Recurso a la guerra             

 

Recurso a la guerra:
[El malestar en la guerra:]
La intervención de una coalición militar en Libia para frenar el avance de las tropas de Gadafi hacia el este del país ha provocado un lógico debate entre partidarios y detractores de tal intervención. Los argumentos de unos y otros ya han sido señalados con creces, y yo personalmente y con reservas me he decantado por la intervención, como mal menor. Pero eso no me evita reconocer los riesgos de una guerra y el malestar que genera en la conciencia de la mayoría de los ciudadanos, una inquietud que no sólo viene derivada de ignorar cómo se decantarán los acontecimientos, sino también por las lógicas perversas por las que se mueve cualquier guerra. La guerra es un fenómeno social, un instrumento humano inventado inicialmente para conquistar y después para repeler ataques. Funciona como un sistema, con una estructura propia, con unos códigos y con unas instituciones encargadas de llevarla a cabo. No se improvisa, sino que se prepara con antelación, se enseña en las academias, se entrena a quienes han de intervenir en ella, y tiene como misión anular al enemigo, normalmente por su destrucción.

En el mundo contemporáneo, y debido a la tecnología armamentista que se usa, es casi inevitable causar daño a civiles. Una de las partes en contienda, además, como Gadafi en este caso, se ensaña especialmente sobre los civiles, no dudando en arrasar a las ciudades que conquista o que debe abandonar en la retirada. Se destruyen infraestructuras vitales para el normal funcionamiento del país y se apela a fidelidades primarias para arengar a las tropas en comportamientos inhumanos. La guerra es de por sí inhumana, porque quita vidas y pone en marcha los comportamientos más irracionales de que es capaz el ser humano; sólo así se mata sin piedad y con ceguera, y los soldados son instruidos para comportarse de tal modo. Los códigos de conducta que rigen la vida civil desaparecen en tiempos de guerra, donde imperan el odio, el deseo de venganza y la brutalidad más estricta. Los derechos humanos simplemente son olvidados, porque rige un código de comportamiento absolutamente contrario al del cuidado, la dignidad, la precaución y la vida. Lo contrario a la guerra es la diplomacia y el arte de negociar. Es el reverso como forma de regular los conflictos. Se dice que la guerra es la continuación de la política por otros medios, pero en realidad es el fracaso de la política. En el mundo no hemos construido todavía una arquitectura diplomática lo suficientemente disuasiva como alternativa a la guerra. Ahí está el problema. Continuamos anclados en un viejo sistema de estados-nación con ejércitos propios, montados en una espiral armamentista que engulle más de 4.000 millones de dólares diarios, los que precisamente necesitaríamos para combatir la pobreza extrema, el hambre, el analfabetismo o la falta de vivienda digna. Y, sin embargo, eso no siempre ha de ser así.

Sistema común defensivo:
Es posible un mundo organizado con otras prioridades, donde por ejemplo no haya dictadores a los que se les venden armas impunemente o se les compra su petróleo. Luego lo lamentamos, pero tarde y mal. El futuro es el de un mundo sin ejércitos nacionales, y en todo caso con unas fuerzas disuasivas en manos de Naciones Unidas. Sin embargo, no hay movimientos en esta dirección, pues el “sistema-guerra” está todavía muy anclado en las doctrinas de la seguridad. Falta un cambio de mentalidad, que puede venir por la constatación de que vivimos en un mundo con cada vez menos guerras (Libia es la excepción). Es un dato empírico, como lo es que la mayor parte de los conflictos armados acaban en una mesa de negociación.

Libia podría no ser en este caso la excepción. Lo cierto es que Gadafi actuó muy rápido en su ofensiva militar, dejando de lado cualquier espacio para la negociación. No tuvo el menor interés en ella, de ahí que se optara por el recurso a la fuerza para frenarle. La pregunta es ahora si, con menos tanques y sin aviación, ¿se avendrá Gadafi a algún tipo de negociación? Pero mientras, parece que habrá que disuadirlo de no realizar más ataques. No vaya a ocurrir como cuando Serbia atacó Dubrovnic desde el mar, y nadie hizo nada para impedirlo. Hubiera bastado con que las fragatas de la OTAN se hubieran interpuesto, sin disparar un solo tiro. Y no hace falta ser atlantista para eso. Simplemente, la OTAN existe, y mientras exista, que sea útil para algo. Eso no ha de impedir que pensemos en cómo construir un sistema nuevo en el que la guerra no tenga espacio. Porque no basta con maldecir la guerra: hay que diseñar una alternativa eficaz al recurso de la violencia, de alcance universal, institucional y popular a la vez, con carácter preventivo y basado en el respeto a los derechos humanos. La incertidumbre sobre el futuro de Libia procede precisamente del carácter belicoso de los acontecimientos (la ofensiva de Gadafi y la contraofensiva de los insurgentes). Nada que ver con los alzamientos no violentos de Túnez, Egipto, Yemen, Djibouti, Marruecos, Siria o Bahrein, donde a pesar de la represión ocasional, ha sido la fuerza y la constancia de la gente al ocupar las calles lo que ha dado pleno sentido a la revuelta. ¿No será que sólo tienen futuro las revueltas en las que el planteamiento popular es el de las manifestaciones pacíficas y no violentas? (Vicenç Fisas, 30/03/2011)


Siria marzo 2016:
La guerra siria ha entrado en una fase de no retorno. Cinco años después de la convocatoria de las primeras manifestaciones contra Bachar el Asad, la situación está fuera de todo control, como demuestra la magnitud de la tragedia: cinco millones de refugiados, siete millones de desplazados y una horquilla de muertes que oscila entre los 300.000 y 470.000, según las diferentes estimaciones. Lo más preocupante es que no existen razones para pensar que la tempestad vaya a amainar en el corto plazo. A pesar de que el frágil alto el fuego alcanzado podría invitarnos a pensar lo contrario, los planteamientos de los contendientes siguen siendo del todo irreconciliables. Los países occidentales han reaccionado tarde y mal a esta crisis. Solo cuando vieron las orejas al lobo, con los atentados yihadistas de París y la llegada de cientos de miles de refugiados a su territorio, salieron de su ensimismamiento y activaron la vía diplomática. Un día después de la masacre en la capital francesa, el Grupo Internacional de Acción para Siria subrayaba “la urgente necesidad de poner fin a los sufrimientos del pueblo sirio, a la destrucción del país, a la desestabilización de la región y al aumento del número de terroristas participantes en acciones bélicas”. La resolución 2.254 del Consejo de Seguridad, aprobada el 23 de diciembre, planteó una hoja de ruta para tratar de cerrar el círculo vicioso en el que nos encontramos: un proceso de transición y un alto el fuego que deberían simultanearse en el tiempo. No obstante, esta propuesta parece poco realista, ya que se basa en el establecimiento de un Gobierno de unidad nacional con poderes ejecutivos en un plazo de seis meses y la celebración de unas elecciones libres bajo supervisión de las Naciones Unidas en un año y medio, objetivos poco viables. Según la citada resolución, todas las partes de la negociación, de la que se excluye expresamente a los grupos yihadistas, deberían comprometerse a preservar la unidad territorial siria y la laicidad del sistema. Se trata de una fórmula similar a la planteada en Ginebra en 2012, pero la situación sobre el terreno ha cambiado de manera drástica. El régimen está en una posición de fuerza tras la intervención rusa que le ha permitido recuperar parte del terreno perdido. Cuando se planteó dicha iniciativa el Frente Al Nusra, sucursal siria de Al Qaeda, era irrelevante y ni tan siquiera existía el autodenominado Estado Islámico, que ahora domina la cuenca del Éufrates. Otro tanto puede decirse de las Unidades de Protección Populares, que controlan el Kurdistán sirio, y que han sido incomprensiblemente excluidas de las negociaciones. La resolución 2.254 apuesta por la ambigüedad constructiva en lo que se refiere al futuro de El Asad. Mientras que buena parte de la comunidad internacional le considera el principal responsable de los crímenes de guerra y de lesa humanidad perpetrados por su Ejército, Rusia e Irán, sus principales aliados, siguen apostando por su mantenimiento en el cargo, que consideran vital para preservar sus intereses regionales. En los últimos meses, los países occidentales han ido modulando su discurso y ahora admiten que conserve la presidencia durante la fase de transición. Incluso hay quienes empiezan a considerarle como un mal menor ante el avance del Estado Islámico, lo que es un verdadero despropósito si tenemos en cuenta que el régimen es el responsable de la mayoría de las víctimas civiles, buena parte de ellas provocadas por los barriles explosivos lanzados sobre áreas densamente pobladas. Diversas organizaciones de derechos humanos no han dejado de denunciar durante estos cinco años las ejecuciones extrajudiciales, las desapariciones forzadas y el uso generalizado de la tortura en las cárceles sirias. Frente a este escollo insalvable, en otros ámbitos sí que se aprecian avances. Probablemente el más esperanzador sea el frágil alto el fuego iniciado el pasado 27 de febrero. A pesar de los habituales incumplimientos, lo cierto es que los enfrentamientos y bombardeos se han reducido de manera drástica, lo que podría traducirse en una reducción del número de víctimas y en el avance de las negociaciones de Ginebra que, dicho sea de paso, hasta el momento no han sido más que un diálogo de sordos. Otro aspecto positivo es el acceso de las organizaciones humanitarias a diversas localidades asediadas (sobre todo por parte del régimen y los grupos yihadistas) en las que malviven unas 400.000 personas. Los cooperantes ya han entrado en poblaciones como Madaya, a tan solo 45 kilómetros de Damasco, donde se han encontrado con escenas dantescas y medio centenar de muertos por desnutrición. No obstante todavía queda mucho camino por andar, puesto que en 2015 las Naciones Unidas solo pudieron ofrecer ayuda sanitaria al 3,5% de la población asediada y proveer alimentos al 0,7%. Todo ello a pesar de que el artículo 8 del estatuto de Roma considera un crimen de guerra “el hacer padecer intencionalmente hambre a la población civil como método de guerra, privándola de los objetos indispensables para su supervivencia, incluido el hecho de obstaculizar intencionalmente los suministros de socorro de conformidad con los Convenios de Ginebra”. Más allá de estos limitados progresos, el principal motivo de preocupación es que las diferencias entre los contendientes continúan siendo abismales y ninguna parte parece dispuesta a presentar concesiones de calado. El Asad sigue tachando de terroristas a todos quienes se oponen a su permanencia en el poder y combatiéndolos a sangre y fuego. La heterogénea oposición, agrupada en el Alto Comité de Negociación apadrinado por Arabia Saudí, depende económicamente de las petromonarquías del golfo Pérsico, mucho más preocupadas por el creciente poderío de Irán en Oriente Próximo que por el futuro de la población siria. Los países occidentales, por su parte, siguen guiándose por el cortoplacismo y no parecen haber extraído ninguna lección de su nefasta gestión de la crisis siria. Si el año pasado la prioridad parecía ser la lucha contra el Estado Islámico, hoy en día preocupa especialmente la llegada de cientos de miles refugiados al territorio europeo. El futuro de El Asad sigue siendo considerado un asunto menor cuando en realidad representa el nudo gordiano del problema. Si en el combate contra los yihadistas se han registrado avances evidentes, el éxodo sirio por el contrario se ha agravado como consecuencia de la intensificación de los bombardeos sobre la población civil. La condición indispensable para frenarlo pasa por el éxito de las negociaciones de Ginebra y la expulsión de las huestes yihadistas, algo que hoy por hoy no deja de ser política ficción. (Ignacio Álvarez-Ossorio , 18/03/2016)


Bases USA en España:
La base naval de Rota, cedida por el general Francisco Franco al gobierno de Estados Unidos en 1953, fue visitada ayer por Barack Obama, el primer presidente negro de la gran nación norteamericana. Acompañaba a Obama el embajador de Estados Unidos en España, James Costos, que convive con el señor Michael Smith. Las costumbres han cambiado mucho desde que Franco recibió en Madrid al presidente Eisenhower (1959), pero la Geografía, eterna como las rocas y los mares, permanece. La Geografía salvó a la dictadura de Franco. España era un país demasiado grande y bien situado en el extremo occidental de Europa, entre el Mediterráneo y el Atlántico, para quedar en puntos suspensivos en plena guerra fría entre la OTAN y el Pacto de Varsovia. El régimen de Franco había apoyado a los nazis, y ese era un buen motivo para que los aliados se planteasen su liquidación al concluir la Segunda Guerra Mundial. No había un repuesto claro, sin embargo. Un aspirante al trono, refugiado en Portugal. Una diáspora republicana en el exilio sin liderazgos claros. Un Partido Socialista desmoralizado y fracturado. Y un Partido Comunista que estaba creando bases guerrilleras en el interior del país. Los británicos –dueños de Gibraltar– y los estadounidenses prefirieron dejar las cosas como estaban. España era un excelente portaaviones a medio camino entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Pista para los grandes bombarderos. Buena costa para reforzar el control del Mediterráneo. La Geografía decidió el destino político de España a finales de los años cuarenta. La guerra fría terminó en 1991 con la disolución de la Unión Soviética, pero la Geografía continúa aportando valor estratégico a España en el nuevo desorden del mundo. Rusia sigue armada, y el norte de África se ha convertido en un polvorín demográfico, con trasfondo religioso. El 66% de la población norteafricana tiene menos de cuarenta años. Los hombres jóvenes superan el 20%. No hay trabajo para todos, y las posibilidades de satisfacer las expectativas que alimenta el consumismo occidental no están al alcance de la mayoría. La rebelión civil en Egipto en el 2011 hizo ­caer a Hosni Mubarak y provocó un terremoto en toda la región. Libia saltó por los aires y hoy es un país sin Estado. En Túnez sobrevive una frágil democracia. Argelia, hermética, aguarda el final del presidente Buteflika. Marruecos se mantiene estable. Más abajo está el Sahel, corredor y refugio del integrismo islámico. Y más abajo, la bomba demográfica africana. Las bases norteamericanas en España siguen atentas a Rusia, pero también vigilan África. En el 2011, el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero concedió a Estados Unidos la ampliación de la base naval de Rota. Zapatero inauguró su mandato retirando las tropas españolas de Iraq y lo concluyó autorizando el despliegue del “escudo antimisiles” en Rota: cuatro destructores equipados con el sistema de combate Aegis, capaz de dedicarse al mismo tiempo a la guerra antiaérea, a la guerra antisuperficie, a la guerra antisubmarina y a la interceptación de misiles, conectado a una red mundial de radares. En el 2015, el Gobierno de Mariano Rajoy concedió a Washington la ampliación de la base aérea de Morón de la Frontera (Sevilla) como principal centro de operaciones de las fuerzas especiales de Estados Unidos (marines) para el norte de África. Las bases de Rota y Morón sustentan hoy la principal proyección de fuerza de Estados Unidos en el Mediterráneo. Y las ruinas de Libia se están convirtiendo en el nuevo reducto del Estado Islámico, en medio de una confusa lucha entre facciones locales. En Libia pasarán cosas en los próximos meses. (Enric Juliana, 11/07/2016)


Siria: Intervención:
Debemos acabar a toda costa con los bombardeos masivos, ciegos e indiscriminados —o, peor aún, discriminados, dirigidos sobre todo contra la población civil, los convoyes humanitarios y los hospitales— que se han reanudado con más fuerza que nunca en Alepo. Debemos exigir que, en los próximos días (en las próximas horas, los próximos minutos), cesen la lluvia de acero, las bombas de racimo y de fósforo, los barriles de cloro arrojados a baja altura sobre los últimos barrios de la ciudad en manos de los moderados; que el mundo, empezando por las democracias, reaccione ante esas imágenes terribles, transmitidas por los escasos testigos que siguen allí, de niños con el cuerpo destrozado y retorcido; heridos con miembros amputados sin anestesia por médicos desesperados que también mueren; mujeres abatidas por un obús mientras, como en Sarajevo hace 23 años, hacían cola para comprar yogur o pan; voluntarios alcanzados mientras recorren los escombros en busca de supervivientes; seres sin fuerzas, rodeados de basuras y deshechos, que dicen adiós a la vida. Debemos sofocar las columnas de fuego y humo. Debemos disipar las nubes de gas inflamado procedentes de las sofisticadas armas de los asesinos. Debemos hacerlo, porque podemos. Y podemos porque esta carnicería, estos crímenes de guerra a gran escala, este urbicidio deliberado de la que fue segunda ciudad de Siria, la más cosmopolita y maravillosamente viva, estos posibles crímenes contra la humanidad a los que se suma la destrucción de unos sitios culturales y conmemorativos que forman parte del patrimonio mundial, tienen unos culpables claramente identificados y que ni siquiera intentan ocultarse. Me refiero, por supuesto, al régimen de Damasco, al que hace mucho que deberíamos haber empezado a tratar como hicimos en su momento con el de Gadafi. Pero también a sus padrinos iraníes y rusos, que llevan cinco años bloqueando todos los intentos de resolución de Naciones Unidas; cuyos aviones han contribuido, en varias ocasiones documentadas, a esta guerra masiva contra la población civil; y que cada vez parecen más decididos a aplicar a Siria el lema ensayado en Chechenia: “Acorralar hasta el fin” a quienes el ministro de Exteriores Lavrov llama ahora “terroristas”. A partir de ahí, el dilema es sencillo. Desde que, hace tres años, Barack Obama decidiera misteriosamente no sancionar a Bachar el Asad por haber traspasado la “línea roja” que él mismo había trazado y que prohibía el empleo de armas químicas, es de temer que la decisión recaiga especialmente, o por completo, sobre Europa. Podemos actuar, definir nuestra propia línea roja, prever, en caso de infracción, un endurecimiento de las sanciones contra una Rusia responsable de los crímenes de su vasallo sirio. Podemos tomar de inmediato la iniciativa de un espacio de negociación y presión similar al “formato Normandía” que el presidente Hollande y la canciller Merkel concibieron hace dos años para contener la guerra en Ucrania y que, de hecho, la contuvo; así obligaríamos al agresor a ceder. O podemos no hacer nada; consentir, como dijo el embajador francés ante la ONU, François Delattre, un nuevo Sarajevo; correr el riesgo de que haya una Gernika árabe, con las escuadrillas rusas en el papel que desempeñó la Legión Cóndor en el cielo de la España republicana de 1936. Y eso no solo sería indigno, sino que agudizaría hasta el extremo todos los peligros actuales, empezando por el dramático aumento de la ola de refugiados, de los que nunca recordamos que vienen en su inmensa mayoría de Siria y son resultado directo de la no intervención de la comunidad internacional en una guerra total, sin precedentes cercanos y que hiere las conciencias. Así estamos. Alepo asediada, rota, sin rendirse, muriendo de pie. Alepo exhausta, ultrajada, arrinconada y abandonada por el mundo. Alepo, que es nuestra vergüenza, nuestro crimen de omisión, nuestra degradación, nuestra capitulación ante la fuerza bruta, nuestra resignación ante lo peor del ser humano. Alepo, que ha dejado de pedir ayuda. Alepo, que muere y nos maldice. Y una Europa en primera línea que, aunque solo sea por la presión de un pueblo al que no ha sabido proteger y que llama a sus puertas para que lo acoja, se juega su futuro y una parte de su identidad. ¿Entregará esa Europa en Alepo lo que le queda de alma? ¿O sabrá recuperarse, engrandecerse y revivir? Esa es la cuestión fundamental. (Bernard-Henri Lévy, 06/10/2016)


Trump y seguridad:
Se desgarraron vestiduras moros y cristianos (los neo-fascistas no) con la elección para presidente de EEUU del outsider Donald Trump y, como suele pasar, las pasiones del momento reducen los espacios para el análisis en hielo. Habíamos señalado desde este medio (Trump no es Barba Azul ni Hillary Juan de Arco) que Trump se dirigía, certero, a los blancos -que eran el 69% del censo de votantes- y que temas como la inmigración buscaban arrastrar votos frente a Hillary, a la que varias encuestas daban por derrotada. Seguimos insistiendo en que Trump no es Barba Azul ni la perdedora Clinton era Juana de Arco. Pasando por alto sus chirridos, puede que, en los hechos, Trump resulte mejor opción que Hillary y, dando tiempo al tiempo, aplicar lo dicho por Mateo, de que “por sus frutos los conoceréis” (Mateo 20). Un análisis menos pasional de las acciones que adoptaría Trump una vez en la Casa Blanca, puestas en una perspectiva real –sin olvidar lo dicho en el citado artículo, de que, “gane quien gane, una vez ungido, se integrará en el establishment”-, deja ver que no es tan malo el lobo como lo pintan. Veamos:

1.- INMIGRACIÓN: Trump afirmó que haría una deportación masiva de inmigrantes, en EEUU sinónimo de latinoamericanos (latinos o hispanos, a secas). Ahora dice que serán sólo tres millones (hay más de once millones), pero inmigrantes con antecedentes que, si es así, serían cuatro gatos. La alharaca contra Trump ha creado la idea de que, antes, no había deportaciones. Nada más falso. El ‘benévolo’ Obama practicó, durante su gobierno, las más duras políticas inmigratorias de los últimos 30 años. Según datos del Departamento de Seguridad Nacional (DHS), entre 2009 y agosto de 2016 fueron deportadas 2.768.357 personas. En 1986, con Reagan, la cifra fue de 24.592 inmigrantes hispanos; en 1996, con Bill Clinton, 69.680; en 2006, con Bush Jr., 280.974; en 2012, con Obama, 435.498 personas. Cuando Barack termine su mandato, habrá expulsado a 3 millones de inmigrantes sin más antecedentes que el hambre. Trump, al excluir –por ahora- de la amenaza de deportación a los inmigrantes sin antecedentes, excluye al 95% de ellos. Frente al ‘café-deportación para todos’ de Obama habrá ‘café-deportación de fichados’ de Trump, lo que mejora mucho la situación de los inmigrantes irregulares. 2.- EL MURO: Reiteramos nuestra idea de que el muro no se construirá. Trump ha ya dicho que sólo se harán partes. Tampoco hay novedad en el tema. El primer muro se construyó en 1990: 20 kilómetros en la zona de San Diego. En 2005, el Senado de EEUU aprobó extenderlo en 1.123 kilómetros, a agregar a los 600 kilómetros del muro existentes ese año. En 2006, el mismo Senado adoptó una nueva enmienda para construir 595 kilómetros de muro y 800 kilómetros de vallas. En 2009 muros, vallas y similares superaban los mil kilómetros. Hay, el día de hoy, 509.5 kilómetros de muro contra peatones, 482.4 kilómetros de vallas contra vehículos (que pueden saltar los peatones) y 58.4 kilómetros de doble o triple muro en el sector de San Diego. Muros van, muros vienen, pero a la inmigración nada la detiene. De 1990 al presente, unos 20 millones de hispanos cruzaron la frontera, demostrando la inutilidad de las barreras. Contrario a los gobiernos anteriores, que levantaban muros y vallas sin hacer alharaca con ello y pisoteando las protestas de México, Trump ha puesto el tema sobre la mesa y -¡oh, sorpresa!- se reunirá con el presidente mexicano –ningún otro presidente de EEUU lo ha hecho- para tratar el tema del muro. Habrá ocasión de ver que el tema se irá diluyendo y, finalmente, quedará todo más o menos igual, con alguna valla para cubrir las apariencias. Lo inédito será que Trump discuta el tema mural con México, nada más. 3.- LOS TRATADOS DE LIBRE COMERCIO: Hagamos historia. Los tratados de libre comercio (llamados originariamente ‘de libre cambio’) los inventó Inglaterra en el siglo XIX para favorecer su producción industrial, cuando Gran Bretaña era la fábrica del mundo. Las primeras víctimas fueron los países latinoamericanos, cuyos ‘libertadores’ aceptaron firmar acuerdos de libre cambio, que eximían de impuestos a los productos británicos. Aquellos tratados mataron la economía de los países y dieron origen al neocolonialismo. Las premisas siguen siendo las mismas. La ‘globalización’ es sólo del capital y las transnacionales, no de los trabajadores. Los TLC han precarizado al extremo las condiciones laborales, entre ellas, las de la clase media estadounidense, que votó mayoritariamente a Trump. Las transnacionales se llevaron sus fábricas a Asia o México y cerraron las usinas en EEUU. La promesa de Trump, de reindustrializar el país, sólo pueden criticarla las corporaciones de todo tipo que quieren libre circulación de bienes y capitales y trabajadores sin derechos, como viene ocurriendo en España desde hace años. El TTIP, al que Trump calificó de “locura”, es un tratado que pone de rodillas a los Estados frente a las grandes empresas y capitales. Defender los derechos económicos y sociales ha sido lucha de las izquierdas. Si Trump apoya, bienvenido sea. 4.- LA OTAN: Según Trump, los europeos deben cubrir sus gastos de ‘defensa’, pues la economía de EEUU no está para financiar el despliegue belicista que dirige la OTAN. Desde 1999, Europa vive un proceso de militarización sin precedentes que, si nada lo detiene, tarde o temprano llevará a una guerra con Rusia, cada día más acorralada en sus fronteras. Que Trump haya puesto sobre la mesa que Europa vive en estado de guerra, tema omitido deliberadamente por los medios de comunicación, es de agradecer. Para información de la feligresía, en los próximos meses está previsto el despliegue de 6.000 soldados estadounidenses y centenares de helicópteros, tanques, vehículos blindados y obuses pesados en Europa del Este. También está aprobado que la Brigada Blindada de la Cuarta División de Infantería de EEUU envíe otros 4.000 soldados en enero de 2017. EEUU desplegaría también el 60% de efectivos y medios de la 10ª Brigada de Aviación de Combate de Nueva York, formada por 1.750 aviadores y 60 aviones y helicópteros, entre ellos UH-60 Black Hawk y CH-47 Chinook, según el diario Stars and Stripes (“2 brigades of nearly 6,000 troops head to Europe amid growing Russian tensions”). Stars and Stripes es un diario militar que informa sobre movimientos de tropas, ejercicios militares y temas relativos a las fuerzas armadas de EEUU. Si hay guerra, que avisen.

5.- CRIMEA: Un capricho del líder soviético, de origen ucraniano, Nikita Krushev, héroe de la batalla de Stalingrado, traspasó a la República Socialista Soviética de Ucrania, en 1954, la histórica península rusa de Ucrania. Lo hizo para conmemorar los 300 años de unidad ruso-ucraniana y desde la convicción de existencia eterna de la Unión Soviética, entonces en plenitud de poder. El suicidio de la URSS puso a tiro de la OTAN el viejo sueño germano de satelizar Ucrania para utilizarla contra Rusia. El golpe de estado de 2014, promovido por EEUU y la OTAN, amenazó con la entrada de Ucrania en la organización atlántica y –por ende- el dominio de Sebastopol, base histórica de la flota rusa en el Mar Negro, por la OTAN. Pero en Moscú ya no estaba el alcohólico Boris Yeltsin, sino Vladimir Putin. Éste había expresado que no admitiría bases militares de la OTAN en Georgia. En 2008 invadió Georgia y puso fin al proyecto atlantista. Con ese antecedente, estaba cantado que Moscú no admitiría la pérdida de Crimea. En julio pasado, Trump declaró que “la gente de Crimea… prefiere estar con Rusia, en lugar de donde estaban antes y hay que tenerlo en cuenta”. También expresó su opinión sobre lo que podría pasar si se pretendiera que Rusia devolviera Crimea a Ucrania: “¿Y ahora desea organizar la Tercera Guerra Mundial para devolvérsela [a Ucrania]?”. Que Trump reconozca la recuperación de Crimea por Rusia será una derrota política para la OTAN y la UE, pero ayudaría a afianzar la precaria paz del continente. 6.- UCRANIA: Es vox populi que Ucrania vive sumergida en un caos interminable de corrupción y desgobierno. La pobreza del país ha hecho que los salarios sean un 50% más bajos que en China. La corruptela institucional ha situado a Ucrania en el primer lugar en la lista de corrupción en Europa. Trump, durante la campaña, calificó a Ucrania de “país en desorden”, lo que generó airadas reacciones en los gobernantes ucranianos. El ministro del Interior, Arsén Avákov, lo llamó “marginado peligroso” y un diputado del gobierno “completo idiota”. Ucrania es un limes geoestratégico de Rusia y Rusia no va a permitir que ingrese en la OTAN, no, al menos, sin que estalle una guerra. Crimea y Ucrania van en el mismo paquete. Ninguna de las dos vale una guerra nuclear. En realidad, nada lo vale, pero reforzar la paz vale más que nada, salvo entre suicidas. 7.- SIRIA: “Obama es el fundador del ISIS y Hillary Clinton la cofundadora”, afirmó Donald Trump en varias ocasiones. También que acabaría con el Estado Islámico en cien días. Que sean 200 no importará si se lleva la paz a la destrozada y martirizada Siria. Con Hillary no hubiera sido posible. 250.000 muertos, el país semidestruido y ocho millones de desplazados ameritan un acuerdo de fondo entre EEUU y Rusia. La anunciada reunión entre Trump y Putin puede dejar, como poco, ese acuerdo. A la OTAN no le gustará, pero a los sirios sí. Con el país pacificado, centenares de miles de ellos podrían volver y, con apoyo internacional, reconstruir su país. ¿Alguien en contra?

8.- UN DÓLAR DE SALARIO: Admitámoslo, aunque tenga su dosis de demagogia, es un gesto de honradez que no cabe menospreciar. El multimillonario Trump dice, con ese gesto, que gana tanto dinero que no necesita de salarios pagados por los contribuyentes. ¿Algún otro multimillonario lo ha hecho antes, aunque muchos de ellos hayan ocupado cargos públicos? George Washington, primer presidente de EEUU, aunque esclavista y millonario, se adjudicó un salario que era el 2% del presupuesto del país. Según el Center for Responsive Politics, hay sentados en el Congreso 268 millonarios, todos los cuales cobran religiosamente salarios y prebendas. El tejano Michael McCaul posee una fortuna de 500 millones de dólares. ¿No dice nada el gesto de Trump al reino de las ‘tarjetas black’ o de directores deportivos que gastan 737.000 euros en restaurantes a cargo de fondos públicos, en un listado de empezar y nunca acabar? Una novena razón hay: Trump ha prohibido las ‘puertas giratorias’. Ningún miembro de su gobierno podrá lucrarse del ejercicio del cargo hasta cinco años después de haberlo abandonado. Que tomen nota en España y Europa. Pidamos a la UE que expulse sólo a los inmigrantes con antecedentes penales y otorgue documentación a los que no; que se derriben las vallas y alambradas levantadas por democráticos gobiernos y vuelva la libre circulación de personas; que cese la disparatada militarización en marcha y se afiance la paz en el subcontinente; que se pongan fin a las políticas criminales que destruyeron Libia, Siria e Iraq y se ayude a la reconstrucción de esos países. Que se critique menos y se predique más con el ejemplo. No es peor Trump que lo que tenemos aquí. Pensar lo contrario es autoengaño, ceguera pura y dura. En Europa gobierna la extrema derecha racista en Polonia, Eslovaquia, Hungría, Dinamarca, Finlandia, Letonia, Ucrania… Esas son realidades, no sospechas. (Augusto Zamora R., 20/11/2016)


Colaboradores:
La imagen es de las que perturban el sueño. Y abundan similares. Quizás por eso las ha aprovechado Donald Trump para lanzar más de medio centenar de misiles contra una base militar del gobierno sirio, a quien culpa de haber desatado un ataque con gases químicos contra la población. Ni se ha molestado en esperar autorización de la ONU. Apenas dos meses y medio después de su llegada a la presidencia de los Estados Unidos, Trump emprende la tarea prevista de “hacer grande América otra vez”, unilateralmente, por las bravas, autoproclamándose gendarme del mundo. Putin, desde Rusia, denuncia “agresión contra un miembro de la ONU”. Bashar Al Assad al mando, no es precisamente un gobernante modélico. Rige en Siria, en presidencia hereditaria, habiendo llevado a una cruenta guerra y miles de desplazados las protestas de aquella primavera árabe de 2011 que, literalmente, machacó. Luego llegó la degeneración. La comunidad internacional, en conjunto y por partes, le apoya y le ataca, según intereses. Añadamos los coros de las primeras filas, las retransmisiones. Hemos entrado ya, por supuesto, en la guerra de opiniones que disuaden la reflexión. Lo que se puede afirmar es que hoy no estamos más seguros, ni se ha parado conflicto alguno, sino todo lo contrario. Que esas atrocidades han de acabar, pero no lo harán a bombazos. La imagen es abrumadora. El cuerpecillo inerte y desmayado de la niña. El hombre –muy probablemente su padre- que expresa dolor, rabia y desolación a partes iguales. Los sanitarios, derrota. Intensa y larga. Hemos visto ya esas miradas y esos rostros. En los campos de refugiados, de quienes huyen de Siria sin ir más lejos. Niños vivos que consuelan a sus progenitores. Niños que lloran o que ya no lloran siquiera. Bebés, sin vida, arrojados en las playas. A Aylan –cuya intolerable muerte iba a cambiarlo todo- le ha salido tanta competencia por el favor de los medios y de la audiencia que ya nada conmueve más allá de unos días o unas horas. Ya no se trata de si la mano ejecutora ha sido la del autócrata sirio o las de los rebeldes. Ambas, probablemente. Y quien colabora en la distancia, de una forma u otra. Trump no es inocente y menos con su ataque interesado. Ni Putin por supuesto. Ni la inoperante UE que, para una vez que se moja, lo hace entendiendo el bombardeo y el papel asumido por Trump. Ni cada uno de sus países. El gobierno español, por ejemplo con sus parabienes. Luego nos hemos enterado de que los barcos que han participado en el ataque tienen su base en España, en Rota, Cádiz, como parte del escudo antimisiles de la OTAN. Otra vez, colaborando en una acción ofensiva sin el paraguas de la ONU. Comprensión tibia con la democracia y que no atisba el peligro potencial para la ciudadanía de Trump despidiendo su alocución con un ” Dios bendiga a América y al mundo entero”, siendo el primer presidente que extiende al mundo esa invocación. Del tinglado forman parte importante los que comercian con la vida de las personas. O con el miedo y la presunta seguridad. ¿Quién te libra de un ataque químico? ¿Los misiles de Trump? ¿No sería más efectivo, racional, prudente, seguro, humano, acabar con el mal en origen? Las armas químicas son consideradas de destrucción masiva –estas sí- y están prohibidas por el derecho internacional y todas las convenciones. Ah, calla, que es la maldad humana, apuntan quienes se lavan las manos ayudando a que todo siga igual. Por más que la seguridad total no existe, no es posible bombardear camiones para que no atenten en nuestras ciudades como acaba de suceder en Estocolmo. Es hora de señalar que son muchos más quienes llevan muerte, hambre, injusticia, dolor, a todos los conflictos, los cruentos y los incruentos. Aquel experimento que demostró en los 90 cuántos ciudadanos apretarían el botón destructor -para lograr un beneficio personal- si las víctimas estuvieran lejos, no las vieran y no les acarreara responsabilidades es de plena vigencia. Se hace a diario. Textualmente. Hay múltiples acciones que conducen a esta degradación en la que tenemos situado al mundo. No es independiente apoyar políticas que priman la codicia sobre la justicia, con el aumento de la desigualdad. Es como abrir un grifo cuando el depósito está lleno. No se puede tolerar la corrupción, las trampas y la mentira y pensar que no tiene consecuencias. Directas son. Cada paso torcido en el camino de la justicia, de la política, del bien común, de la verdad, nos acerca a las insufribles debacles. Y se aceptan los rostros de desolación como efectos tolerables. Cada sapo que se traga en aras del bienestar propio, o de la complacencia con el poder indigno, o del total esto no se notará, de la autoexculpación en definitiva, lleva a ese universo de injusticia que produce tantos desmanes. Cada titular que se afina, cada manipulación que se asume en obediencia conveniente, contribuye a la desinformación, y ésta a rumbos equivocados. Cada intoxicador que se alienta para disuadir la verdad en aras del espectáculo, va en el mismo sentido. Hay entretenimientos menos dañinos para la colectividad. Considerar normal que el 1% de la humanidad acumule un patrimonio equivalente al que posee el 99% restante, no es inocente. Pero ha habido una senda, un contexto, que lo ha hecho posible. La ignorancia no exime de responsabilidad, y menos la buscada. Y están quienes se inventan palabras, como “buenismo”, para justificar la barbarie e intentar convencer de que la barbarie no tiene solución. Quienes, desde posiciones interesadas, enfangan la crítica para sembrar confusión. Los que aplauden al sheriff de América y a todos aquellos que ya ponen y pondrán sus botas sobre las sociedades de distintos puntos del mundo, aprietan botones que propulsan daños. Se puede hacer algo, mucho, para borrar el dolor y la impotencia de los rostros y el corazón en Siria, en el Mediterráneo, en la América grande y la pequeña. En España, en Madrid, en Jaén, en Santiago, en La Palma, dondequiera que mires los encontrarás. Lo realmente difícil de entender es que cuele un mundo basado en el salvajismo. Y que la estafa masiva a la que llamaron crisis haya alumbrado tal cosecha de fanáticos sin escrúpulos, barra la libre para todas las vilezas. Pueden que sea porque cuentan con un ejército disciplinado de colaboradores, que se apuntan sin siquiera saberlo, y no saben ver más allá de un palmo. (Rosa María Artal, 08/04/2017)


Yperita:
Las armas químicas en la Primera Guerra Mundial se utilizaron especialmente para desmoralizar al enemigo y obligarlo a abandonar sus posiciones. La primera vez que se utilizaron los agentes químicos a gran escala fue en el frente oriental, el 31 de enero de 1915, durante la Batalla de Bolimov, cuando los alemanes intentaron gasear con cloro las posiciones rusas, pero al congelarse el gas no tuvo ningún efecto. También se utilizó a gran escala en la batalla de Ypres, el 22 de abril de 1915, cuando los alemanes atacaron las tropas francesas, canadienses y argelinas con cloro. Aquí si fue efectivo, pues el enemigo abandonó sus trincheras y dejaron una abertura de más de siete kilómetros en el frente defensivo. A partir de Ypres ambos bandos empezaron a utilizar agentes químicos. Comenzó la carrera para crear el arma más dañina. De todos los gases que se desarrollaron, el más efectivo y conocido fue el gas mostaza "iperita" o sulfuro bis (2-cloroetil). Este gas fue desarrollado por el químico alemán Fritz Haber, e introducido el 21 de julio de 1917, poco antes de la Tercera Batalla de Ypres. Antes, la manera de gasear al enemigo era abrir las latas de cloro y esperar que el viento llevará las nubes de gases hacías las posiciones enemigas, pero ahora se empleó la artillería pesada para ello. El gas mostaza no fue diseñada para ser un agente mortal, aunque en dosis altas sí lo era. Era un arma química de tipo vesicante, pensada para incapacitar al enemigo, y para contaminar el campo enemigo. Sus efectos eran por contacto y por inhalación. Producían graves quemaduras de la piel, llegando incluso al hueso y graves daños en las vías respiratorias, que causaban la asfixia y en algunos casos la muerte. El ejército británico viendo la eficacia del gas, realizó más ataques que los alemanes en 1917 y 1918, debido a un fuerte aumento de la fabricación de gas del bando Aliado, sobre todo desde la entrada en la guerra de los Estados Unidos, que permitió a los Aliados una producción de gas mostaza mucho mayor que la de Alemania. Se estima que entre 1915 y 1918 se libraron 125.000 toneladas de compuestos tóxicos en los campos de batalla, que ocasionaron 1.300.000 heridos, entre ellos más de 90.000 muertos. Imágenes. La primera protección para los gases eran trapos o trozos de algodón empapados en agua, útiles para contrarrestar los ataques con cloro, aunque poco después se utilizó la orina, que era más eficaz que el agua. En 1916 se diseñaron las primeras mascaras antigás, que era un trozo de gamuza empapado en un agente químico. El amoniaco y otros productos contenidos en la gamuza neutralizaban el ácido. Luego llegaron las máscaras con filtros de carbón. Estas máscaras dificultaban el movimiento y la puntería de los soldados. Dejaron de ser eficaces con la aparición del gas mostaza. Al tratarse de un líquido pegajoso y persistente los soldados tenían que protegerse además, con prendas impermeables. También se diseñaron máscaras de gas para proteger a caballos y perros. En la imagen un soldado norteamericano y su perro con máscara antigás.



En un momento inesperado a mediados de marzo, el presidente Joe Biden llamó al presidente ruso, Vladimir Putin, un “criminal de guerra” en respuesta a la forma en que ha librado la guerra en Ucrania. El secretario de Estado de EE. UU., Antony Blinken, ha hecho afirmaciones similares, diciendo a los periodistas que cree que las fuerzas rusas han cometido crímenes de guerra basándose en informes de bombardeos indiscriminados y ataques contra civiles. Las acusaciones no se hicieron casualmente y por una buena razón. Han enmarcado la guerra de Putin no solo como un acto de agresión, sino como uno claramente perverso, y plantean la posibilidad de emprender acciones legales después de la guerra. Por otro lado, las probabilidades de que Putin sea llevado en algún momento ante la Corte Penal Internacional son escasas. Dada esa realidad, ¿cuál es el propósito de tildarlo de criminal de guerra? ¿Y qué significa para EE. UU., un país que se niega a convertirse en miembro de la Corte Penal Internacional y que, según los organismos de control de los derechos humanos, ha perpetrado muchos crímenes de guerra en las últimas décadas, acusar a otro país de hacerlo? Hay propuestas para un nuevo Nuremberg: un tribunal independiente para juzgar a Putin y otros por iniciar la guerra. Para un contexto más profundo, llamé a Samuel Moyn, un estudioso de historia y derecho de la Universidad de Yale y autor de “Humane”, un libro que analiza lo que significa tratar de hacer que la guerra sea más ética. Lo que comenzó como una charla sobre las acusaciones de los Estados Unidos se convirtió en una conversación de mayor alcance sobre la fascinante historia y los inmensos desafíos del desarrollo de un sistema legítimo de justicia internacional. Esa conversación, editada por extensión y claridad, sigue. Zeeshan Aleem: ¿Por qué cree que la administración Biden ha acusado repetidamente a Putin de ser un criminal de guerra? Samuel Moyn : Bueno, primero, porque lo es. Hay reglas, que son muy antiguas, que prohíben algunos de los actos que Putin, si no ordenó, luego supervisó. Pero, por supuesto, eso es cierto para muchos otros en el mundo que no han sido castigados. Y, por supuesto, eso es cierto para los líderes y soldados de los países occidentales. Creo que la razón principal por la que Biden dijo eso es para tratar de cambiar los incentivos de Putin. Cuando ese lenguaje entra en juego, significa que hay un espectro futuro de responsabilidad. E incluso si no es real, podría tener un efecto. Entonces, cambia potencialmente la forma en que las personas piensan sobre el conflicto, e incluso cómo los líderes pueden pensar sobre los conflictos. ¿Podría explicarnos algunas de las posibles consecuencias de estas acusaciones? ¿Desde un punto de vista legal, pero también político y cultural? Moyn: Bueno, si se pretende que el cargo tenga un significado legal, entonces estaríamos comenzando a buscar un foro en el que los transgresores (Putin, sus generales y soldados) puedan rendir cuentas. Ahora, por supuesto, eso supondría capturarlos en algún momento para que puedan ser juzgados. Es por eso que probablemente valga más la pena considerar esto casi como un cargo político. Es cierto, hay algunos lugares nuevos que no existían en el pasado. Por supuesto, las Convenciones de Ginebra, el principal tratado que prohíbe los crímenes de guerra, prevé que los estados castiguen a los suyos. Pero esto no tiende a suceder, y Rusia no castigará a los suyos más de lo que lo ha hecho Estados Unidos. Sobrevivientes de la guerra de Ucrania en Vinnytsia1 de abril de 2022 01:58 Pero hay una Corte Penal Internacional que está investigando la posibilidad de crímenes de guerra en territorio ucraniano. Hasta que Rusia renunció al Consejo de Europa , existía el hecho de que era miembro del régimen europeo de derechos humanos, que ha dictado sentencias en casos anteriores de guerra rusa, lo que conduce, si no a la responsabilidad personal, al menos a los estados a tener que pagar sanciones, que Rusia tiene . Finalmente, hay propuestas para un nuevo Nuremberg: un tribunal independiente para juzgar a Putin y otros por iniciar la guerra. Porque eso es lo que priorizaron originalmente los juicios de Nuremberg: el crimen de guerra de agresión. Técnicamente, la Corte Penal Internacional también puede juzgar la agresión, pero no en esta situación, ya que Rusia no es parte del tratado. Así que eso es todo el lado legal. Y como he sugerido, eso es realmente hipotético, dado que estamos muy lejos de un régimen real de rendición de cuentas en términos legales. Sin embargo, históricamente ha habido inmensas consecuencias políticas al imputar crímenes de guerra y acusar atrocidades en particular. Remontándonos al menos a principios del siglo XX, cuando los alemanes fueron acusados ??de crímenes de guerra cuando circulaban por Bélgica en los primeros días de la Primera Guerra Mundial, el reclamo ha deslegitimado al perpetrador ante los ojos del mundo. Ese es uno de los objetivos de imputar crímenes de guerra en el tribunal de la opinión pública. En nuestras vidas, la importancia de las acusaciones de crímenes de guerra para aquellos que se preocuparon por el abuso de los detenidos estadounidenses, y especialmente la tortura, no fue solo para ver si podían poner fin a la práctica, y no solo para allanar el camino para la rendición de cuentas de los estadounidenses. involucrados en la práctica, sino también para hacer que la guerra parezca menos legítima. Y yo diría que ese es probablemente el objetivo central de quienes hacen esta afirmación. Y están en terreno firme, porque la evidencia de los crímenes de guerra rusos está, en algunos casos, ante nuestros ojos. ¿Puede guiarnos a través de los obstáculos prácticos para que Putin sea juzgado por la CPI? Moyn: Primero, sus perpetradores deben ser juzgados en persona, y eso significa que deben ser capturados. Y no hay policía global. En el caso del tribunal para la ex Yugoslavia, se necesitaron años y años para que se dieran las condiciones para capturar a algunos de los peores criminales de guerra como Ratko Mladic. Y mucho de eso fue suerte. Podría haber cargos contra Putin que, incluso si no pudieras llegar a él, podrían afectarlo incluso de manera distante en el futuro, al dificultarle los viajes internacionales, ya que puede temer ser arrestado por crímenes de guerra. No sabemos qué va a pasar en Rusia, y tal vez un futuro gobierno lo ofrezca a juicio. Pero todo esto es tan hipotético que probablemente sea mejor centrarse en cómo la retórica de los crímenes de guerra es políticamente dañina en este momento. Ucrania acusa a las tropas rusas de robar ayuda humanitaria urgente1 de abril de 2022 02:34 ¿Qué sentido tiene distinguir entre crímenes de guerra y actividades de guerra que no se consideran crímenes en el contexto de una guerra que se basa en una violación del derecho internacional en primer lugar? Moyn: Como antecedente, una guerra ilegal —comenzar una en violación del derecho internacional— también es potencialmente un crimen de guerra. Y por eso es tan importante la propuesta de Gordon Brown, el ex primer ministro del Reino Unido, para un nuevo Núremberg, porque se trata de ese crimen de guerra que solía ser el más importante. Por razones obvias, prohibir la guerra significa detener o prohibir todos los demás crímenes de guerra. Pero lo contrario no es cierto: si permitimos muchas guerras ilegales, y solo las limpiamos estigmatizando los crímenes dentro de ellas, entonces piense en toda la actividad legal que permitimos. La muerte de todos los soldados, que es una cosa terrible. La muerte de civiles, colateralmente, porque puedes matar civiles bajo la ley, pero no demasiados. La destrucción de capital, los costos de oportunidad, ya que podrías gastar el dinero en otra cosa. La desestabilización: piense en las consecuencias que tuvo la guerra de Irak a nivel regional que no estaban previstas. Soy de la opinión de que es posible que hayamos perdido el enfoque en lo que solía ser el crimen de guerra central, que era la agresión. Y en cierto modo, el lado positivo de la guerra de Putin es que nos está ayudando a recuperar ese viejo enfoque después de años de embellecer las guerras ilegales. Centrémonos en su ilegalidad al principio. Más de MSNBC Diario Lecturas obligadas de la lista de hoy Historia del blanqueo La verdadera razón por la que el Partido Republicano no quiere que los niños aprendan sobre los males de la supremacía blanca Teoría del disco rayado Trump nos ha absorbido a todos en un ciclo de tiempo sin fin ¿Podría hablar un poco más sobre la relación de Estados Unidos con la Corte Penal Internacional y su propio historial de crímenes de guerra? A veces la gente tratará de descartar esto como whataboutism. Pero, ¿cómo se pueden desarrollar normas si los actores que hacen las acusaciones no defienden los mismos principios? Moyn: Dos errores no hacen un acierto. Es decir, los crímenes de guerra de Estados Unidos no hacen que los crímenes de guerra de Rusia sean menos inmorales. Al mismo tiempo, eso no significa que una de las partes deba continuar cometiendo el mal sin ninguna consecuencia mientras que la otra parte es llevada a juicio. Y eso también es cierto a nivel nacional. No queremos un sistema legal que castigue a los relativamente más débiles y deje impunes a los más fuertes. Ahora, sobre el tema de la Corte Penal Internacional, es una historia tan fascinante. Y lo que es tan fascinante de Núremberg es que acusar de agresión fue una idea soviética. Y Estados Unidos lo respaldó plenamente. Pero, luego, en la década de 1990, cuando se funda la Corte Penal Internacional, es muy significativo que se dejara de lado el crimen de agresión. Aun así, Estados Unidos evitó involucrarse. A veces eso se debilitó, bajo presidentes demócratas, pero nunca hubo una remota posibilidad de que Estados Unidos ratificara el Estatuto de Roma [el tratado que estableció la Corte Penal Internacional]. Y, por supuesto, todavía no lo ha hecho. Sin embargo, es muy interesante que a lo largo de la vida de la Corte Penal Internacional, a veces ha resultado muy útil para los Estados Unidos. Y en particular, dado que la CPI puede obtener casos de referencias del Consejo de Seguridad [de las Naciones Unidas], Estados Unidos estaba muy feliz de remitirle casos, cuando no eran los amigos de Estados Unidos los que hacían las cosas escandalosas. Ahora, más recientemente, existía la posibilidad de que la Corte Penal Internacional se hiciera cargo de los crímenes de guerra en territorio afgano.Y esto causó un susto en Washington, porque hipotéticamente significaba que la Corte Penal Internacional podría acusar a los estadounidenses. Y eso provocó otro giro en esta larga y tempestuosa relación. Esta situación es interesante porque la CPI puede abordar el asunto, no a través del Consejo de Seguridad de la ONU, que Rusia bloquearía [porque tiene poder de veto en el Consejo de Seguridad], sino porque Ucrania ha declarado que la CPI puede ejercer una sola vez jurisdicción dentro de sus fronteras, algo que permite el Estatuto de Roma. La Corte Penal Internacional es una institución profundamente política. Y está profundamente ligado a la geopolítica. Y lo que eso significa es que la hipocresía es una gran parte de cómo los estados se relacionan con la justicia que representa. ¿Ve alguna posibilidad de que EE. UU. se una a la CPI? ¿No sería ese un requisito previo para desarrollar normas internacionales sólidas con respecto a lo que constituye crímenes de guerra? Moyn: No, esto no sucederá pronto. Pero eso no significa que la situación sea desesperada. La Carta de las Naciones Unidas tendría que ser revisada para que las grandes potencias sean convocadas dentro del Consejo de Seguridad, ya que a partir de ahora tienen un poder de veto allí. Algunos han pedido que la Asamblea General pueda remitir casos de guerra agresiva a la CPI, o crear nuevos tribunales, como lo hizo el Consejo de Seguridad en respuesta a los crímenes de guerra en la década de 1990 en Ruanda y la ex Yugoslavia. De cualquier manera, realmente estamos mirando al Sur Global y otros actores de ideas afines, insistiendo en que un sistema de justicia global debe cubrir las transgresiones de todas las grandes potencias, no solo los estados más débiles, o estados más poderosos que todos ya están en pandilla. en contra. Deberíamos volver a lo que una vez acordaron los estadounidenses y los rusos, que es que la agresión es el crimen de los crímenes. Algunos podrían considerar tales movimientos imposibles. Pero, en primer lugar, no tendríamos unas Naciones Unidas si no pensáramos que podemos organizar la paz después de una guerra entre grandes potencias. Entonces, ¿por qué no pensar en un sistema aún mejor que el que tenemos? Vale la pena agregar que cuantos más estados ratifiquen el Estatuto de Roma, más fácil será pedir cuentas a las grandes potencias por crímenes de guerra (fuera del crimen de guerra ilegal). Esto se debe a que la corte puede ejercer jurisdicción cuando los crímenes de guerra tienen lugar en el territorio de los estados que han ratificado el tratado o, como en Ucrania hoy en día, llaman la atención por un tiempo, incluso si los perpetradores son de un estado que no lo ha ratificado. . Es por eso que la situación afgana y la situación ucraniana han resultado problemáticas para las grandes potencias, porque las grandes potencias no pueden controlar fácilmente la corte si se unen a ella los estados en los que luchan. ¿Alguna reflexión final sobre partes de la narrativa de los crímenes de guerra que crees que podrían estar siendo pasadas por alto o malinterpretadas? Moyn: Entre la Guerra de Vietnam y el presente, en espacios de élite al otro lado del Atlántico, parecía que la guerra a veces era incluso progresiva, incluso cuando era ilegal. Y es por eso que creo que hubo un énfasis tan desequilibrado en limpiar los resultados de las guerras, asegurándonos de cumplir con las reglas para prohibir las atrocidades. El acto flagrante de Putin nos da la oportunidad de revisar ese cálculo, y tal vez deberíamos volver a lo que los estadounidenses y los rusos alguna vez acordaron, que es que la agresión es el crimen de los crímenes, el último crimen de entrada. (Obeidallah 2022 MSNBC)


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