Rendición alemana             

 

Firma de la rendición alemana (7 mayo 1945):
Doenitz no tenía seguridad de poder cumplir la exigencia de Eisenhower, acerca de una rendición incondicional en todos los frentes. Aun cuando él estuviese de acuerdo con tales condiciones, era evidente que no podría controlar a los soldados del frente oriental, los cuales sentían tal temor por los rusos, que probablemente harían caso omiso de la orden de deponer las armas, y huirían hacia el Oeste. Por consiguiente, Doenitz procuró convencer de nuevo a Eisenhower de que no debían abandonarse los soldados y civiles alemanes en el Este. El 6 de mayo, Doenitz pidió a Jodl que se trasladase en avión a Reims para presentar su nueva proposición, y a tal fin le entregó instrucciones escritas que decían así:

Doenitz también concedió a Jodl autorización para firmar la rendición en todos los frentes, pero le advirtió que no concretase nada sin obtener permiso previo por radio. Al terminar el día, Doenitz recibió una inesperada oferta de ayuda para las negociaciones. Goering, que había sido liberado por tropas de la Luftwaffe de su cautiverio a manos de miembros de las SS, le envió el siguiente mensaje por radio:

Doenitz echó a un lado el mensaje, sin miramientos. Muchos de los hombres cuyas vidas habían estado dominadas durante bastantes años por el Führer, se vieron de pronto en posesión de una incómoda libertad. En una entrevista final con Adolf Eichmann, en una finca de las montañas de Austria, Ernst Kaltenbrunner le preguntó casi con displicencia mientras hacía solitarios con las cartas y tomaba pequeños sorbos de coñac: —¿Dónde piensa ir ahora? Eichmann contestó que se marchaba a las montañas para unirse a otros nazis leales en una lucha final. —Me parece bien. También se lo parecerá al reichsführer Himmler —dijo Kaltenbrunner con un tono sarcástico que seguramente no captó el poco sutil Eichmann —. Ahora podrá hablar de modo diferente a Eisenhower en sus negociaciones, pues sabrá que un Eichmann en las montañas nunca se rendirá... porque no puede hacerlo. Kaltenbrunner arrojó bruscamente una carta sobre la mesa y añadió: —Todo esto es absurdo. La partida ha concluido.

Huida de Himmler:
La reacción de Himmler ante los problemas que debía enfrentar, consistió en huir a Flensburg. —No puede marcharse así —protestó el SS obergruppenführer (general) Otto Ohlendorf, jefe de la Tercera Sección de la Oficina de Seguridad alemana—. Tiene usted que dar un discurso por radio, o hacer cualquier declaración a los Aliados, por la cual asume la responsabilidad de lo que ha sucedido. Es necesario que exponga los motivos. Himmler accedió, pero sólo para evitar discusiones. En seguida abordó a Schwerin von Krosigk y le preguntó con gesto de ansiedad: —Dígame, por favor, ¿qué va a ser de mí? —No me importa en absoluto lo que pueda ocurrirle a usted o a cualquier otro —dijo impaciente el conde—. Sólo me interesa nuestra misión en conjunto, y no nuestros destinos personales. Puede usted suicidarse o desaparecer con una barba postiza, pero en su lugar, yo me presentaría ante Montgomery y diría: «Aquí estoy; soy Himmler, el general de las SS, y estoy dispuesto a responsabilizarme de todos mis hombres.» —Herr reichminister... Himmler no pudo terminar la frase, porque Krosigk dio media vuelta y se marchó. Por la noche, Himmler confesó misteriosamente a sus allegados que aún quedaba por llevar a cabo una importante misión. —Durante varios años he cargado con un gran peso. Esta nueva e importante tarea deberé realizarla solo. Tal vez uno o dos de ustedes podrán acompañarme. A continuación Himmler se afeitó el bigote, se puso un parche sobre un ojo, cambió su nombre por el de Heinrich Hitzinger, y con media docena de seguidores, entre los que se contaban el doctor Gebhardt, partió en busca de un escondite. Dos semanas más tarde fue capturado por los ingleses. Un médico que procedía a hacerle un examen reglamentario notó algo en la boca de Himmler, pero antes de que pudiera extraer el objeto, Himmler lo mordió y murió casi instantáneamente. Era la cápsula de cianuro que había enseñado a Degrelle.

[Intentos de firmar la paz por separado:]
[...] Hacia las cinco y media, Jodl y su ayudante militar, en compañía de dos generales británicos, entraron en la escuela [Reims, 6 mayo 1945] y fueron conducidos hasta una estancia donde se hallaba Friedenburg. Al entrar, Jodl saludó a su compatriota y cerró la puerta tras él. Poco después salió Friedeburg y pidió unas tazas de café y un mapa de Europa. Los alemanes salieron unos minutos más tarde, y el general de división Kenneth Strong, jefe del Servicio de Inteligencia de Eisenhower, que hablaba correctamente el alemán, les acompañó hasta el despacho de Bedell Smith. Una vez allí, Jodl expuso de nuevo las condiciones alemanas: accedían a rendirse a los aliados occidentales, pero no a Rusia. A las siete y media Strong y Smith dejaron a los alemanes para ir a informar a Eisenhower en su despacho acerca de la marcha de las negociaciones. Después regresaron. [...] Por fin, Jodl accedió a rendirse también a los rusos, pero solicitó una demora de cuarenta y ocho horas. —No tardarán ustedes en estar luchando contra los rusos. Salven a todos los hombres que buenamente puedan de ellos —añadió Jodl. Jodl mostró tal insistencia a este respecto, que Strong fue de nuevo a ver a Eisenhower y le dijo que los alemanes se mostraban irreductibles. —Es mejor que se lo conceda —aconsejó Strong. Eisenhower no quería demorar la firma y dijo: —Infórmeles que cuarenta y ocho horas después de esta medianoche ordenaré cerrar las líneas del frente occidental, para que no puedan pasar más alemanes. Tanto si se firma como si no se firma el pacto. Las palabras eran amenazadoras, pero concedían a Jodl lo que éste deseaba, dos días de plazo. De todos modos, envió un telegrama a Doenitz y Von Keitel, en el que dejaba trasuntar la decepción que sentía:

Era casi medianoche cuando Doenitz recibió el mensaje. Para ese entonces Jodl ya había enviado otro: «Conteste al radiograma con la mayor urgencia.» Doenitz consideró que los términos del convenio eran una «manifiesta extorsión», pero no tenía otra alterativa. Las cuarenta y ocho horas que Jodl había conseguido permitían salvar a millares de alemanes de la esclavitud y la muerte. En consecuencia, Doenitz autorizó a Von Keitel para que enviase su conformidad, y poco después de la medianoche éste mandó a Jodl el siguiente mensaje por radio: «El gran almirante Doenitz le concede plenos poderes para firmar según las condiciones estipuladas

[La ceremonia de la firma:]
A la una y media de la mañana, el comandante Ruth Briggs, secretario de Smith, llamó por teléfono a Butcher y le dijo: —La fiesta va a empezar. Luego le pidió que no dejase de llevar las dos plumas, si no, «¿cómo podía terminarse una guerra sin plumas?» El salón donde se celebraría la ceremonia fue en un tiempo un recinto de esparcimiento donde los estudiantes jugaban al ajedrez y al tenis de mesa. Las paredes aparecían cubiertas de mapas, y en un extremo de la estancia había una mesa de gran tamaño que se empleaba en las ceremonias escolares. Cuando Butcher llegó al salón, éste se hallaba ya atestado de gente, entre los que se contaban los diecisiete periodistas seleccionados; el general de división Iván Susloparov y otros dos oficiales soviéticos; el general de división François Sevez, representante francés; tres oficiales británicos, el general Morgan, el almirante Harold Burrough y el mariscal del Aire sir James Robb; y por último el general Carl Spaatz, comandante de las Fuerzas Aéreas Estratégicas de Estados Unidos en Europa. Bedell Smith entró en la estancia, parpadeando repetidas veces, a causa del resplandor de los focos instalados por los operadores de cine. Comprobó la distribución de los asientos y dio algunas instrucciones acerca de la forma en que debía actuarse. Poco después Jodl y Friedenburg hicieron su aparición, se detuvieron desconcertados unos instantes, cuando recibieron la luz en los ojos.

Los actores principales de la ceremonia tomaron asiento alrededor de la gran mesa, y Butcher colocó una de las estilográficas ante Smith y otra ante Jodl, que se sentaba frente al general americano. Smith manifestó a los alemanes que los documentos estaban preparados, y preguntó si se hallaban dispuestos para firmar. Jodl asintió levemente y firmó los primeros documentos que estipulaban un alto el fuego total al día siguiente, a las 23'01, hora de Europa Central. El rostro de Jodl aparecía impasible, pero Strong notó que tenía los ojos húmedos. Butcher entregó entonces a Jodl su propia estilográfica, para que firmase el segundo documento, pensando en que sería un recuerdo interesante. Por fin, colocaron su firma Smith, Susloparov y Sevez. Eran exactamente las 2,41 del 7 de mayo de 1945. Se inclinó Jodl a continuación sobre la mesa y dijo en inglés: —Desearía decir algunas palabras. —Desde luego —contestó Smith. Jodl recogió el único micrófono que había en la mesa y comenzó a hablar en alemán. —General —manifestó—; con la firma de este documento, el pueblo y las Fuerzas Armadas de Alemania quedan, para bien o para mal, en manos del vencedor. En esta guerra, que ha durado más de cinco años, los alemanes han padecido tal vez más que ningún otro pueblo en el mundo. En esta ocasión sólo me queda expresar la esperanza de que el vencedor querrá tratarlos con magnanimidad. (John Toland)

Tempranas desavenencias entre los aliados:
Durante cuatro años, hacia 1949, las diferencias ideológicas y estratégicas que habían aparecido en Yalta, y que no se solucionaron eficazmente allí, dieron como resultado invasiones soviéticas, la aplicación del Plan Marshall, la Doctrina Truman, la fundación de la CIA, la formación de la OTAN y la división de Europa en en Este y Oeste, de la cual Berlín pasó a ser el símbolo mayor y más duradero y a la cual Churchill proporcionaría un nombre escalofriante: telón de acero. ¿Qué había ocurrido? ¿Cómo era posible el fracaso tan estrepitoso de una conferencia cuando todos los interesados podían fijarse en otra, de la que resultó el tratado de Versalles, y ver cómo contenía las semillas de la segunda gran guerra? Cada uno de los tres miembros de la Gran Alianza (organización que ina a tener una vida corta) tenía sus propios objetivos en Yalta. Roosevelt estaba básicamente interesado en conseguir el acuerdo de Stalin para declarar la guerra a Japón y apresurar el fin de aquel conflicto. Stalin deseaba el honor debido a su país por el esfuerzo desproporcionado que había hecho para derrotar a Alemania y, además, deseaba que se garantizara la seguridad de sus fronteras occidentales. Churchill quería que se le asegurara que Alemania no volvería a levantarse para marchar por toda Europa y buscó que la vencida Francia se añadiera a este esfuerzo. Cada jugador tenía varias sospechas: Churchill y Roosevelt estaban preocupados por una expansión soviética desenfrenada e inmediata por los Balcanes y los yacimientos de petróleo de Irán; Stalin temía que los intereses angloamericanos sedujeran a las economías europeas en lugares donde los leales a los partidos comunistas estaban en situación de obtener beneficios legítimos, como Francia, Italia y Checoslovaquia. Churchill temía que Roosevelt no comprometiera el poder estadounidense en la defensa a largo plazo de la democracia en Europa. No parecía ser un encuentro de aliados y pronto se convirtió en lo que era en realidad: una conversación entre los nuevos combatientes de un orden nuevo. (Coffey)


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