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Crítica literaria:
Análisis, interpretación y evaluación de las obras literarias a la luz de unos patrones existentes o con el fin de crear otros nuevos. La crítica teórica es el estudio de los principios por los que se rigen la narrativa, la poesía y el teatro y su objetivo es definir la naturaleza particular de la literatura. La crítica práctica es el triple acto de leer y experimentar la obra literaria, emitir un juicio sobre su valor e interpretar su significado.

LA ANTIGÜEDAD CLÁSICA:
Se puede afirmar que la crítica literaria en Occidente comenzó en el siglo IV a.C. con los filósofos griegos. Platón afirmaba en La república que los poetas recibían la inspiración divina, aunque la poesía no era sino una mera imitación del mundo real, transitorio y por ende incierto. Aristóteles, por su parte, defendía en su Poética que la poesía no es simplemente imitación del mundo real, sino más bien un arte creativo que representa lo universal en la experiencia humana. El poeta romano Horacio recomendaba la imitación de los modelos clásicos en su Arte poética (siglo I a.C.), convencido de que la función de la poesía era agradar e instruir. Otra importante obra crítica latina es Sobre lo sublime (siglo I d.C.), atribuida a Longino, un ensayo que hace hincapié en los métodos retóricos que permiten a la poesía alcanzar lo sublime.

EDAD MEDIA Y RENACIMIENTO:
La obra poética de Dante, además de sus escritos sobre el uso de la lengua vernácula, De vulgari eloquentia (1304-1305), ha influido enormemente en la crítica literaria hasta nuestros días. El humanista y lingüista español Francisco Sánchez de las Brozas (1523-1601), El Brocense, desarrolló una intensa labor crítica con tan clara conciencia como la de Dante. Realizó un gran trabajo de investigación sobre los autores clásicos (Ovidio y Virgilio) e incluso sobre poetas más cercanos como Juan de Mena. La mayor parte de la crítica escrita desde la edad media insistía en que la literatura ha de ser “apasionada y viva” en su expresión de verdades morales y filosóficas. En su Defensa de la poesía (1595), la obra crítica más importante del renacimiento inglés, el poeta de la corte Philip Sidney se proponía defender la literatura poética, tachada de inmoral y licenciosa por los puritanos.

EL NEOCLASICISMO:
El movimiento cultural que floreció aproximadamente entre mediados del siglo XVIII y el nacimiento del romanticismo, a comienzos del siglo XIX, se conoce como neoclasicismo. El término neoclásico tiene su origen en las convicciones manifestadas por los principales críticos y poetas de la época, para quienes la teoría y la práctica literaria debían seguir los modelos establecidos por los principales escritores griegos y romanos. Dicho de otro modo, que los escritores habían de centrarse en determinados modelos y no en características individuales; integrarse en la naturaleza a través de una aspiración de orden y regularidad; y respetar rigurosamente el tiempo, el espacio y la acción de la composición dramática. La fundación de las Reales Academias en España es un ejemplo de la clara conciencia crítica e historiográfica del momento. En el siglo XVIII la crítica abandona los sistemas que racionalizaban en exceso la lectura de las obras y aconseja a los escritores sobre problemas particulares de elecciones lingüísticas o estilísticas, al margen de un sistema teórico general. Dignos de mención en este sentido son los estudios de Moratín sobre el antiguo teatro español y la antología de Antonio de Capmany, que culminó su obra teórica en la Filosofía de la elocuencia.

EL PERIODO ROMÁNTICO:
La principal diferencia entre el neoclasicismo y el romanticismo reside en su interpretación de lo que significa seguir a la naturaleza, lo que supone una elaboración teórica sobre el término. Es época de debates y discusiones como la que se suscitó entre Nicolas Böhl de Faber y José Joaquín de Mora sobre el romanticismo. Una de las aportaciones más significativas a la crítica del periodo romántico fue el Laocoonte (1766) del dramaturgo y crítico alemán Gotthold Ephraim Lessing, que estableció la diferencia fundamental entre arte visual y arte literario. El romanticismo llegó a Sudamérica con el argentino Esteban Echeverría. Exponentes de las nuevas ideas fueron el argentino Domingo Faustino Sarmiento con Facundo, civilización y barbarie (1845); el mexicano José María Luis Mora, con México y sus revoluciones (1836); el chileno Francisco Bilbao, con La América en peligro (1862); o el ecuatoriano Juan Montalvo, luchador infatigable contra todas las tiranías, en sus Catilinarias (1880-1882). Estos ideales encontraron en las obras literarias de la época su mejor medio de difusión.

EL SIGLO XIX: REALISMO Y NATURALISMO:
Durante la segunda mitad del siglo XIX el realismo dominó la crítica y la literatura en Europa y Estados Unidos. Este movimiento se proponía describir o representar la realidad con un máximo de detalle y un mínimo de subjetividad. Los críticos franceses Charles Augustin Sainte-Beuve y Hippolyte Taine hicieron especial hincapié en la historia de la literatura. Taine afirmaba que “los grandes monumentos literarios nos permiten conocer cómo pensaban y sentían los hombres y mujeres hace cientos de años”. La teoría literaria del movimiento romántico en Estados Unidos encuentra su expresión en el ensayo de Ralph Waldo Emerson El poeta (1844) y las conferencias de Edgar Allan Poe sobre El principio poético (publicadas póstumamente en 1850). Hacia finales del siglo XIX el movimiento realista evoluciona hacia el naturalismo expresado en las obras de Émile Zola, cuya influencia se deja sentir en los principales autores de la época. En su ensayo crítico titulado La novela experimental (1880), Zola sugiere que es preciso considerar al individuo como una criatura que carece de libre albedrío y forma parte de una naturaleza regida por leyes científicas.

    Lengua española:
    Emilia Pardo Bazán, en La cuestión palpitante, también analizó el movimiento naturalista y afirmó con vehemencia que ella no pertenecía a ese movimiento. Clarín, Pérez Galdós y Juan Valera también destacaron por sus críticas literarias. Dentro de la crítica literaria se distinguen en España la tendencia historiográfica, liderada por Menéndez y Pelayo, que reflexiona sobre la literatura en sus aspectos estéticos, históricos, sociales y civiles; y la corriente filológica, encabezada por Menéndez Pidal, que, sin abandonar el contexto histórico, recupera el estudio de las “fuentes textuales” o los géneros literarios. En América latina esta época coincide con el triunfo generalizado del positivismo, que impregna el pensamiento, la política, la ciencia y la literatura, bajo la consigna de “orden y progreso”, favorecedores de la evolución natural y positiva. El cubano Enrique José Barona escribió Estudios literarios y filosóficos (1883), a los que seguirían Continente enfermo (1899), del venezolano César Zumeta; Nuestra América (1903) del argentino Carlos Octavio Bunge o Fe en la ciencia y el progreso (1913) del boliviano Alcides Arguedas, máximos representantes del darwinismo social aplicado a la realidad cultural.

(Encarta)

 

 

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