Vietnam: Protestas sociales             

 

Vietnam y protestas sociales:
El posible avance del comunismo en Asia fue acogido con mayor recelo que el ocurrido en el este de Europa. El ciudadano medio no tenía argumentos que demostrasen la vital importancia de ese pequeño y lejano territorio para la seguridad e intereses norteamericanos. Importantes políticos hacían declaraciones señalando que retirarse de Vietnam supondría una catástrofe política, psicológica y militar. La campaña de Johnson de 1964 jugaba el papel de pacifista frente a su belicoso oponente Goldwater. El recuerdo de la guerra de Corea creó un importante sentimiento pacifista y especialmente el voto de las mujeres dio la presidencia al más moderado. La amplia mayoría obtenida por Johnson en el Congreso y el Senado tuvo a su favor la división de los republicanos por el extremismo de Goldwater. Seis meses después la credibilidad de Johnson en este sentido empezó a deteriorarse con el envío de tropas.


Administración de Johnson:
Aunque el sentimiento nacional, hasta el punto en que prestaba atención, en general había apoyado la guerra, la campaña de bombardeos provocó explosiones de disidencia en las universidades. El primer “teach-in” de maestros y estudiantes celebrado en marzo en la Universidad de Michigan atrajo una inesperada multitud de tres mil participantes, y el ejemplo pronto cundió a universidades en ambas costas. Un mitin celebrado en Washington estuvo conectado por teléfono con 122 universidades. Este movimiento fue menos un súbito apoyo a Asia que una extensión de la lucha por los derechos civiles y la Libre Expresión y otros entusiasmos de los estudiantes radicales de comienzos de los setenta. Los mismos grupos encontraron ahora una nueva causa y aportaron la energía necesaria para organizarla. En Berkeley, 26 miembros del cuerpo docente firmaron una carta en que se decía que “El gobierno de los Estados Unidos está cometiendo un gran crimen en Vietnam”. y expresaban su indignación y su vergüenza de que “este baño de sangre se haga en nombre nuestro”. Aunque menoscabado por las pugnas de facciones rivales, el movimiento de protesta dio una feroz energía, en parte mal aplicada, a la oposición. La necesidad de una “campaña convincente de información pública” que acompañara a la acción militar ya había sido prevista por los políticos, pero sus esfuerzos lograron poco. Grupos enteros de funcionarios del gobierno enviados a debatir en las universidades sólo lograron causar más ocasiones de protesta y víctimas para caldear la indignación de los estudiantes. Un escrito intitulado “Agresión del Norte”, emitido por el Departamento de Estado, y que pretendía mostrar la infiltración de hombres y armas por Vietnam del Norte como una “guerra agresiva” resultó débil. En todas sus justificaciones públicas, el presidente, el secretario de Estado y otros de sus portavoces repitieron las palabras “agresión”, “agresión militante”, “agresión armada”, siempre en comparación con el no contener aquellas agresiones que habían causado la segunda Guerra Mundial, implicando siempre que también Vietnam era un caso de agresión extranjera. Insistieron tanto en el punto que a veces lo dijeron explícitamente, como cuando McNamara en 1966 lo llamó “el caso más flagrante de agresión exterior”. La división ideológica en Vietnam acaso fuera real e insuperable, como lo fue la división entre norte y sur en la guerra civil norteamericana, pero en el caso de los Estados Unidos no consta que la guerra del norte contra la secesión del sur fuese considerada “agresión exterior”. En abril ya era evidente que “Trueno Rodante” no estaba teniendo efectos visibles sobre la voluntad de lucha del enemigo. El bombardeo de las rutas de abastecimiento en Laos no había prevenido la infiltración; los ataques del Viet-Cong no daban señales de estar vacilando. La decisión de introducir la infantería norteamericana parecía inevitable, y la recomendaron los Jefes Conjuntos. La cuestión, plenamente reconocida como grave, fue exhaustivamente discutida, con las confiadas garantías de algunos y las dudas y ambivalencias de otros, tanto militares como civiles. Las decisiones tomadas en abril y mayo fueron aisladas y se basaron en una estrategia de continuos bombardeos complementados por combates de tierra con objetivo de quebrantar la voluntad del norte y del Viet-Cong “imposibilitándoles eficazmente la victoria y provocando unas negociaciones por medio de la impotencia del enemigo”. Se pensó que podría lograrse esta impotencia por medio del desgaste, es decir, causando asesinatos y conspiraciones contra el Viet-Cong, más que tratando de derrotarlo. Había que aumentar inicialmente las tropas de los Estados Unidos a una fuerza de combate de 82 mil hombres. Queriendo esgrimir al mismo tiempo el hacha de batalla y la rama de olivo, Johnson pronunció un importante discurso en la Universidad John Hopkins el 7 de abril, ofreciendo perspectivas de vasta rehabilitación rural y un programa de control de inundaciones para el valle del Mekong, con un fondo de mil millones de dólares de los Estados Unidos, en que participaría Vietnam del Norte, después de aceptar la paz. Los Estados Unidos “nunca se quedarían a la zaga en la busca... de un acuerdo pacífico”, declaró Johnson, y ahora estaba dispuesto a celebrar “discusiones incondicionales”. Aquello pareció abierto y generoso, pero lo que significaba “incondicional” en el pensamiento norteamericano eran unas negociaciones cuando el norte estuviese suficientemente castigado para hacer concesiones (Tuchman).

    Centros universitarios:
    Las universidades son escenario de multitudinarias asambleas de estudiantes y profesores. En una parte de los gabinetes que asesoraban sobre las opciones para hacer frente a los acontecimientos de la guerra se encontraban personajes de la universidad. Fulbright, como profesor, estaba empeñado en abordar la realidad de forma racional. El grupo de científicos comisionados Jason (MIT y Harvard) recomendó un cambio de estrategia que los militares desecharon de entrada para continuar con su escalada. Habían concluido que el bombardeo de blancos de bajo rendimiento no creaban suficientes daños en el transporte, la economía y la moral de los norvietnamitas. Todo el que pudo aprovechó la extensión del reclutamiento autorizada mientras se recibía educación superior, mientras que las clases menos afortunadas tenían que ponerse el uniforme. Esta conscripción no igualada, primer pecado de la guerra de Vietnam en la patria, que pretendía reducir la causa de irritación en el sector social, excavó una brecha en la sociedad norteamericana, además de la división de opiniones. Los mítines de protesta pública tuvieron muchos miembros, las manifestaciones universitarias y marchas antibélicas aumentaron en estridencia y violencia, agitando banderas de Hanoi y cantando lemas en favor de Ho Chi Minh. Una enorme manifestación chocó contra soldados, en uniforme de batalla, en los escalones del Pentágono; fueron detenidos no pocos manifestantes, y hubo mujeres golpeadas. Como en la mente popular la protesta iba asociada a las drogas y al cabello largo y a la contracultura de la década, ello acaso contuviera en lugar de estimular la disidencia general. Para el público en general, las manifestaciones antibélicas, según una encuesta, “alentaban a los comunistas a luchar con más ardor”. La evasión de la conscripción y la quema de banderas indignaron a los patriotas. En la Universidad de Stanford se ridiculizó implacablemente al vicepresidente Humphrey.


[Después de la amplia victoria electoral de Johnson] la disidencia, aunque todavía confinada principalmente a los estudiantes, extremistas y pacifistas, se volvió vocinglera e incesante. Se formó un Comité Coordinador Nacional para Poner Fin a la Guerra de Vietnam, que organizó manifestaciones de protesta y reunió a una muchedumbre de 40 mil almas para desfilar en torno de la Casa Blanca. Cundió la quema de cartillas de reclutamiento, siguiendo el ejemplo de un joven, David Miller, quien provocó su detención al quemar ceremoniosamente su cartilla en presencia de agentes federales y quien pagó este acto con dos años en prisión. En horrible acto de emulación de los monjes budistas, un cuáquero de Baltimore se prendió fuego en los escalones del Pentágono el 2 de noviembre de 1965, seguido por un segundo de tales suicidios, una semana después enfrente de la ONU. Estas acciones parecieron demasiado demenciales para influir sobre el público norteamericano, salvo, tal vez, negativamente, pues equiparó esas protestas antibélicas con perturbaciones emocionales. Si la disidencia fue apasionada, estuvo lejos de ser general. El sentimiento de los obreros, que tanto distingue a la mano de obra organizada en los Estados Unidos de sus colegas en el extranjero, se expresó en el Consejo de la AFL-CIO. En abierta advertencia a los miembros del Congreso en las elecciones de medio periodo, de 1966, el Consejo resolvió: “Todos los que nieguen a nuestras fuerzas militares su apoyo incondicional están, en realidad, ayudando al enemigo comunista de nuestro país”. Los obreros compartieron este sentimiento. Cuando un heterodoxo alcalde de Dearborn, Michigan, el suburbio de Ford, organizó un referendo en los comicios municipales de 1966, pidiendo un cese del fuego que sería seguido por la retirada norteamericana, “para que el pueblo vietnamita pueda resolver sus propios problemas”, recibió una abrumadora votación en contra. Sin embargo, voces influyentes empezaban a abrazar la disidencia. Hasta Walter Lippmann sacrificó su cordialidad, tan cuidadosamente cultivada, entre los presidentes, en aras de la verdad. Negando el argumento de la “agresión exterior”, declaró lo obvio: que nunca habla habido dos Vietnams sino sólo “dos zonas de una nación”. Hizo mofa de la política del globalismo que comprometía a los Estados Unidos en “incesantes guerras de liberación” como un gendarme universal. La conversión de Lippmann y del New York Times, que ahora se oponía a una mayor participación, vino a dar nueva respetabilidad a la oposición mientras que dentro del propio gobierno empezaban a expresarse ciertas dudas de que la guerra pudiese resolverse por medios militares (Tuchman).

    Medios informativos:
    Informes de testigos presenciales llevados al New York Times por Harrison Salisbury de bombardeos a zonas civiles de Hanoi —al principio negados, y después reconocidos por la fuerza aérea— causaron un escándalo. Los relatos de prisioneros dejados caer casualmente, desde helicópteros y otros incidentes de atroz brutalidad mostraron a los norteamericanos que también su país podía ser culpable de atrocidades. Walter Lippmann pasó una velada de 1966 persuadiendo a Katharine Graham, directora del Washington Post, hasta entonces firme entre los “halcones”, de que “la gente decente ya no puede apoyar esta guerra”. Tras la ofensiva del Tet el Wall Street Journal declaró: “Creemos que el pueblo norteamericano debe empezar a prepararse a aceptar (si no lo ha hecho ya) la perspectiva de que todo el esfuerzo en Vietnam puede estar condenado”. Walter Cronkite, en su transmisión del 27 de febrero, a su regreso de la “tierra quemada, bombardeada y exhausta” aún humeante después de la ofensiva del Tet (1968). Describió a los nuevos refugiados —calculados en 470 mil— viviendo en “increíble miseria” en refugios y barracas, a quienes había que sumar a los 800 mil ya oficialmente catalogados como refugiados. En el frente político, dijo, “La pasada actuación no ofrece confianza de que el gobierno vietnamita pueda enfrentarse a sus problemas”. Dijo que la ofensiva del Tet requería la percatación, “que debimos tener todo el tiempo”, de que las negociaciones tenían que ser precisamente eso, “no la imposición de condiciones de paz. Pues ahora parece más cierto que nunca que la sangrienta experiencia de Vietnam terminará en un estancamiento”. La única “manera racional de salirse” consistía en negociar, pero “no”, volvió a advertir, “como vencedores”. Johnson recibió el cambio de postura de Cronkite como la pérdida del favor de toda la clase media de los Estados Unidos”.


Acontecimientos:
1954: Expulsión francesa y división en dos zonas. 1962: Hay 8.000 soldados norteamericanos. 1963: Un golpe de estado auspiciado por EE,UU. derriba a Diem. Kennedy es asesinado (22 noviembre). 1964: Incidente del golfo de Tonkín. A comienzos de año hay 17.000 soldados. 1965: Los bombardeos sobre el norte son diarios. 1966: El coste de la ocupación llegan a 2.000 millones de dólares al mes. Comienzan los bombardeos a grandes ciudades del norte. A finales de año los bombardeos alcanzaron una tasa anual de 500 mil toneladas. Luther King califica la guerra de genocidio. 1967: McNamara plantea abiertamente la imposibilidad de ganar la guerra. 1968: Ofensiva del Tet. Las tropas norteamericanas superan el medio millón. 1969: Johnson deja la presidencia. 1971: Invasión de Laos. 1973: Firma del alto el fuego. 1975: Toma de Saigón.


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