Notas: Canarias             

 

Notas 2:


LA MEDIDA DEL TEIDE:
Juan Tous Meliá http://eldia.es/…/wp-c…/uploads/2015/12/20151227laprensa.pdf El Teide es no sólo la máxima elevación del territorio español y de cualquier territorio insular del océano Atlántico, sino que también es el tercer volcán más alto del mundo si lo medimos desde su base, situada en las profundidades del lecho oceánico, a 7.500 metros. El Teide siempre ha estado en la mente de los isleños y ha sido descrito por numerosos cronistas e historiadores. Poco después de la incorporación de la isla de Tenerife a la corona de Castilla, el Adelantado Alonso Fernández de Lugo suplicaba y pedía por merced que le diese armas que le fueron concedidas por la reina doña Juana el 23 de marzo de 1510: “Vos doy por armas el ángel San Miguel armado con una lança e una vandera en la una mano e un escudo en la otra e debaxo puesta una breña de que sale del alto della unas llamas de fuego que se nombra Teidan e un león a la una parte de la dicha breña e un castillo a la otra e debaxo de la dicha breña la dicha isla de Tenerife en campo verde en la mar derredor. E todo ello puesto en un escudo en campo amarillo con unas letras amarillas por orla en campo colorado que dizen Michael Arcangel veni in adjutorium populo Dei. Thenerife me fecit”. Cuando, en 1777, la recién creada Real Sociedad Económica del País de Tenerife convocó un concurso para elegir su escudo, se presentaron 74 trabajos y 57 dibujos de los que 43 tenían la imagen del Teide, entre ellos el ganador. El Teide no es sólo el símbolo de la isla, forma parte del ciclo vital del isleño, quien lo considera capaz de modificar las estaciones. Los isleños, y sobre todo los que viven en el Valle de La Orotava, saben que es su barómetro y lo utilizan como cabañuela. En los últimos años, después de que fuera declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco (28 de junio de 2007), son muchos los autores que han recopilado textos e imágenes del Teide publicados por los numerosos científicos y viajeros que nos han visitado a lo largo de varios siglos. Sin embargo, casi se han ‘olvidado’ de los que, viviendo en las islas, lo han descrito o lo han estudiado. Cabe recordar al regidor Francisco Machado Fiesco (que subió al Teide en 1754), al presbítero Dámaso Quesada y Chaves, al ingeniero Manuel Hernández, al polígrafo Agustín Álvarez Rixo, al escritor Manuel de Ossuna Saviñón, a los capitanes Juan de Velasco y Ricardo Ruiz y Aguilar, al farmacéutico Cipriano Arribas, etc. La ausencia de otros expedicionarios y viajeros españoles en general, e isleños en particular, no indica, como pretenden algunos, que la Corona española haya vivido de espaldas al Teide. No debemos olvidar que mientras que el elevado número de expedicionarios, naturalistas y viajeros extranjeros dejó escritas sus vivencias por lo extraordinario que era para ellos, para los nacionales entraba dentro de lo natural y rutinario y sus experiencias no pasaron de la tradición verbal o fueron llevadas a la pluma muchos años después. El lector puede comprobar si las palabras de George Glas en su conocido libro “Descripción de las islas Canarias” (1764) son precisas o no son más que una intuición que adquirió del contacto con los habitantes de las Islas, especialmente en los ambientes cultos e ilustrados: “Nadie hace este viaje sino los extranjeros y algunas pobres gentes de la isla, que se ganan la vida recogiendo azufre; los españoles acomodados no tienen curiosidades de este tipo”. Mi trabajo sobre el Teide debería haber salido a la luz en el año 2005, poco después de la fecha en que pronuncié la conferencia “El Teide en la cartografía del siglo XVIII”, el 14 de diciembre de 2004, dentro del ciclo: “El Teide en el siglo de la Ilustración”, que se celebró los días 14 a 17 del citado mes y año en la ermita de San Miguel, de San Cristóbal de La Laguna. No fue posible. Una serie de circunstancias lo impidió. Quizá la más importante fue que me faltaba información para que tuviera el rigor que se debe exigir a un tema tan conocido como éste. El tiempo transcurrido me ha permitido darle un nuevo enfoque al trabajo, ampliando el horizonte del Teide para dar cabida a su historia. Esta circunstancia me ha obligado a buscar un nuevo título para el trabajo. Para darle ese nuevo enfoque me ha sido muy útil una nueva herramienta: Internet. Al utilizar el buscador para localizar la palabra “Teide”, al momento aparecen más de 6.600.000 resultados y, sin embargo, si la pregunta es “la medida del Teide” sólo aparecía una vez y, precisamente, en un trabajo que preparé el 28 de septiembre de 2001: “Los Jardines de Franchi y la medida del Teide”. No tuve duda, ese sería el título principal de mi nuevo libro, al que he añadido el subtítulo “Historia: descripciones, erupciones y cartografía”. La obra ha quedado estructurada en seis grandes apartados: SIGLOS XV, XVI y XVII. Con las referencias que figuran en las crónicas; entre ellas, la erupción del Teide que vio Cristóbal Colón, el Teide como faro de carrera de Indias y la concesión de escudo a la isla de Tenerife. Además, incluye las citas de los primeros cronistas y las sensaciones de los pioneros que contemplaron las islas desde la cima. SIGLO XVIII. LA MEDIDA DEL TEIDE. Se inicia con la erupción de Garachico de 1706, de la que Daniel Fernández Galván me facilitó una impresionante vista casi inédita. Se relacionan los científicos que de forma directa intervinieron en la medición del Teide y se analizan y desmenuzan las fórmulas y los cálculos matemáticos que realizaron. Se destaca la visita de Borda y Varela de 1776. En algún caso se escribe una breve reseña biográfica de los personajes menos conocidos; no obstante, he tratado con más extensión a Louis Gros, con ánimo de reivindicar su personalidad. También ocupa un lugar importante la visita de Humboldt, al que rindo homenaje publicando el “Cuadro Físico de las Islas Canarias. Geografía de las Plantas de Tenerife”. Humboldt, por motivos que él mismo explica, no pudo medir el Teide y, al regreso del viaje, estudió a todos los científicos que lo habían medido, principalmente a Borda y Varela. Al citar a este último dice: “Ignoro por cuál fórmula encuentra el Sr. Varela para la primera estación 534 toesas; para la segunda, 1.531 toesas; para la tercera , 1.780 toesas; para la cuarta, 1.864 toesas; y para la quinta 1.940 toesas”. El diario de Varela, que no consultó Humboldt, nos da la respuesta diciendo que utilizó la fórmula de Delucy la aplica mediante una regla a manera de la cuenta de la vieja. LA ERUPCIÓN DE CHAHORRA DEL 9 DE JUNIO 1798. Es uno de los temas cuya recopilación frenó el trabajo, pues no conseguía localizar las numerosas descripciones que se redactaron, de las que presumía su existencia, aunque sólo fuera una intuición. Afortunadamente, esta intuición se ha convertido en realidad. Tuve la fortuna de localizar dos descripciones: una, anónima, titulada “Razon del viage que se hizo á la cumbre con el motivo de observar el volcan que abrió el dia 9 de Junio de 1798 á las 8 y media de la noche en la montaña que unos llaman Chajorra, otros de Venge, y por la parte del N. tiene el nombre de montaña de los Cedros, en las inmediaciones del Teide”; y, otra, posiblemente escrita por Pedro de Franchi y Mesa, titulada “Relación de la espedicion al volcan reventado en la noche del 8 al 9 de junio de 1798 en la montaña conocida por Vermeja, Colorada, Veja, Chahorra y tambien Pico Viejo, por los Sres. D. Pedro de Franchi y Mesa, D. Juan Antonio Perdomo, Dr. en medicina, D. Luis Paulino de la Cruz y D. Francisco Felipe de Lugo, salidos del Puerto de la Orotava el 2 de julio á la una y cuarto de la madrugada”, que iba acompañada de tres dibujos realizados por Luis Paulino de la Cruz. PRIMERA MITAD DEL SIGLO XIX Después de la visita de Humboldt y de la publicación de su “Voyage”, fueron muchos los científicos que se interesaron por las islas Canarias, y en particular por el Teide. Aunque se siguieron haciendo medidas de la montaña, se consideró superada esa tarea y se iniciaron otros estudios científicos relacionados con la geología, la botánica, la medicina, la climatología, etc. Cabe destacar la medida de von Buch y Smith de 1815, los primeros estudios meteorológicos sistemáticos de Robert Edward Alison, entre principios de julio de 1827 y mediados de 1828; los trabajos de Webb y Berthelot, así como las medidas efectuadas por Daniel Jay Browne entre septiembre y octubre de 1833, una trigonométrica y, la otra, basada en la propiedad de que el punto de ebullición varía en función de la altura y de la temperatura del aire. SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX En ese apartado, además de continuar con el relato de muchos de sus visitantes, he incluido unas pequeñas pinceladas, como “El Teide y la prensa”, “El Teide y la ciencia”, “El Teide y el clima”, “El Teide y la mujer”, o algunas visitas reales. Son de destacar el estudio de los vientos alisios y contralisios desde el pico de von Fritsch en 1862; el estudio del clima desde el punto de vista terapéutico en lo alto del Teide de Marcet, en 1878; el estudio de las nubes de Abercromby, en 1887; el estudio del espectro solar en el Teide; el descubrimiento del lagarto y sus excursiones por las islas durante los veranos de 1888, 1889 y 1890 de Oscar Simony, y la medida de la intensidad de la radiación de Ángström, en 1895. LA MEDIDA ACTUAL DEL TEIDE El 1 de abril de 1983, el Instituto Geográfico Nacional (IGN) procedió a medir el Teide con técnicas de observación angular de precisión (ficha nº 109401, hoja nº 1094); para ello, construyó un nuevo pilar en el punto más alto para que sirviera de vértice geodésico. El resultado fue: 3.715,4 metros, con un margen de error de medio metro. La medida tomó como referencia el nivel medio del mar (cero ortométrico), calculado con los datos que proporcionó el mareógrafo que el IGN tenía en el puerto de Santa Cruz de Tenerife desde hacía 50 años, heredero del que instaló la Casa Hamilton el 26 de septiembre de 1856; para fijar el cero ortométrico se utilizaron los datos correspondientes a los diez últimos años para compensar los ciclos solares y lunares y para absorber los errores de lectura. Según el mareógrafo, el Teide era 1,4 metros más alto en la bajamar (3.716,8 m) y 1,4 metros más bajo en la pleamar (3.714 m). El IGN hacía hincapié en que la altura variaba con un margen de centímetros década a década. Poco después, el mismo año, el vértice fue destruido por desconocidos, lo que impidió realizar medidas con las nuevas técnicas del GPS (sistema de posicionamiento global por satélite). Después del acto vandálico, el IGN construyó el 1 de octubre de 1994 un nuevo vértice geodésico, en forma de losa de hormigón con centrado forzoso, situándolo en la parte Oeste del cráter, en una pequeña zona horizontal algo más bajo que el punto más alto. Una vez realizadas las observaciones por técnicas GPS y efectuados los cálculos compensatorios, dieron una altitud sobre el nivel medio del mar en el muelle de Santa Cruz de 3.707,250 metros (base del pilar), en vigor a partir del 28 de noviembre de 2004 [En los mapas del IGN figura Teide 3.707 y la máxima altura 3.718]. Esta medida aunque, según el IGN, es válida, no pertenecía al punto más alto del cráter. Para conocer la altitud exacta hacía falta una nivelación de precisión entre la base y el punto más alto, tarea que quedó pendiente. Ante la posibilidad de no poder saber exactamente cuánto mide el Teide, me puse en contacto con el IGN de Canarias, para que me aclarara algunas dudas y sobre la posibilidad de que se realizara la medición. El 27 de junio de 2011 recibí contestación a cuantas dudas tenía y me anunciaron que se descartaba la nivelación geométrica de precisión por la tremenda dificultad. Pienso que se refería a una nivelación completa. Además, me explicaron que la información que proporcionan las Reseñas de Vértices Geodésicos hace referencia a valores observados y calculados sobre esas mismas señales geodésicas que, en muchos casos, no tiene por qué corresponderse con el punto más alto del monte donde se ubican, como así sucede con éste del Teide. Poco después contacté con Grafcan, para saber cuánto medía exactamente el Teide. Muy amablemente me explicaron que había una laguna –que el IGN ya conocía–, ya que faltaba el incremento de cota entre la base del pilar y el punto más alto, y me anunciaron que estaban dispuestos a medir el tramo que faltaba. Fruto de esas conversaciones fue la decisión que tomó Bernardo Pizarro Hernández, entonces director general de Grafcan, de acceder a medir el incremento de altitud entre la base del IGN y la cima del pico. La medición fue dirigida por Juan Manuel Poveda Suárez, como director técnico de la oficina, auxiliado por Juan Pedro Rodríguez Suárez, Juan Vicente González Barrera y Óliver Hernández Vargas. El señor Poveda, a instancias del señor Pizarro, me facilitó una copia de los trabajos realizados que lleva por título: “Cálculo de la Altitud elipsoidal (h) del punto más alto del Pico del Teide, desde las estaciones GNSS de la red geodésica activa del Gobierno de Canarias (REPCAN) y el vértice geodésico TEIDE GPS perteneciente a la Red Geodésica pasiva del Instituto Geográfico Nacional (IGN)”. El día 2 de diciembre de 2011, desde el aparcamiento situado en el PK- 40,600 de la carretera TF-21, que se dirige a Boca Tauce, realizaron el ascenso hacia el pico por el sendero de Montaña Blanca. Tras una subida de dos horas y media con todo el equipamiento y aparejos, pernoctaron en el Refugio de Altavista, con la intención de realizar la subida final a primera hora del sábado. En la mañana del 3 de diciembre, se partió desde el refugio hacia la cumbre del Teide, alcanzando el pico tras hora y cuarto de camino. Las observaciones de campo se llevaron a cabo de la manera siguiente: se estacionaron dos equipos GPS, uno en el vértice geodésico TEIDE GPS y otro en la roca más alta del Teide, cumpliendo los requisitos técnicos previstos en este tipo de trabajos. Por otro lado, desde las estaciones GNSS de Santiago del Teide (STEI), San Miguel de Abona (SNMG) y Grafcan (GRAF), se recopilaron los datos RINEX en el intervalo horario en el que fueron posicionados los equipos GPS, en el punto más alto del pico y en el vértice geodésico del Teide, para efectuar posteriormente el cálculo de las coordenadas. El cálculo de la altura elipsoidal dio un valor h= 3.763,8263m, que permite, aplicando las correcciones de la ondulación obtenidas a través del modelo de geoide EGM08 del IGN, calcular la altitud ortométrica: “3.715,583 metros”. A pesar de ser la montaña más alta de España, el Teide no tiene ni hito, ni placa, pues ésta está situada a 3.707,250 metros, es decir, algo más de 8 metros más baja. Mi propuesta es que se construya un prisma cúbico con el hito reglamentario que tienen los vértices geodésicos y, al ser históricamente el faro del Atlántico que guiaba a los navegantes en la antigüedad, iluminarlo con un gran LED alimentado con energía solar. NOTA.- -Para saber más, véase mi libro “La medida del Teide. Historia: descripciones, erupciones y cartografía”. 30 de septiembre de 2015. ISBN: 978-84-608-2622-4. ANEXO GRÁFICO DOCUMENTAL Imagen 1: Dibujo de Quesada Chaves: rueda de distancias al Teide, con leyenda: distancias que hay desde cada lugar a las faldas del pico, antes de subir la montaña dicha montón de trigo, letra a. teniendo en cuenta que el único camino es el que sube por el sureste, a la distancia señalada en la rueda hay que sumar la que resulta de rodear sus primeras faldas y subir unas cuatro leguas largas que muchos las computan en seis por las muchas vueltas de dicha primera montaña letra a. Rodeando el dibujo dice, en la parte superior: “el pico tiene de circunferencia, esto es, sus faldas 4 leguas canarias que son quasi 5 leguas españolas. Componen las 5 leguas, 17 millas italianas o francesas quasi”. Y en la inferior: “Son 31 Poblaciones con Parroquias, y las numeradas con el 1 (Laguna ciudad) y 31 (Orotava villa) tienen dos Parroquias cada una, en total 33 Parroquias”. Imagen 2: Lamentable estado en que se encontraba, el día 1 de enero de 2003, la lápida de la tumba de Louis Gros. Se transcribe lo que creo que dice (puede que en el encabezamiento de la lápida figure una cruz): “Louis Bruno Gros/né à Marseille en 1787 (sic, en realidad nació en c.1759)/ mort à Sante Croix de Tenerife/ le 3 janvier 1840 (sic, murió el 5)/sa famille reconnaissante/requiescat in [p]ace”./ DANIEL GARCÍA PULIDO Imagen 3: Vista del volcán de Chahorra desde el sudoeste del Teide. Al fondo la cordillera de Guajara: Roque El Almendro, La Sombrera, R. Ucanca y la Magdalena, según el boceto que presuntamente realizó Luis de la Cruz, el 3 de julio de 1798. El punto de vista se localizó en el sendero nº9, a un centenar de metros del mirador del Pico Viejo./ COLECCIÓN ANTONIO DE LORENZO-CACERES TORRES Imagen 4: Roca más alta del pico del Teide donde se situó el GPS. Al fondo, su famosa sombra. Fotografía tomada al amanecer del sábado 3 de diciembre de 2011./ GRAFCAN Imagen 5: Propuesta de placa, con la actual medida, que debería figurar en el hito del Teide.


RELACIONES ENTRE CANARIAS Y FRANCIA
Dolores Corbella, Cristina G. de Uriarte y Clara Curell, Profesoras del Dpto. de Filología Francesa y Románica de la Universidad de La Laguna http://www.gobiernodecanarias.org/…/cul…/frances/frances.htm Introducción Algunos topónimos como «Islote del Francés» (en Lanzarote), «Playa Francesa» (en La Graciosa), o «Barranco Franceses», «Costa de Franceses» y «Franceses» (en La Palma), aparte de otros derivados de antropónimos de origen galo, como «Betancuria», representan un claro testimonio de un contacto ininterrumpido de Francia con Canarias, relación que ha dejado una singular impronta en la historia y la cultura de esta región. Es francés el primer conquistador de las Islas, Jean de Béthencourt; de procedencia gala son muchas familias asentadas en el Archipiélago, en su mayor parte vinculadas a la actividad comercial (desde Gascogne y a través de la Península llega la rama de los Ascanio; de Nancy salen los Dugour; de Le Mentec proceden los Croissier; desde Saint-Malo vienen los Baulen, que se instalan en Canarias en 1544; oriundo de Béarn es el apellido Casalon; y son de Francia otras onomásticas de gran arraigo en las Islas como los Porlier, Arnau, Guigou, Mustelier, Fonspertuis, Bosq o de La Roche); son múltiples las referencias a Canarias en la literatura de viajes francesa desde el Renacimiento hasta nuestros días, lo que constituye una excelente fuente para el conocimiento de la historia, la geografía y la etnografía insular; a naturalistas franceses debemos las primeras descripciones de la ictionimia del Archipiélago; son cosmógrafos de origen galo los que determinan la situación de la isla de El Hierro como primer meridiano, y a autores franceses pertenece la mayoría de los estudios antropológicos realizados sobre los aborígenes canarios. Resulta además significativo que dos de los momentos clave de la evolución cultural insular, la época de la Ilustración y los inicios del Surrealismo, tengan sus raíces en la formación parisina de la elite social del Archipiélago, con una influencia directa de la literatura, la filosofía, las artes y los movimientos vanguardistas de aquel país. Antecedentes históricos Aunque fabulosa, la primera relación de Francia con Canarias remonta al siglo XII, fecha de la versión anglonormanda de la Navigatio sancti Brandani (Le voyage de Saint Brandan). La importancia de este texto radica en su contribución a la difusión del tópico de la búsqueda del más allá (como un peregrinaje iniciático hacia el paraíso o el jardín de las delicias) en las islas situadas en el Océano Atlántico -el Mare Ignotum-, uno de los alicientes que llevó en los últimos años de la Edad Media al redescubrimiento de las Canarias. La difusión de la leyenda brandaniana en lengua vulgar tuvo tal popularidad que los cartógrafos, todavía en el siglo XVIII, dibujaban en sus mapas la afortunada isla de «San Borondón» como la octava isla canaria. En 1410, Pierre d'Ailly, teólogo y cosmógrafo nacido en Compiègne, incluye en su Ymago mundi -escrita en latín- otra descripción tópica de las Islas Afortunadas, reproduciendo un pasaje similar al que San Isidoro de Sevilla y Solino habían recogido, a su vez, de Plinio el Viejo: «Las Islas Afortunadas indican por su propio nombre que tienen casi todos los bienes, como si ellas fueran felices por la abundancia de sus frutos, pues los bosques producen de forma natural los frutos más preciados y las cimas de las colinas se cubren de vides espontáneas. De ahí el error de los gentiles que creían que estas Islas eran el paraíso por la fecundidad del suelo. [...] Todas están llenas de aves, bosques de palmeras, nogales y pinos. Hay abundancia de miel y están repletas de animales silvestres y peces. Están situadas en el Océano a la izquierda de Mauritania entre el sur y el ocaso, cercanos al occidente, y están separadas entre sí por el mar». De la lectura de este texto Cristóbal Colón deduce que las Islas Afortunadas a las que hacía referencia Pierre d'Ailly se corresponden con el Archipiélago canario, de ahí que escribiera en el ejemplar que poseía de esta obra una apostilla: «Situación de las Islas Afortunadas. Ahora se llaman Canarias». Pero, junto al mito de San Borondón y al de las Islas Afortunadas, la historia de Canarias ha interesado a los europeos -y en particular a los escritores galos- también por su conexión con la Atlántida de Platón, tema retomado por el botánico francés Tournefort a finales del XVIII en su Voyage au Levant, por Ledru en su Voyage aux Iles de Ténériffe, La Trinité, Saint-Thomas, Sainte-Croix et Porto-Ricco(1810), por Fortia d'Urban en su Histoire et théorie du déluge d'Ogigès ou de Noé, et de la submersion de l'Atlantide (1809) -concretamente en el capítulo cuarto del tomo IX que lleva por título Mémoires pour servir à l'histoire ancienne du globe terrestre- y, sobre todo, por Bory de Saint-Vincent en los Essais sur les Iles Fortunées (1803), autor que llega a afirmar que «Les Archipels occidentaux de l'ancien continent nous offrent donc les débris de cette célèbre Atlantide, dont l'avare Océan a englouti les villes, les monumens, et les richesses. [...] Il n'existe plus de l'Atlantide que des rochers et des volcans épars sur une mer orageuse» (Essais, p. 521).

Desde los inicios hasta el siglo XVII:
A estas imágenes míticas con que tradicionalmente se ha relacionado el Archipiélago canario habría que contraponer un hecho real: la conquista y colonización de las Islas (Lanzarote, Fuerteventura y El Hierro) por parte de Gadifer de la Salle y Jean de Béthencourt («chevaliers nez du royaume de France, l'un Poytevin du pais de Touarsoys, l'autre Normant du pays de Caux ont commencée, et mettre en escript les choses qui leur sont avenues des se qu'ilz partirent de leurs nacions [...]. Lesquelz se partirent de La Rochelle le premier jour de may mil CCCC et deux pour venir es parties de Canare pour veoir et visiter tout le pays, en esperance de conquerir les isles qui y sont et mettre les gens à la foy crestienne», Le Canarien: III, 17). La conquista betancuriana significará la incorporación definitiva de las Canarias a Europa y el asentamiento de algunos franceses en las Islas Orientales. Por primera vez, además, se ofrecen datos pormenorizados sobre los aborígenes, sus formas de vida, sistemas de producción y costumbres (de La Palma, por ejemplo, se señala que «Le pais est fort moult peuplé de gens, quar il n'a mie esté ainsi foulé que les aultres pais ont esté. Il sont bele gent et ne vivent que de char», Le Canarien: III, 127), así como la descripción de la naturaleza, la abundancia de agua, la fauna y la flora. Pero el tránsito de la imagen simbólica a la realidad vivida todavía no es completo y, al igual que le ocurrirá a Colón posteriormente, a esa naturaleza contemplada se contrapone una interpretación libresca basada en textos anteriores (en el caso de la llegada normanda, uno de los antecedentes expresos es el itinerario imaginario del Libro del conosçimiento). La conquista betancuriana abre la ruta de Canarias que, a partir de ese momento, se convierte en paso obligado de los viajes por la costa africana, hacia Oriente y, posteriormente, en escala de las navegaciones americanas (Delafosse, Jannequin, Du Bois, Le Maire y Durret). Es así como el Archipiélago pasa a ser rápidamente conocido no sólo por la abundancia de productos frescos sino, sobre todo, por la calidad de sus vinos: el malvasía y el vidueño. Este último es particularmente apreciado a partir del siglo XVIII, época de los grandes viajes de exploración, debido a que se conserva en perfectas condiciones durante un largo período de tiempo. Los primeros viajeros demuestran, no obstante, en sus descripciones que todavía no tienen un conocimiento pleno y cierto de las Islas. Así ocurre, por ejemplo, con la relación de Eustache Delafosse que llega al Archipiélago en 1479 de camino a Cabo Verde: «De là nous fîmes route vers les îles Canaries et arrivâmes au fil des journées à la première île des Canaries, nommée Lanzarote. [...] Ensuite nous fîmes voile pour prendre notre route et, à l'après-dîner, nous arrivâmes devant une bien grande île de ces Canaries, nommée l'île du Fer, où il croissait force bois. [...] De Sapphir jusqu'à l'île de Lanzarote, il y a environ 80 lieues. Les Canaries comprennent plusieurs îles (comme vous le trouverez dans le livre imprimé nommé Le nouveau monde et navigations faictes par Emeric Vespuce, Florentyn, au chapitre VII, feuillet 4) et elles sont au nombre de dix» (Voyage d'Eustache Delafosse sur la côte de Guinée, au Portugal & en Espagne (1479-1481), transcrit, traduit & présenté par Denis Escudier, Paris, Éditions Chandeigne, 1992, p. 19). En esta misma línea se encuentran las obras de A. Thevet (1503-1592), que visita al menos dos veces las Canarias, tal como narró en La singularitez de la France antartique (texto que rebatiría el mercader inglés Thomas Nichols en A pleasant description of the fortunate Ilandes, called the Ilands of Canaria, with their straunge fruits and commodities, impresa en Londres en 1583), La Cosmographie Universelle o Le grand Insulaire et pilotage d'André Thevet. Pero, paulatinamente, las crónicas y relatos de viajes nos van descubriendo unas islas más reales, deslindando el aspecto maravilloso que encubría el Archipiélago en los primeros años y ofreciéndonos una visión más creíble. Una prueba de ello nos la proporciona el cirujano Le Maire que realiza unas breves descripciones de Las Palmas y Tenerife con motivo de su estancia en 1682 (cfr. Les voyages du Sieur Le Maire aux Iles Canaries, Cap-Verd, Senegal et Gambie). Es indudable, en este sentido, la importancia que adquiere el desarrollo de la cartografía y la cosmografía. El rico patrimonio cartográfico que posee el Archipiélago se explica principalmente por su ubicación geográfica. De esta manera, mapas y planos van ganando en precisión y perspectiva: buena muestra de ello son los realizados por los cartógrafos franceses, como P. du Val d'Abbeville (1653), N. Bellin (1746) y M. Bonne (1788). Por otra parte, ya desde la Antigüedad, los geógrafos medían las longitudes contando a partir de la posición de la más occidental de las Canarias, la isla de El Hierro. En Francia, el edicto de 1634, bajo el reinado de Luis XIII, obligaba a los cartógrafos franceses a adoptar como primer meridiano la mencionada isla. Determinar su posición exacta es, precisamente, uno de los principales objetivos de la expedición de Louis Feuillée de 1724.

La literatura de viajes entre los siglos XVIII al XX:
Durante el siglo XVIII es cuando se consigue afianzar el dominio de Europa sobre el resto del mundo: «Desde fines del siglo XVII y todo a lo largo del XVIII se produce un cambio en la naturaleza de los viajes y en la personalidad de los viajeros. Se tratará, en unos casos, de religiosos misioneros poco proclives a dar crédito a fantasías y leyendas y, sobre todo, de científicos geógrafos y naturalistas participantes en expediciones de investigación y exploración, que tanto contribuirán al avance del conocimiento más exacto del planeta y al progreso del conjunto de las ciencias» (Pico-Corbella 1997: 10). Los adelantos científicos marcan el principio de una nueva era en la historia de la exploración de los océanos en la que Francia e Inglaterra desempeñan un importante papel. Canarias, junto a Madeira, Cabo Verde y el Cabo de Buena Esperanza, se convierte en escala obligada de las rutas hacia el Pacífico, circunstancia que es aprovechada por los investigadores para estudiar su historia natural, ciencia que despierta un enorme interés en este momento. Las palabras con las que, en 1796, el capitán Baudin se dirige a los naturalistas que integran su expedición así lo ponen de manifiesto: «[...] je vous engage à profiter de cette relâche pour visiter en tout ou en partie une île qui, quoique fréquentée par beaucoup de voyageurs, ne laisse pas que d'offrir des choses intéressantes pour les sciences en général» (Ledru, Voyage aux Iles de Ténériffe, La Trinité, Saint-Thomas, Sainte-Croix et Porto-Ricco, 1810, p. 20). Junto a los ensayos de carácter científico que estos viajeros escribieron como prueba de su paso por Canarias, dejaron constancia también de sus propias vivencias en numerosos diarios, cartas y relatos, que constituyen un testimonio inestimable de la vida cotidiana del Archipiélago en aquella época, por la riqueza de datos e impresiones en ellos recogidos. Pero muchas de estas descripciones nunca se llegaron a editar, aunque fueron divulgadas gracias a las grandes recopilaciones de viajes que circularon por Europa. La más relevante es, sin duda, la Histoire générale des voyages del Abad Prévost (1745-1770, en 21 volúmenes), enriquecida con grabados y mapas, que, posteriormente, se publicó en una edición abreviada realizada por La Harpe. En la centuria siguiente, la literatura de viajes francesa es eminentemente científica y naturalista. No sólo se editan las relaciones de las campañas realizadas a finales del siglo anterior (las de Ledru o Bory de Saint-Vincent), sino que se continúa la intensa actividad viajera en la que Canarias es uno de los principales objetivos (Bourgeau, Coquet, Leclercq, Sainte-Claire Deville y Verneau). Es a partir de este momento cuando el hombre es en sí mismo objeto de estudio -se inicia el auge de la antropología-, ya que hasta entonces las únicas referencias al habitante de las Islas sólo tenían en cuenta a los primitivos pobladores. Aunque con motivaciones distintas, la afluencia de viajeros franceses al Archipiélago en pleno siglo XX es una realidad como lo prueban los escritos existentes de su paso por estas tierras (entre ellos citaremos los de Mascart, Proust y Pitard o Classé). Paisaje La descripción, más o menos pormenorizada, de los distintos lugares visitados es un elemento recurrente en este tipo de textos. Dado que la mayor parte de las embarcaciones atraca en el puerto de Santa Cruz de Tenerife es precisamente esta isla la que mejor conocerán los visitantes. Camino del Teide, el paso por La Laguna o La Orotava ofrece al viajero una imagen más enriquecedora y contrastada de la variedad del paisaje insular. La Villa de La Orotava, rodeada de una bellísima naturaleza y de ricos cultivos, es la que recibe los mayores elogios: «Ce matin, au lever du soleil, j'en parcours les environs, et je ne peux me lasser d'admirer la beauté du paysage: quel ciel! quel climat! Une douce chaleur vivifie la campagne; ici des vignobles bien cultivés attestent l'industrie et la richesse des habitants; là, des jardins ornés de jasmins, de rosiers, de grenadiers, d'amandiers en fleurs, des citronniers, d'orangers en fleurs et en fruits, répandent dans l'atmosphère un parfum délicieux» (Ledru, p. 89). Por lo que respecta a las restantes islas del Archipiélago, las alusiones son menos frecuentes, pero no por ello menos valiosas. Así, por ejemplo, Ledru en el capítulo III de su relato aporta información específica de cada una de las Canarias. La ciudad de Las Palmas despierta la curiosidad de los viajeros por su población y por el aspecto de las casas y las calles, que recuerda la proximidad de Marruecos (tal como señala Leclercq en su Voyage aux Iles Fortunées), o por el desarrollo de la actividad cultural (para Proust y Pitard es «La Ville-Lumière»). S. Berthelot, en sus Miscellanées canariennes (Paris, Béthune éditeur, 1839), la describe como «une ville populeuse, bien bâtie, ornée de maisons élégantes et d'édifices somptueux. Tout cela me semblait un enchantement» (p. 202). Algo más adelante este mismo autor añade: «Un beau pont de pierre, qu'on a construit sur le ravin de Giniguada, unit les deux faubourgs; d'une part, celui de Triana, que le commerce vivifie; de l'autre, la Vegueta, où priment le haut clergé, la magistrature et l'autorité militaire» (p. 204). Pero, más que las ciudades, es la gran riqueza y la multiplicidad de paisajes lo que impresiona al visitante foráneo que, en un espacio tan limitado, puede elegir entre regiones áridas y volcánicas o un hábitat de bosques y flora exótica. Borda sintetiza la particular topografía canaria de la siguiente manera: «Les montagnes sont très-hautes à Canarie, à Ténériffe, à Palme, à Gomère & en l'île de Fer. Elles sont pour la plupart couvertes d'arbres; ce sont des pins très-élevés, des lentisques, des oliviers sauvages, des cyprès, des lauriers, des viñaticos, des buissons de différentes espèces, des ifs, des tilleuls, & d'autres arbres utiles & de bon bois» (Voyage fait par ordre du roi en 1771 et 1772 en diverses parties de l'Europe, de l'Afrique et de l'Amérique, Paris, 1778, pp. 87-88). La naturaleza de las Islas y, en especial, el Pico del Teide -considerado durante mucho tiempo como la montaña más alta del globo-, constituye uno de los principales atractivos para el extranjero que, siempre que le es posible, lleva a cabo su ascensión. Esta cumbre, que ya se puede divisar desde alta mar, es reconocida y admirada por todos los navegantes que surcan el Atlántico, tal y como pone de manifiesto Bory: «Dans le lointain, comme les vagues de la mer, s'élèvent d'autres montagnes, sur lesquelles s'élève encore le fameux pic de Ténériffe. Des nuages, jusque-là errans, se sont amoncelés autour de sa tête, et lui forment un diadème, dont il se dépouille rarement» (Essais, p. 233).

Historia natural:
Desde siempre la flora endémica ha suscitado un gran interés. En algunos textos antiguos ya encontramos alusiones a plantas canarias, pero es principalmente en el siglo XVIII cuando se inician los estudios sobre la vegetación de las Islas que seguirán desarrollándose hasta nuestros días. Se da la circunstancia de que la primera descripción y clasificación de los endemismos canarios observados en su propio medio insular fue realizada por un científico francés, Louis Feuillée, con ocasión de su viaje a las Canarias en 1724. Este naturalista y astrónomo, que ya había realizado distintas observaciones en las costas griegas, Asia, las Antillas y Sudamérica, recibe, cuando contaba 64 años de edad, el encargo de la Academia de Ciencias parisina de realizar un viaje a Canarias. Los resultados de sus observaciones se encuentran recogidos en el diario que escribió durante su estancia en las Islas. En una época casi coetánea al Diccionario de Historia Natural de las Islas Canarias de Viera y Clavijo, investigadores franceses como Lamarck, Poiret o Desfontaines describen nuevas especies endémicas, utilizando para ello la nomenclatura linneana, verdadera novedad en las descripciones científicas del momento. Un primer listado de botánica bastante completo es el proporcionado por Bory de Saint-Vincent que comprende 467 especies, aunque, como él mismo reconoce, su trabajo no resulta suficientemente exhaustivo, entre otras razones, porque únicamente se ocupa de la flora que ha podido observar directamente (p. 360). Otro activo estudioso de la botánica canaria es Pierre-Marie-Auguste Broussonnet, miembro de la Academia de Ciencias de París, que ejerce durante un tiempo las funciones de cónsul de Francia en Santa Cruz de Tenerife. Entre sus proyectos figuraba publicar un estudio sobre los endemismos isleños que, desgraciadamente, nunca vería la luz. Asesora, además, al marqués de Villanueva del Prado en la ordenación del Jardín de Aclimatación de La Orotava. La difícil situación política por la que atraviesa Francia a finales de siglo retrasa la organización de otras expediciones, como la de Baudin, a la que deseaba incorporarse A. von Humboldt. No obstante, gracias a la ayuda del gobierno español, el científico alemán consigue integrarse, en 1799, a la tripulación del Pizarro rumbo a América. El breve tiempo que permanece en Tenerife, una semana, contrasta con la relevancia de los estudios realizados -botánicos y de geografía humana, mineralógicos y meteorológicos en el Teide-, que se traducen en cerca de 300 páginas de su relación redactada en francés unos años más tarde: Voyage aux régions equinoxiales du Nouveau Continent fait en 1799, 1800, 1801, 1802, 1803 et 1804 (1815), una de las obras más destacadas de la literatura científica. De su estancia en Tenerife escribiría Álvarez Rixo: «La llegada de dos extranjeros muy célebres, equivalen para honra de este pueblo y de la isla entera. Fueron éstos el ilustre barón F. A. Humboldt y su compañero Mr. de Bonpland, quienes bajaron de su viaje al Teide en la tarde del 23 de junio, y elogia la singular perspectiva que ofrecía nuestro Valle de Orotava en aquella noche con tanta hoguera encendida en celebración de San Juan, espectáculo alegre que nosotros vemos repetirse cada año sin pararnos en su mérito. También pondera el estado floreciente de nuestra agricultura, comparándolo nada menos que con lo mejor de Italia» (J.A. Álvarez Rixo, “Anales del Puerto de la Cruz de La Orotava, 1701-1872”, Santa Cruz de Tenerife, 1994, p. 152). Pero la figura más relevante del siglo XIX es la de Sabin Berthelot, eminente naturalista e historiador que se establece en La Orotava. Allí desempeña su labor como director del Jardín de Aclimatación y, entre otras múltiples actividades, es fundador del Liceo mixto. Junto al naturalista inglés Philip Barker Webb redacta la Histoire naturelle des Iles Canaries (1836-1844), obra cumbre todavía hoy no superada, resultado de más de veinte años de investigaciones. Esta publicación suscita la llegada de otros botánicos europeos y el desarrollo de esta disciplina entre la intelectualidad insular. Casi a fines de la centuria, el naturalista Charles Alluaud exploró, durante siete meses, todas las Islas Canarias. De esta expedición surgieron una serie de publicaciones científicas entre las que sobresale el Voyage de M. Ch. Alluaud aux Iles Canaries, realizado entre noviembre de 1889 y junio de 1890. En ellas da a conocer el resultado de sus investigaciones, centradas, principalmente, en la entomología y biogeografía insular. Ya en nuestro siglo, debemos reseñar los trabajos de Proust y Pitard quienes definen por primera vez el parentesco existente entre la flora canaria y otras regiones de África, América y del Mediterráneo. Señalan que a principios del siglo XX se han catalogado en Canarias 1352 especies, de las que 468 son endémicas, lo que constituye un avance sustancial en los estudios botánicos. Su obra, Les Iles Canaries, ofrece, además, una visión detallada de los usos y costumbres de los canarios, que tuvieron la oportunidad de conocer a partir del recorrido que realizaron desde diciembre de 1904 hasta mayo de 1905 por cada una de las Islas.

Clima:
El clima es otro de los aspectos que ha llamado la atención de los visitantes foráneos, principalmente por sus efectos beneficiosos para la salud. Por este motivo, el médico Gabriel Belcastel viaja a Tenerife en 1859 y, como resultado de su estancia, publica Les Iles Canaries et le vallée d'Orotava, au point de vue hygiénique et médical, donde hace un elogio de las condiciones climáticas insulares e invita a los habitantes del norte de Europa a venir a estas tierras: «Le thermomètre n'y monte pas au-dessus de 28-18 degrés d'oscillation dans toute l'année et dans les limites les plus favorables à la vie, c'est toute la magie de ce climat» (Gabriel de Belcastel, Les Iles Canaries et la vallée d'Orotava, au point de vue hygiénique et médical, Paris, J.B. Ballière et fils, 1862, p. 17). Las suaves temperaturas y la pureza del aire fueron algunas de las razones que llevaron también al astrónomo Jean Mascart a Tenerife en 1910, en una misión científica cuyo objetivo era estudiar la influencia de los principales factores climatológicos en los pulmones, la circulación, la piel, etc. Otro de los cometidos de la campaña era realizar observaciones del paso del cometa Halley por las Islas. Por primera vez se pone de relieve la calidad de los cielos canarios para las investigaciones astronómicas: «le Pic de Teyde est accessible très facilement toute l'année: le régime normal, au point de vue météorologique, comporte un banc de nuages entre 1000 et 1500 mètres d'altitude, tandis que les parties supérieures continuent à jouir d'un ciel presque inaltérable. Dans ces conditions, on voit l'avantage de pouvoir, en toute saison, dans un climat facile, faire des expériences constantes et rapides entre les altitudes de 0 et de 3700 mètres» (Jean Mascart, Impressions et observations dans un Voyage à Tenerife, Paris, Flammarion, s.d., p. 17).

Etnografía y costumbres:
Los inicios de los trabajos sobre prehistoria y antropología insular se remontan al siglo XIX, con la publicación de los resultados de las investigaciones de Sabin Berthelot. «Es muy significativo -como advierte L. Diego Cuscoy en su edición de la traducción castellana de la Ethnographie et les Annales de la Conquête, Santa Cruz de Tenerife, Goya Ediciones, 1978, p. 6- que S. Berthelot emplee en tan tempranas fechas -1842- el término etnografía -en Canarias, por primera vez- pues ello evidencia que estaba al día en el estudio de las ciencias del hombre y conocía el exacto alcance del término». Después de descubrirse en Francia, en 1868, la existencia de la raza de Cro-Magnon, y de que el antropólogo francés Paul Broca comparara este hallazgo con la existencia del pueblo guanche, Canarias pasa a convertirse en uno de los centros privilegiados de investigación de la escuela francesa de antropología, con la aplicación de su metodología y sus principios teóricos. En 1876 el Ministerio de Instrucción Pública de Francia decide enviar al Archipiélago a René Verneau que, tras sus análisis, establece que en las Canarias prehispánicas existieron varios tipos raciales, diferentes e independientes según cada isla. Pero no solamente investigadores franceses, sino que los mismos antropólogos canarios introdujeron las nuevas corrientes positivistas en este tipo de estudios. Entre ellos destaca el grancanario Gregorio Chil y Naranjo, doctor en Medicina por la Universidad de París y discípulo también de P. Broca. A esa corriente naturalista de la antropología física habría que sumar los numerosos aspectos relacionados con la antropología social que se derivan de las descripciones de estos científicos y viajeros, que constituyen una fuente primordial para el conocimiento de la vida cotidiana, de las costumbres, del folclore e, incluso, de las transformaciones que van sufriendo las ciudades y pueblos con el establecimiento de nuevos tipos de producción. El capítulo de las relaciones dedicado a los habitantes del Archipiélago distingue entre los guanches y los canarios «actuales». Mientras que los primeros han sido desde siempre objeto de curiosidad, la atención prestada al hombre contemporáneo adquiere con el tiempo mayor relevancia. Si bien en el siglo XVIII podemos encontrar fácilmente en las narraciones información sobre las costumbres, religión o alimentación de la población, será un siglo más tarde cuando hallaremos referencias más concretas, tanto en lo que respecta al físico como a la moral de los habitantes. Como es lógico suponer, los observadores hacen especial hincapié en aquellos aspectos de la sociedad isleña que le son particulares. Así, en el apartado de la alimentación a menudo nos encontramos con una explicación detallada de qué es y cómo se prepara el gofio, que, junto con la papas y el pescado salado, constituía el sustento básico de las clases más modestas: «Le gofio se prépare en faisant griller légèrement sur un plat de terre, soit du froment, soit de l'orge, du seigle ou du maïs; on réduit en farine, dans un petit moulin à bras, ces grains ainsi torréfiés. Le Canarien mange le gofio dans l'état de farine, ou après l'avoir pétri en boulettes humectées soit d'eau, soit de lait, de bouillon ou de miel» (Ledru, p. 45). La indumentaria campesina, específica prácticamente en cada pueblo de cada isla, es otro de los datos que ofrecen los viajeros, gracias a los cuales tenemos hoy una amplia información: «Les indigènes des diverses régions de l'île (La Palma) ont, comme en Bretagne, conservé des formes particulières de vêtements qui les font facilement reconnaître. Voici, par exemple, ceux de Garafia, qui habitent à la pointe Nord, dans un pays escarpé où le vent souffle parfois avec violence; ils portent une sorte de casque en grossière toile grise qui enveloppe la tête et vient s'attacher sous le menton; c'est une coiffure presque aussi bizarre que la montera et qui est certainement très pratique» (Adolphe Coquet, Une excursion aux Iles Canaries, Paris, Typographie Georges Chamorot, 1884, p. 53). Destacan tradiciones populares como la lucha canaria, las peleas de gallos, los bailes, las fiestas y diversiones, los carnavales: «Jeunes et vieux, riches et pauvres, paysans et citadins s'en donnent à coeur joie et avec cet entrain et cette ardeur que dépensent dans leurs plaisirs, les gens qui n'ont pas souvent l'occasion de s'amuser [...] Armés de vessies natatoires, ayant appartenu à de gigantesques poissons, ils s'en vont par les rues de la ville, chantant, gesticulant, criant, frappant les passants ou leur jetant des oeufs préalablement remplis de farine, et en dansant au son des guitares» (Proust y Pitard, Les Iles Canaries, Paris, Paul Klincksieck, 1908, pp. 194-195). Nuevos tipos de producción van cambiando la vida de los pueblos y ciudades y alterando las costumbres tradicionales del Archipiélago. S. Berthelot advierte el progreso que ha supuesto el comercio de la barrilla en Lanzarote y Fuerteventura, y A. Coquet en su excursión a la isla bonita señala que «Palma est la plus industrieuse de toutes les îles de l'archipel. J'y ai visité des tissages de soie, donnant, grâce à la cochenille, des étoffes du plus beau rouge. Les belles forêts qu'on y exploite sont l'objet d'un commerce important avec les Antilles; on y travaille le tea, cet arbre résineux, précieux pour la construction, qui a disparu des autres îles. Les ouvrages en bois, les meubles, y sont habilement fabriqués. Ce génie industriel proviendrait-il d'hommes que l'on retrouve à Palma? Au XVI siècle, les Flamands, terrorisés par le duc d'Albe, furent transportés en grand nombre dans cette île; leurs descendants y ont prospéré et, peut-être, est-ce à eux que revient cet esprit d'entreprise qui distingue cette population de celle des autres îles de l'archipel» (p. 54). Por último, queremos señalar que el testimonio de los investigadores es unánime cuando hacen referencia a la hospitalidad de los isleños: «Les étrangers y trouvent un excellent accueil. Comme dans toutes les colonies marchandes, on est avide des nouvelles de l'Europe et de ses journaux; aussi les nouveaux venus sont-ils assaillis, pressés de questions. Mais en revanche les insulaires font les honneurs de leur pays avec une complaisance infinie; ils en détaillent les productions, les merveilles, les antiquités; ils offrent leur concours pour toutes les recherches. Je leur dois la plupart des renseignements que j'ai recueillis tant sur Ténériffe que sur les autres Canaries» (Dumont d'Urville, Histoire générale des Voyages, Paris, Furne et Cº, Éditeurs, 1859, p. 21). Tanto los textos científicos como los de simple divulgación vienen acompañados generalmente de dibujos, grabados, acuarelas o, incluso, fotografías, realizados en muchas ocasiones por los propios viajeros, y que representan distintos aspectos de la realidad canaria. El valor de estos testimonios desde el punto de vista histórico resulta hoy incuestionable.

El comercio franco-canario:
La condición de isla supone desde el punto de vista económico una necesaria apertura hacia el exterior, no sólo para el abastecimiento de determinados productos, sino también para la exportación de otros. Uno de los viajeros que visita el Archipiélago en los últimos años del siglo XVIII analiza la situación de la siguiente manera: «L'histoire nous apprend que les richesses territoriales de chaque pays seraient peu nombreuses, si elles consistaient dans les seuls végétaux qui lui sont indigènes. Ténériffe n'aurait ni la plupart des légumes et plantes potagères qu'elle a reçus d'Europe, ni quelques fruits tirés de l'Afrique et des Indes, ni la pomme de terre originaire d'Amérique» (Ledru, p. 112). Por lo que respecta a Francia, ya hay constancia de relaciones comerciales más o menos regulares con Bretaña y Normandía a fines del XVI- se establece en el Archipiélago la sociedad mercantil Halle-Le Seigneur-Trevache-, así como de la participación activa de los franceses en el circuito triangular establecido entre Flandes, Canarias e Inglaterra. El desarrollo del comercio insular a finales del siglo XVII como centro importador y exportador despierta el interés del gobierno francés que intenta potenciar sus relaciones mercantiles: de Francia provienen principalmente productos manufacturados, como muebles, cristales, telas, encajes, medias, sombreros o libros. La mayor parte del tráfico comercial se realiza a través del puerto de Santa Cruz, que desplaza a los otros puertos canarios -el de Garachico había quedado inutilizado desde la erupción del Teide de 1706-, y hasta bien entrado el siglo XIX su rada es la más floreciente del Archipiélago al ostentar el monopolio del despacho de buques extranjeros. Actualmente, el puerto de Santa Cruz de Tenerife ocupa el primer lugar en el transporte de mercancías y el Puerto de La Luz y de Las Palmas destaca por el tonelaje de los buques. Corsarios y piratas dificultan en no pocas ocasiones el intercambio exterior y dañan indirectamente la economía canaria al impedir el tráfico interinsular, a la vez que se debe a ellos la entrada de numerosos productos, prohibidos al comercio regular. La presencia de estos aventureros, que eligen como bases la isla de Lobos y el cabo de Anaga, es constante en aguas isleñas a lo largo de la historia, y se da la circunstancia de que los primeros que se acercan a Canarias, en tiempos de la conquista, son franceses. Entre ellos cabe citar al pirata François Leclerc, apodado Jambe de bois, que en 1553 ataca la isla de La Palma; en 1762 llega, para combatir a los ingleses, el buque Le Rubis, al mando del corsario François Desseaux; algo más tarde, en 1797, la corbeta La Mutine, cuya tripulación contribuyó a la defensa de la ciudad de Santa Cruz frente al ataque de Nelson, fue saqueada en el puerto santacrucero por los ingleses. Poco después llega a las aguas canarias un nuevo corsario para reemplazarla, el conocido con el nombre de La Mouche. La actividad de estos piratas permitió la entrada en las Islas de ciertos artículos, como es el caso de los libros extranjeros a los que no se hubiera tenido acceso de otra manera. Relaciones Canarias-Francia

La Ilustración. Canarios en Francia:
La influencia gala durante el siglo XVIII, recibida directamente y no a través de la Península, dejará una importante huella entre los canarios, especialmente en el reflejo que la Ilustración tiene en la aristocracia insular. El máximo exponente de esta renovación cultural es la tertulia de Nava, reunida en la casa lagunera del marqués de Villanueva del Prado. Al espíritu cosmopolita, abierto y deseoso de nuevas ideas que se observa en sus componentes, se une cierta toma de conciencia de la problemática insular. Similares reuniones se celebran en la casa de los Iriarte en el Puerto de la Cruz o en la de Tomás de Saviñón en La Laguna. De los hijos de este último escribiría el tercer vizconde de Buen Paso: «Don Domingo y don Tomás tuvieron ambos introducción con los cónsules de Francia, adquirieron retratos de los generales más célebres de la República y estampas de las modas de París. Imitaban sus trajes y maneras, hablaban el idioma y se les veía comúnmente en compañía de algún francés. Su casa ha sido el punto de reunión de la juventud de La Laguna, de los aficionados a la música y gentes que piensan a lo moderno» (Juan Primo de la Guerra, Diario I (1800-1807), Santa Cruz de Tenerife, Aula de Cultura del Cabildo Insular, 1976, p. 80). Se crean importantes bibliotecas particulares donde predominan los libros de autores franceses, muchos vetados por la Inquisición. En esa época, por ejemplo, el obispo Antonio Tavira Almazán lega sus obras, entre ellas un ejemplar completo de la Encyclopédie, a lo que sería el fondo inicial de la Biblioteca de la Universidad de La Laguna. Otro destacado legado, que reúne numerosos ejemplares en francés (de Fleury, Pascal y Rousseau, los dos primeros tomos de los Voyages aux régions équinoxiales du Nouveau Continent de Humboldt, entre otros), en inglés y en castellano, será la antigua biblioteca de la Casa Nava-Grimón, conservada hoy en la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife. La transformación cultural se completa con la formación extranjera de gran parte de esa elite social isleña (Cristóbal del Hoyo, por ejemplo, se educa en Francia e Inglaterra; Juan de Iriarte es condiscípulo de Voltaire), así como con la inquietud viajera que les lleva a conocer las grandes urbes europeas: entre estos destacan nombres como los de José Clavijo y Fajardo, que viaja a París y establece allí contacto directo con los ilustrados franceses, algunas de cuyas obras traduciría posteriormente, como la Histoire naturelle del Conde de Buffon en 44 volúmenes; o el mismo José de Viera y Clavijo, que dejó el recuerdo de sus impresiones al visitar las ciudades francesas en sus Apuntes del Diario e Itinerario de mi viaje a Francia y Flandes (Santa Cruz de Tenerife, Imprenta, Litografía y Librería Isleña, 1849): «a la una y media llegamos a la Barrera de París entrando por la Rue d'enfer. [...] fuimos al jardín de las Tullerías. Este tiene mucha extensión y se halla al pie de la larga fachada de cinco pabellones de aquel palacio Real. [...] Después nos paseamos en los jardines de Palais Royal, pertenecientes al Duque de Orleans. [...] Era ya de noche cuando pasamos por la rue Saint-Honoré, cuya multitud de tiendas muy iluminadas con largas ventanas de cristales, forman un soberbio espectáculo de opulencia y de lujo» (pp. 38-40). Testimonio evidente de la impronta y del nivel alcanzado por ese grupo dominante de la Ilustración isleña es la repercusión que tuvieron muchos de estos canarios en la política nacional, pasando algunos de ellos a integrarse en el gobierno de José Bonaparte, como Estanislao de Lugo, Bernardo de Iriarte o Antonio Porlier.

Franceses en Canarias. El Consulado. La Alianza Francesa:
La presencia normanda a partir del siglo XV significó, ya en los primeros años de la conquista, el asentamiento de algunos franceses en las islas orientales (Lanzarote y Fuerteventura), mientras que se documenta la estancia de franceses en Tenerife desde el año 1503 (Cioranescu 1977: I, 100). Textos de escribanía registran con relativa frecuencia nombres de procedencia francesa y algunas casas señoriales fueron mandadas a construir por mercaderes galos (en el frente de una de las casas laguneras de la calle de Herradores se puede leer todavía la siguiente inscripción: «1654. Clavdio Bigot Natvral de la sivdad de Roven»). Con el tiempo, la cifra de extranjeros aumenta, vinculados en su mayor parte a la incipiente actividad comercial que empezaba a desarrollarse en el Archipiélago, primero en Tenerife (donde los comerciantes de origen francés proceden principalmente de Bretaña) y, a partir de 1657, en Las Palmas de Gran Canaria (Iglesias 1985: 36). A esa etapa inicial de apogeo seguirá, en la segunda mitad del XVII, una época de postergamiento y desplazamiento por la hegemonía alcanzada por el negocio con Inglaterra, especialmente de vinos. Sin embargo, desde el punto de vista humano, la situación de contacto no se deteriora y ello explica la presencia en Santa Cruz de una numerosa colonia francesa (en la primera mitad del XVIII, según datos de Cioranescu (1977: I, 100), los franceses representan más del 37% de los extranjeros que se casan en el lugar, lo que demuestra su rápida integración en la sociedad isleña). Buena prueba de la trascendencia del asentamiento de este grupo extranjero y de su relativa importancia desde el punto de vista de los intercambios comerciales es la creación del consulado francés a partir de 1670. Hasta ese momento, y por las disposiciones del tratado hispano-francés de 1660, los súbditos de aquella nación gozaban de los mismos derechos que los holandeses, por lo que se supeditaban a las directrices del consulado neerlandés, el primero que se estableció en las Islas. Pero pronto se vio la necesidad de nombrar delegados propios: cónsules como R. Thierry, L. de Rada y Hély tuvieron como misión intensificar los intercambios comerciales, pero será É. Porlier, nombrado en 1709, el que potenciará los puertos canarios como plataforma privilegiada para el comercio con el resto de Europa, con África y Ámerica. La correspondencia consular de aquella época constituye un importante testimonio de la vida que se desarrollaba en Canarias, así como de los intentos de los diplomáticos por conseguir el monopolio del comercio marítimo. Papel significativo ha tenido en los últimos años la instauración de las sedes de la Alianza Francesa en las Islas, bajo el patronazgo del consulado. Creada en París en 1883 es, según sus estatutos, «una asociación de carácter civil con el objeto de contribuir al conocimiento y difusión de la lengua y la cultura francesas, y de fomentar la amistad, cooperación y ayuda mutua entre españoles y franceses». En 1933 se inaugura la sede de Las Palmas de Gran Canaria, que continúa su andadura a pesar del paréntesis que significó su cierre durante la Guerra Civil. En 1961 el cónsul André Deltour decide ampliar la presencia de este organismo en estas tierras y se establece una nueva sede en Santa Cruz. Razones de distinta naturaleza, como hemos visto anteriormente (los viajes, las investigaciones de naturalistas, vulcanólogos, antropólogos y astrónomos, así como el inicio del turismo) han favorecido la presencia en el Archipiélago de un número importante de franceses hasta nuestros días. Quizá el caso más representativo en los últimos años del siglo XIX y primeros del XX ha sido el del compositor C. C. Saint-Säens. El autor de Sanson residía durante el invierno en zonas cálidas, por lo que en varias ocasiones eligió Canarias para pasar grandes temporadas. En una de esas estancias, y sin darse a conocer, aceptó una plaza vacante en la orquesta para tocar el tímpano por 12 reales diarios, anécdota que trascendió a los periódicos locales y tuvo gran repercusión.

Canarias en las letras francesas:
En lo que respecta a la literatura, desde el siglo XVI ya se encuentran en algunos textos referencias a las Islas, de las que sólo vamos a mencionar las más significativas. El primer escritor francés que habla de ellas es François Rabelais (1494-1553): en sus dos primeras obras, que, por otra parte, son las más conocidas, Pantagruel y Gargantua -relatos heroico-cómicos que narran la vida y las hazañas de una familia de gigantes-, encontramos varias alusiones al Archipiélago. Según expone Cioranescu en una conferencia pronunciada en 1996, la imagen que el autor ofrece sólo puede ser imaginaria: «Rabelais, como todos los eruditos de su tiempo, veía en Canarias las Islas Afortunadas de la tradición clásica. [...] Las Canarias de Rabelais se sitúan, de este modo, no entre Madera y Cabo Blanco, sino en un mapa ideal, entre los campos felices cantados por Horacio, las Islas Afortunadas de Erasmo y la feliz Atlántida de Francis Bacon» (Cioranescu 1996: 21). Una de las referencias alude a Canarias como escala de un periplo que el protagonista y otros personajes hacen al sur de África (Pantagruel, cap. XXIV), mientras que, en otros casos, las citas son simples menciones de unos legendarios reyes de Canarias (Pantagruel, cap. XI y XXIII; Gargantua, cap. XIII). Los dos últimos pasajes que hablan del Archipiélago responden a un propósito diferente, ya que Rabelais abandona la fábula para hablar, de manera encubierta, de la historia de su época (Gargantua, cap. XXXI y L). Un siglo después, uno de los más destacados poetas barrocos, Marc-Antoine Girard, «sieur» de Saint-Amant (1594-1661), dedica dos de sus poemas a las Islas. Ya no se trata de una estampa ficticia, sino de una visión más realista, puesto que las había visitado con ocasión de alguna escala de sus viajes a África y América. Así, hacia 1626, en su poema «La Vigne», las compara a un segundo paraíso, mientras que «L'automne des Canaries», escrito en 1649, está dedicado íntegramente a ellas. Es un soneto que forma parte, junto a otros tres más, de su ciclo de las estaciones, en el que describe los cambios que experimenta la naturaleza a lo largo de las distintas épocas del año. Para ilustrar la primavera, pinta las afueras de París, como estampa del verano elige Roma, los Alpes le sirven de ilustración del invierno y, por último, selecciona las Canarias como imagen del otoño. Como dice Wentzlaff-Eggebert: «solo cuando se incorpora el soneto sobre el otoño en una fila común con los otros tres, se puede aquilatar el peso que da Saint-Amant, entre tantas tierras que conoce, a las Islas Canarias, y entender cuál era la idea que se hacía de este territorio privilegiado» (1990: 117). Por estas mismas fechas, Marin Le Roy de Gomberville (1599-1674), considerado uno de los mejores novelistas del momento, escribe su obra maestra, L'Exil de Polexandre et d'Ériclée, que supone una transición entre la novela heroica y la novela histórica. La primera versión data de 1619 y durante casi veinte años el autor la reelabora cinco veces, modificando tanto los personajes como el marco histórico donde se desarrolla la intriga, aunque, en todas ellas, el lector se ve trasladado a lugares exóticos -como el África sahariana o México- o puramente imaginarios. A pesar de sus anacronismos, Gomberville recoge elementos de la historia reciente y se documenta en algunas crónicas de Indias. En la versión definitiva, el protagonista, Polexandre, es rey de Canarias y los viajes marítimos ocupan un lugar privilegiado. En el siglo XVIII, Jacques Henri Bernardin de Saint-Pierre (1737-1814), conocido sobre todo por ser el autor de Paul et Virginie, nos brinda de nuevo referencias a algunas de las Islas en un relato de viaje de carácter documental, el Voyage a l'isle de France, a l'isle de Bourbon, au cap de Bonne-Espérance, etc., escrito en 1773. En efecto, en el primer tomo de la obra, concretamente en el episodio del diario dedicado a marzo de 1768, cuenta el escritor que el día 16, al amanecer, avistaron la isla de La Palma y la de Tenerife, con su famoso pico. Sigue con unas referencias a la historia de Canarias, al origen de su nombre y, por último, adjunta unos dibujos de Tenerife, La Palma y La Gomera. En esta misma época, Julien-Jacques Moutonnet de Clairfons (1740-1813), poeta, novelista y traductor, contribuye también, como afirma Chantal Amalvi (1985: 533-34), al conocimiento del Archipiélago en Francia con su novela pastoril Les îles fortunées ou Aventures de Bathylle et de Cléobule (1778). En ella Moutonnet narra un idilio que se desarrolla en Canarias, incluye una descripción mítica de estos parajes y utiliza el tópico del paraíso cuando describe la llegada del protagonista a la tierra insular. Unos años más tarde, Jules Verne (1828-1905) cuenta en su novela póstuma L'Agence Thomson and Co., publicada en 1907, un viaje organizado a través del Atlántico con escalas en Gran Canaria y Tenerife, a las que dedica varios capítulos. En ellos, además de hacer unas referencias a las Islas Orientales y occidentales, nos brinda una visión de la ciudad de Las Palmas y del interior de la isla, así como una descripción de la ascensión al Teide. No obstante, tenemos que llegar a nuestro siglo para encontrar en dos de los principales escritores surrealistas, André Breton y Benjamin Péret, unas alusiones a Canarias de mayor repercusión, consecuencia del viaje que realizan al Archipiélago en mayo de 1935 para organizar la Segunda Exposición Internacional del Surrealismo. La primera referencia que Breton hace de las Islas se encuentra, sin embargo, en un poema escrito en 1934 -que forma parte del conjunto de poesías «L'air de l'eau», incluidas, en 1966, en la recopilación Clair de terre- cuya traducción publica Domingo López Torres en La Prensa unos días antes de la inauguración de la Exposición Surrealista. Para su composición, Breton, que no las había visitado anteriormente, se inspira en las descripciones de su amigo, el pintor Óscar Domínguez, al que llamaba «le dragonnier des Canaries». Recordemos que este artista lagunero, que residía en Francia desde hacía tiempo y que formaba parte del grupo surrealista, desempeña un papel esencial como intermediario entre París y Tenerife. El segundo texto de Breton que habla de Canarias es su artículo «Saludo a Tenerife», publicado en La Tarde el 9 de mayo, algunos días antes de la apertura de la Exposición. Una vez finalizada su estancia en la Isla, tanto él como Benjamin Péret escriben sendos artículos en periódicos locales. El primero publica en La Tarde del 1 de junio de 1935 su Despedida y recuerdo de Tenerife, mientras que Péret se despide con un escrito que aparece con esa misma fecha en La Prensa. No obstante, el texto más extenso de Breton, fruto de su contacto con el Archipiélago, es «Le château étoilé», que constituye el capítulo V de su conocida obra L'amour fou. De él, escribe Guigon: «No es un simple relato de viaje: las descripciones y los recuerdos, si acreditan la realidad de los acontecimientos que allí se desarrollan, no son simples documentos más o menos pintorescos. El marco insular escapa a la racionalidad del mapa topográfico, nos choca, al contrario, por el poder de invención de las coincidencias que preside y de las sensaciones que establece» (Sánchez Robayna 1992: 139). Nos ha parecido interesante incluir un fragmento de este texto, concretamente la parte dedicada al paisaje de Las Cañadas: «Ce sont les nappes violemment parfumées des fleurs d'un genêt blanc, le retama, seul arbuste qui croisse encore à cette hauteur. Il accroche à la coque calcinée et craquante de la terre ses magnifiques bancs contournés de moules blanches qui dévalent à petits bonds vers le sud de l'île aride et déserte. De ce côté, les risques de glissement du terrain ont amené l'indigène à élever des barrières de pierre qui en épousent les moindres plis naturels, ce qui confère à une très grande étendue de paysage un aspect étagé, cellulaire et vide des plus inquiétants. Du blond au brun le sol épuise vite pour l'oeil toutes les variétés de miel». Cabe citar, por último, al prestigioso investigador rumano, francés de adopción, Alejandro Cioranescu, -autor de numerosísimos trabajos de lingüística, lexicografía, traducción y crítica, entre los que sobresale su monumental bibliografía de la literatura francesa de los siglos XVI al XVIII y su Bibliografía franco española, 1600-1715 (Madrid, Boletín de la Real Academia Española, 1977)- cuya única novela, Le couteau vert (Paris, Gallimard, 1963), transcurre en una volcánica isla del Atlántico donde desembarca el normando Jean de Béthencourt.

Aspectos lingüísticos:
Frente a lo que cabría esperar por la incidencia de la primera colonización francesa en el Archipiélago, el número de galicismos o palabras de origen francés que ha arraigado en el léxico canario es mínimo. Sin embargo, los primeros lexicólogos de las Islas, llevados por el eco y el prestigio de aquella conquista, dieron como galas palabras que posteriormente se dilucidaría que no lo son, como “bergazote”, “callao” o “maljurada”, voces a las que Viera atribuye los étimos franceses bourjasotte, callou y mille pertais, cuando en realidad proceden de los portuguesismos berjaçote, calhou y malfurada. Sin embargo, sí son galicismos, aunque de procedencia indirecta, los términos “creyón” (introducido quizá a través del español americano) y “jable” (probablemente por vía del portugués saibro). El caso contrario, de voces canarias registradas en textos franceses, ofrece aspectos bastante interesantes. Así, por ejemplo, el empleo del término «el canario», como baile surgido en las Islas y difundido por Europa desde mediados del siglo XVI, se describe por primera vez en un tratado de danza francés, la Orquesographie de Thoinot Arbeau (en 1588), aunque ya había sido introducido diez años antes (en 1578) en el Diccionario de Henri Estienne: «Canarie: une danse qui a un nom par lequel on peut présumer qu'elle soit venue des Canaries». No dudan los naturalistas franceses en incluir en sus recopilaciones, junto a la denominación científica y las descripciones de las variedades que componen la singular ictionimia y botánica del Archipiélago, el nombre popular con que aquí se conoce cada especie y cada endemismo. Ese testimonio resulta hoy de gran valor histórico, ya que nos ofrece en muchas ocasiones la primera documentación de estas voces canarias. Ese interés por las peculiaridades léxicas del habla insular ha sido una constante también en las descripciones y relaciones de los viajeros que incluyen frecuentemente en sus relatos términos locales, bien intercalados en el texto, bien agrupados en listas, a veces por simple costumbrismo, otras porque no existe una voz equivalente en su lengua por la especificidad del designatum. Resultan significativos, por último, los estudios que autores franceses han dedicado a algunas particularidades lingüísticas del Archipiélago. Así, ya los redactores de Le Canarien, al describir la isla de La Gomera, advierten que «Et est le pais habité de grant peuple, qui parole plus estrange langage de tous les aultres pais de par dessa et parlent des baulievrez, auxi que s'ilz fussent sans langue. Et dit on par dessa que un grant prince pour auscun meffait les fist là mettre et leur fist tailler les langues; et selon la maniere de leur parler on le pourroit croire» (Le Canarien: III, 127-129). A ese lenguaje silbado de la isla colombina dedicó R. Verneau un artículo pionero, «Le langage sans parole», publicado en 1925, y A. Classe realizó in situ, en 1955, una serie de investigaciones que le valieron el nombramiento de miembro del Instituto de Estudios Canarios. Los redactores de la conquista betancuriana, al describir las características de los insulares, también son conscientes de que las Canarias están «habitées de gens mescreans de diverses loys et de divers langages» (Le Canarien: III, 15), cuestión que posteriormente estudiarían importantes investigadores, como S. Berthelot, fundador de la Société Ethnologique de Francia, que compara los dialectos aborígenes con la lengua bereber (en su Etnographie et Annales de la conquête des Iles Canaries, publicada en 1842), llegando a una conclusión similar: «Les anciens habitans des îles Canaries parlaient divers dialectes, tous dérivés évidemment d'une langue mère, si on en juge du moins par les catalogues de mots que les historiens nous ont transmis» (p. 179). Son, en definitiva, variados los aspectos de la vida y de la historia insular en los que las relaciones franco-canarias han dejado su impronta, desde que en 1402 llegaron a tierras de Lanzarote los primeros normandos e instalaron su sede en el Rubicón. En unos casos la integración ha sido total, con el asentamiento de algunas familias francesas en las Islas; en otros -los más-, ha habido un movimiento continuo de ida y retorno, de contacto ininterrumpido a todos los niveles, que ha hecho, como dicen Proust y Pitard en el prólogo de su obra, que los franceses hayan vuelto a su tierra con «les plus riches, les plus fortes, les plus durables impressions».

ANEXO GRÁFICO DOCUMENTAL:
Imagen 1: Este Islote del Francés es el mayor de los islotes y arrecifes de que está constituida la costa de la capital de la isla de Lanzarote. Está situado frente al Charco de San Ginés y está separado de tierra firme por un pequeño canal que se salvó primero con un puente y modernamente con una autovía. El nombre de El Francés se le atribuye a un ciudadano de esta nacionalidad que arrendó el islote para sus negocios de pesca. El islote ha pasado a lo largo de la historia por sucesivas manos de propiedad, pero siempre vinculado a los negocios de la pesca, entre ellos importantes fábricas de envases y salazones de pescado procedente de Banco de Pesca Canario-Sahariano, hasta que en las últimas décadas del siglo XX fueron decayendo hasta abandonar definitivamente esa actividad. http://www.webs.ulpgc.es/toplanzarote/toponimo.php?id=862 Imagen 2: Detalle del Islote del Francés / Foto: Felipe de la Cruz. http://www.diariodelanzarote.com/…/costas-aclara-que-el-isl… Imagen 3: Playa Francesa o de la Francesa en la isla de La Graciosa con Montaña Amarilla al fondo Imagen 4: Barranco Franceses. Autor: sabategalofre Imagen 5: Vista de la Fajana de Franceses desde El Tablado (Garafía). La Palma. Willy Horsch - Trabajo propio. Imagen 6: Franceses (Garafía). La Palma. Autor: luciano640 . Foto subida el 18 de marzo de 2009 Imagen 7: Mapa de Bellin. (Procedente de la Histoire générale des voyages de Prévost, t. II, nº 6) Imagen 8: Vista de la ciudad de Santa Cruz de La Palma desde la carretera de Buenavista. (A. Coquet, Une excursion aux Iles Canaries, Paris, 1884, p. 55) Imagen 9: Vestidos de las mujeres de Tenerife por Petit (Col. Lesueur, nº 14005 y 14004).


San Borondón:
A 10º 10’ de longitud y a 29º 30’ de latitud situó Juan de Abreu Galindo la enigmática isla de San Borondón cuyas formas dibujó Pizzigano a corta distancia de El Hierro en su mapa de 1367 o Toscanelli en 1476. No eran los únicos puntos en los que esta isla errante había sido divisada antes de desaparecer como por arte de magia al anochecer. Hubo incluso quien aseguró haber puesto pie en esta tierra que Leonardo Torriani dibujaría en tiempos de Felipe II alargada, con colinas dispersas y cruzada por una baja cordillera. El portugués Pedro Vello relató que en cierta ocasión en la ruta del Brasil, hallándose cerca de las Islas Canarias, los vientos le obligaron a buscar refugio en San Borondón, donde desembarcó junto a otros marineros de Setúbal y descubrió unas enormes huellas de hombre. Se encontraban explorando la isla cuando se levantaron vientos huracanados. Vello llamó a sus hombres, pero al no obtener respuesta y temiendo perder su barco, volvió a él en la chalupa dejando allí para siempre a los dos marineros. También el canario Marcos Verde dijo haberse topado con la isla fantasma al regreso de la ruta de la Berbería. Bajó con su tripulación a tierra en San Borondón y la recorrió, sin encontrar rastro humano, antes de volver a bordo cuando cayó la noche. Historias como éstas empujaron al capitán general de las Islas Canarias Juan de Mur y Aguirre a impulsar la que sería la última expedición a San Borondón en 1721, al mando de Gaspar Domínguez. Y como en las misiones anteriores, sin éxito. Fernando de Troya y Fernando Álvarez, marineros de Gran Canaria, se aventuraron en su búsqueda en 1526 y treinta años después el portugués Roque Nuñes, con el cura palmero Martín de Araña a bordo. Éstos últimos aseguraron haber divisado San Borondón, aunque no desembarcaron. Ni rastro encontró la expedición que salió desde la Palma en 1560 con Hernando de Villalobos, el piloto Gaspar Pérez de Acosta y el misionero fray Lorenzo Pinedo. En el año 1570 dicen que la isla se apareció más veces, con más de cien testigos. Tanto fue así que Hernán Pérez de Grado, primer regente de la Real Audiencia de Canarias, ordenó abrir una investigación sobre esta tierra fantasma, también conocida como la Encubierta, Perdida o No Encontrada.

De San Brandán a San Borondón:
San Borondón es el nombre que recibió en Canarias un santo irlandés del siglo VI, San Brandán (Brendán o Brandano), que, según los documentos sobre su vida de los siglos IX al XII, recorrió el Océano Atlántico durante siete años en compañía de catorce monjes, fundando conventos como el de Clonfert. San Brandán buscaba la isla del Paraíso, a tenor de los relatos sobre sus hazañas que recuerdan al cuento de San Amaro o el viaje de Trezenzonio, según destaca el profesor Marcos Martínez Hernández en su artículo «Islas míticas en relación con Canarias». La posible presencia en el archipiélago de un monje llamado Brandano vino a reforzar pronto esa unión de San Brandán con Canarias que se reflejó en la cartografía medieval. En 1958, ABC publicó una imagen en la lejanía de la isla errante de San Borondón. «Ha sido fotografiada por primera vez», rezaba el reportaje de Luis Diego Cuscoy que relataba las historias relacionadas con la Encubierta y sus apariciones. «Hace unos días, a los cinco años de su última aparición, la islita ha surgido a sotavento de La Palma, como antes, como siempre. El último dibujo de la silueta de San Borondón fue trazado en el siglo XVII. Y, lo que son los tiempos, tres siglos después, San Borondón ha sido fotografiado» entre Tazacorte y los Llanos de Aridane, señalaba la crónica. «El afortunado fotógrafo, verdadero testigo de excepción, ha dejado fiel constancia del hecho. Uno más que ha creído en la realidad de esa tierra fluctuante», finalizaba este diario. Aún serían grabadas posteriormente en vídeo sus apariciones y comentadas en programas de televisión e incluso saldrían a la luz documentos del naturalista Edward Harvey, que habría visitado la isla en 1865. Sin embargo, «hoy en día sería descabellado afirmar que San Borondón es una realidad física», admite José Gregorio González en el libro «Canarias mágica». «Tremenda mentira nos metió el patrón (...) Boguemos ligeros, con fuerza y ardor que allá por los mares la Elvira se hundió sin dar con la isla de San Borondón.», que cantaban Los Sabandeños. De lo que no hay duda, a juicio de Martínez Hernández, es que «esta isla misteriosa, enigmática y fantasmagórica hasta tal punto está arraigada en el imaginario colectivo del pueblo insular que se la considera la octava isla del Archipiélago canario».


CUANDO LAS ISLAS CANARIAS FUERON PORTUGUESAS:
Texto: José María Rodríguez Montoya Imagen: El monumento a los descubrimientos de Lisboa http://www.historiadeiberiavieja.com/…/cuando-islas-canaria… Algunas de las Islas Canarias fueron legalmente portuguesas durante 52 días. En efecto, el Rey de Portugal tuvo durante ese plazo el derecho de conquista del archipiélago canario. El 15 de septiembre de 1436 el Papa Eugenio IV firmó la bula ‘Romanus Pontifex’ concediendo a Portugal la conquista de las Islas Canarias. El 6 de noviembre de 1436 el mismo Papa firmó otra bula, la ‘Romani Pontificis’, en la que se desdecía de la anterior, revocando el derecho portugués a la conquista y declarando que el derecho de conquista de las Islas Canarias correspondía al Rey de Castilla y León. ¿Qué ocurrió para que en tan breve plazo de tiempo el mismísimo Papa se contradijera a sí mismo? ¿Cómo fue posible que se tomaran dos resoluciones opuestas de forma casi inmediata? Y sobre todo, ¿cómo se comprende que se tomaran con tanta presteza esas dos decisiones contradictorias sobre un contencioso entre Portugal y Castilla conocido ya desde hacía tiempo y que había contado con la intervención de múltiples expediciones, embajadas y esfuerzos diplomáticos de toda índole? El derecho vigente en el Occidente medieval cristiano consideraba a los infieles carentes de toda personalidad jurídica. Se les suponía sujetos exclusivamente a la voluntad y derecho divino. Por tanto, el Papa, como representante de Dios en la Tierra, tenía potestad sobre los mismos y podía disponer de ellos a su total arbitrio; esta jurisdicción se extendía sobre cualquier territorio tanto conocido como desconocido y alcanzaba tanto a los territorios ocupados por infieles y todo su contenido como a sus propias personas. En principio y de forma genérica, los reyes cristianos no necesitaban autorización del Papa para conquistar y ocupar territorios ocupados por infieles. Lógicamente, el Papa las concedía si se producía una petición o bien si tras la conquista se solicitaba la confirmación por el correspondiente monarca. En todo caso, el pronunciamiento del Papa era importante puesto que claramente fortalecía la posición del conquistador. Por supuesto, las posibles controversias entre Reinos cristianos por cualquier disputa se dirimían por el Papa y su dictamen divino era inapelable; evidentemente, esto convertía al siervo de los siervos de Dios en el poder terrenal más importante de los existentes. Pero obviamente, las decisiones papales se basaban en los dictámenes, estudios y opiniones de los doctores de la iglesia que formaban la curia papal; y esa curia era una corte terrenal como cualquier otra, sometida a camarillas, influencias, intrigas y todo tipo de maniobras que podamos imaginar. En el asunto de las conquistas territoriales que nos ocupa, existía bastante margen para la influencia y la maniobra puesto que, a diferencia de las cuestiones relacionadas con los llamados infieles musulmanes que ya contaban con experiencia de siglos y se conocía perfectamente la jurisprudencia de la Iglesia sobre las mismas, no existía demasiada experiencia en cuestiones sobre los territorios habitados por los llamados infieles paganos y las relaciones con ellos. En efecto, hasta el siglo XIV no había habido demasiados contactos entre el Occidente cristiano y territorios paganos y mucho menos controversias sobre las que el Papa hubiera debido pronunciarse, por lo que no existía gran experiencia previa ni jurisprudencia papal asentada. Incluso en la propia curia papal existían voces que ponían en duda o al menos cuestionaban la universalidad y omnipotencia de la jurisdicción del Papa. Así pues, la decisión en la materia podía ser objeto de influencias de todo tipo. Aunque hubo expediciones y presencias intermitentes genovesas, aragonesas, mallorquinas, castellanas y portuguesas en las islas desde 1312, el contencioso entre Portugal y Castilla comenzó en 1344 cuando el Papa concedió la conquista de las Islas Canarias a Luis de la Cerda, bisnieto de Alfonso X el Sabio, como un feudo del Papado. Esta peculiar decisión, se basaba en una ley de los tiempos de Constantino que ponía bajo el dominio del Papa todas las islas de Occidente. Conocedor Luis de la Cerda de la controversia por las Islas y las múltiples expediciones realizadas, quiso proteger sus intereses en las Islas solicitando que se explicitara el dominio del Papa sobre las islas y su concesión a título feudal.


8 charcos y 10 playas:
1.Charco del Viento En la costa del municipio norteño de La Guancha se esconde este charco de grandes dimensiones ideal para el baño, siempre y cuando el mar esté en buenas condiciones. 2.El Tancón El Tancón es un espectacular charco escondido dentro de una cueva, uno de los secretos de la costa de Puerto Santiago. Para poder darse un baño en sus aguas hay que esperar a que el estado del mar sea muy bueno, ya que en otras condiciones puede llegar a ser peligroso. 3.El Caletón La erupción del Volcán de Arenas Negras en 1706 destruyó gran parte del municipio de Garachico, pero creó uno de sus principales puntos turísticos, Las piscinas naturales del Caletón. El mar se adentra entre las lenguas de lava que un día le robaron sus dominios formando unos charcos ideales para disfrutar del mar tranquilamente. 4.Charco de la laja En la costa del municipio de San Juan de la Rambla se esconde este charco, de aguas cristalinas que dejan ver las rocas volcánicas que lo forman. 5.Piscina natural de Jover En este tranquilo barrio de la costa Noreste de Tenerife se encuentra esta piscina natural de espectaculares vistas, en la que podrás darte un baño contemplando a lo lejos el macizo de Anaga, Bajamar, La Punta del Hidalgo y el Roque de los Hermanos. 6.La Mareta En Buen Paso, Icod, se encuentra la Punta de Juan Centellas. Aquí las piedras de caprichosas formas esconden el Charco de la Mareta, un espectacular charco que, con el mar en buen estado, se convierte en el rincón ideal para darse un baño. Hay que ir con precaución ya que el acceso es complicado. Cabe destacar que en este rincón se rodó una escena de la película furia de Titanes. 7. Piscina natural de Puerto Santiago En Puerto Santiago se esconde este tranquilo charco, en el que podrás disfrutar de un baño con las vistas de la vecina isla de La Gomera al fondo. 8. Charcos del Rayo Cerca del hueco del Rayo, en Buenavista del norte, se encuentran unos magníficos charcos. Ideales para disfrutar de un día tranquilo, lejos de las playas masificadas.

9 Playas:
1.Playa de Antequera A pie desde Igueste (o desde Chamorga) o en Barco. Estas son las únicas dos vías que hay para llegar a esta magnífica playa escondida en la costa de Anaga. 2.Playa de la Ocadila. También en Anaga, pero esta vez en la vertiente norte, se encuentra la Playa de Ocadila. A la que se puede llegar en barco (o Kayak) desde La Punta del Hidalgo. 3. Playa de Diego Hernández. La conocida como Caleta de los Hippies se encuentra entre El Puertito de Adeje y La Caleta, una magnífica cala de arena blanca y aguas cristalinas a la que sólo se puede acceder a través de un cómodo sendero. 4. Playa de La Garañona. Una de las playas más grandes del norte de Tenerife, a los pies de los acantilados de la costa del Sauzal. Se puede llegar desde Mesas del Mar por un sendero complicado bordeando la costa. 5. Playa del Ancón. En la costa de La Orotava, en el norte de Tenerife se encuentran varias playas impresionantes, la más solitaria de todas ellas es El Ancón. 6. Playa de Montaña Pelada. En Montaña Pelada, en el sur de la isla, se encuentra una diminuta cala de arena blanca ideal para un día de playa en intimidad. 7. Playa de Roque Bermejo. La Playa de Roque Bermejo es el lugar perfecto para refrescarse durante una jornada de senderismo en Anaga, ya sea tomandose un baño o simplemente disfrutar de las vistas de la playa desde la ventita de Fidelina. 8. Playa de Benijo. La playa perfecta para disfrutar de un espectacular atardecer, se puede llegar en coche, tan sólo tendrás que bajar las escaleras que te llevan hasta la arena. 9. Playa de Masca. El punto y final de uno de los mejores senderos de la isla. En la Playa de Masca podrás tomar un baño a los pies de los Acantilados de los Gigantes. Sólo podrás llegar en barco, o por el sendero del Barranco de Masca. 10. Playa de La Fajana En Los Realejos, en el norte de Tenerife, podrás disfrutar de esta magnífica playa de arena negra a los pies del Elevador de Agua de la Gordejuela.


Tomé Cano el garachiquense:
La villa de Garachico en la isla de Tenerife lo vio nacer por el año 1545. Poco conocemos del insigne Tomé Cano y más de uno se extrañaria porque fue un hombre importantisimo en su tiempo. Este garachiquense fue Capitán de número de la Carrera de Indias, armador y consejero de guerra, viviendo además del comercio y del transporte, adelantándose a muchos por su innovación y sentido de la observación. Sus avanzadas técnicas constructivas con la finalidad de controlar las navegaciones le hicieron muy requerido por todos. Es notorio que al Capitán Cano siempre se le pedía consejo antes de emprender viajes complidados ¿Por qué? Porque conocía al detalle cómo se debía construir un buque con unas garantías de maniobra y resistencia, aportando el cálculo exacto de eslora, manga, longitud de mástiles, lastre, etc. En 1588, don Tome Cano formó parte de una empresa magnífica. Se unió a la reconocida Armada Invencible sobre la Inglaterra de Isabel I, embarcando en la escuadra andaluza al mando del Almirante Pedro de Valdés. La empresa resultó un fracaso por el temporal que se llevó por delante a media escuadra española. Cano compiló sus experiencias y capacidad como ingeniero naval en su libro "Arte para fabricar, fortificar y aparejar naos de guerra y merchante" publicado en el año 1611. Su figura estuvo en alza, obteniendo nombramientos como diputado de la Universidad de Mareantes, miembro de la Cofradía de Mareantes de Sevilla (ciudad donde residia), Capitán ordinario del Rey y escribano de la Hermandad de Mareantes del convento de San Francisco de Veracruz en el actual Méjico. Es reseñable que Al capitán Cano siempre se le pedía consejo antes de emprender viajes complicados, pues conocía a la perfección la zona del nuevo mundo. Sería.bajo el auspicio de Felipe III cuando asesoraría a marinos que emprendían rutas prácticamente ignotas para la cartografía de entonces y que representaban accesos estratégicos para el control de los trayectos comerciales entre América y España. Don Tomé Cano falleció en la ciudad de Sevilla en 1618 como un hombre más que respetable. Un hombre del que se han inaugurado en las Islas Canarias, concretamente en la isla de Tenerife calles, avenidas o bustos, dandole nombre incluso a un colegio, pero del que desgraciadamente se desconoce su figura. Un hombre al que podríamos calificar como uno de los más importantes marinos de España, aparte de ser una de las grandes personalidades nacidas en las Islas Afortunadas.


DE ESTE A OESTE, ATALAYAS Y ATALAYEROS EN CANARIAS:
Miguel A. Noriega Agüero (geógrafo, investigador y miembro de la Tertulia Amigos del 25 de Julio) http://eldia.es/…/wp-c…/uploads/2016/10/20161008laprensa.pdf Hasta hace algo más de un siglo, el avistamiento directo al horizonte o tierras visibles más lejanas suponía el primero de los episodios de la defensa de un territorio. Así, oteando a simple vista y/o por medio de catalejos, telescopios, gemelos o binoculares (según el lugar y la tecnología del momento) se tenía conocimiento de la llegada del enemigo a una región, fuera esta insular o continental. Durante varios milenios el ser humano utilizó, pues, la observación visual directa como principal medio receptor de información, siendo acompañada ésta de la posterior transmisión de ese aviso o advertencia a un emplazamiento de mando o guardia a través de diversas maneras, fundamentalmente señales de humo, fuego, banderas/banderolas, silbos o espejos, según el momento del día. De esta manera, a lo largo de la historia en todas las regiones del planeta fueron establecidos vigías o centinelas en puntos estratégicos, dotados siempre de una gran cuenca visual, como garantes de defensa de ese territorio ante posibles ataques, invasiones o desembarcos de enemigos. Estos emplazamientos solían estar ligados al relieve y, en la mayor parte de los casos, se trataban de cumbres, cerros, promontorios, cimas, crestas y lomos; atalayas, en definitiva, en donde desarrollaron su misión durante interminables jornadas los atalayeros que las ocupaban. Nuestro país ha sido testigo de este hecho a lo largo de la historia. Durante la Reconquista, cientos de atalayas, tanto de origen musulmán como cristiano, fueron establecidas por las montañas de la Península Ibérica. En la sierra de Guadarrama, en la cuenca soriana del Duero, en la pacense Tierra de Barros o en las montañas gaditanas, por citar algunas zonas. Muchas de estas atalayas siguen conservando hoy en día pequeñas fortificaciones que atestiguan la presencia de esos vigías y sus cometidos en aquellos siglos de batallas peninsulares. En las costas mediterráneas fueron numerosos los emplazamientos de guardia y centinela. Por citar algunos, los establecidos en el litoral cartagenero o la modesta torre de vigía en la isla de Espalmador (Formentera). Lo mismo ocurrió en el Cantábrico, donde se sabe de la presencia de atalayeros en las cercanías costeras de puertos como Laredo, Llanes, Tazones, Orio, Castro-Urdiales, Luarca y Comillas, entre otros muchos. De estos últimos se tiene constancia que servían, además de para uso militar, para la observación de ballenas y otros cetáceos para fines pesqueros. Canarias no fue menos. El archipiélago, situado estratégicamente en el borde oriental del Atlántico, pero paso obligado hacia o desde el Nuevo Mundo, el sur de África y el Índico, necesitó de este tipo de tareas de vigía, y bien que sirvieron. Veamos, isla a isla, algunas de las atalayas más destacadas de nuestra historia, marcadas por un nexo común: la presencia en ellas de atalayeros que solían ser vecinos de la zona, además de milicianos, capaces y con buena vista y guarnecidos con casetas de madera o goros de piedra. Allí, cientos de canarios llevaron a cabo horas y horas de vigilancia de su tierra, sufriendo los fríos de la noche, la lluvia y el viento de los meses de invierno, el sol justiciero del verano y, más aun, la melancólica y temida soledad del centinela. A todos ellos y a sus familias van dedicadas estas líneas. LANZAROTE Si bien es a partir del siglo XVIII cuando se dispone de referencias documentales de establecimientos de vigía más o menos fijos en montañas de la isla, podemos asegurar que gran parte de ellos, si no todos, fueron utilizados también en los siglos XVI y XVII. Estos lugares (1) son: Montaña de Femés, Montaña Blanca (entre Tías y San Bartolomé), Montaña de Tinamala (junto al núcleo de Guatiza), Montaña de Haría (conocida hoy en día como La Atalaya) y en lo alto del volcán de Guanapay, lugar donde se encuentra el castillo de Santa Bárbara, el principal de la isla, al que debían llegar los avisos provenientes de cada atalaya (2). En 1793, el teniente coronel Juan Creagh, gobernador militar de Lanzarote, realiza un informe sobre la defensa de la isla para el entonces Comandante General de Canarias, el célebre general Antonio Gutiérrez. Respecto de las atalayas cita las ya comentadas e incluye dos nuevas: Peñas de Charche (Riscos de Famara) y Montaña Chiquita (Nazaret) (3). En 1805, el ayudante mayor del Regimiento de Milicias de Lanzarote, José Francisco de Armas y Betencourt, elabora el “Plan de Ataque y Defensa para la Isla de Lanzarote” (recordemos que en esos momentos España estaba en guerra con Inglaterra). Se mencionan en él gran parte de las atalayas ya citadas, a las que se le añade la Atalaya Grande, situada en el hoy Mirador del Río. Se establece en ese plan que los vigías han de ser vecinos de la zona, tras designación por parte de los jueces reales o comandantes militares de cada regimiento, debiendo guardar obediencia al personal militar, incluidos soldados y cabos. Se establecen como señales de alerta las llamaradas, luciendo tantas como buques fueran avistados. El aviso debía llegar al castillo de Santa Bárbara, desde donde se lanzarían tres cañonazos y un fogonazo. En esta isla, al igual que en otras, fueron desplegados una serie de atalayeros en zonas de costa, sobre todo en las playas, como lugares más propicios para posibles desembarcos. Entre ellas: Órzola, Arrieta, Ancones, Tiñosa, Famara, Berrugo y Papagayo. FUERTEVENTURA La llegada de berberiscos, piratas, corsarios y flotas extranjeras enemigas a la isla majorera obligó a levantar una serie de fortificaciones diseminadas por la costa, siempre protegiendo lugares estratégicos y de interés: Tostón y San Buenaventura, por ejemplo; además de los anteriores castillos betancurianos, como fueron las torres de Lara, de Riche Roche y del Barranco de la Torre. Además, fueron distribuidos por diversos puntos elevados de la isla una serie de lugares de vigía. Pinto de la Rosa, autor de la que es sin duda la mayor y mejor publicación sobre arquitectura defensiva militar en Canarias (4), nos cita algunos: Morro Juan Martín (costa meridional de Tarajalejo), Montaña Mantinga (Gran Tarajal), Montaña de la Torre (Caleta de Fuste), Montaña Tamanaire (Puerto Cabras), Montaña de Tertir (Tabladillo), Montaña Escanfangra (Corralejo) y Montaña Vitagora (Puerto de la Peña). Incluso en el vecino ISLOTE DE LOBOS llegó a haber vigías temporales. El italiano Leonardo Torriani nos relata que “los corsarios se detienen aquí muchos días, poniendo vigías encima de la montaña, y dejando las naves al ancla cerca de esta montaña, por no servir el puerto más que para lanchas y naves pequeñas” (5). Otra fuente extraordinaria que aporta información de atalayas y otros usos del territorio es la toponimia. Así, aún hoy en día permanecen vigentes nombres de varios enclaves que quizás pudieron ser igualmente establecimiento de centinelas. Así, tenemos la Atalaya Caracol (en Tarajalejo), la Atalaya del Risco Blanco (en la costa oeste de la isla), la Punta de la Atalaya (junto a Puerto del Rosario), la Montaña de la Atalaya de Hurianem (cercana a las dunas de Corralejo), la Atalaya del Risco Negro (al oeste de Tefía) y La Atalayita (aguas arriba de Pozo Negro). GRAN CANARIA De la isla grancanaria se tienen referencias documentales y cartográficas de atalayas repartidas por diversas zonas. Se sabe de ellas en las montañas de: Guía, Taliarte (entre las playas del Hombre y Melenara), Tirma, Veneguera, Gáldar y Santa Brígida. La toponimia aún lo recuerda con: el Pico de la Atalaya, como se denomina a la citada en Gáldar, y el barrio satauteño de La Atalaya. Pero las más célebres y documentadas son las que se emplazaron en la Isleta, fundamentales en la protección de la capital insular. Existen referencias de estos puntos de vigía en diversos planos históricos de Las Palmas (6), además de en varias publicaciones ligadas a relatos de ataques enemigos a la isla. Así se sabe, gracias a ello, que al amanecer del 6 de octubre de 1595 la atalaya de la Isleta anunció mediante hogueras y humo la llegada a la isla de varios galeones bajo el mando de Francis Drake (7). Al poco tiempo se transmitió el aviso de la atalaya al resto de la villa mediante un cañonazo (8). Unas horas más tarde, ya con los ingleses frente a la costa, se repelió el ataque, con cuatro decenas de bajas británicas y varias barcazas destrozadas. Drake dejó la isla, tomando rumbo al Caribe. Igualmente fueron avistadas por la atalaya de la Isleta las flotas del corsario francés François Leclerc, “Pata de Palo”, en su embestida a Las Palmas en 1553 (9), e igualmente las naves holandesas de Pieter van der Does, al comienzo del estío de 1599. Rumeu de Armas nos lo relata de la siguiente manera (10): “El sábado 26 de junio de 1599, al amanecer, los vigías de la atalaya de las Isletas divisaron la poderosa formación, que navegaba lentamente en dirección al puerto. Pocos minutos más tarde, de la montaña se elevaba una espesa columna de humo, que servía de aviso a los demás vigías y atalayas de la isla para prevenir a sus moradores del riesgo que la amenazaba y de la necesidad de empuñar las armas en su defensa”. Tres días después, los holandeses tomarían la villa capitalina, pero el 8 de julio siguiente dejarían la isla, incapaces de tomarla en su totalidad. TENERIFE Tenerife contó con numerosos enclaves destinados a la vigilancia costera, repartidos por todas las zonas de isla. En el sur y sureste fueron utilizados como atalayas algunos de los más singulares conos y roques volcánicos de la costa y las medianías (11): Guaza (ligada a la defensa de Adeje), Montaña Centinela y Montaña Gorda (en la comarca de Abona), la Montaña de Fasnia y la Montaña Grande o de Güímar. En la costa norte llegaron a existir dos atalayas, sitas en San Juan del Reparo e Icod, ligadas a la defensa de los puertos de Garachico y San Marcos, respectivamente. En Acentejo hubo centinelas temporales en la Montaña de La Atalaya, sobre el barrio tacorontero de San Juan de Perales, y, en las cumbres del cierre septentrional de la vega lagunera, en La Atalaya, El Púlpito y La Bandera. Existen fuentes documentales que desde recién finalizada la conquista de la isla hacen mención a la necesidad de guardia y vigilancia costera, estableciéndose planes que determinaban los lugares, cometidos y tareas a llevar a cabo por esos centinelas. Así, por ejemplo, se determinan las guardias de salud (destinadas a la vigilancia de la costa ante la llegada y desembarco de naves con tripulación portadora de fiebres, pestes y otras enfermedades infecciosas). Se conservan actas del Cabildo fechadas en marzo de 1523 que fijan la presencia de estos vigías en enclaves del litoral tinerfeño, como, por ejemplo: Bufadero, Igueste de San Andrés, Las Galletas, Punta de Teno, Caleta de San Marcos, Roque Bermejo, etc. Pero si hubo una zona de mayor presencia de vigías, esa es la península de Anaga, destinados a la defensa de La Laguna y Santa Cruz, aunque también con fines protectores del monte, frente a incendios y extracción ilegal de madera dedicada al contrabando (12). Llegó a haber atalayeros de manera más o menos permanente en el tiempo en cumbres como la Mesa de Tejina (precisamente conocida de manera popular como La Atalaya), Tafada, El Sabinar e Igueste de San Andrés. Entre estas tres últimas se estableció una particular red de comunicación que conseguía llevar un aviso, mediante hogueras y banderas, desde Tafada (en lo alto de Chamorga y con visibilidad hacia el norte) hasta Santa Cruz, sirviendo las otras dos de ‘repetidoras’. Este hecho determinó que la atalaya iguestera (13) fuera considerada como la principal de la isla, estando en uso y manteniendo comunicación directa con el Castillo de San Cristóbal hasta mediados del XIX. Precisamente, esta atalaya jugó un papel clave en la defensa de la isla frente a dos de los ataques ingleses más célebres y recordados de la historia tinerfeña. La tarde del 5 noviembre de 1706, fue el vigía de ésta quien alertó de la llegada de la flota de John Jennings (14), y el 19 de julio de 1797 Domingo Izquierdo, atalayero de Igueste, dio aviso del avistamiento de la escuadra de Nelson, que unos días más tarde pretendería, sin éxito, tomar la isla, cayendo derrotado en lo que se conoce como la Gesta del 25 de Julio de 1797, liderada por el general Gutiérrez y protagonizada por cientos de isleños, tanto civiles como militares. A finales del XIX este enclave cambió de uso y fue utilizado por la consignataria Hamilton&Cía. como posicionamiento de atalayeros para dar aviso al personal de esta empresa en el puerto de la próxima llegada de naves necesitadas de labores de carga y descarga de fletes. En lo alto de esta atalaya (hoy llamada “de los Ingleses”) trabajaron como vigías los vecinos de Igueste Agustín Gil y su hijo José, quienes residieron en esta cumbre, refugiados en una modesta caseta de madera, la friolera de doce (12) años (del 20 de septiembre de 1886 hasta finales de 1898), con un salario anual de 2.200 pesetas. Mientras este uso comercial de la atalaya de Igueste aún se mantenía, resultó que, en los últimos años del siglo XIX, comenzó a funcionar en esa misma montaña, pero a menor altitud, sobre el acantilado que cae al Roquete, el Semáforo de Anaga. Tras estudios para la localización del mismo comenzados a mediados de 1883, se empezó su construcción tres años después, entrando en uso el 4 de diciembre de 1895. En él desarrollaron sus tareas decenas de semaforistas (pertenecientes al Cuerpo de Suboficiales de la Armada), quienes hasta el año 1970, momento en que cesó su actividad y el edificio fue desalojado, residían allí con sus familias. Disponían de cable telegráfico, estación meteorológica y un enorme mástil que, con un juego de bolas y banderas, servía para comunicarse con los buques que transitaban frente a la costa sur de Anaga. Hoy en día, el edificio se encuentra en ruinas, vallado y con serio peligro de derrumbe. Lo que antaño fue una infraestructura puntera, única en Canarias a lo largo de la historia, actualmente presenta un triste aspecto de abandono y olvido. Santa Cruz contó, además, con otras tres atalayas, éstas ya más cercanas a la ciudad y el puerto. La de San Andrés (que efectuaba tareas de repetición de lo transmitido desde la de Igueste) y las de Ofra y Taco, situadas en lo alto de los conos volcánicos que forman ambas montañas. Estas dos tenían, además, la posibilidad de comunicarse con zonas del interior, principalmente La Laguna. LA GOMERA La principal atalaya gomera estuvo establecida durante varios siglos en la Punta de San Cristóbal, en el entorno de donde hoy precisamente se encuentra el faro homónimo. Así lo atestigua cartografía histórica de la isla (15). Desde este enclave se tenía una excelente panorámica hacia las aguas al noreste, principal zona de llegada de buques enemigos, dando aviso a las guarniciones establecidas en la villa de San Sebastián y, con ello, protegiendo el puerto principal de la isla. Pero, además, se tiene constancia de otros puntos de vigía con centinelas establecidos en ellos en determinados momentos, como, por ejemplo, en la Montaña del Calvario (16), junto al núcleo de Alajeró, y en la Fortaleza de Chipude. De entre las referencias que destacan las labores ejercidas por las atalayas gomeras ante ataques enemigos podemos citar la llegada de la escuadra franco-portuguesa de Saint-Pasteur-Serrada: “(...) 28 de febrero de 1583, divisóse al amanecer desde las atalayas de la isla la escuadra enemiga, que se dirigía derecha al puerto, y no hubo tiempo sino el preciso para tocar alarma, concentrar las milicias con su artillería de campo y disponer la torre (...) para responder a la probable agresión con los certeros disparos de su artillería” (17). Décadas más tarde, los vigías de la villa gomera darían señal de alarma ante la llegada de la escuadra inglesa de Walter Raleigh, el 28 de septiembre de 1617, y a mediados del siguiente siglo hicieron lo propio frente al ataque perpetrado por la flota de Charles Windham, cuando éste arribó frente a la isla colombina con dos navíos de línea y una fragata de guerra (18). Fue durante la noche del 29 de mayo de 1743 cuando las atalayas de Chipude y Vallehermoso avistaron los buques ingleses capitaneados por Windham, y al amanecer siguiente los vigías de la villa corroboraron la llegada, dando aviso al Castillo de los Remedios, desde donde se disparó un cañonazo como señal de rebato para las milicias. Tras ello vendrían horas de incesante cañoneo, que obligó a recular y huir a las tres naves de la Royal Navy inglesa (19). LA PALMA La importancia comercial y marítima que La Palma ha tenido a lo largo de la historia es por todos conocida. Desde el siglo XVI era necesario proteger la isla frente a los ataques, saqueos y desembarcos enemigos, de los que la historia palmera, por desgracia, puede presumir. Así, se establecieron como atalayas dos enclaves con buena visibilidad y cercanos a la capital de la isla: la Montaña de Tenagua (Puntallana), al norte, y la del Risco de la Concepción (20), al sur. Más tarde se unieron a éstas otras dos: en El Rosario (Barlovento) y en la Montaña de Siete Ojos (Puntallana) (21). En todas ellas “había tres guardas fijos a sueldo del Cabildo, y estaban obligados, siempre que fuesen divisadas más de tres velas juntas, a dar cuenta personal, por medio de uno de ellos, de sus pesquisas, así como a encender las hogueras acostumbradas para conocimiento de toda la isla” (22). Fundamentalmente, era vital la defensa de la costa este, donde se encuentran Santa Cruz y su puerto, pero también otras zonas litorales, como la Caleta de Izcaguan, la Punta de Santo Domingo, la Caleta de la Manga y el Porís de Don Pedro, en Garafía; El Ancón, en Puntallana; y Tazacorte y Puerto Naos, en la costa del Valle de Aridane, por citar algunas otros fondeaderos y embarcaderos. Para el avistamiento de aguas septentrionales se tienen referencias de atalayas en las montañas de: Matos (Puntagorda), Fernando Porto y la Centinela (Garafía), así como en las de La Galga y el Loral (Puntallana) (23). Relacionadas con algunas de las varias ofensivas que sufrió la isla, existen referencias de participación de los vigías dando aviso de la llegada de flotas no deseadas. Así, uno de los ataques más célebres y recordados que sufrió la isla bonita fue el perpetrado por el corsario Francis Drake en el otoño de 1585. De la llegada del ‘Bonaventure’, buque insignia de Drake, y el resto de naves que éste comandaba (29 en total) fue dado aviso por varias atalayas palmeras el 7 de noviembre, primero, y, más tarde. al amanecer del 13. La meteorología, la mar y el buen hacer de las guarniciones de las fortalezas palmeras repelieron el ataque y, pasadas unas horas de conflicto, Drake y los suyos pusieron proa hacia otros lares, con las orejas gachas, destrozos en varias naves y unas 30 bajas estimadas. Finalizaba así el primero de los ataques ingleses sobre Canarias. EL HIERRO La más occidental de nuestras islas no fue tan codiciada por parte de piratas y corsarios como sí lo fueron las otras seis del archipiélago. El abrupto relieve, la escasez de recursos y el hecho de que su capital y otros núcleos estuviesen en el interior y a una considerable altitud fue determinante para ello. Luis de la Cueva, nombrado en 1589 primer capitán general de Canarias, consideró innecesario el establecimiento de defensas en la isla. En palabras suyas, redactadas en un informe oficial, llega a decir que “lo de allí es cosa sin sustancia porque las casas son cuevas esparcidas y la tierra es tan pobre, (...) con lo cual está más segura de corsarios que las demás con mucha artillería” (24). De todas formas, se crean milicias avanzado ya el siglo XVI, teniendo los vecinos del lugar, entre otros cometidos, el de realizar guardias mediante tareas de vigía, fundamentalmente en zonas costeras propicias a posibles desembarcos: Las Playas, Naos, La Estaca, La Caleta, etc. Uno de estos lugares elevados con buena cuenca visual sobre el litoral, el cual tuvo vigías apostados en su cima, es la Montaña de Vidacaque, que con 300 metros de altitud domina la costa noreste de la isla, estando a sus pies el embarcadero de La Caleta (25). Uno de los episodios documentados de avistamiento y aviso por parte de vigías herreños ante la llegada de flotas extranjeras se produjo en abril de 1762, ante el desembarco que unos corsarios ingleses efectuaron en la costa sur de la isla, en la pequeña bahía de Naos, entre La Restinga y Tacorón. Uno de los centinelas dio la señal de alarma, llegando el aviso a la Compañía de Milicias de El Pinar, cuyos componentes se desplazaron hasta la costa, inutilizando la barcaza británica con la que habían hecho tierra y tomando como prisioneros a los ingleses (26).

NOTAS:
1. Antonio Riviére (1741) 2. Precisamente en el mismo lugar donde a mediados del siglo XIV el genovés Lancelotto Malocello levanta una modesta fortaleza. 3. Clar Fernández, J.M.: “Arquitectura militar de Lanzarote”. 2007 4. Pinto de la Rosa, J.M.: “Apuntes para la Historia de las Antiguas Fortificaciones de Canarias”. 1996 5. Torriani L.: “Descripción e historia del reino de las Islas Canarias antes Afortunadas, con el parecer de sus fortificaciones” 6. Por citar algunos: “Planta de la ciudad de Canaria. Por un soldado anónimo” (1659), “Planta de la ciudad de Las Palmas de la Islas de Canarias” (Antonio Riviere, 1742), “Planta de la ciudad y plaza de Las Palmas de la Ysla de Gran Canaria” (Luis Marqueli. 1792) y “Plano de la Bahía de Las Palmas y del Puerto de La Luz en la Isla de Gran Canaria” (Capitán Perry y oficiales de la Corbeta de Guerra Norteamericana “Macedonia”. 1844). 7. Era costumbre de la Atalaya hacer fuegos siempre que se acercaban a tierra más de “cinco velas”. 8. Carta del Ingeniero Próspero Casola dirigida a Felipe II (de 8 de octubre de 1595): “Señor: Viernes al amanecer, dia de Santa Fee, a seys de este, dio fuego el atalaia de la montaña de las Ysletas y tiró una piega el castillo y se reconocieron veynte y ocho naos, que después se supo que venían con ella seys galeones de la Reyna de Inglaterra, (…)”. 9. “Descubiertos por la atalaya de las Isletas y dadas las señales de rebato, las compañías de la isla, con sus capitanes, se congregaron en la caleta de Santa Catalina (…).” (Rumeu de Armas, A.: “Piraterías y ataques navales contra las islas Canarias”) 10. Rumeu de Armas, A.: “Piraterías y ataques navales contra las islas Canarias” 11. “Mapa de la Isla de Tenerife” Antonio Riviere (1740) 12. Cola Benítez, L.: “Los montes de Santa Cruz (y 2)” (La Opinión de Tenerife, 12 de octubre de 2014) 13. “Plano de Santa Cruz de Tenerife” Joseph Ruiz (1771) 14. Gazeta de Madrid, del martes 4 de enero de 1707. 15. “El Puerto Principal de la Isla La Gomera”, fechado en 1662 y a cargo de Lope de Mendoza; “Mapa de la Ysla de La Gomera”, de Antonio Riviere (1743) e “Islas Canarias. Detalle de la Isla de La Gomera”, realizado por Francisco Coello, en 1849. 16. Escribano Cobo, G. y Mederos Martín, A.: “Fondeaderos y Puertos de La Gomera y El Hierro” 17. Rumeu de Armas, A.: “Piraterías y ataques navales contra las islas Canarias” 18. Viera y Clavijo, J.: “Noticias de la historia general de las islas de Canaria” (volumen 3) 19. Para conocer más de este valeroso episodio de la historia de La Gomera les recomiendo la obra “1743. La Royal Navy en Canarias. La derrota de Charles Windham en La Gomera y otras acciones en el Archipiélago.”, de Carlos F. Hernández Bento. 20. Precisamente este promontorio palmero, debido a su excelente cuenca visual y cercanía a Santa Cruz, fue utilizado para situar varias pequeñas fortificaciones militares durante los años 40 del pasado siglo, destinadas a puesto de mando y telémetro. 21. Sesión del Cabildo de La Palma de 23 de agosto de 1568 22. Rumeu de Armas, A.: “Piraterías y ataques navales contra las islas Canarias” 23. “Mapa General de la Ysla de La Palma. Levantado por ingenieros militares”. 1742 24. Quintero Reboso, Carlos: “El Hierro. Una isla singular”. 1997 25. Escribano Cobo, G. y Mederos Martín, A.: “Fondeaderos y Puertos de La Gomera y El Hierro” 26. Quintero Reboso, Carlos: “El Hierro. Una isla singular”. 1997 ANEXO GRÁFICO DOCUMENTAL Imagen 1: Castillo-atalaya de Guanapai, Villa de Teguise, Lanzarote, según Pedro Agustín del Castillo a finales del s. XVII http://www.archivoteguise.es/…/la-casa-palacio-del-marques-… Imagen 2: Vistas desde la falda de la Atalaya de Femés. A la izquierda pueden verse las casas del pueblo y, al fondo, y delante de las arenas de Corralejo, la Isla de Lobos http://lanzaroteinedita.blogspot.com.es/2013_09_01_archive.… Imagen 3: La montaña de Escanfraga, con sus 529 metros de altitud, fue durante muchos años la mejor atalaya que tuvo la costa noreste de Fuerteventura, para divisar barcos y posibles ataques de piratas. Torriani a finales del siglo XVI dejó recogido que desde lo alto de la montaña de Escanfraga se podían vigilar los tres puertos marítimos que existían en esta zona, que eran El Puerto de Corralejo, el Puerto del Tostón o del Arrecife, y la Playa del Pozo o del Pocilio, denominada así porque era el único punto del norte de la isla que disponía de agua potable de un pozo. Este puerto se utilizaba habitualmente como punto de aguada y fondeadero por los barcos que hacían el tráfico de cabotaje entre Lanzarote y Fuerteventura. http://fuerteventuraenimagenes.com/montana-escanfraga/ Imagen 4: La Torre del Tostón (Torre de Nuestra Señora del Pilar y San Miguel) se ubica en el pueblo de El Cotillo, dentro del término municipal de La Oliva, situada en un escarpe junto al mar. http://fuerteventuraenimagenes.com/la-torre-del-toston-o-d…/ Imagen 5: La Isleta y, en la cumbre, su atalaya. Del plano: “Ataque del Corsario Drake a la Isla de Gran Canaria. Próspero Casola. 1595”. Imagen 6: El pico de La Atalaya fotografiado en los años 20 del siglo XX. En el centro de la imagen, la ermita de San Roque, en la zona alta de la ciudad de Guía (Gran Canaria), que desde esta perspectiva permanece oculta a la vista.| FOTO KURT HERMANN (AFHC-FEDAC)


LOS CANARIOS EN EL SANTO DOMINGO COLONIAL
Salvador García Llanos Rompió algunos esquemas la conmemoración del 12 de octubre en el Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias (IEHC), que trasladó su rigor academicista al patio/carpa exterior del Museo Arqueológico Municipal (MAM) para contextualizarse en la programación de la cuarta edición de Periplo, el festival internacional de literatura de viajes y aventuras cuya programación del fin de semana, por cierto, está llena de atractivos. Pero el presidente del IEHC, José Juan Cruz Torres, en un sofá junto al profesor titular de Historia de América de la Universidad de La Laguna, Manuel Hernández González, hizo una presentación ajustada y apeló por enésima vez a las ayudas económicas del Ayuntamiento para poder subsistir y mantener una oferta de actividades sobre mínimos de dignidad. Después, Hernández desglosaría la presencia de “Los canarios en el Santo Domingo colonial”, título que dio sentido a la conmemoración de una fecha determinante para la Hispanidad. El profesor Hernández González ha publicado más de sesenta libros, diez de ellos en América, más de cincuenta ediciones con estudios críticos y más de cien artículos. Es miembro de las academias de la Historia de Canarias, Cuba, Venezuela y República Dominicana. Ha ganado seis premios de investigación histórica. Sobre el Santo Domingo colonial, es autor de una trilogía, integrada por La colonización de la frontera dominicana, Expansión fundacional y crecimiento en el norte dominicano y El Cibao y la bahía de Samaná y el sur dominicano. Cambios Sociales y transformaciones económicas, que abarcan distintos períodos históricos de aquella República. En 1517 fueron llevados desde Canarias diez maestros y oficiales para la fabricación de ingenios. Ahí empezó todo. Posteriormente, la Corona otorgaría una Real Cédula en 1558 en virtud de la cual le serían concedidas a cada español que se trasladase a Santo Domingo entre seiscientas y setecientas hectáreas. El profesor Hernández, tirando de capacidad memorística, fue desglosando los hitos de la presencia canaria: la fundación de San Carlos de Tenerife, por ejemplo, en 1684. Fue centro abastecedor de productos agrícolas a la capital. Luego, la agregación de familias a la población de la segunda ciudad del país, Santiago, en el fértil valle norteño del Cibao. Destacó el conferenciante “el eje cardinal de la expansión en la región fronteriza: la fundación con familias canarias de la villa de Hincha, en 1704”. Años antes, en 1691, había tenido lugar la de Banica. Los isleños también tuvieron papel fundacional en Puerto Plata, en el norte del país. Asimismo, en la villa de Samaná, en 1756; y en Sabana de la Mar, en 1760. La localidad de Azua también fue reforzada con el aporte de varias decenas de familias insulares. En 1768, surgieron otras dos villas de frontera con gentes de las islas. Además, con un cometido determinado: poner freno a las usurpaciones francesas. Se trata de San Miguel de la Atalaya y Las Caobas, a las que más tarde se uniría en el norte Dajabón, convertida en parroquia en 1776. Según Hernández, el extraordinario impacto de la migración canaria se puede apreciar en el vertiginoso crecimiento de Santo Domingo entre 1740 y 1760, ciclo en el que llega a duplicar su población. La media de miembros por familia era de 6,25, valor elevado; pero llega a un incremento aún mayor en las isleñas, con 8,69 en Banica como máxima. El asentamiento de familias de la elite mercantil lagunera, como los Saviñón, los Lousell, los Núñez Loysell o los Pitaluga significa otra prueba de la aportación tinerfeña. Estos apellidos aún subsisten en la elite local. Otro dato: la apertura del libre comercio con La Habana lleva a la conversión del puerto norteño de Montecristi -como ocurrirá también con el de Aguadilla, en Puerto Rico-, a ser un punto de escala en el comercio canario-cubano. En definitiva, una conmemoración del 12 de octubre en un marco distinto al de los últimos años, con un formato también distinto. Pero todo, no menos interesante. Sobre todo, para medir la presencia canaria en aquella isla y su iniciativa para fundar núcleos poblacionales, como bien indicó el profesor Manuel Hernández González. http://garciaenblog.blogspot.com.es/…/los-canarios-en-el-sa…

http://josecarlosrincon.blogspot.com


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