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VIDA Y PENSAMIENTO DE SAN AGUSTÍN :
Agustín fue el más grande de todos los Padres latinos; en realidad, fue uno de los pensadores cristianos más poderosos de todos los tiempos. Su influencia en el pensamiento medieval fue incalculable, pero su teología también tuvo una profunda repercusión en el desarrollo del protestantismo. Incluso en el siglo XX muchos importantes pensadores cristianos se describirían como neoagustinianos. Tal vez el cristianismo de Agustín fuera tan inquisitivo porque comenzó su trayectoria buscándolo. Aunque su madre era cristiana, dudó ser bautizado hasta los treinta y tres años, y pasó de un sistema filosófico a otro sin encontrar satisfacción intelectual o espiritual en ninguno. Sus crecientes dudas sobre las restantes alternativas, el atractivo de las enseñanzas de san Ambrosio sobre la gracia y la experiencia mística descrita conmovedoramente en sus Confesiones autobiográficas le llevaron a abrazar la fe con entusiasmo en el año 387. A partir de entonces ascendió deprisa en los puestos eclesiásticos y se convirtió en obispo de la ciudad norteafricana de Hipona en el año 395. Aunque llevó una vida extraordinariamente activa como obispo (murió en el año 430 mientras defendía Hipona contra los vándalos), encontró tiempo para escribir más de cien tratados profundos, complejos e influyentes que analizaban los problemas más importantes del credo cristiano.

La teología de Agustín giraba en torno a una única cuestión fundamental: cómo podía ser tan pecadora la humanidad si los seres humanos fueron creados por un Dios omnipotente cuya naturaleza es enteramente buena. Agustín no dudaba de la plena extensión de la depravación humana. Una de sus ilustraciones más vividas al respecto aparece en las Confesiones, donde cuenta cómo una vez otros chicos y él robaron peras del huerto de un vecino no porque tuvieran hambre o porque las peras fueran bonitas, sino simplemente por el gusto de hacer el mal. Toda sugerencia de que los humanos obraban mal porque no sabían hacerlo mejor le resultaba inaceptable. La inclinación humana hacia el mal estaba arraigada mucho más hondo que la falta de conocimiento. Su respuesta a la cuestión del mal se remontaba al Jardín del Edén, donde Dios había otorgado a Adán y Eva, la primera pareja humana, la libertad de seguir la voluntad divina o la propia. Al comer una fruta que Dios les había prohibido, Adán y Eva eligieron seguir su propia voluntad y no la de Dios. A partir de entonces, dice Agustín, Dios dejó a su suerte a los descendientes de Adán y Eva retirando de los seres humanos la fuerza divina (la gracia) por la que podrían vencer su propia voluntad para seguir la de Dios. Así pues, todos los males que asuelan el mundo son, en definitiva, el resultado de la propensión humana innata de colocar nuestros deseos por delante de los de Dios. Dios estaría justificado si condenara a todos los seres humanos al infierno, pero como también es misericordioso, decidió salvar a algunos mediante el sacrificio de su hijo, Jesús. Sin embargo, nadie tiene por naturaleza la gracia necesaria para convertirse en cristiano, y mucho menos para merecer la salvación. Sólo Dios hace esta elección; concediendo la gracia a unos y no a otros, predestina a una parte de la raza humana a la salvación y sentencia al resto a ser condenados. Si parece injusto, la respuesta de Agustín es, primero, que la «justicia» estricta condenaría a todos al infierno y, segundo, que la base de la elección de Dios es un misterio envuelto en su omnipotencia, mucho más allá del alcance de la comprensión humana. Por mucho que pudiera parecernos que las consecuencias prácticas de esta rigurosa doctrina de la predestinación serían el aletargamiento y el fatalismo, ni Agustín ni sus discípulos posteriores lo vieron de este modo. Aquellos que son «elegidos» obrarán bien, por supuesto; pero como nadie sabe quién es elegido y quién no, todos deben intentar obrar bien en la medida en que Dios les posibilite hacerlo. Para Agustín, la guía central para obrar bien era la doctrina de la «caridad», que significaba llevar una vida devota de amar a Dios y amar al prójimo por amor a Dios, en lugar de una vida de «codicia», de amor a las cosas terrenales por sí mismas. Para responder a quienes acusaban al cristianismo de la caída de Roma en el año 410, Agustín escribió una de sus obras más famosas, La ciudad de Dios, donde desarrolló sus ideas sobre la predestinación en una interpretación de toda la historia humana. Sostenía que la raza humana entera desde la creación hasta el juicio final estaba compuesta por dos sociedades en pugna, los que «viven de acuerdo con el hombre» y se aman a sí mismos, y los que «viven de acuerdo con Dios». Los primeros pertenecen a la «Ciudad del Hombre»; sus recompensas son la riqueza, la fama y el poder que pueden disfrutar en la tierra. La Ciudad del Hombre no es inútil; los gobernantes terrenales traen la paz y el orden; por tanto, merecen la obediencia de los cristianos. Pero sólo a aquellos predestinados a la salvación y que, de este modo, son miembros de la Ciudad de Dios, se les vestirá el día del juicio con la prenda de la inmortalidad. Por consiguiente, los cristianos deben comportarse en la tierra como si fueran viajeros o «peregrinos», sin olvidar nunca que su verdadero hogar está en el cielo. En cuanto al momento en que llegaría el juicio final, Agustín sostenía con vehemencia que ningún ser humano era capaz de conocer la fecha exacta; sin embargo, como podría ocurrir en cualquier momento, todos los mortales debían dedicar sus máximos esfuerzos a prepararse para él llevando vidas rectas. Aunque san Agustín formuló importantes aspectos nuevos de la teología cristiana, creía que no estaba haciendo más que extraer verdades que se encontraban en la Biblia. En efecto, estaba convencido de que sólo la Biblia contenía toda la sabiduría digna de conocerse, pero también creía que buena parte estaba expresada de forma oscura y que se precisaba cierta cultura para entenderla por completo. Por tanto, aprobaba que algunos cristianos adquirieran educación en las artes liberales (como él mismo había hecho), siempre que la dirigieran hacia el fin adecuado: el estudio de la Biblia. De este modo, junto con san Jerónimo, san Agustín estableció las bases para que los cristianos occidentales conservaran las tradiciones literarias y educativas del pasado clásico. Pero Agustín pretendía que la educación liberal se restringiera a una élite; la mayoría de los cristianos sólo necesitaba ser catequizada o instruida en la fe. También pensaba que era mucho peor estudiar el pensamiento clásico por sus propios méritos que no saber nada de él. La verdadera sabiduría de los mortales, insistía, era la piedad. (Coffin)


Predestinación:
En la teología cristiana, enseñanza en la que el eterno destino de una persona viene predeterminado por la inalterable ley de Dios. Sin embargo, la predestinación no implica la irremediable negación del libre albedrío. La mayoría de los exponentes de la doctrina ha mantenido que sólo es el destino final del individuo el que está predeterminado, no las acciones del individuo, que siguen siendo fruto de la libre voluntad. La doctrina toma por costumbre una de las dos formas: predestinación única o predestinación doble.

PREDESTINACIÓN ÚNICA:
La predestinación única es la menos severa de enseñanza. Se basa en el conocimiento de la presencia de Dios y de su amor, y en la aceptación concurrente de que Dios garantiza el don de su presencia como un acto de gracia absoluta. Con el fin de subrayar que el don de Dios está, de forma independiente, determinado por él y no es, bajo ningún concepto, una respuesta a ciertos actos humanos, algunos cristianos han afirmado que su relación con Dios depende sólo de Él y de su eterna ley establecida antes de la creación del mundo. Este punto de vista sólo se menciona en dos ocasiones en el Nuevo Testamento, en Romanos 8 y Efesios 1. 'Porque a los que conoció de antemano, los destinó también desde el principio a reproducir la imagen de su Hijo... Y a los que desde el principio destinó, también los llamó y a los que llamó, también los puso en camino de salvación; y aquellos a quienes puso en camino de salvación, les comunicó su gloria' (Rom. 8, 29-30). Estos versos llevan consigo la idea de la predestinación única, porque sólo están relacionados con la predestinación de la vida con Dios.

PREDESTINACIÓN DOBLE:
La predestinación doble es la consecuencia que se deriva de la predestinación. Si algunos pueden disfrutar de la presencia de Dios por su eterna ley, otros deben entonces estar separados de Dios toda la eternidad, también de forma inapelable. Debido a que la salvación y la gloria están predestinadas, se comprende que la condena y la destrucción pueden también ser predestinadas. El primer teólogo que anunció una doctrina de predestinación doble fue san Agustín en el siglo V. Sin embargo, no tuvo muchos sucesores. El exponente más conocido de la predestinación doble fue Juan Calvino: 'Llamamos predestinación a la eterna ley de Dios, mediante la cual determina en sí mismo lo que Él desearía ser para cada hombre. Debido a que no todos han sido creados en igualdad de condiciones; mejor dicho, para algunos la vida eterna es ordenada de antemano, para otros la eterna condena'. (Institutio 3. 21. 5). Después de san Agustín, los teólogos católico-romanos rechazaron la predestinación doble, insistiendo en que no existe ninguna predestinación hacia el mal y que aquellos que sufren condena son los únicos responsables de ello. Los anglicanos se han sumado también a la doctrina de la predestinación única. En el siglo XVII, el teólogo protestante holandés Arminio, cuyas enseñanzas inspiraron el movimiento llamado arminianismo, criticó la injusticia de la doctrina calvinista sobre la predestinación y formuló una versión modificada de ésta que permitía la libre voluntad humana. Los teólogos protestantes liberales han tendido a ignorar o negar la predestinación tanto en su forma única como doble. La afirmación más influyente de la doctrina de la predestinación única fue realizada en el siglo XX por el teólogo suizo Karl Barth, quien sostenía que la voluntad de Dios se revela en Jesucristo, y que todos son elegidos a través de Él. Así, la doctrina de la predestinación es prácticamente universalista, es decir, todos tenemos prometida la salvación. (Encarta)


Arminianismo:
Doctrina del cristianismo, formulada en el siglo XVII, que declara que la libre voluntad humana puede existir sin limitar el poder de Dios o contradecir la Biblia. Dicha doctrina, que recibe su nombre del calvinista holandés Jacobo Arminio, se convirtió de forma gradual en una alternativa liberal a la creencia, más rígida, de la predestinación sostenida por los Sumos Calvinistas en Holanda y en otros lugares. Arminio, quien estudió en Ginebra con el teólogo protestante francés Teodoro Beza, regresó a su Holanda nativa y fue catedrático de teología (1603-1609 ) en la Universidad de Leiden. Afirmaba que la predestinación era bíblica y verdadera, es decir, que Dios había destinado a algunas personas al cielo y a otras al infierno, como se indica por la referencia de Jesús, “ovejas y cabritos”. Pero se centraba en el amor de Dios más que en su poder a la hora de elegir, proceso por el cual Dios eligió a aquellos destinados al paraíso. Tras la muerte de Arminio, un grupo de ministros que simpatizaban con sus puntos de vista desarrollaron una teología sistemática y racional basada en sus enseñanzas. En su declaración, protesta publicada en 1610, los arminianos afirmaban que la elección estaba condicionada por la fe, que la gracia podía ser rechazada, que la obra de Cristo estaba pensada para todas las personas, y que era posible que los creyentes cayeran en desgracia. En el Sínodo de Dort o Dordrecht (1618 -1619), los Sumos Calvinistas prevalecieron sobre el grupo de los arminianos y condenaron a los que estaban en desacuerdo con su teoría. El Sínodo de Dort declaró que la obra de Cristo estaba destinada sólo a aquellos elegidos para la salvación, que la gente que creía no podía perder la gracia, y que la elección de Dios no dependía de ninguna condición. Los protestantes fueron totalmente prohibidos en Holanda hasta 1630, y desde entonces no sin reservas hasta 1795. Sin embargo, la tradición arminia se mantuvo en los Países Bajos a finales del siglo XX. El teólogo británico John Wesley estudió y afirmó la obra de Arminio en su movimiento metodista durante el siglo XVIII en Inglaterra. Para el pueblo, el arminianismo se resume en la idea de que no existe la predestinación y que la gente es libre de seguir o rechazar el Evangelio. (Encarta)

 

 

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