Globalización             

 

Globalización:
Comercio libre:
El comercio libre, libre comercio o libertad de comercio, es un concepto económico que puede entenderse hacia el comercio interior y hacia el exterior. Hacia el interior es equivalente a la libertad de empresa en una economía de libre mercado (libertad económica), y se refiere a la ausencia de obstáculos que impidan el acceso de los agentes económicos a la actividad comercial, expresándose en distintas libertades (libertad de precios, libertad de horarios, libertad de apertura de establecimientos, libertad de contratación, etc.). El liberalismo económico sostiene que los principales obstáculos a la libertad de comercio interior son el intervencionismo del estado y la conformación de grupos de interés: sindicatos, patronales, o, históricamente, los gremios que durante el Antiguo Régimen establecían rígidas reglamentaciones para obstaculizar el acceso a los oficios, industrias y comercios. En el ámbito del comercio exterior, el comercio libre es la vía opuesta al proteccionismo, y se basa en la ausencia de aranceles y de cualquier forma de barreras comerciales, (contingentes, cupos, reglamentos gubernamentales, requisitos teóricamente sanitarios o de calidad) destinadas a obstaculizar el intercambio de productos entre países que funcionan como unidades económicas separadas (mercado nacional) por efecto de su legislación, de su fiscalidad, de su moneda, de sus instituciones económicas, etc. El libre comercio supone la eliminación de barreras artificiales al comercio voluntario entre individuos y empresas de diferentes países. Es la expresión de la posición librecambista frente a la proteccionista en economía. En una zona libre comercio los países firmantes del tratado se comprometen a anular entre sí los aranceles en frontera, es decir, los precios de todos los productos comerciales entre ellos serán los mismos para todos los integrantes de la zona, de forma que un país no puede aumentar (mediante aranceles a la importación) el precio de los bienes producidos en otro país que forma parte de la zona de libre comercio.

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El comercio internacional es a menudo restringido por diferentes impuestos nacionales, aranceles, impuestos a los bienes exportados e importados, así como otras regulaciones no monetarias sobre bienes importados. El libre comercio se opone a todas estas restricciones. Su premisa básica es que las restricciones impuestas por los gobiernos al intercambio voluntario de bienes y servicios perjudican a la economía y disminuyen el volumen de comercio. Sus defensores se dividían entre Utilitarios, que defendían el pragmatismo y las ventajas de incrementar el comercio, y los Manchesterianos (o liberales) que defendían el derecho fundamental de todo hombre a intercambiar libremente su propiedad con nacionales y extranjeros. Su mayor victoria fue la derogación de las Leyes de Cereales por parte de Robert Peel en 1846 tras una larga y célebre campaña por parte de Cobden y Bright. Desde 1950, cuando Robert Schuman lanza la idea que lleva a la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), lo que constituye el inicio de la actual Unión Europea, esta organización ha implementado distintas formas de libre comercio entre sus miembros mediante las zonas francas. En 1994 EE.UU. inició su primer ejercicio de libre comercio con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que incluye a México y Canadá.

Controversia:
Algunos de los acuerdos que han sido denominados libre comercio por sus proponentes, pueden en realidad crear barreras al mercado libre. Los críticos de estos tratados los ven como una forma de protección estatal de los intereses de las empresas multinacionales. Otros más críticos aún como los anarquistas piensan que sencillamente la retórica del «libre comercio» o «libre mercado» ha sido cooptada por las élites económicas para favorecer el corporativismo y no el comercio libre. Véase liberalismo vulgar. Los partidarios del comercio justo reclaman que no haya intervenciones o subsidios que distorsionen los precios. Existe un debate permanente de si el libre comercio ayudará o no a las naciones del tercer mundo. Se cuestiona incluso si el libre comercio es conveniente o no para el mundo desarrollado. Muchos economistas argumentan que el libre comercio mejora la calidad de vida a través de la teoría de la ventaja comparativa y de las economías de escala. Otros argumentan que el libre comercio permite a los Países desarrollados explotar a los países del tercer mundo, destruyendo la industria local de estos países. En contraposición se ha dicho que el libre comercio afecta al mundo desarrollado por la pérdida de empleos de estas naciones, los cuales se mueven a otros países, produciendo una carrera hacia el abismo que genera un deterioro general de los estándares de salud y seguridad. Como argumento a favor, el libre comercio supone un estímulo a los países a depender económicamente entre sí, con lo cual se disminuyen las posibilidades de enfrentarse e ir a una guerra. Algunas descripciones de la ventaja comparativa están basadas en la condición necesaria de «inmovilidad de capital». Si los recursos financieros se pueden mover libremente entre distintos países, la ventaja de la teoría comparativa se erosiona, y hay un dominio de quien tiene la ventaja absoluta. Dada la apertura de flujos de capital que acompañó los acuerdos de libre comercio de la década de 1990, la condición de «inmovilidad de capital» no tiene ya validez. Como consecuencia, se puede argumentar que la teoría económica de la ventaja comparativa no puede utilizarse como soporte a la teoría de libre comercio. Sin embargo, como lo ha expresado el economista Paul Krugman, el teórico económico del siglo XIX David Ricardo, quien formuló la doctrina de la ventaja comparativa, vivió él mismo un periodo de alta movilidad de capitales. La implementación actual del libre comercio ha sido muy criticada. Una queja común es que los países desarrollados tienden a presionar al tercer mundo para que abran sus mercados a los productos industriales y agrícolas de las naciones desarrolladas, a la vez que se oponen a abrir sus mercados a los productos agrícolas del tercer mundo. Una argumento a favor del libre comercio es que las barreras comerciales como cuotas de importación y subsidios agrícolas no permiten competir a los agricultores del tercer mundo en sus mercados locales y menos aún en el comercio mundial, incrementando así la pobreza en los países en vía de desarrollo. Adicionalmente se ha resaltado que el concepto actual de libre comercio favorece el movimiento libre de productos y empresas, lo cual es favorable para los países desarrollados, pero esto no va a la par con el libre movimiento de trabajadores, lo cual favorecería a las naciones del tercer mundo. Algunos sugieren que el libre comercio genera cambios demasiado rápidos en las condiciones de vida y en el mercado laboral profesional. (TFODE)


[Cambios globales:]
No obstante, seguimos teniendo una gran confianza en nuestra cultura política, a juzgar por la adopción generalizada de una gran parte de ella en todo el mundo. Hoy en día existen repúblicas en todo el planeta, y casi todo el mundo habla el lenguaje de la democracia y de los derechos del hombre. Se están realizando esfuerzos generalizados por aplicar un enfoque racionalizador y utilitario al gobierno y a la administración, y por copiar modelos de instituciones que han triunfado en países de tradición europea. Cuando los negros han levantado la voz contra las sociedades dominadas por los blancos en las que vivían, deseaban hacer realidad por sí mismos los ideales acerca de los derechos humanos y la dignidad desarrollados por los europeos. Pocas culturas han podido resistirse a esta tradición irresistible —si es que alguna lo ha hecho—; China se sometió a Marx y a la ciencia mucho antes de hacerlo al mercado. Algunos se han resistido más que otros, pero prácticamente en todas partes se ha visto socavada la individualidad de otras grandes culturas políticas. Cuando los modernizadores se han planteado escoger particularidades dentro del modelo político occidental, no les ha resultado fácil. Es posible modernizarse de forma selectiva —pagando un precio—, pero normalmente la modernización viene en un paquete, y puede que alguno de sus elementos no sea bienvenido. Para los escépticos, lo que mejor demuestra el dudoso efecto del aumento de la uniformidad en la cultura política sobre el bienestar social es la fuerza con la que se mantiene vivo el nacionalismo, que en los últimos cien años ha triunfado prácticamente en todo el mundo. Nuestra organización internacional (palabra cuya aceptación generalizada es ya significativa) más completa es la ONU, y su predecesora fue la Sociedad de Naciones. Los antiguos imperios coloniales se han disuelto en multitud de nuevas naciones. Muchos estados nacionales actuales tienen que justificar su propia existencia a las minorías que, a su vez, reclaman el estatus de nación, por lo que tendrían el derecho de separarse y gobernarse autónomamente. Si estas minorías desean separarse de los estados que las contienen —como es el caso de muchos vascos, kurdos o quebequenses, por ejemplo—, se manifiestan en nombre de una nacionalidad no conseguida. El concepto de «nación» parece tener un éxito indiscutible a la hora de satisfacer ansias que otros intoxicantes ideológicos no pueden alcanzar; ha sido el gran creador de la comunidad moderna, barriendo los conceptos de «clase» y «religión», dando un sentido y una sensación de arraigo a los que se sentían sin rumbo en un mundo en proceso de modernización, donde los vínculos de antaño están en decadencia. Una vez más, cualquiera que sea la interpretación de los relativos altibajos del Estado como institución o de la idea de nacionalismo, la política del mundo se organiza, en su mayor parte, alrededor de conceptos originalmente europeos, independientemente del uso que se haga o de la valoración que merezcan, del mismo modo que la vida intelectual del mundo se estructura cada vez más alrededor de la ciencia originada en Europa. Es innegable que las transferencias culturales pueden tener un funcionamiento impredecible y, por tanto, consecuencias sorprendentes. Una vez importadas de los países donde cristalizaron originalmente, nociones como el derecho del individuo a hacerse valer han producido efectos que van más allá de lo que preveían los que, confiados, fomentaron por primera vez, la adopción de principios en los que consideraban que se asentaba su propio éxito. La llegada de nueva maquinaria, la construcción de ferrocarriles, la apertura de minas y la llegada de los bancos y de los periódicos, transformaron la vida social de formas que nadie había deseado ni previsto, además de otras sí deseadas y previstas. Este proceso, irreversible una vez iniciado, sigue hoy en día con la televisión. Una vez aceptados los métodos y objetivos europeos (como han hecho en mayor o menor medida, consciente o inconscientemente, las élites de prácticamente todas partes), empezó una evolución incontrolable. Aunque seguía modelando la historia, la humanidad no podía controlar su evolución más de lo que podía hacerlo antes. Incluso en las iniciativas modernizadoras más controladas, de vez en cuando surgen necesidades y exigencias inesperadas. Quizá es que ahora nos enfrentamos al espectral descubrimiento de que el éxito de la modernización puede haber transmitido a la humanidad objetivos material y psicológicamente inalcanzables, de rango cada vez más amplio e imposibles de satisfacer por principio. (J.M.Roberts)


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