Crisis             

 

Crisis:
Se puede: Se puede leer un informe del Colegio de Registradores de la Propiedad que confirma que la banca se quedó el año pasado con 30.000 viviendas por impago de los créditos hipotecarios y luego levantar la vista para aplaudir cómo Raquel Mosquera salta desde un trampolín? Se puede. Como se puede parar uno a fumarse un cigarrito encima de un cadáver en plena guerra. O seducir a la novia de tu hijo una primera vez, morirte de vergüenza, sentirte culpable, y buscarla una segunda vez, y una tercera. Arriesgándote a que tu hijo lo descubra y se hunda para siempre en la miseria. Se puede. Porque somos así. Mezquinos. Contradictorios. ¿Se puede tolerar que esos desahuciados sigan siendo víctimas de una legislación que el Tribunal Europeo de Luxemburgo ha declarado injusta porque vulnera la ley que protege a los consumidores? Se puede. Y ahora veo que se tira Falete a otra piscina y en otra cadena.

Qué más da. Todo vale. ¿Quién quiere ver a Bárcenas esquiando? ¿O escuchar que hay una media de 115 lanzamientos diarios (y me refiero a embargos, no a saltos desde un trampolín) y que nuestro país es incapaz de encontrar la forma de frenarlo? Nos chascamos los dedos, nos indignamos, lo asociamos a la fatalidad y miramos de reojo al de al lado a ver si ya le toca, o si nos cuenta una historia cercana que al menos nos calme la ansiedad. La Junta de Andalucía anuncia un Decreto Ley que se ampara en la Constitución y que, aunque inevitablemente busca un efectismo político, se justifica porque al menos propone un debate necesario y maneja la posibilidad de la expropiación (siempre a bancos o a inmobiliarias) cuando residan en los inmuebles personas que padecen una clara emergencia social. Algo es algo. Pero la emergencia social se limita tanto, que las familias sin discapacidad, sin dependencia, o sin violencia de género, pero con unos ingresos reducidos a un tercio y unas necesidades básicas similares a las habituales, ven mutar su vida hacia una caricatura insoportable, y observan pasar los futuribles por delante de sus narices como si ellos no tuvieran nada que ver con esto. Porque en realidad, lo que cabe dentro de esa emergencia social es la letra pequeña. Lo que importa que trascienda es el titular, que parezca que se mueven las cosas hacia algún lado. Pero no es verdad. Todo sigue igual. Parado. Desahuciado. Sólo Falete consigue saltar.

La diferencia: Dos millones. Se dice pronto. ¿En qué se emplea una etapa fundamental, en la que el acceso a la formación es la puerta a la libertad que define y sustenta el resto de tu vida? El 23% de los jóvenes de entre 15 y 29 años en España, ni estudian ni trabajan. Es la cifra más alta de Europa. Y un estigma. Mirar alrededor y no encontrar ese camino recto que te empuja a andar a cierto ritmo y hacia alguna parte. Porque si no hay rumbo, no hay meta. Si no hay esfuerzo, tampoco hay recompensa. Durante los años dorados de nuestra economía, la necesidad de empleo poco cualificado provocó que muchos de nuestros adolescentes dejaran sus clases antes de tiempo. Y reengancharse ahora al sistema educativo, no es fácil. Sin duda, a mayor formación, más posibilidades y menos diferencias salariales de género, más libertad, más fuerza, muchos más argumentos y un motor, sólo tuyo, que te salva de cualquier cosa. La formación te hace fuerte. Y como la sensibilidad o la inteligencia, marca la diferencia. Como en aquellos años sesenta, en los que partían trenes repletos de trabajadores que buscaban un mundo mejor lejos de nuestras fronteras, hoy, miles de españoles se marchan con la esperanza de mejorar su calidad de vida. Pero entonces viajaban ciegos. Y sordos. Sin saber qué firmaban ni adónde iban. Y volvieron sintiendo que no pertenecían a ninguna parte. La historia se repite. Pero las distancias son más cortas y Europa nos resulta algo más nuestra, a pesar de todo. El perfil del emigrante español ha cambiado. Se marchan los que no estudiaron. Pero también los más cualificados. Porque necesitan un rincón donde sentirse útiles, donde crear una vida alrededor de sus capacidades, donde optimizar lo que aprendieron durante tantos años. Not in Employment, Education or Training (ni trabaja, ni estudia ni recibe formación). Neet, según el Gobierno británico. Nini, en el mundo de habla hispana y por alusión: ni estudia ni trabaja. Qué expresión tan fea. Es pequeña y peyorativa. Y es además, lo que faltaba. Sentirte definido en un grupo bisílabo con nombre de chiguagua. Debe crearse la fórmula que coordine el tránsito desde la escuela al lugar de trabajo. Y la educación es sin duda esa inversión de la que dependen los resultados.

¿Alguna pregunta? No le digas a mi madre que trabajo en Bolsa': un blog, o la posibilidad de sentirse cerca de quien, como tú, asiste perplejo al desamparo y no entiende una palabra de casi nada. Porque en este caos en el que nos manejamos con tantísima dificultad, encontrar alguna explicación, nos relaja. O no. Paco Álvarez, licenciado en Matemáticas, Doctor en Ingeniería Informática, ex consejero-director de la Bolsa de Valencia y ex vicepresidente de la Bolsa de París, dedica hoy parte de su vida a traducirnos lo peor. Porque es posible cuestionárselo todo. Porque uno se puede negar a pagar lo que es básicamente injusto. Porque Islandia ha juzgado por fraude a sus banqueros. Y porque le escucho hablar con Jordi Évole (sin duda él y sus Salvados son lo mejor de lo mejor) y entiendo, perpleja, que los bancos reciben dinero público del Estado, pero se niegan a conceder créditos. Que también reciben dinero de Banco Central Europeo (dinero público, por cierto), que a su vez sale de los diferentes estados. Que el tratado de Lisboa (Alemania y Francia a la cabeza) prohíbe que el BCE preste directamente a los estados, porque no se fía de ellos. Así que los bancos, con ese dinero que sale del BCE, compran la deuda que emiten los gobiernos, porque a un gobierno, para realizar sus servicios no le basta con los impuestos, y también pide un préstamo. Y ahí reside la prima de riesgo, en la dificultad que tenga cada Estado para devolverlo. Así que las entidades privadas, compran deuda pública con dinero público, y se embolsan una diferencia muy superior a la que sacarían de concederle un crédito a una simple empresa a la que sólo aplican el famoso Euribor más uno o dos puntos. ¿Y por qué un banco se fía del Estado y no de una empresa que se pudre por falta de crédito? Porque si el Estado quiebra, la Unión Europea tiene su fondo de rescate para salvarlo, y a la Empresa no. Y es que si quiebra el sistema bancario, nuestros ahorros caen con él. Por eso hay que sujetarlo. Pero, como bien dice Paco, si es dinero público lo que entra en una entidad, debe ser el propio poder público quien gestione entonces esa entidad, y no los bancos los que controlen a los gobiernos. Porque los presupuestos, los recortes, la austeridad son el resultado de lo que exige nuestro sistema político: el mercado financiero. ¿Alguna pregunta? (Cayetana Guillén)


Zona devastada:
Édouard Louis acaba de publicar un librito titulado Qui a tué mon père? La pregunta, ¿Quién ha matado a mi padre?, conduce a la investigación de un crimen. Pero no se trata de una novela policial, sino de un ensayo furioso sobre un crimen cuyas víctimas son, además del padre del autor, decenas de miles de personas en el norte de Francia. El crimen es la miseria. La región Norte-Paso de Calais es la más pobre de la Francia metropolitana. La crisis industrial no sólo ha llenado el paisaje de cadáveres de fábricas: lo ha llenado de fantasmas humanos. La pobreza es algo relativo. Ahora mismo, la renta media en el Norte ronda los 17.000 euros anuales, más o menos como en Andalucía. Pero en Andalucía la esperanza de vida de los hombres supera los 81 años, mientras en el Norte francés apenas llega a los 75. La destrucción de la industria ha supuesto también la destrucción de una clase obrera cuyos restos, desorientados y enfurecidos, votan a la ultraderecha por pura rabia y se consuelan con el tabaco y el alcohol. Lo de beber y fumar no ayuda a la salud (los niveles de cáncer están entre los más altos de Europa), como tampoco ayuda la falta de médicos. Las consultas cierran. Los profesionales se van. (Enric González, 2018)


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