena noticia. Obama ha hecho Justicia” (PSOE); “Es un paso adelante muy importante” (Mariano Rajoy). No voy a ser un cínico. No he derramado ni voy a derramar una sola lágrima por un terrorista como Bin Laden, un ser humano despreciable responsable del asesinato de miles de personas e instigador principal de un enfrentamiento entre el Islam y el resto de la humanidad de consecuencias nefastas para la vida de todos los habitantes del planeta. Pero siempre he considerado, como Cervantes, que la figura de la muerte, en cualquier traje que venga, es espantosa. Y siempre he creído que la democracia encarna unos valores que se sustentan por encima de todo en el respeto a la vida, los derechos humanos y el imperio de la ley. Por ello, considero que la muerte de Bin Laden no es un acto de justicia, sino de venganza, no es una buena noticia, porque se ha producido en circunstancias indeseadas y previsiblemente va a tener consecuencias gravísimas para la comunidad internacional, y no es un paso adelante, sino todo lo contrario, en la búsqueda de la paz y la construcción de un mundo mejor. En términos legales, Obama se ampara en que la acción militar que ha acabado con la vida de Bin Laden fue un acto de guerra autorizado por el presidente de los EEUU de América en el marco de la legislación vigente en su país tras la declaración de guerra en 2001 a Al Qaeda después de los atentados del 11-S, que supusieron el asesinato de más de 3.000 personas. De ese modo justifican ya algunos la acción y basan en ello la negativa a que, en realidad, estamos ante una ejecución extrajudicial en toda regla. No conocemos, y probablemente no conoceremos nunca, los detalles de lo sucedido. No sabemos, y probablemente no sabremos nunca, si hubiera sido posible capturar con vida al asesino Bin Laden para que recibiera un juicio justo. Es lícito preguntarse si no hubiera sido mejor que EEUU hubiera diseñado una operación coordinada con Pakistán, dado que la acción militar norteamericana se ha desarrollado en su territorio. Ya se han difundido algunas imágenes falsas del cadáver del terrorista, y rápidamente el Pentágono ha filtrado que el cadáver de Bin Laden ha sido arrojado al mar. Todas las especulaciones, inevitables que van a surgir jugarán a favor de los asesinos y contribuirán a hacer crecer entre los islamistas radicales y sus simpatizantes el mito del líder liquidado por el imperio yankee. Es lo que tiene actuar sin testigos, que es como se actúa cuando se hace fuera de la ley. Pero lo han hecho de ese modo para ahorrarse problemas jurídicos y un proceso judicial en el que el acusado ejerciera su derecho a defenderse porque creen que ello hubiera supuesto un formidable ejercicio de propaganda para el enemigo. Un oficial de la Seguridad Nacional norteamericana, en declaraciones a Reuters recogidas por elmundo.es, lo ha dejado claro: “No había intención de capturar vivo a Bin Laden. Era una operación de matar”. El terrorismo no ha sido derrotado Aunque percibo que una inmensa mayoría de los ciudadanos de los países occidentales están felices y consideran lo sucedido como una demostración de fuerza que genera confianza en la eficacia de la democracia americana, y por ende, de sus aliados, formo parte de la minoría que piensa que acabar de este modo con la vida de este repugnante ser humano ha sido un error que puede tener graves consecuencias que podemos pagar cualquiera. El número dos de Bin Laden, el perverso Ayman Al Zawahiri, sigue muy vivo, dirige la organización terrorista y concitará ahora la admiración de los miles de seguidores ciegos que tiene Al Qaeda y que están libres. Estos asesinos siguen contando con un formidable refugio en Pakistán, la única república islámica que cuenta con armamento nuclear, tienen miles de millones de dólares a su disposición y su fanatismo va mucho más allá de Bin Laden, y le sobrevivirá enfurecido. Con la desaparición de Bin Laden no ha sido derrotado el terrorismo islámico. Muy al contrario. La bestia está enfurecida y todo el mundo espera su reacción con temor inmenso. Ha quedado claro. A ver qué dicen ahora los demócratas de la hora undécima, los progres de monólogos, tazones y camisetas al rojo vivo, los izquierdistas de salón, los garzones y compañía, los zetapés defensores de la Alianza de las civilizaciones, los rojeras de domingo por la mañana, los que nos llaman fachas a los que nos atrevemos a discrepar del discurso oficial. Lo que pueden es ir añadiendo al lema que aún hoy conservan del merchandaising de la campaña la palabra que lo define para siempre. Yes, we can… kill. La ejecución extrajudicial de uno de los mayores asesinos de la historia los retrata. Así se escribe la historia. (Melchor Miralles, 03/05/2011)


El efecto Osama: Terror y petróleo:
Henry Kissinger anotó en una reunión reciente que los revolucionarios casi nunca sobrevivían a su revolución. Y que tradicionalmente las ’segundas fases’ son más devastadoras que las primeras por ausencia de una fuerza unificadora. Lo que se preguntan analistas y consejeros en Washington DC es si la muerte de Osama Bin-Laden es el principio de una nueva -y más letal- fase de violencia terrorista entre las facciones más radicales del mundo islámico contra Occidente. La cual aumentaría la oferta de violencia y disminuiría la de petróleo y sus derivados. Muchos de los personajes con quienes debatimos la seguridad nuclear de Oriente Medio la semana pasada se alinean bajo la teoría del ‘dominó’ que predice que la primera fase de creación de nuevos Estados en Túnez, Egipto, Yemen, Libia y, eventualmente, otros países como Siria o Arabia Saudí, podría estar dominada por movimientos políticos controlados por ramas afines a Al Qaeda. Ya lo expresó el mismo presidente Obama al referirse al fenómeno que barre desde Cairo hasta Yemen. Él se refirió a que estos movimientos han creado lo que el llama una “narrativa alternativa” para una “generación descontenta”. Sin embargo, nadie conoce a ciencia cierta la prosa de esa narrativa. Por lo tanto, la gran pregunta detrás de la muerte de uno de los mas connotados líderes del terrorismo mundial es si serán los movimientos de extrema o Estados ya consolidados quienes mantengan y conduzcan la ‘guerra’ contra posiciones ideológicas, políticas o simplemente contra el estilo de vida Occidental. Más que un terrorismo patrocinado por ciertos movimientos como Al Queda, Hizbollah, La Hermandad Musulmana o la militancia Shia, son ciertos Estados quienes más efecto geopolítico podrían tener en el futuro de personas y recursos vitales para las economías. Nadie puede negar la ambivalencia de Pakistán ni la agresividad de Irán en impulsar este tipo de terrorismo. La incógnita de Pakistán Mientras el presidente Obama comunicó que la operación que acabó con la vida de Bin Laden fue hecha en cooperación con las fuerzas pakistaníes, varios oficiales de la inteligencia pakistaní salieron prestos a su paso a decir que se había realizado a sus espaldas; es decir, que no vieron el elefante en la sala de su casa. Pakistán ha recibido cerca de 8.500 millones de dólares en ayuda directa e indirecta de EEUU en los últimos tres años, pero su territorio, y parte de sus instituciones, mantienen apoyo y complacencia con los grupos islámicos mas radicales. Muchos otros cuestionan si haber encontrado a Bin Laden cerca de Islamabad y no en las cuevas rocosas de las regiones tribales mas apartadas pudiera no demostrar la doble moral del país y el papel turbio que juegan los organismos de seguridad e Inteligencia. El compromiso de Afganistán y Pakistán de llevar a cabo una política de ‘tridente’ (seguridad, desarrollo económico y reforma política) fortaleció las llamadas Áreas Tribales de Administración Federal (ATAF). Ello tenía como objetivo acabar con los ‘espacios de seguridad’ (safe havens) para los grupos terroristas y minar las fuentes de ingresos provenientes del cultivo de narcóticos. Poco de ello ha ocurrido. No quiere decir ello que no haya otros focos de terrorismo por fuera de la acción protectora de ciertos Estados. Hizbollah del Líbano apoyados por Irán y Siria, la militancia Shia de Irak, la Hermandad Musulmana de Egipto y los movimientos radicales de Argelia. Pero el gran reto hacia el futuro consistirá en controlar (y desactivar) los Estados que patrocinan el terrorismo como un arma de expansión ideológica y política. Al grupo conformado por Irán y Pakistán podrían estar uniéndose Egipto, Yemen y Argelia, algunos de los cuales poseen capacidad para desarrollar armas nucleares; si su evolución resulta determinada por el control de los elementos más radicales. Si a estos objetivos se une el de desterrar toda influencia, y hasta su presencia, de EEUU e Israel de Oriente Medio, el impacto en la geopolítica de seguridad general y de seguridad energética en particular podría tener graves consecuencias para los países de la OCDE. Pero toda moneda tiene dos caras. La más amable para todos muestra el inicio de una nueva era de la lucha contra el terrorismo gracias a la consolidación de regímenes más democráticos y por lo tanto más libres de escoger su destino. Si desde la administración Bush EEUU ha tenido la lucha contra el terrorismo como su raison d’être de política exterior, la muerte del causante principal del ataque a las torres gemelas podría significar un viraje hacia políticas de corte bilateral para fortalecer la democracia y el desarrollo económico de aliados claves al tiempo de asegurar la oferta de materias primas criticas y la seguridad nuclear global. (Rodrigo Villamizar, 03/05/2011)


¿Terrorista o mito?:
La muerte de Osama Bin Laden a manos de un comando norteamericano, además de suscitar la percepción en millones de personas de que se ha hecho justicia, plantea la cuestión de si ha muerto el terrorista pero hemos creado el mito que puede sobrevivirle durante décadas en las mentes y los corazones de muchos terroristas musulmanes o si, por el contrario, con la muerte del terrorista también desaparecerá el mito que se creó con los atentados del 11-S. Desde luego, como se ha demostrado una vez más, a los terroristas se les puede matar o encarcelar, pero los mitos sólo desaparecen cuando se olvidan por las gentes que los creyeron y se los transmitieron durante generaciones. En el caso de Bin Laden, que había dirigido y simbolizado de una forma mítica a la organización terrorista Al Qaeda, su muerte tendrá un efecto desintegrador sobre la organización contribuyendo al descrédito del mito que se había forjado como parte de la propaganda yihadista. En efecto, en el caso del terrorismo de Al Qaeda, como en toda estrategia terrorista, la narrativa ideológica y propagandística creada para legitimar sus acciones pero también para magnificar las limitadas capacidades de violencia que eran capaces de movilizar, había construido el mito de la guerra santa contra el infiel identificándolo con Occidente, en general, y con Estados Unidos en particular. Al mismo tiempo personificó dicho mito en Osama Bin Laden por ser el líder de la única organización terrorista que había demostrado su capacidad de llevar a cabo atentados en el corazón financiero y político de la superpotencia americana. Desde esta perspectiva, los atentados de las embajadas en Kenia y Tanzania o el ataque contra el buque de guerra US Cole, fueron una excelente plataforma propagandística para dar credibilidad a la imagen de omnipotencia terrorista de Al Qaeda y la omnisciencia estratégica de Bin Laden al ordenar los atentados del 11-S, ya que hicieron creer que había planeado incluso la destrucción de las Torres Gemelas, cuyo desmoronamiento, como consecuencia del choque de los aviones, nadie pudo prever como atestiguan los centenares de bomberos muertos que nunca creyeron que las temperaturas alcanzadas harían colapsar la estructura de las torres. Pero el mito tan sutilmente creado y tan rápidamente difundido en la era de la globalización de las comunicaciones, había comenzado a desmentirse ante la fuerza de los hechos. En primer lugar, los datos demuestran que la mayoría de las acciones del terrorismo yihadista se dirigen contra los propios musulmanes, en particular contra los ciudadanos indefensos, con sus atentados suicidas en calles, plazas y mercados de países árabes, porque es a la población musulmana a la que se quiere someter política y religiosamente y no a los occidentales. Lógicamente, la mayoría de las sociedades musulmanas, aunque creyentes y practicantes, no se han dejado arrastrar por unos líderes y una organización que no representaba mas que otra forma de dominación, sólo que ésta quería unir a la dictadura del régimen político, que ya soportaban, la de las conciencias. De este modo Al Qaeda y, por extensión, los grupos yihadistas tras dos décadas de acción violenta siguen siendo abrumadoramente minoritarios en los países árabes y sus expectativas de éxito desaparecen en el horizonte histórico, barridas por las ansias de libertad, justicia y democracia que movilizan a las multitudes islámicas desde Tánger hasta Teherán. En segundo lugar, y como ocurre en toda buena estrategia antiterrorista, es la cooperación legal, policial y judicial, desarrollada a escala internacional, la que está logrando minar los fundamentos mismos de la capacidad de Al Qaeda mediante la detención o muerte de sus principales dirigentes, como al Zarqawi o el propio bin Laden, demostrando con ello su vulnerabilidad y la falta de legitimidad de su discurso ideológico-religioso. Por último, sería poco riguroso ignorar que la voluntad política de los dirigentes de Washington, con independencia de su color partidista, unido a la capacidad tecnológica y militar de Estados Unidos, ha sido capaz de lograr el objetivo de acabar con Bin Laden, aunque el empeño haya requerido toda una década de esfuerzo colectivo antes de poder alcanzar el éxito. Sin duda, la organización terrorista Al Qaeda sobrevivirá un tiempo a su líder e icono mediático. Es muy probable que traten de realizar uno o varios atentados espectaculares para demostrar su capacidad de acción, pero cualquier analista sabe que al Zawahiri, el principal ideólogo de la organización y el que muy probablemente se erija en el sucesor de bin Laden, ya no representará el mito sino tan sólo la estrategia terrorista y ésta, como ya se ha comprobado en infinidad de casos a los largo del siglo XX, puede ser derrotada cuando hay una voluntad política firme y continuada para ello. Una lección que hace décadas deberíamos haber aprendido en nuestro país. (Rafael Calduch Cervera, 03/05/2011)


ISIS: Ayudas:
Los atentados de París han trasladado al corazón de Europa la barbarie con la que conviven los ciudadanos de Siria e Irak desde hace años. Con este ataque terrorista, el Daesh (las siglas en árabe del autodenominado Estado Islámico) da un salto cualitativo en su estrategia al abrir un nuevo frente para golpear al enemigo exterior.Se trata de una derivación sumamente peligrosa, sobre todo si el Estado Islámico (ISIS, en sus siglas en inglés) replica este patrón a otros objetivos. Pero si hay algo inquietante en estos atentados es que demuestran que la capacidad operativa del ISIS sigue intacta. Los 8.000 ataques aéreos lanzados por la coalición internacional contra sus feudos en territorio iraquí y sirio han logrado frenar su avance, pero no han impedido la consolidación de su administración. El hecho de que las principales potencias internacionales sean incapaces de derrotar a una organización que apenas cuenta con 50.000 efectivos nos invita a pensar que se carece de una estrategia adecuada para derrotar a este enemigo no convencional. La resiliencia del ISIS nos indica, al mismo tiempo, que dicho grupo dispone de mayores apoyos de los imaginados. En realidad, su fulgurante expansión no hubiera sido factible de no haber contado con la complicidad de algunos actores clave de la región. Si bien es cierto que, hoy por hoy, el ISIS representa una amenaza global de primera magnitud, también lo es que algunos actores lo siguen considerando un instrumento de utilidad que conviene preservar. El régimen sirio siempre ha considerado a los yihadistas un enemigo útil, susceptible de ser manipulado cuando llegase la ocasión. El tiempo parece haberle dado la razón, puesto que su expansión ha sido respondida con el establecimiento de una coalición que está haciendo el trabajo sucio que Bachar el Asad ha rehusado asumir en los últimos años. No debemos olvidar que fue el presidente sirio quien dio la orden de liberar a centenares de yihadistas de las cárceles en los primeros compases de la revuelta, precisamente para tener una coartada para reprimir dichas manifestaciones. Entre los liberados estaban los actuales responsables del Frente Al Nusra (la rama siria de Al Qaeda) y Ahrar Al Sham (la principal milicia salafista). Bachar ha evitado atacar las posiciones del ISIS, labor que tuvieron que asumir las fuerzas rebeldes que comprendieron que se trataba de un grupo parasitario que pretendía aprovechar el caos bélico para implantarse sobre suelo sirio. El ISIS siempre fue contemplado por el presidente sirio como un enemigo útil que le permitía presentarse como un mal menor ante la comunidad internacional. Por esta razón, el régimen necesita mantener con vida al ISIS, ya que se ha convertido en el salvoconducto que podría garantizar su propia supervivencia. Bachar el Asad ordenó liberar a yihadistas de las cárceles en los primeros compases de la revuelta También el Gobierno iraquí tiene un papel determinante en el nacimiento y expansión del ISIS. La intervención norteamericana permitió que los partidos chiíes se hicieran con el poder e instauraran un Gobierno abiertamente sectario. El ex primer ministro Nuri Al Maliki auspició la formación de batallones de la muerte que actuaron con absoluta impunidad, y las milicias chiíes se hicieron con el control del Ejército. La herencia dejada por la ocupación norteamericana, el sectarismo de Maliki y el yihadismo de Al Qaeda es desoladora: violencia institucionalizada, corrupción endémica, pobreza estructural y frustración generalizada. No nos debe extrañar, por tanto, que en 2006 Abu Bakr al-Bagdadi lograra granjearse el apoyo de la castigada comunidad suní y, en especial, de destacados dirigentes baazistas que rápidamente se unieron a sus filas tratando de recuperar el poder perdido. Por último, debemos referirnos a las potencias regionales que han tenido un papel decisivo en el agravamiento de la situación en Siria e Irak. Algunas petromonarquías del golfo Pérsico se han guiado por la máxima del “enemigo de mi enemigo es mi amigo”, lo que les ha llevado a financiar generosamente a una pléyade de grupos yihadistas con una agenda abiertamente sectaria, todo ello con la voluntad de debilitar a las autoridades de Damasco y Bagdad. Arabia Saudí e Irán, que están librando una guerra fría por el control de Oriente Próximo, son los principales responsables de la deriva sectaria que azota la región. El primer país tiene una dilatada historia de colaboración con los movimientos yihadistas, que, a su vez, se consideran puntas de lanza del wahabismo en el mundo árabe. En el pasado, importantes jeques contribuyeron a la financiación de Al Qaeda; en el presente, Riad considera la rama local de dicha organización en el Yemen como un aliado en su guerra contra los Huthis. Irán, por su parte, ha movilizado a diversas milicias chiíes libanesas e iraquíes, así como a su Guardia Republicana, para apuntalar a El Asad. Aunque Irán sea un enemigo declarado del ISIS, lo cierto es que también ha sabido rentabilizar su existencia en las negociaciones en torno al acuerdo nuclear, ya que EE UU es plenamente consciente de que la contribución iraní será imprescindible para estabilizar el caótico Oriente Próximo. Otra de las potencias regionales que han jugado a esta ruleta rusa ha sido Turquía, que permitió que sus fronteras se convirtiesen en un auténtico coladero por el cual se infiltraban miles de yihadistas a territorio sirio. Al hacerlo pretendía acelerar la caída del régimen, pero también impedir la consolidación de la autonomía de Rojava, el Kurdistán sirio. De esta manera, creía matar dos pájaros de un tiro. Tan sólo la creciente beligerancia del ISIS, que asesinó a más de un centenar de personas en Ankara en plena campaña electoral, parece haber modificado dicha política, aunque se han aprovechado los bombardeos contra el ISIS para destruir las bases de los peshmergas kurdos, como si los dos grupos formaran parte de un mismo fenómeno. Arabia Saudí e Irán son los mayores responsables de la deriva sectaria que azota la región En último término no debemos soslayar la responsabilidad de EE UU en la irrupción del ISIS. Su invasión de Irak no sólo destruyó al régimen, sino que además desmontó el andamiaje estatal al desmovilizar al Ejército y disolver el Baaz. En ese terreno abonado nació el ISIS, que llegó a ser visto por algunos elementos de la Administración americana como un instrumento que podía debilitar a Al Qaeda, su enemigo público número uno desde los atentados del 11-S. Tras el estallido de la guerra siria en 2011, EE UU y los países occidentales prefirieron mirar hacia otro lado, mientras el ISIS extendía sus tentáculos y se incubaba la mayor catástrofe humanitaria que ha vivido la región desde hace un siglo. Ni los unos ni los otros estaban interesados en correr riesgos y se mantuvieron impasibles ante las carnicerías cotidianas de una guerra que ha devastado el país y ha provocado la muerte de, al menos, 330.000 personas y la desaparición de otras 65.000. Ahora recogemos la cosecha de esta errática estrategia. (Ignacio Álvarez-Ossorio, 23/11/2015)


Tercera Guerra:
Las guerras no empiezan necesariamente con una declaración ni acaban necesariamente con un armisticio. Vivimos en la continuación global de los conflictos que asolaron este planeta el pasado siglo. Los tiempos cambian, cambia la tecnología, cambian los adversarios y -sobre todo- cambian los discursos, pero el hecho innegable es que vivimos en guerra, aunque nos neguemos a asumirlo. Es una guerra que pudo comenzar simbólicamente el 11-S, cuando Al Qaeda voló las torres gemelas, pero que se convirtió en global con la intervención aliada en Irak, un asunto que hoy sabemos -lo sospechamos siempre- no tuvo nada que ver con aquella cruzada contra el terror declarada por Bush hijo y sus halcones. Irak y nuestro exaliado Saddam no eran la cara secreta del yihadismo, eran su contención en Oriente Medio. Descorchamos aquel tapón y la región se convirtió en un territorio de ajustes sangrientos, venganzas étnicas y religiosas, y oportunidades para los señores locales de la guerra. El terror mutó regionalmente en algo esencialmente distinto, un califato decidido a ocupar territorio, construir un estado desde el que imponer leyes, cobrar impuestos, administrar vidas y haciendas, como hacen todos los estados. Los aliados frente a Irak nos cansamos de gastar dinero y contar nuestros (pocos) muertos propios y nos fuimos. Cedimos el territorio de Irak, y abandonamos Siria a su suerte. Daesh se hizo fuerte en ese hueco y levantó su programa: desatar una yihad universal basada en destruir todo vestigio del pasado, cambiar la historia y matar uno a uno a los infieles. Un plan sencillo. Empezaron a ejecutarlo y divulgarlo por las redes y las televisiones del mundo, con degollamientos en masa y vistosos atentados copando la programación de sobremesa. Trajeron su guerra a nuestra casa. Una guerra desigual que enfrenta a esa parte del mundo que nos gusta definir como civilizada con un concepto bárbaro y salvaje del miedo. Es una guerra en la que nosotros -los de este bando- usamos la tecnología y sus infinitos recursos para que nuestros ejércitos tengan bajas mínimas, y los de ellos, máximas. Una guerra en la que desde nuestro lado se intenta evitar víctimas civiles, aunque el saldo de daños colaterales no para de crecer, con ciudades "enemigas" destruidas hasta los cimientos, gente muriendo de hambre y poblaciones enteras sucumbiendo bajo los bombardeos "selectivos" de aviones invisibles e inalcanzables y drones capaces de tomar decisiones independientes. Es una guerra en la que el enemigo no dispone de esa tecnología ni de nuestros recursos, pero sí de la determinación de destruirnos. Donde estemos, con los medios que sea, a bulto, y cuanto más a bulto mejor. Nuestros éxitos militares sobre el terreno son contestados con violencia indiscriminada sobre los civiles. En las capitales de la abundancia, en las sucursales del poder, en cualquier lugar donde un hombre convencido de que la solución es matar a muchos, pueda hacerlo y pagar con su propia vida. Son un ejército secreto, implacable y terrorífico, que está ganando esta guerra: la ganan haciendo que levantemos más muros y fronteras, que encerremos al diferente, que pongamos al frente de nuestros gobiernos a gente que nos promete seguridad a cambio de nuestra libertad y de venganza para nuestros pobres, inútiles muertos. Están ganando esta guerra porque usan para su propaganda nuestras pantallas de plasma y desde ellas diseñan la arquitectura de nuestros miedos. Están ganando porque han logrado que el pavor derrote a la inteligencia. Y al final -al final de esta guerra, si es que acaba algún día-, tendremos un mundo dividido, con gente muy parecida a ellos gobernando en nuestros países, diciéndonos lo que es lícito hacer y creer y sentir y pensar, para vencerles. Y entonces habrán ganado. (Francisco Pomares, 16/07/2016)


Atentados: Métodos:
La tendencia terrorista mostrada en París, en enero y noviembre de 2015, en Bruselas el pasado marzo, y ahora en Niza, confirma el título elegido. Este método utilizado por los yihadistas salafistas, el de la yihad urbana,ha venido a Europa para quedarse, añadiendo nuestro continente a otros que, como Asia o África, lo conocen desde años atrás. La yihad (en árabe, el yihad, en masculino) no se usa aquí en su acepción más correcta, que es el esfuerzo personal para ser mejor, sino en la dimensión guerrera que le asignan los terroristas yihadistas salafistas. Y urbano deriva de la consideración del escenario urbano como el preferente para atacar a los enemigos, no de forma esporádica con atentados clásicos más o menos frecuentes, sino en términos de campo de batalla en plenitud. En este, uno o más individuos dispuestos a llegar hasta el final en términos combatientes pueden hacer uso de explosivos, de armas ligeras, de armas blancas y/o simplemente convertir en arma vehículos de cualquier tipo para alcanzar sus objetivos. Esta definición se ilustra con el arranque de la yihad urbana en Bombay, en 2008, que pasando por diversos escenarios llega a suelo europeo a lo largo de 2015 y se consolida en 2016. Diez terroristas yihadistas salafistas procedentes de Pakistán desembarcaron el 26 de noviembre de 2008 en las proximidades de la gran urbe india y, subdivididos en grupos de dos, se desperdigaron por la urbe provocando la muerte de 166 personas. A lo largo de 60 horas realizaron nueve ataques a objetivos importantes, entre ellos la estación de ferrocarril y varios hoteles. El objetivo de los yihadistas de Bombay no era cometer algún ataque y replegarse y ni siquiera se plantearon tomar rehenes: quisieron producir el máximo número de víctimas mortales, aprovechando el escenario urbano tanto para lograrlo como para dar visibilidad global a su ataque. Antes de Bombay las ciudades ya habían servido como escenario para ataques terroristas de diversos grupos yihadistas, pero estos habían tenido objetivos concretos, se habían utilizado en ellos tácticas clásicas (atentados con bomba, asesinatos selectivos, etcétera) y por su propia naturaleza habían sido acciones esporádicas y breves en el tiempo. París fue escenario de este tipo de ataques a partir de 1995, de la mano de terroristas del Grupo Islámico Armado (GIA) argelino, que atentaron en la red de transporte suburbano de la capital (metro y RER), aunque ninguno de ellos llegó a hacerlo como suicida. La década siguiente ofreció ejemplos aún más letales de dicho método clásico, aunque introduciendo ya la figura del suicida en ellos. En Casablanca en 2003 los terroristas buscaron sus objetivos para morir matando; en los atentados de Madrid de 2004 mataron conservando sus vidas, previsiblemente para emplearse en futuras acciones; y cuando atacaron en Londres en 2005 los terroristas volvieron al modelo de Casablanca, actuando como suicidas. Será ya en Bombay en 2008 cuando la ciudad se convierte de lleno en campo de batalla, combinando atentados clásicos con un esfuerzo sostenido de combate. Este se realizará, generalmente aunque no solo, con armas ligeras (fusiles de asalto, pistolas, granadas de mano y lanzagranadas, explosivos de diversa potencia, etcétera) y en él los combatientes se mostrarán siempre dispuestos a alcanzar el martirio. Este modus operandi se irá haciendo cada vez más presente, primero en escenarios del mundo musulmán, desde Bagdad hasta Kabul pasando por Mogadiscio, entre otras muchas localidades, y con el tiempo llegará también a Europa. La experiencia nos muestra que no es hasta que tal práctica alcanza el continente europeo cuando algunos empiezan a preocuparse por la dinámica en marcha, pero lamentablemente para entonces esta ya se había afianzado entre los yihadistas. Los hermanos Kouachi —a diferencia de los hermanos Tsarnaev, que el 15 de abril de 2013 habían atentado en Boston colocando explosivos y huyendo— llevaron en París el 7 de enero de 2015 la yihad urbana a suelo europeo y occidental en majestad, cometiendo un atentado clásico con su ataque a la redacción de la revista satírica Charlie Hebdo, pero siguiendo luego su esfuerzo letal armados con fusiles de asalto Kaláshnikov mientras su socio Amedi Coulibali atacaba otros objetivos en la misma gran urbe. Consiguieron idénticos logros a los alcanzados años antes en Bombay: provocaron un número importante de víctimas (17 en este caso), sostuvieron en el tiempo su esfuerzo combatiente y consiguieron dar gran eco mediático a su acción. Mientras los ataques con perfil de yihad urbana empezaban a hacerse visibles en suelo europeo a lo largo de 2015, estos ya se consolidaban en escenarios tradicionalmente castigados por el terrorismo yihadista. La masacre llevada a cabo por los somalíes de Al Shabab en el Westgate Mall de Nairobi, en septiembre de 2013, se saldó con la muerte de 59 personas. Los terroristas utilizaron tácticas avanzadas de ataque y manejo de la propaganda durante el largo tiempo que duró el mismo. El atentado talibán contra el restaurante Tavern du Liban, en Kabul en enero de 2014, en el que fallecieron 21 personas, fue el más mortífero dirigido contra extranjeros desde la intervención internacional de 2001, y fijó entre sus prioridades realizar acciones sostenidas en el tiempo en escenarios urbanos. En otras latitudes, el primer ministro australiano, Tony Abbott, destacaba en septiembre de 2012 que los yihadistas preparaban “matanzas en las calles de Australia”, y en la primavera de 2014 la revista de Al Qaeda, Inspire, llamaba a priorizar los objetivos urbanos. En noviembre de 2015 siete terroristas provocaron en diversos ataques simultáneos 130 muertos en París, consolidando ya la yihad urbana no solo en Francia sino también en el resto de Europa, pues pronto tal método empezó a tener emuladores. En febrero de 2015, en Copenhague, el asesinato de un cineasta y un guardia de seguridad fue continuado con enfrentamientos armados por las calles de la capital danesa. La experiencia posterior de Bruselas, con 32 muertes causadas por tres terroristas coordinados que actuaron el pasado 22 de marzo, y ahora de Niza, con más de 80 muertos de momento, nos confirma que la yihad urbana ha venido para quedarse. Armas ligeras, explosivos, o incluso el uso de vehículos, todo sirve para producir víctimas mortales, en la línea de los llamamientos de los diversos grupos yihadistas a intensificar el combate utilizando las ciudades como escenario preferente. (Carlos Echeverría Jesús, 16/07/2016)


Yihad:
La última ofensiva terrorista de ISIS corre el riesgo de inscribirse en la fórmula nietzscheana del eterno retorno de lo igual. Conmoción en Occidente, lógicamente de superior intensidad en el país afectado, debates cada vez menos precisos en torno al qué hacer, y finalmente silencio en espera del siguiente atentado. Un poco como si levantar la voz sobre la naturaleza propia de esta estrategia fuera desaconsejable porque llevaría a atraer la atención de los terroristas. La única dimensión activada de la política antiterrorista tiene lugar en el terreno de la seguridad, y también aquí solo se registra una intensificación cuando se ha producido el último golpe. Sigue existiendo una reticencia a admitir que nos encontramos ante una declaración, y una puesta en marcha por parte de ISIS, de una guerra mundial de nuevo tipo. Un conflicto que solo parcialmente es convencional, en Siria e Irak, pero que, mediante una secuencia de espectaculares atentados terroristas, tiende a compensar la disparidad de recursos existente entre el Estado Islámico y su enemigo, el mundo de los no-creyentes. Por su propia naturaleza, la guerra lanzada por el Estado islámico requiere un tratamiento muy distinto de los enfrentamientos bélicos convencionales. Y tampoco caben las estrategias contra el Mal al estilo de Bush, tan ineficaces a largo plazo como incompatibles con los derechos humanos. Olvidarlo puede llevar a un dilema falaz entre hacer la guerra contra el ISIS o refugiarse en la pasividad. Una elección a evitar, sustituyéndola por una política antiterrorista que incluya dimensiones como la acción cultural y educativa en nuestros países respecto de las minorías musulmanas. Los yihadistas del mundo árabe son inalcanzables, pero al menos podemos evitar en lo posible que nuestros jóvenes musulmanes adopten una visión del Islam favorable a la guerra santa. De entrada, conviene destacar que los planteamientos doctrinales y las tácticas bélicas del ISIS entroncan de modo directo con la práctica del primer Islam en el tiempo del profeta armado y sus sucesores, los “piadosos antepasados”. Una concepción de la divinidad fundada sobre la esclavitud hace que el creyente, esclavo de Alá, constituido en comunidad cerrada a los otros hombres, priva a estos de lo que entendemos por condición humana y les sitúa en el mismo plano de inferioridad que a los sometidos a la servidumbre humana. No cabe, pues, lamentar su destrucción, necesaria por oponerse a quienes siguen a Alá, tanto no-creyentes como falsos musulmanes, hipócritas —caso de Erdogan por su alianza con las potencias occidentales—. ISIS no es ajeno al Islam, sino producto de una lectura rigorista, que desemboca en el ejercicio de la yihad a escala mundial, hasta que impere la verdadera fe. La trama ideológica que está en la base del ISIS, incluida la restauración del califato, reproduce las ideas y directrices contenidas en la acción del profeta y de sus sucesores en la fase de Medina de su vida política, según la lectura apuntada. Existiría un abismo entre los creyentes y sus enemigos, y entre ambos solo cabe una guerra sin cuartel, donde incluso los muertos son opuestos: unos son mártires, otros van al infierno. La biografía canónica de Mahoma por Ibn Ishaq ofrece múltiples testimonios de esa lógica de actuación, tanto por la prioridad de la mediación bélica como por los episodios de eliminación de los enemigos, sean estos clanes judíos de Medina, paganos de La Meca o poetas críticos que sirven de ejemplo para un terror saludable. Cada acto de este tipo suscita la conversión inmediata de los allegados. Esta ejemplaridad interviene puntualmente en la lógica de acción del ISIS, lo mismo que en la dimensión económica, nivel organizativo tan presente en la yihad del profeta como en sus imitadores de hoy (de los rescates a la acción sobre las comunicaciones del enemigo). Como contrapunto, hay un Islam progresivo, del que nadie se acuerda entre nosotros, propiciado por pensadores musulmanes, a partir de Averroes y de Rumí, hasta Arkoun y Soroush hoy, que plantean una construcción doctrinal asentada sobre el Islam de La Meca, la concepción de la yihad como esfuerzo no bélico hacia Alá, e incluso una aproximación pluralista a la democracia a partir de la shura, el consejo. Ambos análisis, los de la génesis islámica del Estado terrorista y los de la alternativa perfectamente viable, tienen que romper, y deben romper, la barrera de la ceguera voluntaria ante el tema. Nos va mucho en ello. Las ambigüedades de Erdogan, islamista ortodoxo, pero hipócrita para ISIS, son ejemplo de la inutilidad de una vía media. (Antonio Elorza, 16/07/2016)


España: Fuerzas de seguridad:
¿Por qué en Francia y Bélgica y no en España? No hay una respuesta ni siquiera aproximativa a semejante pregunta pero sí cabe una reflexión del por qué el terrorismo islamista no perpetra alguna de sus barbaridades en nuestro país desde 2004 mientras golpea a la sociedad francesa y belga, entre otras. Seguramente, España ha ido modelando un Estado muy solvente desde el punto de vista de su seguridad interior con fuerzas y cuerpos policiales cada vez más preparados y mejor coordinados con sus servicios homónimos autonómicos. Al tiempo, se ha ido engrosando, en capacidad y cualificación, unos servicios de inteligencia -CNI- que aprendieron de sus insuficiencias y ahora funcionan con eficacia. Aunque nuestro país se encuentra en el nivel de alerta 4 -el 5 conllevaría la presencia militar en la calle- y por lo tanto en disposición vigilante permanente, todo hubiera sido diferente si nuestro aprendizaje histórico no hubiese sido tan extremadamente duro y sangriento. Prácticamente desde los años sesenta del siglo pasado hasta 2010, el terrorismo de ETA ha representado una trágica escuela para nuestros cuerpos policiales y de inteligencia. La banda terrorista actuó durante décadas en casi toda España mediante comandos bien pertrechados. ETA disfrutó de una cierta benevolencia internacional y dispuso en el sur de Francia de un refugio seguro por demasiado tiempo, al menos hasta finales de los ochenta. Sus atentados fueron indiscriminados, masivos, selectivos y concretos. Su registro delictivo fue amplísimo: asesinatos, secuestros, chantajes, sabotajes…hasta completar todo el catálogo de una barbarie que quizás culminó -en cuanto a crueldad- en julio de 1997 con el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco. La banda -recuérdese el intento de golpe de Estado de 1981- llegó a situar a nuestra democracia al borde del abismo, pero finalmente -y aunque queda trecho para rematar la liquidación de la banda- ETA es pasado. Sin embargo, todo el aprendizaje -en España y fuera, dentro y en colaboración con otras policías y servicios de inteligencia, americanos e israelíes entre otros- está rindiendo fruto y se ha logrado extirpar a los terroristas de nuestra convivencia. Y cuando se mueven, la policía se anticipa y los captura. Los atentados del 11-M (192 víctimas mortales, el asesinato terrorista colectivo más grave en Europa) abrió a la policía y a los servicios de inteligencia españoles un nuevo frente de lucha: contra el yihadismo. Desde entonces, el Estado español ha experimentado un giro copernicano en su seguridad interior. Porque no solo se ha controlado la frontera sur. El espionaje está infiltrado en grupos potencialmente peligrosos; la monitorización de los movimientos de los sospechosos es constante y la coordinación con los países de origen de terroristas yihadistas funciona con gran fluidez. La Policía Nacional y la Guardia Civil han formado a funcionarios especializados en las investigaciones más sofisticadas -especialmente las digitales-, se ha incrementado el número de servidores públicos con conocimientos de la idiosincrasia psicológica de los terroristas, disponemos de servidores públicos políglotas (los universitarios ingresan notablemente en las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado) y, sobre todo, se ha avanzado irreversiblemente en una profesionalidad que es operativa incluso cuando, como ahora, experimentamos una crisis de gobernabilidad y otra adicional en el propio Ministerio del Interior. Esta eficacia actual nos ha costado lograrla después de casi 900 víctimas a manos de la banda terrorista ETA y 200 más debidas a la autoría del terrorismo yihadista. En un tiempo histórico anterior y posterior al 11-S de Nueva York, y mientras -es de temer- algunos otros estados se tomaban con demasiada tranquilidad su seguridad interior, siendo Bélgica el caso más extremo de laxitud. Los atentados en Francia -tres de enorme gravedad en enero y noviembre de 2015 y el de la noche del jueves en Niza, si finalmente se confirma que es de carácter terrorista- delatan que la República francesa no termina de encontrar un modelo de seguridad razonablemente fiable -el chófer asesino de Niza sugiere cierta holgura en la prevención- porque, además, tampoco la Unión Europea ha creado esa ansiada política común de seguridad, ahora todavía más debilitada por las reticencias a una mayor convergencia de políticas y tareas, siendo el Brexit la quintaesencia del repliegue de un Estado miembro sobre sí mismo. Como ayer afirmó Rajoy en su declaración institucional, ningún país está libre de un atentado. Tampoco España. Pero el nivel de probabilidad de su acaecimiento es variable en función, entre otros factores, de la solidez y fiabilidad de los mecanismos de seguridad interior. Los nuestros parecen consistentes; los de Francia, menos, y los de Bélgica son directamente mejorables. El esfuerzo por oponer seguridad al yihadismo, al margen de medidas políticas, de orden internacional, y sociales, depende del aprendizaje de los estados de sus propias experiencias, como ha ocurrido en España, y de la capacidad de unir esfuerzos en este sentido en el seno de la Unión Europea. Nuestra experiencia histórica ha sido tan extraordinariamente dura -hemos pagados nuestra cuota de sangre- que la seguridad española se ha forjado en una larga adversidad y mueve a compasión observar el tránsito amargo de otras sociedades por ese camino de la cervantina experiencia como madre de toda ciencia. De la ciencia policial y de seguridad. (José Antonio Zarzalejos, 16/07/2016)


al-Baghdadi
Ibrahim Awwad Ibrahim Al-Badri (nombre de guerra: Abu Bakr al-Baghdadi) es, sin duda, el hombre más buscado del mundo. Nadie desde Bin Laden se había convertido en una encarnación personal semejante de la yihad global. Pero Al Qaeda era una red terrorista que nunca controló territorio. ISIS estableció un auténtico Estado, que en su apogeo llegó a gobernar las vidas de millones de personas y una superficie de 100.000 kilómetros cuadrados, un país mayor que Portugal. Baghdadi nació en 1971 en Samarra, una antigua ciudad iraquí al costado izquierdo del río Tigris, en una familia de clase baja. Su padre dirigía los estudios de Doctrina Islámica en la mezquita local. Baghdadi mostró desde pequeño una fascinación por la interpretación más puritana de las leyes religiosas, mostrándose intolerante con quien no las acataba escrupulosamente. Su familia le apodó “El Creyente”. Fue en la mezquita donde trabajaba su padre donde Baghdadi obtuvo su primer trabajo, enseñando recitación coránica a los más pequeños. Cuando no estaba en la mezquita, Baghdadi se aplicaba con entusiasmo y arrebatos de rabia a su otra gran pasión: jugar al fútbol. Con 22 años y sin apenas dinero, Baghdadi dejó Samarra para irse a Baghdad. Allí completó una extensa educación religiosa: Diplomatura en Estudios Islámicos en 1996 y un Master en Recitación Coránica en 1999. Durante ese tiempo vivió en un pequeño cuarto pegado a una mezquita en una zona pobre de Baghdad. Allí complementaba sus estudios dando clases de Corán a los niños del barrio. Durante todo este tiempo Baghdadi no dejó de jugar al fútbol en equipos locales. Su tío paterno, Ismail al-Badri, trató de convencerle de que se uniese a los Hermanos Musulmanes, una sociedad islamista transnacional fundada en el Egipto de principios de siglo cuyo propósito es transformar la sociedad hacia una islámica, con “el Corán como Constitución”. Pero la rama mayoritaria de los Hermanos Musulmanes quiere cambiar la sociedad “desde dentro del sistema” (de hecho, la organización tiene diputados en casi todos los países donde no está ilegalizada). Aquello a Baghdadi le pareció “demasiada palabrería y poca acción”, así que se orientó hacia el yihadismo salafista, un movimiento ultra-conservador que pretende usa sociedad bajo la interpretación más puritana de la Ley Islámica aunque para ellos sea necesario la violencia. La gran oportunidad de Baghdadi llegó en 2003. EEUU invadió Irak y tumbó el régimen y toda la administración de Saddam Hussein. En el vacío de poder que siguió a la invasión, estallaron dos guerras civiles superpuestas: ocupantes contra ocupados y sunníes contra chiíes. Baghdadi ayudó entonces a formar un grupo insurgente llamado “Jaysh Ahl al-Sunnah wa al-Jamaah” para atentar contra los soldados estadounidenses que ocupaban el país. Poco después fue detenido de manera casi accidental por el ejército estadounidense. Ocurrió el 2 de febrero de 2004, mientras visitaba a un amigo en Falluyah que sí estaba en la lista de los hombres más buscados. En los registros oficiales norteamericanos consta que se le clasificó como “prisionero civil” y no como un “yihadista”. Baghdadi fue enviado a la cárcel de Camp Bucca, en el sur de Irak. Aunque las fotografías de abusos a prisioneros hicieron que la atención internacional se dirigiese hacia la prisión de Abu Ghraib, Camp Bucca resultó mucho más relevante para el futuro de Irak. Por Camp Bucca pasaron unos 100.000 iraquíes durante la ocupación de EEUU, llegando a albergar a 20.000 prisioneros a la vez, casi con total seguridad la cárcel más grande del mundo. Años después, este campo de internamiento sería bautizado como la “Universidad de los Yihadistas”, por todos los lazos que se formaron entre insurgentes de diferentes grupos que años después acabarían engrosando las filas del ISIS. Durante su estancia en prisión, Baghdadi siguió jugando al futbol, y al parecer de forma brillante, ya que sus compañeros le pusieron el mote de “nuestro Maradona”. Baghdadi fue liberado de prisión en diciembre de 2004, apenas 10 meses después de ser capturado. El grupo más prominente durante la insurgencia sunní era la “Al Qaeda Irak” del feroz Abu Musab al-Zarqawi. Los atentados contra los soldados de EEUU y la población civil chií se sucedían sin control. Baghdadi se unió a la organización a través de los contactos que había hecho en la cárcel. Por sus conocimientos en Ley Islámica, se le asignó la tarea de revisar la propaganda que Al Qaeda producía para estar seguros de que no había ningún error de doctrina religiosa. En octubre de 2006, Al Qaeda Irak se unió a otros grupos yihadistas para formar el ISI (el “Estado Islámico de Irak”). En la primavera de 2010 Baghdadi ya era el líder de la organización. Eran años muy complicados para ISI: las tribus sunníes se habían hartado de la extrema violencia de sus tácticas y lanzaron una cacería contra sus militantes. Con ISI diezmado, Baghdadi aprovechó para enviar a muchos de sus hombres a una Siria en guerra y establecer allí una organización bautizada como “Frente de Al Nusra”. Nusra ganó terreno rápidamente en el noreste de Siria. Baghdadi decidió fusionarla con ISI para formar el ISIS (“El Estado Islámico de Irak y el Levante”). Baghdadi controlaba ahora un tercio del territorio sirio y las vidas de cientos de miles de personas. El sueño del Califato estaba más cerca. El siguiente paso era Irak. En un ataque relámpago aprovechando el levantamiento sunní contra el gobierno de Bagdad, ISIS conquistó el noroeste del país. Unos días después de tomar Mosul, el portavoz de ISIS proclamó el establecimiento de un Califato, con Baghdadi al frente bajo el nombre de “Califa Ibrahim”. El viernes 4 de julio de 2014, se produjo la única aparición pública que se conoce desde entonces de Baghdadi. Fue en la Gran Mezquita Al Nuri de Mosul, durante el rezo de un viernes de Ramadán. Vestido de negro y luciendo una larga barba, el “Califa Ibraim” subió al púlpito y se presentó al mundo. El terror había llegado. (Alberto Sicilia, 31/08/2017)



La Vanguardia es uno de los grandes diarios españoles y europeos desde hace muchos años; la calidad de sus corresponsales y el carácter de su redacción es evidente, aunque siempre ha tenido dificultades para salir de su enclave, del ámbito catalán y más en concreto barcelonés. Intentó abrir mercadeo en Madrid pero sin suficiente convicción y determinación. Pero es un diario de referencia, de calidad, creciente secuestrado por el síndrome nacionalista, primero, y separatista después. Su redacción es catalana, barcelonesa, de los pies a la cabeza, basta repasar su lista de jefes de redacción que no alberga mestizaje, lo cual no manda buenas señales. Dicen que Pujol toleraba que Godó utilizara el español para conversar con él, pero que se trataba de una liberalidad del President. Estas últimas semanas (y las que vienen) La Vanguardia va a pasar por una dura prueba para sus convicciones ya que el tradicional pasteleo o apaciguamiento ante el “proces” no tiene espacio: o unionista o soberanista, no hay tercera vía. Las lealtades del diario y del Grupo Godó están pues sometidas a una nueva pruebe y la familia ha sabido adaptarse a cada coyuntura con disciplina más o menos disimulada. Dos hechos del verano mandan señales preocupantes. La primera fue el despido fulminante y maleducado de Gregorio Morán, un columnista “intempestivo” de esos que definen el carácter y la personalidad de un medio. Morán era un incordio por poco previsible y nada ortodoxo, pero a cambio elevaba el listón de la tolerancia y el liberalismo de la cabecera. Para un director-director la firma de Morán es un termómetro de su personalidad. Media docena de directores han sostenido a Morán a pesar de muchas presiones y la redacción hizo otro tanto, no sin resistencias del establecimiento. El actual director no ha resistido la presión y ha prescindido de Morán. Estaba en su derecho, él y el editor, pero decididos a poner punto final a una colaboración la decisión podían haberla tomado con buenas maneras, las que deben corresponden a gente educada y con personalidad. Recurrieron al burofax de un burócrata, un contador de garbanzos. ¿Tan incómodo era dar la cara? Un director que ni contrata ni despide no es director, es un mero empleado sin personalidad. Pero no ha sido esa la peor señal del verano. La reacción a la noticia de El Periódico sobre la alerta de los servicios de inteligencia por un posible atentado en La Rambla ha sido tan mala o peor. Puesto a elegir entre el periodismo o el gobierno en La Vanguardia optaron por lo segundo, es decir por la comodidad, por el viento aparentemente dominante. Incluso con argumentos de profesionalidad tan traídos por los pelos que producen desasosiego. El dilema era sencillo, la verdad o la versión oficial. La cuestión no es si se pudo haber evitado el atentado, eso es ciencia ficción; la cuestión es si las autoridades mienten y porqué lo hacen, porqué niegan al ciudadano el derecho a saber. Y La Vanguardia no ha acertado a ordenar las prioridades con criterio profesional, con el periodismo como criterio. En los Estados Unidos tanto el periodismo como la investigación del Capitolio dejaron claro que el 11S se pudo haber evitado si los servicios de inteligencia hubieran trabajado coordinadamente. La CIA ocultó información trascendental al FBI que pudo haber permitido detectar a los terroristas antes del atentado. Reconocerlo era un primer paso para prevenir nuevos atentados; una vez sabido se tomaron medidas, quizá insuficientes, pero que han reforzado la coordinación. Lo de Barcelona responde al mismo patrón, pero hay que reconocerlo, analizarlo, tomar las medidas correctoras. Envolverse en la bandera huyendo de la verdad es la opción equivocada; el deber del periodismo, de La Vanguardia, es colocarse en el lado correcto del dilema. Pero para eso se requiere carácter, personalidad, criterio… (Fernando González Urbaneja, 05/09/2017)


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