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Realismo sucio:
Los padres americanos del realismo sucio son Bukowski y Carver. Carver lleva la hiperrealidad a términos alucinatorios y Bukowski consigue, mediante una escritura engañosamente sencilla, puntos de poesía desconcertantes. Esta narrativa nace como respuesta a la novela convencional americana de Updike y otros, que dan síntomas últimos de acabamiento. En España, el realismo sucio se manifiesta en Mañas, Jambrina y otros escritores jóvenes, deudores, como siempre, de la influencia yanqui. Pero esta influencia no es gratuita, ya que el realismo sucio español ha venido a cumplir, recién nacido, los mismos postulados que en Norteamérica. Veamos. La novela de la nada, cultivada por los marías, y el realismo neoberciano y costumbrista son ya dos tendencias de escaso porvenir, dos desvitalizaciones de la novela. Mañas, con Historias del Kronen, novela y película, despeja el panorama de pedanterías anglosajonizantes y realismos aplacientes. Hasta ahora, el realismo sucio, entre nosotros, tiene más de documento que otra cosa. No trata sino de contar las aventuras de la litrona, la gamberrada metafísica, el desconcierto de una juventud sin salidas, la vitalidad gratuita, el sexo, la droga, el alcohol, la velocidad, como vetas veniales de un par de generaciones. La realidad, contada en crudo, tiene sus consecuencias sociológicas, naturalmente, pero estos escritores, a diferencia de los socialrealistas de los cincuenta, no moralizan nunca, sino que dejan ahí el testimonio, porque son más sabios literariamente o porque descreen de la eficacia de la literatura.

Así pues, las virtudes profilácticas de esta literatura naciente [...] han sido dos, a saber: a) Desprestigio inmediato de un nuevo realismo de panllevar (ahora se opta por lo cosmopolita, Madrid), y de una vieja escuela anglosajonizante que ha sido más festejada que leída. b) Incorporación del revés de la trama a la novela joven. Frente a esa novela sin tiempo ni espacio, tranquila, de conflictos domésticos, de la domesticidad del alma, esta narrativa presenta la otra cara del Estado del bienestar: paro intelectual, paro juvenil, vacío social, desideologización, estímulos menores, dominicales y atonía de toda una juventud, o dos, que viven el presente sin la grandeza que tiene eso, sino con pereza, melancolía, resentimiento previo y frustración. Un lenguaje violento, duro, bajo, improvisado, sucio, recoge los argots de la calle y explica bien, mejor que cualquier tratado sociológico, la indigencia intelectual y moral de unos chicos y chicas educados desde niños en la pedagogía del consumo por el consumo y el instante como culminación de la nada, una nada sonriente, pero fugaz. La nueva tendencia, la rápida asimilación del realismo sucio americano (sucio porque cuenta la verdad, el revés de las sociedades de primera velocidad, el desempleo y el alma errática de los parias del capitalismo), ha sido oportuna literariamente y también socialmente. No hemos creado una juventud feliz con nuestras mentiras. Lo más que pueden dar estos chicos (los pocos que escriben) es lo que dan: soledad, desamparo, violencia, soberbia, metalenguaje, un producto sucio que aún no ha alcanzado la secreta fortuna expresiva de los maestros yanquis. De momento nos felicitamos desoladamente por contar con un documento social muy directo del gran fracaso político de estos años en lo que se refiere a los jóvenes. Y quedamos a la espera de que la nueva/vieja estética se afine y defina como en sus modelos. ¿Es justa la expresión «realismo sucio»? Digamos que sí en cuanto hay que diferenciarlo de otros realismos como se ciernen siempre sobre la novela. Y, sobre todo, porque explica bien, con el laconismo del idioma inglés, el continente de divagación, miseria, desmarre social y éxodo urbano en que transitan estos lumpen adinerados o mendigos de un mundo privilegiado, puntual y duro. El capitalismo es morir o matar. Ellos, tantos y tantas, prefieren vagar, tomar el sol enfermo de las afueras, o no les queda otra opción. Dos o tres generaciones, como decimos, que han encontrado, ya que no su redención, al menos su retrato. Y basta con que haya media docena de escritores conscientes, y alguno de ellos con talento, del mundo que han elegido o les han adjudicado. El realismo sucio es fascinante en los citados maestros americanos. El poder de la palabra es la hojalata bruñida en que nos miramos todos. Los más jóvenes novelistas españoles también trabajan la hojalata, después de tanta palabra enferma. (Francisco Umbral)

Charles Bukowski (1920-1994):
Poeta y narrador estadounidense, creador de una literatura provocadora y sórdida, cargada de gran emoción y sentimientos. Nació en la ciudad alemana de Aldernach, pero a los dos años se trasladó con su familia a Los Ángeles, donde vivió toda su vida. Durante muchos años, y tras un breve paso por la universidad, se ganó la vida con trabajos manuales temporales, espaciados por los periodos de vacaciones que se tomaba cuando tenía suerte en las apuestas del hipódromo, afición que reflejó continuamente en su obra. Empezó a escribir cuentos muy joven pero, tras un primer relato publicado por una revista en 1944, abandonó la literatura por un espacio de diez años, en los que sentó los cimientos de su leyenda alcohólica. Sus primeras obras se publicaron en la década de 1960 en editoriales y revistas underground; a esta época pertenecen colecciones de poemas como Crucifijo en una mano muerta (1965) o la que para muchos es su mejor obra en verso, Los días pasan como caballos salvajes sobre las colinas (1969). La poesía de Bukowski, al que le gustaba vanagloriarse de haber escrito su primer poema con 35 años, está marcada por un realismo descarnado y lírico a un tiempo, explícito, tierno en ocasiones y brutal en otras, abundante en datos autobiográficos, personalísimo y pleno de humor ácido y desencantado. Nunca abandonó su producción en verso que, con los años, se fue haciendo más directa, más sobria, como en El amor es un perro del infierno (1974) o La última noche de la tierra (1992). Bukowski escribió más de treinta poemarios, que le han acreditado como gran poeta. Sin embargo, pocos de sus poemas se han traducido al español, el más reciente en 2003, Lo más importante es saber atravesar el fuego. El fragmento siguiente corresponde al poema “Cuando muera el matorral nadaré en el río Green con el pelo en llamas”, recogido en la antología de poesía y cuentos Peleando a la contra (1995), y es un ejemplo de su primer estilo:


a las 6 en punto empiezan a llegar las mujeres 
como el mar o como el periódico de la tarde y, como las hojas 
del arbusto de ahí afuera, están un poco más tristes ahora; 
bajo las persianas mientras los científicos deciden cómo 
ir a Marte o 
cómo salir de 
aquí. Llega la tarde, es el momento de comer un pastel, 
es el momento de la 
música, 
Whitman está allí, como un cangrejo, como una tortuga 
congelada y yo me levanto y cruzo 
la habitación.

Su primera novela, Cartero (1970), le permitió abandonar la oficina de correos en la que trabajaba. A ésta seguirían otras cinco, todas protagonizadas por Henry Hank Chinaski, álter ego del propio Bukowski, entre las que cabe destacar La senda del perdedor (1982). Los cuentos de Bukowski están reunidos en varios volúmenes. El más conocido, Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones (1972), recoge relatos aparecidos en varias revistas underground. Su obra inspiró una película, Ordinaria locura, a Marco Ferreri, a la que seguiría Barfly (1989), de Barbet Schroeder y con guión del propio Bukowski. La prosa de Bukowski es, si cabe, más autobiográfica, en un 90% según el propio autor, que su poesía, y es la que le ha dado fama entre los lectores de habla hispana; todas sus obras en prosa están publicadas en español. El alcohol, el sexo, la soledad y los aspectos más absurdos y sórdidos de nuestra civilización ocupan un lugar de honor en la obra de Bukowski, que siempre evitó los ambientes literarios; prefería los bares y las habitaciones lúgubres.

Raymond Carver (1939-1988):
Poeta y autor de relatos. Nació en Clatskanie (Oregón) en una familia marcada por el alcoholismo y la inestabilidad laboral. A los 21 años tenía ya dos hijos y se ganaba la vida con trabajos efímeros en gasolineras o almacenes mientras iba estudiando a salto de mata. Su infancia de clase trabajadora y las dificultades de su vida adulta, a menudo relacionadas con un alcoholismo que le llevó al borde de la muerte, aparecen continuamente en su obra, construida con un estilo simple, casi lacónico, profundo y absorbente. Cuando murió estaba ya considerado un maestro del cuento en lengua inglesa. Antes de su primer libro de relatos, Ponte en mi lugar (1974), Carver ya había publicado cuentos y poemas en revistas como New Yorker o Poetry. Después vendrían los volúmenes de prosa breve ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?, De qué hablamos cuando hablamos de amor y Catedral, publicados entre 1976 y 1983, y varios libros de poemas recogidos en antologías como Bajo una luz marina. Resulta difícil establecer una diferencia sustancial entre la obra poética y narrativa de Carver. Ambas se ocupan de las pequeñas tragedias de la América anónima, de vidas corrientes que zozobran por motivos aparentemente banales, de sueños perdidos y relaciones fracasadas. Toda su producción está recorrida por una tensión contenida, por el peligro de lo latente, horrores que se muestran en su forma más cotidiana y, muchas veces, con un sentido del humor cáustico. Tal vez sea Chéjov, al que Carver siempre admiró, la referencia más clara en su obra. En “Woolworths, 1954” escribe:


(...) Y yo pensando todo el rato 
en aquellos días en Yakima. 
Y en bragas suaves como la seda. 
El tipo de lencería que llevaba Jeanne, 
y Rita, y Muriel, y Sue, y su hermana 
Cora Mae. Todas aquellas chicas. 
Ahora han crecido. O peor aún. 
Lo diré: muerto.

En 1988 publicó Tres rosas amarillas, una colección de cuentos que perfeccionan su propio universo literario y, ya de forma póstuma, el poemario Un sendero nuevo a la cascada, testimonio, estremecedor y tierno al tiempo, de sus últimos meses. Se ha relacionado muchas veces a Carver con la corriente minimalista de la literatura estadounidense, al lado de autores como Richard Ford o Tobias Wolff, con los que tuvo una buena amistad, si bien siempre rechazó las etiquetas colectivas. Robert Altman adaptó en 1994 varios de sus relatos en la película Vidas cruzadas. (Fuente: Encarta)

 

 

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