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Presencia de la Biblia en dos relatos:
Beloved:
En la novela de Toni Morrison Beloved (1987), cuatro jinetes blancos se acercan a caballo a la casa de Ohio donde la exesclava Sethe, tras escapar de sus cadenas, ha estado viviendo con sus niños pequeños. Decidida a «salvarlos» de la esclavitud, Sethe intenta matarlos, pero sólo lo consigue en el caso de su hijita de dos años, más tarde conocida como Beloved. Nadie, sea un antiguo esclavo o un hombre libre, cree ni comprende su acto, y esa incomprensión le salva la vida y rescata a sus demás hijos de la esclavitud. ¿Tiene sentido su violento frenesí? No. Es irracional, excesivo, desproporcionado. Todos coinciden en ello. Por otro lado, hay un aspecto que, para nosotros, sí tiene sentido. Los personajes ven a cuatro hombres blancos esclavistas que se acercan a caballo por la carretera. Vemos, y Sethe intuye, que lo que está a las puertas de la casa es el Apocalipsis. Cuando aparecen los cuatro jinetes, ha llegado el día de juicio final, el apocalipsis. Los colores que usa Morrison no reproducen los de san Juan —es difícil dar con un caballo verde—, pero los reconocemos, máxime porque la autora los llama «los cuatro jinetes». No cuatro vaqueros, ni cuatro hombres montados a caballo. Cuatro jinetes. No hay allí mucha ambigüedad. Más aún, uno de ellos permanece montado en su caballo, con un rifle cruzado sobre el regazo. La imagen es muy parecida a la del cuarto jinete, aquel que en el libro de las Revelaciones monta un caballo pálido (o verde) y se llama Muerte. En El jinete pálido, Clint Eastwood hace que un personaje diga el pasaje en cuestión para que lo captemos (aunque el desconocido sin nombre en un western de Eastwood casi siempre es la Muerte), pero Morrison obtiene el mismo efecto con una frase de tres palabras y una pose. Inconfundible. ¿Qué harás cuando el apocalipsis se acerque a tu casa? Y por eso Sethe reacciona tal como lo hace. Por supuesto, Morrison es estadounidense y se crio en la tradición protestante, pero la Biblia no es sectaria. (Thomas C. Foster)

    Apocalipsis:
    Ultimo libro del Nuevo Testamento, rico en alegorías y sujeto a numerosas interpretaciones legítimas. En ocasiones, la obra se denomina Revelación. Ambos nombres tienen su origen en la primera palabra de la obra en el original griego, apokalypsis ('revelación'). El autor se llama a sí mismo Juan, y la tradición eclesiástica ha sostenido que se trata de san Juan Evangelista. Sin embargo, muchos especialistas, tomando en consideración pruebas tales como las diferencias lingüísticas entre el Apocalipsis y el Evangelio según san Juan (también atribuido por la tradición a Juan Evangelista) se sienten más inclinados a atribuirlo a algún otro destacado cristiano de la Iglesia primitiva, sugiriendo, por ejemplo, que fuera el apóstol Juan Marcos o Juan el Viejo. Está generalizada la opinión de que fue redactado en la isla de Patmos, una de las del Dodecaneso en el Egeo, a la cual el autor quizá fuera desterrado 'por causa de la Palabra de Dios y del testimonio de Jesús' (1,9). Allí, quizá durante el reinado del emperador romano Vespasiano (69-79 d.C.), aunque con mayor probabilidad bajo el del emperador Domiciano, el autor oyó 'una gran voz como de trompeta' diciéndole 'lo que veas escríbelo en un libro y envíalo a las siete Iglesias: a Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea' (1,10-11). Fue escrito para preparar a los cristianos ante la última intervención de Dios en los asuntos humanos. La primitiva Iglesia creía que este acontecimiento no tardaría en llegar. Cuando se produjera comenzaría una nueva era en el mundo, en la que Cristo y la Iglesia resultarían triunfantes. Sin embargo, antes se agravarían e intensificarían los males y terrores del orden mundial existente. El autor del Apocalipsis parece haber interpretado el empeoramiento de las condiciones de los cristianos durante el imperio de Domiciano como una señal del comienzo de este periodo catastrófico. Al parecer, escribió sobre todo para alentar a los cristianos a resistir durante esta aterradora crisis final, en la confiada esperanza del advenimiento de una inminente era justa para la eternidad.

    Forma Literaria:
    Se coincide en que Juan, al comunicar a sus correligionarios cristianos 'lo que has visto, lo que ya ves y lo que va a suceder más tarde' (1,19), eligió deliberadamente un vehículo literario que pudiese ocultar su mensaje de los enemigos de la Iglesia. Este vehículo fue un apocalipsis, un estilo caracterizado por una interpretación simbólica y una predicción de acontecimientos que por lo general se presentaba en forma muy elaborada. Los símbolos apocalípticos se inspiran en los libros proféticos del Antiguo Testamento y en la tradición cristiana común. Indudablemente, los primeros lectores del libro comprendieron sus visiones e imágenes, pero en los siglos transcurridos desde la redacción del Apocalipsis, se ha perdido la clave del significado original de su simbolismo. Los esfuerzos por recuperarla han generado sistemas de interpretación muy divergentes, aunque ninguno puede afirmar que ha acertado sin discusión en la interpretación del sentido del autor. En nuestros días, el Apocalipsis es altamente apreciado por su magnífica calidad literaria, por su descripción de una crisis histórica del cristianismo, por su sublime dramatización de la lucha contra el mal, y por sus visiones de Dios y su última redención eterna de los justos. (Encarta)

Baldwin:
Al final del cuento de James Baldwin «El blues de Sonny» (1957), el narrador invita a un trago a la orquesta, como gesto de solidaridad y aceptación de su hermano Sonny —un músico rebelde de mucho talento—, que bebe un sorbo y, antes de empezar la siguiente canción, apoya el trago en el piano, donde este brilla «como el cáliz del aturdimiento». Durante un buen tiempo viví sin saber de dónde procedía esa frase, aunque creía estar bastante seguro. El cuento es tan rico y denso, el dolor y la redención tan cautivadores, el lenguaje tan magnífico en todo momento, que me tomó varias lecturas detenerme en esa línea. Aun así, algo ocurría en ella, una especie de resonancia, la sensación de que allí se oculta algo significativo con independencia del significado de las palabras. Peter Frampton dice que el acorde de Mi mayor es el gran acorde del rock; lo único que hay que hacer para armar un desmadre en un concierto es tenerse en pie en mitad de la escena y tocar un sonoro y consonante acorde en Mi mayor. Todo el público sabe lo que promete ese acorde. La misma sensación ocurre en la lectura. Cuando siento esa resonancia, ese «acorde consonante» que parece denso pero chispea con promesas y portentos, casi siempre significa que la frase, o lo que sea, está tomada de otro sitio y tiene un significado especial. La mayoría de las veces, sobre todo si el fragmento parece distinto en tono y tenor al resto de la prosa, ese otro sitio es la Biblia. Luego hay que descubrir en qué parte está y qué significa. Me viene bien saber que Baldwin era el hijo de un predicador, que su novela más famosa se llama Ve y dilo en la montaña (1952), que de por sí el cuento presenta un fuerte parecido con la historia de Caín y Abel cuando el narrador niega al principio sus deberes para con Sonny; sabiendo eso mi corazonada se afianza. Por fortuna, en el caso de «El blues de Sonny» el cuento ha sido incluido tan a menudo en antologías que es casi imposible no hallar la respuesta: la frase está tomada de Isaías 51:17.

El pasaje habla de la copa de la ira del Señor, y el contexto tiene que ver con hijos descarriados, afligidos y que acaso sucumban a la desolación y la destrucción. La cita de Isaías vuelve el final del cuento más provisorio e incierto. Puede que Sonny triunfe o no. Puede que reincida en su adicción y en sus problemas con la ley. Amén de ello, está el sentido más amplio de los habitantes de Harlem, donde transcurre la historia, y por extensión de los afroamericanos como seres afligidos, que han bebido de la copa del aturdimiento. Hay esperanza en el último párrafo de Baldwin, pero atemperada por la conciencia de terribles peligros. ¿Mi lectura se beneficia con este saber? Quizá no mucho. En este caso ocurre algo sutil, nada de rayos y truenos. El significado no va en la dirección opuesta ni cambia radicalmente; si lo hiciera, sería contraproducente, pues muchos lectores no lo captarían. Creo que, más bien, el final cobra mayor peso gracias a la asociación con Isaías, consigue mayor impacto, incluso más patetismo. Ah, piensa uno, no se trata sólo de un problema del siglo XX, lo de los hermanos que chocan entre ellos y los jóvenes que caen y se levantan; ha ocurrido desde siempre. Casi todas las tribulaciones que aquejan a los hombres se detallan en las sagradas escrituras. Puede que no haya jazz, ni heroína, ni centros de rehabilitación, pero hay conflictos tales como el que tiene Sonny: el espíritu atribulado que se oculta tras las modernas manifestaciones exteriores de la heroína y la cárcel. El hartazgo y el resentimiento y la culpa del hermano, su sensación de fracaso por haber roto la promesa que hizo a su madre agonizante de que cuidaría de Sonny: también eso la Biblia lo conoce muy bien. Esta profundidad es lo que agrega la dimensión bíblica a la historia de Sonny y de su hermano. Ya no sólo vemos el relato sórdido y moderno sobre el músico de jazz y su hermano el profesor de álgebra. El cuento resuena con la riqueza de antecedentes lejanos, con la potencia acumulada del mito. La historia deja de estar anclada en mitad del siglo XX para convertirse en una historia atemporal y arquetípica, que habla de las tensiones y las dificultades que existen desde siempre y por doquier entre hermanos, cargadas de inquietud y dolor y culpa y orgullo y amor. Y esa historia nunca envejece (Thomas C. Foster)

 

 

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